ALBERTO MASA
ROBERTO ALCÁZAR, SUPONGO
ROBERTO ALCÁZAR, SUPONGO
ROBERTO ALCÁZAR, SUPONGO
Alberto Masa
A mamá, papá, tía Pepa y a los chavales jóvenes
“el camino es muy largo el cielo es muy vasto el corazón errante por fin está sin casa” (L. Cohen)
Una cuestión de fe (prólogo)
A Charly, mi loro, por recitarme poesías al oído cuando me encuentro solo en la cocina. “Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, liberar la verdad que hay en nosotros, alejar la noche, trascender la muerte, encantar las autopistas, congraciarnos con los pájaros y asegurarnos los secretos de los locos.” (J. G. Ballard) Creo en un dios verdadero que llora sangre al tiempo que se atiborra de grasa en el McDonalds que hace esquina con Atocha. Al salir del establecimiento se aprieta bien la bufanda durante los inviernos y pide un cigarro a cualquier desconocido. Cuando llega a casa se quita los zapatos y pone la televisión y, mientras la ve, se queda dormido en el sofá. ¿Qué otra cosa puede soñar más que yo, una persona más de este raro mundo, creo en él? Creo en la dosis adecuada de un tratamiento capaz de curar todas las enfermedades, al menos durante un tiempo. Creo en la curación del alma a través del sexo. Sí, creo en el alma: Es una experiencia psicológica. Creo en la coherencia y sinceridad de los abrazos de mis compañeros en las instituciones psiquiátricas en que he residido y en los truenos que, a menudo, martirizan mi cabeza con su estruendo en mitad de las noches en vela, mucho antes de que el primer despertador del mundo suene en la casa de algún anestesista. 10
Creo en la música que hacen los gatos cuando rebuscan en los cubos de basura. Creo en la sabiduría de muchos analfabetos y en la ignorancia disfrazada de solemnidad que usan los idiotas que pueblan el mundo, e incluso en ocasiones, tienen poder sobre su prensa. Creo en la perfección arquitectónica de los hormigueros que pisé cuando tenía tres años. Creo en las enfermedades venéreas como un motivo perfecto para una unión pura entre dos personas. Creo en la burocracia como sentido dolor del planeta Tierra. Creo en la verdad del trilero que fabrica falsos relojes de arena. Siempre que puedo paso por su tienda y pregunto precios. Al final nos ponemos a regatear por mucho que él sepa, al igual que yo, que finalmente no me voy a llevar nada. Así hacemos todas las mañanas que abro la puerta de su tienda. Él lo sabe y yo lo sé. Y sabemos que, por mucho que sepamos, no sabemos nada. Creo en el poder que tienen sobre la mente las palabras finito e infinito, caos y orden. Creo en la adolescencia eterna de los beatniks, incluida la del viejo William Lee. Creo en la eternidad de la estatua de Rimbaud destrozada por los alemanes a su paso por Charleville. Creo en el poder de la chamana María Sabina para calmar la sed de los malos espíritus mediante algunas tomas de ayahuasca y rezos. Creo en la pertinencia del tiempo para joder un día perfecto de playa. Me quedo en la arena, en la que también creo, y observo cómo se endurece al igual que yo mientras la lluvia va fabricando eso en ella. Miro al cielo. Observo un relámpago y rezo al dios del principio, al que imagino comiendo sin cesar empleando la 11
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