Azorín en Ampudia

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Nuestro agradecimiento y el de todo el pueblo de AMPUDIA al escritor Manuel Bores Treceño, por su precioso artículo y por la atención y las palabras que le ha dedicado a Ampudia.



Manuel Bores gana el premio Mariano del Mazo por un artículo en EL NORTE.

El texto galardonado por la Diputación se titula “Azorín en Ampudia” y se publicó en la sección dominical de Los Cuatro Cantones.

Pablo M. Puente

Publicado en EL NORTE DE CASTILLA el 27 de septiembre de 2017.


El profesor Manuel Bores, colaborador de El Norte de Castilla, fue galardonado ayer con el Premio Mariano del Mazo de prensa escrita por su artículo “Azorín en Ampudia”, publicado el año pasado. […] Manuel Bores, que reside en Alicante, se mostró muy satisfecho con el reconocimiento. El articulista quiso “hacer un pequeño homenaje al pueblo de Ampudia, que me gusta mucho, porque es bonito y está muy cuidado”, según señaló nada más conocer el premio. “Ampudia está un poco como perdido, pero que en los últimos años ha ganado mucho”, apostilló. Por ello quiso “imaginar que uno de los viajes de Azorín fue pasando por este pueblo palentino”. Igualmente pretendió en su artículo que “Ampudia tenga más peso cultural y otorgarle la oportunidad de que sea también un pueblo literario”. En el libro de “Valencia”, el escritor José Martínez Ruiz ‘Azorín’ cita la ciudad de Palencia con uno de sus personajes, por ello “he escrito este ejercicio de ficción, como hacía Azorín, mezclándola con la realidad”, porque, según Bores, “ el periodismo debe revolver y mosquear para que otras personas continúen el trabajo, y a lo mejor alguien se siente interesado con este artículo y busca más información sobre los viajes de Azorín y descubre que realmente el autor pudo haber pasado por nuestra región y que Palencia sea una ciudad ‘azoriniana’ “, aseguró. El

artículo

es

también

un

homenaje

a

los

pueblos

castellanos y a sus habitantes esos que “se resisten a abandonarlos y los conservan dándoles vida, como pasa en Ampudia”, explicó el autor del artículo premiado. También apuntó que en general “es una defensa de la literatura, los libros, la escritura y la cultura en todos sus sentidos” y anima a todos a “que lean esas obras literarias que no se lee nadie, porque aporta otro punto de vista, que es lo que hacía Azorín”.


Con el estilo de Azorín, el palentino intenta en su artículo “reflejar el habla y la forma de ser de los castellanos, todo extraído de experiencias y personas que he conocido en los pueblos”. Además recuerda que nació en un pueblo, aunque “solo viví allí cinco años, por lo que también es un reflejo de la nostalgia que siento de estar allí”, apuntó Bores. También aprovecha el articulista para reivindicar que “Azorín es un autor que sigue siendo interesante, porque salía por toda España a conocer a sus gentes para escribir sobre ellas”. Asegura que presentó el artículo al premio porque hubo amigos que al leerlo les gustó y le animaron. Hablando de amigos, Bores también quiere con este texto rendir un pequeño homenaje a Julián Alonso, “que es amigo mío y que también ganó este premio en su día”. Bores anima a todos a presentarse a concursos “que aunque no siempre se gana es muy necesario, además que en Palencia hay mucho talento y novelistas, y el presentarse es una forma de apreciar el trabajo realizado y difundirlo”. Curiosamente, Manuel Bores señaló entre risas que el artículo premiado tiene su “propia anécdota”. “no me tocaba publicar a mí – la sección la comparte con otros tres autores – y “me llamó José María Díaz – redactor de El Norte – para pedirme un texto porque no tenía. Le saqué de un apuro y además coincidió con las fiestas de Ampudia. De alguna manera es un regalo para el pueblo”, concluye.



AZORÍN EN AMPUDIA Manuel Bores Publicado en EL NORTE DE CASTILLA en la sección dominical “Los Cuatro Cantones”, el 25 de septiembre de 2016.

Galardonado con el premio de periodismo MARIANO DEL MAZO, 2017, de la Diputación de Palencia.



Como sabemos, después de “Los pueblos” y “La ruta de Don Quijote”, Azorín ha seguido recorriendo España para dejar constancia de cómo son y cómo viven los pueblos y las ciudades del país. Esta vez se ha apeado del tren en Dueñas de buena mañana. Tiene curiosidad por ver lo que queda del monasterio agustino. Después, ha montado en una tartana – por si lloviera, pues es abril -, tirada por una mula torda. La guía un muchacho que respeta el silencio del viajero. Han subido al páramo por un camino sinuoso, polvoriento. En las lindes aún hay algún almendro en flor. Arriba, un aire limpio corre entre las encinas. Un pastor, de tez cetrina y con manta al hombro, saluda alzando la mano. El escritor respira hondo. Este paisaje le recuerda al del camino que lo llevó de Pinoso a Yecla de pequeño. Al bajar al valle que linda ya con la Tierra de Campos, la tierra se abre hacia un horizonte infinito. Pasado el monasterio de Alconada, se yergue airosa la espigada torre de la colegiata de Ampudia. Se habrá hospedado en una casa solariega venida a menos. La fachada está orientada al sur y en ella se abre a la plaza un pequeño balcón volado de forja. Unos geranios y un pedagonio limonero alegran la austeridad de la cal. Fue la hija de la señora quien trajo de un viaje a Cantabria un esqueje y su olor la conmueve profundamente; unas fiebres se la llevaron hace unos años. Aún guarda luto. Estas posadas de Castilla – Sepúlveda, Pedraza, Peñafiel – guardan muchos secretos.



Ya instalado, Azorín saca dos o tres libros de la maleta y unas páginas escritas. Coloca el reloj de bolsillo en la mesa y aprovecha la luz de la mañana para repasar los tachones y las anotaciones entre líneas de un artículo en curso. Es minucioso en su trabajo. Es un artículo más de los que luego conforman sus libros. El autor es muy meticuloso. Para Azorín escribir es vivir; leer es volver a vivir, y “vivir es ver volver”. Azorín no distingue entre cuento y ensayo. ¿Por qué no recogió este en ningún libro? - se preguntarán más adelante lo expertos. El autor relee: “Fijaos ahora cómo sobresale, entre la tupida pinada, el más de La Puente del Lobo parece recién construido. Concentrad la mirada y que los ojos hagan como un zoom. ¿No imagináis que hay vida en él? ¿No os parece que han encendido y apagado una lucecita? Y del fuego que sale por la chimenea ¿no os llega el olor?” Sus habitantes han cumplido con sus labores y se disponen a preparar la cena, porque en las casas de campo se cena pronto. Y después se sentarán al abrigo de la llar. Recordarán algunas cosas que ocurrieron hace ya tiempo, tal vez un día tal como hoy. “Eso fue tal año”, se dirán, porque aquel año la cosecha de la aceituna fue buena y regular la de almendra. Crepita la leña. Hay en la casa una abuela que, como Penélope, teje el tiempo con agujas y lana. De tanto en tanto, levanta la vista y se queda absorta un instante. Todos callan. Se oye el tic-tac de un reloj de pared. Alguien coge un libro de un estante, un libro viejo y un poco manoseado que ha estado desde siempre en la casa. Comienza a leer: “Caía la tarde y el bosque comenzaba a vivir. En la llar crepitaba el fuego. A luz de tenue lámpara, la abuela tejía al compás lento del péndulo de reloj de pared. La mayor de las dos niñas que vivían en aquella casa se levanta y coge un libro para entretener a la abuela, que teje una chaqueta para su nieta menor.”


Ha salido a pasear cuando han sonado las campanas de la Colegiata. Son las once. Ha entrado en una tiendecita donde venden de todo: cazuelas, asperón, arreos para las mulas, barreños, tranchetes, garias. Escucha atentamente cómo hablan las gentes de los pueblos, cómo son precisas sus palabras, cómo quedan esculpidas en el aire. En una libretita que lleva en su macferlán las apunta con un cabo de lapicero y letra cuidadosa ¡las ama tanto! – para luego saborearlas: morral, tarja, troje, aburar… El castellano llena la boca, es recio como el vino de Monóvar. Azorín habló valenciano de pequeño y escribe un castellano clásico, arcaizante, aprendido en los libros. Ha comprado un taco de cuartillas. Le gusta escribir en papel pequeño, pausadamente. También adquiere un libro que ha encontrado en una repisa, un libro cuyo título es Castilla en escombros (1915), de Julio Senador. El escritor ha dejado de confiar en la razón, en las ideas, incluso en la ciencia; se ha hecho un observador sentimental, melancólico. Un escéptico que colecciona libros. Ha seguido el paseo. Llega hasta las escuelas. En el patio, las niñas saltan a la comba y cantan “Van y vienen las olas / y las olas nunca la mojan, / salta la niña a la comba”. La maestra tiene un espíritu avanzado, promueve el ejercicio físico, hace gimnasia con sus alumnas, sale al campo con ellas, con ellas rastrea en la tradición y en la historia oral, y hasta les enseña un poco de francés - Azorín ama el francés -. Y también alguna canción perdida. La maestra no es del lugar; lleva algunos años en él, aunque procede de Soria. En esa ciudad fue alumna de Machado. Azorín conversa con ella. Las niñas disfrutan hoy de un recreo más largo. Cuando vuelven a clase, entran cantando el Romance del conde Olinos. Pronto suena la una en el Ayuntamiento. Se hace la hora de comer.


El escritor ha echado una corta siesta y luego ha estado leyendo. Mas tarde, ha dado un paseo por el campo. Al pisar unas matas de tomillo, el olor le ha evocado los hornos de su pueblo. Va cayendo la noche. Con la luz de poniente empieza a destacar el perfil de los tesos. “Tenemos que volver en verano, Sr. Martínez Ruiz”, se dice a sí mismo. Y sigue, ensimismado y al abrigo de los soportales, hacia la posada. Se cruza con un anciano embutido en el tabardo y que cubre su boca con una bufanda. “Buenas noches le dé Dios – le dice al forastero. No tarde en recogerse que las estrellas de El Carro están rabiando esta noche. No coja un resfriado”. Y se cala la boina y continúa su camino. Azorín llega a la posada. Agradece el calor de la gloria. En el reloj de pared suenan las ocho. Azorín cena austeramente, como un monje: unas sopas de ajo y una tortilla a la francesa. Sentado en una butaca con el tapizado un poco ajado, hojea el periódico: “Mañana, Azorín, el autor de ‘Castilla’, pronunciará en el Casino de Palencia una conferencia sobre el tren y el progreso de España”. No hay foto que acompañe a la noticia. A Azorín, que ya no cree en ninguna revolución ni en la política, solo en el progreso, le gusta pasar desapercibido. El reloj de la casa da las diez. “Don José ¿le paso ya el calentador de las sábanas?”, le dice el ama, que le ha apartado unas brasas para quitar la helor de la alcoba. Ella no ha leído el periódico y no sabrá nunca que Azorín fue huésped suyo. En el libro de viajeros ha registrado a José Martínez Ruiz.



Otras obras de Manuel Bores Treceño:

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“Torre de las palabras”. (Manuel Bores; Fermín Nozal) Publicaciones de la Tertulia literaria “Jorge Manrique”. Palencia [I.G. Diario], 1975.

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Viernes del arte joven. (Jesús Mateo Pinilla, Manuel Bores, et alii). Delegación Provincial de Cultura. Palencia, 1976.

-

“Rituales y arqueologías”. (Manuel Bores; Francisco Aliseda) Aguilar de Campóo (Palencia), 1986.

-

“Palabra o claridad”. (Manuel Bores ; Julián Alonso) Fundación Díaz Caneja. Palencia, 2011.




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