LOS GORRIONES DE ARTEMIO RULÁN

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RAFA COFIÑO

LOS GORRIONES DE ARTEMIO RULÁN



Los gorriones de Artemio Rulรกn



Los gorriones de Artemio Rulán

Rafa Cofiño



CANCIONES, GORRIONES, MENTIRAS QUE SON VERDADES COMO PUÑOS

Se aparecen a veces gorriones en nuestras vidas. Estamos desayunando, por ejemplo, en una terraza de alguna ciudad, con gente querida, para aprovechar los últimos días soleados de un verano esplendoroso. Ahí los cafés, los zumos, las tostadas con tomate y aceite. Y aparece entonces, por lo bajo, con sus saltitos arrítmicos, con su temblor en las alas, un gorrión. Se acerca, no se acerca. Quiere siempre coger más de lo que le cabe en el pico, puede y no puede volar. Vienen siempre con el gorrión otros gorriones, pequeña asamblea de piar más alto de lo que les deja el pecho. O estamos, por ejemplo, en la mesa del trabajo. Y llegan al alféizar a posarse tres gorriones. Con su pluma que parece pelo suave, con su color de camuflaje entre la lluvia. Miran adentro como miramos afuera. Se quedan un rato antes de ir a aliviar otras jornadas. Saben lograr los gorriones, cuando aparecen, que “no queramos futuro, solo este instante de sabernos aquí”. 9


Paseando, a veces, vemos gorriones atrapados en lugares que no les corresponden. Hay personas que saben tomarlos entre las manos (ese latido rápido, ese calor de vida) con la única intención de dejarlos marchar. Se aparecen así, a veces, en nuestras vidas, como gorriones, cosas a medio camino entre lo habitual y los días mágicos, cosas a medio camino entre la verdad irrenunciable y la mentira redentora. El hueco que dejan los ausentes, por ejemplo: que están pero no están, que faltan pero nos hablan. “El amor imposible / el amor cotidiano / y el amor no correspondido”. La herida que se abre mostrando la fragilidad y la medicina que la cierra mostrando el milagro. La maldad, que deja intuir lo peor de este mundo, pero regala héroes: una oración que conjura aquello de lo que no queremos ser capaces. Los cachorros, los cuerpos que pueden alimentar a otros cuerpos. Las cartas y los hipervínculos: el presente simultáneo con su asombro de saber que mientras aquí te miro, en otra ciudad están saliendo a pasear batallones de ángeles con los que una vez reímos. Los cambios de planes, encrucijadas que dejan levitando una vida enteramente otra. Artemio Rulán es príncipe sin ley de los gorriones, nieto de todos los niños, abuelo de todos los abuelos. De anteriores testimonios lo sabíamos ya. Sabíamos de Artemio Rulán que es paseador de ciudades, poco acostumbrado a mecer niños, un 10


poco afónico. Que tiene miedo a veces, claro, pero para esas noches guarda en el cajón de la mesita una nariz de clown. Que tiene miedo a veces, claro, pero por lo general tiene sobre todo amor. Que excusa en una conjuntivitis crónica la tristeza que le dan los centros urbanos; que se embarulla con los datos y los nombres pero se pasa meses ordenando sus sueños. Sabíamos ya, y vamos a saber más ahora, que Artemio es la ternura de los buenos y el exilio de los justos; que Artemio cuando se va sigue acompañando cerca; que Artemio cura a otros mas casi nunca sabe curarse él. Que tiene Artemio una manera de mirar en la que “pudiera ser que / las flores volaran / o los niños y las casas / olieran a pan”; y una cojera que no le deja “ir más rápido a todos los sitios en los que sin lugar a dudas tendría que estar ahora mismo”. De Artemio sabíamos, y vamos a saber más ahora, que tuvo un amor imprescindible y un puñado de amigos como quien tiene un hogar. Sí, sabíamos eso, sobre todo: sabíamos de Artemio quiénes van con Artemio. Porque “la historia la habíamos oído en varias ocasiones pero nunca se había atrevido el jodido a contarla en alto siempre otros la habían contado por él que la había ido pasando de mano en mano o mejor de vaso en vaso o de barra en barra”. Todo lo que sabemos de Artemio Rulán, lo sabemos por sus cronistas. Por sus contemporáneos atravesados de cariño que nos lo van trayendo. Hay uno sobre todo, un poeta 11


médico con gafas que se llama Rafa Cofiño y de quien nos preguntamos a veces si es realmente el único que lo conoció. En un libro anterior, La ñoaranza de Artemio Rulán, Cofiño nos había hablado de este hombre como se habla en los libros de poemas de la gente que importa, ya saben: un poco a medias, un poco exagerando, un poco sin respuestas. Pero en este segundo libro, la vocación es la de los viejos cartógrafos. Rafa recopila testimonios sobre Artemio, compila sus poemas, recoge su correspondencia, recuerda en algunos textos también lo que vivieron juntos. Va mezclando, entonces, textos de unos y de otros: de los amigos de Artemio, de Artemio mismo, del amor de Artemio, de quienes un día simplemente se cruzaron con él. ¿Querrá con eso decir que la gente es como la contamos, y que somos la gente que contamos, y que lo que contamos es la gente que somos? Hay que contar a otros para contarse uno. Hay que contarse uno para contar a otros. Hay quien se pregunta si Artemio es de verdad. Bueno: Artemio es gorrión, es canción. Entre la verdad irrenunciable y la mentira redentora. Porque Artemio es literatura. Pero ni más ni menos de lo que lo son siempre quienes viven escribiendo. Resuena este libro a Bolaño, a Cohen, a Pamuk, a Horacio Oliveira. Y se nos ocurre al leer que todos ellos, en la medida en la que los nombramos, son tan mentira como Artemio o 12


como Rafa. Tan verdad como Artemio o como Rafa. Recuerda este libro “la historia de dos muchachas que viajaron a París y de cómo dudaron días y días antes de picar el timbre en la casa de Cortázar y de cómo, al final, para preservar el misterio, decidieron no llamar y nunca llegar a conocerlo”. Artemio es verdad porque todos le hemos visto. En esas apariciones que sugieren historias, en esos sueños apenas recordados, en esas miradas de tren o de café, en esas palabras leídas ya no se sabe dónde. Artemio es alguien que quisimos ser. Artemio es alguien a quien quisimos enamorar. De acuerdo, lo que sabemos de Artemio es deslavazado, la historia que se nos cuenta tiene agujeros. ¿Pero acaso no ocurre esto siempre? Solo en la ficción son posibles vidas que encajen como un puzzle. Los demás, ahí vamos, reuniendo poco a poco parches en un torpe collage para intentar entender nuestro propio relato. “No tratéis de explicarnos con palabras. Que no nos mientan con palabras”. “Me van haciendo / me conforman las palabras”, dice Artemio. Él habita en las historias, y es por eso un homenaje andante a los mentirosos buenos, a las madres que nos contaban historias “para comer y para dormir”. Un homenaje a las “mentiras que son verdades como puños” (no hace falta ser fiel a lo ocurrido para decir verdad). Al fin y al cabo, “para salir del barrio / todo depende / de la capacidad que tengas de contar historias”. 13


Un homenaje, entonces, a la palabra capaz de ser más que palabra, a la palabra capaz de hacerse cuerpo, a la palabra transformadora que hace posibles otras formas de vivir. Así este libro, palabra miope “que pega los ojos al mundo para ver mejor”. Esta carta para cachorros, esta medicina contra la muerte de los muertos, este sésamo del corazón. Así esta palabra que se inventa (ñoaranza, moches, desdudar) o que deliberadamente se equivoca; así esta palabra sin medida que no pone barreras entre cosas que sí y cosas que no. Palabra que pugna por localizar los síntomas, como si al nombrarlos se sanara al enfermo; palabras “signo de buen presagio”; “palabras que te debía para cambiar el mundo”. “Papeles vinchados a la almohada / como una guía torpe en estos días de agosto / para encontrar siempre el camino a casa”. Palabras que trazan preguntas porque “sabemos que no hay respuestas, pero a veces nos gustaría que nos contestasen”. “Palabras que consiguen que el mundo siga girando y que sigamos melancólicos pensando que esto un día tendrá que acabarse y que nos gusta, con todo, nos gusta mucho”. Palabras, para qué negarlo, que dan a veces “ganas de volver a salir corriendo a todos los sitios en los que nunca estaremos y que son aquellos donde las palabras nos sirvan tan solo para pedir bebida y tabaco en los bares”. 14


Pero no. Nunca. Porque Artemio obedece a la luz, respeta la luz, se postra ante la luz. Son sus palabras las palabras solares que aprenden los cachorros. Palabras que dibujan, porque pueden dibujar, porque nada dibuja mejor que las palabras. Palabras mágicas, palabras “que no / diremos / al menos / ahora / no hoy / para no / desaparecer”. Palabras que se regalan en los juegos, palabras que estallan en el goce. “Palabras que vienen a los labios con la misma incoherencia que los cuerpos se arrojan, rompientes acantilados, unos contra otros”. Rulán escribe siempre en poesía porque siempre escribe cartas. Y en una carta no se miente, en una carta no se pierde el tiempo, en una carta no se yerra el tiro. Palabra fronteriza que no cree en las fronteras, la palabra de Artemio es la palabra ternura. La palabra herida. La palabra nosotros. Y la palabra gorrión, por supuesto. La palabra como un gorrión: a medio camino entre lo habitual y los días mágicos. Son los gorriones “el milagro del mundo / a través de una ventana / de barrio”. Los gorriones, como son más pequeños, “tienen el miedo más pequeño también”. Un gorrión junto al mar sería augurio de suerte para algunas familias. Si se hace un rectángulo con las manos para ver el mundo como dentro de un marco, en ese marco cabe, justo, un gorrión. “Es fácil dormir con el beso de un gorrión en la frente”. 15


Nadie sabe cuánto dura un gorrión. Cabe pensar que lleven ahí desde siempre. Porque son pájaros adultos que muchos confunden con cachorros de pájaro. Igual que a alguna gente. Alguna gente que se pasa la vida dedicada a jugar. A jugar a cantar, por ejemplo. Son las canciones cosa de niños que se disfrazan de cosa de adultos para que a los adultos les dejen jugar. Se aparecen, a veces, canciones en nuestras vidas. Estamos desayunando, por ejemplo, en una terraza de alguna ciudad, con gente querida, para aprovechar los últimos días soleados de un verano esplendoroso. Ahí los cafés, los zumos, las tostadas con tomate y aceite Y aparece entonces, por lo bajo, con sus saltitos arrítmicos, con su temblor en las alas, una canción. Se acerca, no se acerca. Quiere siempre decir más de lo que le cabe en la boca, puede y no puede volar. Vienen siempre con la canción otras canciones, pequeña asamblea de piar más alto de lo que les deja el pecho. O estamos, por ejemplo, en la mesa del trabajo. Y llegan al alféizar a posarse tres canciones. Con su letra que parece un sueño suave, con su ritmo de camuflaje entre la lluvia. Miran adentro como miramos afuera. Se quedan un rato antes de irse a aliviar otras jornadas. Saben lograr las canciones, cuando aparecen, que “no queramos futuro, solo este instante de sabernos aquí”. 16


Paseando, a veces, vemos canciones atrapadas en lugares que no les corresponden. Hay personas que saben tomarlas entre los labios (ese latido rápido, ese calor de vida) con la única intención de dejarlas marchar. Gorriones, canciones, palabras. Cosas a medio camino entre lo habitual y los días mágicos, mentiras que son verdades como puños. Apariciones que dejan vislumbrar “la transparente posibilidad de ser, todos los días, sentados así contra el viento, apurando el mar y sin temor de océano, un poco mejores”. Laura Casielles

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¡Oh Artemio! Puedes estar tranquilo Como eres virtual nunca serás incinerado. John Hurley

El tipo resultaba sorprendente, o un guarachero sublime o el come trolitos de la capital, pero siempre, y además le entusiasmaba explicarlo, era un perfecto plagiador. Plagiador también en aquello que nos contó y demostró un día: como los grandes, Rulán al ir andando también escribía. Gustavito Cerra.

—¿Y qué me dice, Rulán, de las aristas? De todas esas calles desbordadas, de la doblez como cálida o como de infancia entre dos avenidas, de la florista siempre de acera en acera y un tango cuando las farolas se curvan modosas a la derecha, abrazando un rubor. ¿Qué me dice, Rulán, de los mapas de la ciudad de cada ayuntamiento? Usted está aquí y en vertical las coordenadas. A ver cómo se salta ahí dentro, todas las rutas con flechas estridentes sobre un mapa crema, café tranquilo. Y la publicidad, la chica de detrás en cueros casi y a ver quién es el valiente que no roza un poco su pantorrilla, saltando al mapa, usted me entiende. ¿Qué me dice, Rulán? —Digo que el hombro. Rozar el hombro que tiene la cur vatura exacta de las calles que lo son de verdad. 19


Hatalía Traveler entrevista a Artemio Rulán en alguna esquina de Buenos Aires. Las palabras las recoge un joven aprendiz de poeta en la mesa de al lado. No sabe de quién provienen, no sabe sus nombres. Pero el las apunta en su libretita maltrecha de tapas oscuras y una muesca minúscula en la esquina superior derecha de la contraportada. Alba González Sanz

Todos los veranos llegabas en tu barquito que venía de un territorio impronunciable. Yo llegaba al bar la primera o segunda semana, sabiendo que ibas a estar ahí, con la luz amarilla que se derramaba sobre ti y salpicaba a los espectadores de siempre que, como yo, iban a mirarte hablar de unas aventuras tan inverosímiles como tú mismo, que aparecías sólo cuando había sol y ya no nos escondíamos debajo de dos toneladas de ropas que nos ahogaban luz y oxígeno. Te sentabas en uno de esos pisos tan incómodos, para ponerte a declamar cosas que todos después comentábamos, que es imposible, que se lo inventa todo, que en realidad vive encerrado en un sótano todo el invierno, inventando estas cosas que después nos cuenta. Pero la verdad es que sí te creíamos, y cuando llegábamos a casa de madrugada nos quedábamos mirando el techo, imaginando esas historias que escuchábamos. Lo creíamos porque nos resultaba imprescindible, porque sentíamos que el reloj a las 7 de la mañana, los papeles, las planillas, el café, el casino, el bus y la tele, se volvían insoportables si no pensábamos en el día en que volverías al bar. Esto lo sé porque de vez en cuando iba para allá en otra época, llegaba como vagabunda perdida que encuentra una islita conocida para pararse un rato, como si ese lugar fuera una colina desde donde identificar el norte. Siempre me encontraba con alguno de nosotros, que se aferraba a un vaso como a una boya, un lugar precario donde descansar sólo un momento. Nos mirábamos, y aunque no nos supiéramos ni el nombre, nos reconocíamos, tú la última vez estabas sentado a la 20


derecha, y tú parada en segunda fila, y eso lo decíamos con una sonrisa leve y sin ganas. Nos hundíamos en el silencio del bar semi-vacío, no decíamos casi nada, apenas comentábamos una canción, la misma que había sonado toda la vida por esos parlantes chicharrientos, qué buen tema, decíamos, o ni siquiera eso, sólo un ruidito, una onomatopeya como uh, o mh, que significaba esta es la canción de siempre, y eso estaba mucho más allá de si nos gustaba o no. A veces traicionábamos ese lugar, nos íbamos, jurábamos que no íbamos a volver nunca, nos asegurábamos que el tiempo de andar perdidos ya había pasado, que era hora de los comienzos. Sin embargo los comienzos siempre se acababan y ahí llegábamos los descomenzados, los recomenzados y los no comenzados, a esperar algo, que podría haber sido cualquier cosa, pero adoptaba la forma de un hombre cruzando el umbral la primera semana de verano. Paulina Contreras

Aunque los gorriones pertenecen a Rulán, hacedor de palabras y ñoarante, hoy le tomo prestados los dos que se posan en el alféizar de la ventana mientras Jero y yo, después de comer, jugamos encima de la cama un juego que consiste en que él golpea con la palma de sus manos en mi vientre, en mi pecho, en mi costado izquierdo, en el brazo del mismo lado, yo me quejo exageradamente y él ríe carcajadas que dejan escapar un hilo grueso de baba que, como un alambre de funambulista en el que harán equilibrio sus palabras futuras, y creo que esta imagen o alguna muy parecida pertenece también a Rulán, se extiende desde su labio inferior hasta el pecho. Los dos gorriones de Rulán se posan en el alféizar e inquietos, temblantes, manteniendo con diminutos aleteos un equilibrio que el nordeste amenaza, recorren el pretil durante unos segundos. Yo llamo la atención de Jero para que los observe y señalo con el índice en la dirección donde los dos pájaros están posados. Jero sonríe al ver mi dedo e imita el gesto sin esfuerzo, ahora que, desde hace unos días, 21


aprendió a hacerlo. Yo le digo, mira Jero, son dos gorriones, macho y hembra. La hembra es la más pequeña de los dos, la que tiene el plumaje pardo. Y el macho, ¿lo ves?, tiene un babero como el tuyo, aunque de color negro, y las mejillas blancas y la cabeza de color gris. Cuando seas mayor, te los mostraré de nuevo y te enseñaré el nombre de todos los pájaros que conozco. Y leerás, si te apetece, los cien libros de Rulán. Los gorriones emprenden el vuelo hacia antenas en las que disputarse el aire y las migas de pan con las palomas. Jero y yo, agotados de pegar, de gritar y de reír, nos quedamos dormidos. Sueño con otros pájaros, zopilotes que en el campo pelean con perros por el cadáver de un burro. Paseo, con Jero en mis brazos y, al ver la furia de la carroña, decido dar media vuelta y regresar al pueblo. Todo el mundo en las calles comenta el espectáculo de los zopilotes y de los perros. Las tiñosas acabarán por invadirnos, dice un hombre que está sentado en la terraza de un bar. Jero continua en mis brazos, sonriente y con el dedo índice extendido, apuntando a todos lados. Me alegro de que sea pequeño aún como para tener miedo. Despierto de pronto. Jero continua dormido a mi lado. Le miro durante unos segundos y pienso qué pequeño y qué valiente. Y pienso también qué triste será la primera vez que sienta miedo. Le beso en la frente. Los gorriones de Rulán, o quizás otros, regresan a la ventana. Durante unos segundos, con saltos diminutos, como antes lo fueron sus aleteos, buscan algo que no encuentran en la tierra de los cactus. Primero el macho. Después la hembra. Desaparecen. Jose Garzón

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Canciรณn para gorriones



Lo Ăşltimo que hizo antes de se morir fue tender un hilito para ponerme al sol Juan Gelman



Canción para gorriones Little children snuggle under soft black stars And if you look into their eyes soft black stars (...) And all the birds shall sing at dawn Blessed and wet with joy You and I will meet one day Under the night sky lit by soft black stars. Antony and the Johnsons

Mirá gorrión, este es el mundo que me empeño en dejarte. Este mundo lleno de preguntas, el agua limpia en las mañanas, la hermana rabia para contestar y luchar por ciertas líneas que el Viento dibuja contra los tejados. Trataré de no dejaros solos, de estar pendiente siempre de lo que necesites; de llevarte la cena y los juguetes y los poemas a la cama; 27


de dormir siempre cerca de ti aunque estemos lejos; de cederte esta absurda habilidad; de batir el aire y la nada en esos intersticios en los que volamos a nuestro antojo. Prestarte la nobleza para mirar las cosas y aunque nos confundan acariciarlas por su nombre: la tinta para tachar innombrables, esa ternura congénita de las reses cabeceando en el monte, y el dolor y la belleza de atardecer lejos de casa pero con la certeza de saber que todas las casas son tu casa y que todos los cuerpos son tu cuerpo. Mirá gorrión: la espuma del sueño para no perderse, la terquedad de abril para nacer de nuevo, la luz dorada en septiembre, la melancolía de enero, el amor imposible, 28


el amor cotidiano y el amor no correspondido. Y veinte películas antiguas. Y un paquete con cartas. Y el olor de un patio. Y el milagro del mundo a través de una ventana de barrio. Y la libertad de vivir en los tejados. Y las calles de tu ciudad. Y el sabor de un hombro salado una tarde de luz,

— el sabor de su hombro salado

una tarde con luz Y el mar. Y un cajón lleno de gafas para todos los gorriones miopes que están empezando a volar.

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Declaración1 Pudiera ser que las flores volaran o los niños y las casas olieran a pan. Entonces no serían flores, niños o casas, más allá de mi deseo de flores volando de niños, de casas, de harina. O serían y entonces serían: flores como aves, casas como hornos o niños como niños a la hora de la merienda.

1 Poema colaborativo con Ignacio González del Rey 30


Índice

Prólogo: Canciones, gorriones, mentiras que son verdades como puños................................................. 9 I. Canción para gorriones.......................................... 23 II. Negra y criminal................................................... 57 III. Las otras historias de Artemio Rulán:.................... 79

39 palabras.......................................................... 79

Cartas................................................................... 99 Grabaciones....................................................... 139 IV. Gorrión para canciones...................................... 179 V. Epílogos.............................................................. 225 Nota final del autor................................................. 239


«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

© de los textos: Rafael Cofiño © de la edición: EOLAS EDICIONES Diagramación: contactovisual.es Fotografía de portada: Jose G. Ojínaga ISBN: 978-84-16613-65-6 Deposito legal: LE-64-2017 Impreso en España - Printed in Spain



Artemio es alguien que quisimos ser. Artemio es alguien a quien quisimos enamorar. De acuerdo, lo que sabemos de Artemio es deslavazado, la historia que se nos cuenta tiene agujeros. ¿Pero acaso no ocurre esto siempre? Solo en la ficción son posibles vidas que encajen como un puzzle. Los demás, ahí vamos, reuniendo poco a poco parches en un torpe collage para intentar entender nuestro propio relato. Laura Casielles

ISBN: 978-84-16613-65-6


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