Preludio de una borrasca

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PRELUDIO DE UNA BORRASCA

Colecciรณn Caldera del Dagda



Alberto Masa

preludio de una borrasca

eol a s ediciones



El cielo de San Petersburgo (Agradecimiento y dedicatoria)

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escubro subrayado en un Umbral de hace veinte años en mí (57 aproximadamente en Francisco Umbral) que Ignacio Aldecoa era más poeta en sus cuentos sobre poceros que muchos poetas en sus lirismos amanerados. Más abajo el viejo Aldecoa suscribe el epitafio del maestro: Un cuento o es un riesgo que se corre o no es nada. Es esta habitación desde la que escribo un cuento, pues esa entidad llamada Yo no es otra cosa que un cuento. Se ve, cada día, en la vida donde esa entidad resume su idea de cielo entre cuatro paredes. A veces no es así. A veces trabaja en otras cosas, incluso hipoteca la habitación para seguir haciéndolo. Sólo se ve en las letras que aún no ha tecleado. En esos hijos, de tinta, que aún no ha parido. Su madre, en vida, una vez o dos, le dijo, en cuanto al parto (por qué no también en cuanto a la partitura), que su nacimiento fue muy doloroso. Ella, en el momento de nacer, que fue antes de que él naciese, pesaba menos que ahora. En recuerdo es una mano, 7


suave, sujetando una cuchara, más pequeña incluso que la madre y el propio hijo, que partía de camino hacia una boca que era la de ambos, hijo y madre. El hijo como madre y la madre como el hijo. El eterno nacimiento de una conciencia única dividida en dos seres que, hoy, no tienen cabida en una existencia que no sea un cuento, que no sean cuatro paredes y una máquina deseante dándole a las teclas de su Commodore. A Wilhelm Reich lo amo, porque nadie lo quiso en ningún lugar donde fue invitado, sólo por nacer incluso, o acogido. Ni Alemania, ni Rusia. EEUU, cárcel, enfermedad y muerte. Qué envidia de mamá, que buscó, sin buscarla, la posibilidad de leer, aunque fuera en francés y por mucho que no supiera otro idioma que el de su pueblo, La función del orgasmo o La revolución sexual en los años sesenta. Ni la enfermedad lo quiso, como a ti, mamá. Y ya ves, aunque no veas (yo tampoco lo hago), apenas soy consciente de que le estoy hablando a una tumba, aquí todavía muchos estudiantes, entre quienes me incluyo, eterno estudiante de la nada (como Lorca, granadino), leen Análisis del carácter, se buscan en tu lectura, en la lectura que ninguno de los dos asimilamos, ya fuera por falta de carácter, ya fuera por no saber otro idioma que el que había entre tú y yo. Una comunión de lengua que da el pésame, a falta de ti, a sí mismo, un dudoso sí mismo que, en ti, fue una prolongación, el caudal arenisco de eso que tú me diste y que los hombres y las mujeres llaman, como tú y yo, en nuestro sutil idioma agonizante, vida. (Mamá me llama, nos llama, a ella, a mí y a todos vosotros, degenerados hijos de nadie.) He tenido muchas madres, e incluso he sido ellas, algunas han sido más jóvenes que tú y hasta que yo. Las he amado, más / menos, como te amo a ti, como me amo a mí en ti, en tu ausencia, la 8


ausencia del único idioma asimilable: el mundo (o el cordón umbilical). Escribiendo siento cierto ápice de libertad, de moverme en ese mundo que fue nuestro, también nostalgia de otra vida u otras vidas. Me descubro en el idioma que sólo tú me enseñaste, así como aprendiste de mí, que sigo, a veces de pie y otras sentado, en una habitación que hemos decorado juntos, y seguimos haciéndolo, por mucho que tú ya te hayas instalado en el no idioma. Apenas el sonido de una gota de hielo muerto reverberando en una cueva que no existe. Madre sólo fuiste tú, una vez, cuando me concediste la vida. Sobre la ley que impera en un universo en donde renace mi manera de morirme (en ti, en el hecho de que ya no estés al bajar a la cocina): Los antipsicóticos. Hay muchas clases de antipsicóticos, igual que hay muchas clases de recuerdos y hasta de sueños. El padre de los antipsicóticos no es recomendable para manejar un sueño a tus anchas (ese sueño que sólo tiene el nombre de la madre). Ni siquiera para recordarlo. Haloperidol. Sigue en mi botica. A veces decido estar muerto. Acabar con el pensamiento del mundo, con el pensamiento del padre que no he sido, de la mano de quien tú fuiste y sigues siendo. Sin ti mi cielo de san Petersburgo, que fue nuestro, es sólo interpretar el mundo, que no es de nadie. Ni tuyo, ni mío, ni de los dos, ni de la vida, ni de la muerte, ni siquiera del propio mundo. Recuerdo de un lugar: Tú como lugar. Móstoles, la guardería, Nicolás Velasco, Ciriaca Llorente, Aluche. Yo me escondía en una arboleda rodeada de bloques despintados, jugando, contigo, que me enseñaste que la vida era juego, entre otras muchas cosas; dejándome encontrar unas veces, otras no. Una imperdonable vez te hice llorar. Permanecí en el callejón, ilusionado en la idea de que tú, 9


que eras el mundo, no pudieras encontrarme. Hoy te busco yo, y la vida es una ciénaga, un juego de espejos invertido y oscuro. Aquel sonido de una gota de agua cayendo sobre mi cabeza, como si fuera tu mano, madre, que surgiste de un cuento del que soy personaje, tu vida en vida, aparte de la razón por la que mañana he de ir al médico. En las salas de espera de los médicos leo muchos de mis libros de cuentos, que fueron tuyos antes incluso que de quien los sacó o vendió, no puedo saber si leyéndolos antes o no, de la manera en que yo los leo, sometido a toda equivocación que me permita seguir vivo, incluso ilusionado en una vida que se te llevó hace mucho, leo cómo (un respeto por esta tilde) los leerías tú, aquí y ahora (mañana sala de espera), en esta habitación que da a un árbol y en la que hay libros (muchos) de muchos autores que han sido, como yo ahora, tú, de distintas épocas, antiguos como la leche, siempre materna, a día de hoy, noche cerrada, cielo de san Petersburgo, compañía silente, calórica como la cena del 12 de noviembre de 1985 en la cocina de la casa de Valseca, donde vi por primera vez a Dios en el ciego proceso de una digestión, nunca sabré si tuya o mía. Y, sin embargo, oigo que la televisión está encendida, allá, en otro universo.

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Prólogo

En la trinchera con Masa

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lgunos dirán que es fácil conocer a Alberto Masa leyendo sus textos, pero yo diría que no. Este es su cuarto libro publicado, y en la misma editorial; en estos días en los que es casi imposible que autores y editores encuentren una simbiosis en el depredador mercado del libro es casi una proeza. Pero la proeza se comprende cuando examinamos la tetralogía que firma Alberto Masa en Eolas, empezó con el divertido y tremendista Roberto Alcázar supongo, un torrencial poemario en el que se explora a sí mismo como un aviador acrobático, jugándosela a ras de suelo. En Inconcreta desdicha la novela se encarnizaba en una crónica farmacológica que posiblemente no llegó a ser entendida; y en la tercera entrega del universo Masa, Confesiones de un hombre raquítico, el amor y un glorioso patetismo agridulce yacían en unas páginas en la que su autor parece mostrarse, pero quizás, más bien, se camufla. Alberto Masa sólo sabe ser fiel a sí mismo, por eso no intenta saber de tendencias ni modas; sin embargo es un lector atento y 11


pendiente de las últimas novedades de sus santos particulares; podría revelarlos, coincido con él en muchas devociones (y por qué no decirlo, repulsiones), pero prefiero que el lector saque la vara de zahorí y busque en el territorio Masa las influencias de las que se nutre. Él es escritor, no mago, así que no se preocupa por esconder sus trucos, no es difícil descubrir las estampitas que forman su santoral, y es un ejercicio lector gratificante, aunque no exento de dificultades. Supongo que ya me he hecho mayor y pertenezco a la generación que admira a los escritores por sus influencias y lecturas; esta es una de las cosas que me hace amar a Masa. No se trata de un escritor de los que ocupan las primeras planas de los periódicos o de los que tienen en el armario un montón de exabruptos que exhibir en los estudios de televisión; él pertenece a una estirpe silenciosa y nocturna. Sin embargo no es tímido, es fácil encontrarle en las redes sociales. Probablemente estará tomándose un café a las tantas y seguro que tendrá un cigarrillo en los labios; y medio millón de colillas en el cenicero. Es un escritor de pantalla de ordenador, de día encerrado en casa, de los que “piensan con los dedos” (le escuché decir una vez). Alberto Masa a veces se desespera y es entonces cuando se arranca con sus mejores páginas. Como el cantaor ebrio que, de repente, cuando la noche está vencida, rompe a cantar solamente para dejar constancia que sigue ahí, de que la undécima botella de vino no le ha tumbado y de que el talento no sabe de lógica o de horarios. Preludio de una borrasca pertenece a este tipo de inspiración: esquinada, noctámbula, arrancada de alguna hora de la madrugada que sólo existe para Alberto Masa y de la cual estamos exiliados el resto de mortales. 12


Este libro tiene un ritmo de respiración, es un torrente de relatos cortos que se esparcen como los días, pero está escrito por alguien que sabe capturar el rayo de luz que flota en el polvo de una habitación oscura y que sabe extraer la poesía devastada de las cosas. Solamente él puede terminar un relato con una frase como “Era consciente de que tenía sobras de lentejas en la nevera cuando me levantara”, o empezar otro con “Echo muchísimo de menos encontrarme con personas decapitadas cuando salgo a que me dé el aire”. Y esto no lo escribe con aspiraciones a épater les bourgeois; no hay impostura alguna en su literatura, solamente hay una verdad que a veces duele y a veces no. Que simplemente está ahí para ser retratada con vertiginosos trazos de cotidiano delirio. Preludio de una borrasca no está escrito para ser comprendido, sino para ser leído. No tiene sentido que usted, lector, saque la bandera blanca y salga de la trinchera con las manos en alto; lo único que puede hacer es seguir disparando, colocarse al lado de Alberto Masa, contemplar las regiones devastadas y compartir un cigarrillo con él. El escritor no inventa las batallas, pero las cuenta; y las pequeñas guerras que se relatan en este libro son las que todos vivimos. Decía al principio que algunos dirán que es fácil conocer a este autor por sus textos, pero en cuanto usted lea esta colección de relatos, comprobará que no es así. Probablemente cada línea esté más cerca de usted que del autor. El escritor siempre irradia, y el lector siempre se impregna. Quizás Masa estuvo alguna vez dentro de estas historias, pero hace mucho que ya no está en ellas; ahora estará en otro lado, ¿quién sabe dónde? Este libro probablemente no irrumpirá en la lista de los más vendidos, ni puñetera falta que le hace. Pero sí servirá para que muchos conozcan a un autor que todavía es secreto y que se llama Alberto 13


Masa. Y, ¿qué quieren que les diga?, los secretos están para contarse; pero antes déjense contar por las páginas que siguen. No se resistan. Todos estamos dentro de ellas. Alberto Ávila Salazar

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preludio de una borrasca



Un ser inane

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esde hace dos días, durante uno de los sueños, ha aparecido en mis imaginaciones un ser que, de primeras, consideré inane. Me he forzado a adivinar en qué fiesta lo conocí bajo apariencia, en qué grupo y mesa, restaurante (debía de tratarse de una boda o comunión, o algo por el estilo). Era menor que yo y vestía un traje azul de línea suave. Gordo, con los ojos azules, pequeños y cómplices de mi, seguramente, comportamiento animal. Desde hace dos días intento saber cuál era mi edad para adivinar la suya, que era menor y, desde luego, eso me ha traído a preguntarme la edad que tengo yo ahora, mientras tecleo todo lo que me viene de ese desconocido con grandes mofletes, alegre en su, seguramente, primer traje de boda, comunión o lo que se celebrase, que no sé lo que es y que creo que siempre ha dado lo mismo. Quizá ha venido al sueño de hace dos días para vengarse de mi animal, a llamarle bestia, por si poco lo supiera. El enigma me tiene desconcertado, al igual que al animal que dije antes y que es, en verdad, el enigma de un animal más que un animal. A qué bofetada, me pregunto, responderá este 17


patadón al aire del inconsciente (que siempre da al aire cuando patalea, lo que no necesariamente implica que te salpique, quizás, el chicle de la bota). Yo hablo con él, ya despierto, de un sueño del que no me viene más que su presencia inane, anodina, torpe, patizamba e inútilmente sonriente. Me pregunto quién ha elegido su traje y si ha probado mujer. Estoy también dispuesto a ser esa mujer (chata y amplia, poco habladora, de cocina, casa, peluquería y dos niños) y, de hecho, soy esa mujer, e incluso esos dos niños que han heredado dos inanidades en dos ojos y, no obstante, se aplican en el colegio, a cambio de mi fama, imaginación y herencia (si es que queda alguna). Como no sé cómo te llamas, te voy a llamar Adolfo, pues tu cara, que representa ya varios actos desde ayer de mañana en mis imaginaciones, me recuerda a los Adolfos. Te tecleo sin conocerte de nada, querido Adolfo, inane mío. No me lo tomes en cuenta, pues es lo mismo que hago conmigo otras noches, con el animal o su enigma, del que te hablé atrás y que te dije y me dije que eran una misma cosa. Me veo a mí y es tu mirada, que en mí es la más inocente que hoy recuerdo, la que me escudriña, tenebrosa y cómplice de esos hielos que no quiero, Adolfo, para ti. Querido Adolfo, sólo quiero ser tú en lugar de este tirano, del animal que no tiene nombre a quien no sólo miraste sino que además reíste las gracias, que eran, seguramente, las de un animal que, probablemente debido a los licores y otras drogas, se ha despedido de su enigma, como si tal cosa, de un empujón que nadie ha visto y nadie ha querido ver. Ese ligero encontronazo es quizás hoy tu belleza, o tu bondad, me da lo mismo. En mis imaginaciones eres el verdadero dueño de esas buenas mozas que han venido a comer a mi mano en esos días de primavera que pasé en mi pueblo en 1995 acompañado de unas lecturas que, en aquellos años, me creía que tenía que hacer, pues el objetivo que 18


entendí entonces era el del saber y el de la estrella, y tú, con tu inane presencia de mejillas sonrosadas y un brillo leve y tonto en tus azules y pequeños ojos, has venido a decirme que me levante. Y yo, efectivamente, me he levantado, te he saludado como he supuesto que se saluda a los príncipes y dicho gracias, así como hoy te escribo adjunto a dos deseos que debieran cumplirse en un mismo tiempo: que vengas, y que desaparezcas. * Ya dudo si soy yo tu bufón o el señor de todos esos latifundios que ves cuando te permito mirar por mi ventana, que tampoco es que sea mía esa ventana. No sé quién la construyó o si estaba ya antes de que fabricásemos todos esos muros que, piedra a piedra, la rodean. En la entrada referida a ti te llamé Adolfo pero hoy no sé si llamarte ángel del cielo. Quedé en que te conocí en una celebración pero, ay, quizá te conocí en la única celebración de la que tengo recuerdos y, sin embargo, no he estado jamás, ni húmedo ni seco, como distinguía Rubén (poeta húmedo) a los demás poetas, siempre sobre el marco de esa ebriedad llena de ángeles como tú a la que llamamos cielo. Quizá eres un impostor en ese cielo. Quizá el cielo sea también un impostor. Quizá la ventana que dije al principio no vaya a dar sino adentro de unos muros que también dije y que quizá no existen. No soy señor de ningunos latifundios ni he contratado bufón alguno que no sea una muy ligera idea de la vida que llevo que, por supuesto, también consiste en tropezar ante una piedra que tú, ángel mío, has puesto ahí para ver si es verdad que había aprendido 19


de la última vez que me la pusiste y también tropecé, de la misma manera, en el mismo parque y bajo el mismo sol. El infierno, según Blake por ejemplo, corrígeme si quieres, también son esas cosas que ni siquiera podemos ver en el infierno. Yo sólo te conozco de un sueño que tuve y allí eras lo que yo no quiero ser y también lo que descubro en el espejo de los párpados cuando cierro los ojos y procuro observar, como si yo pudiera (como si alguien pudiera) de qué está hecha mi oscuridad, (al abrirlos veo siempre, por mucho que no lo creamos, un ángel desvistiéndose del traje azul que le ha sido concedido para asistir a la misma celebración a la que yo he asistido sin recordar cuál es, y sin querer recordarlo.) Adolfo, ángel del cielo, eres también uno de esos trabajos manuales que recuerdo hacer en el colegio cuando yo no era más que un niño (y a saber, escoria, qué eras tú entonces). Uno de esos trabajos en los que hay que ponerle pegamento a varias capas de cartulina para, primero la mayor, luego la segunda mayor, ir construyendo un relieve sobre un marco que también es el de una cartulina. El resultado es el bosque por el que camino de regreso a casa de mis padres y, no más, tengo los dedos pegajosos de los restos de pegamento que te han ido haciendo a ti, Adolfo, fiera y ángel del mismo bosque, sumado el cielo, que eres en una clase de viernes de 2º de la EGB, hace tantos años como quizá tú aún no tengas. (Creí que me había olvidado de ti. No creas, también he tenido otros sueños. Sin embargo, veo que persistes cuando tecleo y busco y me digo entre todas estas teclas. Soy tu corazón. Dejémoslo así y démonos la mano como si nada de esto hubiera ocurrido. Te lo pido de rodillas, sin que tú te des cuenta ni jamás vayas a leer estas palabras.) 20


Quizá seas el whisky de hoy o de cuando te conocí, qué importa me digo si, total, el whisky, ese oro ardiendo cuya aspiración es la bilis, no sabe crear imágenes, sino desmontarlas, quemarlas, aniñarlas en la única bondad que sabría ahora concederle, tras un par de hielos más ¡Mañana no voy a hacer nada! Y tengo miedo de que, en ese mañana, también estés tú, con tu inanidad y traje, sonriéndome estúpidamente desde la silla que hoy empleo para escribirte, inútilmente, puede ser, pero sin sonreírme nada. Soy tu padre, recontra, mientras tú eres esos versos de Vallejo que dicen: Me gusta la vida enormemente pero, desde luego, con mi muerte querida y mi café y viendo los castaños frondosos de París y diciendo: Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla… Y repitiendo: ¡Tanta vida y jamás me falla la tonada! ¡Tantos años y siempre, siempre, siempre! No puedo añadir nada sobre ti, primor. Como mucho me pregunto si quedará sopa de sobre para después de las doce.

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Índice

El cielo de San Petersburgo (Agradecimiento y dedicatoria) ������������� 7 Prólogo. En la trinchera con Masa, por Alberto Ávila Salazar ������ 11 Un ser inane ��������������������������������������������������������������������������������������������������� El frío ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� Trastorno (leves giros al inicio de Suicidio, de Levé) ��������������������������� Niños de amor ���������������������������������������������������������������������������������������������� El conciliador ������������������������������������������������������������������������������������������������ La iglesia de los desamparados ������������������������������������������������������������������ El recreo ���������������������������������������������������������������������������������������������������������� Las ocurrencias ��������������������������������������������������������������������������������������������� Whiskey ��������������������������������������������������������������������������������������������������������� Berta en la cafetería ������������������������������������������������������������������������������������� Dolor ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� Los mejores ���������������������������������������������������������������������������������������������������� Canción de madrugada ������������������������������������������������������������������������������ La una en punto de una fría madrugada en cualquier punto […] Roma ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� Los juguetes ���������������������������������������������������������������������������������������������������

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El hombre de campo ������������������������������������������������������������������������������������ 77 Con todos ustedes… ������������������������������������������������������������������������������������ 81 Samoa ������������������������������������������������������������������������������������������������������������ 87 Una Nochebuena en casa de Papá Oso ��������������������������������������������������� 91 Las apestosas mentes ������������������������������������������������������������������������������������ 94 Silvia ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� 96 Solipsismo ������������������������������������������������������������������������������������������������������ 99 Luna llena (primeras y últimas palabras de Matilde […] ������������� 106 Dos hombres ���������������������������������������������������������������������������������������������� 110 Un par de tercios ��������������������������������������������������������������������������������������� 112 Conversación de difuntos ������������������������������������������������������������������������ 116 Acerca de Paula (carta abierta a una tía lejana) ������������������������������ 120 El candil que da luz a lo inextinguible ������������������������������������������������ 125 Wild is the wind ���������������������������������������������������������������������������������������� 130 La úlcera ������������������������������������������������������������������������������������������������������ 134 Una maqueta ��������������������������������������������������������������������������������������������� 137 Das erste Mal ��������������������������������������������������������������������������������������������� 141 Siglo raro ������������������������������������������������������������������������������������������������������ 143 Los jueves ���������������������������������������������������������������������������������������������������� 145 Monologuistas ������������������������������������������������������������������������������������������� 149 La sanación ������������������������������������������������������������������������������������������������ 154 Padre e hijo ������������������������������������������������������������������������������������������������� 158 Mein Kampf ������������������������������������������������������������������������������������������������ 161 Amor para perras y perros ���������������������������������������������������������������������� 165 Los señores del barrio ������������������������������������������������������������������������������� 167 La culpa ������������������������������������������������������������������������������������������������������ 170 Extraños virajes en el parón del vuelo de ciertas aves ������������������������ 173 El reloj ��������������������������������������������������������������������������������������������������������� 177 Las flores ������������������������������������������������������������������������������������������������������ 179 El extraño caso del señor Walser ������������������������������������������������������������ 182 El preso número nueve ������������������������������������������������������������������������������ 184

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Belcebú ������������������������������������������������������������������������������������������������������� El extraño ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Mi vida con el fantasma, también llamado Locura […] ���������������� Diario de un hombre de cera ������������������������������������������������������������������ La casa en lo alto de la montaña ������������������������������������������������������������ Un yonqui ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Dueña del oro y de las bombas ��������������������������������������������������������������� El nido �������������������������������������������������������������������������������������������������������� Lo que fue el mundo ��������������������������������������������������������������������������������� Los enfermos ���������������������������������������������������������������������������������������������� La justicia ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Oda por un muermo ��������������������������������������������������������������������������������� El regalo ������������������������������������������������������������������������������������������������������ Mi psiquiatra ��������������������������������������������������������������������������������������������� El gordo ������������������������������������������������������������������������������������������������������ Las mujerzuelas ���������������������������������������������������������������������������������������� El gato del vecino ��������������������������������������������������������������������������������������� Domingo en Connética ���������������������������������������������������������������������������� Amapola ������������������������������������������������������������������������������������������������������ La trama ������������������������������������������������������������������������������������������������������ Demorí ��������������������������������������������������������������������������������������������������������� Encomio del sirviente ������������������������������������������������������������������������������� Los domingos ��������������������������������������������������������������������������������������������� El vino del hombre depresivo ������������������������������������������������������������������ Todas las tardes de la ciudad ������������������������������������������������������������������ Los regalos ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Los diarios de Albertícola (compuesto básico de una […] ������������� Cartografía de un viernes ������������������������������������������������������������������������ Cine ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� La guitarra española ��������������������������������������������������������������������������������� El calor de esta noche �������������������������������������������������������������������������������

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El paciente ��������������������������������������������������������������������������������������������������� Thymus y circo ������������������������������������������������������������������������������������������� Aperturas de cieno y prisa de navajazos ��������������������������������������������� El interior de la casa ��������������������������������������������������������������������������������� Amistad ������������������������������������������������������������������������������������������������������� Quién sabe si algún día, cuando tú me perdones ������������������������������� El ruido ������������������������������������������������������������������������������������������������������� La alegría de cada casa ��������������������������������������������������������������������������� El deporte ���������������������������������������������������������������������������������������������������� Alberta ��������������������������������������������������������������������������������������������������������� Ella ��������������������������������������������������������������������������������������������������������������� Laura ������������������������������������������������������������������������������������������������������������ Los afortunados ���������������������������������������������������������������������������������������� El animal despierta solo como el invierno ������������������������������������������� Los cuentos de los bolsillos ���������������������������������������������������������������������� Los monstruos ��������������������������������������������������������������������������������������������� We don´t need another hero ������������������������������������������������������������������� Towin Tola, el nacimiento de la noticia ������������������������������������������������

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Otros títulos de la Colección Caldera del Dagda 1. La sombra del Toisón. El relato oculto de una conjura Pedro Víctor Fernández 2. Educando a Tarzán Francisco Flecha Andrés 3. Braganza César Gavela 4. EL INFIERNO DE LOS MALDITOS. Conversaciones con el mal (I) Luis-Salvador López Herrero 5. EL HOMBRE INACABADO y otros cuentos Aníbal Vega 6. Perro no come perro, veinte relatos inquietantes Ricardo Magaz 7. Segundo cuaderno de St. Louis. Diario, Volumen VII Luis Javier Moreno 8. secretos de espuma Cristina Peñalosa Giménez 9. Iluminada Alberto Ávila Salazar 10. CONFESIONES DE UN HOMBRE RAQUÍTICO Alberto Masa 11. la verdadera historia de montserrat c. Luis Miguel Rabanal 12. EL INFIERNO DE LOS MALDITOS. Conversaciones con el mal (y II) Luis-Salvador López Herrero 13. WASSALON (V Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón) Salvador J. Tamayo 14. DÉJAME DECIRTE QUÉ DÍA ES HOY Rafael Gallego Díaz 15. 40 Óscar M. Prieto 16. Álbum de sombras Elías Moro 17. LA MANO QUE EL PERRO LLEVABA EN LA BOCA (VI Premio de Novela Corta Fundación MonteLeón) René Fuentes 18. poscontemporáneos Ignacio Fernández Herrero 19. un viento raro Enrique Álvarez 20. en el estanque de peces de colores Rafael Gallego Díaz



© Alberto Masa, 2018 © de esta edición: EOLAS ediciones www.eolasediciones.es Dirección editorial: Héctor Escobar Diseño y maquetación: Alberto R. Torices (www.albertortorices.com) Fotografía de cubierta: Greg Kantra (www.unsplash.com · Con Licencia CC0) ISBN: 978-84-17315-24-5 Depósito Legal: LE 262-2018 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com · 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España





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