Quiero ser una caja de m煤sica
Colecci贸n Seinne
Proyecto desarrollado por: Marifé Santiago Bolaños y la Fundación Fondo Internacional de las Artes (FIArt-XTRart) para colaborar en la erradicación de la violencia de género
Los beneficios de la venta de este libro, en el que colaboran desinteresadamente tanto los autores y autoras como el editor, serán destinados a organizaciones y proyectos en favor de la igualdad de género.
© de los textos: sus autores © de esta edición: EOLAS EDICIONES eolasediciones.blogspot.com.es facebook.com/EOLAS.EDICIONES Dirección editorial: Héctor Escobar Maquetación y diseño: Alberto R. Torices Imágenes de cubierta e interior: pixabay.com ISBN: 978-84-16613-13-7 Depósito Legal: LE-49-2016 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Impreso en España - Printed in Spain
Quiero ser una caja de música Violencias machistas en la juventud adolescente
Coord. Marifé Santiago Bolaños y Fundación Fondo Internacional de las Artes (FIArt-XTRart)
Prólogo
QUIERO SER UNA CAJA DE MÚSICA por Marifé Santiago Bolaños (Escritora, Doctora en Filosofía)
I
En un simbólico escrito autobiográfico, en el que la realidad vivida y la razón poética posada sobre la misma se aúnan, la filósofa María Zambrano da cuenta de dos «prohibiciones» que la llevaron a estudiar Filosofía. En una de ellas, se recuerda niña paseando con su padre por la Segovia a la que tanto amaron ambos: detenidos a la altura majestuosa del Alcázar, ante el «valle de los templos» como llamará a tal paisaje años después, contemplan la iglesia de la Vera Cruz al lado del lugar de San Juan de la Cruz y de las rocas que amurallan los otros templos; don Blas Zambrano le habla de los templarios, y la niña María se da cuenta de que eso es lo que ella quiere ser. Pero, una vez más, le responderán que no es posible para una mujer. Sí, una vez más, porque la adulta recuerda que, antes, cuando era incluso más niña, quiso ser caja de música. Los adultos, haciendo alarde de una lógica sin cabida para la imaginación, le dijeron que una niña, que una mujer no puede serlo… De modo que sabiendo que acaso ser mujer significa, para los demás, no velar de un modo mistérico para que las cosas queridas
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ocurran, ni sonar en bella y libre musicalidad desde el centro del alma, María Zambrano decide, sin saberlo aún, que habría de dedicar su andadura en la Tierra a la Filosofía.
Le conté esta maravillosa lección a Alma Noblia cuando acepté su invitación para coordinar un proyecto colaborativo y «contagioso» contra la violencia machista en la juventud adolescente. Leer las cifras de maltrato en tan frágil tramo de la vida humana requiere no abandonar la urgencia de seguir buscando antídotos éticos definitivos contra una evidencia insoportable: cada vez es más frecuente la violencia contra las mujeres en edades dolorosamente tempranas, entre chicos y chicas cuya educación parecería tener que haber superado ya esta lacra. Aceptar que se trata de una violencia inserta en la propia estructura del mundo, tan antigua como este, su más remoto gen, significa asumir que solo será posible acabar con ella destruyendo tales estructuras. Pero, ¿cómo demoler la historia «de un mundo»? Un mundo sustentado en la competitividad casi instintiva, sobre un sentido de la posesión que iguala a las personas y a las cosas en la acumulación despiadada, que tiene mucho de susceptible trinchera defensiva de uno mismo… Muros simbólicos levantados hasta la asfixia, que llegan a disfrazarse de estabilidad y orden. Donde se educa para la impiedad y la falta de respeto.
Hablábamos así. ¿Qué ocurre cuando tal estructura no deja que una chica sea caja de música?, ¿qué ocurre cuando nadie la oye porque no hay sitio para su voz o porque le han destruido la voz?, ¿qué ocurre cuando el nacimiento del amor va acompañado de un temor padecido en soledad?, ¿qué ocurrirá cuando el futuro llegue menes-
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teroso porque se ha robado el presente y tal usurpación desorienta, destruye identidades y libertad? La siniestra ceremonia del miedo —hablábamos así—, la confusión de una experiencia a la que no se sabe poner un nombre que pudiera vencerla, se hace desolador abandono. Sabíamos que, inevitablemente, esa muchacha perdida es protagonista de la más universal de las actitudes esclavistas: es una mujer que no se atreve a contar su derrota. Sabíamos, sabemos que esa mujer adolescente va dejando a sus amigos y a sus amigas, revolviéndose contra las preguntas que señalan su mal humor, su desidia, las huellas de su llanto escondido. Sabemos que se siente culpable de estar alegre, si es que lo está alguna vez y no ha olvidado, del todo, la alegría. Está inquieta porque, en cualquier momento, puede ser castigada por ser ella misma, por estar simplemente, por ser. Cuando ella tema al propio miedo el maltratador habrá vencido: ella se avergonzará de ser quien es pues su autoestima habrá sido aniquilada con una minuciosa estrategia; a partir de entonces, será la triste esclava que se cree merecedora de tanto daño y tal infamia será exhibida por el verdugo como un triunfo. Cualquier adulta víctima de maltrato, víctima de violencia machista, puede describir esta experiencia si tiene un segundo de lucidez. Solo ese instante es la puerta de salida, la llave para iniciar el camino hacia la recomposición. Pero, ¿no es más difícil —y aquí «difícil» es un término cercano al infinito absoluto— en una adolescente?
No siempre se reproducen actitudes aprendidas, suponerlo restaría responsabilidad al maltratador. Es mucho más directo y, a la par, mucho más sutil: la herencia de la maldad está adherida a las estructuras mentales que replican estructuras sociales donde se
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sienten cómodas, como corresponde a la propia naturaleza de los deseos y de los pensamientos. Es verdad que las leyes no acaban con el maltrato, pero sí lo convierten en un asunto cívico, lo sacan del escondite y la ocultación de la intimidad. Cercar al maltratador es señalar que no tiene sitio aquí. Y es, al tiempo, decir en voz alta que la chica, que la mujer maltratada no está sola y, por lo mismo, que el camino de vuelta hacia sí misma va a hacerlo en compañía. Eso distingue unas sociedades de otras, unas propuestas políticas de otras: el mayor o menor compromiso adquirido con la dignidad. Las leyes solas no acaban con el maltrato, cierto, pero si han nacido de un ejercicio de voluntad colectiva, serán el paso ineludible contra las estructuras que, insistimos, permiten y propician el mantenimiento de tan despreciables comportamientos. Conductas que todavía hay quien teme llamar «terroristas». Comportamientos que todavía hay quien trata de justificar apelando a heroicidades que solo se exigen a las víctimas. Poder vacuo construido con materiales cuyo primitivismo —hemos de escribirlo muchas veces— sostienen todos los sistemas sociales que se alimentan del desprecio. Es muy duro comprobar que tales sistemas no tienen nacionalidad ni geografía, sino que abruman con su existencia cualquier nacionalidad y cualquier geografía… Cierto: las leyes solas no, pero tenerlas y cumplirlas con escrupulosa conciencia es indispensable.
II
Empecemos, entonces, por las maneras. No en vano, como escribe María Zambrano, «una actitud cambia el mundo».
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Deberíamos escribir cartas. Deberíamos hacer llegar esas cartas a los adolescentes, a las adolescentes que se prestaran a inundar de dignidad el mundo. Cartas cómplices, cartas de solidaridad con las víctimas y de rechazo absoluto hacia los verdugos. Cartas sinceras que, como la nota guardada en la botella, llegasen hasta la orilla de la necesidad. Le propuse comenzar así a diez creadores y creadoras de universos habitables, de universos de libertad, cuya generosidad es solo comparable a su prestigio y a su compromiso ciudadano: Antonio Gamoneda, Federico Mayor Zaragoza, Olvido García-Valdés, Fanny Rubio, Paloma Pedrero, Fernando Marías, Inma Chacón, Esther Bendahan, Jesús Ruiz-Mantilla, Mercedes Gómez-Blesa. Los diez respondieron de inmediato: nunca es suficiente la atención, nunca es suficiente la luz para que no haya oscuridades que escondan el dolor de una adolescente maltratada ni la violencia en la que se ejercita su verdugo. Crudeza en el lenguaje porque no se trata de un ejercicio retórico o de moderado compromiso, sinceridad en lo que se está relatando, pedazos rotos de humanidad que alguien ha tratado de enterrar, historias vividas en la primera persona de la biografía o en la biografía de alguien a quien se le devuelve rostro y voz. Reflexión y relato, verso y ensayo, una nota para que no se olvide el tiempo, una experiencia que se comparte…
Y cuando las cartas estaban ya arrojadas al mar del compromiso y de la responsabilidad, llegó el momento de reconocer a sus heraldos: profesores y profesoras de toda España, incluso «del otro lado del mismo mar», que, con la misma generosidad y el mismo convencimiento, tomaron el testigo continuando tan precioso tejido de nobleza, justicia y valor. Con sus estudiantes, con los chicos y
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las chicas que podrían haber protagonizado la escritura de aquellas primeras cartas o a quienes podrían haber ido dirigidas, profesores y profesoras sin fronteras territoriales —los sueños creadores ignoran y abominan de tales impedimentos—, han dibujado una valiosa cartografía de la posibilidad. Han trenzado, entre todos, un hilo tan fuerte que se ha desprendido de sus manos y ha empezado a latir por su cuenta, a extenderse por su cuenta, a llamar a las ventanas enrejadas y a las puertas del miedo que estaban encerrando almas… Nos cuentan la solidaridad de compañeros y compañeras que, en el aula, abrazan y acompañan a la muchacha que se ha puesto a llorar cuando se ha reconocido en una de las cartas… Nos explican cómo hacer para que se desenmascare la violencia velada, para que el maltratador se abochorne y se sienta expulsado del grupo en el que nadie lo va a considerar compañero… Nos alertan de los sofisticados mecanismos que el maltrato desarrolla para parecer otra cosa… Se suben al escenario más alto de las palabras para que nadie diga que no lo ha visto… Nos dan una lección de ciudadanía…
Han sido tantas las cartas recibidas que ha habido que hacer una selección que permitiera editar este libro solidario, este libro-faro, siguiendo criterios que en ningún caso restan valor a las no publicadas. La encomienda era desencadenar esta acción y las cartas que aparecen en el libro son espejos representativos de un sentir unánime. Agradecemos, con sinceridad, a cuantos chicos y chicas han querido contribuir a este ejercicio cívico aun sabiendo que no siempre aparecería su nombre publicado: vuestro convencimiento demuestra que esto no ha hecho más que empezar; también, que solo con vosotros y con vosotras será posible erradicar la violencia machista padecida por tantas adolescentes de este planeta peculiar, en el que la grandeza ha de abrirse paso en medio de la abyección. Sois guardianes y conti-
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nuadores de lo mejor que los seres humanos tenemos la capacidad de lograr, pertenecéis a ese grupo de personas cuya voluntad va ganándole terreno a la infamia porque siembra derechos. La generosidad que habéis demostrado participando en esta tarea os hace acompañar en equilibrio la de poetas, escritores, escritoras, pensadores y pensadoras con quienes, a partir de ahora, continuáis este camino depositado en un libro. Hay que darle las gracias a Antonio Gamoneda, a Federico Mayor Zaragoza, a Olvido García-Valdés, a Fanny Rubio, a Esther Bendahan, a Fernando Marías, a Paloma Pedrero, a Jesús RuizMantilla, a Inma Chacón, a Mercedes Gómez Blesa, hay que dárselas en voz muy alta, como se dice una palabra en las montañas para que se repita en ecos que lleguen mucho más allá. Hay que dárselas a los profesores y a las profesoras de todos y cada uno de los centros educativos que han puesto en marcha una experiencia imparable. Hay que dársela a los chicos y a las chicas que en clase, en casa, en solitario o en grupo, escribieron cartas que son talismanes, que son pintadas en las paredes de la conciencia. Hay que dárselas a Héctor Escobar, esencia de la Editorial EOLAS, que siempre tiene la casa de par en par abierta al compromiso social y a la honestidad. Hay que dárselas, con un énfasis tan grande como todas las demás gracias que hay que dar a las diferentes organizaciones no gubernamentales a donde irán a parar los beneficios de la venta de este libro para ayudarles a seguir trabajando en programas de prevención y erradicación de la violencia machista en la juventud adolescente. Hay que dárselas a Alma Noblía que, a través de FIArt-XTRart, Fundación Fondo Internacional de las Artes (gracias también a ti, Verónica Delgado, por tu colaboración cómplice en este empeño de Alma), ha querido, una vez más, estar donde el arte tiene que estar, donde la cultura está cuando lo es: en la concepción de espacios de paz y de diálogo y entendimiento. Para que seas una caja de música… (Verano que se acerca al otoño, y en 2015)
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Listado de estudiantes y Centros Educativos participantes
IES El Doctoral (Las Palmas de Gran Canaria) Carolina Ponce Castellano Tania Mª Da Silva Bautista Tamara Aylen BenítezAmarillo Yoel Betancor Rivero IES Corralejo (La Oliva, Fuenteventura) Acaymo Sánchez Navarro Andreas Antonini Wolf Vanessa Estacio Castro María Isabel de León Fuentes Nicole Flores Bravo José Manuel Ramírez Cabrera Francesca Zanetta Sulaf El Fatmi Abdelkader Eric Javier Almeida Ortega IES Allariz (Ourense) Enia Gándara Fernández Eva Quintas Rejo
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IES Diego Velázquez (Torrelodones, Madrid) Gadea Rubio Naira Martín IES La Senia (Paiporta, Valencia) Claudia Cuartero Días Mireia Cebrián Rabadán IES Ornia (La Bañeza, León) Marta Miguélez Silva Teresa Rodríguez Seco Eva Martínez Reyes María de la Mata Revilla David Fidalgo Carbajo Sofía Carnicero Villarala Hellen Dayhan Cabrera Cortés Carlos Fernández Ramos Javier Santos Pérez Tania Martín Fernández Miguel Rabanal Luengo Paula Sánchez Asensio Lorena de la Cruz Ferrero Angélica Casado IES Sevilla La Nueva (Sevilla La Nueva, Madrid) Aitana Escudero Gómez Diana Rodas Senzano Almudena Santos Candela
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IES Siglo XXI (Leganés, Madrid) Ainhara Su Castillo Alba Medina Ortiz Ayub Tadmiri Esther Sales Alba Hernández Rodríguez Carolina Díaz López Saúl Martín González Rubén Martínez Pérez Ana Elena García Carrión Paula Fernández Galán Rocío Callejón López Marcos del Moral Jiménez Irene Herranz Pérez Irene Martín Javier García Rodríguez Laura Plaza Acosta Romina Morel Tilleria Irene García Marzo Josué Morán Suarez Raúl Núñez Ruiz Tatiana Gualli Victor Blanco del Pliego William Matheus De Souza Irala IES Antonio Tovar (Valladolid) Rut González González Azahara Casero Zarzuelo Alicia Navarro Guillén Rebeca Gonzalo García
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IES Xesús Ferro Couselo (Ourense) Sofía García de la Torre Rebeca López López Ana Yáñez Rodríguez Marta Cid Rodríguez Janet Rodríguez Alonso Arianna Fernández Vélez José Manuel Carrera Rodríguez IES María Zambrano (El Espinar, Segovia) Adriana López Julia Herrero Eva María Zabrzenski Vázquez IES Martínez Uribarri (Salamanca) Elisa Nieto Matas Raquel Sánchez Recio Irene Marijuán Benito Noelia Egido Iglesias Clara Prieto Domínguez Teresa López García Miguel Ángel Latorre Ana Valbuena Alba Elena San Segundo Perero María Mendo Alcalde Alba Navarro Torres Eva Rodríguez Cadarso Elisa Gutiérrez Paniagua IES Playa San Juan (Alicante) Corina Piqueras Torregrosa 20
Agostina Martínez Irene Pastor Bellod Saioa Fernández Paula D. Reguero González Raquel Torregrosa Castelló Noel Roig Marín Adriana Bermejo Lozano IES La Albuera (Segovia) Andrea Herránz Rodríguez Marina Olives Herrero Clara Camarena Dimas Clara de Antonio Núñez Lucía Arcalá Arias Aida Arranz Baeza Fuencisla Allas Morato Fernanda Angélica Baca Cornejo Inés Braceño Ulises Lidia González Herrero Virginia Mañas Bartolomé Paula Vaquero Molina IES Universidad Laboral (Ourense) Brais Vázquez Pérez Jessica Boza Bertua Cecilia Moretón Rodríguez Nerea Rodríguez Barril María González Barandela IES Mariano Quintanilla (Segovia) Nicolás Gonzalo Plaza 21
IES Santo Tomás de Aquino (Íscar, Valladolid) Eva Cortijo Galdón Marta Caballero María Luz Martín Lotero Inés de la Calle Sanz Marina Casado Gay Miriam Peinado Patricia Juárez Nuria de Santos Sergio Corral Molina Ana Belén Llorente Jiménez María de la Calle Daniela Castañeda Saray Ledo Nayra Lozano Sandra Capa Carmen Bartolomé Noelia Merlo Universidad Autónoma De México, Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel oriente Rosales Morales Angela Adamar Alin Citlalli Villafuerte Bautista Diana Leticia Rivas Padilla María Fernanda Onofre Enríquez Frida Doane Yépez López José Alberto García Padilla Ruíz Vargas Melina
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IES Pedro Mercedes (Cuenca) María Miranzo Vieco Alba Page Arribas IES Peñalara (Real Sitio de San Ildefonso, Segovia) Inmaculada García Vicente Colegio Hernández (Villanueva de Castellón, Valencia) Fátima Della Bellver IES La Victoria (Tenerife) Manuel Gutiérrez Fuentes IES Tirant LO Blanc (Gandía, Valencia) Desirée Resa Tébar IES Peñalba (Chiloeches, Guadalajara) Andrea Alexandra Ciuhat Andreea Lamnitchi Anthea Bosch Gómez Andrea Garrido Centenera Lucía Galán González Soledad Hermosilla Soria Isabel Goicoechandía Lalaguna Sabrina Herráez Rodríguez Sara Sánchez Sanz Alexandra Caragia Carpov Sandra Camarero Miñano Sara Talavera Sánchez Elena Adelina Draghidi
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IES Marqués de Lozoya (Cuéllar, Segovia) Myriam Collado Sánchez Andrea Pascual Jaime Marcos Martín Santiago Romero Mesa Andrea Bermejo Arranz Angélica Núñez Baeza Adriina Ivanova Lucía Iglesias Pascual María Calvo Rodríguez Julia Escudero Otelo Centro de Estudios Ibn Gabirol (Alcobendas, Madrid) Jacob Fereres Dafna Stofenmacher Stisin Dan Roifer Dana Nahón IES Lope de Vega (Madrid) Ángela Cerdás Bueno Carolina Ramírez Infantes Andrea Carretero García-Porrero Paula Rodríguez Caballero Alejandro Barquín Abascal Claudia Oliva Jiménez
Centros Educativos participantes: 27 Estudiantes que han participado: 175
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Cartas de los escritores y las escritoras
CARTA DE
ANTONIO GAMONEDA
Carta de un anciano a un muchacho. Es un chico muy joven, pero el anciano dice que le conoce hace casi setenta años. El anciano se extravía escribiendo, pero, finalmente, enloquece un poco y consigue terminar la carta.
Q
uerido amigo: no sé si he visto alguna vez tu rostro, pero te conozco; hace casi setenta años que estás en mí. Te faltaba mucho para nacer y ya estabas en mí. Yo tenía tu edad, más o menos, y ya pesabas en mi corazón. No te extrañes; estas cosas suceden. Tú, probablemente, piensas que no me conoces. No es así, pero, si así fuese, se arreglará fácilmente: mira el rostro del primer viejo lívido que pase a tu lado, o el de tu compañera de curso, la sonriente disléxica, o el de cualquier mendigo estúpidamente arrodillado. Sea cual sea el rostro que mires, míralo bien: es mi rostro y me estás mirando. Es extraño, pero estas cosas suceden. Te escribo para pedirte algo; algo también muy fácil. Me explicaré. Escúchame con atención, como si te escuchases a ti mismo. Recuerda que hace casi setenta años que pesas en mi corazón y que, a veces, te pierdes en la desventurada selva de mis venas, recuérdalo. Pero, hablando de venas, caigo en la cuenta de que no hace mucho, precisamente estudiando el espesor de las venas en los inescrutables Dogon (una etnia expulsada del Sudán, setecientos mil individuos, más o menos, que no habla sólo con la lengua sino con 27
todas las vísceras, y con la conducta de las bestias, y, en su caso, con relámpagos y semillas, un idioma que no comprenden), se ha averiguado que en este viejo planeta, todos tenemos la misma sangre. Efectivamente, con más o menos leucocitos, con insuficiencia de hidrógeno, con exceso de calcio, despojada de cloro, abrasada por el carbono o por los átomos del cobre, todos, absolutamente todos, tenemos la misma sangre en este viejo planeta inútilmente amado. Y la misma conciencia también, al parecer. Dicen que sólo finalmente, un brevísimo instante, tenemos una brevísima conciencia; que advertimos los límites y que, velozmente, dejamos de advertir, y que ésta es nuestra única conciencia. Anteriormente, también al parecer, todo, es decir, la vida, no es más que una cruel hipótesis, un pretexto para sufrir por casi nada y para esperar lo que nunca llegará. Ciertamente, esta manera de ser no puede ser, no es una conciencia. Pero, ¿y si accidentalmente enloquecemos y empezamos a amarnos? ¿Qué ocurrirá? Sí, este es el problema. Está a punto de demostrarse científicamente que en este espantoso planeta todos somos cada uno y viceversa. Unánimes nacemos, vivimos y desaparecemos unánimes. Así es en este espantoso planeta. Pero perdóname, me he extraviado, perdóname. Voy a lo que iba. Me explico: Hace esos setenta años que digo, puede que alguno menos, un día, no sé por qué, no hubo causa, sucedió simplemente, yo, yo mismo, al parecer, arranqué su pendiente dorado a una chiquilla. Nunca había hablado con ella pero la deseaba para mí. Era una chica muy bella, con sus pequeños pechos erguidos, algo mayor que yo y un poco bizca, sólo un poco. Arranqué su pendiente dorado de su oreja blanca, de su oreja izquierda, y su oreja izquierda y blanca se desgarró y empezó a sangrar lentamente.
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Antes de separarme de la chica que deseaba para mí, esto es, antes de dejarla llorando y sangrando (ya sabes, de su oreja izquierda y blanca), le dije: «Llora lo que te dé la gana, puta, hija de puta, que se entere tu puta madre de una puta vez de que eres una puta, hija de la gran puta». Y me fui a comprar un canuto de cáñamo (no había entonces marihuana). La chica era muy bella y un poco bizca, ya te digo, sólo un poco; muy poco habría de ser porque lloraba normalmente. Desde hace, más o menos, sesenta años, contados desde el día en que empezó a sangrar lentamente su oreja izquierda y blanca, la chica, tan bella, apenas bizca, está también en mí. ¿No te has dado cuenta? Está siempre llorando y su oreja izquierda sangra cada día, todos los días, siempre. Todos los días sangra lentamente la oreja izquierda y yo sufro también todos los días. La chica llora, parece ser, para siempre, y su oreja izquierda sangra, parece ser, para siempre. Hay días que, te lo juro, quisiera morir para que la chica y la oreja, respectivamente, dejasen de llorar y de sangrar. Hay días, sí. Tú, cualquiera de estos días, vas a encontrarte con la chica (tiene, más o menos dieciséis años y bizquea un poco dulcemente, muy dulcemente). Ese día podrás hacer algo por mí; algo muy fácil, ya te digo: pídele que, por favor, deje de llorar y que trate de que no sangre más, todos los días, siempre, su oreja blanca, la izquierda. No le digas nada más, sólo eso. Bueno, puedes decirle también que la amo; que la amo tristemente en mí, y, a veces, con algo menos de tristeza, en Cecilia, que, más o menos, tendrá su edad y que conserva sus orejillas blancas intactas. Anda, ayúdame. Será muy sencillo. Bastará con que se lo digas a la primera chica que encuentres, aunque no sea muy bella y no bizquee dulcemente. Es igual, no te importe; es, puedes estar seguro, la chica que está en mí, la chica que llora y que sangra siempre en mí.
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Bueno, amigo mío, me despido. Te recomiendo que no desgarres nunca la oreja izquierda de nadie y que no hagas llorar nunca a nadie para siempre. Lo lamentarás setenta años, por lo menos. Cuídate mucho por si, accidentalmente, tuvieras que enloquecer, ya sabes. Fúmate un porro, sólo uno, a mi salud, o a la salud, si quieres, de lo que queda de mi corazón, que, efectivamente, aún tendré que llevaros en él algún tiempo. No te olvides de mi encargo. Adiós, amigo mío. Gracias. Antonio Gamoneda
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