La sombra de la conjura
© Sergio Alejo Gómez, 2016 © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Diseño y maquetación: Alberto R. Torices Imagen de portada: An Audience at Agrippa’s, Lawrence Alma-Tadema (1876) ISBN: 978-84-16613-43-4 Depósito Legal: LE-431-2016 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España
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crónicas de
Tito Valerio Nerva
I · Misiva de sangre
II · El enemigo interior
III · La sombra de la conjura
Sergio Alejo Gómez
AGRADECIMIENTOS
E
stimado lector, si te encuentras leyendo esta página significa que, o bien te ha enganchado la historia que estoy relatando, o bien te has confundido de libro y simplemente estabas hojeándolo. En cualquier caso, seas de los del primer grupo o de los del segundo, muchas gracias por dedicarle tu valioso tiempo y espero que te decidas a seguir leyendo. Cuando empecé este proyecto allá por febrero del año 2014, jamás pensé que llegaría tan lejos. Allí, delante de la pantalla del ordenador, una historia estaba comenzando a coger forma, unos personajes y un contexto del cual formaban parte. Hoy, casi tres años después, puedo decir que la tarea ha concluido, o quién sabe, quizás todavía no, eso sólo los dioses lo pueden saber. La cuestión es que estoy más que satisfecho con el resultado, jamás pensé que las aventuras del legionario Tito Valerio Nerva y sus camaradas de la Legio IV Macedónica entrarían en la vida y en la mente de tanta gente. Por ello, como todo buen autor que se precie, en primer lugar quiero agradecerles desde lo más profundo de mi corazón a todos los que han leído el libro, por el esfuerzo y el tiempo dedicado a ello. Vosotros, si me permitís tutearos, sois el motor para que todo este engranaje funcione, sois el pilar básico para que yo, al igual que todos los escritores, continuemos trabajando duro para que nuestras obras vean la luz. En segundo lugar, debo volver a agradecerle a mi mujer, Laia, el apoyo que me ha brindado durante este largo y complejo camino que hemos recorrido juntos. Sabes que sin ti este proyecto no habría tenido continuidad, me has dado las fuerzas suficientes para librar con éxito los obstáculos que se me han presentado a lo largo de esta travesía. Supongo que dirás que el único responsable de esto soy yo, pero estoy convencido de que en el fondo de tu corazón estás satisfecha por la contribución que has hecho. ·7·
Este año 2016 ha sido de los mejores de mi vida, tanto a nivel personal como profesional, por lo que bien podría decir que los dioses me han sido propicios. Espero continuar siendo el favorito de la fortuna, aunque no acabar de la misma manera que otros que fueron elegidos por ella. He conocido a mucha gente interesante, a la vez que me he reencontrado con viejos amigos que me han enseñado cosas nuevas o me han ayudado a sacar a la luz habilidades y talentos que tenía ocultos. Gracias, Héctor, propietario de la Librería Universitaria de León y de la editorial EOLAS, por confiar en mí y ofrecerme una oportunidad como esta. Me considero afortunado por contar con tu apoyo en este fabuloso proyecto, que espero sea el primero de muchos que estén por venir. Ese día en el Festival ‘Arte et Marte’ de la Virgen del Camino, el destino hizo que nuestros caminos se entrecruzasen en aquel modesto puesto de venta de libros. Vuelvo a acordarme de todos los miembros de la Asociación Legio IV Macedónica, que otra vez más han querido contar conmigo para llevar a cabo una presentación de mis novelas en la primera edición del Festival ‘Arte et Marte’, de cuya organización se han encargado y que les ha salido genial. ¡Enhorabuena quartani! Espero que esto sea tan sólo el principio de una larga trayectoria exitosa y que vuestro evento se convierta en uno de los referentes a nivel nacional y por supuesto también a nivel internacional. Un recuerdo especial para el centurión de los auxilia hispanos de la Legio XX, con el que he compartido momentos increíbles, y con el que me he sumergido en los grandes momentos de la historia. Sabes que te dije que el historiador no necesita un título académico para decir que es tal, hay muchos que no han podido cursar la licenciatura pero que son tanto o más válidos que los que la tienen. Para tu grupo recreacionista ‘Hermanos en armas’, otro saludo especial por el trato tan familiar que nos han dispensado y nos dispensan tanto a mi mujer como a mí. También quiero hacerle llegar un abrazo especial a mi frater, Juan Revuelta (C.S.A), por ser como es y por su colaboración y participación en esta historia. Como dice la frase de Gladiator: «Volveremos a vernos, pero aún no…». Para ti, Joan Giménez, un saludo y un abrazo muy especial, pues me has acompañado durante los tres libros, dedicándole tiempo y esfuerzo a la realización de los mapas que estos contienen. Sabes que eres un gran tipo, mi otra mitad de los ‘Bad Boys’. Espero que esos proyectos que tenemos en mente se materialicen tarde o temprano. ·8·
No quiero olvidarme de todos aquellos que de manera desinteresada han querido contar con mi colaboración a la hora de hacer presentaciones y entrevistas. Entre ellos, y espero no dejarme a nadie, vuelvo a agradecerles la disposición a Jordi Vilalta, del Centre d’Estudis Rubinencs-Centre de Col·laboradors del museu de Rubí, por facilitarme las instalaciones del Museu Vallhonrat para presentar la novela. A mis grandes amigos del programa de radio de ‘La biblioteca perdida’ que, además de entrevistarme, se tomaron la “molestia” de hacer un pasaje de la historia basado en la escena de Misiva de sangre sobre la batalla de Actium. También quiero agradecer la confianza a Ricard, de la librería La Capona de Tarragona, por montar una presentación dentro del marco del evento de recreación histórica ‘Tarraco Viva 2016’. Por supuesto, gracias al programa ‘Calaix de libres’ de Ràdio Silenci de la Garriga; a Violant Muñoz, su conductora, por haberse leído los dos primeros volúmenes y haber organizado una magnífica entrevista. Por cuestiones logísticas no pudimos hacerla en persona, aunque espero que en la siguiente ocasión el destino nos sea más propicio y podamos conocernos y charlar cara a cara. No quiero olvidarme de la entrevista en directo que me hizo la Televisió de Sant Cugat el día de la festividad de Sant Jordi. Gracias a todas estas personas y entidades por facilitarme tanto las cosas y por mostrarse tan receptivos con los que estamos dando los primeros pasos en este mundo tan complejo. Espero no haberme dejado a nadie, y si lo he hecho, pido disculpas por ello; en la próxima obra, que espero que la haya, os mencionaré, dadlo por seguro. Ahora, sin más dilación, espero que disfrutéis con esta tercera parte de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva, y que os sorprenda de igual manera que las dos anteriores. Sergio Alejo Gómez
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PREÁMBULO
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alieron al exterior de la tienda con las espadas empuñadas. No estaban dispuestos a dejarse sorprender de nuevo por esa rata infame. En un primer momento no vieron a nadie, sólo había oscuridad. Aunque de repente escucharon unas voces que provenían de detrás de la tienda que quedaba justo a su izquierda. Salonio se giró hacia su subordinado y con tono imperativo le dijo: —¿Has escuchado eso, Valerio? ¡Viene de allí detrás, vayamos a ver, tiene que ser él! —¡De acuerdo, señor! —dijo el soldado mientras aferraba con más fuerza su gladius y seguía los pasos de su centurión. No tardaron demasiado en llegar hasta la tienda en cuestión y, al pasar por detrás de ella, se toparon con el origen de las voces. Ambos hombres se quedaron sorprendidos, la escena que se dibujó ante sus ojos fue inesperada. Se detuvieron en seco y se miraron el uno al otro sin saber qué decirse. Justo a unos quince passi de distancia vieron una figura de rodillas, con los brazos extendidos en forma de cruz, y enfrente suyo tres hombres encapuchados que vestían las túnicas militares. Uno de esos hombres le apuntaba con su arma en dirección al pecho. Aunque ese infeliz estaba de espaldas a ellos, lo reconocieron de inmediato por sus ropajes. Era Flavio, esa escurridiza sabandija. Por fin habían dado con él, y por lo que parecía las cosas no le iban demasiado bien. Acababa de ser capturado por unos compañeros suyos. Seguramente le habrían sorprendido saliendo de la tienda a toda prisa, y al ir vestido de esa manera, habría llamado la atención de los legionarios que le habían detenido. Tras tantos días de agobio e inquietud, por fin ese asesino había caído. Valerio lanzó un profundo suspiro, como si se hubiese sacado un enorme peso de encima. Miró de soslayo a su oficial al mando sin apartar la vista del hombre que estaba arrodillado ante sus ojos y que tantas molestias les había ocasionado en las últimas semanas. Salonio se adelantó unos pasos · 15 ·
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en dirección a los soldados mientras guardaba su espada en la funda con suavidad. Parecía ser que estos no se habían percatado de su presencia, ya que el legionario que estaba justo delante de Flavio alzó el gladius por encima de su cabeza dispuesto a asestar un golpe letal al hombre que estaba de rodillas indefenso. Al ver semejante acción, el centurión dio un grito ensordecedor: —¡Alto, detente! El hombre detuvo su brazo justo cuando quedaba muy poca distancia para golpear a su objetivo. Los tres soldados se quedaron sorprendidos al ver cómo un hombre avanzaba hacia su posición, seguido a escasa distancia de otro más joven que portaba su arma en la mano derecha. Dos de ellos, los que estaban en los lados, se pusieron en guardia encarándose en dirección a los recién llegados, mientras el del medio continuaba apuntando con su arma a Flavio. Al observar semejante reacción, Salonio se detuvo en seco e hizo una señal con el puño cerrado a Valerio para que se detuviera. Entonces volvió a hablar: —¡Muchachos, somos de los vuestros! ¡Soy Publio Salonio Varo, centurión al mando de la primera centuria, segunda cohorte! Los tres hombres se mantuvieron en silencio, hasta que el del medio les hizo a los suyos una indicación para que se calmaran y bajasen las armas. Seguidamente, le respondió: —¡Salve, Salonio! ¡Sé quién eres! Al escuchar la voz de aquel hombre, el centurión pareció reconocerla, y más cuando este se quitó la capucha y descubrió su rostro. Al verlo, Salonio le dijo: —¡Salve, Lucio Gémino Falco! ¡Me alegra que seas tú! Al escuchar ese nombre, Valerio sintió un cosquilleo por su columna vertebral. No hacía demasiado que había escuchado ese nombre de labios de su oficial superior. Se trataba del centurión que estaba al mando de la unidad que estuvo prestando servicio de vigilancia la noche que Flavio se infiltró en el campamento y raptó a Marco. Aunque Salonio mantuvo el arma enfundada, él la siguió esgrimiendo, pues tuvo un mal presentimiento. Quizás estaba equivocado, pero era mucha casualidad que ese hombre fuese el responsable de la captura de Flavio. Además, ¿qué hubiese pasado si ellos no hubieran aparecido en ese preciso instante? ¿Habría matado Gémino a Flavio inmediatamente como parecía que estaba a punto de hacer? Esa no era la manera de proceder con un prisionero, lo más lógico era capturarlo con · 16 ·
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vida, en la medida que fuese posible, para interrogarle y sacarle toda la información posible acerca de sus intenciones. Aunque tal vez esos legionarios ni siquiera supiesen que ese hombre era el responsable de la muerte de tanta gente de ese campamento. Cabía la posibilidad de que le hubiesen sorprendido en esa zona del recinto y pensasen que se trataba de un vulgar y simple ladrón. En cierto modo, la lógica le decía que lo más sensato era apresarlo, para que por lo menos diese alguna explicación de por qué iba así vestido y qué hacía en esa zona del fuerte a esas horas de la madrugada. Matarlo directamente era quizás un poco desproporcionado. Justo en ese instante, cuando todas esas ideas pasaban por la cabeza del legionario, su superior volvió a hablar: —Veo que tienes un prisionero. ¿Quién es, si se puede saber? Al escuchar esa voz, Flavio giró la cabeza. Aunque la primera vez que habló no fue capaz de reconocerla, en aquella ocasión, estando más cerca de él, identificó plenamente al hombre que hablaba. Al hacerlo, su captor le dijo en voz muy baja: —Estate quieto y mantén la boca cerrada. Parece ser que al final los dioses te van a otorgar un poco más de tiempo. Lanzó una rápida mirada a sus dos hombres y les dijo en el mismo tono de voz: —Dejad que se acerquen un poco más. Cuando estén suficientemente confiados acabaremos con ellos. No debemos dejar testigos de esto. Luego diremos que fue este miserable quien les mató durante su huida y que nosotros lo pudimos interceptar y darle muerte por lo que había hecho. Flavio escuchó lo que esos tres hombres tramaban. Las opciones se le agotaban, al igual que el tiempo entre los vivos, por lo que tenía que actuar cuanto antes. Quedaba claro que Salonio y el hombre que le acompañaba, al que todavía no había oído hablar, le querían con vida, y debía aprovechar esa oportunidad. Fue por ello que, aprovechando el momento de silencio, gritó tan fuerte como pudo: —¡Es una trampa! ¡Van a mataros…! Antes de acabar la frase recibió un fuerte golpe con la empuñadura de la espada en su rostro. El impacto fue tremendo. Se le nubló la vista mientras caía hacía su derecha perdiendo el conocimiento. —¡Por Júpiter! —exclamó Salonio sacando a toda prisa la espada de su funda—. ¡Valerio, atento! · 17 ·
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No pudo decir nada más, pues inmediatamente uno de los hombres se lanzó contra él con la espada en alto. A duras penas pudo esquivar la estocada que este le propinó, ya que no le había dado tiempo a ponerse en guardia, por lo que optó por fintar rápidamente hacia su derecha y evitar de esa manera el golpe que le venía de frente. Su agresor se dio la vuelta muy rápido y lanzó otro ataque sin darle oportunidad de reponerse. Pero en esa ocasión, Salonio ya estaba mejor preparado, y bloqueó el ataque con su espada con un ágil movimiento que dejaba ver su destreza. Cuando blocó la estocada, le propinó al soldado un empujón con el hombro derecho para apartarlo de encima de él. Se giró para echar un vistazo a la situación, tan sólo un breve instante, y pudo comprobar cómo Valerio ya estaba enzarzado con el otro soldado, y cómo Gémino se mantenía a unos passi de distancia sin intervenir en la contienda. No tuvo tiempo para más, pues su rival volvió a la carga de nuevo. Esa vez buscó una estocada lateral, dirigida a su zona costal. Salonio, que era un hombre curtido en el combate, intuyó el ataque y se adelantó al movimiento de su rival interponiendo de nuevo su arma en la trayectoria de la de su agresor. Ambas espadas chocaron, provocando un sonoro estruendo metálico. Una vez desviado el ataque, decidió que era el momento de pasar a la ofensiva, por lo que ágilmente hizo un movimiento hacia abajo y rasgó el brazo que su rival tenía desprotegido. Este, al notar el frío beso del acero rasgando su piel, profirió un grito de dolor y retrocedió varios pasos con la respiración entrecortada. Esa tregua le permitió observar cómo Valerio estaba batiéndose con el otro hombre. Las armas estaban entrecruzadas a la altura de sus pechos y tras un breve forcejeo ambos hombres retrocedieron unos pocos passi. El legionario aprovechó ese descanso para acercarse un poco hasta la derecha de su centurión y colocarse junto a él, hombro con hombro. Sus rivales se replegaron también hasta quedarse justo delante de su cabecilla. El combate se preveía duro, esos tipos habían recibido el mismo entrenamiento que ellos, por lo que la cosa no iba a ser tan sencilla. En cualquier caso, desconocían por qué les habían atacado esos soldados, aunque lo más extraño de todo era que había sido el prisionero, Flavio, quien les había alertado de las intenciones de estos. ¿Por qué lo habría hecho? Lo que estaba claro era que esos tres tenían algo que ver con él, por lo tanto, debían estar metidos en la conjura y, al haber sido descubiertos, su intención era eliminarles a ellos, los únicos testigos de aquello. Salonio decidió ganar un poco más de tiempo, por lo que les gritó: · 18 ·
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—¡No me esperaba esto de ti, Gémino! ¡Creía que eras un buen oficial, leal a la República! —¿Y en nombre de quién crees que hago esto? —respondió el aludido— ¡No deberías haber aparecido, Salonio, ni tú ni él! —gritó señalándoles a los dos con la punta de su gladius. —¿Por qué haces esto? ¿Por dinero? —volvió a preguntar el oficial. Gémino empezó a reír mientras daba un paso adelante y se situaba entre sus compinches. Entonces dijo en voz alta: —¡No necesito dinero, Salonio! ¡El dinero no puede comprarlo todo, mucho menos los valores y principios! ¡Créeme, lamento profundamente tener que acabar contigo, eres un buen oficial, de los necesarios para ensalzar la gloria de la República, pero hay asuntos que priman sobre mi voluntad! Justo acabó de decir esa frase, cuando los tres hombres se lanzaron de nuevo al ataque. Gémino y el hombre que estaba a su derecha, se lanzaron contra el centurión, mientras que el que estaba situado a la izquierda de este hizo lo propio contra Valerio. Valerio recibió de nuevo la acometida del mismo hombre con el que había luchado tan sólo hacía unos instantes. Este volvió con energía renovada y le lanzó una estocada buscando el pecho. El joven legionario interpuso su arma en la trayectoria de la de su rival para bloquearla. La maniobra tuvo éxito, y su enemigo dio un paso atrás intentando buscar la manera de volver a atacarle. No le dio tiempo, pues Valerio avanzó y fue él quien tomó la iniciativa. Aprovechando que su rival dio un paso en falso, se agachó ligeramente y asestó un tajo lateral sobre su muslo derecho. El hombre no pudo evitar la estocada y soltó un aullido de dolor cuando la recibió. Se revolvió de dolor, aunque ni mucho menos la herida fue suficiente como para frenarle. Quizás fruto de la rabia, o del mismo dolor, arremetió con más furia que en el anterior ataque. El golpe que le propinó fue tan duro que de la misma inercia Valerio cayó hacia atrás de espaldas. Había evitado que la espada le diese, pero en contra había perdido el equilibrio y le había cedido una posición ventajosa a su rival. Este aprovechó su superioridad para asestar una nueva estocada, esta vez dibujando un arco sobre su cabeza, buscando la de su enemigo, que estaba sentado en el suelo. A duras penas pudo bloquear el golpe. Interpuso su arma frente a la de su rival, aunque a causa de la potencia del golpe, esta se le escapó de las manos cayendo unos passi a su derecha. Al sentirse desprotegido, apoyó sus manos en el suelo e intentó retroceder. Apenas se movió, pues no podía · 19 ·
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permitirse el lujo de perder de vista a ese hombre. Al verse vencedor, el agresor se relajó ligeramente, lo cual le otorgó a Valerio la oportunidad de ponerse de rodillas e incorporarse lo suficiente como para arremeter con su hombro derecho en dirección a su estómago. La carga fue contundente, y ambos hombres cayeron al suelo. Valerio, que se había agarrado fuertemente a la cintura de su rival, lo tenía sujeto como a una presa. Fruto de la caída, el hombre perdió también su espada, por lo que el combate se convirtió más bien en una lucha cuerpo a cuerpo sin apoyo de armas. Cuando su rival se recuperó del impacto y se cercioró de que Valerio lo tenía agarrado, intentó zafarse como pudo. Aunque tenía las manos libres, su enemigo estaba sobre él, y como era un gigante no podía moverse apenas. Su primera opción fue golpearle duramente con ambos puños en la espalda, aunque no sirvió para que este aflojase la presa, más bien al contrario, apretó todavía con más fuerza. Estaba empezando a quedarse sin aire, por lo que tuvo que improvisar y buscó otro lugar donde atizar. Se empleó a fondo buscando las costillas y tras dar varios puñetazos, su rival le soltó y se hizo a un lado. Ambos hombres se levantaron rápidamente pues no podían permitirse otorgar ventaja al otro. Buscaron en el suelo las armas, pero como apenas había luz no vieron dónde habían caído. Se miraron de nuevo a la cara durante un breve instante y supieron que lo que iba a venir a continuación sería una prueba de fuerza en toda regla. Sin armas de por medio, lo único que contaba iba a ser la pericia que poseyese cada uno en el pugilato. Valerio decidió esperar a que su enemigo atacara, quería saber a qué tipo de hombre se enfrentaba. Este, viendo la pasividad de su rival, tomó la iniciativa y acercándose un poco más lanzó un golpe con su puño derecho en dirección al rostro de su oponente. Lo esquivó sin demasiado esfuerzo, pero no se percató de que casi simultáneamente le había lanzado otro golpe directo con el otro puño. Ni siquiera lo vio venir, por lo que le sorprendió justo en el momento en el que le impactaba en el pómulo derecho. No fue demasiado fuerte, pero sí lo suficiente como para distraer su atención. Casi de manera inmediata, el rival le dio otro golpe en el estómago, esta vez mucho más fuerte, que le hizo doblarse hacia adelante ligeramente. No podía ser cierto, ese hombre era un buen luchador, en tres rápidos movimientos casi le había tumbado. Retrocedió unos pasos mientras intentaba recuperar el aliento. El hombre le concedió una pequeña tregua, o tal vez se la concedió también a sí mismo. Le miró a la cara de nuevo mientras se llevaba su mano al pómulo y comprobaba · 20 ·
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que se le había inflamado. Esbozaba una sonrisa, claramente se veía superior a su rival. Valerio aprovechó esa leve tregua para ver cómo le iban las cosas a Salonio. Se estaba batiendo con el tal Gémino y con el otro hombre con valentía, hasta el momento estaba aguantando la acometida de ambos, aunque no tardaría demasiado en empezar a flaquear. Enfrentarse a dos hombres a la vez era muy complicado, por muy diestro que uno fuese en el manejo de la espada. Debía deshacerse cuanto antes de su rival para poder acudir en ayuda de su centurión. Si acababan con él antes de que le pudiese socorrer, la cosa se complicaría mucho más todavía. Se puso de nuevo en guardia, protegiendo su cara con los puños y se acercó un poco más a su rival, que al verlo venir adoptó la misma posición. Debía asestarle un buen golpe de inmediato, si lo conseguía obtendría ventaja sobre él. Lanzó un gancho con su puño izquierdo, aunque su adversario lo paró con el antebrazo derecho. En ese instante vio cómo al abrir la guardia para parar el golpe había dejado un hueco. Fue entonces cuando con un rápido movimiento, asestó un puñetazo con toda su rabia en dirección al rostro del sorprendido hombre, que se acababa de dar cuenta de su fallo. Fue demasiado tarde para ese pobre desgraciado, recibió el impacto justo en la zona de la nariz. Casi de inmediato quedó fuera de combate. El golpe fue tan fuerte, que cayó de espaldas al suelo sin sentido. Parecía que la estrategia que había utilizado le había ido bien. Un solo movimiento había servido para noquear a su contrincante. Casi sin tiempo para celebrar su triunfo, Valerio buscó por el suelo su gladius. Cuando dio con ella, la recogió y rápidamente se dirigió hacia donde Salonio se batía contra sus dos oponentes. Se lanzó contra el que tenía más cerca dando un grito para captar su atención. Se trataba de Gémino, que, sorprendido por la repentina aparición del legionario, apenas tuvo tiempo de desviar su arma para bloquear la estocada que buscaba su cuello. Al recibir la ayuda, Salonio sonrió levemente mientras le decía a su subordinado: —¡Has tardado demasiado, muchacho, pensaba que iba a tener que acudir yo en tu ayuda cuando acabase con estos dos! —¡Creo que he llegado justo a tiempo, señor, estaban empezando a superarle! —respondió el soldado sin ni siquiera mirarle. En ese instante, Gémino atacó con más dureza todavía. Daba la sensación que no le habían gustado demasiado las palabras que habían pronunciado sus rivales. · 21 ·
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Salonio, ahora que se veía liberado de uno de sus contrincantes, arremetió con más dureza sobre su rival, que fue retrocediendo poco a poco, estocada tras estocada. El hombre se veía desbordado por la furia con la que luchaba su rival, no podía contraatacar, se limitaba a defenderse como podía. Tras bloquear unos cuantos ataques seguidos, fruto quizás del cansancio, descuidó su flanco izquierdo, error que fue fatal, pues el veterano oficial aprovechó ese instante para asestarle una estocada letal a la altura de las costillas. Se produjo un chasquido, el quebrantamiento de algún hueso, cuando el gladius del centurión perforó el costado de ese infeliz. El hombre se desplomó inmediatamente en el suelo, con el arma clavada en su cuerpo. No le dio tiempo ni de gritar, ya que seguramente la hoja perforó algún órgano vital. Salonio, sin perder ni un solo instante, sacó su espada del cuerpo ya sin vida de aquel hombre y se giró para acudir en ayuda de su subordinado. Al darse la vuelta, sólo tuvo tiempo de gritarle a Valerio: —¡Cuidado, Valerio, a tu derecha! «Demasiado tarde», pensó el oficial, mientras observaba cómo el hombre que había estado luchando con Valerio instantes antes se abalanzaba sobre el desprotegido legionario por su flanco derecho con la espada en alto, preparado para asestarle un golpe en su desguarnecido costado. Valerio tan sólo pudo escuchar un grito de rabia que venía de su derecha, apenas le dio tiempo a girarse levemente, pues tenía su espada trabada con la de Gémino. Se maldijo por haber descuidado ese flanco, pensaba que su enemigo había quedado fuera de combate, por lo que no lo había rematado una vez cayó al suelo. Ahora ya era tarde para lamentarse, no podía eludir el golpe que se cernía sobre su persona. Cerró los ojos para recibir el beso de la Parca, aunque este no llegó. Al contrario, tan solo escuchó un leve silbido y tras él, un impacto. Entonces abrió los ojos sin dejar de hacer fuerza para sujetar la espada de Gémino, para observar con sorpresa cómo el hombre que iba a acabar con él detuvo en seco su carga. Se fijó un poco más y comprobó que de su garganta asomaba la punta de un puñal. Un reguero de sangre salió de la boca de aquel infeliz mientras caía de rodillas, y se desplomaba de bruces en el suelo, ya sin vida. Al ver esa imagen, Valerio retomó fuerzas y, centrándose de nuevo en el enemigo con el que estaba combatiendo, le empujó hacia atrás, ganando cierta distancia sobre él. Miró más allá del cuerpo sin vida del que iba a ser su verdugo, y vio a Flavio en pie, con su brazo derecho extendido todavía. Por los dioses, ese maldito asesino había sido quien había matado a · 22 ·
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su agresor. Ese miserable le acababa de salvar la vida, no podía creer lo que veían sus ojos. Justo en ese mismo instante, aparecieron en escena Cornelio y Aurelio. Esgrimían sus armas en las manos y al ver la situación se quedaron parados. Salonio reaccionó rápidamente y ordenó a los recién llegados: —¡Coged a ese miserable, que no escape! Los dos soldados obedecieron de inmediato y se dirigieron hacia donde estaba Flavio, que viéndose superado, desarmado, un poco aturdido todavía por el golpe que había recibido y sin posibilidades de huir, se limitó a alzar sus brazos y a rendirse sin oponer resistencia alguna. El centurión se acercó hasta ponerse al lado de Valerio, ambos se centraron entonces en Gémino, que se había quedado petrificado ante lo que acababa de suceder. El oficial tomó entonces la palabra y le gritó en un tono autoritario: —¡Ríndete inmediatamente si no quieres que te suceda lo mismo que a tus secuaces! ¡Todavía tienes la posibilidad de salir de esta entero!
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Esta primera edición de LA SOMBRA DE LA CONJURA que completa la trilogía
«L as Crónicas de Tito Valerio Nerva» publicada por eolas ediciones se acabó de imprimir en febrero de
2017
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