Microcolapsos

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Microcolapsos


La Colección las puertas de lo posible es un proyecto del Grupo de Estudios literarios y comparados de lo Insólito y perspectivas de Género (GEIG)

Primera edición: mayo de 2019

© Cecilia Eudave, 2019 Publicado mediante acuerdo de VF Agencia Literaria © del prólogo: Carmen Alemany Bay © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Directora de la colección: Natalia Álvarez Méndez Imagen de cubierta: © Adolfo Weber Diseño y maquetación: Alberto R. Torices ISBN: 978-84-17315-75-7 Depósito Legal: LE 242-2019 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com · 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España


Microcolapsos Cecilia Eudave

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Prólogo Carmen Alemany Bay

«Al final todos somos mundos buscando colapsar.» Cecilia Eudave

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ucede que quien escribe el prólogo de un libro tiene, por regla general, algún tipo de relación con el autor; y es usual que se busque al especialista en su obra. Creo que lo anunciado se cumple, pues he dedicado algunos ensayos a la obra de la escritora mexicana Cecilia Eudave, natural de Guadalajara, estado de Jalisco, en donde nacieron narradores tan relevantes como Juan Rulfo, Agustín Yáñez, Juan José Arreola o Guadalupe Dueñas. Pero en esta ocasión, la vinculación con Microcolapsos es todavía más directa. Como explica Ignacio Ballester en sus «Retales coloquiales» del 28 de junio de 2017 —y para que el caso sea contado por otro—, «la escritora se encontraba hasta arriba de trabajo y, siguiendo la recomendación de Alemany, escribió un relato al final de cada día como respiro, premio... para no colapsar. A ella le dedica el último cuento, “De natura”, en conexión con la ecocrítica y los rizomas entre lo humano y lo inusual». Poco después de que Ballester escribiera estas notas, la autora, en una entrevista concedida a Alejandra Carrillo para La Gaceta de la UdG, «Escribir contra el colapso» (17 de julio de 2017), lo ex-

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plicita del siguiente modo: «Después de mucho tiempo de estrés una amiga me recomendó hacer una terapia: cada noche después de terminar el trabajo escribía un cuento, así fueron saliendo de manera natural los personajes y la escritura, que es lo que más amo hacer. Terminó por salvarme». A lo que Alejandra Carrillo añade: «una Cecilia Eudave colapsada de distintas maneras cada día creó los relatos de este libro lleno de humor negro, de tragedia, de ironía, de sarcasmo, como es su estilo, y de universos dispuestos a ser habitados por otros». Y así exactamente fue la historia, y este es el resultado que el lector tiene en sus manos. El libro fue publicado originariamente en 2017 por la editorial Paraíso Perdido, de Guadalajara (México), en su colección «Biblioteca instantánea», y en este mismo año, en que ve la luz en la editorial EOLAS —quien reeditara en 2018, en la colección «Las puertas de lo posible», la novela corta Bestiaria vida de nuestra autora, Premio Nacional de Novela Corta Juan García Ponce (2008)—, se ha traducido al griego y ha sido la editorial OKTANA de Tesalónica la encargada de editarlo. Microcolapsos es el número 5 de la citada colección que con esta publicación se abre a los microrrelatos, completando la presencia de todos los géneros narrativos de ficción, siempre desde la mirada de lo insólito, en su catálogo. La colección «Las puertas de lo posible», dirigida por Natalia Álvarez Méndez, apuesta nuevamente por la autora mexicana, por la misma prologuista de Bestiaria vida —quien esto escribe—, y repite al autor de la imagen de la portada, el pintor mexicano Adolfo Weber. En esta ocasión la imagen nos remite a una


forma que, con los resortes de lo abstracto, conforma una figura humana que pareciera querer escaparse del colapso, y a esta le preceden una serie de líneas que figuran como lanzas que persiguieran al hombre, a la condición humana. Debajo de esa figura, cuya pisada discurre entre manchas —perfectamente trazadas y tan caras a nuestro artista—, pisadas que pudieran prefigurar el vacío o el abismo, se posiciona el mundo natural mediante una imagen animal, un personaje del fondo marino proveniente de un mundo ancestral, del subsuelo, imaginario pero a la vez dotado de perfiles reales. Y es que Adolfo Weber desde la pintura se emparenta con el mundo ficcional de Cecilia Eudave. No en vano, ambos han compartido experiencias de ensamblaje entre lo pictórico y lo literario. La autora escribió una serie de microrrelatos en 2004, «Países inexistentes», para un catálogo del artista y estos después formarían parte de Para viajeros improbables; asimismo, el Centro de Arte Moderno de Madrid hizo una edición del relato Al final del miedo con ilustraciones de Weber en 2014. Microcolapsos es la tercera entrega eudaviana de este tipo de textos que se enmarcan en la máxima brevedad narrativa; a este precedieron Sirenas de mercurio (2007) y Para viajeros improbables (2011). Pero la autora tiene una amplia obra que va desde la hiperbrevedad, pasando por los cuentos, tanto para adultos como para niños, así como novelas para todas las edades. En lo que concierne al cuento, a finales del siglo pasado vieron la luz Técnicamente humanos (1996) e Invenciones enfermas (1997); ya en el actual se editaron Registro de imposibles (2000, 2006, 2014), […] Técnicamente humanos y otras historias extraviadas (2009),

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INTANGIBLES REALIDADES



Fantasmas Para Fernanda Reyes-Retana

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e pasé media vida cazando fantasmas. Buscando las razones por las cuales seguían aquí entre nosotros. Los perseguí por todas partes. Acudí a cualquier lugar donde me aseguraran encontrarlos. Dormía de día, los acosaba de noche. Leí absolutamente todo sobre el tema. Daba conferencias, asesorías, incluso me uní a cruzadas alocadas para capturar alguno. Nada. No quería probar su existencia: existían. Estaba seguro porque de niño veía siempre a mi abuela en el comedor de la casa paterna, a la misma hora, comiendo avena, mirándome con tristeza cada vez que, sin poder aguantar más, iba al baño irremediablemente a media noche. Después, en el trabajo se me aparecía un colega víctima de un accidente. Luego, veía a mi padre sentado en el pórtico leyendo el periódico y esperando a que llegara por mis quehaceres; eso me orilló a vender la casa. Hasta se manifestaba el gato que murió en mi último departamento. Ahora vivo en hoteles y procuro no quedarme mucho en ellos, no vaya a llegar una ánima a importunarme. Creo que veo gente muerta. Entonces sucedió. Mientras tomaba una cerveza en un bar cerca de un cementerio embrujado, a decir de muchos, se me acercó un

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tipo y le conté mi historia. Permaneció callado hasta que terminé y me dijo con mucha seguridad: —Los fantasmas son puros remordimientos, solo eso. De repente se me agolparon los recuerdos: me vi de niño abandonando a mi abuela en el comedor mientras comía para ir a ver la tele; luego al compañero de trabajo que borracho se empeñó en conducir y yo no lo detuve; a mi padre esperándome todas las tardes para jugar al ajedrez y solo le llamaba para cancelar; y al gato que olvidé una semana mientras yo estaba de viaje. Todo esto en segundos. Cuando salí de mi asombro, negándome a creer que a eso se reducían los fantasmas, le pregunté con visible alteración: —¿Cómo estás tan seguro de ello? —Porque yo soy uno de tus remordimientos al que nunca invitaste a un trago en aquella cantina cerca de la escuela aún sabiendo que fingía beber por no traer dinero.


Imágenes de utilería

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omos un colectivo y me pidieron que yo hablara por todos. Nada más para expresarnos, para hacerles conscientes de nuestra existencia y tenerlos al tanto de la situación. Cada vez que se miran a un espejo, el que sea y donde esté —como si fueran Adonis o Afroditas—, se crea un doble suyo: uno más que viene a engrosar las líneas nuestras, es decir, nos reproducimos hasta el infinito. No solamente duplicamos hasta el cansancio sus imágenes, también sus cosas; miles de objetos con pequeñas variaciones caen acá de este lado. Es una locura. Lo peor es que mientras ustedes llevan una vida cuando no se miran al espejo, a nosotros no nos queda otra que lidiar con los múltiples yos: siempre en continua discordia gritándonos, odiándonos, exigiendo espacio o presumiendo la fortuna de ser una copia bien vestida y no andrajosa, sana y no enfermiza, lozana y no envejecida. Por cierto, hay una facción de nosotros a la que no le gusta andar desnudos o copulando todo el tiempo, solemos ser muy crueles con ellos; como también lo somos con las parcialidades suyas/nuestras: ojos, manos, labios, uñas, muelas, espinillas, cejas, o partes muy íntimas, reflejadas en retrovisores o espejitos de bolsillo, no sabemos ya dónde ponerlas. Y no, no nos divierte hacer co-

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llages de ustedes en nosotros poniéndonos bocas en lugar de ojos o dientes sobre la nariz o los pies en vez de manos y así... En realidad, lo único que nos motiva soportar esta situación es esperar su pronta muerte. Quizá porque como universos paralelos tenemos la esperanza de extinguirnos con sus decesos y no quedar atrapados, por los siglos de los siglos, en un armario de imágenes de utilería que alguna vez sirvieron para el narcisismo de alguien.

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Í n d i c e Prólogo, por Carmen Alemany Bay · 7 INTANGIBLES REALIDADES · 23 Fantasmas · 25 Imágenes de utilería · 27 La amante del té · 29 Los observadores · 31 Bacteria mundi · 33 EL DESENCANTO SUTIL DE LAS COSAS · 33 Sábanas blancas · 35 El hechizo de la muñeca envejecida · 36 Recuerdos de una taza · 38 La siesta · 40 Pistolas · 42 ¿SENTENCIAS O ADVERTENCIAS? · 45 Cinco minutos · 47 De esos días · 48 ¿Está despierto? · 50 Sobre el amor y otras cóleras · 51 Al oído · 52 Porque escribes mal las palabras · 53


DE NATURALEZA INSÓLITA O IMAGINADA · 55 Los Uroboros · 57 Laberinto · 58 El demonio del viernes · 60 La sibila · 62 De natura · 63


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