TIEMPO Y LUZ

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MANUEL MARTÍN Tiempo y luz

EOLASFOTO


Autorretrato. 1956


MANUEL MARTÍN Tiempo y luz


Edita: EOLAS Ediciones con la colaboración de Dirección: Héctor Escobar Proyecto editorial EOLASFOTO: Amando Casado Asesoramiento artístico: Roberto Castrillo Soto Diseño y maquetación: Amando Casado © de las fotografías: Manuel Martín © de los textos: Roberto Castrillo Soto Queda prohibida la reproducción (parcial o total) por cualquier medio, de los contenidos de este libro, sin la preceptiva autorización de sus autores Depósito Legal: LE-501-2015 ISBN: 978-84-16613-04-5 OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN JOSÉ RAMÓN VEGA La mirada cercana


A Claude Debussy Uno de los compositores musicales más ligado al concepto de la “imagen”, como lo demuestran algunos títulos de sus obras: - Nubes - Diálogo del viento y el mar - Claro de luna - Lo que ha visto el viento del oeste - Pasos sobre la nieve - Los sonidos y los perfumes vuelven en el aire del atardecer. Y, por supuesto, el propio nombre de Images (Imágenes), que él utiliza continuamente. Con mi mayor admiración.

Manuel Martín. Otoño 2015



LAS MIRADAS FOTOGRÁFICAS DE MANUEL MARTÍN Roberto Castrillo Soto Profesor de Historia del Arte de la Universidad de León

La obra fotográfica de Manuel Martín es el resultado de las múltiples facetas vitales y profesionales del autor, de su dimensión humanista y de un trasvase de sus inquietudes y conocimientos al campo de la práctica fotográfica. En gran medida, los conceptos estéticos o técnicos que resultan pertinentes para la interpretación del significado de las imágenes fotográficas que conforman el conjunto de su obra, cobran sentido al situarse junto a las experiencias que las generaron y, al mismo tiempo, evidencian la mirada singular de la que proceden. Sin embargo, son también fotografías que desbordan su localización particular, imágenes dotadas de autonomía estética y potencial significativo universal. El tiempo y la luz son magnitudes y conceptos que permiten esbozar esta doble dimensión de la obra de Manuel Martín. Por una parte, la imagen fotográfica fija un tiempo concreto, alude a un momento que fue pero que se actualiza en un espectador que toma consciencia del tiempo y cuya mirada lo convierte en mítico al fusionarse con la original. Por otra parte, la luz, que también posee un carácter técnico relacionado con el contexto generador de la imagen, trasciende su funcionalidad inicial para convertirse en vehículo de transmisión de ideas y emociones surgidas de la composición, las formas o la gradación lumínica contenidas y expresadas por la imagen. El discurso de sus fotografías incorpora estos dos estratos de lectura complementarios, que si bien sitúan a la imagen en su tiempo histórico, en una concreción objetiva, la traspasan para mostrar una realidad vivida, sentida y abstracta. Manuel Martín se forma en la práctica de la fotografía trabajando al lado de su padre, el extraordinario fotógrafo y reportero gráfico leonés Manuel Martín de la Madrid, en el estudio Foto Exakta, realizando sus primeros ensayos a partir de 1951. Son años de aprendizaje técnico y búsqueda de soluciones visuales capaces de representar la realidad con una mirada intensa y reflexiva. Así, desde sus primeras producciones ya se hace patente su planteamiento de la fotografía como un trabajo creativo frente a la rutina del revelado y el oficio. Los años posteriores van a ser los más fructíferos de

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su dedicación a la producción fotográfica. Entre 1953 y 1967 su cámara capta los medios urbanos, rural y natural. El lenguaje de sus imágenes se vuelve profundo, contemplativo y poético, técnicamente impecable, con predilección casi total por la fotografía en blanco y negro como recurso idóneo para representar una realidad esencial y esquemática, a través de formas directas y gráficas situadas más allá de su circunstancia histórica coyuntural; escenas y escenarios definidos exclusivamente por la gradación pura de la luz, capturada por la cámara mediante ejercicios depurados de elaboración técnica de las imágenes. Los temas se multiplican, aunque siempre mantendrán un fondo común: una reflexión antropológica acerca de la relación del hombre con su entorno. En todo caso, la obra principal de Manuel Martín suma una sentida y, al tiempo, meditada mirada sobre el mundo con un permanente ejercicio de perfeccionamiento técnico a fin de obtener la máxima calidad visual. La concreción temática y temporal siempre aparece interpretada por la mirada del fotógrafo, quien no rehúye hacer visible esta presencia subjetiva, buscando así tanto la perpetuación de la memoria de lo representado como la generación de analogías perceptivas en la observación exterior del espectador. La personalidad polifacética y humanista de Manuel Martín le lleva a vincularse plenamente en el proyecto de La Ciudad de los Muchachos de Bemposta entre 1967 y 1981. Son años dedicados a un reformador proyecto social y artístico en los que su dedicación a la fotografía es esporádica, al igual que durante la década de los años ochenta en los que se dedica a la docencia y activación de programas y proyectos musicales. Se trata, en cualquier caso, de inquietudes y convicciones presentes en sus fotografías precedentes. La representación del ser humano en convivencia con la naturaleza, la escenificación de un mundo esencial como lugar donde se sitúan las cualidades que dignifican a la humanidad o la presentación de paisajes susceptibles de ser sentidos mediante la sensibilidad poética o musical, consustancial a la naturaleza humana, nos muestran a un fotógrafo cuyas imágenes desean potenciar esas mismas cualidades, esperanzas y capacidades sensibles en el espectador, desde la firme convicción de la utilidad y necesidad social de las artes. Su retorno a la fotografía desde principios de los años noventa ha supuesto una fructífera actualización de estas pasiones vitales, incorporando habitualmente el uso del color. Esta rica, polifacética y dilatada trayectoria ha dado como resultado un conjunto de más de quince mil negativos. En la obra de Manuel Martín las poéticas estéticas, las formas de mirar, atraviesan las temáticas. Utilizando

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esta metodología de análisis, mediante cinco poéticas podremos recorrer algunas de las principales constantes de su mirada fotográfica. 1. La mirada sublime y la teoría de las equivalencias Lo sublime fue definido como categoría estética para la modernidad en el siglo XVIII en la obra de filósofos como Burke o Kant para referirse al sentimiento que surge de la contemplación de acontecimientos o escenarios que por su grandiosidad devienen símbolos de lo absoluto y lo infinito. El resultado de esta percepción son imágenes conceptuales de aquello que supera cualquier medida o proporción mensurable y que proporcionan una comprensión intelectual del mundo. El escenario privilegiado de esta relación estética fue identificado con la naturaleza, representada como paisaje en la pintura romántica, teniendo a su máximo exponente en la obra de Caspar David Friedrich. Ante la inmensidad de determinados paisajes el hombre se siente desamparado, abrumado, al mismo tiempo que toma consciencia de su propia naturaleza humana. Los horizontes infinitos se tornan místicos, de tal modo que la sublimidad no se encuentra tanto en los paisajes en sí mismos sino en el sentimiento que de ellos experimenta quien los mira. El propio Friedrich afirmaba: “Un pintor debe pintar no sólo lo que ve ante sí, sino lo que ve en el interior de sí mismo”. El pintor alemán situaba al espectador ante su experiencia de la naturaleza, en muchas ocasiones presentando a un observador interno que transfería su experiencia al observador externo. El propio Friedrich afirmaba que las nubes y las nieblas potenciaban los efectos sugerentes de la imagen, exaltando la imaginación. Los paisajes montañosos, los bosques bañados de una luz enigmática o el hondo sentido espiritual del campo presentes en la obra de Manuel Martín entroncan directamente con esta experiencia sublime de la naturaleza, donde la presencia de un observador interno refuerza la invitación al espectador a empatizar con su mirada, además de presentarnos una figura humana frágil y pequeña en relación a la inmensidad del paisaje visible así como a la infinitud imaginativa del espacio situado fuera de campo. Esta misma contundencia visual se encuentra presente en algunas imágenes que muestran la degradación que la industrialización y la acción del hombre han generado en determinados espacios naturales.

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La relación sublime con la naturaleza se encontraba también presente en la “Teoría de las equivalencias” desarrollada a partir de las series y experiencias fotográficas creadas por el fotógrafo estadounidense Alfred Stieglitz entre 1922 y 1932. Las equivalencias consistían en el fotografiado de nubes mediante el empleo de encuadres que enfatizaban el fragmento y la descontextualización espacial de las formas nubosas, con el fin de convertirlas en símbolos espontáneos, en expresión de un sentimiento interno que la forma de esas nubes han despertado en su interior, y que el fotógrafo intenta transmitir al espectador de modo que este también adquiera una experiencia de equivalencia. El registro exterior se transforma en una imagen mental, en metáfora de una experiencia o de la propia memoria. Esta percepción de las equivalencias resulta más poderosa cuando no se reconoce directamente el objeto fotografiado; cuando la lectura es ambigua. De ahí las experiencias fotográficas con fragmentos de nubes y las formas por ellas sugeridas. Las equivalencias son una definición del acto y la imagen fotográfica: “Que las fotografías parezcan fotografías” no pinturas, declaraba Stieglitz. Así, el tema es la fotografía misma, su propio potencial estético y discursivo. Las nubes con sus contornos débiles, con su naturaleza incorpórea y la ausencia de formas definidas, actúan como reflejo del mismo acto fotográfico: son productoras de luz, donde lo fundamental no son tanto sus formas definidas sino las metáforas visuales que surgen de los juegos de las luces y sombras que se traslucen a través de su materia evanescente. De ahí proviene su capacidad de sugerencia. Las equivalencias son constantes en la obra de Manuel Martín. La luz de sus fotografías es una magnitud memorizada altamente significativa que trasciende la particularidad del tema. Cada fotografía es una definición de la fotografía misma, un acto estético. La forma adquiere su plenitud cuando expresa un equivalente exterior a lo que fue en ese momento. Esta cualidad es claramente perceptible en su preferencia por paisajes envueltos por el poder expresivo de las nubes o por la magia inherente a las nieblas. Una capacidad expresiva y sugerente de la fotografía que en el caso de Manuel Martín se apoya además en la experiencia abstracta y emotiva de la música. Al igual que nuestros oídos reaccionan a los sonidos abstractos de la música, de manera equivalente reacciona nuestra vista ante las imágenes.

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2. La mirada espiritual a la materia Los conceptos antes expuestos en torno a la experiencia de lo sublime así como la teoría de las equivalencias son aplicables a la interpretación que el fotógrafo proyecta sobre la arquitectura y las artes. Una mirada que se sustenta en la admiración de Manuel Martín por las creaciones artísticas, entendidas como manifestación privilegiada del espíritu humano. Sin embargo, las imágenes arquitectónicas no se presentan únicamente como testimonios gráficos de unos determinados símbolos culturales sino como materia fotográfica pura, como huellas significantes y emocionales del objeto fotografiado. Así el monumento surgido del espíritu creativo del ser humano se transforma en referente lumínico de un nuevo acto creativo, el fotográfico. Las imágenes acentúan el valor estético de los motivos fotografiados al ser convertidos en abstracciones compositivas y materia luminosa. Arcos, bóvedas, columnas y todo tipo de elementos constructivos devienen forma, línea, composición, dibujo o referencia espacial de la imagen fotográfica. Los monumentos artísticos y arquitectónicos desbordan su rutinario y banal tratamiento como estampas tópicas en la fotografía de consumo. Además de su valor como documentos culturales, Manuel Martín les confiere una nueva e intensamente emotiva dimensión estética. La materia se presenta en forma de magnitudes intangibles y conceptuales, de signos inmateriales. 3. La mirada desde el exterior Los paisajes humanos constituyen un bloque fundamental dentro del conjunto de la obra fotográfica de Manuel Martín. En numerosas ocasiones el fotógrafo se sitúa en una posición distante y aparentemente contemplativa o documental. Se trata de imágenes que abarcan amplios escenarios urbanos o rurales y en las que predomina la utilización de los planos generales y el empleo preferente de la profundidad de campo. El autor capta fragmentos de lo cotidiano a través del movimiento o las acciones de las figuras al desenvolverse su hábitat natural. En este emplazamiento adquiere especial significado la presencia del marco arquitectónico y urbano. En las fotografías de Manuel Martín este nunca es reducido a una mera anécdota descriptiva o accesorio ornamental. El paisaje urbano o

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rural define a quienes lo habitan, condiciona sus acciones y comportamientos o, simplemente, proporciona un marco dramático sobre el que imaginar una posible narrativa. Por ello encontramos en numerosas imágenes vínculos implícitos con el fotograma cinematográfico, con el fragmento arrancado de una secuencia narrativa y convertido en imagen misteriosa de un discurso incompleto y, al mismo tiempo, abierto a lo posible en el marco que caracteriza el escenario en el que se desarrolla la acción. Esta mirada renovadora se expresa asimismo mediante el uso frecuente de angulaciones en picado, próximas a las experiencias vanguardistas de los fotógrafos de la primera mitad del siglo XX, que dibujan una imagen nueva de los escenarios fotografiados a través de las sombras, masas estilizadas y composiciones gráficas que surgen de la percepción vertical de la realidad fotografiada. 4. La mirada desde el interior Los paisajes humanos son captados desde una posición de proximidad. El fotógrafo se sumerge en los acontecimientos, se hace invisible en su interior y los interpreta desde una actitud discreta pero necesitada, al mismo tiempo, de una intensa actitud intuitiva a la hora de escoger el momento significativo que ha de ser mostrado por la imagen. Al igual que en algunas imágenes externas, en ocasiones se trata de fragmentos sin un guión resuelto que las convierte en imágenes repletas de tensión; en otras ocasiones envueltas de un misterio teatral gracias al uso del contraluz en los escenarios nocturnos. Una ambientación enigmática y opresiva para la que Manuel Martín vuelve a recurrir al sentimiento generado por la acción de las nieblas sobre los espacios urbanos, por los que transitan silenciosas y enigmáticas las figuras humanas. El fuera de campo adquiere una dimensión especialmente significativa, convertido en el hipotético escenario de estas fragmentarias narrativas. Nuevamente, como se ha expuesto en todos los apartados anteriores, el simple documento inicial del hecho particular trasciende hacia la metáfora visual de una realidad interpretada, imaginada y proyectada por la mirada del fotógrafo. Los escenarios más cotidianos se transforman por la acción de la luz en masas poderosas, donde luces y sombras actúan como indicios de la mirada del fotógrafo sobre la realidad. Resulta muy significativo el trabajo de Manuel Martín en los últimos años, al que ha añadido una dosis lúcida de humor e ironía a su atenta mirada a los comportamientos individuales y colectivos del hombre contemporáneo.

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5. La mirada humanista El concepto humanista aplicado a la fotografía se refiere a un amplio abanico de fotógrafos que a partir de los años treinta del siglo XX han dedicado su actividad profesional a captar y atestiguar la dignidad humana, situando su trabajo entre la veracidad del documento y la calidad estética de la fotografía artística. Obras en las que se refleja la época vivida, plasmando tanto los asuntos más cotidianos como los hechos más insólitos, con la figura humana como protagonista de todos ellos. Un hito fundamental en la definición de este concepto fotográfico fue la organización de la exposición The Family of Men, concebida por el fotógrafo y crítico Edward Steichen y celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1955. Las principales críticas a sus planteamientos derivaban de la descontextualización política e histórica a la que eran sometidas las imágenes. La gran fotógrafa norteamericana Berenice Abbott afirmaba a este respecto que “la fotografía puede presentarse tan artísticamente y tan finamente como se quiera; pero para merecer ser seriamente considerada tiene que estar conectada con el mundo en que vivimos”. En definitiva, se reflexionaba tempranamente sobre la necesidad de mantener la conciencia histórica de los acontecimientos con el fin de evitar sentimentalismos o paternalismos complacientes ante las problemáticas que acucian a la humanidad. En todo caso, se trató de un movimiento con gran apogeo tras la Segunda Guerra Mundial, en coincidencia cronológica con la obra central de Manuel Martín. La infancia, la vejez, la humildad, cuando no la miseria, de los más desfavorecidos o las problemáticas del mundo laboral son presentadas con ejemplar verosimilitud por el fotógrafo, encontrando a los protagonistas de este retrato colectivo de la sociedad en su entorno próximo. Sin por ello renunciar a su mirada poética sobre el mundo, un lugar donde siempre existen resquicios para la belleza. De los escenarios grandiosos de la naturaleza a la singularidad inmediata de la figura humana, la obra fotográfica de Manuel Martín es atravesada por su honestidad intelectual y su sensibilidad artística. En este libro se han seleccionado algunas de esas imágenes en las que poesía y musicalidad se transforman en imagen a la vez que testimonian una realidad vivida y sentida.

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Doble pág. anterior: Picos de Europa, Valdeón, León. 1959 “Ropa tendida”. Puente de San Marcos sobre el río Bernesga, León. 1961 16


Plaza de Guzm谩n el Bueno, Le贸n. 1955 17


Puerta Obispo, Le贸n. 1959 18


Plaza Santo Domingo, Le贸n. 1958 19


“Mercado de Noche Vieja”. Plaza Mayor, León. 1966 20


Manuel Martín, hunde sus raices en la tradición familiar, hijo de Manuel Martín de la Madrid (Foto Exakta, León). Revela en sus fotografías sus propias esencias vitales: la música, el romanticismo, la poesía, las luces, las sombras, el amor a su tierra... todo un amplio mundo de existencia sensible que de forma natural se deja ver en esta antología, pincelada de su dilatada y fecunda labor artística. La presente publicación nos descubre la amplia y diversa mirada de un artista imprescindible en la fotografía española y leonesa en particular. Amando Casado


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