EMMA ZAFÓN
vedette
La periodista
A Beatriz Severino, por recordarme el gol de Nayim cada 10 de mayo
AGRADECIMIENTOS Gracias a mis padres, Pepe y Pilar, por recogerme del suelo las mil y una veces que me he caído. A Albert, Judit, Oihane y Nathalie, por haberse hecho vedettes. A Jaume Borja, que siempre lo fue. A Carlos Peña, a quien nunca incluyo como personaje en mis libros. Gracias a Silvia Farreny, Gemma Peiró, Miquel Reina, Lidia Vicente, Gemma Alemán y Sonia Bagudanch. A Judit y Román. A la gente bonica de Compromís en Castelló, en especial, a Ali, Vero, Enric P., Enric N., Ignasi, Núria, Sara, Carmen Maria y Joan Antoni. A mis amigas Laura, Mireia, Eva, Aranxa, Ana y Estela. A Belén, Alba y Pilar. A Chimo Bayo, que me ha enseñado casi todo lo que sé.
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S
er periodista local es como pasarte la vida lavándote el pelo con aguarrás: sabes que te irás quedando calva poco a poco de forma inevitable. Lo del aguarrás tiene arreglo, basta con ser un poco lista y no hacerlo. Ahora bien, abandonar la prensa local es más complicado de lo que parece porque rara vez puedes escapar de ese instinto voraz que te lleva a desentrañar todos los misterios de provincias. Esos misterios que mantienen en vilo a la sociedad como, por ejemplo, quién fue el responsable del pufo de la comisión de fiestas o cuál es el bar que prepara los mejores carajillos del territorio. Una periodista de raza no descansa hasta dar con la respuesta a las preguntas que se formula la gente en los bares a golpe de caña y puñetazo sobre la barra. Tampoco se rinde hasta que consigue llenar las páginas de su sección forzando temas totalmente absurdos, que también se da el caso. La primera vez que pisé un periódico local pensé que no podía ser tan complicado empezar escribiendo sobre fiestas patronales y acabar trabajando para la BBC. En mi cabeza soñadora todo era posible mientras tuviera tesón y paciencia con los horarios. La redacción en la que aterricé era modesta pero ambiciosa y, como la mayoría de medios de comunicación territoriales, aquella empresa pretendía abarcar todos los soportes informativos posibles: prensa, radio, televisión e internet. ¿Por amor al periodismo y a la información veraz? Qué va. Los medios locales suelen abarcar varios soportes para ampliar al máximo los ingresos publicitarios e, incluso, dar algún que otro palo a los ayuntamientos y diputaciones de turno cobrando un precio desorbitado por el mismo anuncio que acaba apareciendo en el periódico, la radio, la televisión y la página web. 9
Mi primera misión como periodista multimedia (concepto que he acabado rebautizando como multimierda) fue la cobertura del chupinazo de las fiestas patronales de un pueblo. Una cobertura de este tipo consiste en, básicamente, tirar a la basura todos tus manuales de periodismo y mass media de la facultad para aguantar estoicamente que los lugareños te miren el escote mientras haces alguna foto decente y coges un par de cortes de voz para la radio. Durante estas ocasiones, la gente suele ser bastante desenfadada y deja ir perlas del estilo «ha estao muy bien, la hemos pasao de maravilla» o «da gusto ver tanta juventud y tanta mocica por el pueblo» que luego acabas emitiendo por la radio con supina dignidad periodística. Al contrario de lo que los principales teóricos en la materia determinaron hace décadas, al público de proximidad se la suda si el político de turno se ha ido de putas con la recaudación del IBI o si una empresa contrata a personas sin papeles para recoger aceitunas. Los lectores de los medios locales solo ansían a ver a su prima Mari Carmen en el campeonato de morra organizado por la asociación de jubilados o conocer la historia del perro de su vecino, descendiente directo del Pancho que anunciaba la quiniela. Es esta tendencia festivalera de los medios locales la que hace que todos publiquen noticias y crónicas sobre las fiestas mayores de los pueblos cuyos ayuntamientos han pagado previamente en concepto de espacio y publicidad. Los consistorios de los diferentes municipios all around Spain se suelen dejar una pasta para que la página de sus festejos sea más grande y con más fotos que la página de las fiestas del pueblo de al lado con el que están picados desde hace siglos porque sus ancestros íberos se dedicaban a robarse las mujeres. Puede parecer sencillo, pero hacer una crónica de una página entera sobre el chupinazo de un pueblo es más complicado que conseguir una declaración corta y entendible de un político. Siempre acabas cagándote en los muertos de los grandes maestros del periodismo que tanto se llenaron la boca con eso de escribir grandes historias y dilucidar la veracidad entre los intentos de manipulación, pero que jamás se vieron ante la tesitura de escribir 3000 caracteres de una fiesta en la que sale un alcalde rechoncho a tirar un cohete y luego empieza a tocar una charanga. 10
En mi primera fiesta tuve la suerte de coincidir con un periodista de la competencia (sí, incluso en los pueblos más pequeños hay más de dos medios de comunicación) que me advirtió sobre el peligro de no estar alerta en cualquier celebración. — Debes de ser nueva. —Me reconoció con mi pinta de princesa de ciudad y Canon nueva colgando del cuello. —Ten cuidado que dentro de poco empezarán a tirar agua con harina. ¿Qué? ¿Agua con harina? ¿Pero quién coño es capaz de hacer semejante guarrada por diversión? En cuestión de décimas de segundo, el periodista de la competencia me tiró del brazo derecho para meterme de un empujón dentro del edificio del ayuntamiento y protegerme de las ráfagas de agua con harina que habían nublado el ambiente. Aquello parecía un conflicto bélico retratado por un Paco Martínez Soria en horas bajas. Le di las gracias por haber salvado mis sandalias de Desigual de un salvaje rebozado y me presenté sin parar de sonreír, como una estúpida pizpireta que acaba de conocer al chico más guapo del instituto. — Me llamo Valentina. — Yo soy Raúl. El tío se zafó de mí rápidamente y empezó a andar por los pasillos del ayuntamiento en busca del alcalde rechoncho. Yo no entendí nada de nada, así que solo me digné a mirarle el culo mientras se alejaba y a intentar buscar una ventana desde la cual poder echar alguna foto de la gente cubierta de harina. Solo pude volver hasta el coche cuando comprobé que los ánimos de la batalla campal habían arreciado y que ya no existía riesgo ni para mi ropa ni para la cámara de fotos. Me volví a acordar del tal Raúl mientras batallaba con el Quark, el programa para editar las páginas que mi empresa había pirateado para ahorrarse el coste de la licencia de uso. El periodista de la competencia tenía un aspecto demasiado desgarbado para la edad que aparentaba, unos tres o cuatro años más que yo. Era alto y delgado y sus facciones evidenciaban que se había criado a cierta altitud sobre el nivel del mar. Además, llevaba ropa de esa que venden en el Decathlon para la gente que hace escalada y fuma porros. Seguía enfrascada en la página que debía rellenar hablando sobre un cohete, música de charanga y kilos de harina. Lo único que se me ocurría 11
escribir era que no entendía cómo la gente podía invertir su tiempo de ocio pringándose de agua y harina habiéndose inventado ya otros espectáculos como, no sé, el microteatro o el teatro entero. Algo me decía que no podía sincerarme de tal manera porque acabaría ofendiendo a los lectores, así que tuve que valerme de la inspiración que me genera la cafeína y desmelenarme hablando durante líneas y más líneas de texto sobre la maravilla mundial que es salir de casa a escuchar música festivalera mientras tu cuerpo se va recubriendo lentamente de una fina película de harina pringosa. — Valentina, ¿puedes venir un momento? Era la voz de mi jefa, Blanca, una periodista sorprendentemente joven que había llegado a directora a los veintipocos y sin acostarse con el propietario de la empresa, cosa que tenía bastante mérito en este sector de egos y machirulismos. Me levanté rápidamente y fui hasta su despacho. — Dime, Blanca. — Estoy revisando tus fotos del chupinazo de Las Matas y no están nada mal, aunque para la próxima vez intenta que salga más gente de cara. —Mi jefa me miró y siguió hablando para que yo entendiera a qué se refería. —Vendemos muchos periódicos durante las fiestas de los pueblos por dos razones: porque la gente busca la programación de todos los actos en nuestras páginas y, segunda razón y más importante, porque la gente quiere salir. Recuerda siempre estas palabras: a la gente le encanta salir en nuestras fotos para sentirse como alguien famoso cuando va al quiosco y se encuentra a sí mismo entre las páginas del diario. Cuando conseguimos que salga mucha gente en una foto, ese periódico lo compran los protagonistas de la imagen y todas sus familias. Así que tenemos que sacar siempre al mayor número de personas que podamos. En ese momento descubrí una de las dos grandes reglas del periodismo local: hacer muchas fotos a la gente para que compren el periódico y se sientan como la Preysler cada vez que abre la revista Hola. Vi aquel razonamiento todavía más patético que lo de echarse harina por encima, pero lo acaté porque tenía un largo camino a recorrer si algún día quería estar cubriendo noticias para la BBC. Volví a mi puesto en la redacción y seguí enfrascada en la crónica sobre el chupinazo, que acabé rellenando con auténtica literatura de tres al cuarto y expresiones tan manidas 12
como «explosión de luz y color en Las Matas» o «el pueblo ya se ha sumergido en una intensa semana de celebraciones que hará las delicias de vecinos y foranos». Cuando leí la página entera pensé que lo que había escrito era demasiado espeluznante como para ser publicado pero no me atreví a cambiar ni una coma porque la hora del cierre de edición, momento en el que todo debe estar escrito y corregido, planeaba sobre mi ordenador de la misma forma que un político arrepentido planea sobre el partido que le convirtió en corrupto amenazando con tirar de la manta. Así que pasé la página a mi directora y esperé que su criterio no fuera demasiado exquisito. Blanca le dio el visto bueno a mi bazofia y me permitió comprobar que era mejor hacer crónicas festivas escribiendo chorradas horteras que divagando sobre la conveniencia de modificar tradiciones asquerosas como la de pringarse de harina para dar comienzo a una fiesta mayor. Pasadas las diez de la noche pude cerrar mi ordenador y volver al piso que me había alquilado para poder trabajar en aquella ciudad. Ignoré cinco llamadas perdidas de mi novio y me puse a ver telebasura como si no hubiera un mañana. Ya tendría tiempo de ver elaborados programas informativos más adelante. Aquella noche solo aspiraba a desconectar el cerebro y a dormir a pierna suelta hasta las ocho de la mañana. Al día siguiente, en mi segundo día de trabajo, descubrí la segunda gran regla del periodismo local: si un periodista de la competencia intenta hablar a solas con un alcalde durante cualquier acto que no sea político, empieza a sospechar porque te va a meter un gol. Efectivamente, aquella mañana el periódico de la competencia abría su edición con un tema superjugoso sobre la insostenibilidad económica de la planta de tratamiento de purines de Las Matas, el pueblo al que había ido el día anterior y del que no había sacado nada más que una crónica repugnante y cuatro fotos de gente cubierta de harina. — Esto es lo que pasa cuando no nos tomamos el trabajo en serio y perdemos la oportunidad de aprovechar una cobertura para sacar un tema bueno. —Empezó diciendo mi jefa durante la reunión de la redacción de cada mañana. Reunión en la que, por cierto, estaban todos mis compañeros y compañeras, delante de los cuáles me cayó una bronca de órdago. Nada humillante, oiga. —Valentina, ayer mientras estabas haciendo las 13
fotos y la crónica del chupinazo, Raúl aprovechó para hablar con el alcalde y preguntarle por la planta de tratamiento de purines, que lleva meses acabada e inaugurada y que todavía no se ha puesto en marcha. Mira tú por donde, ayer el alcalde le contó a un periodista de la competencia que el complejo no tiene recursos económicos para empezar la actividad. Según explica Raúl en esta noticia, nadie sabe si la planta podrá llegar a funcionar algún día y eso es muy grave. — Blanca, si te soy sincera, no sé ni lo que es una planta de tratamiento de purines. Mi jefa adoptó un semblante serio para continuar echándome la culpa a mí de lo que era un fallo ajeno. Nadie, ni siquiera ella, se había molestado en explicarme algo acerca de la planta de los cojones para que yo pudiera preguntar al alcalde en cuestión durante el chupinazo. — Una planta de tratamiento de purines era un proyecto muy demandado en el pueblo y en la comarca porque actualmente los granjeros no tienen donde desechar todos los residuos de los animales. La caca de los cerdos, vamos. —Siguió explicándome sin tener la intención de asumir la responsabilidad de no haberme puesto en situación sobre ese tema durante la mañana anterior. —El complejo que hay en Las Matas costó mucho dinero, aquí pone que 12 millones de euros, aunque yo no lo recuerdo con exactitud, que se pagó con fondos europeos y con fondos autonómicos a partes iguales, y por lo que se ve ahora toda esa inversión se perderá porque nadie podrá utilizar las instalaciones. Aquí pone que nadie previó el coste de poner en marcha la planta y ahora ni el Ayuntamiento ni la sociedad de productores de porcino pueden pagar el proceso de depuración de las aguas fecales. Tienes que llamar al alcalde y que te lo explique bien, a ver si podemos darle la vuelta a la información y publicar algo digno mañana sin que se note que nos han levantado un tema buenísimo. Darle la vuelta a la noticia sin que se note. Ajá. ¿Y qué más? ¿Te la firmo a ti por haber tenido la idea de copiarle un tema al periódico de la competencia? Por supuesto que no tuve el valor de decir esto en voz alta y lo único que pude hacer fue pasarme medio día mascullando que me había caído un marrón que no me merecía. Lo primero que hice al volver a mi puesto de trabajo fue buscar en internet qué coño eran las plantas de tratamiento de purines. Entré en 14
Wikipedia (porque siempre he sido mucho de apostar por la calidad informativa) y, tal cual habían predicho nueve de cada diez profetas, me di de bruces con un tema de mierda. De mierda pura, de hecho. Porque se ve que las plantas de tratamiento de purines son los sitios en dónde se depura la caca de los cerdos de las granjas. ¡Ay, amigo Pulitzer! Que te estoy acariciando y tú aún no lo sabes. — Sí, ¿quién es? —Contestó el alcalde cuando le llamé por teléfono. — Soy Valentina, le llamo del periódico La Ciudad para hacerle un par de preguntas. —Le dije educadamente. —¿Le pillo en buen momento? — Sí, mujer. ¿Qué quieres saber? — Bueno, era para preguntarle por el tema que publica hoy el Diario Actualidad sobre lo de que no se puede abrir la planta de tratamiento de los purines… — No se puede abrir, no, hija. No tenemos una puta perra. ¿Qué más quieres saber? — Quiero saber por qué me dice que no se puede abrir si ya está toda la inversión hecha. Es decir, ¿hace falta más dinero para ponerla en marcha? — Sí, porque hay que pagar el proceso de depuración. —Me explicó el señor amablemente. —Cada litro que se depura tiene un coste de aproximadamente 30 céntimos de euro. Calcula que cada granjero puede traer varios cientos de litros de purines al mes, lo que supone que se tienen que gastar entre, pongamos por caso, 300 y 600 euros en algo que ahora les sale gratis porque lo tiran al monte. Estamos hablando de gente que paga autónomos, que ahora tiene que adaptar las granjas a la normativa europea y que, en definitiva, ha perdido mucho poder adquisitivo desde que empezó la crisis. Total, que los granjeros no pueden pagarlo, desde el Ayuntamiento tampoco se puede costear la depuración de todos los que lo necesiten, y la sociedad de productores de porcino no tiene un duro para hacer esto. Así que la planta no se abrirá. — Pero, y entonces, ¿para qué se hizo? — Ah, esto lo hicieron así entre la Unión Europea y los del gobierno autonómico y nadie nos dijo que luego nosotros tendríamos que pagar algo. Aluciné. Sencillamente, me quedé de pasta de boniato. Si no lo había entendido mal, en ese pueblo se habían invertido 12 millones de euros 15
procedentes del erario público para hacer una obra sobre la cual no se había calculado el coste de funcionamiento y ahora resultaba que todo era tan insostenible que nadie la iba a utilizar y que los granjeros iban a continuar tirando la caca de los cerdos al monte. Le propuse a mi jefa titular aquella información con un rotundo «La gente es gilipollas», pero no le pareció bien. Así que no me quedó más remedio que hablar con un par de granjeros más y ofrecer una información con cierto análisis económico y varios testimonios de afectados (y sin insultar a nadie). Dejé de ignorar a mi novio para intentar explicarle lo que suponía que en mi segundo día de trabajo hubiera conseguido entender y moldear una información que me había resultado tan compleja a priori. Para mí, había supuesto toda una hazaña poder asimilar un tema del que no tenía ni puta idea y conseguir relatarlo para que los lectores entendieran la problemática. Además, seguía alucinando con semejante malversación de los fondos públicos. — Bueno, pues es como el aeropuerto de Castellón pero con cerdos. —Me dijo él sin prestar a penas atención a lo que yo le estaba explicando. —Los políticos tienen que gastarse el dinero que nosotros ganamos trabajando como esclavos. — Es indignante. — Supongo. —Me dijo al otro lado del teléfono. —¿Cuándo vuelves? — No lo sé. Tengo mucho trabajo. Era mentira. El nuevo trabajo en la redacción me ilusionaba y absorbía tanto que mi única preocupación en el mundo era sobrevivir a los cierres sin que se notara que no tenía ni puta idea de los temas sobre los que estaba escribiendo. Sin embargo, aun teniendo claro que libraría el fin de semana porque todavía no me habían asignado ninguna guardia, no me apetecía lo más mínimo volver a la ciudad para salir con él. Llevábamos meses enfrascados en una rutina extremadamente empalagosa que me había empujado a aceptar un trabajo a 200 kilómetros de casa. Y lo a gustito que estaba yo sola.
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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)» © de los textos: Emma Zafón © de la edición: EOLAS EDICIONES Diagramación: contactovisual.es Fotografía de portada: Emma Zafón ISBN: 978-84-17315-76-4 Deposito legal: LE 363-2019 Impreso en España - Printed in Spain
Si hay algo más estúpido que licenciarse en Periodismo, ese algo es, sin duda, infravalorar las secuelas que el trabajo en un medio de comunicación puede causar en cualquier ser vivo con un mínimo de humanidad. La joven periodista Valentina Millán, temeraria y gilipollas a partes iguales, aterriza en un periódico local dispuesta a iniciar su camino como narradora de grandes historias con las que petarlo muy fuerte y ganar el Pulitzer. ¡Ay!, alma de cántaro. Entre frikis de pueblo, presiones políticas y sucesos surrealistas, Millán descubre que el camino de miserias que se abre ante ella es más jodido de atravesar de lo que sospechaba en la facultad.
C O L E C C I Ó N N A R R A T I V A
ISBN: 978-84-17315-76-4