RICA HISTORIA DE
TEGUCIGALPA
NAHUM VALLADARES
Rica Historia de Tegucigalpa / Nahum Valladares © De esta edición Alcaldía Municipal del Distrito Central Autoridades Alcalde Municipal: Nasry Juan Asfura Z. Gerencia de Cultura y Turismo: Ana Maria Zacapa Primera edición, 2021 ISBN: 978-99979-0-677-9 Concepto y diseño: Erick Eduardo Zelaya Prohibida su venta. Esta edición es para ser distribuida gratuitamente entre lectores y en la red de bibliotecas, universidades y centros culturales de Honduras y el mundo. Impreso en Honduras Printed in Honduras Lithopress Industrial
ÍNDICE
Tegucigalpa, su origen .............................................................................
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Primeros años de su historia ..................................................................
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Arquitectura colonial, templos católicos ...............................................
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Parroquia de San Miguel Arcángel ........................................
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Convento e iglesia de San Francisco ......................................
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Convento de la Merced ............................................................
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Iglesia de nuestra señora de los Dolores ...............................
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Ermita del cementerio de el Calvario ...................................
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La Inmaculada Concepción ....................................................
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Santuario de nuestra señora de Suyapa ...............................
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Primeros barrios de Tegucigalpa ............................................................
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Jardines públicos .....................................................................................
53
Personajes sin historia .............................................................................
61
I c o n o s .....................................................................................................
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Verbo y armonía .......................................................................................
89
Tradiciones y recuerdos ...........................................................................
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Hitos históricos .........................................................................................
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TEGUCIGALPA SU ORIGEN
Dibujo del Real de Minas A finales del Siglo XVI
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Su existencia en la geografía nacional se remonta a más de 400 años partiendo de la época de la conquista de los españoles que se posesionaron de las tierras pobladas por aborígenes originarios de tribus como los lencas, los cholutelcas y algunos tolupanes. Las investigaciones de historiadores como Antonio R. Vallejo, Rómulo E. Durón, Víctor Cáceres Lara, José María Reina Valenzuela, Ernesto Alvarado García, Félix Salgado, Mario Felipe Martínez Castillo y otros ilustres hondureños indican que Tegucigalpa surge de la ambición de un grupo de mineros furtivos que escaparon de las minas de Siria al enterarse que al interior había montañas cuajadas de coníferas, robles y encinos, árboles que para ellos eran un indicativo de yacimientos minerales. Según la crónica de 1580 del escribano Don Álvaro Gil, el Gobernador Don Francisco de Montejo ordenó que por instrucciones de Don Pedro de Alvarado se le dieran en repartimiento esas tierras conocidas por los indígenas como ‹‹Teguycigalpa y Cetapal›› con todos los señores, indios, barrios y estancias, posesiones cuya propiedad indica después el escribano Gerónimo de San Martín es de los capitanes españoles Lope de Cáceres y Gabriel Muñoz. El lugar era un apacible sitio poblado en su mayoría por ancianos, hombres y mujeres de origen lenca que posiblemente huyeron de la matanza y persecución que hicieron los españoles en 1537, cuando mataron a Lempira. Vivían en chozas levantadas a orillas de un caudaloso río, el Río Grande, y en las estribaciones de un cerro pedregoso cuajado de pinos y que ellos llamaban el Sapusuca, que en lengua nativa quería decir ‹‹cerro de las piedras››, hoy El Picacho.
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Los mineros comenzaron a buscar plata en lo que conocemos como Miramesí, El Edén hasta la ruta para Surcagua, hoy Santa Lucía. La riqueza del mineral era tan grande que, al terminárseles el azogue o el cinabrio para beneficiar la plata, tuvieron que retornar a Siria para obtenerlo, circunstancia obligada que los delató. Alonso de Cáceres informó esto a la Gobernación en Guatemala, lo que motivó que Don Pedro de Alvarado enviara a su pariente político el capitán Juan José de la Cueva a poner orden, para que no siguieran robándole al tesoro de la Corona Española. Así, fue nombrado en 1579 Alcalde Mayor a lo que dio título de ‹‹Real de Minas de San Miguel de Teguycigalpa››. Aquí comienza a escribirse la historia de la riqueza de un poblado de cuyas entrañas proviene el brillante y blanco metal y algunas vetas de oro que le convirtieron en la época de la colonia en el mayor centro de captación de valores para la Corona Española, expandiendo la explotación del Real de Minas a San José de Yuscarán, Surcagua (Santa Lucía), Guasucaran en Ojojona y Choluteca.
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Una vista de la Tegucigalpa Colonial Fecha desconocida
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PRIMEROS AÑOS DE SU HISTORIA
Cap. Juan José de la Cueva
Primer Alcalde Mayor del Real de Minas. 1579
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Don Juan José de la Cueva, el primer Alcalde Mayor del Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa, cumplió las ordenes de trazar una plaza mayor y cuatro calles que partieran de la misma, destinar solares próximos para construir una iglesia, una casa para el ayuntamiento y un lugar para su residencia. Un hombre autoritario, el Alcalde de la Cueva ejercía acciones esclavizantes con los indios, haciéndoles trabajar agotadoras faenas para sus beneficios personales, comportamiento que obligó a las autoridades de Guatemala a destituirlo y nombrar en su lugar en 1580 a Don Juan Cisneros de Reynoso. En 1585 el Rey de España enterado que Cisneros de Reynoso no ejercía bien sus funciones nombró Alcalde Mayor a Juan Núñez Correa, quien comenzó a trabajar en el lugar donde se reunía el Ayuntamiento: una casa de adobe construida al poniente de la plaza. Núñez de Correa no hizo mucho y depositó la Alcaldía en Don Francisco de Pereña, siendo una de sus primeras acciones la de conseguir en Guatemala una fuerte dotación de azogue para entregarla al beneficio de la plata en las minas de Santa Lucía, que estando en su apogeo, dieron una rica producción al Reino de España. La captación de una enorme cantidad de plata indujo al Rey Felipe II a retribuir al pueblo con un apreciado regalo en 1594 consistente en dos campanas de bronce para la iglesia de Las Mercedes, un crucifijo tallado en plata oscura, un cáliz de plata sobredorado, una palmatoria y dos candelabros de plata. Don Sebastián de Alcega en 1602 sustituyó en la Alcaldía Mayor a Don Francisco Pereña quien por enfermedad regresó a Guatemala, donde falleció en 1604. En 1608 el Rey Felipe hizo remoción en la Alcaldía Mayor destituyendo a Don Sebastián de Alcega y nombrando en su lugar al Capitán Juan Lobato, quien con entrega se dedicó desde el inicio de su función a visitar los pueblos de su jurisdicción, a mejorar los caminos, a empedrar las calles del centro del Real de Minas, a reparar la casa del Ayuntamiento y otras obras.
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Entre los Alcaldes Mayores desde 1621 hasta 1775 se destacan Juan de Espinoza y Pedruja, Antonio Nieto, Diego de Aguilera, Antonio Salvatierra, Alonso de Cordero, Manuel de Porras, Antonio de Arrollave, Gaspar de Artica y Nicolás del Busto y Bustamante, a quien le tocó en 1768 recibir el título de Real Villa de San Miguel de Tegucigalpa. Los demás no hicieron mayor contribución que la de administrar la riqueza mineral, manteniendo casi 153 años de pasividad en el desarrollo del poblado. Fue en 1775 y hasta 1781 cuando el Rey nombró al Capitán Ildefonso Ignacio Domezaín, un hombre progresista que construyó la Casa de Rescates en 1780, donde se llevaba el registro en barras de la producción de plata. Empedró las calles de los cinco barrios principales y contribuyó con los curas encargados de los templos católicos. En 1782, año en que se consagró la Parroquia de San Miguel Arcángel, la Alcaldía Mayor la ejercía provisionalmente el Capitán Joaquín José de Posadas y transcurrieron 35 años en los que otros españoles fungieron como Alcaldes Mayores nombrados por el Rey o provisionales hasta el año 1817. En 1812 cuando se desempeñaba como Alcalde Interino Don Miguel Eusebio Bustamante, la Intendencia de Comayagua pretendió eliminar la autonomía de la Alcaldía Mayor para que Tegucigalpa dependiera de la Provincia de Comayagua. El pueblo y los curas encabezados por el Padre Juan Francisco Márquez y los frailes del Convento de San Francisco se rebelaron y no permitieron que se lograra el propósito. Esa gesta se conoció como ‹‹La Revuelta de las Varas››, una acción de alto sentido independentista. En 1817, Su Majestad Fernando VII nombró Alcalde Mayor de la Villa de San Miguel de Tegucigalpa al Lic. Narciso Mallol. Originario de Valencia, fue un hombre temperamental y absolutista que mantuvo, durante todo su ejercicio, una indisposición con los criollos del Ayuntamiento, entre ellos Dionisio de Herrera, Tomás Midence y Francisco Morazán.
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Pero el Alcalde Mallol era un hombre progresista y desde su llegada comenzó a realizar obras como la restauración de la Casa de Rescates, lo mismo en el edificio que los tegucigalpenses conocían como el Portal de la Plaza, sede del Ayuntamiento. Se propuso construir un puente para salvar las aguas del Río Grande y unir a Tegucigalpa con Comayagüela, obra que no logró inaugurar porque falleció en marzo de 1821. El puente se logró inaugurar el 16 de agosto, pero los ediles decidieron, a pesar del carácter del Alcalde fallecido, honrar su memoria, bautizándolo como ‹‹Puente Mallol››. Ya en la época post independencia, a partir de 1821, los Alcaldes de la ciudad fueron todos criollos y se involucraron, cada quien en su época, a transformar la ciudad de las canteras, capital de Honduras desde 1880.
Lic. Narciso Mallol
Último Alcalde Mayor español de Tegucigalpa. 1821
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ARQUITECTURA COLONIAL TEMPLOS CATÓLICOS
PARROQUIA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL Consagrada en 1782
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El principal templo católico de la capital, la majestuosa Catedral sede de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, cumplió el 29 de septiembre 239 años de habérsele consagrado como Parroquia dedicada al Patrono del poblado minero: San Miguel Arcángel, el jefe de las legiones celestiales. Esta joya de la arquitectura colonial no sólo es un ícono del catolicismo hondureño, sino que es parte del patrimonio cultural de la nación. La Parroquia de San Miguel Arcángel es un referente de la época colonial porque su construcción se inició en 1765 para sustituir a la Parroquia de la Limpia de la Inmaculada Concepción que fue destruida por un voraz incendio en 1746. La obra fue promovida por el ilustre presbítero tegucigalpense José de Simón Celaya y Cepeda, quien no pudo ver terminado su sueño al morir en 1775, correspondiéndole a su discípulo el padre Juan Francisco Márquez y Castejón finalizarla en 1782. Fue consagrada como Parroquia por el Obispo Antonio de San Miguel el 29 de septiembre de ese año. El majestuoso templo de estilo barroco español fue levantado por el arquitecto guatemalteco Gregorio Niancanceno Quiroz. Los retablos, el Mayor y los laterales, fueron confeccionados por el tallista guatemalteco Vicente Gálvez y sus siete hijos Mariano, Juan, Cayetano, Francisco, Felipe, Nicanor y Laureano. Las obras pictóricas fueron realizadas por el primer artista hondureño de la pintura José Miguel Gómez, destacándose entre ellas el San Juan Bautista del baptisterio, la Santa Cena bajo el Coro, el San Pablo del púlpito y la pintura de los evangelistas Marcos, Mateo, Lucas y Juan tallados por Gálvez en las columnas que sostienen el cimborrio de la cúpula central.
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La magnificencia del arte que adorna nuestra Catedral nos indica que el Padre Celaya fue un mecenas al apoyar estas manifestaciones que han perdurado por 239 años y forman parte del patrimonio cultural de Honduras. En lo histórico, después del año de su consagración, las figuras estelares de la nacionalidad que nacieron en Tegucigalpa fueron bautizados en la pila de piedra de nuestras canteras que el Vicario Francisco Alemán instaló en la primera parroquia de Tegucigalpa en 1675 y que fue lo único que se salvó del incendio de 1746. Francisco Morazán Quezada, Juan Lindo, Joaquín Rivera y Bragas, José Trinidad Cabañas, José Trinidad Reyes, José Santos Guardiola, Juan Antonio Márquez, Marco Aurelio Soto, Ramón Rosa, Antonio R. Vallejo, Rómulo E. Durón y de la más reciente época Tiburcio Carías Andino, Juan Manuel Gálvez y otros ciudadanos de nuestra historia recibieron las aguas el bautismo en la Parroquia de San Miguel. El reloj fue donado en 1875 por el acaudalado casateniente de La Plazuela Don Salvador Díaz, quien fungía como Síndico de la Villa en ese año. Primero se colocó en la torre derecha y en 1881 se pasó al óculo en la parte superior de la fachada. La Santa Iglesia Catedral tiene entonces una relación con la cultura, con la historia de la ciudad y de Honduras, con la identidad de país, porque no sólo es un templo católico sino un tesoro de la hondureñidad. En 1906 al trasladarse la silla episcopal de Comayagua a Tegucigalpa recibió el título de Catedral y nueve años después, en 1915, sede de la Arquidiócesis de Tegucigalpa con Monseñor José María Martínez y Cabañas. En su interior están sepultados el Padre José Trinidad Reyes, el Presidente Santos Guardiola, su vicepresidente Don José María Lazo, Monseñor José Leonardo Vijil, Monseñor Santiago Zelaya, el Presidente Manuel Bonilla Chirinos y el primer Arzobispo de Honduras Monseñor José María Martínez y Cabañas.
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En una restauración que se hizo en la década de los sesenta, fue clausurado un cementerio lateral en el que se encontraban las tumbas de personajes como Doña Juana Fiallos, la madre del General José Trinidad Cabañas, el presbítero José Trinidad Estrada e Isabel Colindres (la hermana de Alejandro Colindres, uno de los labradores de Suyapa que encontró la imagen de la Patrona de Honduras en 1747) entre otros personajes de familias importantes de Tegucigalpa. La Catedral de Tegucigalpa fue declarada Monumento Nacional mediante un decreto legislativo en 1967.
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CONVENTO E IGLESIA DE SAN FRANCISCO Consagrada en 1735
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Los misioneros franciscanos fueron los primeros en llegar al Real de Minas de Tegucigalpa en 1579, cuando se instaló como Alcalde Mayor nombrado por Don Pedro de Alvarado, el Capitán Juan José de la Cueva, primo hermano de Doña Beatriz de la Cueva, esposa del Adelantado. Los frailes franciscanos levantaron una ermita en la zona donde hoy está la Iglesia de Los Dolores, lugar que sirvió para adoctrinar a los aborígenes que se encontraban asentados a orillas del Río Grande y en las estribaciones del cerro que ellos conocían como el Sapusuca. Los religiosos de la Orden fundada por Francisco de Asís decidieron levantar un convento, previa solicitud a España y una vez obtenido el permiso buscaron el apoyo de los pudientes del Real de Minas para la donación de un terreno para la construcción de dicho convento. Así lograron que los hermanos Cristóbal y Alonso Rodríguez Bravo y Carlos Ferrufino cedieran las parcelas y unas casas de adobe en un sitio que se conocía como La Plazuela, levantando en 1592 el Convento dedicado a San Diego de Alcalá, el cual fue fundado en 1598 por Fray Nicolás de Vargas. Los misioneros ya contaban con el Convento y se propusieron construir en el lateral sur una iglesia, proyecto que tardó muchos años debido a los pocos recursos con que contaba la orden y a las dificultades que siempre encontraban con los alcaldes del Real de Minas. Fue hasta 1735 que se terminó la construcción de la iglesia, abriendo sus puertas a la feligresía el 20 de febrero de ese año de acuerdo con los apuntes del Obispo originario de México Fray Antonio López de Guadalupe encontrados en Comayagua y cuyos restos descansan en la Catedral de esa ciudad.
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La iglesia fue dedicada a San Francisco de Asís, patrón de los misioneros. Se comunicaba con el Convento a través de dos grandes puertas, la primera a la izquierda del retablo mayor y la segunda, siempre a la izquierda de la entrada principal a un lado de las gradas de madera que conducían al coro y al campanario. El precioso retablo principal de madera tallada fue elaborado en Guatemala, traído en piezas que fueron ensambladas por artesanos también de origen guatemalteco. En el centro sobre el sagrario de plata colocaron un expositor semicircular del Santísimo con un sistema para abrirlo cuyo mecanismo consta de ganchos y poleas, el cual es único en los templos católicos de la época. En los nichos del retablo se colocaron las imágenes de San Francisco, San José, Santa Clara y San Diego y en la parte superior un hermoso medallón de La Trinidad obra del pintor hondureño José Miguel Gómez. En los laterales del templo se construyeron retablos más pequeños en cuyos sitios principales se ubicaron una imagen de Jesús Nazareno tallada en España y en el otro en la parte central la ‹‹Virgen del Carmen››. Hermosos cuadros y obras extraordinarias, unas traídas de Antigua Guatemala y otra de José Miguel Gómez, adornaban las paredes laterales alternado con las representaciones del Santo Vía Crucis. Las sonoras campanas instaladas en su única torre fueron fundidas en Guatemala, compradas con las donaciones de tostón en tostón que hacían los feligreses de los barrios La Plazuela, La Hoya, La Ronda y el Centro. Estas campanas, la mayor y la pequeña eran consideradas como las más sonoras del Real de Minas. Pero no sólo la iglesia guarda un alto contenido histórico porque es el templo católico más antiguo de Tegucigalpa; el entonces convento de San Diego que después pasó a llamarse de San Francisco, representa un lugar emblemático porque en sus claustros se fundó la escuela de primeras letras que organizó Fray San Gabrielín y donde Fray Antonio Murga impartió enseñanza
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en 1804 a un grupo de niños de Tegucigalpa, entre quienes se encontraban Francisco Morazán Quezada, Joaquín Rivera Bragas, Diego Vijil Cocaña y Juan Antonio Márquez. En ese sitio, en 1839, cuando los Conventos pasaron a poder del Estado, el General Morazán instaló la primera imprenta que llegó a Honduras. En 1841 comenzó a funcionar la Academia del Genio Emprendedor y del Buen Gusto y en 1845 la Academia Literaria de Tegucigalpa, ambas predecesoras de la Universidad Nacional de Honduras. Los religiosos ya en la época republicana se quedaron con la Iglesia, se cerraron los accesos al Convento que pasó a ser propiedad de la municipalidad de Tegucigalpa y en el gobierno del Presidente Marco Aurelio Soto se destinó para sede de la Comandancia de Armas, convirtiéndose en el Cuartel de San Francisco. La Iglesia de San Francisco ha sido blanco de malhechores que se han robado antiguas imágenes, ornamentos de la época colonial, candelabros de plata y otras reliquias. El templo también sufrió unos cambios no muy apropiados cuando se encomendó su custodia a unos sacerdotes canadienses que, sin valorar el tesoro histórico, quisieron darle un cambio al templo para modernizarlo. Ello causó que se estropearan los retablos laterales y los marcos de las pinturas. Otro daño ocasionado a la Iglesia de San Francisco fue cuando en los años sesenta las autoridades municipales de aquel entonces ordenaron la demolición de su campanario con el propósito de ensanchar la calle lateral norte, error que fue enmendado en la administración del 2002 al construirse una nueva torre con las mismas características arquitectónicas de la original. También en 1998 cuando fuimos azotados por la tormenta tropical Mitch, la iglesia fue destinada a refugiar a decenas de damnificados. Sin vigilancia ni medidas de prevención, muchos de ellos hicieron destrozos en su interior.
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Hoy, la Iglesia ha sido rescatada, tiene un adecuado sistema de seguridad, se cambió gran parte del techo, luce pintada y bien conservada gracias al empeño de Su Eminencia el Cardenal Rodríguez Maradiaga, de sacerdotes que le han dedicado su amor a la iglesia como el Padre Carlomagno Núñez, cuando se desempeñó como Párroco de la Catedral Metropolitana, a los feligreses que acuden a ella, grupos de damas religiosas y empresarios católicos de alta sensibilidad espiritual. En su interior se conserva el confesionario que utilizó el Padre José Trinidad Reyes en la Iglesia de La Merced. La Iglesia de San Francisco, frente a la plaza Valle, es un monumento histórico de nuestra capital, el más antiguo, que cumplió 286 años.
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CONVENTO DE LA MERCED Consagrada en 1700
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Los primeros misioneros que llegaron a Honduras fueron los frailes de la Orden de Nuestra Señora de La Merced y la Redención de los Cautivos, fundada por Fray Pedro de Nolasco en 1219 cuando España era dominada por los moros. Fray Alejandro, el sacerdote que acompañó a Colón en 1502 en su viaje donde tocó tierra firme del continente, quien llegando a Punta Caxinas ofició la primera misa hace 508 años, era mercedario originario de Valencia, una de las poblaciones atendidas por los frailes de San Pedro de Nolasco cuando se produjo la toma de la ciudad por las fuerzas españolas. Los mercedarios llegaron a Honduras primero que los franciscanos porque de acuerdo a datos históricos junto al primer Obispo que se instaló en Trujillo en 1539, Don Cristóbal de Pedraza, los frailes de esta orden se diseminaron para evangelizar y fundar los primeros conventos y templos católicos. Fray Nicolás del Valle en 1550 inicia la evangelización en Gracias y en Tencoa y comienzan a instalarse en conventos autorizados por la Corona Española. Los franciscanos llegaron posteriormente, en el año 1574. Por ello, cuando surge el poblado del Real de Minas de Tegucigalpa en 1578, los frailes de la Orden de Frailes Mercedarios obtienen la licencia real para fundar un convento, el de San Diego, y como ya existía una regulación del reino que prescribía que no podían funcionar conventos de diferentes ordenes, los mercedarios tuvieron que instalarse en Santa Lucía, sitio minero distante a pocas leguas de Tegucigalpa.
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Cuando el Rey de España levantó la prohibición, los mercedarios de Santa Lucía se trasladaron en 1680 a la Villa de Tegucigalpa y obtuvieron mediante compra y por cesión de la Alcaldía Mayor un amplio predio al final de la llamada Cuesta del Río, sitio donde establecieron una plaza y al costado oriental construyeron el Convento de Nuestra Señora de La Merced y un templo incorporado a la edificación dedicado a San Pedro de Nolasco y a nuestra Señora de Las Mercedes. El complejo de La Merced guarda mucha historia para los capitalinos. En los claustros del Convento en 1701 la dama criolla María de Mendoza, esposa del Sargento de las Armas Españolas Juan de Peralta, fundó el primer hospital que hubo en Tegucigalpa, centro que duró muy poco tiempo por razones económicas. A su regreso de Nicaragua se enclaustró en ese lugar el presbítero Don José Trinidad Reyes y la mayoría de su trayectoria eclesiástica la desarrolló en el Convento de los Mercedarios. A la muerte del Padre Reyes en 1855, parte del Convento fue abandonado y hasta sirvió de cancha de gallos. Fue el Dr. Hipólito Matute, rector de la Universidad Nacional que había sido fundada por Reyes como Academia del Buen Gusto en el Convento de San Francisco en 1846, quien solicitó a la Alcaldía Mayor de la noble ciudad de Tegucigalpa, destinar las instalaciones como sede del primer centro de estudios superiores. Así se hizo en 1867. Luego se fundó en 1878 durante en el gobierno de la reforma liberal del Dr. Marco Aurelio Soto el Colegio Nacional de Segunda Enseñanza, hoy Instituto ‹‹Vicente Cáceres››, cuyas aulas fueron ubicadas en la planta inferior de donde funcionaba la Universidad. En 1880 cuando se trasladó la capital a Tegucigalpa, una parte del costado sur del convento de la Merced se destinó para Casa Presidencial.
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Cuando la Universidad salió del histórico lugar, las autoridades decidieron que el sitio se destinara a la Galería Nacional de Arte. A pesar de los diferentes destinos que se le dio al Convento nunca se tocó la estructura original del Templo de La Merced. Quizá se hicieron ampliaciones por el sector norte, pero su interior conserva, con ligeros cambios, la construcción que hicieron los mercedarios hace más de trescientos años. Como era una costumbre, antes de la existencia del Cementerio, los prelados y personas distinguidas del poblado eran enterrados en el atrio o en el interior del templo y por ello al visitar La Merced, se encuentran lápidas que señalan ser tumbas de esas personas, entre ellas Doña Juana Vásquez, esposa del Abogado Inocencio Bonilla y madre del Dr. Policarpo Bonilla Vásquez, presidente de Honduras de 1894 a 1898. La pequeña plaza que los frailes conocían como ‹‹Plaza La Merced›› cambió de nombre en 1883 cuando el Presidente Luis Bográn - al colocar los bustos del Gral. José Trinidad Cabañas y del Padre José Trinidad Reyes - la bautizó en honor a su antecesor como ‹‹Plaza Soto››, pero ese nombre tanto en el ayer como ahora ha resultado desconocido para los capitalinos conociéndose únicamente como ‹‹La Merced››.
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IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES Consagrada en 1815
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Al asentarse en el sitio que los indígenas conocían como Teguycigalpa y Cetapal, los furtivos mineros que compartieron las chozas con los aborígenes comenzaron sus tareas de la búsqueda de minerales, pero su formación religiosa los llevó a construir con madera una pequeña ermita que dedicaron a la Virgen de Los Dolores. Escogieron un predio alejado de las casas y buscando la ruta hacia la montaña por donde se desplazaban con las mulas a las galerías mineras. Llegó el primer Alcalde Mayor en 1579 y a pesar de las restricciones impuestas por la nueva autoridad, aquellos mineros siguieron conservando el humilde templo católico. Pasaron los años y en las nominaciones por sectores antes de llegar al Barrio Abajo o sea la ribera del Río Grande, los moradores empezaron a llamar al lugar ‹‹Los Dolores›› donde se estableció un repartimiento para los descendientes de esclavos africanos que trabajaban en las minas y que al mestizarse con las mujeres indias crearon una raza que no se conocía como mulatos sino como ‹‹Los Pardos››. En 1735 el sacerdote Juan Francisco Márquez se hizo el propósito de levantar un nuevo templo a la Virgen de Los Dolores en el mismo lugar donde estaba la antigua ermita. Le hicieron el diseño en Guatemala con un estilo mariano en el frontispicio con dos torres como campanarios, techo de dos aguas y un patio lateral para eventos religiosos como precesiones y otras liturgias. Las contribuciones para la obra no eran suficientes y los trabajos iban muy lentos, hasta que los pardos decidieron poner todo su empeño trabajando con devoción y logrando terminar el templo en 1815.
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Los ornamentos en el retablo y las imágenes de la Virgen Dolorosa, el San José y cuatro bellas imágenes de ángeles las confeccionaron en talleres de arte eclesiástico en Guatemala, enseñoreándose en sus retablos laterales otras imágenes obtenidas en España. En los años cincuenta unos sacerdotes españoles se hicieron cargo de la Parroquia, reformando la construcción original cambiando el techo de dos aguas, colocando una hermosa cúpula y construyendo ampliaciones en los laterales: Los Dolores es otra joya de la arquitectura colonial en Tegucigalpa.
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ERMITA DEL CEMENTERIO DE EL CALVARIO Consagrada en 1786
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A mediados del siglo XVIII los españoles comenzaron a construir una ermita en las proximidades de la ribera oriental del Río Grande, templo para los naboríos del Barrio La Moncada, un asentamiento de mestizos en la loma de la margen del río. La ermita servía además como la capilla del cementerio del Real de Minas y para los actos litúrgicos de la Semana Santa para conmemorar la crucifixión de Jesucristo al final de la Calle del Vía Crucis, por eso se le dio el nombre de «El Calvario». En el año de 1786 el padre Francisco Artica, coadjutor de la Parroquia de San Miguel Arcángel colocó en la plaza frente a la ermita una cruz de piedra rosada que se bautizó como la ‹‹Cruz del Perdón›› y a su lado se sembró un árbol de castaño. Sirvió como capilla del Cementerio hasta el año de 1876. Al abrirse el panteón general al pie del cerro El Berrinche esta se clausuró y en el año de 1910 el ciudadano Don Ildefonso Alvarado procedió a restaurar el templo que se convirtió en el sepulcro del Cristo yacente, imagen antigua utilizada en la procesión del Santo Entierro. Contiguo al antiguo Calvario, en los predios del viejo cementerio donde fue enterrado el último alcalde peninsular Lic. Don Narciso Mallol, comenzó a construirse la Capilla del Santo Sepulcro en 1936, cuya custodia se le confió en los años cuarenta a ‹‹Los Caballeros del Santo Entierro››. El Calvario está bajo la jurisdicción parroquial de Los Dolores y una de las imágenes más importantes que se encuentran en su interior es la Virgen Dolorosa tallada en el siglo XVII en Sevilla, España.
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LA INMACULADA CONCEPCIÓN Consagrada en 1796
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Otra reliquia de esa arquitectura en la época colonial es el templo que el sacerdote español Joseph del Valle, originario de Zamora, junto al padre Juan Francisco Márquez levantaron en 1790 en el mismo lugar donde los naboríos de Comayagüela habían edificado una pequeña iglesia construida de madera y dedicada a la Inmaculada Concepción de María. El templo de sólida construcción de piedra y ladrillo se inauguró en 1796 y los sacerdotes dejaron frente a la Iglesia una plaza que llamaron ‹‹La Concepción››. En 1881 cambió de nombre cuando el Presidente Marco Aurelio Soto le regaló a la Villa una pequeña estatua de la libertad pasando entonces a llamarse ‹‹Parque La Libertad››. Ese templo tiene un valor histórico ya que en ella ofició su primera misa el Padre José Trinidad Reyes a su retorno a Honduras una vez ordenado como sacerdote en Guatemala. La Feria Patronal del 8 de diciembre se celebraba a lo grande en esa parroquia y la Semana Santa tenía su propia programación, con todas las procesiones y liturgias en las que participan los feligreses de Comayagüela. El Padre del Valle logró donaciones en su tierra natal para obtener el retablo y los ornamentos junto a un órgano de viento que se estrenó el día de su inauguración.
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SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA Consagrada en 1923
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El primer templo que se levantó a la Virgen de Suyapa fueron cuatro paredes de adobe con una puerta frontal al este, dos ventanas laterales y techo de tejas de dos aguas que los aldeanos levantaron en 1780 por orden de Don Bernardo Fernández, dueño del predio. Ello para honrar la promesa que en 1769 había hecho su compadre el Capitán de Granaderos José de Zelaya y Midence, mayordomo de la Hacienda San José del Trapiche en el sitio donde la Virgencita intercedió ante Dios para que le hiciera el milagro de aliviarle del ‹‹mal de piedras›› que le venía martirizando desde hacía muchos años. Con ligeros cambios que los fieles devotos ofrecían al donar madera, blanquear las paredes, dotar de cortinajes y otras significativas donaciones, aquel templo de 1780 fue la casa de la Virgen de Suyapa por 133 años. En 1913 con el permiso del Obispo José María Martínez y Cabañas, el Cura Párroco de Tegucigalpa, Monseñor Santiago Zelaya, comenzó a construir sobre el viejo templo una pequeña iglesia que se transformó en el Santuario de Nuestra Señora de Suyapa. Monseñor Zelaya, siguiendo un diseño de un estilo gótico clásico, encomendó los trabajos a Miguel Turcios Reina, Máximo Gonzáles y Pánfilo Sauceda, quienes confeccionaron un frontispicio con columnas, dos torres de campanarios y agregaron dos capillas laterales para formar la cruz latina. La construcción se finalizó en 1923 el año en que Monseñor Agustín Hombach fue nombrado Arzobispo de Tegucigalpa para sustituir Monseñor José María Martínez y Cabañas fallecido en 1921. Monseñor Hombach logró que el Papa Pío XI declarara a la Virgen de Suyapa Patrona de Honduras y que se estableciera como su fecha el 3 de Febrero ya que años antes se le rendía culto el día 2, día de la Virgen de la Candelaria. Así por espacio de 34 años, la que hoy conocemos como la Ermita, fue el Santuario donde la morenita virgen del Piligüín recibió la devoción de los hondureños, hasta que en 1957 se inauguró el Santuario Nacional, mismo que su Santidad el Papa Francisco elevó a Basílica Menor en septiembre del 2015.
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PRIMEROS BARRIOS DE TEGUCIGALPA
Bajada de la Cuesta del Barrio La Hoya Fecha desconocida
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Cuando los mineros españoles llegaron en 1578 a las orillas del Río Grande y se instalaron con el propósito de explotar los yacimientos de oro y plata de la rica zona, construyeron sus primeras viviendas en el sitio que hoy conocemos como Barrio ‹‹Los Dolores. Al llegar en 1579 el Capitán Juan de la Cueva, designado Alcalde Mayor del Real de Minas de Tegucigalpa, comenzó a organizar el poblado que le designó gobernar la Audiencia de Guatemala a nombre de la Corona Española. Poco a poco los pobladores, entre colonizadores y aborígenes, fueron distribuidos en los repartos que se extendían desde las faldas del cerro que los aborígenes conocían como el Zapusuca, hasta la margen derecha del río frente a la Comayagua de los Indios (Comayagüela), lugar que se bautizó como La Moncada, posiblemente por el apellido del español que se benefició con el reparto. Al ir pasando los años, la Villa creció y se registran sus primeros barrios con los nombres de El Centro, San Sebastián - conocido ahora como ‹‹El Olvido››, ‹‹El Guajoco››, ‹‹Barrio Abajo›› y buscando el oriente del pueblo, se empezaron a construir casas en el borde de los primeros límites que los medidores señalaban como ‹‹la ronda trazada››, así se originó el nombre de ‹‹Barrio La Ronda››. Cuando Don Carlos Ferrufino y los hermanos Rodríguez Bravo donaron en 1589 sus casas a los frailes para instalar el Convento de San Diego, el que posteriormente se llamó Convento de San Francisco, comenzaron a construirse casas en sus proximidades alrededor de una especie de plazuela que se extendía desde
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el centro religioso hacia el oriente, buscando las orillas de la quebrada ‹‹El Bambú››, misma que desembocaba en el Río Oro o Río Chiquito. Así nació el barrio ‹‹La Plazuela››, con una calle principal que, por el tipo de casas con alerones sostenidos por pilastras de madera, se le conoció como La Calle de Los Horcones hasta caer al ‹‹Arbolito››. Gonzalo Guardiola, uno de los más destacados cronistas de Tegucigalpa en la octava década del Siglo XIX, relata que allá por 1590 apareció en la Villa un mozalbete español al que llamaban ‹‹el Bachiller de La Joya››, joven instruido que seguramente llegó a estas tierras para servir a las autoridades coloniales. Rodrigo Aceituno de La Joya, según los relatos de Guardiola, era pendenciero y cuando se dedicaba a ingerir bebidas alcohólicas armaba, con espadín en mano, grandes escándalos en sus correrías desde ‹‹La Plazuela›› hasta el centro del poblado. En las casas que había construido la viuda de Sebastián Artica y Remigio Alonso en la parte baja que partía de la Calle de los Naranjos (hoy Avenida Cervantes) hasta orillas del ‹‹Río Chiquito››, en una de ellas habitaba el Bachiller de La Joya. La gente de aquel entonces, cuando se refería al domicilio del escandaloso españolito, lo identificaban como el ‹‹Barrio de La Joya››, nombre que con el tiempo degeneró a ‹‹La Hoya››. Esto nos indica que ‹‹La Hoya›› es uno de los barrios más viejos junto a los que hemos mencionado anteriormente y no hay duda, porque las casas de adobe y bahareque que todavía existían allá por los años cuarenta del siglo pasado, testimoniaban la antigüedad del barrio, así como las gradas para salvar el barranco y comunicar el centro con el barrio. A medida que crecía la Villa, después ciudad en 1821, surgieron en Tegucigalpa otros barrios cuyos nombres fueron inscritos por circunstancias que los vecinos identificaban ante acontecimientos y hechos. ‹‹La Leona››, originalmente llamado ‹‹Barrio Berlín››,
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Calle de Los Horcones en el Barrio La Plazuela
Fecha desconocida
sector donde vivían los ciudadanos de nacionalidad alemana, pasó en los años veinte a ser el asentamiento de familias que se fueron a vivir a la parte alta del pueblo. Situado en la bajada poniente de ‹‹El Picacho››, donde relataban nuestros abuelos que, al caer la tarde, una leona bajaba del cerro a buscar donde calmar la sed en los nacimientos de agua de la montaña, entre los bosques de robles que poblaban el sitio donde el Dr. Guillermo Walter levantó un edificio de piedra que por su arquitectura de estilo morisco se le llamó ‹‹La Alambra››, sede de la primera Escuela Normal de Varones. Los tejeros, aquellos que se dedicaban a la fabricación y horneado de las tejas, se ubicaron en una planicie conocida en aquel entonces por sus maizales como ‹‹Milpa Grande››, que se extendía desde el borde de ‹‹La Ronda›› hasta la orilla del Río Chiquito, de allí extraían el barro para la confección de las tejas y de los adobes. Una hilera de casas se construyó hasta llegar a un frondoso árbol
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Calle de La Pedrera bordeando el Parque La Leona Fecha desconocida
de guanacaste, árbol secular que todavía engalana el sitio donde está la cancha de básquet bol, conociéndose ese barrio como ‹‹El Guanacaste››. Después que se levantó la ermita de ‹‹El Calvario›› en la parte frontal del viejo cementerio y para separar al ‹‹Barrio Abajo›› con ‹‹La Moncada››, el sector donde hoy está el Parque Herrera y el Teatro Nacional se fue conociendo como barrio ‹‹El Calvario››. Tegucigalpa prosperaba por sus minas y por el desarrollo de su actividad comercial, tornándola así en una población de rápido crecimiento que se acentuó con el título de capital en 1880. Los dueños de terrenos en los primeros barrios tenían sus casas, pero además contaban con amplios solares que las rodeaban, lo que reducía el espacio vital en las zonas céntricas. Ello generó entonces un desplazamiento de moradores a las partes altas, surgiendo así ‹‹La Cabaña››, nombre que se originó porque la familia Fiallos
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Gómez había construido una vasta casa de corredores que ya no existe y que los oriundos la conocían como ‹‹la cabaña››. El barrio ‹‹Miramesí›› está situado en las estribaciones de ‹‹El Picacho›› y parte baja de ‹‹Buenos Aires›› con vista hacia el cerro ‹‹El Berrinche›› y todo el sector poniente de la ciudad. El reparto habitacional ‹‹Tierra Colorada›› fue bautizado así porque el terreno barroso donde se levantaron las primeras casas arriba de ‹‹La Ronda›› y en las proximidades de ‹‹La Leona›› era de color rojizo que se pronunciaba en la época de invierno cuando descendían las correntadas hacia las partes bajas. Originalmente le decían ‹‹Los Altos›› al sitio donde nació el General Cabañas en 1805, pero después se le llamó ‹‹Buenos Aires››. Su nombre fue dado porque los primeros pobladores en el empinado sector gozaban todo el año de un fresco clima que proporcionaban los vientos cruzados que descendían de ‹‹El Picacho›› hasta la garganta del Río Grande. Otros barrios de antaño como ‹‹Casamata››, sitio donde existían unos bultos de tierra para esconder armas, ‹‹El Edén››, paso obligado de las mulas que acarreaban brosa y plata desde las minas del cerro hasta el pueblo, ‹‹El Jazmín›› y ‹‹San Rafael›› tienen sus historias, y así ‹‹El Manchen›› también. Este nombre se le dio al sitio donde un español originario de La Mancha instaló un matadero de ganado. Los pobladores, por el gentilicio ‹‹Manchengo››, lo empezaron a denominar el ‹‹Rastro del Manchengo›› que después derivó en El Manchén. El ‹‹Barrio Morazán›› es otro de los viejos barrios de la ciudad, su nombre fue dedicado en 1942 a la memoria del Héroe de la Unidad Centroamericana. Al construirse el Hospital San Felipe, varios pobladores se desplazaron a una zona cercana que le dieron por nombre ‹‹Pueblo Nuevo›› donde hoy se levanta la Iglesia de La Medalla Milagrosa. Hoy existen más de 500 barrios y colonias en el Distrito Central.
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JARDINES PÚBLICOS SU HISTORIA
Parque Central de Tegucigalpa 1880
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La Plaza Mayor pasó a ser el ‹‹Parque Morazán›› inaugurándose el 30 de noviembre de 1883 la estatua ecuestre del Héroe de la Unidad Centroamericana General Francisco Morazán y se colocaron en las cuatro esquinas unas pequeñas esculturas de mármol representando las cuatro estaciones del año. En esa misma fecha el presidente Luis Bográn inauguró el ‹‹Parque Valle›› en la plaza que se conocía como Plaza San Francisco, colocándose en el centro la estatua del insigne Sabio Don José Cecilio del Valle, redactor del Acta de Independencia de Centro América. La Plaza de La Merced pasó a ser el ‹‹Parque Soto›› como reconocimiento al expresidente Marco Aurelio Soto, en cuyo gobierno se ordenó la confección en Francia de las estatuas y bustos de los patricios hondureños. En ese lugar se colocaron los bustos de dos hijos ilustres de Tegucigalpa, el presbítero Don José Trinidad Reyes fundador de la Universidad Nacional de Honduras y el del General José Trinidad Cabañas inseparable compañero del General Morazán. La Plaza de la Inmaculada Concepción se bautizó con el nombre de ‹‹Parque La Libertad›› y en el centro se colocó una estatua alegórica a la Libertad donada a la Villa por el expresidente Soto tal y como reza en la placa colocada en el pedestal de esta. Adorna también dicho parque una estatua sedente del inmortal hijo de Comayagüela, el poeta Juan Ramón Molina en un lugar cercano al Palacio de Bellas Artes.
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En la Plaza de El Calvario se integraron dos componentes: el primero frente a la Iglesia, donde se dejó una plazoleta para colocar la cruz de piedra ‹‹Cruz del Perdón››, donada por el presbítero Francisco Artica coadjutor de la Parroquia de Los Dolores y, al costado sur oriental se construyó en 1914 el ‹‹Parque Herrera›› para perpetuar la memoria del Primer Jefe de Estado de Honduras Don Dionisio de Herrera. Camino al nuevo Cementerio General de Tegucigalpa habilitado en 1876, en una plaza frente al mercado San Isidro se construyó el ‹‹Parque Colón›› y en el centro de este se colocó la hermosa estatua en mármol del descubridor de América, que fue destruida en un reprochable acto el 12 de octubre de 1998. En 1883 durante el gobierno del presidente Luis Bográn se construyó en el ‹‹Barrio Abajo›› un hermoso jardín con quiosco para el montaje de conciertos y el que fue bautizado como ‹‹Parque Bográn››. En 1939 fue transformado como el ‹‹Jardín Maya›› o ‹‹Parque La Concordia›› una obra de enorme belleza con las réplicas de monumentos mayas, senderos que conducen a las pérgolas, estanques para mantener ciertas especies acuáticas y como bebedero de las aves que circundan el lugar. La obra fue ejecutada por el escultor mexicano Augusto Morales y Sánchez. En 1921, para conmemorar el primer centenario de la Independencia Nacional en el gobierno del Gral. Rafael López Gutiérrez, se destinó un amplio predio del barrio ‹‹Guacerique›› para construir un paseo en cuyo centro se levantó un obelisco, con una base pentagonal. El monumento fue dedicado a las cinco naciones centroamericanas que alcanzaron su independencia el 15 de septiembre de 1821. Este monumento cumplió 100 años.
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En 1925 durante el gobierno del presidente Paz Baraona, en el mirador de ‹‹La Leona›› se construyó un hermoso jardín dedicado a la memoria del expresidente General Manuel Bonilla, colocándose en el centro la estatua del gobernante hondureño fallecido en el ejercicio del poder en 1913. El Parque La Leona es un sitio emblemático de la ciudad y el predio fue donado por el ciudadano alemán Dr. Guillermo Walter, unos de los vecinos del entonces llamado ‹‹Barrio Berlín››. Una pista de patinaje y unas glorietas adornadas con buganvilias para proporcionar sombra, los miradores al borde y las veredas con palmeras son el máximo atractivo de ‹‹La Leona››, lugar que ha sido fuente de inspiración artistas de la pintores.
La Plaza de la Merced
En 1880 llamada Plaza Soto
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Parque La Leona
Un sendero con vista a la ciudad
Otro parque de los años cuarenta se construyó en el Cerro de ‹‹El Picacho›› y se bautizó con el nombre de ‹‹Parque Naciones Unidas›› siendo el más extenso porque se le dio la categoría de parque nacional para conservar las especies de la flora hondureña. En los bordes de la altura se construyeron miradores desde donde se aprecia toda la ciudad capital. En uno de los extremos Augusto Morales y Sánchez construyó una pirámide maya un reto para los visitantes si se atreven a subir por ella y en la cúspide del lado occidental está la imponente obra de Mario Zamora Alcántara ‹‹El Cristo del Picacho››. A instancias del Club Rotario de Tegucigalpa fue inaugurado en 1946 el Parque Finlay, dedicado a la memoria del científico cubano Carlos J. Finlay, médico epidemiólogo que se entregó al combate de la fiebre amarilla. Este se encuentra en el ‹‹Barrio La Ronda›› de la ciudad capital, al inicio de la Avenida Máximo Jerez.
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Otros parques capitalinos más recientes son el conocido como la ‹‹Plaza España›› en la Colonia Lomas del Guijarro, donde se levanta una hermosa estatua del Rey Alfonso XIII, monarca español que emitió el fallo arbitral reconociendo los derechos soberanos de Honduras en la frontera con la República de Nicaragua; y el llamado Parque del Soldado en la zona del Obelisco frente al Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras, lugar donde estuvo el Parque Gerardo Barrios. En diferentes sitios de las ciudades gemelas se han construido pequeños parques con juegos para niños y recreativos para jóvenes como canchas para juagar al futbolito y otros deportes de manos.
El Parque Herrera con el Teatro Nacional al costado sur Fecha desconocida
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PERSONAJES SIN HISTORIA
GALLO
El orate que se creía ser un minero tegucigalpense
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La historia de Tegucigalpa registra nombres de personajes que llenan de orgullo a Honduras. Hombres y mujeres que nacieron en estas tierras abrigadas por El Picacho, La Montañita, El Berrinche y el Cerro de Hula como Francisco Morazán, Juan Lindo, José Trinidad Cabañas, Joaquín Rivera y Bragas, José Trinidad Reyes, Juan Francisco Márquez, Policarpo Bonilla, Antonio R. Vallejo, Rómulo E. Durón, Luis Andrés Zúniga, Juan Ramón Molina y tantos otros que ingresaron a la galería de los inmortales. Pero esos nombres que aparecen en los textos cuando estudiamos la historia nacional ensalzan sus figuras y sus hechos y esconden a otros que podemos catalogar como los Personajes sin Historia, cuyos nombres y apodos van a resultar familiares para quienes a finales de los cuarenta y en gran parte de los años cincuenta, compartieron con ellos las aceras, calles y callejones de la ciudad que ellos deambulaban. Sus características actitudes o las enfermedades mentales que sufrían los identificaban públicamente. ‹‹Motión››, ‹‹El Camaradita››, ‹‹María Chilío››, ‹‹Coyote››, ‹‹Beto Coello›› ‹‹Juanita Panqueque››, ‹‹Quincho››, ‹‹Palomito›› ‹‹Paulita››, ‹‹Los Carlines››, ‹‹Toyano››, ‹‹Goyito››, ‹‹Gallo››, ‹‹Roma›› ‹‹Pata de Yuca››, ‹‹Fifo››, ‹‹Pedrito›› eran figuras desarrapadas de esa época y todos ellos existieron entre nosotros como parte de la vida citadina. ¿Quiénes eran y qué hacían estos olvidados de la historia? La mayoría salidos de las entrañas de la pobreza, de origen familiar desconocido, arrastrando las taras como herencias del infortunio, aguantando las burlas callejeras y solitarios en la nebulosa mental que los afectaba, pero frente a las adversidades de sus existencias, se mantenían en pie recorriendo los barrios donde sus figuras constituían junto a las viejas casas, ese toque peculiar de la capital de los hondureños.
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Muy pocos se ocuparon de ellos para comprenderlos y dejar constancia de su paso por la vida de Tegucigalpa, el único testimonio que conocemos fue escrito por el poeta Daniel Laínez, quien en su Antología Poética publicada en 1950 dedicó en el segmento ‹‹Estampas Locales›› varias páginas para hablar de ellos y describirlos para que no se convirtieran en los ‹‹Personajes Sin Historia››. Artistas del pincel como Zúniga Figueroa, Max Euceda y Ramón Moncada, plasmaron en sus lienzos las imágenes de aquellos personajes, pero esas magistrales obras que decoraban los pasillos del viejo edificio de la Policía Nacional en el ‹‹Barrio Abajo›› se convirtieron en cenizas cuando las destruyó el fuego del voraz incendio que destruyó el inmueble el 12 de julio de 1959. Comenzamos con ‹‹María Chilío››, harapienta, descontrolada en su caminar, con sus pies desnudos, esta mujer desheredada de la cordura recorría las calles desde el Barrio Abajo, pasando por La Ronda, hasta El Guanacaste, invadiendo la placidez del ambiente con sus desaforados gritos que hilvanaba con las más soeces palabras que salían de su boca cuando la chiquillada y muchos adultos le gritaban ‹‹María Chilío››. Su apellido nunca lo conocimos. Posiblemente su nombre de pila fue María. También desconocemos el origen del apodo que la irritaba. Lo cierto es que la enfurecía y cuando la molestaban tomaba lo que encontraba a mano, piedras, trozos de madera, latas o lo que fuera y los arrojaba violentamente contra aquellos que la insultaban. La pobre María no sólo fue víctima de la mofa popular, sino que a saber que desalmado la embarazó y a pesar de su locura tuvo su hijo que cargó en brazos, cuidó y alimentó con penurias, creció junto a ella y el pequeño, cada vez que miraba a su progenitora descontrolada, lloraba soportando esta situación hasta su muerte, cuando el niño que respondía al nombre de Mario apenas contaba con ocho o nueve años de edad. ‹‹Coyote›› era entre los mecapaleros de la ciudad el más famoso, de pausado andar y casi encorvado, quizá por la costumbre de cargar pesados objetos sobre sus hombros, o pendiendo desde su frente al ceñir un mecapal de cuero y resistentes lazos de mezcal.
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PAULITA
Pedía comida para ella y los perros que la seguían
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TOYANO
Un limpiador de chimineas y acarreador de leños para fogones
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Corpulento, alto y con manos fuertes, era capaz de cargar un piano en sus espaldas, acomodando camas y pesados armarios con extrema facilidad, transportándolos sin hacer estación alguna. Detenía su contextura física sobre sus pies hinchados que los calzaba con caites de hule y se apoyaba al suelo con una larga vara que portaba en su mano derecha. ‹‹Coyote›› vivía por La Cabaña y cuando recorría las calles en busca de trabajo hablaba a solas con una jerigonza que nadie entendía. No tenía vocación de limosnero y sólo pedía comida en las vecindades cuando no había acumulado suficientes tostones que ganaba por sus servicios y que destinaba para su alimentación. ¿Cómo perdió la razón? Triste misterio… pero ‹‹Coyote›› fue de esos apacibles orates que más que estorbo era de enorme utilidad a la sociedad. ‹‹Motión›› y ‹‹Toyano›› eran los limpiadores de chimeneas. El primero cargaba una sucia mochila donde guardaba espátulas, clavos y otros implementos con los cuales se auxiliaba para su trabajo, cargando además en sus hombros una larga vara en cuyo extremo amarraba un bramante. Usaba los pantalones algo cortos, estilo pescadores dirían ahora las jóvenes, llenos de parches y en vez de faja un lazo. Remataba su estrafalaria figura con una floja camisa negra, color dado por el hollín que se le adhería a su ropa. El segundo, ‹‹Toyano››, calzaba caites de cuero y en su cabeza ceñía un viejo sombrero de fieltro, en cuya cinta acomodaba colillas de cigarro que encontraba tiradas en la calle para después alternarlos en fumadas con una vieja y encorvada pipa o ‹‹cachimba›› y no se desprendía de un viejo balde cuando le tocaba limpiar vidrios en las ventanas. En aquellos tiempos la mayoría de las casas tenían fogones o estufas de leña, por lo que abundaban en los techos las chimeneas que ‹‹Motión›› y ‹‹Toyano›› limpiaban, haciéndose sus lempiritas que destinaban para comer, pero también para ir a los estancos porque, locos locos, también empinaban el codo… ‹‹Roma››. Sin precisar cuándo, los tegucigalpenses fueron sorprendidos con la llegada de una misteriosa mujer que con procedencia de Nicaragua arribó a la capital, no se sabe porque vía, y se instaló en un cuarto de una de las viejas casas en la
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Calle de Los Horcones. Vestía totalmente de blanco, con su rostro pintarrajeado con fuertes tonalidades naranja, casi como si usara el achiote para maquillarse. Era blanca, mostrando cuando se reía una dentadura amarillenta con incrustaciones de oro y su cabello rubio rizado le servía para hacer descansar los más extravagantes sombreros. Era baja de estatura y salía a las calles con una enorme cartera que más podemos definir como maletín lleno de papeles. ‹‹Roma›› escribía versos, bueno, si queremos darle ese calificativo a los escritos rimados e incoherentes que producía su mente enferma, pero las vendía en sus visitas a las casas que le abrían las puertas y se compadecían de su presencia. Era inofensiva y respetuosa porque - decía ella - su origen era noble y de familias intelectuales en su país. Muchas veces, cuando uno pasaba por el lugar donde residía, se le observaba agachada escribiendo sus poemas para ocasiones como bodas, cumpleaños y hasta oraciones fúnebres. Así como apareció en la capital, así desapareció ‹‹Roma›› a quien ni los curas de la Catedral podían impedirle que en las procesiones de Semana Santa se vistiera de blanco, se pusiera alas y desfilara como uno de los ángeles en el Santo Entierro. ‹‹Pedrito›› Este personaje sentó sus reales en la antigua Comayagüela y le dio cumplimiento a una promesa que se hizo en sus andadas por la Calle Real, la Primera Avenida, la Calle del Cementerio y las empolvadas vías de ‹‹Sipile›› y ‹‹la Soto››: nunca visitar Tegucigalpa. Del puente Mallol no pasaron al otro lado del río los desnudos pies de ‹‹Pedrito Quesadilla››. Nació y creció en las riberas del río al que cantó Juan Ramón Molina. ‹‹Pedrito››, con su andar afeminado, tenía un pronunciado mentón que dibujaba su larga mandíbula, el sombrero de puntas que usaba y en conjunto con su ganchuda nariz, daba la imagen de una bruja de los cuentos de miedo. Sus pantalones ceñidos a dos cuartas de los tobillos le daban a su delgada figura una imagen que causaba la hilaridad de los comayagüelas. Ello le hacía explosionar en incontenibles iras que le hacían pronunciar soeces expresiones, florido lenguaje que también utilizaba para insultar a las mujeres que pasaban cerca de él, especialmente a las estudiantes de la Escuela Normal de
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PEDRITO QUESADILLA
Su enfermedad mental le llevó a odiar a Tegucigalpa
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PALOMITO
Un desafortunado hijo que su madre lo mantuvo por años en cautiverio
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Señoritas. Era chilatero y andaba divulgando de casa en casa los pleitos matrimoniales, los divorcios y todo lo que olía a chisme, por eso en el Parque La Libertad le hacían rueda para escuchar sus cuentos que no trascendían en las páginas serias de los diarios que circulaban en aquel entonces, ‹‹La Época››, ‹‹El Día›› y ‹‹El Cronista››.
CAMARADITA o Goyito
Su vana ilusión ser un hombre del tráfico aéreo
QUINCHO LARDIZABAL
JUANITA PANQUEQUE
Deambulaba con fobia a los perros callejeros
Loca loca pero vanidosa y coqueta
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Recordamos a “Camaradita”, su nombre posiblemente fue Gregorio, porque la gente de su barrio le llamaba por el diminutivo “Goyito” pero él cuando se dirigía a alguien le decía “camarada” y no porque era de ideas izquierdistas, sino porque esa expresión la tomó como su amigable acercamiento a quienes le abordaban. Era flaco, de baja estatura, permanentemente alegre que denotaba con una congelada sonrisa que dibujaba en su boca sin dientes y que le achicaba sus ojos hasta volverlos rasgados al estilo oriental. Sobre su cabeza sin cabello, lucía un birrete donde colocaba chapas o cualquier adorno como dándole a ese toque el significado de un grado castrense que reclamaba en su sinrazón como Jefe de la Fuerza Aérea, como Inspector del Ejército y como policía del tránsito aéreo. “Camaradita” tenía su escuálido cuerpo en la tierra, pero su mente atrofiada andaba por todo lo alto porque el se sentía en las nubes dirigiendo el tráfico de los aviones cuando escuchaba los motores de los DC-3 comerciales o los AT-6 de la FAH cuando sobrevolaban los cielos capitalinos Los hermanos Carlos y Ricardo. eran unos bueyeros que extraían del Río Chiquito arena para vender en la ciudad. Halando su carreta se les conocía como “Los Carlines” y fueron bebedores consuetudinarios desde su infancia, es posible que por ello el guaro les quemó las neuronas hasta llevarlos a la demencia. Eran inseparables como si fueran gemelos, pero Carlos era un poco mayor que se hermano. Vivían en las hondonadas de Casamata y en el predio de la choza que habitaban siempre estaba estacionada su carreta. “Los Carlines” degustaban a diario los octavitos de agurdiente que compraban con lo que ganaban en el día, pero cuando el negocio andaba mal y los constructores no efectuaban la compra del producto, “Los Carlines” se iban en la noche a las
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partes altas de la ciudad para divisar los lugares donde habían fogatas porque era señal que en esa casa había un velorio. Antes la vela de los muertos se hacía en las casas y los dolientes servían a quienes les acompañaban por la noche, patonas, semitas, café, chocoltate y no podìan faltar los tragos de “guaro”, ésto ùltimo atraía a “Los Carlines” quienes al llegar estallaban en llanto lamentando el fallecimiento de èl o la fallecida aùn cuando no sabìan quien era. La historia de “Paulita” estaba asociada a los perros callejeros de la vieja ciudad De facciones que denotaban la huella de la raza indígena, “Paulita”, desfachatada, no quiso vivir en soledad su desquiciamiento y en su corazón anidó un sentimiento de amor hacia aquellos animales que también, “locos”, pero de hambre, vagaban por no tener dueños, por estas calles de Dios. “Paulita” se sentaba en las aceras y pedía las sobras de comida para alimentarse ella y su cortejo de “aguacateros” que la seguían como si sabían que era su hada madrina. Su vida era esa y los habitantes del poblado no la molestaban porque su apacible figura, aún cuando era deprimente por la suciedad de su vestuario, su pelo corto enrizado que sostenía con una mugrosa bincha, no era ofensiva porque ella sólo pedía alimentos, compartiendo las duras tortillas, pedazos de pan y lo que se le daba, con aquellos esqueléticos canes que corrían tras de ella. “Beto Coello” fue otro de los nómadas que sin razón, vagaba por nuestras calles, pernoctando algunas veces protegido por los arcos el puente Carias otras en las bancas de los parques o en los pórticos de los principales edificios públicos de la capital. “Beto” era delgado, de ojos saltados de las cuencas y caminaba con paso
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acelerado. Una chaqueta llena de parches, era sostenida por su famèlica percha, y enrrollada a su cuello lucìa una vieja y desteñida corbata que posiblemente en su delirio la usaba como símbolo de ser “caballero de la limpieza” de su ciudad. Y es que “Beto Coello” cargaba en su hombro una destartalada caja de madera donde depositaba la basura que encontraba en las calles para llevarla a botar a orillas del Rìo Chiquito, su tarea podemos entonces considerarla como predecesora del “tren de aseo” tegucigalpense. “Beto Coello” denotaba la violencia de su enfermedad mental cuando la descargaba en la planta de sus piés, los que hacía sonar estrepitosamente en las aceras en forma repetida, sonido que ahora escuchamos cuando los cadetes al desfilar practican el paso de ganzo. “Beto” a pesar de su demencia le temía a la muerte, y cuando la gente le gritaba “Beto te vas a morir”, se enfurecìa y contestaba airadamente “tu Madre hijo de p.....”. El pobre “Beto” emprendió su viaje sin retorno en forma repentina, pero creemos que San Pedro le abrió las puertas del cielo al escuchar que llegaba golpeando sus piés para reclamar la paz y traquilidad que nunca tuvo en aquella Tegucigalpa de nuestros recuerdos. “Juanita” su enfermedad mental le hizo despertar una vanidad femenina que le llevó a vestir los más raros y extravagantes atuendos, maquillándose la cara con blancas cremas que la hacían lucir como émulo de los payasos que mirábamos en la carpa del Circo de Firuliche. Para acentuar la belleza que ella aspiraba para impresionar a los caballeros capitalinos, se colocaba en sus mejillas plastas de vívidos colores rojos, haciendo pender de su cuello chillantes collares de cuentas que le cubrìan su pecho. “Juanita” colgaba de sus brazos enormes carteras que le regalaban cuando entraban en desuso por las damas de la sociedad o las encontraba en los basureros. En otras ocasiones terciaba en sus
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brazos mantillas con flecos en sus recorridos de coquetería que sus descalzos pies hacían costumbre en horas vespertinas. “Pata de Yuca” de baja estatura, en harapos, Leopoldo “Pata de Yuca”, andaba por la ciudad prestando sus servicios como cargador de leña y también para botar basura. El sobrenombre provino de un defecto físico en una de sus piernas que lo hacía renquear y por los saltitos que daba cuando sus desnudos piés tropezaban con las piedras de la calle. Sus pantalones los usaba enrrollados hasta la rodilla y un viejo sombrero de ala ancha que le llegaba hasta las orejas le cubrìa su ennegrecido rostro. Leopoldo era muy respetuoso especialmente con la gente mayor y solo abrìa su boca con léxico salvaje cuando alguien le gritaba en son de mofa “Pata de Yuca”. Cuando hacía su diario recorrido por los mercados Los Dolores y San Miguel, sus manos y su cara formaban una sinfonía de musarañas como para llamar la atención a fín de obtener algo de comida o que le entregaran una moneda que iba sumando para ajustar un trago de guaro como tonificante para obtener la fuerza que necesitaba para echarse en hombros las cargas de leña. “Palomito” es la triste historia de un jòven cuya madre enloqueció, cuando él era un adolecente normal que acusaba el analfabetismo por la pobreza en que vívía.- Cuando llegó a los quince años, Eduardo, nombre de pila, estaba en la edad en que los jóvenes eran llamados a prestar el servicio militar obligatorio. Su madre tenía enfermo el cerebro pero no el corazón y lo amaba entrañablemente, a tal grado que en medio de su locura comprendía que le iban a arrebatar a su hijo. Lo encerró en una jaula de cartón, encadenado de los piés e hizo correr la especie que Eduardo se había muerto. Cautivo de su progenitora, el muchacho permaneció encerrado en la jaula que se encontraba en el patio de la casa que habitaba su madre en las afueras del Barrio La Plazuela y que no estaba a
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la vista de nadie. En ese lugar, estrecho, oscuro y mal oliente, el jóven creció sin tener contacto con ser humano alguno, sólo con su madre que le llevaba comida, cuando había. Más de veinte años permaneció aquel jóven en situación tan deprimente y cuando murió su amorosa carcelaria, una vecina del barrio tuvo curiosidad por saber que pájaro guardaba con tanto celo, descubriendo a Eduardo que lucía una enorme barba blanca que le llegaba a la cintura, sucio, con los ojos casi cerrados porque estaban acostumbrados a la obscuridad, flaco, casi mudo porque no hablaba con nadie y su memoria atrofiada por el encierro. “Palomito” fué su apodo, porque Eduardito como las palomas de castilla, cuyas alas habìan sido cortadas, jamás voló entre sus congéneres. Rescatado de aquella prisión de cartón, la vecina lo llevó a su humilde casa y le dió el cariño que necesitaba, pero “Palomito” no se recuperó.- Al fallecer su benefactora, “Palomito” quedó rodando por las calles, caminando en forma huraña, escondiendose en las esquinas reflejando temor hacia las personas, no le hacía daño a nadie y recibía lo que le daban, luciendo hasta su muerte aquella blanca barba que guardaba el rostro apacible que el tiempo consumió ante el encierro del cual fué victima por el extremado amor de su madre enloquecida. Y finalizamos contándoles la historia de “Gallo” un hombre flaco, alto, con una barba de chivo, de una nariz muy pronunciada y ganchuda, “Gallo”, se sentía un minero y cargaba un sucio costal donde depositaba piedras que él suponìa eran de oro, plata y otros metales preciosos. En su trastornada mente fluían los negocios más extraordinarios y combinaba las piedras con latas, puntas y otras herramientas que en su divagar le servìan para extraer de la tierra los minerales.
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El casco que usaba era estilo zafari, posiblemente donado por alquien que trabajaba en la Policía y eso le daba el porte de trabajador en las minas de Tegucigalpa.- Sonriente, lucí a una dentadura amarillenta manchada por la nicotina del tabaco negro que fumaba y ofertaba sus piedras a los andariegos parroquianos, que al no comprarlas, lo obligaba entonces a pedir algo de dinero para cubrir sus gastos alimentarios.- Usted le decìa “Gallo” y el se entìa orgulloso porque para el era un cumplido que se le considerara el màs gallo de los gallos mineros de nuestra ciudad.
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ICONOS
General Francisco Morazán
Estatua ecuestre colocada en la plaza central en 1883
Todas las ciudades en el mundo tienen referentes emblemáticos o íconos que son representativos como monumentos o sitios del orgullo de sus ciudadanos, identificándose secularmente ante propios y extraños. Paris con su Torre Eiffel o el Arco del Triunfo, Roma con su milenario Coliseo, Londres con su Big Ben, Beiging con su Plaza de Tienanmen, Nueva York con su Estatua de la Libertad, México con su Ángel de la Independencia, Madrid con su Puerta del Sol, San Francisco con su Puente Colgante, Buenos Aires con su Plaza de Mayo, Río de Janeiro con su Cristo del Corcovado y así muchas ciudades que preservan y se enorgullecen de esos símbolos de su identidad. Tegucigalpa no es la excepción, con el paso de los años se han logrado conservar muchas edificaciones, sitios y monumentos que se asocian a la existencia de la antiguo poblado minero que ha transitado más de cuatro siglos en la geografía nacional. Estatua de Morazán Este gran monumento se colocó el 30 de noviembre de 1883 en la plaza central de la capital para inmortalizar en el bronce al General Francisco Morazán, el Héroe de la Unidad Centroamericana. La obra ordenada al contratista italiano Francisco Durini por el presidente Marco Aurelio Soto y su Secretario General, el doctor Ramón Rosa, formó parte de un conjunto escultórico para colocarse en las plazas capitalinas.
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Puente Mallol En agosto del 2021 cumplió 200 años de haberse puesto en servicio para unir a Tegucigalpa y Comayagüela. Se construyó como una iniciativa de la autoridad española regida por el último Alcalde Mayor peninsular, el abogado Narciso Mallol, pero levantada con el esfuerzo de criollos y nativos. Teatro Nacional Manuel Bonilla Templo de la Cultura Nacional inaugurado el 15 de septiembre de 1915 en el Barrio Abajo, es una obra del constructor catalán Don Cristóbal Prats Fonellosa, impulsada en el gobierno del Gral. Manuel Bonilla, pero inaugurada en el mandato del doctor Alberto Membreño Márquez con la presentación de la obra teatral ‹‹Los Conspiradores›› del poeta Luis Andrés Zúniga. Escuela de Bellas Artes Construido en 1916 para ser el Palacio Municipal de la ciudad de Comayagüela, esta hermosa edificación levantada al costado norte del Parque La Libertad fue sede de la autoridad municipal hasta 1937, cuando se creó constitucionalmente el Municipio del Distrito Central. En 1940 a petición del poeta Carlos Izaguirre y otros conspicuos ciudadanos, el gobierno autorizó destinar el edificio a la Escuela de Bellas Artes, que en 1940 dirigía el artista nacional arquitecto Arturo López Rodezno.
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El Obelisco El monumento que, erigido en Comayagüela en 1921 para conmemorar el primer centenario de la Independencia Patria, es un emblema de la nacionalidad que inauguró el presidente Rafael López Gutiérrez como símbolo de la hermandad centroamericana que sellaron aquel memorable 15 de septiembre las provincias del Reino de Guatemala. Aeropuerto Toncontín En 1920 llegó a Honduras el primer avión: un Bristol piloteado por Iván Lamb que aterrizó en el llano de Toncontín. Esa nave aérea y las posteriores como las de Thomas Chanfield y el Espíritu de San Luis de Charles Lindbergh, convirtieron a Toncontín en el puerto aéreo de Tegucigalpa, y si bien es cierto ha habido algunos accidentes, como los hay en otras partes del mundo, Toncontín ha sido la pista noble que en momentos difíciles ha servido para captar ayuda del exterior. Despojado de su categoría de Aeropuerto Internacional sigue siendo un ícono de la ciudad.
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Casa Presidencial La obra de Augusto Bressani cuya construcción comenzó en 1917 fue inaugurada en el gobierno del General Rafael López Gutiérrez en 1920. Es una monumental edificación de estilo clásico europeo que ocupa todo el predio sobre una loma a la margen norte de Río Grande y que fue propiedad de Don Jerónimo Zelaya, donde existió una residencia de la época colonial que se conocía como ‹‹La Casona››. Hoy es el Museo de la Historia Republicana.
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La Concordia Inaugurado como jardín público en 1938, La Concordia hace tributo a nuestros antepasados mayas con esculturas réplicas de las que existen en Copán. Gracias a la habilidad del arqueólogo y escultor mexicano Augusto Morales y Sánchez y a la entrega de artistas hondureños que se entregaron para realizar la extraordinaria obra es que se mantiene para el disfrute de niños, jóvenes y adultos, aun después de haber sido golpeada por el Mitch. Palacio del Distrito Central El alarife italiano Augusto Bressani y el artista nacional Samuel Salgado fueron contratados en 1937 para construir en el predio al costado sur de la Catedral, en el mismo sitio que en la época de la colonia estuvo El Portal de la Plaza y el Ayuntamiento de Tegucigalpa, un edificio para ser el Palacio Municipal de Tegucigalpa. En ese mismo año se decretó la creación del Municipio del Distrito Central, por lo que al año siguiente se convirtió en el Palacio del Distrito Central, obra realizada en el gobierno edilicio del perito mercantil Don Donato Díaz Medina. En su interior se abrió un nicho por la entrada principal, donde se colocó una urna contentiva de documentos ceremoniales en 1942 en la ocasión del centenario de la muerte del General Francisco Morazán, con el indicativo que ese nicho deberá abrirse en el 2042.
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Villa Roy Es la mansión que Augusto Bressani construyó para residencia de Roy Gordon, el Gerente de la Rosario Mining Company, quien al morir heredó a Don Julio Lozano Díaz y su esposa Doña Laura Vijil. Como el matrimonio Lozano-Vijil no tenía descendencia directa, la legaron al Estado de Honduras para convertirla en el Museo de Antropología e Historia. Palacio de Comunicaciones Eléctricas La belleza de aquellas edificaciones construidas con piedra arenisca rosada de las canteras de Saucique, toma realce con las obras de Bressani. La Torre del Telégrafo, una de las primeras de tres pisos en la capital y coronada con una cúpula o visor de altura, en ella se colocó una sirena para alertas a la ciudadanía. Contiguo a la torre, al costado oriente, se construyó en los años cuarenta el llamado Palacio de Comunicaciones Eléctricas, imponente monumento al progreso de las comunicaciones como la telegrafía y la telefonía.
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Palacio José Cecilio del Valle Con la cooperación del gobierno de la República de China -Taiwán, en el gobierno del Presidente José S. Azcona se construyó la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores que diseñó el arquitecto Luciano Durón. Cuando asumió la presidencia en 1998, el ingeniero Carlos R. Flores trasladó la sede del Poder Ejecutivo al Palacio José Cecilio del Valle e hizo mejoras y ampliaciones confiadas al arquitecto Durón, destinando una de las terrazas para construir el despacho presidencial que llaman ‹‹Altar Q››. Se acondicionó el Salón Morazán, la Sala Constitucional, el Salón Dionisio de Herrera, el Despacho de la Primera Dama y en la planta baja oficinas de funcionarios del gobierno. Con líneas granadinas y un estilo arquitectónico majestuoso, el Palacio Presidencial es otro magnífico símbolo capitalino. Museo de la Identidad Otro referente de los avances arquitectónicos de Tegucigalpa fue el edificio construido de una sola planta en 1882 por el maestro constructor Emilio Montessi. Ocupando toda una cuadra en el Barrio Abajo, ahí funcionó el Hospital General de Tegucigalpa hasta 1926, cuando por razones de asepsia para los vecinos fue trasladado al edificio San Felipe en la Avenida de La Paz. En 1942 se le construyó una segunda planta y se le denominó ‹‹Palacio Nacional›› como sede de los Ministerios. A finales de la década de los setenta dejó de utilizarse para tal fin y en 2006 se convirtió en lo que hoy es el ‹‹Museo para la Identidad Nacional.››. En esa área hay otro ícono de la ciudad: el Correo Nacional. Al fundarse este servicio postal en 1876 ocupó los patios que hasta entonces habían servido a Monseñor José Leonardo Vijil para fundar la Casa del Niño, el primer hospicio de Tegucigalpa. En 1882 el doctor Karl Bernard abrió en las salas del poniente las aulas de la primera Escuela de Medicina de nuestra Universidad.
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Monumento a La Paz La obra del Arq. Don Francisco Prats Vides fue erigida en la cúspide del Cerro Juana Laínez, colina donde en tiempos de la colonia comenzaba el asentamiento del Común de Labradores de Jacaleapa, formando parte del conjunto arquitectónico con el Estadio Nacional inaugurado el 15 de marzo de 1948. Este monumento fue concebido para representar los aros del símbolo olímpico. En su entorno los pasajes en circunferencia permiten tener una visión como mirador capitalino de los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
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Cristo del Picacho Es la majestuosa obra del escultor hondureño Mario Zamora Alcántara que, para el Jubileo del año 2000, fue comisionada por el Arzobispo de Tegucigalpa Monseñor Oscar Andrés Rodríguez. Se colocó en uno de los extremos del Cerro El Picacho en 1997. Para su mantenimiento y el desarrollo de actividades benéficas, fue creada una fundación. El artista concibió el Cristo Redentor en acción de derramar con sus brazos extendidos bendiciones sobre el viejo poblado minero. Basílica Nuestra Señora de Suyapa Trono de la Reina Celestial de los hondureños que comenzó a construirse como Santuario Nacional en 1954 durante el Arzobispado de Monseñor José de la Cruz Turcios y Barahona e inaugurada en 1957 por el titular de la Arquidiócesis de Tegucigalpa Monseñor Héctor Enrique Santos y Hernández. En 1983 cuando visitó Honduras, Su Santidad el Papa Juan Pablo II ofició misa solemne en el atrio del augusto templo y en septiembre del 2015 Su Santidad el Papa Francisco la consagró Basílica Menor. Pueden existir otros emblemáticos sitios, pero éstos son los más significativos de la capital hondureña.
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VERBO Y ARMONÍA
Parque Central de Tegucigalpa 1880
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POESÍA Y MUSICA Cuando las musas decidieron bajar a la tierra, detuvieron su viaje entre la verde floresta matizada con el tenue morado de las Jacarandas y Macuelizos, el encendido naranja de las Acacias y las Llamas del Bosque e iluminaron los cerebros de aquellos que nacieron en las vegas y planicies de Comayagüela y entre los rincones y callejuelas de Tegucigalpa. Poetas, literatos, novelistas, historiadores, educadores, músicos, brillantes hombres y mujeres hacen que sus versos, sus escritos y la armonía musical llene de gloria a esta tierra bendita por Dios. Las pastorelas y poemas de José Trinidad Reyes florecen en aquella Tegucigalpa que despierta del letargo generado por el colonialismo y siguiendo sus luminosos pasos surgen las figuras de Antonio R. Vallejo, Rómulo E. Durón, Rafael Heliodoro Valle, Salvador Turcios, Adán Canales, Augusto C. Coello, Luis Andrés Zúniga, Juan Ramón Molina, Ramón Rosa, Marcos Carías Reyes, Arturo Oquelí, Alejandro Castro B., Daniel Laínez, Matías Fúnez Carrasco y otros inspirados bardos que dejaron con el canuto y la tinta y en el teclado de las vetustas máquinas de escribir la esencia de sus mentes prodigiosas. Y la música, otra expresión de la belleza espiritual a la que los tegucigalpenses y los comayagüelas deben rendir tributo y honrar la memoria de aquellos y aquellas que encontraron en el pentagrama una cascada de armonía que invadió los corazones.
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Así recordamos al Maestro Rafael Coello Ramos, que nos legó la música de los Himnos a La Madre y al Pino, al Maestro Manuel M. Sosa, al virtuoso del violín Humberto Cano, a grandes pianistas como Teresita Sagastume, Guadalupe de Hartling, Orfilia Coello Ramos, Martha Soto, Fernando Ferrari Bustillo a extraordinarias sopranos como Alejandra Vásquez e Isabel Salgado, tríos inolvidables como ‹‹Los Catrachos›› con Toño Girón, Arnaldo Lainez, Paco Zelaya y Adán Fúnez Donaire, ‹‹Los Trovadores del Trópico›› de Cecilio Espinal, el ‹‹Trío Maya›› y el Trío Honduras. Cuanto alegría despertaban en los conciertos públicos los conjuntos marimbísticos como ‹‹La Jazz Honduras›› del maestro Canseco, la marimba de la Policía, la marimba Tegucigalpa del maestro Arévalo y Chito Molina, la Niña de Honduras de Nulfo Rivera, la marimba San Luis de los hermanos Irías y otras que amenizaban las fiestas de antaño. Verbo y armonía siguen siendo con las nuevas generaciones una mística de quienes anidan en sus almas amor, amor a Dios, amor propio, amor a los suyos, amor a la Patria
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Enriqueta Hartling Ferrari Una extraordinaria pianista
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TRADICIONES Y RECUERDOS
Parque Central de Tegucigalpa 1880
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LO QUE NO SE PUEDE OLVIDAR Como epílogo de ésta humilde contribución a las conmemoraciones seculares de ‹‹La Ciudad de las Canteras›› denominada así por poetas y cronistas por la belleza de sus piedras areniscas rosadas y verdes extraídas de Saucique y Carpintero y la piedra tope para enchapados de Coa Arriba y Coa Abajo, vamos a rescatar algunas de esas tradiciones tegucigalpenses algunas muy antiguas y otras que vivimos en aquellos años inolvidables. Comenzaremos por lo que el paladar de los capitalinos y de sus visitantes identificaban la gastronomía citadina como los ‹‹sándwiches de basura›› que vendían Mélida y Leonor Reyes, madre e hija, en la esquina de la tienda de Don Salvador Schacher frente al cine Variedades: emparedados de pan blanco con carne de gallina con todo y huesos, lechuga, rodajas de tomate, cebolla roja, papa cocida, remolacha, repollo todo rociado de vinagre. Preparados con las mismas manos desnudas con las que recibían el pisto y daban vuelto, pero nadie jamás se quejó de empachos ni afecciones más severas a causa de ello. El ‹‹Plato Taca›› era otra de las delicias muy propia de la Tegucigalpa del ayer y lo preparaban Don Francisco y Doña Mangui de López, matrimonio cubano español que administraba el Hotel Mac Arthur frente al Cine Palace. El plato para almuerzo o cena eran macarrones, carne, plátanos fritos rociados con mantequilla blanca ácida, queso duro, aguacate, huevo duro y tres tortillas recién palmeadas. Las enchiladas de Petete eran otro apetecido manjar de Tegucigalpa. Las vendían en un lateral de los Billares de Petete por el Callejón Casco y las servían calientitas para llevar envueltas en papel de estraza.
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En este recuerdo no podemos dejar en el olvido el famoso ‹‹Pan de Yema›› de los hornos más conocidos de Tegucigalpa como el Doña Panchita Rivera Zafra en La Ronda. Deliciosos bollitos y semitas que las muchachas confeccionaban desde el amanecer hasta el anochecer, ofreciendo esas delicias para acompañar el café. Y tampoco podemos olvidar iguales sabrosuras horneadas por Doña Cristina Morazán, la madre de Eva Isabel Callejas de Rivera y Adriana Callejas de Flores Teheresín, quien desde el alba hasta el atardecer en la Calle de La Pedrera atendía a su clientela. Otra Cristina, de apellido Salgado y hermana del Cura Párroco de Tegucigalpa el Padre Ramón Salgado, elaboraba esas semitas y bollitos bañados con azúcar en su casa del Barrio La Ronda frente al Instituto Honduras conocido después como ‹‹el HPU››¹ . Y ‹‹las Patonas›› y ‹‹las Campiranas›› de Chinda Díaz constituían otra peculiaridad de la vieja Tegucigalpa que no podemos desligar de la venta de ‹‹novias›› que hacían las hermanas Paula y Juana Díaz en su pulpería frente a la Escuela ‹‹Francisco Morazán››. Otro recuerdo son los tamalitos de elote que vendía en las calles de la ciudad Carmen Matamoros, una joven que a partir de las cinco de la tarde con una batea sobre su cabeza salía a vender el derivado de maíz que cocinaban en su casa del barrio El Manchén. Los pastelitos de perro también son parte de esas tradiciones de la ciudad. Surgieron en una venta callejera frente a la Escuela Lempira de Comayagüela, se hicieron muy populares allá por los años cincuenta en forma ambulante en el Estadio Nacional. Los vendía un memorable ciudadano regordete que se le conocía como ‹‹Carioca››. Y ahora otras tradiciones, pero éstas no relacionadas con el comer. Las asociamos con los que los capitalinos libaban en lugares muy famosos en aquellos años de la cintura del siglo XX. Los vasos bien helados de levadura que vendía en su pulpería de la cuesta de ‹‹La Leona›› Doña Ramona Pino, bebida refrescante con cubitos de hielo a diez centavos el vaso.
¹ Denominaban así al colegio por sus siglas Héctor Pineda Ugarte
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La ‹‹Chicha›› que también en vasos vendía Doña Coca de Membreño en su bazar situado en la calle que une a las Avenidas Colón y Jerez, próximo a las primeras instalaciones de la Cruz Roja Hondureña. En ese mismo lugar los parroquianos saboreaban ‹‹los nances en guaro››. Y este no es un recuerdo porque todavía es parte de la identidad de Tegucigalpa: ‹‹El Calambre››. Es la bebida que inventó allá por los años cuarenta Don Atanasio (Tacho) Valle propietario de ‹‹El Bosque›› un expendio de especies fiscales y bebidas al costado sur de la Catedral. Don Tacho combinó gin, vino tinto, gotas amargas, hielo y azúcar y lo batía en unos botes de vidrio como una coctelera manual y así lo servía al cliente que, si iba de goma o resaca, al ingerirlo sentían una contracción espasmódica o estremecimiento que les devolvía la vida. Por eso comenzó a conocerse como ‹‹el calambre›› para machos muy machos. Don Tacho tuvo como empleados para atender a sus clientes a Miguel Rodríguez, Alfonso Fortín y los hermanos Pedro y Arturo Maradiaga, los que se independizaron para poner sus negocios como ‹‹La Magnolia›› en Comayagüela y ‹‹Las Camelias›› en el Barrio Abajo. Los hermanos Maradiaga se separaron y pusieron sus negocios, pero Don Tacho le dejó la fórmula de la bebida a Pedro quien en 1945 abrió un expendio que llamó el ‹‹New Bar››, siendo su especialidad el ‹‹Calambre›› que servía a sus clientes con un joven empleado llamado José Valentín Pereira, a quien los clientes conocían como ‹‹Tito›› y al pedirle al mesero una buena boca para el trago le gritaban ‹‹¡Titoooo: aguacate!›› Tito laboró muchos años con Maradiaga y se hizo compadre de él y en 1957 le compró el negocio mudándose a una vieja casa de esquina opuesta a los billares Valboni donde sus descendientes mantienen como una tradición capitalina ‹‹El Calambre››. Para no cansarlos o despertar el apetito para comer y las ganas de beber hasta aquí estas remembranzas y no se olviden de los ‹‹sopapos››, los conos de ‹‹Patachón››, los raspados de Quiñónez y los pastelitos del suizo.
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HITOS HISTÓRICOS
De esa rica historia de Tegucigalpa, en éste homenaje que dedicamos a la noble ciudad de las canteras, dejamos señalados algunos hitos que sirven para dejar constancia de su grandeza en 274 años en orden cronológico desde 1747 hasta el año 2014.
1747 La noche de un sábado del mes de febrero, dos niños labriegos de la aldea de Suyapa, Alejandro Colindres y Lorenzo Martínez, encontraron en el cerro de El Piligüín una pequeña imagen de la Inmaculada Concepción de María, que desde entonces los hondureños conocemos como la Virgen de Suyapa, Patrona de Honduras.
1790 Un 13 de mayo nació en Tegucigalpa Juan Nepomuceno Fernández Lindo hijo de Don Joaquín Fernández Lindo y Doña Bárbara Zelaya y cuyo nombre histórico se conoce como Juan Lindo, Presidente de Honduras y El Salvador y en cuyos respectivos mandatos en esas dos naciones fundó las Universidades Nacionales de esos países.
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1792 Un 3 de octubre, nació en el hogar de Eusebio Morazán Alemán y Guadalupe Quezada Borjas, José Francisco Morazán Quezada, ilustre hijo de Tegucigalpa, héroe de la unidad centroamericana, Jefe de Estado de Honduras, El Salvador y Costa Rica y Presidente de la República Federal de Centro América.
1797 El 11 de junio nació José Trinidad Reyes Sevilla, hijo de Don Felipe Santiago Reyes y María Francisca Sevilla, presbítero, poeta, músico, prócer de la cultura nacional organizó en 1845 la institución llamada Genio Emprendedor y del Buen Gusto génesis de la Universidad Nacional fundada el 19 de Septiembre de l847.
1805 En el hogar formado por Don José María Cabañas Rivera y Doña Juana Fiallos, nació José Trinidad Cabañas, compañero desde muy joven de las gestas miliares del General Francisco Morazán. Por su probidad la historia le conoce como “el caballero sin tacha y sin medio”. Presidente de Honduras de 1852 a 1855.
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1821 Tegucigalpa recibe el 28 de septiembre los pliegos de la Independencia y ése mismo día en horas de la tarde, el Ayuntamiento de la Alcaldía Mayor presidida por Don Tomas Midence proclama y jura la Independencia de España lograda trece días antes en la ciudad de Guatemala.
1847 El 11 de diciembre, Tegucigalpa dejó de ser la Real Villa de San Miguel de Tegucigalpa y Heredia, al otorgarle la Junta Consultiva de Guatemala el título de “Ciudad de Tegucigalpa” en reconocimiento a su nobleza y lealtad al nuevo orden de cosas surgido el 15 de Septiembre.
1877 El 19 de deptiembre el Presidente de la República el Dr. Juan Lindo, fundó la Universidad Central de Honduras, dándole categoría de centro de estudios superiores a la institución creada por el padre Reyes, quien en ese acto pasó a ser el primer rector.
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1882 En agosto de 1882 se inauguró en Tegucigalpa el primer Hospital General instalado en un espacioso edificio construido por Don Emilio Montessi en el Barrio Abajo donde hoy se encuentra el Museo de la Identidad Nacional.
1905 El 26 de marzo de 1905 por las calles de Tegucigalpa circuló el primer vehículo automotor conducido por el ciudadano suizo Don Julio Villars.- El automóvil causó sensación al entrar por la polvorienta calle del sur hasta la plaza central.
1915 El 15 de septiembre de 1915 el Presidente de Honduras Dr. Alberto Membreño Márquez inauguró el Teatro Nacional Manuel Bonilla presentándose en es fecha inaugural la obra del laureado poeta Luis Andrés Zuniga “Los Conspiradores”.
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1916 La Santa Sede nombra como primer Arzobispo en Honduras a Monseñor José María Martínez y Cabañas y al crear la Arquidiócesis de Tegucigalpa, la Parroquia de San Miguel Arcángel se convierte en la Catedral Metropolitana.
1920 Llegó a Honduras el primer avión piloteado por el Capitán Ivan Lamb, aeronave Bristol comprada por el gobierno del Gral. Rafael López Gutiérrez. Después de sobrevolar la capital el experimentado aviador aterrizó en los llanos de Toncontín que desde ese momento se convirtió en el aeródromo capitalino.
1933 En el Barrio Las Delicias de la capital de la república Don Rafael Ferrari García y Doña Rosario Sagastume Torres de Ferrari inauguraron el 1 de noviembre la primera radioemisora comercial de Honduras identificada con las siglas “H.R.N” La Voz del Comercio que un año después cambió a “La Voz de Honduras.
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1937 El 30 de enero de 1937 se reformó la Constitución de la República y mediante Decreto No. 53 se estableció que los municipios de Tegucigalpa y Comayagüela formaran el Municipio del Distrito Central y que ambas ciudades ostentaran la condición de capital de la República de Honduras.
1946 En marzo de 1946 cuando había terminado la Segunda Guerra Mundial y se creó la Organización de las Naciones Unidas, el gobierno del Gral. Carías que había iniciado trabajos en un centro de recreo en El Picacho, designó al lugar como “Parque de las Naciones Unidas”.
1948 El 15 de marzo, a las 10:00 de la mañana el Presidente Tiburcio Carías Andino inauguró el Estadio Nacional de Tegucigalpa, templo deportivo construido por el Arquitecto Francisco Pratts Vides, siendo parte del complejo el Monumento a la Paz en la cúspide del Cerro Juana Laínez.
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1878 En el gobierno del Presidente Marco Aurelio Soto se organizó el Correo Nacional de Honduras siendo su primer Director el maestro cubano Tomás Estrada Palma y el 1 de febrero de 1879 el naciente Correo formó parte de Unión Postal Universal. Estrada Palma fue el primer Presidente de Cuba.
1880 El 16 de Agosto, en el gobierno del Dr. Marco Aurelio Soto a instancias de su Secretario General el Dr. Ramón Rosa, se fundó en Tegucigalpa el primer colegio de segunda enseñanza en Honduras bajo la dirección del educador estadounidense Edmundo Rioppel matriculándose 60 jóvenes en el primer ingreso del centro educativo que hoy conocemos como el Instituto Central Vicente Cáceres.
1880 El 30 de octubre, la Asamblea Nacional reunida en Comayagua emitió el Decreto por el cual la capital de la Republica de Honduras es trasladada de Comayagua a Tegucigalpa.- Desde esa fecha el centro político del país se ubicó en la vieja ciudad minera instalándose todos los poderes del Estado.
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La riqueza de una ciudad está en su historia, en el amor de sus ciudadanos, en el espíritu emprendedor de quienes como autoridad dejamos plasmado el esfuerzo para que prospere, pero manteniendo su identidad que se manifieste con sus costumbres y tradiciones. La riqueza de Tegucigalpa no solo estuvo en sus minas, sino en el intelecto de sus hijos que nos heredaron un poblado que entre serranías brilla como el sol que nace en La Montañita y se esconde en El Berrinche. Este aporte cultural en un regalo que dejamos junto a las obras que sellan su Modernismo.
NASRY JUAN ASFURA Z.