INTERIOR ACUARIO [CORRELATO]
Tomás Sánchez Santiago textos poéticos · Encarna Mozas fotografías
INTERIOR ACUARIO
[CORRELATO]
Edita: EOLAS Ediciones Imprime: Gráficas Celarayn Dirección editorial: Héctor Escobar Proyecto editorial EOLASFOTO: Amando Casado Diseño y maquetación: David Mayor © De las imágenes: Encarna Mozas Mozas © De los textos: Tomás Sánchez Santiago Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra www.conlicencia.com · 91 702 19 70 · 93 272 04 47 ISBN: 978-84-16613-40-3 Depósito legal: LE-339-2016
“Eisenstein vio un ejemplo de cómo tres elementos inconexos, al entrar en correlación, crean una nueva cualidad” Tarkovsky
OBJETOS FUERA DE SÍ Hemos fiado a la opacidad de agentes desaforados -los medios de comunicación, las organizaciones políticas, la propaganda y su humo, las religiones con su dictadura ritual, los sistemas que alientan el orden financiero- la posibilidad de conocer el aspecto del mundo. Su verdadero aspecto, a eso me refiero. Pero estas entidades fantasmales, abstractas, a menudo conniventes, lejos de desentrañarnos la realidad han contribuido a incrementar una atmósfera confusa que impide hallar con facilidad las relaciones entre las cosas y las ideas, eso que podría aclararnos de dónde emerge la configuración de cuanto nos rodea. Desde hace algún tiempo parece ponerse aún más en entredicho el sistema que ha querido considerarse -para mantener contra viento y marea su permanencia, su obligada estabilidadcomo el único mal posible de aceptar. Pensadores, poetas, artistas que merodean por los alrededores del mundo público sin dejarse devorar por él van alzando silenciosamente su voz mediante obras que ponen en cuestión la confianza en la visibilidad, usurpada por el conglomerado de fuerzas a las que más arriba nos referíamos. En el siglo XX, el surrealismo fue la vía radical más sugestiva para lograr sustituir un sistema de valores basado en el racionalismo y en la preeminencia de conceptos como ‘eficacia’ o ‘utilidad’ por otros que descansaban en la libertad, la imaginación o el deseo. En cualquier caso, antes de este movimiento, desde que el capitalismo modeló la conciencia de las masas -también en lo tocante a la valoración estética de la expresión- han surgido hombres y mujeres cuyas creaciones se han mantenido fuera del perímetro de la conformidad. No han creído en esa obligación de aceptar la jerarquía o la falsa simplicidad de las imágenes que el mundo les ofrecía; y, sin embargo, ellos mismos actúan entre materiales tomados de la elementalidad, de la volatilidad cotidiana, de lo desechado, como si quisieran demostrar que solo podría desarbolarse la interesada complejidad que empaña los entramados del mundo con aquello que, de tan cerca, se ha hecho intocable y contiene aún entera esa libertad que facilitan la invisibilidad y la inadvertencia. La propuesta de Interior Acuario parte de esa certeza: el mundo de lo menudo puede contener dentro de sí una red de alusiones a una exterioridad que no le es ajena. Las fotografías de Encarna Mozas vuelven a insistir en eso que ya mostró en experiencias anteriores: la necesidad de no perder la memoria rural (A puertas abiertas), las revelaciones de las pequeñas cosas
cotidianas (Marcas) o esa propuesta más reciente, bajo el título de Imperfectos, que enlaza un mundo vegetal desestimado -cunetas, ribazos, espacios intermedios sin fama- con fenómenos desastrosos de la vida social actual como el paro, los desahucios o las diversas caras del maltrato. Toda una acusación hecha imágenes en una singular morfología de la crispación. Esas presencias, precisamente por estar tan cerca de nosotros, se han convertido en realidades de paso y corren el riesgo de nublarnos la importancia de su sentido, un sentido que va más allá de su simple estancia apaciguada. Arrojadas ahí, en los alrededores secundarios de nuestros espacios consabidos, donde no parecían estar destinados los sobresaltos, las cosas fotografiadas por Encarna Mozas están en perpetuo estado de perturbación. Su inapelable quietud es, en realidad, una engañifa. En principio, todas las imágenes de Interior Acuario contienen aquel aparente espesor estático de los bodegones y naturalezas muertas que proliferaron a partir del siglo XVII como testimonios mudos de un presente a la mano, inerte y dominado: animales de la vida cercana, objetos domésticos detenidos en la gelidez, alimentos de efímera frescura captados en el instante en que aún son nuestros porque los necesitamos o, mejor, porque nos los hemos ganado. Aunque al tratarse de presencias de vida repentina, destinadas en breve al hedor y la pudrición, el pintor parece advertir ya de la necesidad de pintar -de vivir- con toda la prisa posible. Tempus fugit. Es esa ansia, ese culto al presente acelerado lo que domina paradójicamente la vida de estos bodegones que evocan la necesidad -falsa- de pintarlos cuanto antes para no dejar que el tiempo -la edad- los deje amortecidos. De ahí, asimismo, ese simulacro de un universo total y agolpado, replicado en la representación de objetos consecutivos, pertenecientes a los diversos reinos de la naturaleza. Tras la iconografía religiosa medieval y los retratos complacidos de la burguesía floreciente renacentista, comienza una era en la que desaparece la figura humana en la pintura, sustituida por sus posesiones. De “este soy yo” se pasa a “esto es lo mío, lo que puedo disfrutar”. La delectación de contar con lo que se exhibe en el cuadro implica decisivamente al mundo de los sentidos sobre cualquier otra especulación intelectual. La vista, el oído, el olfato o el gusto se aprietan con orden deliberado en ese coro de presencias acumuladas que expresan suficiencia física y ya anticipan una ideología materialista y laica. Aunque también podrían rendirse a una lectura simbólica por la que el ojo no solo ve: también interpreta. Así, la neutralidad documental de estas pinturas se desmiente sin esfuerzo; y el cordero maniatado de Zurbarán está cargado de ideología religiosa, y esos cardos y zanahorias de los bodegones de Sánchez Cotán no son, como advierte con sugestiva clarividencia Fernando Rodríguez de la Flor, sino prefiguraciones de la pasión de Cristo, tal como las hendiduras en las granadas o los racimos de uvas goteantes aludirían a la herida en su costado.
Nada de esto está en las fotografías de Interior Acuario. Ni por asomo. Y creo que tampoco estuvo en el germen intencional de la fotógrafa soriana algo parecido a un ejercicio de correlato, al que sí conducen los textos. Los tomates, las patatas, los huevos, las cucharillas, las botellas ya vacías, la sal…, un mundo del adentro que parece bastarse a sí mismo, una convocatoria de lo próximo que podría evaluarse como el desentendimiento o la incomprensión de todo eso otro que queda fuera, en una penumbra interesada. Pero ¿y si esa mirada replegada fuese más bien un acto de acusación? ¿Y si el ojo espantado de la sardina que llega a casa envuelta en estraza fuese el mismo ojo de un niño palestino o saharaui condenado a salir violentamente de la infancia? ¿Y si la concha de la vieira donde se deposita la ceniza del cigarro domiciliario nos pudiese transportar al pavor de una patera flotando en la incertidumbre mediterránea? ¿Y si esa patata con el brote extraordinario de un vástago grotesco nos recordase las excrecencias horribles en los habitantes de pueblos castigados con la radiactividad bélica? Entonces ya no podríamos hablar sin reparos de la vida objetiva y mansa de las cosas. Ese es el sentido último de los textos de muchas de estas imágenes: vincularlas por esfuerzo óptico a lo que quedó afuera, eso que no sabemos explicar del todo pero que no nos abandona, entra en casa, se instala en las realidades baratas de una cocina, las trasciende y desde ellas rebota hasta colarse en la conciencia de quien se maneja entre una aparente falta de evocación de lo cercano. En la vida social nos hemos acostumbrado a que los lenguajes simbólicos, en su anemia descriptiva, se encarguen de aludir a lo real de manera limpia [sic] y eficaz para organizar los comportamientos. Así, de paso, se evitan referencias demasiado directas, demasiado ‘carnosas’ entre el hecho y su aviso, y algo semejante a una asepsia analógica que quiere rayar en lo inocuo nos aleja del pulso vital de las cosas. Bien al contrario, en Interior Acuario se recorre el itinerario inverso: las cosas próximas han dejado de ser objetivas y unívocas; ahora son algo más que expresiones fósiles de una vida fija, interior y cotidiana, degradada por el manotazo de la costumbre. Los textos trataron de hacer de la imágenes de Encarna Mozas un relato: el relato del niño que contempla expectante ese exterior turbulento -cielos de nubes apesadumbradas, árboles agitados por el último viento de la tarde, murallas como encías desdentadas, piedras a punto de desfallecer, farolas que dejan luz de lágrimas sobre los coches de una calle nocturna- y se refugia deprisa en casa suponiendo que se va a librar de él. Pero qué va. Los objetos no son nunca, como creíamos, el último estadio de la mirada sino que se comportan como el detonante de algo en una fluencia que el lenguaje puede estimular. Las cosas son fin y, a la vez, principio. Mediante una suerte de pedagogía de la imaginación, textos e imágenes van trenzando en In-
terior Acuario un haz de vinculaciones con lo único cierto que el sistema de cultos a lo aparente, lo inmediato, lo trascendente nunca nos quiso desvelar: vinculaciones con el horror, con la menesterosidad, con el desarraigo, con la injusticia, con el hambre… ¿No son estos conceptos los verdaderos habitantes espectrales que siguen ahí, esperándonos a las puertas de un mundo interior confortable, dentro del que hemos preservado aquello que nos parecía que por fin iba a garantizarnos “el estado del bienestar”, sustituto indigno de la utopía, concepto envilecido por quienes manejan los límites entre lo real y lo posible? A eso viene esta propuesta. A ayudar a que se rompan las costuras entre ‘dentro’ y ‘fuera’, entre ’lo nuestro’ y ‘lo de ellos’. Porque ellos, los bárbaros, sean quienes sean, vienen a por lo suyo y ya están aquí: en los ojos abiertos de las sardinas, en las uñas paradas de unas pinzas abiertas y en los chillidos inaudibles de una verdura acéfala. Objetos perturbados que se agitan fuera de sí. Fuera de sí. ¿O todavía no nos hemos enterado?
Tomás Sánchez Santiago.