esta obra está basada en la película P3ND3J05 P3RR0N3 texto | Nadia Sol Caramella fotogramas | P3ND3J05 P3RR0N3 foto de contratapa | Belén Peralta edición y diseño | Cristian Franco difusionA/terna ediciones libros
P3ND3J05 P3RR0N3 Variaciones del silencio por Nadia Sol Caramella
difusionA/terna ediciones
la muerte es un iceberg negro, solo finge que est谩 inm贸vil D. V.
Una panorámica Cielo blan-
co y negro, travelling hacia el fondo de la calle, los pendejos en skate se fugan hacia al sol. Un nervio íntimo florece ante tanta belleza. Raúl Perrone narra un trip de miradas urgentes, cargadas de la irreverencia de las primeras veces, de los primeros intentos. P3ND3JO5 es un film sin precedentes en el cine independiente local, y es tal vez el más ambicioso de su filmografía. Renueva y profundiza un viejo anhelo: la mirada desprejuiciada sobre los jóvenes de nuestro tiempo. La juventud se presenta como tierra fértil de nuevas revoluciones estéticas. Según Raul “P3ND3JO5 es un musical, con fantasmas, con skaters. Una cumbiópera en tres actos y una coda para ver de corrido. De caras / miradas / deseo / amor / drama / tragedia / dispáros / imagen cruda en ByN - 4:3”. Esta vez necesitó casi tres horas de duración, bajo el tinte visceral del blanco y negro, sin diálogos hablados, sólo inter-
caras / miradas / deseo / amor / drama / tragedia / dispáros
títulos y música. En su decálogo de los 90, escribió: “cada vez menos música”, en esa vieja pretensión buscaba despojar la imagen de encuadres artificiales que marcaran el ritmo emocional de la escena. Esta vez decidió integrar una banda sonora, pero como complemento que no invade la capacidad expresiva de la imagen. Frente al vértigo de una cumbia casi gótica y feats de Puccini, la imagen responde desafiante, con una rica mixtura estética: primerísimos planos al estilo Carl T. Dreyer en La pasión de Juana de Arco. Momentos naturalistas donde las formas se simplifican para capturar el instante y anclar una historia que se construye incluso fuera del campo de lo visible. Escenas típicas del film noir: personajes filmados a través de cortinas de humo de cigarrillo. Las miradas y los gestos atraviesan la bruma de las noches suburbanas. Nuevamente la poética se consolida en el claroscuro, forjando ambientes húmedos, invernales, hostiles. Los cielos típicos del film perroneano se tiñen de drama, de policial y una atmósfera de incertidumbre recorre las calles de Ituzaingó. La puesta es puro presente, un
un musical con fantasmas, con skaters, una cumbiópera en tres actos
presente que parece derrotar la posibilidad de un futuro. El instante queda suspendido en el tiempo y la cámara y su narrativa abren las puertas de nuevos caminos a recorrer. La película es ante todo una sugerencia, una invitación, nada cierra. Es en el diálogo con otros espectadores donde encuentra su verdadero desenlace, ahí radica uno de los grandes logros de este director, que como pocos ha narrado los actos cotidianos y sus ficciones mínimas.
El ritmo del silencio Raúl sabe de
la expresividad que radica en la génesis del caos y hace de la anarquía una estética. La realidad es un aparato caótico y su mirada es la que armoniza, sentencia, recorta, poetiza. La edición obsesiva rige el sucio y hermoso trabajo de la creación artística. Escribir con la cámara, sin el pulso que marca la guita y la industria, es una forma de estar más cerca de un cine autónomo, despojado y sincero: “no hay que tener miedo de escribir con la cámara, de trabajar sin
guión, de hacer la película haciéndola” sentencia el director. Él es la tradición de la independencia y a la vez la vanguardia de un cine que se busca a sí mismo en el quehacer diario. “Con el cine hay que tener intuición, es como el amor, te llega, te atraviesa” asegura. El amor te encontrará al final canta Daniel Johnston, el héroe del indie lo-fi, pero aclara: cuando llegue tenés que estar preparado. Raúl y Daniel parecen emparentados en la misma lógica. Para hacer el amor/film habrá que ser intuitivo y un gran observador, porque cuando el amor y la necesidad del film te atraviesan hay que estar preparado y hacerlo funcionar. Por eso Perrone siempre está dispuesto a ser un “infiel artístico” que se enamora y corteja más de una película a la vez. En la dedicación obsesiva con la que trabaja en cada una de sus obras se ve reflejado el amor profundo que siente por cada una de ellas. Sin embargo, Raúl confiesa que este rodaje tuvo algo especial: “Me encontré conmigo mismo, no sufrí como en otros rodajes, este fue el más feliz, dejé de lado mis fobias y me banqué es-
tar en la calle”. Esta transición suya se ve plasmada en la película, P3ND3JO5 es pura exteriorización, es sacar afuera y expurgar cuanto haya que expurgar. Hace tiempo que Perro trabaja con gente común. La intuición, el amor y la mirada son fundamentales al momento de encontrar esas caras entre tanta exhibición tonta y desmedida. Siempre ha tratado y mostrado con mucho cariño a sus personajes, los hace decir o callar, para que luego se encuentren en lo inesperado que surge del recorte de su mirada poética: “Me gusta trabajar con gente sin experiencia en la actuación, porque poco a poco se aflojan y finalmente terminan actuando. Ahora vuelvo a los pendejos, a las nuevas generaciones. Siempre les agradezco por la apertura que tienen conmigo, por confiar en mí. Ellos improvisan y me cuentan cuentos, yo ando por ahí, los escucho, y se convierten en nuevas historias”. A estos pibes todavía se los puede encontrar en la plaza repitiendo el rito del skate, parecen detenidos y a la vez son la continuación del film. La narrativa
de P3ND3JO5 los eternizó, les robó un poco de su adolescencia para anclarla en el tiempo de la ficción. De ellos conocemos apenas lo necesario para armar el rompecabezas de la trama. Hablan con gestos, a través de sus miradas, de sus caminatas interminables. Dicen más de lo que se quiere oír. La puesta en escena no necesita diálogos hablados para desbordar de expresividad. En el silencio que por momentos siembra la película, la imagen toma un vigor ambicioso y dramático. La intimidad muda de los personajes se vuelve universal. Mediante un montaje magistral, uno de los recursos que más ha afinado a lo largo de su trayectoria cinematográfica, Perrone experimenta las posibilidades narrativas y estéticas del fuera de campo y los vacíos de la trama. El sentido es intermitente, está en constante fuga, porque la narración escapa a lo literal y se consolida como un entramado de interpretaciones. Esto no solo se da por la rítmica de la edición, sino también por el uso de primerísimos planos. El recorte es más radical.
Una mirada, un gesto, una sonrisa son la punta del iceberg de un proceso interior que deja marcas profundas en las caras de los personajes. El director hace un guiño a los entendidos, se trata de un homenaje explícito. En el tercer acto incluye una escena de Artaud en La pasión de Juana de Arco. Esos pibes tomados de cerca y en contrapicado son mártires contemporáneos. En el movimiento de los cuerpos estos pendejos entienden el sentido de la vida, una mudanza constante, un flip en el aire, caer y volver a empezar, por eso no temen y se animan a todo, incluso a la muerte. El skate es el bunker de sus anhelos: “Los pendejos que muestro en esta película parecen desconectados y sin futuro, pero en realidad es la sociedad la que los está convirtiendo en esto. Y encuentro mucho de lo que me pasaba a mí a esa edad. La adolescencia es una etapa difícil, traumática, jodida. Es un momento de mi vida que recuerdo con cariño y dolor, pero también fue una etapa muy creativa.” Esos pibes son como bombas detenidas, es-
tán adormecidos esperando el día y la hora exacta para estallar. Mientras tanto practican como es eso de volar sobre sus skates. El blanco y negro perroneano deja entrever los hilos de esa ira quieta. No hay color en la ciudad de la furia. Las calles, la plaza, el skate park, el cielo, las miradas, las habitaciones, todo en su universo es monocromático y antagónico, no hay tonos intermedios, no hay lugar para el gris, todo o nada, éxito o abismo. Estos jóvenes son extremos. El blanco y negro del film marca el tono fantasmal de esos pendejos muertos antes de tiempo. La película muestra la postal de una juventud sórdida, anclada en una metrópolis gótica: estos caballeros de la noche deberán encontrar los colores del día para dinamitar las miserias de la ciudad. El claroscuro ayuda a condensar está ficción, haciendo de cada fotograma una escultura. Perrone esculpe con la luz, corroe la mirada, instala la incer-
tidumbre como única posibilidad. El ojo del espectador inaugura el espacio de lo visible pero es el director quien sugiere el camino, el ritmo de los acontecimientos: la noche, el frío, la ropa de invierno, pero también el sol de mediodía y la cuenta regresiva de un verano fatal. La realidad está abarrotada de imágenes y es la audacia del que escribe con el lente la que termina por simplificar y obviar algunas partes para dejar el resto a la metáfora, al juego erótico de lo visual. Entre la banda sonora y el film se produce un chispazo, una combinación bruta, animal, perfecta. Con el trabajo juntó a Che Cumbe, Dj Negro y Dj Taz, Raúl logró orquestar el ritmo del silencio y en esa acción poética va haciéndole lugar a la música que dialoga mientras las secuencias de los planos responden con sonidos subterráneos que surgen de los movimientos y del roce de los cuerpos. En este sacrificio de la voz humana, el espectador queda
improvisan y me cuentan cuentos y yo los convierto en nuevas historias
condenado a la esclavitud de la mirada y a una escucha sensible, casi obscena.
Divino tesoro Vienen de a uno, de a
dos, algunos estaban desde mucho antes. Las pibas llegan y saludan con un beso o un gesto a lo lejos, los pibes dan la mano o un beso vago en la mejilla. Se va formando la ronda alrededor de la pista: el corazón de la plaza de Ituzaingó, cerquita del mástil. Hay varios grupitos alrededor, incluso micro-skaters de unos 6 años subidos a sus tablas, imitando a los más grandes. 13, 14, 15 o 16 años, esa es la edad de los pendejos; tal vez algunos sean más grandes y estén camuflados bajo una misma estética. Se suben a sus tablas y no importa mucho lo de afuera, o al menos eso parece. Por más que se caigan la rueda sigue girando. A veces son varios los que van de un lado a otro, por momentos el mismo pibe se hace eterno en la perseverancia de conquistar ese salto que a la vista del ojo común podría pensarse como un acto suicida. Pero no, el golpe,
no sufrí como en otros rodajes, este fue el más feliz, dejé de lado mis fobias y me banqué estar en la calle
el raspón, las fracturas no importan, nada es más arriesgado que estar vivo. Las pendejas también andan en skate. Se ven femeninas debajo de sus gorras y buzos grandes, una vieja herencia del grunge. La tarde pasa y el sol va a morir atrás de la iglesia. Ellos siguen ahí, exprimiendo hasta el último segundo, el ultimo salto, antes de volver a casa. Siempre les cuesta volver a casa. La adolescencia es el tiempo exacto de la tragedia, hace siglos que se repite el motivo de Romeo y Julieta. El tiempo de la juventud es el tiempo de los extremos, de la experimentación, de los sentimientos más profundos y salvajes. Todo está por venir. La juventud es pura potencia. Y para algunos es definitiva. A diferencia de la tragedia shakespereana, los pibes de hoy padecen tragedias más viscerales y crudas, son titular frecuente en los diarios: “Joven asesinado por la espalda por efectivos de la Bonaerense”, “Pacto suicida de dos adolescentes conmueve a Catamarca”, “Rescatan a una joven víctima de la trata de personas”, “Reprimen a es-
tudiantes durante manifestación”. Todos estos pibes son hijos de un sistema que hace rato les declaró una guerra silenciosa: consumismo, represión, pobreza, explotación, violencia. Los pendejos de Perrone tampoco escapan a la escena sombría de su época. Mariano es el protagonista del primer acto, su vida es un ir y venir por las calles de Ituzaingó. Su tabla rueda en bajada por una avenida Gaona que se viste de paisaje fantasmal, siempre esquivando un abismo, la tensión es continua. La tormenta está por desatarse pero no llega. La tragedia se precipita como incógnita, cómo rompecabezas, y el espectador tendrá que juntar los fragmentos, los escombros del desastre: la relación fallida entre un joven comprador y su dealer.
no hay que tener miedo de escribir con la cámara, de trabajar sin guión En el segundo acto la cosa parece mejorar. Yenien y sus amigos se divierten sobre la pista de skate. Tuti los mira a lo lejos pero sus ojos hacen foco en Yenien, nadie se sorprende de verla ahí, contemplativa, perdida en los gestos de ese pibito de 14 años que le rompió la cabeza. Cada cruce de miradas propone un encuentro y una nueva situación. Tuti se enfrenta a la tragedia de las distancias, ella tiene 24 años y eso aniquila, en parte, una posible relación. Haber nacido a destiempo fue tan desatinado como seguir viviendo como si nada, como si eso que nació entre ellos fuera un capricho del destino. Ambos se animan a la conquista de lo imposible. Pero la vida se viste de femme fatale
y le hace el amor a la muerte. No hay deseo sin tragedia. Tercera parte: a nadie le gusta la asimetría. Sin embargo, ellos se alimentan del caos y el desconcierto que nace de lo dispar. Por un lado Julieta y Gastón, por otro Andy y Gastón. Gastón está de novio con Julieta, pero ella de un momento a otro va a revelarle algo que no querrá saber. Andy no tarda en acercarse a Gastón. El roce de los cuerpos, las miradas, lo corporal ejerce presión sobre la trama, el cuerpo es el vínculo que reúne a los personajes. Nada está dicho, todo está por venir. Sin embargo el anochecer trae sus propios riesgos, de eso se trata este acto, de sobrevivir una noche fuera de casa. Por último, una coda. El tono de la imagen cambia, el blanco y negro se aclara bajo un sol de verano. Sin embargo, la escena se impone decadente como anclada en un tiempo anterior. El paisaje sonoro es tan intenso como las
acciones de los cuerpos. Un joven, ahora adulto, vuelve a escena, es un viejo conocido que retoma algunas costumbres. Esta cumbiópera llega a su fin. El espectador debe digerir lo vivido, mientras los loops fantasmales se repiten en su cabeza. La suerte está echada, el film trasciende a las butacas de la sala de proyección. Es el tiempo del espectador, el tiempo de completar las significaciones, de concluir el relato. Desde los 90 a esta parte, Raúl Perrone viene mostrando de manera desprejuiciada a los jóvenes de su época: “Cuando hice Labios de churrasco, yo tenía 38 años, o sea que no era ni adolescente ni un viejo, me daba cuenta que en el cine argentino no había una película como la que yo quería hacer, que era una película desde la mirada de los pibes y no de los pelotudos de los padres, por eso en toda la trilogía (Labios de Churrasco, Graciadió y 5 pal’ peso), no hay adultos, sólo en 5 pal’ peso, aparece un padre que es una refe-
yo soy un pendejo, eso es lo que ven los pibes cuando ven mis películas
rencia a mi viejo. Era más fácil hacer una película desde los padres: ‘por qué te embarazaste pelotuda bla bla…’ a mí me importaba más qué le pasaba a los pibes, por qué estaban en una esquina tomando una cerveza, y no la visión de los tipos grandes que decían ‘estos vagos de mierda’ ”. La poética perroneana se consolida en un cine que tiene el deber insoslayable de mostrar y documentar toda una época, a través de los planos desalienados y viscerales que tanto lo han caracterizado. Cuando el film se muestra incómodo y sombrío no es otra cosa que la fatiga que genera la acumulación del pasado y del futuro. Raúl nunca se contentó con la mirada desgarbada y simplista del conurbano, se atrevió a la imagen sucia pero virtuosa, impúdica pero justa. Apelando a recursos esenciales —la luz solar, el buen manejo de la cámara— ha mostrado con una honestidad irrefutable la inestabilidad material de los espacios de la puesta en escena, donde todo está por romperse. La realidad es un aparato caótico y la anarquía su estética. Será bajo estos
paradigmas que habrá que enfrentarse a su sensibilidad, a su manera única de narrar los misterios de lo cotidiano. Una obra, por suerte, indigerible y esperanzadora para muchos: “Me acuerdo una noche que se proyectaba Graciadió en el Lorca y salieron unos pibitos y uno me dijo: ‘Loco, yo a vos te creo’, me abrazo y dijo: ‘a vos te creo’. Eso ya está, cuando un pibe te dice eso es porque no se comió ninguna. Ni le quise vender nada, no soy ningún trucho, ningún careta. Soy un tipo que digo lo que esos pibes quisieran decir. Yo soy un pendejo. Eso es lo que ven los pibes en mí cuando van al taller o ven mis películas. Los pendejos no me van a abandonar nunca”.
ficha técnica guión y dirección
raúl perrone
fotografía / cámara / sonido
raúl perrone hernán soma bernardo demonte fabián bianco diseño de sonido
raúl perrone
post de sonido
lucas granata edición
raúl perrone música
nomenombreswey productor ejecutivo
pablo ratto
asistente de dirección
susana badano
foto fija
belén peralta producción
les envies je te desire trivial media ficha artística
mariano blanco cabito yenien teves eugenia juárez fernando daniel adrián quiroga hernández julieta maría borgna gonzalo orquin nestor gianotti
150 min / b y n / 4:3 / hd / 2008 - 2013
difusionA/terna ediciones