JAIME - FEDERICO ROLLÁN ORTÍZ
ÚLTIMA CARTA A KATHERINE
ÚLTIMA CARTA A KATHERINE
ร LTIMA CARTA A KATHERINE
Jaime-Federico Rollรกn Ortiz
INTRODUCCIÓN Han pasado ocho años de la publicación de aquel doble poemario mío que fuera Nueva sonata para Odile-Sabelle (1099) y Rapsodia para diez pianos (2002), bajo el título unitario de La sombra de la ola (2005). Independientes ambos entre si, habían estado motivados -escribí entonces- por una misma y reiterada intención : la presencia testamentaria del morir. Habían sido concebidos desde un perspectiva existencial , percibida desde una consciencia o razón de amor ( o desamor), mas, también, en esa otra formulación sentimental que es la amistad. Mi poesía ha estado persistentemente anclada en un “elan vital”, donde preciso reencontrar mi “yo” comunicado a los demás, con una transcendencia ontológica, en la que cada uno -autor o lector- pueda reconocerse. Desde la juvenil perspectiva de paraíso heredada de Vicente Aleixandre, he ido acercándome a diez figuras femeninas, tomadas de relatos o de películas que me impactaran. Señalé que podían haber sido otras. Se convertían, en todo caso, en personajes/símbolo. Se me apuntó que faltaba entre ellas, otra figura esencial en ese territorio testamental del alma, que era la de Katherine Reding Whitmore, la gran amada del poeta Pedro Salinas, que motivara escribiese para ella la considerada como la mejor trilogía de amor de la poesía española del siglo XX.
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Este poemario, a ella dedicado, viene a salvar esa laguna, finalizado en octubre de 2011, precisamente cuando se iban a cumplir los sesenta años del fallecimieto del poeta en diciembre de 1951. La intención de Pedro Salinas -y la mía propia-, es la de mostrar una apasionada historia de conocimiento y de plenitud de uno mismo a través de la amada. Opto, pues, en este poemario por el recurso literario de una carta apócrifa y testamental (o testamentaria), dirigida a Katherine, siguiendo pautas del anterior poemario, desarrollada ahora en quince estancias, en las que aparecen una correlación de sucesos vividos entre el poeta y la joven y hermosa profesora norteamericana, con una traspolación de tiempo/espacio, con otros que tuvieron lugar en mi vida, siguiendo claves del filósofo francés Henry Bergson contempladas a través de unos versos de Thomas S. Eliot, donde asertaba que :”Si todo tiempo es eternamente presente todo tiempo es irreductible” (“ 1fall time is eternally, All time is indeemable “). El uno de julio de 1999, se pudo al fin iniciar la consulta de la correspondencia que mantuviera Pedro Salinas con su amada, entre 1932 y 1947, que ella depositara como donación, tras el fallecimiento del poeta, en la Houghton Library de la Universidad de Harvard (EE.UU.), en junio de 1979, explicando la relación amorosa que las inspirara. El catedrático Enrie Bou, hace en ella una paciente lectura, ofreciéndonos un excelente 8
libro que permite descubrir la identidad de su destinataria y su apasionado contenido. Al amparo de esa publicación concibo esta última carta dirigida a la gran amada de Pedro Salinas, en la que late esa metafisica existencial tomada preferentemente de don Miguel de Unamuno y luego de Ortega, en la que “nacemos para morir y sólo podemos salvarnos de ese morir, eternizándonos en el amor”. Pedro Salinas lo intenta, reconociendo un imprevisible “error de cálculo” que le arrastraría a la doliente e inevitable separación de Katherine. Lo que, ahora, va a reaparecer entre estos versos. Como ya hiciera en la anterior ocasión, acompaño al final del texto unas notas que pudieran resultar esclarecedoras al curioso lector. J.R.O.
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ULTIMA CARTA A KATHERINE (Homenaje a Katherine Reding Whitmore, el gran amor de Pedro Salinas)*
UNO “Si me llamaras, sí, si me llamaras…” (La Voz a ti debida. vv. 103-104).
Pero hoy es junio, Katherine (1) y hubo aquí, por Toledo, altas señales alzadas hasta alcanzar la voz que te debiera. Hay, acaso, nobles escudos de Fuensalida, enredando en mis ojos una dulce silueta de joven profesora, tan manriqueñamente, que fuera Guiomar quien te enhebrara un amor de cenizas. Levanta aquí, la piedra, el estallido, la primera sorpresa, el relámpago de la razón de amor, el nombre tan de siempre buscado. Memorias hubo, como ahora pasara, sobre este intenso estío, que arrastraran, un día, a mi Jorge Manrique hacia otra sombra que arrebató la muerte. Desde siempre el morir, colocándonos sitio a los ensueños. Todo para acabar en un largo lamento, irremediable.
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