Como ser un buen ciudadano

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CUADERNOS DE CIUDADANÍA I

Cómo ser un buen ciudadano Por

Almudena Grandes Miguel Ríos Miguel Ángel Aguilar Nativel Preciado Luis García Montero Javier Reverte

*** Escuela de Ciudadanos Director: Román Orozco


Cuadernos de Ciudadanía I Cómo ser un buen ciudadano

Director colección: Román Orozco Editor: Juan de Dios Mellado Diseño cubierta: Sol Parnisari Coordinador obra: Sergio Mellado Edita: C&T Editores Autores: Almudena Grandes Miguel Ríos Miguel Ángel Aguilar Nativel Preciado Luis García Montero Javier Reverte Prólogo de Román Orozco Fotomecánica, tratamiento de textos e impresión: Imagraf Impresores ISBN: 978-84-96337-91-6 D. L. MA-3.230-2009 Una publicación de Escuela de Ciudadanos

Con la colaboración de: Unicaja Área de Cultura del Ayuntamiento de Manzanares Biblioteca Municipal Lope de Vega


Índice Prólogo, por Román Orozco .............................

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Almudena Grandes: El compromiso de las ideas .............................. La desmemoria de la dictadura .........................

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Miguel Ríos: Todo corazón .................................................... La voz de los sin voz ........................................

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Miguel Ángel Aguilar: La pasión inteligente ......................................... Momentos decisivos de aprendizaje .................

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Nativel Preciado: Tranquila y rigurosa .......................................... .............................

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Luis García Montero: El poeta necesario ............................................. La poesía. (Vidas particulares en un espacio público) ......................................

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Javier Reverte: En el camino ..................................................... Lejos de los palacios y los salones ...................

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PRÓLOGO

Por qué una Escuela de Ciudadanos

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e niño, tuve que estudiar una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional. Cuando Franco murió, los españoles comenzamos a quitarnos la caspa que nos habían dejado cuarenta años de dictadura. El tiempo demostró que las ansias de libertad eran mucho más poderosas que las cuerdas que tenían atado y bien atado el régimen represor. Llegó la democracia. La libertad. Una nueva Constitución. Los partidos. Las elecciones. La alternancia en el poder. En 2006, el Congreso de los Diputados, a propuesta del gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, aprobó la Ley Orgánica de la Educación que incluía una novedosa asignatura llamada Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos (EpC). El real decreto que la desarrollaba señalaba que esta nueva asignatura deberá prestar “especial atención a la igualdad entre hombres y mujeres”. El apartado a) del artículo 3º del real decreto, no tiene desperdicio. Por la manipulación que en los meses siguientes hicieron de esta ley los sectores más reaccionarios de la sociedad española, transcribo íntegramente ese párrafo:

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“La Educación secundaria obligatoria contribuirá a desarrollar en los alumnos y las alumnas las capacidades que les permitan: a) Asumir responsablemente sus deberes, conocer y ejercer sus derechos en el respeto a los demás, practicar la tolerancia, la cooperación y la solos derechos humanos como valores comunes de una sociedad plural y prepararse para el ejercicio de la ciudadanía democrática”. Hermosas palabras: respeto, tolerancia, solidaridad, diálogo, derechos humanos, ciudadanía democrática.

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l gobierno socialista, con esta iniciativa, no hacía sino seguir las recomendaciones del Consejo de Europa de 2002, que pedía a los Estados miembros que establecieran, como objetivo prioritario de la enseñanza escolar, la educación para la ciudadanía democrática. ropeos, los jóvenes españoles serían educados en los valores universales de la democracia. Inexplicablemente, un sector recalcitrante de la derecha política, social y religiosa puso desde el primer momento el grito en el cielo. Solo una semadecreto, el 12 de enero de 2007, el consejero de Educación de la Comunidad Valenciana, Alejandro Font de Mora, lanzaba el primer dardo y decía, nada menos, que la nueva asignatura se convertiría en “un adoctrinamiento equiparable a lo que en el franquismo supuso la famosa Formación del Espíritu Nacional”. Otros dirigentes del Partido Popular (PP), organizaciones integristas como el Foro de la Familia y la práctica totalidad de la jerarquía católica, muchísimo más escorada a la derecha que la mayoría de los creyentes de su iglesia, siguieron por la misma senda. Una inmensa bola fue creciendo en todo el país. Esperanza Aguirre, la neocon que gobernaba la Comunidad de –8–


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Madrid, amenazó con no impartir en su territorio EpC. Hasta el mismísimo presidente de su partido, Mariano Rajoy, tuvo que recordarle que las leyes hay que cumplirlas. Pero la derecha había encontrado un argumento que, bien manipulado, podía servir de punta de lanza para socavar al gobierno socialista. Primero en Andalucía y más tarde en otras comunidades autónomas, familias ultracatólicas, asesoradas por abogados vinculados al Opus Dei –en el caso de Sevilla, por ejemplo- exhibieron ante los tribunales de justicia la objeción de conciencia para evitar que sus hijos cursaran la asignatura. Después de varias sentencias contradictorias, a favor y en contra, de algunos Tribunales Superiores autonómicos, como el andaluz, el Tribunal ciencia por no existir “adoctrinamiento” alguno en la asignatura. Atrás quedaban declaraciones tan extemporáneas como la del cardenal de Valencia, Agustín García-Gasco, quien en una multitudinaria manifestación que tuvo lugar en Madrid el 28 de diciembre de 2007, auguraba que “el laicismo radical, que no respeta la Constitución, conduce a la desesperanza por el camino del aborto, el divorcio exprés y las ideologías que pretenden manipular la educación de los jóvenes”.

a las catacumbas, despreciando el sentir mayoritario de la sociedad española, mucho más tolerante, enarboló las banderas de su moral particular y nos azotó con ellas. Curas y peperos se echaron a la calle y demonizaron a quienes defendían una sociedad laica en la que los ciudadanos actuaran como tales.

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ue en esas fechas, verano de 2008, cuando pensé: ¡pobres españolitos! Sus propios padres quieren impedir que en las escuelas les enseñen a ser respetuosos, tolerantes, solidarios, dialogantes. Que les enseñen que las niñas y los niños tienen los mismos derechos y las mismas responsabilida–9–


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des. Y se me ocurrió si no habría que empezar por enseñar a esos padres en qué consiste ser un buen ciudadano en una sociedad democrática. Se me ocurrió crear una Escuela de Ciudadanos. ¿Quiénes serían los maestros de esa singular escuela? Por desgracia, vivimos tiempos turbulentos. Días de crisis, y no solo económica. Hay también una crisis de liderazgo, de valores, de ciudadanía. Vivimos, como dirían luego varios de los profesores invitados, en una democracia de mercado habitada por consumidores compulsivos. Por ello, pensé que los miembros del claustro del primer curso de la Escuela de Ciudadanos tendrían que ser personas respetadas en su profesión y que, además, les preocupara, y se ocuparan, de los problemas de los demás. Que no pasaran el día contemplando su propio ombligo. Como se decía antes, gente comprometida. A lo largo de mis cuarenta años de periodista había conocido a muchos que cumplían esos requisitos. Personas que habían alcanzado un alto prestigio profesional en diversos campos: la literatura, la música, la poesía, la cátedad y al tiempo agitadores de conciencias dormidas. Los seis primeros que Almudena Grandes, el cantante Miguel Ríos, el poeta y catedrático Luis García Montero, los periodistas y escritores Miguel Ángel Aguilar, Nativel Preciado y Javier Reverte. El lugar elegido para desarrollar el primer curso fue la biblioteca pública Lope de Vega de Manzanares (Ciudad Real). A ese pueblo manchego habían llegado mis padres en los años 40, cargados de hijos, procedentes de la depauperada provincia de Jaén. Formaban parte del primer pelotón de emigrantes andaluces que traspasaban el murallón de Despeñaperros en busca de pan y trabajo.

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abía sido precisamente en la primitiva biblioteca Lope de Vega donde, siendo adolescente, descubrí que había una vida mejor, más libre e ilusionante, fuera de aquella España triste y uniformada. Que aquella Formación del Espíritu Nacional lo único que hacía era deformarnos, aborregarnos, mientras que los libros de la biblioteca me mostraban un mundo de aventuras y emociones. Hoy, la nueva biblioteca, levantada en el solar de la antigua cárcel del pueblo, se ha convertido en un foro cultural de primera magnitud. Su directora, Paqui Díaz Pintado, acogió con entusiasmo que la biblioteca fuera la sede de la Escuela de Ciudadanos. La ayuda decidida del concejal socialista de Cultura Antonio Caba hizo posible que se celebrara el primer curso. Desde aquí, mi sincero agradecimiento a ambos. Almudena Grandes abrió las clases en noviembre de 2008 y Javier Reverte las cerró en mayo de 2009. Miguel Ríos y Miguel Ángel Aguilar llegaron en los helados días del invierno, diciembre y enero. Nativel Preciado en febrero y García Montero en marzo. Todos ellos fueron escuchados con atención por más de un centenar de personas que abarrotaron siempre la sala. Los seis profesores nos explicaron cómo ellos, a través de su propia educación y del ejercicio de su profesión, habían llegado a convertirse en ciudarealmente. Son ejemplares. Quienes les escuchamos, asistimos emocionados al relato de algunas etapas de sus vidas particularmente emotivas. Almudena, que se declaró “del Atleti y de izquierdas”, contó cómo la foto de una bailarina negra desnuda, Josephine Baker, una vieja canción de los tiempos de la República, La hija de Juan Simón, o la historia de un cura fascinante y seductor de la novela Tormento, de Pérez Galdós, le forzaron a preguntarse en qué país vivía, y cómo podía saber tan poco de él. Sólo tenía 15 años y Franco agotaba los últimos meses de su vida.

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iguel Ríos rechazó el titulo de profesor, porque, parafraseando a Groucho Marx, “yo no entraría nunca en una escuela que me tuviera a mí como maestro”. Pero dio una lección magistral y propuso, entre otras cosas, que si el fuera “baranda del Ministerio de Educación”, lo primero que haría sería abrir “escuelas de felicidad, en las que se enseñaría exactamente lo contrario que me enseñaron a mí en un colegio de Granada de cuyo nombre no quiero acordarme”. Aguilar contó emocionado cómo sobrevivió su padre, médico, con once hijos, en los años de la posguerra y el riesgo que corrió al negarse a cumplir

Reverte recordó también a su padre, un conservador que peleó en zona republicana y que para lavar su pasado se apuntó a la División Azul. “Como tenía mucho sentido del humor, me solía decir: he estado en dos guerras y he perdido las dos, no creo que me contraten para una tercera. Y añadía: además, a mi edad he muerto ya demasiadas veces por la patria”. Odiaba las guerras y ese odio lo heredó su hijo. Nativel tuvo suerte también con sus padres: “me llevaron a un colegio laico, fundado por un hombre excepcional, muy comprometido con su labor didáctica, y rodeado de unos maestros y maestras de procedencia republicana, la mayoría represaliados por el régimen franquista, como mi profesor de literatura, que tuvieron mucho empeño en transmitirnos sus valores democráticos, aunque se vieran obligados a hacerlo de una forma encubierta”. Luis nos explicó como nació su poema Mujeres. Después de pasar una noche de amor con una amiga, y cuando la acompañaba al trabajo, vio en la marquesina de la parada del autobús un anuncio de ropa interior protagonizado por Maribel Verdú, “que estaba maravillosa”. El poeta quedó emocionado por la escena: “había una tensión entre la experiencia de las mujeres que se levantaban para trabajar sin más tiempo que darse una ducha y pegarse un alisón en el pelo, frente a la mujer de la publicidad, a la realidad virtual, a la mujer que no existe en la realidad”. – 12 –


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Era una pena que los testimonios de estos seis ciudadanos ejemplares quedaran desperdigados. Así nació la idea de reunirlos todos ellos en estos Cuadernos de Ciudadanía. Hemos trascrito esos testimonios y editado mínimamente los textos, por lo que conservan el inconfundible sabor del lenguaje hablado. Gracias a mi buen amigo Ángel Fernández Noriega, Director de la División de la Secretaría General de Unicaja, este libro ha sido posible. Lo que demuestra que también los hombres que se dedican a las

Román Orozco Director de la Escuela de Ciudadanos Manzanares, 20 de octubre de 2009

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ALMUDENA GRANDES

El compromiso de las ideas

En un mundo con una fuerte crisis de liderazgo ciudadano, iniciar este curso con una persona que se ha convertido en una referencia indiscutible de la defensa de los derechos cívicos, es un lujo impagable. Almudena Grandes es, además de una de las más brillantes narradoras del momento en lengua española, una mujer comprometida con su tiempo. Su activismo militante en defensa de los derechos ciudadanos la han convertido en un símbolo de la izquierda. Ella fue la encargada, por ejemplo, de leer 2003 y otro contra el terrorismo etarra, tras la ruptura de la tregua y el atentado de la T-4 en el aeropuerto de Barajas en 2007. Ha escrito hermosos textos en defensa de la II República y ha defendido con pasión los valores republicanos: una España verdaderamente moderna, laica, culta, igualitaria, democrática y progresista. – 15 –


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Almudena podría haber vivido cómodamente de su pluma, sin complicarse la vida. A los 29 años publicó su primera novela, Las edades de Lulú (1989), que la hizo millonaria. Esa obra, que obtuvo el premio La sonrisa vertical, ha sido traducida a 22 idiomas y ha vendido más de un millón de copias. Ha publicado seis novelas más y dos libros de relatos. Se han hecho cuatro películas basadas en sus novelas y cuentos. Escribe desde hace diez años una columna semanal en El País y ha colaborado regularmente en importantes programas de radio (Cadena SER). Ha sido distinguida con importantes premios: en Italia, con el Rossone d’Oro y en España, con el premio del Gremio de Editores y de la Fundación José Manuel Lara. Su calidad literaria solo es comparable con su calidad humana. Es por esa razón por la que inaugura hoy esta Escuela de Ciudadanos. Además de sus grandes obras, como Malena es un nombre de tango, Los aires difíciles o su última y monumental novela, El corazón helado, Almudena ha encontrado tiempo para ocuparse de los problemas que más angustian al ciudadano hoy. En Al Rojo vivo, un libro reciente que recoge una amplia conversación de Almudena con el líder de Izquierda Unida (IU) Gaspar de nuestra democracia. Entre las muchas ideas que nos dejan ambos, me interesa destacar esta – 16 –


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frase de Almudena: “nos hemos convertido en un país desagradable, lleno de nuevos ricos, sin memoria y sin sensibilidad, de gente indiferente que no tiene principios…” A Almudena le gusta hablar con claridad. Es una mujer valiente que no se esconde. Dice en Al rojo vivo que acude a actos como éste a pecho descubierto: “yo no suelo llevar gabardina, no me levanto las solapas”. Almudena es también una intelectual honesta ella misma dice: “No represento a nadie, mas que a mi misma, tengo las manos libres y ningún compromiso mas allá del que me impongan mis propias ideas”. Para eso estamos hoy aquí, inaugurando esta singular escuela. Para escuchar las ideas de esta extraordinaria mujer y escritora que es Almudena Grandes. Una ciudadana ejemplar. R.O.

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La desmemoria de la Dictadura POR ALMUDENA

GRANDES

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uiero darles las gracias por haber venido hasta aquí, por dar tanto calor esta tarde, que es como para estar en el sofá, leyendo novelas policíacas. Quiero dar las gracias a mi amigo Román Orozco por haberme dado la ocasión de estar aquí con ustedes, abriendo este curso, desde luego como ciudadana no sé si ejemplar. Me he sentido un poco abrumada por su presentación. Cuando Román me invitó a dar esta conferencia pensé que era fácil, porque siempre es fácil hablar de uno mismo. A mí me resulta fácil hablar de mí. Resulta mucho más difícil hablar de los demás. El compromiso es mucho mayor cuando tengo que hablar de los demás. Sin embargo, ayer por la noche me pasó algo que me hizo cambiar ligeraes. Algo que tiene que ver mucho con la frase del libro Al rojo vivo que ha leído Román antes, con mi convicción de que España se ha convertido en un país desagradable. Así que voy a empezar hablando de mí, y voy a terminar hablando de nosotros, de mí y de ustedes, es decir de los españoles, del país en él que vivimos. – 19 –


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Para empezar hablando de mí, si pienso en los orígenes de mi conciencia política, si pienso en los orígenes de lo que Román ha llamado mi ciudadanía activa o militante, tengo que remontarme, me imagino que como muchos de nosotros, mucho en el tiempo. Me voy a ir primero hasta 1972, y voy a venir de 1972 hasta aquí. En 1972, yo tenía 12 años y Francisco Franco estaba vivo, y a mí me gustaba mucho cocinar. Siempre me ha gustado cocinar. Me gustaba cuando era pequeña y me sigue gustando. Entonces pasaba mucho tiempo con mi madre en la cocina, ayudándole. Me dejaba cascar los huevos duros, picar revista que se llamaba Hola, que todos ustedes conocerán, que se sigue publicando y es toda una institución, aunque en aquella época era una revista más exquisita y más exclusiva que ahora, porque ahora sale cualquier alcalde de Marbella condenado. En aquella época sólo salían princesas, historias llenas de glamour y reinas, por supuesto. Y entre ellas, un personaje muy singular: una mujer mayor de piel oscura, muy poco glamorosa, desde luego, y muy desaliñada, que siempre aparecía con un chándal y un turbante, y que vivía con muchos niños en una granja del sur de Francia. Se llamaba Josephine Baker. En uno de los ángulos de la entrevista, aparecía siempre una foto de esta mujer, bueno de esta mujer no, de otra mujer, porque parecía otra persona, de una joven mulata muy guapa con un caracolillo en la frente, una falda de plátanos, desnuda y con dos estrellas de cartón marrón en los pezones, que era la aportación de la revista Hola a la foto original. Una tarde le pregunté a mi madre quién era esta mujer, por qué aparecía siempre esa foto, sí era famosa…. Mi madre me dijo que sí, que era una estrella de cabaret, que había sido una bailarina, que había sido muy famosa, que bailaba desnuda, con una falda de plátanos. A continuación, creo que sin ser consciente de lo que me estaba contando, me dijo con mucha naturalidad que mi abuela la había visto bailar.

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ací en 1960 en Madrid. Fui a un colegio de monjas, recibí una educación tardofranquista y no estaba preparada para oír que mi abuela había visto bailar a una mujer desnuda. Era algo que me parecía de ciencia Mi madre me contestó: pero qué abuela va a ser, pues mi madre. Le dije: o sea, que tu madre vio bailar a esta señora desnuda, ¿dónde? Me dijo mi madre: en Madrid. Yo dije, o sea que la abuela vio bailar, y volví a preguntar ¿dónde? Y mi madre, un poco cabreada ya por mi insistencia, dijo: pero dónde va a ser, pues en un teatro. Desde aquel día, y durante toda mi vida, he estado procesando esa información que a mi madre le parecía tan poco importante. O sea, que mi abuela había visto bailar a una mujer desnuda en Madrid en un teatro. Porque, en ese momento, para mí se quebró la línea del tiempo. Yo, a los 12 años, creía, como todos los niños y como muchas personas adultas, que viven en otros países que no son éste, que el progreso era una línea recta. Es decir, pensaba que yo tenía que ser mucho más moderna que mi madre, mi madre tenía que ser más moderna que mi abuela, que mi abuela más moderna que mi bisabuela, y así desde los neandertales hasta la actualidad. Y cuando me enteré de la historia de Josephine Baker, que hoy puede parecer una frivolidad, pero que no lo era entonces, fue la punta del iceberg. En lo alto del iceberg está Josephine Baker y debajo había una pirámide de hielo, que no vi en ese momento y estoy intentando descifrar toda mi vida. Cuando conseguí comprender que mi abuela había visto bailar a Josephine Baker, pregunté qué clase de país era éste, en qué país vivía yo. ¿Cómo era posible que mi abuela fuera más moderna que mi madre? Y, sobre todo, algo que me agobiaba mucho más: cómo era posible que yo, que era su nieta, o sea la hija de su hija, no me pudiera creer la vida de mi abuela.

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A los 12 años, eso me parecía estúpidamente algo muy monstruoso. Eso forma parte, también, de la mentalidad ideal de los niños, porque, ¿por qué vas a entender tú a tu abuela? Pero había como una especie de linealidad genética que a mí me impresionaba mucho. Desde ese momento, desde que tenía 12 años, desde la cocina de mi madre, le estoy dando vueltas a ese tema. Y desde ese momento, y tengo 48 años, o sea imagínense la cantidad de años que han pasado, sigo intentando comprender lo que pasó. He llegado a algunas conclusiones. Desde luego, la primera de ellas es que el gran reto de mi generación era llegar a ser tan modernos como nuestros abuelos, y no creo que lo consigamos. Ahí estamos, pero no creo que lo consigamos. He comprendido después muchas cosas: que uno de los grandes delitos del franquismo, un delito simbólico, fue cortar los hilos de la memoria de este país y de alguna forma secuestrar España, envolver España en una especie de red, colgarla de un gancho en el techo de no se sabe qué, para que la vida verdadera que sucedía en el resto del mundo, el mundo verdadero, pasara por debajo sin salpicarnos. Este país, de hecho, durante 40 años vivió en una situación semejante a la los años 30, sino al siglo anterior. Y ahí estaba ese país congelado, en el que no pasaba nada. Ahí estaba una generación de gente que vestía como el resto de los europeos; que, a partir de un determinado momento, comía como el resto de los europeos; que, a partir de un determinado momento también, vivía, compraba, consumía, adquiría bienes de consumo semejantes al del resto de los europeos, pero que estaba viviendo en el aire, viviendo en una irrealidad que lo congelaba todo y que cortaba los hilos de la memoria, y hacía imposible que los nietos comprendieran la vida de sus abuelos. En ese sentido, creo que mucha gente de mi generación ha pasado por experiencias semejantes, no soy la única. Pienso que esa especie de obsesión por reconstruir los hilos es la obsesión colectiva de mi generación. No soy – 22 –


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un caso aislado, ni soy yo sola. Lo que ocurre es que luego yo he escrito novelas y otra gente no. Pero creo que ese sentimiento es un sentimiento colectivo y arraigado.

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i tengo que señalar un segundo paso, que tiene que ver también con mi conciencia política, me tengo que ir tres años más tarde. Nos vamos a ir hacia 1975. Tenía 15 años y me gustaba mucho leer, pero disponía de muy poco dinero, como es habitual. Entonces veraneaba en un pueblo de la sierra de Madrid, en una casa muy grande que tenía allí mi abuelo paterno, el que no estaba casado con mi abuela, la que vio bailar desnuda a Josephine Baker, sino el padre de mi padre. Por otro lado, el padre de mi padre fue durante mucho tiempo el primer hombre de mi vida, la primera gran historia de amor de mi vida. Mis lectores habrán visto como en mis novelas, con mucha frecuencia, hay abuelos y nietas. Bueno, pues salvando todas las distancias, todos los abuelos son mi abuelo Manolo Grandes, y todas las nietas soy yo. Tenía una relación muy especial con este abuelo que, además, me regaló un libro cuando hice la primera comunión que me cambió la vida: La Odisea. Ese libro me hizo escritora, pero eso es otra historia que tiene que ver con la escritura, no con España y con la conciencia política, o sea que esa historia me la voy a saltar. En verano, yo llegaba a aquella casa con seis o siete libros, que había comprado en la Feria del Libro, y no me duraban nada. A partir del 15 de julio ya no sabía qué leer. No tenía dinero para comprarme más y entonces iba por la casa vagando, buscando libros que leer. No había muchas cosas: había muchos libros de Editorial Molino, de tapas verdes, juveniles. Eran de los hermanos pequeños de mi padre, y me los había leído todos. Había novelas de Ágatha Christie, de Simenon, que también leí muy abundantemente. Llegó un mo– 23 –


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mento en que me aburrían y, además, adivinaba enseguida quien era el asesino y ya no tenía gracia. Había además algunos best-sellers, tan típicos de la época y tan espantosos, que yo no me podía leer. Y luego, en medio del salón, había una edición de las obras completas de Benito Pérez Galdós. A mi abuelo Manolo le gustaba tanto Galdós, que tenía una edición de sus obras completas en Madrid y otra en la sierra. Quizás se las habían regalado las dos, no lo sé. Eran de la editorial Aguilar, aquellas del tomo rojo. 16 años y me gustaban los libros con tapas de colores, con ilustraciones… Pero hubo un verano, no puedo precisar cual, en el que ya no podía más, pues no había nada que leer. Cogí un tomo y vi Episodios Nacionales, tomo I, tomo II, tomo III… Me dije no, los Episodios Nacionales no; quiero novelas, tomo I, tomo II. Entonces cogí un volumen de las novelas, abrí el libro y me dije: voy a pasar páginas hasta encontrar la primera novela y me la leo. La primera que me encontré fue Tormento. Bueno eso fue otro gran shock en mi vida. Yo tenía una abuela que había visto bailar a Josephine Baker desnuda en Madrid y, de repente, leí una historia, una novela, en la que un cura, un cura por otro lado fascinante, seductor, descreído, soberbio también, seduce, bueno, no seduce, trata de seducir, a una jovencita a la que perdió, impidiéndole que tuviera una historia de amor que le convenía mucho más, impidiéndole que pudiera emprender una vida con el hombre al que amaba. Otra vez me pregunté qué era esto, qué pasaba, qué pasaba con España, cómo era posible que yo supiera tan poco de las cosas que habían pasado en mi país. En qué clase de país vivía, y cómo podía saber tan poco de él. Lo de Galdós podría decir que fue para mí una religión, casi una revelación religiosa, un deslumbramiento. Me hice de Galdós igual que soy del Atleti, o de izquierdas. Primero me hice del Atleti e inmediatamente después, de Galdós y sigo siendo de Galdós. Tengo una relación muy intensa con ese – 24 –


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después de Tormento, me leí La de Bringas, que era la continuación. Y seguí leyendo, leyendo, leyendo y nunca he dejado de leer a Galdós. Galdós ha sido una constante en mi vida, hasta el punto de que en este momento, estoy haciendo un libro muy raro, que pretende ser una especie de serie de los Episodios Nacionales, pero de la postguerra, de la dictadura. Son seis novelas, como los Episodios Nacionales, y tiene un poco la misma intención. Así, cuando me dieron La madre, de Gorki, que fue le libro que me hizo roja de verdad, yo ya tenía mucho camino hecho. Entre Josephine Baker, mi abuela y don Benito, estaba muy predispuesta a abrazar la fe en la revolución. Digo lo de La madre porque es verdad. Me acuerdo de que el pride la familia, y hacía rojos a los primos pequeños, fue La madre de Gorki, un libro que no he vuelto a leer, aunque lo tengo en el corazón. Este verano, cuando en El País de mi vida, cité La madre. Fui la única, de los cien escritores que intervinieron. Hubo varios que citaron , pero yo leí La madre mucho antes de llegar al La madre es una novela que supongo que ahora me parecería tontísima. No la he vuelto a leer porque no quiero arriesgarme, pues me parecería una especie de folletín melodramático lacrimoso. Cuenta la historia de una pobre madre rusa a la que le matan los hijos, que no tiene para comer, que pasa frío y está todo el día con el samovar para arriba, con el samovar para abajo. De eso si me acuerdo. Una historia muy triste y llena de espíritu revolucionario. Un libro de esos que buscan cómo convertir a la verdadera fe del socialismo a los lectores por el procedimiento de enseñarles la injusticia, la arbitrariedad, el horror de la vida de los desposeídos. Así que, de alguna forma, yo llegué a la izquierda y a interesarme por la política a través de la literatura.

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Hay otra experiencia que fue muy fuerte para mí. Aunque La madre de Gorki siempre estará en mi corazón, a mí me afectó muchísimo, más que otros libros, para crearme una conciencia de izquierdas, Robinson Crusoe. Recuerdo la situación de Viernes, cuando Viernes llega a la isla, esa especie de fraternidad instintiva que une a Robinson con Viernes, esa comunicación que se establece entre dos personas de civilizaciones distintas, que ni siquiera son capaces de hablar.

pasándome después, y me pasó con intensidad en los años 80.

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oy soy feliz porque el Premio Cervantes lo ha ganado Juan Marsé. Es una fuente de felicidad para mí. Marsé tiene mucho que ver con mi conciencia política. No sólo Juan Marsé, también Ana María Matute, Juan libros como Un día volveré, Últimas tardes con Teresa, El gran momento de Mary Tribune o Los hijos muertos, de Ana María Matute, una novela que cuenta expresamente la posguerra. Quizás este último libro fue el que más me impresionó en muchos años, porque tiene un personaje muy secundario, muy marginal, que apenas aparece en el libro, La Tanaya, una mujer a la que se le mueren los hijos al nacer porque tiene algún problema. Se le mueren todos menos uno. Hay también una niña que ve cómo se le mueren los hijos a La Tanaya, y ve como La Tanaya les hace muñecos a los hijos, con dos palos en forma de cruz a los que les ata un retal con una cuerda. Por ese poder de fascinación que tiene la literatura, a mí la muñeca de La Tanaya me impresionó mucho más, me afectó mucho más, me hizo mucho más consciente de mis privilegios y del infortunio de mis semejantes, que cualquier tratado teórico. Con los libros de Marsé pasa lo mismo. Recuerdo, por ejemplo, Un día volveré, que es quizás mi novela favorita, aunque es difícil elegir una novela favorita de Marsé. En Un día volveré, se ve ese tratamiento tan fantástico de lo que hoy llamamos la memoria del pasado, todos esos niños de barrio que no tienen nada, pero que tienen padres que han desaparecido y madres – 26 –


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que se tiñen el pelo de rubio platino y desaparecen los sábados por la noche. Esos niños que reciben postales exóticas del extranjero, de París, de Shangai, de lugares que solamente tienen valor porque representan una puerta imaginaria hacia la libertad, una puerta que les permite escapar de la sordidez, en este caso no del campo, donde los hijos se mueren, sino de la sordidez de las ciudades, donde no hay futuro, donde todo se agosta, todo se marchita. Hoy, como le han dado el Premio Cervantes a Juan Marsé y estoy tan contenta, quería citarlo expresamente, porque Marsé ha tenido mucho que ver con lo que yo soy y con lo que he llegado a ser. No habría llegado a ser lo que soy, si no hubiera leído todos estos libros y muchos más. La ventaja que tiene la literatura es que la literatura tiene que ver con la vida. La literatura es vida además, y es vida para los que están vivos. La literatura da emoción, y tristeza, y rabia, y alegría, y risas, y diversión, y experiencias para los lectores. Y a mí, la literatura me dio también mi país. Contribuyó a darme otra versión de mi país, o hacerme habitable, o hacerme más transitable, a explicarme que mi país era diferente de lo que yo pensaba, que era un lugar distinto. De alguna forma, todas las piezas del puzzle, mi abuela, Josephine Baker, el cura de Tormento, don Benito, fueron encajando poco a poco gracias a la literatura, porque autores y libros de diversas épocas distintas me línea recta, comprender por qué este país ha tenido una historia tan difícil y por qué ha vivido a contracorriente del resto del mundo. Ha tenido una historia prácticamente inversa a la del resto de Europa. Los españoles, a lo largo del siglo XX, hemos llegado siempre demasiado tarde o demasiado pronto a todo. Durante los primeros 30 años del siglo XX, llegamos antes que nadie a los sitios y durante los otros 70 llegamos después que nadie a todo. Nunca hemos ido a la misma velocidad que los demás. Es curioso, porque acabo – 27 –


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de volver de Italia, donde ha sido publicado El corazón helado, y me decían admirados los italianos ¡oh Zapatero, Zapatero!... Bueno, no se puede criticar a Zapatero en Italia. Lo primero que te dicen es que en Italia no te metas con él. Oh, oh, la esperanza. Bueno, no estéis tan seguros, les decía yo, porque igual es al revés. Porque nosotros nunca vamos al compás de los demás, nunca sabemos si vamos por delante o vamos por detrás. A lo mejor lo que pasa no es que Zapatero vaya a Italia, sino que Berlusconi venga a España. No es por desanimaros, les decía, pero no estoy muy segura de Zapatero. Los italianos se quedaron un poco pasmados. En resumen, esto es lo que pasó: en el 72, me pregunté, en el 75 me volví a preguntar, en los 80 me volví a preguntar qué había pasado con España. Hay otras personas que quizás han tenido una mirada o una preocupación más internacionalista durante su formación, gente que se ha quedado fascinada con el Che Guevara, o con Allende, o que ha vivido en otro país. Pero yo debo añadir que, como diría Unamuno, como si fuera una escritora del 98, España es mi problema. Todo lo que me pasaba o lo que me afectaba tenía que ver con lo que había pasado en España. Por ello, desde hace mucho tiempo empecé a leer cosas para entender lo que pasaba aquí. Lo que entendí me llevó más atrás, de atrás me llevó adelante, luego más atrás… Llegó un momento en el que decidí contar esta historia, ordenar esta obsesión. Estoy contando esta historia desde que empecé a escribir. Incluso en mi primera novela, Las edades de Lulú, que es una novela erótica, se habla de España, del Partido Comunista, de la resistencia contra la dictadura. De una forma muy oblicua y muy accidental, pero que no tendría ningún valor si yo no hubiera escrito lo que escribí después. Ahora me hace gracia que, con 28 años, y en un libro como Las edades, tuviera yo esa preocupación por España. Me he acercado a ese tema muchas veces, oblicuamente, lateralmente, hasta que empecé a escribir El corazón helado y me he quedado allí. He hecho una especie de inmersión que me permite vivir en épocas distintas, ahora mismo, sin dejar de estar aquí. Por eso precisamente, porque he hecho una – 28 –


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inmersión muy profunda y muy multidisciplinar de muchas épocas, para poder escribir el libro desde hace seis o siete años. Voy a dejar de hablar de mí y de los libros, para hablar de todos nosotros, de ustedes y de mí; y para hablar de dos películas.

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a primera película de la que quiero hablarles es una de mis favoritas. Es una película muy rara, por la que siento una gran predilección. No entiendo por qué no la ponen por televisión. Se avanzaría mucho camino, se despejarían muchos problemas. Aunque a lo mejor no, pero creo que contribuiría a aclarar las posiciones en la polémica sobre la memoria histórica y sobre la transición. Es una película del año 1935 que se titula La hija de Juan Simón. Se trata de un melodrama, un folletín musical, una película absolutamente popular. Está protagonizada por Angelillo, que era un hombre extraordinario como sabrán, un cantante muy popular del pueblo de Vallecas. Yo soy muy fan de Angelillo y de esta película. Está dirigida precisamente por José Luis Sáenz de Heredia, quien luego dirigió Raza, y tanto cine franquista. Raza fue la película cuyo guión escribió Francisco Franco. Heredia era primo de José Antonio Primo de Rivera. Pero el productor de la película, el factótum, el que se aseguró de que la película se hiciera y que todo saliera bien, fue Luis Buñuel.

aprendiendo. Pero él formaba parte de una productora que se llamaba Filmófono, que fue un intento de hacer cine republicano, frente a Cifesa, la cine popular, tan popular que esta película se llama La hija de Juan Simón, y desarrolla la historia de la canción. Cine popular, con actores populares, fácil de entender, con argumentos muy sencillos, pero proponiendo una moral nueva, una moral distinta, una moral republicana. El argumento es muy sencillo: hay una pareja de personas mayores que viven en un pueblo de Andalucía. El padre se llama Juan Simón, es enterrador – 29 –


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y un hombre comprensivo. La madre está todo el día rezando, pone velas su hija, enamorada de un desgraciado, Angelillo, que no tiene dónde caerse muerto y de quien se ha quedado embarazada. La chica se llama Carmela y por eso Angelillo le canta una canción llamada Ay Carmela, cuyo titulo fue copiado por los milicianos para el Ay Carmela que conocemos. Pero Angelillo, que desconoce el embarazo de Carmela, se ha ido a ganarse la vida como cantaor. La hija, en vez de contárselo a su madre, le deja una nota y se marcha también. Desde el principio, se nota que la película es una contraversión, una especie de contratipo sistemático del cine anterior y del cine que impondrá el franquismo después de la guerra. Cuando yo veía tanto cine republicano, le explicaba a mi marido, Luis García Montero, las películas y le decía: – Fíjate, porque es fantástico, porque esto, porque lo otro; porque La aldea maldita (Florian Rey), es una joya, una obra maestra de 1930. Y Luis resumía: – O sea, que para ti el cine republicano consiste en que una mujer le pone los cuernos al marido y él la perdona. Le contesté: – Pues si, efectivamente, eso es el cine republicano. ¿Por qué? Porque en la República estaba muy claro que lo que tenía que cambiar era la moral católica nacional. Efectivamente, el cine republicano está lleno de mujeres perdidas, que son seres explotados por señores repugnantes y a los que salvan jóvenes trabajadores, en el último momento, para que termine bien la película. En La hija de Juan Simón hay muchas cosas. ¡Es tan moderna! Cuando esta mujer perdida está tirada en el palco de un bar de alterne, porque la ha – 30 –


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explotado un proxeneta muy malo, la maltrata un cliente, que es un señorón gordo, obeso. Otra chica del palco de al lado le dice a un cliente: – Tú te crees que esto se puede tolerar. ¿Hasta cuándo vamos a consentir que estos cerdos…? Y entonces el cliente se levanta, porque había relaciones amistosas entre las chicas de alterne y sus clientes y éstos acuden en salvamento de la chica maltratada. Hay un momento fantástico cuando el proxeneta, que es horrible, le dice a este señor: “¡Es que en este país ya no se respeta nada, ya no hay respeto para la gente decente! Esto se está perdiendo. Esto no puede ser”. Bueno, es fantástico. No me voy a extender, pero si quiero contarles una escena de La hija de Juan Simón, una escena en la que baila Carmen Amaya. Es la primera vez que Carmen Amaya baila en el cine. Se sabe que esa escena la rodó Buñuel, porque Buñuel sabía mucho más de cine que Sáenz ésta era muy difícil. Hay una taberna, con paredes encaladas, y un tablao, y en el tablao, Carmen Amaya, con 18 años, impresionante. En ese tablao está también Angelillo, que se supone que se está ganando la vida allí, intentando ganarse la vida, pero no tiene éxito. Carmen Amaya está con dos señoritos. Cuando termina de bailar, los señoritos aplauden y ella coge una especie de cesto con seis vasos de manzanilla y le ofrece un vaso a cada uno de los señoritos. Luego se va hacia Angelillo y le dice “coge tú otro, anímate, hombre”. Entonces uno de los dos señoritos se levanta y le dice a Carmen que qué es esto, que quién es ella y por qué tiene que dirigirse ella a ese desgraciado. Carmen Amaya se vuelve y le contesta literalmente: “Oye tú, mi cuerpo es mío y yo hago lo que se me antoja”.

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ra 1935. Han tenido que pasar 50 años antes de que, en otra película española, otra mujer dijera esa misma frase. A raíz de ese incidente, porque naturalmente eran republicanos pero caballeros, Angelillo se levanta a pegarse con el señorito y lo meten en la cárcel, momento en el que – 31 –


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canta Soy un pobre presidiario, soy un pobre pajarillo que muy pronto ha de volar. Porque el juez, escandalizado por la reyerta, lo pone en libertad, diciendo que claramente el señorito era un sinvergüenza y un provocador, y Angelillo es un honrado hombre del pueblo que salía en defensa de una mujer libre, que expresa libremente su libertad. No se si a ustedes les impresionará, pero a mí, esta película me impresionó tanto cuando la vi la primera vez, que la he visto un montón de veces. La vi dos o tres veces seguidas porque no me lo podía creer. Como además las películas antiguas no se pueden pasar por secuencias, si quieres ir a un punto anterior te tienes que ver un cuarto de película. Me impresionó mucho porque el cine tiene una virtud, y muchas desventajas, respecto a la literatura. La literatura profundiza mucho más que el cine, elabora las emociones mucho más que el cine. La literatura establece una relación con el consumidor de la historia, digamos, mucho más profunda que la del cine, pero el cine tiene algo que nosotros no tenemos, ramos nuestra mirada sobre la realidad. No escribes nunca sobre lo que está pasando en este momento, tiene que pasar el tiempo. Tiene que pasar el tiempo para que puedas elaborar tu experiencia, y luego decidir si esa experiencia te sirve o no te sirve, pero siempre hay un proceso de elaboHe leído libros sobre este periodo y sobre esta historia, que me han emocionado mucho más que La hija de Juan Simón, pero la película tiene la ventaja de que es tiempo real, cuando dicen “dímelo por tu salud”, en vez de “dímelo por Dios”, eso estaba pasando de verdad y Angelillo lo estaba diciendo de verdad. Cuento lo de La hija de Juan Simón porque es una película desconocida que apenas se ve. Hay que ser un enfermo mental como yo, y estar enganchada a este tema, para poder verla, porque no tiene ninguna difusión.

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Esa declaración de Carmen Amaya, sobre todo, me impresiona mucho, claro que yo soy mujer. Pero me parece muy rotunda para cualquier persona. Esa frase bastaría para dejar claro hasta que punto la II República fue la gran oportunidad de este país. La II República fue un proceso milagroso, pero no casual. Lo que pasa es que tampoco vamos a dar una conferencia sobre la tradición republicana, pero si es importante. Una cosa que me da mucha rabia es que, muchas veces, lo españoles tengan la impresión, porque el franquismo transmitió esa imagen, de que el 14 de abril del 31 aquí hubo un virus que se llamó republicanismo, y que de repente todos los monárquicos se contagiaron y dijeron: ¡Viva la República!, como si no hubiera habido nada antes, como si no hubiera habido un camino, como si no hubiera habido un proceso, como si no hubiera habido nada y eso es mentira. Naturalmente, en España hubo una tradición republicana larga y fecunda que, además, de alguna forma es la tradición de la izquierda española. Es decir, esa es la tradición de la que viene la izquierda española. Sólo en esa tradición es posible reconocerse, a pesar de que esa tradición sigue pareciendo, sigue estando, como borrada.

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ara hablar de todo esto, para hablar sobre lo que me ha convocado Román aquí, es muy importante la memoria. Y lo es porque ayer cambié el sentido de lo que iba a decir aquí. Anoche estuve en el estreno de una película --y pasamos de una película de 1935 a una película de ayer--, Flores de luna, un documental de un amigo mío, Juan Vicente Córdoba, cuya primera película, Aunque tú no lo sepas, era la adaptación estupenda de un cuento mío publicado en Modelos de mujer. Aquella película, que a mí me gustó mucho, tuvo mucho éxito. Lo digo porque tengo con el cine una relación complicada: las películas que me gustan, no tienen éxito, y las que tienen éxito, no me gustan. En el documental que vi anoche, Flores de luna, se cuenta la historia del Pozo del tío Raimundo. El Pozo es un barrio de chabolas de Madrid, más – 33 –


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allá de Vallecas, que empezó siendo un lodazal donde la gente que no tenía nada, y que venía a Madrid con las manos vacías, y sin saber que iba a se de ellos, se instalaba de la noche a la mañana en el barrio. Por eso la película se llama Flores de luna, porque era fundamental hacer las casas en una noche. Pues a la mañana siguiente, si la casa ya tenía techo, no te la tiraban. Te ponían una multa y ya. Pero si llegaba la Guardia Civil o la Policía y veían que la chabola estaba en construcción, te la tiraban. Por eso había una especie de red solidaria en el barrio, se ayudaban unos a otros a levantar las chabolas en la noche. El Pozo del tío Raimundo es el lugar donde se fundó Comisiones Obreras, el lugar donde destacó el padre Llanos, que fue como una especie de factótum de ese barrio, una especie de alcalde singular. Un barrio combativo, reLa película incluye una serie de citas de la época, de escritores y de otras personas. Una de esas citas es muy impresionante: “¿Qué es el Pozo?, el Pozo es la revolución permanente”. En el barrio se vivía la solidaridad, la responsabilidad, la combatividad. Allí vivía una mujer, que sale en la película, llamada Enriqueta, que contaba que cada vez que veía que se iban a llevar a un hombre joven que tenía hijos detenidos, iba y se ponía delante del policía y le decía: “a éste no te lo llevas”, y le contestaba el policía: “me lo llevo porque soy un subinspector de no sé donde”; y replicaba ella: “Yo me llamo Enriqueta y soy la comisaria del Pozo del tío Raimundo y no te lo llevas”. Otras mujeres, ya muy mayores, cuentan en el documental cómo las mujeres del barrio, con una naturalidad pasmosa, resolvían el problema del transporte cuando querían ir al Ministerio de la Vivienda a manifestarse para que les dieran casas. Lo estuvieron haciendo todos los días durante años. Iban 60 ó 70, se subían a un autobús, sin pagar, y le decían al conductor: “al Ministerio de la Vivienda”, y aunque el conductor fuera a la Puerta del Sol, y les pidiera que se bajasen, pues claro, con 70 mujeres dentro del autobús que le gritaban “no, no, al Ministerio de la Vivienda”, – 34 –


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no le quedaba mas remedio que llevarlas al Ministerio de la Vivienda. Al llegar, se bajaban, chillaban, se manifestaban y luego cogían otro autobús y se volvían al barrio. La historia del Pozo no me habría impresionado tanto, a pesar de que la película es muy bonita, si no fuera porque frente a, o junto a todos estos luchadores, a todas estas personas tan conscientes, tan responsables, que lo habían pasado tan mal, que habían triunfado en la vida, digamos, porque de no tener nada se hicieron con una casa, aparecen sus hijos. Por cierto, había uno de esos luchadores muy gracioso que decía: “y entonces nos dieron un baño y no veas, yo como era la primera vez que tenía un baño en mi vida, es que me duchaba tres veces todos los días. Me ponía el Varón Dandy de mi padre, salía de mi casa y mi madre me decía “hijo mío, no hay quien te huela, no hay quien se acerque a ti, que apestas”.

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unto a la historia de esos luchadores, está la de sus hijos. El Pozo del Tío Raimundo es el primer barrio de España en fracaso escolar, con más de un 70 por ciento. Aparecen allí, al lado de los padres, de los abuelos que habían llegado en su día al barrio sin nada, procedentes de los más variados lugares, de Martos, de algunos pueblos de La Mancha, de Guadalajara… En el documental salen unos niñatos, y es duro decirlo, pero los voy a llamar así, llenos de piercings y de tatuajes. Uno especialmente terrible, que tenía las cejas afeitadas, para hacerse como rayas, contaba que habían dejado de estudiar, que ellos no quería estudiar, que el trabajo estaba muy mal, porque habían llegado ‘los peluchos’. Llamaban ‘peluchos’ a los ecuatorianos, pues hay un núcleo de ecuatorianos muy fuerte en el barrio. Los chicos, quejándose de todo, de que no había trabajo para los españoles, de que no les daban nada… El contraste entre los orígenes del barrio y el presente del barrio era verdaderamente atroz. Era el contraste entre esos niñatos y sus padres, que vivieron en aquel país difícil, pero digno y que logró superarse a sí mismo, desde la pobreza, desde la marginación más radical. Unos niveles de marginación que ahora no los podríamos ni imaginar. Hay que ver las fotos y – 35 –


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los documentales de cuando el barrio no tenía alcantarillas, no tenía aceras, y se convertía en un lodazal descomunal cuando llovía, y compararlos con estos críos, que son el ejemplo más acabado del país autocomplaciente, fatuo y consumista que es España. Es verdad que este país ha sido muchas cosas: ha sido un país pobre, ha sido un país heroico, ha sido un país humillado, ha sido un país sometido, si quieren, ha sido un país capaz de prosperar, pero nunca lo que es ahora: un país desagradable, un país de nuevos ricos. España se ha convertido en un país de nuevos ricos, que no tienen memoria, que no tienen sensibilidad; un país en el que nuestros hijos carecen del sentido del esfuerzo y del sentido del mérito, de la responsabilidad. Creo que eso no es prosperidad, y que eso no es riqueza. Eso es una involución moral muy profunda. Una de las cosas que me impresionó del documental, porque había muchas intervenciones de ciudadanos del barrio, pero también había algunas de intelectuales, de gente de fuera, fue la intervención de nuestro amigo Jorge Martínez Reverte, un hombre estupendo y un escritor estupendo. Jorge había ido de jovencito al Pozo a hacer apostolado con el padre Llanos. Naturalmente, se había hecho rojo en el Pozo con el padre Llanos. El director del documental había llevado a Jorge al Pozo para mostrarle cómo era el barrio ahora, físicamente admirable, un barrio estupendo, con ños, y le preguntaba: “¿qué ha pasado?, ¿de quién es la culpa?” Y Reverte estuvo muy bien porque decía “¿de quién es la culpa?, no lo sé”. Y luego añadía: “la culpa es de los partidos de izquierda, la culpa es de la transición”, y de repente añade “bueno, la culpa es mía; es nuestra culpa”. Eso me impresionó mucho, porque creo que es verdad, creo que tiene razón, ¿la culpa de quién es?, la culpa es nuestra. Está bien echarle a culpa en un primer momento a las instituciones, a los procesos históricos, en son los culpables. Pero ¿quiénes somos los partidos de izquierda?, somos – 36 –


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nosotros, nosotros tenemos la culpa de lo que ha pasado. Creo que eso también viene, en parte, de la política del olvido, de lo que pasó en este país, de los orígenes de la democracia española, de cómo se planteó la transición en España. Siempre digo que la transición tiene dos aspectos. Por un lado, el institucional, que me parece admirable y que creo que es un éxito sin paliativos y así hay que reconocerlo, porque España nunca ha tenido una democracia tan estable y tan sólida, con instituciones tan sólidas y tan estables como las que tiene ahora. Como la transición, institucionalmente fue un éxito, nos podemos permitir el lujo, incluso, de criticarla, que es la mejor prueba del éxito que representó.

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ero, sin embargo, la transición fue también algo parecido a una escena de Todos ustedes recordarán cuando va Mary Poppins con los niños, y el que está pintando con tizas en el suelo le dice: “cogedle de las manos, vamos a saltar”, y ¡pum!, saltan todos y entran en los dibujos animados. Eso nos pasó a nosotros también. Aquí, la clase política decidió hacer una raya en el suelo, con la connivencia de los ciudadanos, naturalmente, pero decidieron hacer una raya de tiza en el suelo, y dijeron “cogeros las manos” y ¡hala! ¡chas!, entramos en un país de dibujos animados. No teníamos democracia, ahora tenemos democracia; no teníamos Parlamento, ahora tenemos Parlamento; no teníamos Europa, ahora tenemos Europa: no teníamos tal, ahora somos tal, pom pom. Esto salió muy bien. De entrada, salió muy bien. Lo que pasa es que 40 años de dictadura no se borran con una raya de tiza. Ojalá. Si, efectivamente, las tizas sirvieran para borrar, o para eliminar 40 años de dictadura, pues todo esto habría sido fácil y positivo, pero no lo ha sido. Entonces, ¿qué ocurre? Pues que vivimos en una democracia que está levantada en el aire, una democracia que no tiene raíces ni responsabilidad.

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Yo nací en 1960. Me recuerdo perfectamente a mí en el 77, en el 78. Era una adolescente. Madrid era adolescente, España era adolescente. Todos estábamos estrenándonos, yo me estaba estrenando, mi ciudad se estaba estrenando, mi país se estaba estrenando. Salíamos en Newsweek, salíamos en Le Figaro, salíamos en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. Éramos el país de moda, Almodóvar, no se qué, patatín, bueno, y nos lo creímos. Dijimos, hombre, que bien está esto, que bien ha salido, y que bien está. Me sensación: ser de la generación afortunada, de la generación de los llamados, de los españoles que nos íbamos a comer el mundo.

había comido yo, y no me había comido mucho, desde luego, el mundo no. Mi generación, que era la que iba a hacer grandes cosas, la que iba a cambiar para siempre el sentido de este país, se preguntaba ¿qué ha pasado? Pues que aquí estamos, ¿no? No voy a quitarle importancia a aquel proceso, porque para mí fue fundamental y para este país también. Pero tengo la impresión de fue un estallido de muchísima alegría, de muchísima potencia, algo verdaderamente llamativo, importante, pero levantado en el aire. Por eso, aunque no haya ya ninguna dictadura que corta los hilos de la memoria, se ha perdido la memoria en el entusiasmo de estar tan encantados de conocernos, en el entusiasmo de habernos convertido en un país de ricos, en la felicidad de no tener que ser nosotros los que vamos a Alemania, y venga gente de fuera a hacer los trabajos que nosotros no queremos hacer. Eso es lo que veía anoche en el documental Flores de luna. Lo que hemos conseguido es criar --no digo yo que todos los jóvenes españoles sean así--, pero criar, en parte, a una juventud en la que hay grandes bolsas de seres insoportables, racistas, incultos, a los que sólo les importa consumir, a los que sólo les importa la ropa de marca, comprarse una moto y, que, además, son incapaces de esforzarse, porque lo único que quieren es ganar dinero, y ganarlo ya. – 38 –


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n otros momentos de mi vida he sido más optimista. Cuando salió mi novela El corazón helado decía que de alguna manera podemos explicar nuestro presente como el futuro que no consiguieron conquistar nuesderechos y por las mismas libertades que tenemos todos nosotros ahora. Los españoles de izquierda y de derecha, en ese sentido, la democracia española de ahora mismo, es un poco el futuro que nuestros abuelos no pudieron conquistar para ellos. A veces soy así de optimista, pero a veces soy más pesimista. Últimamente estoy más pesimista y creo que probablemente aquella oportunidad se perdió para siempre. Pero aun así estamos a tiempo de, por lo menos, evitar la desmemoria de la dictadura. O sea, la desmemoria de la República sucedió y es difícil de recuperar, se recuperará sin duda, pero sin embargo, creo que uno de los grandes problemas de lo que está pasando ahora mismo en este país es que hay una desmemoria profunda de la dictadura. Ya nadie se acuerda del trabajo que costó levantar las casas, las casas físicas y las casas simbólicas, ya nadie se acuerda del trabajo que costó conquistar derechos, ya nadie se acuerda de llegar hasta donde estamos, y así estamos. Vivimos en un momento en el que Europa, en vez de convertirse en un conescala del mismo poder norteamericano. Una Europa en donde se aprueban directivas comunitarias que piden jornadas laborales de 65 horas, sin que nadie salga a la calle, ni siquiera para defender su propia jornada laboral. La gente parece que no es capaz de movilizarse ni para eso. En este momento, la democracia española no se puede permitir tanta insensibilidad. No se puede permitir tanta indiferencia. No se puede permitir tanta ignorancia de su pasado, ni en el buen sentido ni en el malo. Manzanares, 28 de noviembre de 2008. – 39 –


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MIGUEL RÍOS

Todo corazón

Bienvenidos, hijos y nietos del rock and roll. Llevaba más de veinte años queriendo gritar algo así junto a Miguel Ríos. Han pasado 26 años desde que Miguel estrenara esa maravillosa canción que abre desde entonces sus conciertos. Bienvenidos, hijos del rock and roll. Bienvenidos, nietos del rock and roll. Dice la letra de Bienvenidos, que escribió el propio Miguel, que “necesitamos muchas manos, pero un solo corazón”. Una palabra, corazón, que resume la vida de nuestro mejor rockero de todos los tiempos. Hace hoy justamente 40 años y tres días, el 16 de diciembre de 1968, publicaba yo una entrevista con Miguel en una revista llamada Mundo Joven. Allí, me decía Miguel: “Para mí, es mucho mas importante el corazón que el dinero”.

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Era una entrevista inusual con un cantante. Inusual porque los artistas, como se decía entonces, no hablaban de temas sociales y tampoco los periodistas les preguntaban. Recuerden: año 68, Franco vivo y París en llamas. Escribí entonces: “a Miguel le preocupa que exista una buena política social, que todos puedan trabajar, que todos tengan unos mínimos vitales para continuar por la vida con decencia, como una verdadera persona”. Tenía entonces nuestro cantante granadino 24 años y pronunciaba frases tan rotundas como éstas: “destruiría antes mi carrera que mi existencia” y “no puedo anteponer mi vida a mi profesión”.

Por supuesto. Lo ha sido. Hoy mismo, mientras hojeaba aquellas viejas revistas, escuchaba el último disco de Miguel, Solo o en compañía de otros. Y comprobaba como aquel Miguel del 68 seguía enarbolando las mismas banderas. Uno de los temas que interpreta lleva la letra de un poema de Ángel González, Donde pongo la vida pongo el fuego. Vida, fuego, corazón. Todo eso es Miguel Ríos. Miguel no sólo es el mismo. Es mejor que el de hace 40 años, porque ha vivido.

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Y ha vivido no sólo pendiente de su ombligo. Se ha implicado en mil batallas, unas ganadas y otras perdidas. Han pasado 46 años después de su primer disco, El rey del twist (1962) al que le principios. Sigue preocupado por que haya una buena política social, por que haya trabajo para todos, para que todo el mundo pueda vivir con dignidad. Dice en la presentación de su último disco que lo ha grabado para “ganarme el cariño de la gente, el pan y la libertad”. Corazón, fuego, vida, trabajo, libertad. Todo eso es Miguel Ríos.

ciudadanía, a los valores democráticos, Miguel se ha convertido en un ciudadano ejemplar. Un ciudadano que antepone el corazón y la amistad al dinero. Por eso está hoy aquí, en esta Escuela de Ciudadanos. Y por fortuna, como dice en la presentación de su último disco, la edad le presiona el DNI, pero aún no el corazón. El corazón lo tiene como nunca: así de grande. R.O.

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El rock, la voz de los sin voz POR MIGUEL RÍOS

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a verdad es que es un placer estar aquí, y haber atendido la llamada de mi amigo Román Orozco, porque me pareció estupendo que alguien tuviera esta idea. Una idea que solo se le podía ocurrir a él, porque es de esas personas que, durante los cuarenta y pico años que nos conocemos, están en la misma senda de seguir defendiendo las ideas sociales a cualquier precio, a cualquier coste. Así que es un placer estar aquí, en la biblioteca de Manzanares. Esta biblioteca hace que uno sienta el peso del ciudadano sobre la ciudad. Para mí, el concepto de ciudadanía consiste en que el ciudadano esté por delante de la ciudad. La ciudad existe porque nosotros la vivimos y le damos sentido, no para que la ciudad viva de nosotros. Por ello, mi presencia aquí, tener la me motiva profundamente. Porque, como decía antes Román, la posibilidad de que las ideas triunfen sobre las cosas tangibles, que lo intangible esté por encima de lo tangible, es tan extraordinario en estos días, que resulta esperanzador que a un amigo, al que aprecias desde hace tanto tiempo, se le ocurran ciclos tan oportunos como éste de la Escuela de Ciudadanos. Bajo esta idea, vamos a charlar un rato esta tarde. Quiero agradecer a Román la invitación, y no quiero extenderme en las muchas prendas, humanas – 45 –


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y se mosquea un poco cuando uno habla demasiado bien de él. No es como nosotros, los cantantes, que somos algo narcisos y queremos y necesitamos el reconocimiento del público. Pero sí me gustaría destacar un rasgo relevante de Román como periodista, y es su defensa del ciudadano y del lector. Del ser humano como pieza angular de la vida y de la preponderancia de la libertad individual sobre cualquier tipo de dogma o de grupo de presión. Román siempre ha sido así, un buen profesional que tiene que entender el por qué de las cosas bajo el prisma de la razón. Por eso le joderá mucho, como a todos nos jode, que en estos tiempos donde se supone que el ser humano tendría que estar ya lanzado a la conquista de cuotas mucho más importantes para su desarrollo que el justo y necesario salario mínimo, estemos asistiendo al retroceso imparable de la dignidad y de los derechos de las personas. Me acuerdo que Román, cuando era muy jovencillo, me contaba, como nos ha recordado ahora al hablar sobre aquella revista, Mundo Joven, que su preocupación era que la censura le dejara pasar el artículo que estaba escribiendo. Hoy sigue escribiendo en su tribuna de El País (Andalucía) desde la que nos alerta a todos sobre la importancia de la sociedad civil y de nosotros como ciudadanos. De cómo individualmente tenemos mucho menos peso que como ciudadanos. De ese peso extra que nos otorga la ciudadanía es de lo que hablamos esta tarde. Es lo que decía antes: la supremacía del ciudadano sobre la ciudad y del gobernado sobre el Gobierno.

su tercera acepción, como “habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno del país. Bajo esta descripción podemos cobijarnos todos los aquí presentes, porque todos tenemos derechos políticos, y cuando elegimos a nuestros representantes, los ejercemos. Pero, hace tan poco – 46 –


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tiempo, en términos históricos, que tenemos esa condición de ciudadanos que aplaudo como muy necesaria la apertura de muchas escuelas como ésta, en muchas partes del planeta. Porque, en democracia, 30 años no son nada, si nos comparamos con los ciudadanos libres de los países de nuestro entorno y porque la participación política es un ejercicio que hay que engrasar. Es por lo que considero muy interesante estar aquí compartiendo esta experiencia con todos ustedes.

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ace unos días hemos celebrado el trigésimo aniversario de la Constitución Española, que es la norma que nos otorga el rango de ciudadanos, la norma que posibilita el ejercicio de nuestros derechos políticos sobre el Gobierno de la nación, al que hemos elegido con nuestros votos. Ahora somos ciudadanos de pleno derecho, pero creo que somos un poco reacios a ejercer esos derechos. Nos hemos dotado de unas herramientas maravillosas para desarrollarnos como individuos libres, y la herramienta de más peso es la democracia, pero todavía no pasamos de su primera prestación, es decir, de ir a votar, de vez en cuando, cuando nos llaman a las urnas. Pero somos muy remisos a la hora de exigir a nuestros políticos que cumplan sus promesas, y sólo en algunas contadas ocasiones hemos actuado como un cuerpo colectivo inapelable. Creo recordar que una de las pocas veces que hemos adoptado esa unidad, fue cuando toda una ciudad, todo un país, todo un planeta le gritó al señor Bush que no quería la guerra. Perdimos, y hubo guerra, pero en aquella ocasión nos mostramos como una sociedad organizada, como ciudadanos de primer orden.

por las asociaciones vecinales, por las organizaciones no gubernamentales (ONG), por los foros de defensa del clima, de defensa de los derechos se escucha siempre la misma queja: la falta de esa participación, la falta de la presencia de la sociedad civil, del ciudadano en la construcción de su futuro. – 47 –


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La gente se moviliza más para impedir que un equipo de fútbol pierda la categoría, que por la carestía y las injusticias de la vida. Le damos más valor y notoriedad a las vidas y milagros de un puñado de juguetes rotos y famosos sin causa, que a la de miles de ciudadanos que, de forma voluntaria y casi heroica, se juegan la vida ayudando a otros seres humanos más

Esos son los voluntarios, los seres humanos imprescindibles que cantaba Bertolt Brecht, personas a las que admiro profundamente, gentes que, en muchos casos, nos están sacando las castañas del fuego de las conciencias adormecidas, y a los que, en el mejor de los casos, simplemente nos limitamos a mandar un donativo. Son hombres y mujeres de todas las edades y de todas las condiciones, que atesoran una gran virtud: no están cegados por el falso brillo de la pedrería consumista y atesoran un gran concepto de la justicia social. Se han quitado las orejeras de burro con las que el neoliberalismo corona las testas de los compradores compulsivos, para que no vean las miserias de toda índole que nos rodean. Cada vez más, se ve a las masas comprando sin sentido, sin darse cuenta inútiles que nos están invadiendo día a día, mientras medio mundo padece hambre y carece de medios para cubrir sus necesidades básicas. Porque el sistema ha querido construir, como bien apuntaba el otro día Román Orozco en su artículo ¿Ciudadanos o consumidores? (El País Andalucía, 11 de diciembre de 2008), no una sociedad de ciudadanos críticos individualizados, sino una sociedad de consumidores anónimos. Compradores compulsivos, insatisfechos y endeudados, poseídos por un afán infantil de poseer para epatar al vecino, para caer en la falacia del ‘tanto tienes, tanto vales’. Enganchados a los estímulos inducidos de la publicidad que, por una pequeña cuota mensual, se puede vivir una vida tan luminosa – 48 –


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y falaz como la que se vende en los anuncios que salen por la tele. Con el recochineo añadido, ¡lo repiten tanta veces!, ‘del porque tu lo vales’. Joder, nos tienen que decir desde la tele si valemos, o no, más que un perfume, si nos merecemos unas vacaciones o si nos gusta conducir un coche de lujo. Claro que es un comportamiento muy propio de una sociedad que cree que

Por el contrario es muy raro ver anuncios en la televisión que hagan la alabanza de lo intangible. Ver promociones del altruismo, del conocimiento gesto solidario. Es algo que no hacen ni los medios de comunicación públicos, aquellos que pagamos con nuestros impuestos. Los héroes modernos publicitarios tienen los códigos de barras de la Corporación Dermoestética, del glamour cutre de los programas del corazón y de la entrepierna, mientras que los héroes de la constelación ética de las ciudades y de los ciudadanos, los Saramagos, los Sampedro, los García Montero, los Mandela, los Lennon, se mueven por el ejemplar e imprescindible reino de la solidaridad y el compromiso social, arropados por una muchedumbre silenciosa, inteli-

Vivimos en un mundo donde se crea primero un producto y luego su necesidad, donde se fabrican enseres de calidad fraudulenta, para que se rompan antes de tiempo y tengamos que sustituirlos por otros, y que la máquina no pare; en un mundo en el que el ser humano cuenta más cuando su cuenta corriente le permite endeudarse en mayor cantidad, hasta que vale mucho menos que su hipoteca. En nombre del santo mercado, mil millones de personas pasan hambre en basura, de la comida basura, de los años y de los sueños basura.

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n el otro platillo de la balanza de la injusticia legalizada por el orden neoliberal, unos cuantos poseen vastas riquezas de origen, algunas de ellas, inconfesable. Son los líderes del mercado y están en todas las listas – 49 –


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comidilla de las revistas de economía y de la prensa de la casquería. internacionales. En vez de reformar el sistema, que sólo garantiza la desigualdad y el ensanchamiento de la brecha entre clases, los refuerzan a ellos con miles de millones para que los más afortunados no se mosqueen y no cierren el quiosco y los puestos de trabajo, deslocalizando sus empresas y sus fortunas. Ante tanta ignominia, falta de honestidad y de civismo, se hace duro ejercer de buen ciudadano, o por lo menos tiene que resultar difícil y muy cabreante pagar los impuestos para vivir preocupados por si los bancos no otra: o los bancos ganan una pasta indecente o tú palmas tus ahorros porque quiebran y cierran y te dejan sin nada. Mientras, las estimaciones sitúan en ocho millones el número de personas que viven bajo el umbral de la pobreza en España, y el agravamiento de la crisis nos hace pensar que ese número aumentará, y lo peor es que hay algunos que, en nombre del sacrosanto mercado, quieren bajar los impuestos y abaratar el despido. Por ello, es lícita esta pregunta: ¿pueden las personas que viven en esta

Bueno, para combatir el pensamiento pesimista y las deserciones, estamos aquí, en ésta Escuela de Ciudadanos. Aunque, parafraseando a Groucho Marx, “yo no entraría nunca en una escuela que me tuviera a mí como maestro”, que eso quede muy claro. Ahora, para relajar la tensión y pintar una sonrisa en vuestras caras, un poco

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de Educación, sería instalar escuelas de felicidad, y enseñaría exactamente lo contrario que me enseñaron a mí en un colegio de Granada de cuyo nombre no quiero acordarme. No hablaría de la vida como un valle de lágrimas por el que tienen que transitar las almas, pecadoras o no, obligadas a hacer el bien para obtener el beaseguraría que el destino de los pobres no sea el de sufrir con resignación y esperanza, porque antes entrará un pobre en el reino de los cielos, que un rico por el ojo de una aguja. Lo que haría sería abolir la pobreza. No dudaría en proclamar, como dicen los colombianos en ese español tan dulce con él que hablan, que la vida es un ratico que hay que vivir a tope, eso sí, con gallardía y coherencia durante toda la vida, en un aprendizaje constante que no entiende de edades. Desterraría el miedo y la culpa, la competitividad exagerada y el miedo al fracaso. Fomentaría la alegría como terapia, enseñaría a hacer el bien común, y explicaría que portarse bien no conlleva más premio que el de ser una buena persona, porque el máximo galardón al que puede aspirar un ser humano es ese, ser una buena persona. En algunas escuelas de espiritualidad, se habla de la felicidad como el estado natural de las personas que no han sido contaminadas con teorías oscurantistas. Pienso que los hombres y las mujeres felices y solidarias son mejores ciudadanos. Propondría la tolerancia como credo.

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esde luego, la música es un buen conductor de felicidad. Pero, ¿es la música una buena constructora de ciudadanos? Sin duda alguna, la música es, desde el principio de los tiempos, portadora de emociones que ennoblecen al ser humano. Su contribución al desarrollo de la cultura, de la expresión artística y, por supuesto, de la evolución espiritual y social de las personas, es indudable. Pero, ¿somos los roqueros ciudadanos recomendables? Bueno, aparte de que somos un poco arrogantes, de que nuestras vidas privadas son un poco disolutas y desenfrenadas y de que tenemos un excesivo deseo de protagonismo, yo creo que somos buenos ciudadanos. – 51 –


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y gente peor, me atrevería a proponer ahora cinco nombres de roqueros modélicos, desde mi punto de vista. Cinco nombres a los que invitaría a vivir en mi ciudad particular, y si en este caso fuera Manzanares, en Manzanares. Yo tendría como vecinos modélicos en esa metrópolis ideal a músicos que me han inspirado a mí y a medio mundo por su compromiso con la sociedad, que los ha hecho grandes. Escojo sólo cinco por no alargar esta charla demasiado. Por ejemplo, invitaría, como todo el mundo puede imaginarse, a Bruce Springsteen. Y lo invitaría porque me parece que es un ser humano importante, un tipo luchador arquetípico, una persona decente que ha mantenido al lado de lo más defendible que había en ese momento en un país tan estupendo, con una cultura de la modernidad tan fructífera, como son los Estados Unidos. Al lado de Barak Obama. La única esperanza de ese país de salir de la sequía de ocho años de ignominia que ha protagonizado el “zapateado” Bush. Al segundo músico que invitaría es Peter Gabriel, un creador extraordinario, con una calidad humana remarcable, que ha compuesto canciones alucinantes, y ha trabajado en ideas planetarias que han inspirado el eslogan Otro mundo es posible, con su proyecto Un solo mundo, una sola voz. La idea es que podemos vivir otro mundo. Ese otro mundo tiene que hacerse, por supuesto, contra la gente que propaga el racismo y contra la gente que conculca los derechos humanos. Una idea extraordinaria, que con tipos como Peter será posible realizar. Invitaría a Bob Dylan, un tío raro donde los haya, pero impagable a la vez, aunque se desconoce si es muy buen ciudadano, que yo sepa, y que ha pasado inadvertido en las ciudades donde ha vivido, porque nunca ha saludado a ningún vecino. Pero Dylan ha hecho tanto, tantas canciones maravillosas, que ya tiene la ciudadanía planetaria.

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A Bono, de U2, lo invitaría como relaciones públicas, como conseguidor. Además, le haría un homenaje. Porque me encanta cantando, me gusta su actitud como músico, y porque además ha tenido que padecer horrores hablando con tipos tan desalmados como Blair, ¿os acordáis?, el amigo de Aznar, el señor Blaaaaaiiiiir. Tener que hablar con Blair de cómo está África, de cómo es posible que la hambruna africana esté teniendo lugar ante nuestros ojos, es digno de admiración. Bono, como hombre solidario, me parece que tiene muchísimas más virtudes que el excelentísimo cantante que es. Para completar el quinteto –y no me acuséis de machista—, invitaría a Chrissie Hynde, la líder de The Pretenders, porque ha contribuido a casar algo que parecía imposible: el feminismo y el rock. Sabéis que el rock parecía que era un movimiento machista, en el que sólo los tipos eran adorados por las chicas. Por fortuna, llegó la liberación de la mujer y ahora hay muchas chicas cantando, tan bien o mejor que los chicos. Así que invitaría a Chrissie como representante de lo mejor del género humano: las mujeres.

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ero como no me gustaría que Manzanares padeciera lo que han padecido los niños de la Comunidad Valenciana, con eso de enseñar la materia de Educación para la Ciudadanía en inglés, invitaría también a cantantes de habla hispana. Porque todo el pueblo aprendiendo inglés para entenderse con sus invitados guiris puede ser un poco duro, aunque bueno para las escuelas de idiomas. Al primero que invitaría sería a un roquero argentino que se llama Fito Páez. Un tío al que le tengo mucho cariño y admiración. Pero lo invitaría, sobre todo, porque escribió una canción increíblemente altruista: Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón. Eso es lo que hacen los buenos ciudadanos, cuando parece que todo se está perdiendo en la ciudad, sale alguien, un ciudadano, que ofrece el elemento más noble que tiene el ser humano, su corazón, la vida. Aunque sólo fuera por esto, ya lo invitaría.

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invitaría al más dylaniano de nuestros maestros, Joaquín Sabina, que es, además, enemigo íntimo de Fito Páez. Hicieron un disco juntos, al que llamaron precisamente así, Enemigos íntimos dadanos son, que siguen hablándose, aunque casi siempre en verso. Pero, además, imaginad que Joaquín le hiciera a Manzanares una canción como las que ha hecho a Madrid. ¡Sería increíble! Todo el mundo la cantaría, sería fantástico. Joaquín la escribiría en ese estilo tan suyo, en esa especie de rumba-rock que se ha inventado y que han seguido después muchos cantantes e imitadores. Joaquín, probablemente, es una de las personas más importantes que podríamos invitar como ciudadano en nuestra he conocido. También invitaría a un amigo que se llama Fher y que canta en Maná. Tuve la suerte de grabar con él una canción llamada Cuando los ángeles lloran, en defensa de la Amazonía. Fher es un ecologista absolutamente convencido y eso nos conviene. El tema habla de un ecologista asesinado en 1988 por la oligarquía brasileña, Chico Mendes, que era un gran defensor de la Amazonía, un indio que puso a medio Brasil en contra de los taladores de árboles. Fher es una buena persona y creo que sería un vecino fantástico porque, además, es el tío que mejor tequila cultiva de todo México, o sea, que tiene también un valor añadido. Hay otra persona que he conocido últimamente, y al cual le he tomado un cariño especial. Hemos estado hace muy poco cantando en Chile, en el centenario del nacimiento de Salvador Allende. Se trata del colombiano Juanes, un músico que está luchando, con un valor increíble, por establecer la posibilidad de ser ciudadano en su país. Algunos dirían que los músicos tienen la cabeza llena de pájaros. Pero hay tipos como Juanes que se la juegan para decirle al país, al Gobierno y, sobre todo, a la guerrilla que no, que están equivocados, que la violencia no es el camino. Y cantan por la paz y la concordia.

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Para cerrar este quinteto de impagables vecinos imaginarios, hay otro compañero al que tengo un cariño especial. En la comunidad del rock, es uno de los roqueros urbanos más ejemplares. Uno de los tipos más correosos y que más han agitado las conciencias de los biempensantes. Se llama Rosendo y es el Jefe. Rosendo es un tipo de Carabanchel que escribe unas letras alucinantes y llenas de mensajes mordaces. En ellas hay un análisis muy profundo de la gente que no es buena ciudadana, que no es legal, con doble moral, que tiene intereses ocultos, de los que se escandalizan por todo, de la gente que mira la vida con un concepto miope y burgués.

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sta es una pequeña muestra de mis músicos ciudadanos. Hay una larga lista de personas que hacen rock y que merecerían estar aquí. Pero no se trata de hacer esta charla eterna. Me gustaría reseñar también que muchos músicos han sido pioneros en el campo de la solidaridad. Sólo por eso deberían ser considerados buenos ciudadanos. Un ejemplo: el Concierto de Bangla Desh, que tuvo lugar el 1 de agosto de 1971, auspiciado por George Harrison y Raví Shankar, en el Madison Square Garden de Nueva York, con el propósito de recaudar fondos para los desplazados de lo que entonces se llamaba Pakistán Este. Fue el primer concierto en él que el rock se vistió de largo para mostrarse como, probablemente, una de las músicas más solidarias que haya alumbrado el ser humano. Desde entonces, los roqueros, a lo largo y a lo ancho del planeta, se han solidarizado con los más golpeados y los más desfavorecidos. Pero más como un acto de justicia que de caridad. Porque, al menos con los compañeros con los que he actuado en esos conciertos, siempre han defendido este concepto, el de que la solidaridad tiene que ver con la justicia. Es decir, solidaridad es lo que se debe hacer para evitar las desigualdades. La caridad tiene que ver más con esa especie de entrega a cuenta para ganar una parcelita en no se sabe qué paraíso. Mientras que la solidaridad es un acto político, la caridad está más relacionada con la religión, que para algunos está también muy bien, o con los – 55 –


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sentimientos. Pero pienso que la justicia, en este tipo de casos, es mucho actuado siempre desde la parcela de la solidaridad. Se han recaudado fondos para la hambruna africana, para una vacuna contra el sida; se ha cantado contra la segregación racial. Se hicieron conciertos para recolectar fondos para la lucha de Mandela, cuando el líder surafricano todavía estaba en la cárcel y para luchar contra el sida. Se ha cantado contra la pobreza, a favor de los derechos humanos y un largo etcétera en el que caben todas las causas justas del planeta. Hemos cantado para Amnistía Internacional, para UNICEF, para Greenpeace, para Médicos sin Fronteras, para la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), para la lucha contra el cáncer. Se ha cantado para casi todas las ONG’s, que tienen esa vocación de solidaridad. ¡Y es increíble! Cuando ves sobre el escenario a unos melenudos que parecen estar más relacionados con la disipación que con la solidaridad, compruebas que esos tipos, que lo tienen todo ganado, se preocupan por el ser humano de manera altruista y responsable.

de ocasiones. Sus focos se han desviado de sus rutilantes escenarios para alumbrar todo tipo de injusticias. Hay un cancionero de la solidaridad, que algún día me gustaría editar, para mayor gloria de sus autores y de sus protagonistas. Aunque sólo fuera por eso, se merecen ser ciudadanos de pleno derecho en nuestra sociedad.

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ero, hay algo más. Desde el nacimiento del rock, allá por la mitad del siglo pasado, el rock se convirtió en una forma de comunicación y de identidad de un sector de la población mundial que, hasta entonces, había estado totalmente ignorado por la sociedad: la juventud. – 56 –


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Y es en esos años cuando nació Mike. Ahí arranca mi propia biografía como cantante y como ciudadano. Cuando era joven, el mundo se dividía entre mayores y mayores. La juventud no tenía ningún tipo de posibilidades de hacer oír su voz. El rock trazó, un poco, la línea ideológica, la banda sonora, la forma de expresión de millones de jóvenes en todo el planeta, que hacen que el rock deje de ser, como era al principio, una moda, para convertirse en un movimiento social clave en su futuro. Recuerdo los años del Price, las matinales del Price, allá por el año 63. Cuando salíamos cantado por la calle el Popotitos, la gente nos miraba realmente como si fuéramos seres de otro planeta. En ese mismo momento, estaban naciendo los Beatles y muchas otras bandas, como una forma de expresión planetaria, con unos textos que a los jóvenes ciudadanos del mundo libre de entonces les servían de orientación y de forma de entender la existencia. Los Beatles rompen los esquemas de los que pensaban que el viejo rock era una simple moda y lo convierten en un movimiento cultural. El rock empieza a cantarse en muchos idiomas y hay una toma de conciencia planetaria. En España, su efecto se retrasa un poco, por razones que no que se lo ocultan a nadie. La dictadura. A los aprendices de roqueros se nos perseguía más por tener los pelos largos, por las pintas, que por cualquier otra militancia. Porque el régimen tenía animadversión contra todo lo que lo que no fuera el mundo gris en el que se desarrollaba nuestra vida de no ciudadanos de entonces. El rock empieza a crecer a nivel planetario, toma conciencia y se convierte en una bandera, por ejemplo, contra la guerra de Vietnam. Muchos de los artistas de aquella época, luchan contra la idea muy extendida –que ha llegado hasta hoy y espero que eso cambie— de que los Estados Unidos tenían el derecho de actuar unilateralmente en el planeta. Son los roqueros, – 57 –


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los poetas, los intelectuales los que empiezan a tomar una actitud, muy contestataria en Estados Unidos, en contra de la guerra de Vietnam. Es lo que cantan las bandas en festivales como el de Woosdtock, festivales blecido, intentando sustituirlo por un orden nuevo. llos años y su lucha, que compone una canción que todavía hoy puede ser un himno, quizás desde la ingenuidad y la utopía, pero, probablemente también, desde el compromiso más profundo: Imagine. Esa lucha por la paz, por el concepto de la paz como un movimiento planetario. Pero también pelearon por sus derechos artistas como Otis Reading, Ray los 60. Músicos que lucharon en contra de la segregación racial en Estados Unidos. Son ellos los que, junto a Martin Luther King y Malcom X, exponen sus vidas en una sociedad dura y peligrosa. Y las exponen a través de sus canciones. No me quiero extender, pero son muchos los músicos, y en muchos países, los que han ligado su arte a la libertad de la sociedad que los han visto crecer como artistas. No se trata de hacer un repaso de la historia del rock. Sólo manifestar que el rock ha cumplido con su cuota de ciudadanía al defender valores fundamentales para la sociedad. Precisamente a través de las canciones. Manzanares, 19 de diciembre de 2008.

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MIGUEL ÁNGEL AGUILAR

La pasión inteligente

Permítanme una referencia personal: hace muchos, muchos años, allá por 1965, mi entonces novia y hoy mi esposa Mari tomamos unas cañas, en un bar de la madrileña calle de Ríos Rosas, con un estudiante de Ciencias Físicas, que era entonces uno de los líderes del movimiento estudiantil antifranquista. Su charla era apasionada e inteligente, adobada con gotas de humor. Cuando nos despedimos de él, y mientras aquel estudiante bajaba las escaleras del metro, mi novia me dijo: - Oye, ese amigo tuyo está un poco loco… - Si, estará un poco loco, pero es un tío cojonudo –le contesté. Aquel loco genial era Miguel Ángel Aguilar. Yo trabajaba entonces en una revista, Gaceta Universitaria, en la que también colaboraba – 59 –


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Miguel Ángel. Desde entonces, hemos sido compañeros en distintas aventuras periodísticas. Aguilar y yo –perdonen la inmodestia- somos de los pocos periodistas en activo que han trabajado para los medios más independientes y defensores de los valores democráticos que ha habido en el último medio siglo en España: Diario Madrid, que terminó dinamitado por el régimen franquista, Cambio 16, El País, la SER. Pero además de en esos medios, Miguel Ángel ha trabajado en otros muchos. Fue director de Diario 16, cargo al que se incorporó precisamente el 16 de marzo de 1977, el mismo día en que se anunciaba que Adolfo Suárez podría ser candidato a la presidencia del gobierno en las primeras elecciones libres y democráticas que se celebrarían en España en 40 años. También ha dirigido la agencia EFE y el periódico El Sol. Pero será posiblemente el Aguilar de los últimos veinte años el más deslumbrante. Su sentido del humor, su inteligente ironía, su independencia en el análisis, lo han convertido en el comentarista político más popular de la radio, la televisión y la prensa escrita. Lo pueden ver en diversos programas de televisión, escuchar en los informativos de la Cadena SER, Hora 14 y Hora 25, y leer en los periódicos en los que publica semanalmente sus columnas: El País, La Vanguardia y Cinco

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Por ello, Miguel Ángel no se incorpora a esta Escuela de Ciudadanos por ser un viejo amigo mío, sino porque a lo largo de todas estas décadas, ha demostrado con creces ser un periodista comprometido con la verdad, la libertad y la independencia. Un periodista que es visto como un ciudadano ejemplar por los miles de seguidores con los que cuenta en toda España y al que es un honor recibir hoy en esta aula. R.O.

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Momentos decisivos de aprendizaje POR MIGUEL ÁNGEL AGUILAR.

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stoy muy feliz de haber aceptado la invitación de Román y volver a recordar muchos de los momentos más decisivos de mi vida profesional de los que me siento orgulloso. Es verdad, entre las muchas exageraciones que ha dicho Román, que persiste en algunos amigos esa impresión que a veces he causado o sigo causando, según la cual éste que les habla está un poco tocado. Pero pienso que es una sana locura y que además, con el paso de los años, está bastante contenida. De manera que no voy a abjurar de esa manera algo locoide de enfocar las cosas. Román ha hecho un pasaje así, al galope, de aquellos años sesenta y setenta. Pero es que fueron tiempos excitantes. Hace unos días, a propósito del espionaje con que el gobierno pepero de Esperanza Aguirre distingue a compañeros del partido con responsabilidades en la Comunidad Autónoma de Madrid o en el Ayuntamiento de la Villa y Corte, decía con gran autoridad Manuel Fraga que “en mis tiempos eso no pasaba”: pero escuchar eso de Fraga resulta muy duro de aguantar. Esta misma mañana, cuando participaba en un programa de Tele 5, La Mirada Crítica, he sufrido un 1. 2.

Julian Grimau García, miembro del Partido Comunista de España, fue fusilado el 20 de abril de 1963, siendo Manuel Fraga Iribarne ministro de Información y Turtismo. Salvador Puig Antich fue ejecutado mediante garrote vil el 2 de marzo de 1974. Fraga Iribarne era entonces embajador de España en Londres. – 63 –


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pequeño acceso de indignación revisitando los tiempos de Fraga. ¿Cómo puede decir este señor que en sus tiempos no pasaban abusos? En los tiempos de Fraga ministro se fusilaba: se fusiló a Julián Grimau1, se fusiló a también Salvador Puig Antich2 en tiempos de Fraga como embajador en Londres. ¿Pero usted qué me cuenta, señor Fraga? Se fusilaba y se difamaba. Se hizo un libro blanco sobre la ejecución de Grimau donde, al hecho de su fusilamiento, se añadió la infamia de describirlo como si fuera un terrorista. En tiempos de Fraga la policía arrojó por un patio interior desde un séptimo piso al estudiante Enrique Ruano, un asesinato del que hace unos días, el pasado 20 de enero, se ha conmemorado el 40 aniversario3. Y no sólo se le asesinó, sino que además se le quiso llenar de infamia. En su memoria se celebró un acto que reunió a muchos de los mejores de entonces en el Paraninfo de la Universidad Complutense, en la calle de San Bernardo de Madrid, al que asistí conmovido, porque hay que recordar la capacidad que había entonces de insultar, de agredir, de reprimir y la incapacidad absoluta de las víctimas para responder. Lo arrojan de un séptimo piso, lo matan y luego, al día siguiente, en medio de un gran escándalo en la Universidad, el periódico ABC publica un editorial titulado “Víctima, sí, pero ¿de quién?”, donde a partir de unos diarios personales suyos, se extraen algunos textos, de un suicida. ¿Recuerdas, Román, cuando estábamos en Cambio 16 y eperábamos la llegada de Fraga, que había vuelto a ser ministro (de Gobernación) tras la muerte de Franco, en el primer gobierno que forma Arias Navarro tras la proclamación del Rey? Aquel día se le ofrecía a Fraga una cena en un momento en el que Cambio 16 tenía problemas, no recuerdo cuáles eran, pero se esperaba que el encuentro con el ministro suavizaría las tensiones. Fraga llegó tarde. Venía del aeropuerto, donde había estado esperando la 3.

Enrique Ruano Casanova falleció el 20 de enero de 1969 tras ser arrojado desde un septimo piso en Madrid. Manuel Fraga Iribarne era ministro de Información y Turtismo.

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llegada del jovencísimo don Felipe de Borbón (33 años menos de los que ahora tiene). Quien regresaba a Barajas después de haber sido investido Príncipe de Asturias, en Covadonga. Como Fraga es un obseso de la puntualidad, estaba muy violento porque habían pasado unos minutos de la hora de la cita. Estaba especializado en el maltrato a los camareros, por lo que fueron avisados de que debían sustituir la guarnición de patatas por arroz. Cuando mí!”, con esos modales que tenía tan distinguidos. Hablamos en la cena de la reforma política que se intentaba hacer. Una reforma muy pintoresca, porque querían, pensaban, pretendían, que la democracia de la que empezaba a hablarse era compatible con aquel bodrio de las Leyes Fundamentales y de los Principios del Movimiento y del contraste de pareceres, la trampa saducea y toda aquella terminología franquista. Querían hacer una operación cosmética a partir de un desarrollo de aquellos inventos, pero sin partidos politicos ni sindicatos obreros. En el curso de la conversación le comenté a Fraga que un amigo mío, Miguel Herrero y Rodriguez de Miñón, pensaba que esa reforma tenía un aire churrigueresco [en referencia a ese retorcimiento exacerbado que caracterizó la degeneración del barroco]. Eso ya le encampanó a Fraga, que dijo ‘Usted tenía que haber conocido a su padre. Su padre si que era churrigue-

Fraga se fue calentando más cuando yo añadí otro testimonio, el de Walter Haubrich, corresponsal en Madrid del periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung. Comencé diciendo: como ha señalado Haubrich en el Frankfurter… y Fraga me interrumpió notablemente excitado. “Menudos argumentos trae usted aquí”, me dijo. Y añadió: “aquí todo va muy bien, el único problema es que que hay algunos periodistas que empujan…”. Entonces, a mí se me ocurrio replicarle que ‘empujan a favor de la decencia’, momento en el que Fraga se puso fuera de sí. – 65 –


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Entonces Román, intentando ayudar, intentado parar el asunto y suavizar las cosas, porque estábamos aterrorizados ante la perspectiva de dejar en paro a 400 familias de Cambio 16, le dijo: ‘señor ministro, Miguel Ángel no lo decía por usted’. ¿Te acuerdas de eso, Román? Entonces, Fraga, empuñando el cuchillo, gritó: ‘Es que si lo dice por mí…’. ¡Viejos tiempos! Pero bueno, vamos a hablar de lo que nos ha traído hoy aquí.

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stoy encantado de sumarme a la idea de estos encuentros y me gusta el título que se les ha puesto: Escuela de Ciudadanos, ya que es bueno volver a la escuela como trasmisora de saberes, de aptitudes, de valores. La escuela como lugar de aprendizaje, la escuela como lugar de encuentro entre docentes y discentes, entre maestros y discípulos, donde se interacciona, donde los supuestos profesores aprenden muchas veces más que los alumnos. Aprenden de las preguntas. En mi casa éramos once hermanos. Mi padre era médico y quería que alguno de sus hijos continuara con una tradición de varias generaciones: la de la astronomía. Viene muy a propósito porque estamos conmemorando el año internacional de la astronomía. El hermano mayor de mi padre, Miguel Aguilar Stuyck, era astrónomo; mi abuelo, Miguel Aguilar Cuadrado, había alcanzado la posición de primer astrónomo del Observatorio de Madrid. De ahí que mi padre pasara toda su infancia y juventud en las viviendas de que disponían los astrónomos junto al Observatorio del Retiro. Mi bisabuelo, Antonio Aguilar Vela, había recuperado de un abandono de décadas el Observatorio Astronómico de Madrid, del que fue nombrado director. Por eso mi padre quería que alguno de sus hijos siguiera esa senda celestial. Entre los hermanos, el mayor se había inclinado por la medicina como mi padre. Otro por la arquitectura… Yo sacaba muy buenas notas en Matemáticas y Física y por eso se me consideraba idóneo para que me dedicara a la astronomía. No iba mal encaminado mi padre: saqué con notable aprovechamiento la carrrera de Ciencias Físicas. Pero me desvié, porque mientras – 66 –


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estudiaba la física cuántica, fuera, en el campus, se vivía la tension de quienes luchaban por la recuperación de las libertades cívicas. La Universidad era el único banco de pruebas de la política. La Universidad y los obreros de Asturias. Era donde la gente percibia las carencias de libertad, los abusos del régimen y donde se reaccionaba frente a esas carencias y esos abusos… En respuesta a esa realidad, me fui comprometiendo en las luchas universitarias de aquellos años que nos llevaron a termimar con el SEU (Sindicato Español Universitario), aquel sindicato único falangista. Aquellas luchas fueron una escuela y muchas de las gentes que después tuvieron posiciones relevantes en la política de la Transición se curtieron precisamente en esa escuela de movilización y liderazgo. Fue así como me torcí y acabé dedicado al periodismo, porque el periodismo me parecía un lugar en el que podía comprometerme mucho más que con la astronomía. Ahora bien, tengo que decir, sin embargo, que los momentos de mayor placer intelectual que he tenido han estado siempre relacionados con las ciencias físicas y con las ciencias matemáticas. Hay un libro maravillososo de Jorge Wagensberg, El gozo intelectual: teoría y práctica sobre la inteligibilidad y la belleza (Editorial Tusquets, 2007), que recomiendo a todos y el periodismo, se pierde y que yo reeencontré hace cuatro o cinco años en el Observatorio del Roque de los Muchachos, en la isla de La Palma. Aquel observatorio me parecía un lugar verdaderamente único, en el que los físicos pasaban unos días utilizando esos instrumentos maravillosos para hacer sus observaciones. Estaban una semana o diez días como máximo, porque habia otros colegas esperando su turno. Aquella gente tenía el rostro de la beatitud. Estaban viendo las estrellas, contándonos a partir de sus observaciones muchas de las cosas más relevantes y que más nos preocupan de manera inmediata. Allí redescubrí esos momentos que había pasado de joven en mis estudios de Física….

4.

Werner Karl Heisenberg, físico y premio Nobel, creador del principio de incertidumbre.

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Todo esto viene a colación porque Heisenberg4 decía que no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla. Y es verdad. Es una grandísima verdad que acabo de experimentar a través de las preguntas que me han hecho unos colegas antes de entrar aquí y subirme al estrado.

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a forma como se interroga a la realidad es absolutamente clave para la clase de conocimiento que vamos a obtener de ella. Y, en particular, si vamos al periodismo, la forma de interrogar los periodistas es clave para que lleguemos a conocer unas cosas u otras. Muchas veces me disgusta que se extraiga una frase suelta de un político, mientras se omite cuál ha sido la pregunta originaria. Me parecería mejor que se pusiera por delante la pregunta a la que está dando respuesta esa persona. Así se observaría la importancia que tiene la manera de interrogar al poder. Voy a hacer un paréntesis para explicar esa forma de interrogar a la realidad. En este ciclo de la Escuela de Ciudadanos me imagino que, en algun momento, aparte de hablar de los valores constitucionales y del consenso moral de nuestro país, se hablará también del horizonte europeo.

de los países miembros han sido elegidos por los ciudadanos de cada país. El europarlamento tambien resulta de unas elecciones. Nadie ha llegado a las instituciones europeas por el dedo de Berlusconi, por ejemplo. Todos preseny es una carencia muy grave, son medios de comunicación europeos. Hay medios de comunicación italianos, británicos, franceses, austriácos, españoles, pero no hay medios europeos, en el sentido en que nos refe– 68 –


CÓMO SER UN BUEN CIUDADANO

rimos a la existencia de medios, por ejemplo, españoles. Porque en un ámbito nacional reducido como el español, podemos decir que hay medios de comunicación catalanes, vascos, gallegos, andaluces, murcianos o lo que sea. Pero hay tambien medios de comunicacion españoles. ¿Qué quiero decir con eso? Que son medios de comunicacion con una difusión en

Eso no existe en Europa, no hay ningún medio que tenga una difusión relevante en todos y cada uno de los países europeos. Lo más parecido a un medio de comuniación europeo es un periódico norteamericano, el International Herald Tribune, que llega a todos los países europeos, que se puede adquirir con facilidad, que está bien distribuido y digamos que lo lee una élite en todos ellos. Este periódico, que acompañó la presencia de las fuerzas americanas en Europa desde la primera guerra mundial, tiene una aproximación incolora o mínimamente coloreada de intereses nacionales. Porque hay otros periódicos con una difusión relevante, como The Financial Times o Le Monde. Pero Le Monde es francés y enseña la patita francesa de manera permanente y el Financial Times es británico, y apuesta siempe por el ‘Dios Herald sea americano implica que observa lo europeo con más distancia, con más imparcialidad. ¿Qué pasa cuando termina un consejo europeo, una cumbre europea? Pues lidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla, los líderes de los distintos países miembros se reúnen con los periodistas de su propio país y esos periodistas desisten de preguntar sobre Europa, porque no tienen una concepción general de Europa, y se limitan a interesarse sobre cómo han ido las cosas para los ciudadadanos de esa nación. Imaginen ustedes si, al terminar un Consejo de Ministros en Madrid, en la conferencia de prensa de Moncloa no hubiera periodistas de los medios de comunicación que hemos dado en llamar de alcance y difusión nacional y sólo estuvieran los gallegos, los vascos, los andaluces, etcétera y cada – 69 –


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uno preguntara por lo de su región y nadie inquiriera desde una concecpion general, global, íntegra del país que llamamos España. Entonces, las respuesta serían otras y nuestro conocimiento de la realidad sería otro. Nuestro conocimiento de la realidad queda en función de los interrogantes planteados. Hablemos de la Escuela de Ciudadanos y de los deberes con los demas.

E

l ser humano es el único capaz de comprometerse por la palabra, de hacer honor a la palabra dada. Tener en cuenta la realidad de los demás y participar en la solución de los problemas que nos afectan como comunidad es una obligación social básica. La primera Escuela de Ciudadanos es desde luego la familia. También lo es la profesion. Y también es a lo que nos referimos cuando se dice aquello de ‘lo que les ha enseñado a estos la vida’. A veces para mal, porque la vida enseña muchas cosas, incluso a pervertirse. Pero donde se implanta la idea de las primeras exigencias es en la familia. Los hijos aprenden más del comportamiento de los padres que de la prédica de los padres. Si cada uno de nosotros revisa su pasado, coincidirá en buena proporción conmigo. En la época en que yo era joven, el diálogo con nuestros padres era muy distinto del que hemos tenido nosotros con nuestros hijos. Más aún en familias muy numerosas. Nosotros éramos once hermanos y yo estaba muy mal situado: en el medio. Cuando mi hermano mayor, que estudiaba Medidina, tenía exámenes, se vivían en la familia como un desafío muy imporante; se les prestaba mucha atención. Igual que cuando mi hermano José María ingresó en Arquitectura. Pero, claro, cuando llegabamos los más pequeños, nuestras vicisitudes de estudiantes carecían de interes y eso era algo un poco desalentador. Recuerdo que llevaba a casa bastantes buenas notas, pero daba lo mismo. Solía estar entre los cinco primeros de mi clase, en el Colegio Maravillas. – 70 –


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Llevaba el boletín semanal con las notas. Mi madre las veía y me decía: “muy bien, hijo mío, de ahí para arriba”. Nunca salía de ahí. Luego veía en el colegio que al que había quedado el primero de la clase, le habían comprado una bicicleta. A mi, ni bicicleta, ni nada. Teníamos el deber de sacar muy buenas notas. No se aceptaba un supenso. Había que trabajar y punto

No recuerdo grandes diálogos con mis padres. Pero si he tenido muchísimos diálogos con mis hijos, muchas veces, bastantes duros y otras, muy humorísticos. De todo. Pero antes, los niños estabamos aparte, en el cuarto de jugar. Y, como decia mi hermano el mayor, cuando apretaba el verano: ‘esos niños que se acuesten, que dan calor’. No era el tipo de dialogo que hemos tenido luego con nuestros hijos. Pero incluso sin esos diálogos, había un a escuela: la escuela del trabajo. Era decisivo ver cómo se comportaban los padres, cómo hacían frente a las distintas situaciones que planteaba la vida. Mi padre era una persona que nunca se metió en política. Bastante tenía con sacar adelante a sus once hijos. Pero un día me contó cómo vivió el

Mi madre, a sus 31 años, con cinco criaturas de edades entre 9 y 2 años, había logrado salir por tren a Valencia y embarcado hasta Marsella, desde donde llegaron a Fuenterrabía para instalarse. Pero cuando mi padre abandonó en 1938 el Hospital de San Luis de los Franceses, en Madrid, donde estaba refugiado, sin que hubiera tenido militancia política alguna (su hermano sí, había sido de la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas), al llegar a Francia lo internaron en un campo de concentración. En Fuenterrabía, al mayor de mis hermanos, Miguel (por eso me llamo yo Miguel Ángel, al ser el primer varón que nació después), se le diagnosticó una encefalitis de la que se estaba muriendo. Mi padre quería a toda costa – 71 –


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ir a verle. Consiguó a través de un miembro de la Cruz Roja salir del campo de concentración para reunirse con su familia. Luego estuvo movilizado como médico en algunos hospitales de campaña. En alguna ocasión me contó cómo les gustaba el jamón y el alcohol a los moros, que lo tenían prohibido por su religión, o la cantidad de heridos que atendió en aquellos hospitales improvisados extrayéndoles balas de la tripa, o donde fuere, con su destreza de cirujano. Mi padre regresó a comienzos de abril de 1939 a Madrid y apenas unos días después se presentó en mi casa un comandante del ejército que le dijo: “tiene usted que incorporarse mañana, porque empiezan los fusilamientos

Una sóla vez le oí contar la escena a mi hermano Paco, pues no se hablaba nunca de la guerra, considerada asunto excluido de toda conversación en torno al cual tampoco nadie preguntaba. Me dijo que mi padre le respondió al comandante: “Yo no me voy a incorporar a esa tarea”. Entonces, el padre le indicó: “mire, aquí tiene la guerrera, la pistola, el no se qué de alferez honorario médico y hagan ustedes lo que quieran, porque mi carrera de médico no creo que me la puedan quitar”. El comandante le insistía: “pero hombre, no sea usted así, si es un espectáculo, hay ruido, hay sangre, eso es un espectáculo como los toros…”. Ésta es la version de la barbarie. Por ello, digo que se aprende rapidamente, de muy pequeños gestos, de muy pequeños detalles, sobre cuáles son las cosas a las que no hay que prestarse, qué actitudes hay que mantener, qué compromisos profesionales hay que respetar..

los trepadores; que jamás sacaron una ventaja sobre la vulnerabilidad de los demás. Eso lo he visto en mi padre, entregado a sus enfermos. En las – 72 –


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ciencia, donde daba igual si iba una o tres veces al día, nadie pasaba revista. He aguantado muchas horas en el coche esperandole, camino de Cubas de la Sagra, el pueblito en las afueras de Madrid donde teníamos una casa. Centro de Arte Reina Sofía, para ver a sus enfermos. Pero no he visto nunca a mi padre hacer exhibición de eso. No le he visto dar discursos, ni decir “pues lo que tenéis que hacer es esto o lo otro”. Era más bien aprender de lo que veíamos. Esa es la escuela de la familia. Se aprendía en gran parte sin palabras, más que con razonamientos, como intentamos hacer ahora, con escaso éxito en muchas ocasiones. Después, escuela de ciudadanía fue la Universidad, a la que ya me he referido.

Y

cómo no, escuela de ciudadanos fue el trabajo profesional, que empezamos Román y yo casi simultaneamente, Roman en Gaceta Universitaria, donde yo colaboraba y en mi caso en el Diario Madrid, donde conseguí una posición más estable, con una retribución de 10.000 pesetas al mes. Y a ese periódico, meses después, también se incorporó Román. El Diario de Madrid tampoco era un periódico de oposición al régimen. ¡Si es que no se podía hacer un periódico de oposición! Era un periódico que acabaron cerrando por falta de calor en el elogio a Franco. Eso es lo que no toleraban. Recuerdo una manisfestación que hubo en Madrid tremebunda, en la Plaza de Oriente, en 1970, en apoyo al llamado juicio de Burgos contra dieciséis etarras. Al día siguiente de la manifestación, los periódicos de Madrid y de toda España se volcaron en el halago a Franco, e hicieron verdaderos Diario de Madrid publicó de aquel acto una fotografía en la primera página con un pie de foto que yo redacté. Eso fue todo el despliegue, lo cual produjo un encabronamiento, si me permiten ustedes la palabra, indescriptible, porque se consideraba que ese tratamiento escueto era una afrenta. – 73 –


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Al periódico le incoaron un montón de expedientes sancionadores, abiertos por el Ministerio de Información y Turismo, siempre molesto, a veces por sidad. O porque publicábamos una carta aparecida en el diario Le Monde de dos profesores franceses renunciando al doctorado honoris causa concedido por la Univeridad Complutense, alegando que estaba ocupada por la Policía Armada. Aquello originó un expediente gravísimo y así fuimos sumando otros cariños del régimen y de Fraga, hasta que en el año 68 se produce el cierre por dos meses, que se prorroga dos meses más, por iniciativa de ese benefactor de la humanidad que es Fraga. El motivo fue que habíamos publicado un artículo, que tampoco era nada del otro mundo, de Rafael Calvo Serer, presidente del Consejo de Administración del periodico. Se titulaba Retirarse a tiempo, no al General de Gaulle, y sostenía que el presidente francés debía retirarse. Pero en el ministerio de Fraga optaron por otra interpretación y consideraron que allí se quería decir “retirarse a tiempo, no al General Franco” y fueron a por nosotros. Trabajando en ese Diario Madrid fui procesado por primera vez, en febero de 1967, por un artículo editorial sobre los disturbios universitarios de entonces. Se titulaba, y tampoco era para tirar cohetes, La protesta no es siempre moralmente condenable. Vamos, que no se podía decir menos. Bueno, el Tribunal de Orden Publico (TOP) no lo entendió tan inocente y me procesó. Mi padre, que entonces era médico de muchas cosas, ¡para mantener esa familia!, trabajaba en el Seguro Obligatorio de Enfermedad y también en un servicio medico que cubría a los magistrados. Un día me dijo: – Oye, hijo mío, he operado de apendicitis (o no sé qué) al presidente del TOP y me ha dicho que estás procesado. Me ha comentado que por qué no te buscas otro abogado. Mi abogado era Gregorio Peces Barba, más tarde uno de los padres de la Constitución y presidente del Congreso de los Diputados. A mí me pareció – 74 –


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que de ninguna manera podía aceptar que me defendiera otro y muy digno contesté a mi padre: – Bueno, padre, eso no puede ser. Yo tengo este abogado… – Es que me dicen que intentarían ver bien tu caso, pero que ese abogado les perturba mucho, que busques otro. Luego sucedió que la víspera de la vista del juicio fui llamado por Peces Barba a su despacho. Eran las ocho de la tarde. Apareció en la biblioteca y me dijo: – Oye, Miguel Ángel, ¿mañana es la vista? – Sí, sí, claro, por eso vengo- le contesté. – ¿Y a ti, de qué te acusan? Pensé, ¡Dios mío! Mañana empieza el juicio a las diez y mi abogado no sabe de qué va. Me pedían seis años y un día. Me condenaron. Recurrimos y me absolviehubiera podido dar Teresa Neumann5, a base de exhibir sus llagas. Pero la verdad es que nos han sacudido hasta en el carnet de identidad.

O

tro de los momentos ciudadanos interesantes tuvo lugar en Diario 16. El viernes 25 de enero de 1980, siendo yo director, se publicó una información titulada En un sumario se leía: “El General Torres Rojas, destituido del mando de la División Acorazada.”

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Era verdad la intentona militar y era verdad la destitución. Teníamos el No gustó y aquel ministro de Defensa, el primer ministro de Defensa civil que hubo tras la muerte de Franco, Agustín Rodríguez Sahagún, al que llamabamos carioñosamente pelopincho, compareció ante las camaras de Televisión española, tras el Consejo de Ministros, y nos amenazó con todos

Aquello pintaba muy mal. Recuerdo que a casa empezaron a llamar los amigos preguntando que dónde había que llevarme los bocadillos, porque pensaban al oír al ministro que ya me habían metido en trullo. Donde sí me llevaron inmediatamente fue al Juzgado Militar nº 5 del Paseo de María Cristina de Madrid. ¿Qué hicieron? Pues en vez de proceder contra el general Torres Rojas y desarticular la conspiración, procedieron contra los periodistas que habían dado la información. Así de sencillo. Con el resultado de que un año después el asunto fue a mayores. (Golpe de Estado del 23-F de 1981) Aparecemos en el juzgado al día siguiente, sábado por la mañana, y lo único que quería el juez era, primero, que le dijera quien era el autor de sabían quién era. Me decían: – Si contra usted no tenemos nada. Díganos, el autor ¿es Fernando Reinlein? O sea, iban a por Reinlein, un militar al que habíamos reconvertido en redactor. Era capitán del Ejército y había formado parte de la Unión Militar Democrática (UMD), por lo que fue procesado, condenado y expulsado. Querían llevarse por delante a Reinlein. Insistían: – Pero hombre, díganos usted, si ya lo sabemos… Entonces, le pregunté al coronel juez instructor: – 76 –


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– Antes de estar usted destinado en este juzgado, ¿en qué unidad estaba? – Hombre, ¿le interesa a usted? – Sí, sí, dígame –le contesté. – Mandaba el CIR (Centro de Instrucción de Reclutas) de Cáceres. – Pues muy bien, coronel. Y digame, si alli se hubiera producido alguna irregularidad ¿usted cómo hubiera reaccionado? Si hubiera habido que dar cuentas ¿quien debería asumir la responsabilidad, siendo usted el coronel al mando? – Yo –me contestó – O sea, que si hubiera habido algo indebido, el responsable sería usted. Pues eso es lo que me pasa a mí en el periódico. El responsable soy yo. Si después creyera que algo no se ha hecho correctamente, ya deduciré yo hacia abajo y hacia adentro las responsabilidades que correspondan. Pero de puertas afuera, el responsable soy yo. El coronel aquel me decía, “pero hombre, no se ponga usted así, no se ponga solemne”. Le dejé claro que mi deber era asumir esa responsabilidad, no espolvorearla. Esa era una lección de ciudadanía.

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ecuerdo otra ocasión en Cambio 16. Junto con un amigo común, Ignacio Álvarez Vara, había hecho una información a doble página que nos quedó muy interesante y titulamos La Guardia Civil no se rinde. Teníamos una garganta profunda, el General Manuel Prieto López, jefe enque hablar como candidato de Alianza Popular (AP) por Granada en las elecciones generales de 1977 y columnista algún tiempo de Interviú. El general nos daba información más o menos por goteo. Nos citó en la Plaza Mayor de Arévalo (Avila) a las ocho una tarde de febrero cuando ya estaba – 77 –


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oscurecido. Le pregunté cómo íbamos a reconocerle y me dijo: “Iré con un sombrero de ala de mosca”. Su objetivo era pasar inadvertido, pero daba un cante estruendoso... Entramos en el restaurante de los soportales pensando que tomaríamos un café. Pero el general pidió de inmediato un cochinillo. Llevaba una cartera maciones que hacía. Muy sagaz, iba aclarando que las fotocopias no estaban hechas con su fotocopiadora, y que los folios escritos no lo habían sido en su máquina de escribir para evitar que pudieran relacionarle, si caían en manos indeseadas. Había tomado medidas cautelares extremas para garantizarse quedar fuera de cualquier implicación en aquello que nos contaba. De repente, al leer un texto de los que me había entregado, advertí un error y le dije: “Pero general, esto no es así”. Lo aceptó y con un bolígrafo introdujo las salvedades pertinentes a mano. Me guardé el papel mientras decía “pero la letra de las correcciones que acaba de hacer sí es la suya”. Cambio 16. La Guardia Civil se lo tomó por la tremenda y empezó a llamarme mi amigo el general Sáenz de Santa María6, Jefe del Estado Mayor de la Benemérita. Me citaba en un bar de mala nota, Pigmalión, con un público femenino preciosísimo a disposición de los clientes. Al entrar, le preguntaba a la señora del ropero si había llegado el general. Ella me señalaba: “Sí, sí, está allí, al fondo, con unas amiguitas”. Y allí estaba el General Santa María, enseñando unas fotos mientras hablaba con una joven a la que le decía: “Martita, ¿no es este un italiano que salía contigo?” O sea, que el general no dejaba de hacer su trabajo. Santa María quería a toda costa que le revelaramos nuestra fuente de información. Con una táctica parecida a la del presidente del TOP, me decía: “¿Quien os ha contado esto?, aunque en realidad ya lo sé. Ha sido el coronel fulano de tal” No, general, ese no ha sido, le replicaba. Y me contesta: “bueno, pero de momento a ése ya le he arrestado”. Esa era su manera de proceder. 6.

General José Antonio Sáenz de Santa María, que intervino activamente en defensa de la democracia en el golpe del 23-F. – 78 –


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A todo esto, naturalmente, el que estaba aterrorizado era el General Prieto, que dejó de ponerse al teléfono. Pensaba que nos presionarían y terminaríamos por dar su nombre. Pero nunca lo dimos. Y ese es un acto de ciudadanía: preservar los compromisos con las fuentes informativas. Este asunto del periodismo tiene sus aristas. Tantas veces nos ha pasado estar con alguien manteniendo una conversación cuando de pronto te dice: “de esto, no contéis nada, porque claro…”. Tú le contestas que merece la pena contarlo, pero existe un pequeño problema y es que tienes que decir quién lo cuenta, quién es la fuente. Tu interlocutor dice que su nombre no puede salir, que se juega la vida, el empleo, no se cuantas cosas mas. Ante esos casos, hay ocasiones en que las cosas se cuentan preservando a la fuente que muchas veces se oculta, no por especial cobardía, sino porque es especialmente vulnerable. Entonces, el periodista tiene que hacer honor a ese compromiso. Lo que no puede hacer es revelar la fuente y dejarla contra las cuerdas.

director, según quien sea, quiere saber la fuente. Y si se lo cuentas, a veces el director lo que intenta es hacer comercio personal con esa información, porque le sirve para tal y cual cosa. Todo esto nos lleva a la independencia de los periodistas.

L

a independencia es uno de los compromisos ciudadanos más importantes del periodista. Yo no creo que nadie pueda ser perfectamente neutral, que pueda ser completamente objetivo. Todos estamos teñidos de intereses, de propensiones, de ideas previas, de multitud de cosas y siempre tenemos un punto de vista subjetivo incluso ante las cosas más frías. – 79 –


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nunca hay dos personas que lo hayan visto igual. Y no digamos si uno de los implicados en el accidente es un colega. Entonces, nuestro amigo será el que iba por la derecha, hizo el stop y el otro llegó como un bárbaro a toda velocidad y lo arrolló. Somos prisioneros del punto de vista, del efecto perspectiva. Quiero decir con esto que no existe la indepenciencia absoluta, pero hay grados de aproximación. Nadie puede vaciarse de su subjetividad, pero hay maneras de aproximarse a los acontecimientos que son, digamos, más virtuosas, más morales, que la insidia permanente, la actuación envenenada, ese sistema que tanto se ha extendido en España y que yo llamaba “por la contiguidad a la causalidad”. Una vez escribí sobre este asunto y puse el ejemplo de qué pasaría si a reside en el corazón del barrio de Salamanca, donde ha progresado mudel artículo, nadie ha dicho de Marcelino Oreja que sea un camello y un drogadicto, pero el público que leyera de corrido ese texto llegaría a esa conclusión inexcusable. Sin que le quede a la víctima la posibilidad de enviar una réplica o interponer una querella, porque en parte alguna hay de atribuir sin atribuir, de dejar a la gente además sin poder defenderse, es intolerable. Pero cosas como esa ha habido millones. Es el periodismo de la insidia. Frente a ese periodismo, está aquel otro que la da a la gente la posibilidad de contestar, de brindar la oportunidad al discrepante, de respetar al que

Una de las cosas menos cívicas de la prensa española, que resulta especialmente detestable, es su resistencia a publicar las cartas de réplica. Muchos directores, si pueden, no las publican o las retrasan. A veces, después de haber insultado a alguien a toda página, dan cuenta de la réplica de una – 80 –


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manera escondida, en página par, por abajo y en el cuerpo seis, ilegible. Y cuando la publican de modo más visible, le colocan debajo una nota de la redacción diciendo que cómo se atreve este insolente a decir que no se qué, y que ahora se va a enterar. Por ello, la gente está aterrorizada y piensa que si envía una carta de réplica, le va a lucir el pelo. Esa falta de juego límpio que anida en las redacciones me ha costado a veces serios disgustos.

R

ecuerdo una ocasión cuando dirigía Se estaba preparando un reportaje sobre Banesto y ya se sabe que meterse con un banco siempre es arriesgado, que suele traer consecuencias. Advertí a quienes estaban investigando que si hacían un dossier sobre Banesto, era obligado que escucharan a Banesto, que no sólo valía la opinión de los enemigos de Banesto, de los críticos de Banesto, de los estafados por Banesto, que que tuviera que decir Banesto y lo añadieran sin privilegiar la versión del banco, pero sin excluirla. Pues bien, en el único día que me tomé vacaciones de los ocho meses que fui diretor de El Sol, el único día que no estuve en el periódico, lo publicaron. Naturalmente, lo publicaron sin el punto de vista de Banesto. Al día siguiente, amanecí con una llamada de Mario Conde. Me hablaba como si hubieramos sido amigos de toda la vida: “Pero ¿qué habeís hecho? Esto hunde el banco, la cotización se derrumba”. Le expliqué lo que había pasado, que yo había dado unas instrucciones precisas que no se habían cumplido, pero que el periódico, como tiene la ventaja de salir todos los días, daría la versión del banco, al día siguiente, empezando en primera página, como había sucedido con la información de la que discrepaba. Aquí comenzaron los problemas. Mario Conde me contesta: “bueno, yo preferiría no dar la versión de Banesto, sino que hablárais con el Banco de España, para que sean ellos los que desmientan la información”. Yo llamé a continuación al Banco de España, a la persona que Conde me había señalado, y me dijo: “Nosotros preferimos no hablar de la cues– 81 –


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tión”. Volví a hablar con Conde y le informé: “Mira, éstos del Banco de España son muy amigos tuyos, pero no dicen nada, así que daís vosotros vuestra versión o no se da nada”. La dieron y yo la publiqué arrancando en primera página. ¡Y se me sublevó la redacción del periódico! Tuve que explicarles que, mientras fuera el director, yo sería quién graduaría la forma en que aparecían las réplicas, y que el día en que llegara otro director, lo graduaría él. Quiero decir con esto que la prensa y los periodistas, y vuelvo a los valores de ciudadanía, que tantas veces comparece o comparecemos como víctimas, en muchas más ocasiones funciona como el agresor. Que el periodista o el medio de comunicación se convierten en agresores. Y además, cuando un periódico o un periodista son agredidos por un poder determinado, tienen bastantes, no digo todas, pero tienen bastantes posibilidades de defenderse. Los periódicos no están inermes, tienen capacidad de hacer valer su punto de vista. Mientras que cuando el agredido es un ciudadano de a pie, que pasaba por ahí, éste no se recupera en la vida si lo fusila al amanecer un diario en primera página. La gente de bien siempre ha tenido mucho interés en no salir en los papeles. ‘Éste ha salido en los papeles’, se dice, y suena terrible. Lo que le gusta a la gente más inteligente es que la única referencia que se haya publicado a través de toda su vida, sea su esquela mortuoria y se acabó. Porque cuando sacan a alguien en los papeles, suele ser siempre en la misma dirección. nante, es muy comprometido, es una de las maneras mas claras que tiene la sociedad de estar presente ante los poderes públicos, de exigir responexceso, se instala en la insolencia, en la arrogancia y eso debe ser permanentemente revisado y corregido. Debemos estar en un proceso constante de autocrítica, porque se podría

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por los medios de comunicación. Porque cuando se dice algo de alguien, las cosas no vuelven a ser igual que antes. Creo que ustedes estarán de acuerdo: nada es igual, nada permanece igual a si mismo después de haber sido difundido como noticia. Algo que solo un pequeño círculo conoce, tiene consecuencias muy limitadas. Pero si rebasa ese círculo, si aparece en un periódico de alcance nacional, produce unos efectos imparables. Ya no se puede meter de nuevo al genio en la botella. Por tanto, los periódicos, los medios en general, además del ejercicio crítico que hacen frente a los demás, deben añadir otra mirada crítica hacia sí mismos y ponderar las consecuencias que tiene la difusión de las informaciones. Hay mucha gente en nuestro país que ha sido fusilada al amanecer en los periódicos. Se hace una imputación y a continuación, al imputado le retiran cautelarmente el crédito en el banco, por ejemplo. He sido procesado muchas veces y esa situación contribuía al desconde la Casa del Rey para entregar una invitación y al día siguente era la policía quien traía una citación del juzgado. Si de la citación del juzgado sólo quedaba enterado el portero, todo pasaba sin consecuencias, pero, si entraban los periódicos a dar cuenta de la misma, podían desencadenarse adversidades múltiples y empezaba a ser mirado como un presidiario en potencia.

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iudadanía, escuela de ciudadanía, impregnarse de los deberes que tenemos con los demás. Sobre todo, cuando se está, como es nuestro caso, en un medio de comunicación que tiene una alta capacidad de incidencia, de amargarle la vida a la gente a la que se le hacen imputaciones no contrastadas, que se delizan por la pendiente de ese periodismo de la insinuación, que convierte a los periodistas tantas veces en mamporreros, en agentes comprados, en mercenarios al servicio de intereses descarados que no se declaran.

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Hay unos deberes que han de cumplir también los periodistas y a veces el cumplimiento de esos deberes trae consecuencias y renuncias honrosas, pero desagradables. Es un proceder que nos ha impedido ir de oca en oca y tiro porque me toca, que ha hecho de las nuestras unas trayectorias en diente de sierra: hemos estado en el paro, hemos trabajado, hemos tenido posibilidades de alcanzar posiciones jerárquicas, hemos caido al nivel de la de quiebros y seguramente con quebrantos inevitables. Cuando alguien declara, como el otro día el presidente de la agencia EFE, que “a mi nunca me han presionado”, me dan ganas de enviarle una carta diciendole, “tu nunca has sido periodista”. Porque el mundo del periodista es el mundo de las presiones. O sea, ¿usted es periodista y no ha recibido ninguna presión? ¡Pero qué me cuenta! Resistir, resitir y atender a los deberes que esa escuela de ciudadanía nos

autoestima. Creo que muchos de los deberes que hemos intentado cumplir y a los que he pasado revista esta tarde aquí no han sido precisamente retribuidos, sino más bien lo contrario. Pero estamos ítimamente muy orgullos de haber procedido así. Muchas gracias. Manzanares, 30 de enero de 2009

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NATIVEL PRECIADO

Tranquila y rigurosa

Vivimos tiempos turbulentos. Unos tiempos donde el paro azota a millones de hogares en todo el mundo. Unos tiempos en los que algunos políticos, que deberían ser guías en la travesía de este mar de penurias, se dedican a meter la mano en las arcas públicas para engordar sus cuentas corrientes personales. Extraigo de un libro de Nativel Preciado esta cita: “Nuestra sociedad esta llena de agentes contaminantes: la desfachatez, el prestigio mal dado, el que se lleva el gato al agua, el que trampea y el que miente”. Vivimos unos tiempos en los que los derechos cívicos están amenazados por un doble motivo: 1. La apatía de los propios ciudadanos, atrapados hasta hoy en un consumo enfermizo

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Antonio Marina a nuestra invitada de hoy) y ahora angustiados porque no pueden pagar las deudas contraídas 2. Y amenazados porque la clase política se encuentra desorientada ante el derrumbe del sistema capitalista que tanto habían ensalzado. Pero la crisis económica es también crisis moral y ética. Sobre ética y moral ha preguntado y escrito mucho Nativel Preciado. Como periodista, Nativel se ha interesado siempre en buscar personajes que arrojen algo de luz a este mundo de tinieblas. A lo largo de su amplia trayectoria profesional, ha trabajado en Diario Madrid, aquella fábrica de periodistas antifranquistas, en ABC, en Interviú, en Tiempo. Ha colaborado en los más importantes programas de la radio, desde el Protagonistas de Luís del Olmo, a Hoy por Hoy y La Ventana de la Cadena SER. También ha frecuentado los programas de debate en televisión, desde aquel Hermida y Cia de 1994 al 59 segundos de TVE. Por ello, ha recibido dos de los premios más prestigiosos del periodismo nacional: el Francisco Cerecedo (1986) y el Víctor de la Serna (1989). Por si fuera poco, Nativel ha incursionado con éxito en la novela y el libro de ensayo. Con su primera novela, El egoísta el Premio Planeta (1999). Con la penúltima, – 86 –


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Camino de hierro, ganó el Premio Primavera de Novela (2007). De las muchas actividades de Nativel, hay un par de ellas que me reconfortan especialmente: escuchar su voz educada y culta en el programa de Gema Nierga, La Ventana, y meditar sobre el contenido de su libro Hablemos de la Vida, un manual de supervivencia en estos tiempos revueltos, un verdadero master en ciudadanía. Dice en ese libro, que reproduce una larga conversación a lo largo de años con José enseñado a ser tranquila y rigurosa. pregunta muy pertinente en estos momentos este mundo enloquecido? Marina le responde: “Ayudar a ampliar las posibilidades de los demás y colaborar en el adecentamiento del mundo”. Eso es lo que esta haciendo desde hace años, y lo que hará aquí esta noche, Nativel: colaborar a que este convulso mundo sea un poco más decente. R.O.

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POR NATIVEL PRECIADO

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e parece una gran idea promover una Escuela de Ciudadanos. Román Orozco siempre ha sido una persona comprometida. Nos conocemos desde hace muchos años. Román ha citado el libro Hablemos de la vida, que escribí con José Antonio Marina, porque en él se habla especialmente de actitudes cívicas, de ética y de compromiso con los demás. Mi trabajo fundamental ha sido siempre hacerme preguntas, tanto en este libro, como en otros ensayos, en mis novelas o en mi profesión de periodista. Pregunto, en primer lugar, para aclarar mi propio mundo y pienso que mis conclusiones siempre podrán servir de algo a los demás, al menos, les acompañarán en sus propias ideas, en sus experiencias y en su manera de vivir. ción de mi conciencia cívica. Ser ciudadana consiste en estar comprometida con el mundo que nos rodea. Tengo que agradecer a muchas personas que, desde mis primeros años, me dieran ejemplo de ciudadanos comprometidos. En primer lugar, se lo agradezco a mis padres y a mis maestros que en la etapa escolar y en una época difícil, como era la dictadura, me enseñaron – 89 –


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a defender algunos principios cívicos. Mis padres me enseñaron que lo más importante en la vida era ser autónoma e independiente, pero también comprometida con los demás. Mis padres eran muy tolerantes, no sólo conmigo, sino con las personas que pensaban de un modo distinto al suyo, y solamente me prohibieron una cosa: decir que me aburría; aburrimiento era la única palabra prohibida. Me decían no te aburras nunca, lee, haz algo, dibuja, pinta, vete a jugar con tus amigos, haz lo que sea, pero no digas jamás que te aburres. Me enseñaron que mi primera obligación y casi la única era adquirir cultura, porque la cultura da más independencia y libertad que cualquier otra cosa que uno pueda imaginar. Como nadie se puede hacer culto de la noche a la mañana, es algo que se adquiere de una forma constante y lenta, hay que empezar a aprender desde los primeros años, para que la cultura se vaya instalando en pequeñas dosis diarias. La mejor manera de iniciarte en ese camino es a través de la lectura. Por eso una de mis primeras obligaciones escolares fue leer.

y me prestaba libros de poetas de la generación del 27, muchos de ellos mi profesor de literatura, a quien de vez en cuando sorprendía enseñándole algunos de los títulos que me prestaba mi vecino el poeta. Durante las clases de literatura, mi profesor leía en voz alta. Recuerdo el maravilloso tono de su voz, y al terminar nos explicaba algunos detalles curiosos sobre la vida del autor elegido y, cuando nos veía más interesados, interrumpía el relato para dejarnos intrigados. Continuaremos en la siguiente clase, nos decía, y no sé cómo lo hacía, pero la verdad es que lograba mantener muy viva nuestra curiosidad. Con él aprendí, al menos esa fue mi experiencia, que hay que leer, al prinmente. No tiene que haber un orden estricto en la lectura; ni cronológico,

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y terminar por Borges. Lo mejor era leer sin objetivos previos, sino en función de las oportunidades que surgieran en cada momento. Creo que es ellos como si fuera otra de las múltiples y engorrosas obligaciones que se tienen en la vida. Mis padres decidieron llevarme a un colegio laico, fundado por un hombre excepcional, muy comprometido con su labor didáctica, y rodeado de unos maestros y maestras de procedencia republicana, la mayoría represaliados por el régimen franquista, como mi profesor de literatura, que tuvieron mucho empeño en transmitirnos sus valores democráticos, aunque se vieran obligados a hacerlo de una forma encubierta.

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me gustaba contar historias y, además, necesitaba ver escritos todos mis pensamientos, ya que era el mejor método para aclarar mis ideas. Siempre tenía un lápiz y un papel delante para apuntarlo todo. Era grafórevista del colegio. Así decidí que quería ser escritora, aunque al principio

escribir en los periódicos. Por eso decidí estudiar periodismo. Tuve la fortuna de empezar a estudiar en una época universitaria muy comta. Allí conocí a Román Orozco y también compartimos nuestra primera experiencia profesional como periodistas, pues los dos trabajamos en el Diario Madrid; otro buen centro de aprendizaje cívico. Fu un privilegio formar parte de aquella redacción donde entramos un grupo de jóvenes periodistas ansiosos de conquistar una libertad que nadie tenía en aquellos años. Yo aún estaba estudiando en la Universidad y hacía compatible mis estudios de Periodismo con los de Ciencias Políticas, y cuando entré en el Diario Madrid sólo trabajábamos dos mujeres en la redacción, Juby Bustamante y yo. Los jefes tenían hacia nosotras una actitud muy paternalista, pero en el fondo les divertía que – 91 –


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fuéramos audaces y un poco temerarias. En esas circunstancias tuve un doble aprendizaje: aprendí a trabajar en un mundo dominado y dirigido por hombres y, también, a sortear los obstáculos que imponía la censura. En España, en aquellos tiempos, se perseguía a los sindicalistas, a los esDiario Madrid en el que, por primera vez, yo trabajaba y además me pagaba los estudios. A los políticos de entonces no se les trataba. Campaban por sus respetos en el No-Do, un informativo propagandístico de obligada proyección en los cines del territorio nacional, posesiones y colonias, que dio cuenta de apariciones, no se solía mencionar en vano el nombre de los ministros, a no ser con motivo de la inauguración de algún pantano, a propósito de un cese, de su presencia en un partido de fútbol o de manera habitual en el najes del BOE, había un cuchicheo de rumores con fundamento que sólo del marqués de Villaverde (el yernísimo) con el doctor Barnard, amante muy católico que engañaba a su legítima con una joven cantante; los encuentros privados de franquistas y cabareteras en los locales de Mayte o en la trastienda de Perico Chicote: los trapicheos con las cuentas de la Seguridad Social; el seguro de los joyeros de Galicia para repartir el coste de los caprichos de la esposa del Caudillo o sus conspiraciones en torno a la mesa camilla del Palacio del Pardo. Da vértigo asomarse a aquel abismo. Como España no era una democracia, había que informar exhaustivamente de los problemas ajenos (todo sobre la guerra de Vietnam) para ocultar los propios. Que la nostalgia no me traicione la memoria, pero nosotros, los periodistas de entonces, vivíamos comprometidos con la otra cara de la historia: la de los curas obreros, el padre Llanos, el concierto de los Beatles – 92 –


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en la plaza de Toros, la muerte de Enrique Ruano, las homilías de Jesús Aguirre (el futuro Duque de Alba), las fugas de El Lute, el asesinato de Kennedy, el de Luther King, el exilio de Alberti, el estreno de Las criadas con Nuria Espert, el recital de Raimon, el cine de Buñuel, Martín Patino o Carlos Saura, el mayo francés, las arengas de Sastre, Angela Davis, los panteras negras, el proceso de Burgos, la huelga de artistas…

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n medio de aquel barullo ideológico me veo al lado de personajes

otra vez el privilegio que ha supuesto vivir en este tiempo y, sobre todo, tener registrados diariamente, en el archivo de aquel Madrid inolvidable, los detalles de la historia del pasado siglo. Otra etapa decisiva en mi formación fue participar en la universidad en unos años decisivos, en pleno mayo del 68. Para todos aquellos que dicen que mayo del 68 no fue más que una revuelta estudiantil sin trascendencia, yo quiero hablar como testigo y resultado directo de aquella época. No muy lejos de París, en la Universidad Complutense, tuve el privilegio de estudiar en aquel tiempo y de participar en momentos decisivos como el concierto de Raimón en el hall de la que entonces era mi facultad de Ciencias Políticas. En dicha universidad, las mujeres, por primera vez, participamos en la reivindicación de nuestra autonomía. En aquellos momentos resurgió el feminismo contemporáneo, un movimiento que proyectamos hacia el futuro desde una larga tradición.

relaciones entre razas, sexos y generaciones. Se reivindicaba la igualdad, la solidaridad internacional y el antiautoritarismo. Nos levantamos y protestamos contra el racismo, el machismo y el autoritarismo en todos los órdenes de la vida. Aquí, en España, especialmente, – 93 –


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porque vivíamos en una dictadura. Teníamos que enfrentarnos a guerras lejanas, como la de Vietnam, pero también a nuestra guerra particular por la democracia y la libertad. Cuando hablo de la falta de libertad en la que vivíamos los españoles de domésticos y cotidianos. Hubo personas que sufrieron la represión de un modo brutal, fueron encarcelados, torturados e incluso asesinados como Julián Grimau, Enrique Ruano o los fusilados de Hoyo de Manzanares1. Otros perdieron sus derechos, muchos amigos míos fueron expulsados de los combatientes de primera línea, también a los que estábamos en la retaguardia y nos privaban de decir lo que pensábamos. Porque la libertad, lo he escrito muchas veces, no es más que leer los libros que te gustan, escuchar la música que quieres, decir en voz alta lo que piensas o reunirte con quien te de la gana. Esas cosas tan simples no las podíamos hacer, y menos las mujeres que estábamos sometidas a un doble autoritarismo, a una doble tutela. Para salir al extranjero teníamos que pedir doble permiso, al Ministerio de la Gobernación y a un padre o a un marido. Lo mismo para establecer un negocio o una cuenta bancaria. Estoy recordando brevemente lo que yo aprendí dentro, pero sobre todo, métodos anticonceptivos, la píldora, el derecho a la interrupción del embarazo, una ley de divorcio, igual salario por igual trabajo y… pedíamos hasta la luna. No trato de evocar grandes gestas, tampoco amargas derroevocadas, porque ocuparon durante mucho tiempo el interés del mundo. 1.

El 27 de septiembre de 1975 tuvieron lugar las últimas cinco ejecuciones del moribundo régimen de Franco. En Hoyo de Manzanares (Madrid), fueron fusilados tres miembros del Frente Antifascista y Patriótico (FRAP), José Luís Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena. Tres periodistas, entre ellos Miguel Ángel Aguilar y Román Orozco, lograron entrar hasta el punto mismo del polígono de tiro de Hoyo de Manzanares en el que iban a ser fusilados. En Barcelona y Bilbao, fueron ejecutados los miembros de ETA Jon Paredes Menor, Txiki, y Angel Otaegui. – 94 –


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De un mundo que se ha transformado radicalmente. Creo de verdad que los jóvenes de hoy lo tienen mucho más difícil todavía de lo que nosotros lo teníamos entonces. Los jóvenes de hoy están más angustiados por la recesión, el paro, los errores de la globalización, la degradación climática y tantos otras problemas que en mi época universitaria se reducían a uno que era el más importante: conseguir la libertad para convertir en democracia aquella dictadura. Han pasado cuatro décadas. El tiempo nos va poniendo en nuestro sitio. Lo que todos necesitamos fundamentalmente en estos momentos es que nos den alguna idea y muchos ánimos. Yo vengo aquí, no sé si a dar alguna idea, pero sobre todo, a dar ánimos y un poco de esperanza. No se necesitan grandes recursos para mantener la esperanza. La mayoría de la gente en estos momentos difíciles de crisis, de recesión, de incertidumbre, se encuentra más cerca de la claudicación que del empeño. Se siente desamparada y busca protección. “Es difícil no caer cuando todo cae”, decía Machado. Luchar por superar el desánimo que nos rodea requiere algún esfuerzo. Establecer las propias reglas es muy trabajoso. para echarle la culpa de sus fracasos De modo que la mayor prioridad en estos momentos es encontrar personas, motivos y argumentos que nos den ánimos. Ya he dicho que he tenido la suerte de dar con personas inteligentes, llenas de fortaleza, que habían pasado por situaciones muy duras, a pesar de lo cual estaban muy animosas. Se trata de gente buena, con ansias de bondad y eso es difícil de encontrar. mártir y, para los tiempos que corren, el tonto. Hay quien erróneamente piensa todavía que los malos son más listos que los buenos. La competitividad, la codicia, la ambición parece que nos obligan a buscar la felicidad al margen de la bondad. – 95 –


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e gustaría que quien me escuchara en la radio, leyera mis artículos o mis libros sacara la conclusión de que tenemos que vivir para los demás, sobre todo, para los que tenemos cerca, pero también, como dice Einstein, “para tantos desconocidos, vivos o muertos, a cuyo destino estamos vinculados, porque nuestra vida se basa en el trabajo de los otros”. Me gustaría también que vieran en los títulos de alguno de mis libros, Bodas de Plata, Camino de Hierro, Llegó el tiempo de las cereza, un malo quiero ya y ahora… las prisas. Frente a lo instantáneo y lo novedoso trato de reivindicar lo que se gana del que siempre se sale fortalecido. mio: el premio es algo más de ese instante que te saca, al menos, por un momento, de la rutina de la vida diaria. Son momentos fugaces, aunque la emoción que se siente durante este tipo de acontecimientos, hace que siempre lo recuerdes. Pero se recuerda, sobre todo, por la labor que hay detrás. Por todos los esfuerzos que has hecho previamente para merecerte algo: una casa, un amor, un libro, un hijo, un reconocimiento a labor de toda la vida. Últimamente, he tenido muchas satisfacciones. Han venido lectores emode mis novelas. Otros porque han compartido historias similares y, sobre todo, porque se sienten acompañados con la lectura. Ahora recibo cartas, testimonios y aliento de la gente que considera que lo que yo digo, hablo o escribo les ha sido de alguna utilidad.

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ara terminar, quiero decirles que cuando me veo al borde del abatimiento, o me avergüenzo por muchos de los escándalos que nos afec– 96 –


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tan, cuando reniego de ciertos espectáculos periodísticos, pienso también que en pleno siglo XXI existen más de un centenar de países donde todavía se ejerce la censura; pienso en las docenas de periodistas asesinados en el ejercicio de su profesión y en los que permanecen encarcelados por el mundo. Pienso en mis compañeros que han perdido la vida por informar en los frentes de guerra, porque una bala asesina les ha matado. En Couso, Parrado, Julio Fuentes, Ricardo Ortega… Pienso que, mientras nosotros disfrutamos de nuestras sagradas libertades, hay periodistas que se juegan la vida y mueren en acto de servicio. Y entonces trato de recobrar el ánimo y recuerdo a todo el mundo que la prensa libre es la mejor inversión contra la tiranía. ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi obligación como ciudadana del siglo XXI? La respuesta parece muy sencilla: “Adecentar el mundo en la medida de mis posibilidades”. Por muy limitadas que sean dichas posibilidades, espero haber colaborado en la tarea de hacer un mundo un poco más decente. Y ya para concluir, quiero decirles que ese es el motivo por el que yo, además de estar orgullosa de mi modesta obra literaria, también lo estoy de seguir escribiendo en los periódicos. Gracias por escucharme con tanta atención. Manzanares, 20 de febrero de 2009

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LUIS GARCÍA MONTERO

El poeta necesario

Esta Escuela de Ciudadanos nació con la idea de que un grupo de personas de reconocido sobre el concepto de ciudadanía. Es difícil encontrar en los últimos años a alguien que haya meditado más sobre la ciudadanía que nuestro profesor invitado de hoy, Luis García Montero. Ciudadanos, espacio público, cultura democrática, republicanismo son conceptos que están presentes, no solo en la ingente obra de este poeta granadino, sino también en su intensa actividad pública. Porque Luis no es un poeta subido en su particular nube, sino un activista/poeta al que lo mismo se le ve en una manifestación por la escuela pública en un barrio de Madrid, que en otra pidiendo que haya tren en el cordobés valle de Los Pedroches. Protestando contra la guerra de Irak o contra el terrorismo etarra. – 99 –


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Luis encuentra tiempo para todo y para todos. Eso sí, sin menoscabo de su tarea más importante: escribir poesía. Ha publicado veinticinco poemarios. El primero, Y ahora ya eres dueño del Puente de Broklyn, en 1980. El último, Vista cansada, en 2008. Entre medias, algunos tan fundamentales como Habitaciones separadas, Completamente viernes o La intimidad de la serpiente. Ha ganado los premios más importantes que se conceden en este país: Adonais, Loewe, Nacional de Literatura y Nacional de la Crítica. Es para muchos el mejor poeta vivo en lengua española de su generación y de las siguientes. Ha escrito también más de una docena de ensayos y ediciones críticas de poetas como Lorca o Alberti. Escribe desde hace más de una década un artículo semanal en la edición andaluza de El País y está presente en tertulias de radio y de televisión. Además, es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Aunque este curso será el último, por ahora. Porque Luis, en un rasgo de valentía que le honra, ha anunciado que abandona su cátedra, en estos tiempos de paro y crisis. La causa: haber sido condenado inexplicablemente por un delito de injurias al llamar “perturbado” a un profesor que viene acusando de fascistas a García Lorca y Francisco Ayala. Hoy, acogemos con cariño a Luis en esta humilde escuela para que nos hable sobre el ejercicio de la ciudadanía. – 100 –


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En su último libro de ensayo, Inquietudes Bárbaras, cuya lectura les recomiendo fervientemente, escribe Luis: “Resulta necesario que los ciudadanos vuelvan a reconocer su derecho y su responsabilidad, la tarea de su protagonismo, sin humillar la libertad ante instancias superiores a su propia voluntad terrenal, ya estén simbolizadas por una corona, una bandera nacional, el altar de un dios o las leyes sagradas de la economía”. Además de derechos y responsabilidades ciudadanos, Luis me ha enseñado a amar la poesía. Como muchos otros de mi generación, mirábamos la poesía como algo lejano y aburrido. Nos conformábamos con un ligero toque de Espronceda, Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, algo de Lorca, verde que te quiero verde, una pizca de Machado, caminante no hay camino y alguna cosilla de Alberti y Neruda, más que nada por simpatía ideológica. Pero el día en que escuché recitar a Luis su propia poesía, quedé atrapado. La poesía no es ya solo un arma cargada de futuro, sino que es un arma necesaria, en palabras de Celaya. Escuchemos al poeta Luis García Montero… R.O.

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La poesía (Vidas particulares en un espacio público) POR

LUIS GARCÍA MONTERO

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stoy encantado de estar aquí, en esta Escuela de Ciudadanos. Me pabre la ética, sobre el compromiso ciudadano, desde nuestro propio trabajo. Pienso que la forma más inmediata y más importante de socialización es

Ser buen periodista, buen médico, buen juez, buen escritor, tomarse en serio el propio trabajo es la primera responsabilidad ética. En ese sentido, sobre la ética. Les voy a contar cuáles son las preocupaciones éticas que tengo cuando leo y escribo poesía. Cuando me dedico a explicar poesía y a escribir poesía. Son consideraciones propias de la recapitulación, de la meditación a lo largo de una vida dedicada a la poesía. Si a mí me preguntan por qué escribes, quizás no respondería con muchos de los argumentos que voy a desarrollar aquí esta tarde. Escribo porque me gusta vivir. Escribo porque mi padre tenía la costumbre de leer en alto sus poemas preferidos, que fueron para mí mis novelas de

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aventuras. Román citaba La canción del pirata, de Espronceda y mi padre recitaba La canción del pirata, recitaba las leyendas de Zorrilla, los poemas de Campoamor, los romances históricos del Duque de Rivas. Una poesía que hoy no es la más cercana a mis gustos, pero tuvo en mi formación mucha importancia, porque me contagió el veneno de la poesía y a partir de ahí pasé de lector apasionado a intentar escribir, para emular a los que habían hecho por delante un trabajo poético. O sea, que yo me dedico a la poesía porque me gusta y he hecho una carrera, una tesis doctoral, una oposición de titularidad y una oposición de cátedra para que me pagaran por no trabajar, es decir por hacer aquello que me gustaba realmente, que era leer y explicar los libros que había leído. En ese sentido, para mí la literatura ha sido una pasión personal y por eso, también, la he involucrado con mi ética de manera apasionada.

sociedad como la que vivimos, diría en primer lugar que la poesía es una reivindicación de la conciencia individual. En una época que tiene poderosos mecanismos de liquidación de las conciencias individuales, vivimos en una sociedad que tiene mecanismos fuertes para crear corrientes de opinión para controlar las conciencias, para homologar los pensamientos, para imponer pensamientos únicos. Pues bien, para mí la poesía y el poeta que busca el matiz, que está un día buscando un adjetivo preciso, que quiere buscar su mirada personal sobre las cosas, reivindica al ser humano, a cualquier ser humano, que quiere ser dueño de su propia conciencia, de su propia mirada. Esto me parece muy importante en una época de homologaciones y liquidación de conciencias individuales. Aparte de eso, la poesía tiene otro valor simbólico y, al hablar de la poesía estoy hablando de las humanidades en general, de la literatura en general y, también, del ser humano en general. No me gusta hablar del poeta en cuanto a un ser aparte de la sociedad, sino en cuanto a alguien que puede – 104 –


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simbolizar algo que pertenece al patrimonio de los seres humanos, de cualquier ser humano. Pues además de ser una reivindicación de la conciencia individual, me parece que la poesía es también un esfuerzo de diálogo con el otro. Porque uno tiene un sentimiento y lo ordena en un poema, lo convierte en palabra y lo da a leer para dialogar con el otro. Eso es importante también porque vivimos épocas en las que cuando se posesión. El sujeto posesivo, el sujeto egoísta, el sujeto llamado a competir en nombre de su individualidad. La reivindicación de la individualidad que hace el poeta supone el extremo contrario, porque se trata de una reivindicación de la conciencia individual que permita dialogar con el otro, para establecer un diálogo de matices, de opiniones, de entendimiento. Reivindicar la individualidad es reivindicar la libertad, y la libertad solidaria es no convertir la libertad en un campo de egoísmos y de competiciones, sino en un campo de ilusiones sociales. Eso es bueno en nuestra época: ser capaces de reivindicar la libertad, pero como un proyecto colectivo, no como un proyecto de competencias individuales.

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or todo esto, yo entiendo el poema como un espacio público. El texto es un espacio público en el que dialoga dos conciencias: la conciencia del autor y la conciencia del lector. El autor es el encargado de establecer la cita. Para que ocurra una cita siempre hay que poner una hora y un lugar. Escribir un poema, pensar en los recursos poéticos, en el lenguaje, encontrar las palabras es pensar en la hora y el lugar con los que se cita al lector. Pero el lector, después, acude con su propia mirada, con su propia experiencia, con sus propios sentimientos y en el texto descubre su propio rostro. En ese sentido, para que se produzca el hecho literario, el poema debe ser un espacio público en el que puedan dialogar dos conciencias: la del autor y la del lector.

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Sin lector no existe el hecho literario y, sin espacio público, sin poema concebido como espacio público, tampoco puede existir el hecho literario. La poesía, la literatura, la lectura en general, convierten a los libros en un espacio público, y en un ejercicio de conocimiento. Cuando alguien escribe pensando en dialogar con el otro, está obligado a ordenar sus sentimieny, se conoce a sí mismo pensando en el otro. Y cuando el lector acude al autor, acude también a otro para descubrir sus propios sentimientos. En ese sentido, me parece que la literatura y la lectura siguen manteniendo unos componentes de rebeldía muy fuertes, más allá del puro contenido político que puedan tener los libros. Porque verdaderamente rebelde en esta época es pedir tiempo para establecer un diálogo de conciencia a conciencia en un espacio público. Vivimos en épocas donde hay mucho interés para liquidar las conciencias y para liquidar los espacios públicos. Y en ese sentido, el valor simbólico que yo le doy a la literatura tiene una dimensión ética inmediata. Decía que el poeta representa muchas veces al ser humano, al ser humano que, por ejemplo, quiere hacerse dueño de sus propias opiniones. A mí me Juan de Mairena, hablando de la libertad. Machado, con mucha inteligencia, escribió en 1935: “La verdadera libertad no es poder decir lo que pensamos, sino poder pensar lo que decimos”. Me parece un matiz muy importante. Los que hemos tenido la desgracia de vivir en épocas de dictadura, sabemos lo importante que es poder decir lo que pensamos. Pero ahí no se agota la libertad. La verdadera libertad, decía Machado, es poder pensar lo que decimos. En estas democracias en las que estamos viviendo, con esos aparatos de control de las opiniones y el pensamiento, no estoy muy seguro de que podamos pensar realmente lo que decimos.

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Porque muchas veces nuestro pensamiento se funda en la creación de realidades virtuales, que más que iluminar la realidad vienen a ocultarla, a sustituirla, a desplazarla, y muchos de los argumentos que se utilizan, por un país vaya detrás de un presidente dispuesto a cometer genocidio, surgen porque la gente puede decir lo que piensa, pero no puede pensar lo que dice, por la liquidación de la conciencia y por la creación de realidades virtuales. Pues bien, creo que el poeta que, como digo, se pasa una tarde entera buscando un adjetivo, representa a cualquier ser humano que quiera hacerse dueño de sus propias opiniones. A veces, se confunde sinceridad con espontaneidad, y no es verdad. Estamos acostumbrados, ahora, a ver en las televisiones, a escuchar en la radio, que se para al ciudadano en la calle y se le pregunta: ¿qué piensa usted del alcalde?, del alcalde o del presidente del Gobierno. El ciudadano responde lo primero que se le ocurre, es una encuesta callejera. Cuando se comparan las respuestas, uno advierte enseguida que el 90 por ciento van en la misma línea. ¿Por qué? Porque cuando decimos lo primero que se nos ocurre, en el ambiente. Y existen poderosísimos medios para crear corrientes de opinión. Repetimos como loros lo que hemos interiorizado, creyendo que somos sinceros. Hay una segunda posibilidad, la de pensar las cosas dos veces y, entonces, no decimos lo primero que se nos ocurre, solemos decir aquello que nos conviene para quedar bien. Yo, que tengo compromisos políticos, cuando he tenido que participar en una campaña electoral, cuando voy a un mitin, ¿qué hago?, pues decir aquello que me conviene para pedir el voto a la gente a la que le estoy hablando. Uno cae simpático, uno quiere caer simpático. Hay muchos individuos que lo que quieren es caer simpáticos, entonces piensan las cosas dos veces, y no dicen lo primero que se les ocurre, sino aquello que les conviene para caer bien. Por donde sopla el viento, pues ahí pongo mi vela. – 107 –


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ay una tercera posibilidad, pensar las cosas tres veces, no decir lo primero que se te ocurre, no decir aquello que te conviene para caer simpático, sino aquello que te exige tu conciencia después de haber meditado tus palabras. Creo que el poeta que se pasa una tarde buscando un adjetivo representa al ser humano, representa al político, representa a cualquier profesional que no dice aquello que se le ocurre por primera vez, no repite como un loro lo tico, sino aquello que le exige su conciencia. Eso es ser dueño de la propia opinión. La verdad es que para eso hace falta tiempo. Yo comprendo que uno de los enemigos de la poesía es las prisas con las que vivimos. Pero que es un problema de cualquier individuo. Muchas veces llegamos a casa después de haber vivido con la lengua fuera. No tenemos tiempo ni para mirar los ojos de nuestra pareja, ni para tener una conversación con nuestro hijo o con nuestra hija. A veces nos hace falta el ejercicio de levantar la mano para parar el tiempo y decir: me voy a dedicar a pensar sobre las cosas importantes, para dialogar y para hacerme dueño de mis propias opiniones. Y en ese sentido, la poesía exige un esfuerzo, porque es un esfuerzo de lentitud, de meditación, de buscar el matiz. Pero es que cuando hablamos de ideas, de ideologías, de fundamentos de la vida, los dogmas son la prisa de las ideas. Es el quenegar, a veces en titulares rotundos. Matizar, ser lento para hacerte dueño de tus propias opiniones, es también saberte poner en el lugar del otro, en el diálogo. Y en ese sentido, cuando ción, y cuando niegas algo, debes ser consciente de lo bueno que estás depero conviene tomarlas con meditación, siendo dueño de nuestra propia decisión. Muchas veces uno niega algo, pero sabe que habría algo bueno en lo que está negando; lo que pasa es que pesa más lo que te parece negativo – 108 –


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Bueno, pero esa capacidad de matiz está estrechamente relacionada con el tiempo y con el idioma, con el diálogo. Tengo la costumbre de salir al campo con mi padre, que es una persona que sabe de campo y me doy cuenta que, cuando miro al cielo y veo volando alto un pájaro, digo ahí va un pájaro, porque si va muy alto no se distinguir entre una alondra y una calandria, o entre una paloma y una perdiz. Cuando digo pájaro estoy entorpeciendo y empobreciendo tanto la realidad, que estoy perdiendo todos los matices de esa realidad. El que sabe, porque es dueño de su mirada, porque es dueño del lenguaje, mira y dice: por ahí va volando una perdiz o por ahí va volando una paloma. En nuestros sentimientos y en nuestras ideas también hay muchas palomas y muchos halcones y muchas águilas y muchas perdices, y conviene tomarnos en serio los matices del lenguaje para llegar a entendernos. cio público, donde dos conciencias, en el ejercicio del matiz, reivindican su individualidad, su mirada, su vocabulario, pero no desde el egoísmo, sino desde la voluntad de ponerse en el lugar del otro y de entrar en diálogo con el otro. Por eso, soy partidario de escribir una poesía que más que romper el idioma, lo utiliza como un espacio público de todos, que permita el diácomo un raro, un hijo de los dioses, un loco, un alunado, me presento como un ciudadano, como un hijo de vecino, como un individuo más que utiliza, de la manera más rigurosa que sabe, un lenguaje que es de todos. Ese es para mí el sentido de la poesía, y para ilustrarlo voy a leer un poema, para explicar cómo leo poesía, y leeré otro poema para explicar cómo escribo poesía.

texto es un conjunto de estrategias que permitan entrar en diálogo al autor y al lector. – 109 –


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Por ello, primero voy a explicar cómo leo yo un poema y después explicaré cómo escribo un poema desde esta preocupación del diálogo.

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oy a leer un poema de Federico García Lorca que se titula La aurora de Nueva York. Es un poema de un libro surrealista, de un libro escrito en tonos irracionales. Verán ustedes que parece una metralleta de metáforas sin sentido alguno, simplemente que contagia un estado de ánimo. Lo que quiero explicarles es que bajo ese aparente irracionalismo hay una estrategia calculada para dialogar con el lector, para citarlo, para decirle en esta hora y en este lugar nos vamos a ver. La hora y el lugar era en Nueva York, en 1929, el año de la gran crisis. García Lorca había llegado a Nueva York cuando el capitalismo se estaba derrumbando, y él supo indagar en esa crisis, y hacer que su crisis personal fuese también la crisis del sujeto de la modernidad, la crisis de la modernidad. Leo el poema: La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustias dibujadas. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible; a veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; – 110 –


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saben que van al cieno de números y leyes a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces, por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre.

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omo ven, es un poema que no desarrolla minuciosamente un argumento, que contagia un estado de ánimo, a través de una batería de metáforas. Sin embargo, si lo leemos con atención, vemos que hay una estrategia clara de diálogo en Federico García Lorca: contagiar una sensación negativa. La metrópoli se estaba despeñando, la modernidad se estaba despeñando, y el quería contagiar el sentimiento de pérdida y negatividad. Eso se debe, claro, a la utilización de un lenguaje negativo, al no, al des, al sin, al in; llevada a las palabras. García Lorca viajó a Nueva York acompañado por su profesor de Derecho Político, el catedrático Fernando de los Ríos, que después fue diputado socialista por Granada y ministro de Justicia y ministro de Instrucción Pública en la República. Fue el que puso en marcha, de verdad, las Misiones Pedagógicas y él que le encargo a Federico García Lorca que desarrollara su trabajo como director de La Barraca, para que llevara por los pueblos el teatro de los clásicos. Es ese Fernando de los Ríos, que tuvo luego una famosa intervención en las Cortes republicanas, en donde dijo que “para que el ser humano sea libre, debemos aprisionar a la economía”. Pues ese pensador acababa de publicar, en 1929, y Lorca lo acababa de leer, un libro titulado El sentido En él explicaba De los Ríos que la historia de la humanidad era un proceso de emancipación, que el cristianismo había – 111 –


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supuesto un proceso de emancipación, porque había igualado a todas las almas, la de los siervos y la de los señores. Más tarde, el Renacimiento había llevado esa emancipación a lo terrenal, el derecho de todos los sujetos a ser libres en la tierra y no esperar a la salvación después de la muerte. Finalmente, el proceso acababa para Fernando de los Ríos en conseguir una igualdad de condiciones económicas que permitiera la igualdad real de los individuos, de los sujetos dueños de su propio destino. En ese sentido, Fernando de los Ríos unía el proceso de emancipación desde la historia cristiana, porque él era a su manera creyente, hacia su socialismo. Les explico esto porque verán que la estrategia de Lorca era la siguiente: por dentro, para decir que se están envenenando por dentro. Las va ordenando una a una. Son metáforas que tienen un valor en la tradición cristiana, valor que después ha pasado a la tradición ilustrada, a la tradición de la izquierda. Empieza con el propio título La aurora de Nueva York y con el primer verso La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno. La aurora es el amanecer, el momento en el que la luz sustituye a la oscuridad; son los maitines, los salmos de maitines, donde la luz sustituye a la oscuridad como la salvación sustituirá al pecado. Pero es también el momento de la luz, de la ilustración, de sustituir con un nuevo mundo, con el mundo que amanece, un mundo de opresión. Amanecer o aurora son de esas palabras que en cuanto te descuidas se acaban en un himno. En la tradición de la prensa anarquista, el título de La Aurora la aurora, el amanecer, esa metáfora de futuro, de luz que va a sustituir a la noche, se envenena por dentro. La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno: es muy fácil de ver la imagen plástica de las chimeneas de Nueva York echando humo, doblemente peligroso. Son columnas doblemente peligrosas porque contaminan, son de cieno; pero, además, el humo es una columna muy frágil, se nos va a caer todo encima, se nos va a caer el tinglado. – 112 –


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Y después sigue: “La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas”. La paloma es el símbolo, el espíritu santo de la verdad revelada. En la poesía clásica es el símbolo de la ternura. Después acabará siendo el símbolo de la paz. La paloma blanca de la paz. Pues bien, esa paloma está siendo sustituida por un huracán agresivo de negras palomas, que chapotean las aguas podridas. No están volando, sino ahogándose, chapoteando en aguas podridas. El agua, otro de los grandes agua de la vida humana. Nuestras vidas son los ríos, y es el agua de la gran metáfora de El Príncipe de Maquiavelo, el inventor de la política moderna: la historia es un conjunto de accidentes y de inundaciones, pero si el ser humano quiere ser dueño de su propio destino puede elevar diques, cauces que lleven el agua a buen puerto, al sitio donde pueda ser bien utilizada.

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a metáfora que había utilizado Maquiavelo para decir que el ser humano era dueño de su propio destino, que no lo heredaba de nada, era la posibilidad de llevar esos ríos que son la vida humana a donde se quisiera. Así, Lorca va, metáfora a metáfora, símbolo por símbolo de la tradición clásica, religiosa, ilustrada, describiendo cómo la humanidad está envenenando por dentro el proyecto de la civilización, el proyecto de la modernidad. Después, habla de la arquitectura. Para quien conozca la poesía de Lorca, sabrá que la arquitectura fue muy importante para el poeta, en un momento, cubista. La arquitectura era la capacidad de ordenar el espacio, de convertir el caos de la realidad en formas geométricas. Pues aquí aparece una arquitectura que no está a la altura del ser humano, ni de la naturaleza. Son inmensas escaleras, son aristas duras, donde la naturaleza, el nardo, se siente angustiado. La segunda estrofa del poema: La aurora de Nueva York arquitectura, se convierte en un gemido, buscando entre las aristas nardos

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Sigue: La aurora llega y nadie la recibe en su boca. Imagínense uestes a Lorca viendo amanecer, el disco del sol, la aurora llega y nadie la recibe en su boca. ¿Qué es lo que se recibe en la boca?, la sagrada forma, lo que se había creído que era una forma buena, la Eucaristía. Pero por mucho que aparezca en el cielo, nadie la recibe en su boca, porque allí no hay mañana, ni esperanza posible. Está diciendo: se nos ha acabado la salvación, se nos ha acabado el mañana. Después dice: A veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. La otra gran metáfora: el niño. El niño es nuestro futuro ¡Ay, de aquel que pervierta un inocente! O el mundo no nos pertenece, lo tenemos prestado, se lo tenemos que dejar en herencia a nuestros hijos. O qué fue Lázaro de Tormes, lo que había sido, lazarillo. La sociedad moderna se basa en un contrato social que a su vez se basa en un contrato pedagógico. La pedagogía es la clave del pensamiento ilustrado, porque cial que equilibre los intereses privados y los intereses públicos. Pues bien, estos niños también son un símbolo de que nos hemos quedado sin futuro, porque no son proyectos de futuro, sino gente que tiene taladrada, por un enjambre de monedas furiosas. El enjambre de monedas se corresponde al huracán de palomas en la estructura del poema, que va equilibrando sus estrofas. Sigue Lorca así: Los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraísos ni amores deshojados, / saben que van al cieno de números y leyes / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. Los primeros que salen: nos puede estar hablando del Juicio Final, del salgan los muertos de sus tumbas, que van a comprender con sus huesos que ya no hay salvación, no hay paraísos, ni amores deshojados. Da igual la margarita, es decir si-no, si-no, si-no. Nos está diciendo que va a salir no, de todas todas. Saben que van al cieno, a los juegos sin arte, a sudores sin fruto, eso de te ganarás el pan con el sudor de tu frente, del castigo de Dios en el Génesis a Adán por haber pecado, pues ya no tiene sentido, porque en – 114 –


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los sudores no van a dar fruto. Y la moral burguesa, moderna del trabajo se reconoce, el que más trabaja es el que más recompensa tiene, el ahorro, al que madruga dios le ayuda, tampoco tiene sentido. Los primeros que salen comprenden que no hay paraíso, van a los sudores sin fruto. Acaba con la metáfora de la luz, que es la luz de la verdad revelada, y la luz de la Ilustración, de ilustrar el mundo, a través de la razón, para acabar con las supersticiones. La luz, sin embargo, aquí es sepultada por cadenas y ruidos; la música ha sido sustituida por el ruido, la libertad por cadenas en impúdico reto de ciencia sin raíces. Este verso me parece fundamental: en impúdico reto de ciencias sin raíces. Porque el proyecto de la modernidad se había basado en la creencia de que El avance de la técnica y de la ciencia estaba en el desarrollo moral de la calidad, al servicio de la calidad de vida, de la calidad de la existencia de los seres humanos. Lorca aquí está diciendo que no, que todo esto está mal. Que la embarcación humana va hacia un gran naufragio de sangre, y no se anda por las ramas al decirlo. Dice que la ciencia se ha quedado sin raíces. Y ¿por qué se ha quedado sin raíces? Porque no está al servicio del progreso humano, está, lo dice él claramente, al servicio de un enjambre de monedas furiosas. Está al servicio de un cieno de números y leyes.

E

n otro poema de Poeta en Nueva York, Lorca dice: debajo de las multiplicaciones, hay una gota de sangre de marinero. En las cuentas, en los recursos del capitalismo especulativo que estaban hundiendo la metrópoli en la crisis de 1929, había gotas de sangre de gente, y eso es lo que estaba taladrando el corazón de los niños, estaba envenenando por dentro nuestro futuro. En ese sentido, Lorca no se andaba por las ramas, hasta el punto de que viendo los originales de Poeta en Nueva York, este poema titulado La aurora, de pronto me di cuenta de que había tenido un primer título: Uno de mayo. Era el primer título de este poema. Lorca era muy consciente de lo

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mundo que estaba envenenando por dentro sus promesas de futuro, no ya porque se estuviera quedando sin pasado, sino porque se estaba quedando sin futuro, por someter la luz, la infancia, la aurora, el amanecer, la racionalidad a un enjambre de monedas furiosas. Revindicar la poesía es intentar también devolverle la luz, la música, quitarle las cadenas, que sea un reto de ciencia, pero con raíces. Como ven, Lorca en medio de lo que parece irracional, ha utilizado una estrategia para dialogar con los sentimientos de sus lectores. Los sentimientos que nos producen están calculados en una cita, para que acudamos a su texto, que aunque parezca irracional, es un texto público. Lorca decía en sus declaraciones que los poemas de Poeta en Nueva York convenía leerlos dos veces para comprenderlos bien. Vamos a hacerle caso, vamos a leerlo otra vez y ver si ahora les conmueve el poema después de la explicación. La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras buscando entre las aristas nardos de angustias dibujadas. La aurora llega y nadie la recibe en su boca porque allí no hay mañana ni esperanza posible; a veces las monedas en enjambres furiosos taladran y devoran abandonados niños. Los primeros que salen comprenden con sus huesos que no habrá paraísos ni amores deshojados; – 116 –


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saben que van al cieno de números y leyes a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. La luz es sepultada por cadenas y ruidos en impúdico reto de ciencia sin raíces, por los barrios hay gentes que vacilan insomnes como recién salidas de un naufragio de sangre.

A

cabo ahora explicando, no cómo leo yo este poema, sino cómo he escrito otro poema, que les quiero leer. Tiene también relación con lo que estoy planteando. Muchas veces, cuando uno va por la ciudad con los ojos abiertos, descubre escenas de la realidad, que interpretadas nos pueden hacer conocer mejor el mundo en que vivimos. Iba un día muy de mañana sentado en un autobús. Había pasado la noche con una amiga. Ella tenía que trabajar a primera hora. Me había levantado con resaca, y la iba acompañando al trabajo en el autobús. El autobús se acercó a una parada, que estaba llena de mujeres. Sobre todo de mujeres que acudían al trabajo. Cuando subieron al autobús, dejaron al descubierto la marquesina en la que había una campaña publicitaria de ropa interior. No se si se acuerdan de una campaña que hizo Maribel Verdú hace unos años, anunciando braguitas y sujetadores, y que estaba maravillosa. A mi me emocionó la escena, porque había una tensión entre la experiencia de carne y hueso, la experiencia de la realidad y de la historia, la experiencia de las mujeres que se levantaban para trabajar sin más tiempo que darse una ducha y pegarse un alisón en el pelo, frente a la mujer de la publicidad, a la realidad virtual, a la mujer que no existe en la realidad. Un modelo que se pasa la vida cuidándose, y después se arregla en el photoshop hasta quedar como modelo de perfección. El peligro de que esas realidades virtuales sustituyan a la experiencia de carne y hueso es el peligro de convertirnos a todos en un videojuego, de convertirnos a todos en la insatisfacción pura. El intentar vivir de acuerdo – 117 –


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con lo que nos vende la publicidad, y no con nuestro propio cuerpo, con nuestra propia historia, nuestra propia experiencia de carne y hueso. A mí, la escena me emocionó, y me emocionó también por otra cosa, porque la gente que hemos luchado por la libertad, en el tiempo que nos ha tocado, en la generación que nos ha tocado, mi generación, por ejemplo, y más desde la poesía, una de las grandes banderas fue la lucha por la libertad, no sólo política, sino por la libertad sexual, por la libertad de las costumbres. Esa ha sido una de las grandes tareas de la poesía contemporánea. En un discurso famoso que pronunció el poeta francés Andrè Breton en el Congreso de Intelectuales Antifascistas que se celebró en Valencia en 1937, durante la Guerra Civil, proclamó que había que unir el lema de Marx “Cambiemos la historia”, con el lema de Rimbaud “Transformemos la vida”. Desde entonces, para los poetas la indagación en la transformación de los sentimientos ha sido también un compromiso histórico. Porque los sentimientos son tan históricos como las constituciones o las batallas. Tenemos unas maneras de amarnos, que van cambiando con la historia. Depende de nuestra educación sentimental. Afortunadamente, las relaciones, por ejemplo, de pareja que hay ahora no son las mismas que había en la época de mi abuela o mi bisabuela. Esa preocupación por las políticas de igualdad y de la intimidad y de las libertades individuales, que poco a poco está enriqueciendo la realidad, está enriqueciendo la política, ha sido una de las preocupaciones de la poesía que ha intentado transformar, emancipar los sentimientos. Pues bueno, alguien que ha luchado por la libertad sexual, por ejemplo, se encuentra de bruces en la época que yo estaba escribiendo el libro Habitaciones separadas con la telebasura. Y se encuentra con que aparecen honradísimas amas de casa explicando en programas de televisión cómo les gusta hacer el amor con sus maridos, y cómo al marido le gusta tumbarse con ella encima de la mesa de la cocina o a un niñato explicando que se – 118 –


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ha acostado con tal niñata. Es una forma de liquidar los espacios públicos, porque cuando llevamos la basura privada a lo público, estamos convirtiendo la plaza en un vertedero. Eso, para mí, era la mejor constatación de que corríamos un peligro paralelo al de poder decir lo que pensamos, pero no poder pensar lo que decimos. El haber conseguido alejarnos de la represión clerical, propia de la dictadura, y no haber sabido formular una moral pública de respeto. De respeto a los valores públicos, de respeto a lo público, que no sea un vertedero, sino un lugar de diálogo, un lugar de encuentro. Y en ese sentido, me afectaba especialmente la vulgaridad de esos programas que frivolizan algo que merece mucho respeto, que es la intimidad, la sexualidad, y ese espacio donde nos jugamos también la emancipación de los valores humanos y los valores ciudadanos. Bueno, con todo eso, escribí un poema que se titula Mujeres. Y leyendo el poema acabo. Mañana de suburbio y el autobús se acerca a la parada. Hace frío en la calle, suavemente, casi de despertar en primavera, de ciudad que no ha entrado todavía en calor. Desde mi asiento veo a las mujeres, con los ojos de sueño y las ropas sin brillo, en busca de su horario de trabajo. Suben y van dejando al descubierto, en los cristales de la marquesina, un anuncio de cuerpos escogidos y de ropa interior. Las muchachas nos miran a los ojos – 119 –


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desde el reino perfecto de su fotografía, sin horarios, sin prisa, obscenas como un sueño bronceado. Yo me bajo en la próxima, murmuras. Me conmueve el recuerdo de tu piel blanca y triste y la hermandad humilde de tu noche, la mano que dejaste olvidada en mi mano, al venir de la ducha, hace sólo un momento, mientras yo me negaba a levantarme. Que tengas un buen día, que la suerte te busque en tu casa pequeña y ordenada, que la vida nos trate dignamente. Manzanares, 13 de marzo de 2009

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JAVIER REVERTE

En el camino

Termina el curso. Este particular curso escolar en el que hemos intentando transmitir valores cívicos y de compromiso en un mundo que se está alejando de ellos y así nos va. La crisis económica está arrasando muchas esperanzas y, como siempre, golpeando con mayor dureza a los más débiles. Se arrojan ingentes cantidades de dinero en la banca, causantes primeros de esta crisis, mientras alguna derecha retrógrada pretende restringir los derechos conquistados por la clase trabajadora a lo largo de décadas: quieren reducir sus salarios, las prestaciones por desempleo, o la indemnización por despido… Nuestro invitado de hoy, Javier Reverte, sabe mucho de esa sufriente clase trabajadora.

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Porque, si tuviera que resumir en un titular la vida y obra de Javier, sería este: busca la verdad entre los más humildes, lejos de los palacios y los salones. Hay básicamente dos tipos de periodistas: los que cuando llegan a un lugar localizan las fuentes del poder y la riqueza y beben de ellos, y los que acuden a plazas, barrios y tabernas y se mezclan con los más humildes. Algunas veces, poniendo en riesgo su propia vida, como cuando recorrió el Amazonas para escribir El río de la desolación y cayó gravemente enfermo de malaria. Javier, como nuestro común amigo Manuel Leguineche, o el polaco Ryszard Kapuscinski, es de los segundos. Por eso, sus escritos están llenos de humanidad, son tan cercanos, nos estremecen. Son verdaderos. Javier comenzó como periodista hace ya muchos años. Ha sido corresponsal en París, Londres, Lisboa y enviado especial a países de los cinco continentes.

es un reportero sediento de sangre y balas. Al contrario, las guerras no le gustan. Cuando ha tenido que informar sobre una, Javier se ha centrado en el drama que viven quienes la sufren, los que pierden sus vidas, sus hogares, sus hijos. Un buen ejemplo es el libro-reportaje , sobre el sitio de Sarajevo y su hermosa novela – 122 –


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Javier no es de los periodistas que se quedan acodados en la barra del bar del hotel. Le gusta la calle y allí encuentra el material que le servirá para realizar proyectos más ambiciosos que la perecedera crónica periodística. Así fueron naciendo sus libros. Su primera y temprana obra, La aventura de Ulises (1972), señalaba ya su pasión viajera. Le siguieron novelas y poemarios hasta que en 1998 apareció El sueño de África. Su amor por el libros, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África. En ambos, Javier combina magistralmente el viaje y la historia, contada por los hombres sencillos que va encontrando en el camino. El éxito fue inmediato y gracias a ello Javier pudo dedicarse plenamente a lo que más le apasiona: viajar, ver y escribir. Aparecieron nuevos libros de viajes, El Corazón de Ulises y novelas apasionantes, como la ya citada La noche detenida (Premio de Novela Ciudad de Torrevieja), El médico de Ifni y Venga a nosotros tu reino. Se reeditaron viejas obras, como su Trilogía Centroamericana y reunió sus poemas en Trazas de Polizón. Pero el éxito no cambió al reportero incansable que siguió con el macuto a cuestas recorriendo mundo. En el camino, siempre. R.O. – 123 –


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Lejos de los palacios y los salones POR JAVIER REVERTE

Primero, muchas gracias a Román por haberme invitado aquí. Los dos he-

Hablaba Román de Ryszard Kapuscinski y me ha recordado una anécdota muy interesante de ese gran maestro que era Kapuscinski, para centrarnos en esa es el que a mi me gusta y al que uno quisiera, en alguna medida, aproximarse. Recordareis la famosa marcha zapatista de 2001, cuando miles de personas marcharon desde Chiapas al Distrito Federal, en México. Atravesaron medio país hasta llegar a la plaza grande de México, el Zócalo. El subcomandante Marcos lanzó un discurso en defensa de los derechos indígenas y de la revolución zapatista. Aquel subcomandante Marcos, que habló con su pasamontañas puesto y anunció que se lo iba a quitar y luego no se lo quitó. En la presidencia de aquel acto, había gente muy importante de la intelectualidad y la política progresista. Estaba Danielle Mitterrand, la viuda del ex presidente francés François Mitterrand. Estaba el premio Nobel José Saramago. Había mucha gente muy ilustre: Joaquín Sabina, Miguel Ríos (que ha sido “profesor” en esta Escuela), Manuel Vázquez Montalbán y otros españoles del mundo de la cultura y gente progresista. – 125 –


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Y había otra persona más: Kapuscinski, que estaba abajo, no el palco. Kapuscinski estaba abajo, hablando con la gente. No critico, ni mucho menos, progresismo e iconos de la cultura. Pero Kapuscinski era un humilde periodista que quería hablar con la gente y eso fue lo que hizo, hablar con los

A mí, ese papel siempre me ha llamado la atención. No por lo que tiene de modesto y humilde, eso es lo de menos, sino por lo que tiene de estar oyendo la voz directa de la gente. Eso es muy importante, que esos escritores como Kapuscinski nos trasladen la voz de los que sufren, porque sabremos

En ese sentido, podría dar una charla teórica. Tengo mis opiniones, como todo el mundo, sobre lo que ha sido esta crisis, lo que es el mundo de hoy, qué valores se están perdiendo, qué valores habría que reforzar. Hasta que punto la política en los países democráticos, hasta qué punto los políticos, son en buena medida -y no hablo de partidos políticos concretos— cómplices de todo lo que está sucediendo y de lo que ha sucedido. Porque la tarea de los políticos también es corregir los desmanes de los avariciosos, sibilidad de hacerlo. Yo tengo mis opiniones, como todo el mundo, pero no quiero hablar de esas opiniones, porque no soy un teórico. Lo he dicho siempre: no soy un teórico porque, primero, a lo mejor no valdría para teórico, y segundo porque no quiero serlo. A mí no me atrae el mundo de las grandes ideas para formularlas, sino que me gusta hablar de las cosas concretas. En ese sentido, el escritor nunca tiene que escribir desde banderías. Escribir es otra historia. La escritura se dirige sobre todo al corazón de la gente. Se escribe sobre el corazón y evidentemente se escribe sobre el alma. La tarea de un escritor es, en ese sentido, poco partidista. Pero es cierto que muchos escritores adoptamos una posición ante las cosas muy directa, y – 126 –


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pretendemos también, en un momento concreto, trasladar a nuestros lectores cual es nuestra concepción del mundo, poniendo ejemplos sobre la realidad del mundo.

P

ara que os hagáis una idea, os contaré la historia de un libro. Cómo sur-

humana. Es un libro que ha citado Román, La noche detenida, una novela que transcurre en el Sarajevo cercado de 1992. Una novela a la que le dieron un premio importante y bien dotado (Premio Ciudad de Torrevieja) hace años, y que me permitió además llevar una vida mejor, en el sentido de facilitarme los viajes que hago para poder escribir los libros que escribo. Yo no empleo el dinero en especular, ni en comprar grandes posesiones para luego venderlas más caras, como se llevaba antes. Lo empleo en gastármelo en futuros libros. El libro surgió en el año 92. Yo era un reportero free-lance, que trabajaba por libre. Había dejado el periodismo directo, no trabajaba en una redacción. Intentaba abrirme camino como escritor, como novelista. Todavía no se me había ocurrido escribir libros de viajes. Había escrito uno muchos años atrás, pero no pensaba hacer libros de viajes. Luego saqué uno, El sueño de África poder vivir de la literatura y para la literatura, de una manera normal, no en plan de rico. En esos años en los que intentaba abrirme camino como novelista, tenía que acudir de vez en cuando a trabajos de free-lance, porque si no, no tenía dinero para vivir, claro. En 1992, una revista, ya desaparecida, que se llamaba Panorama, nos contrató a Manu Leguineche y a mí para hacer una serie de reportajes sobre la Guerra de Bosnia. Nos pidieron que nos fuéramos a Bosnia durante un mes y pico y, elaborásemos cada uno un reportaje semanal, durante cinco semanas. Nos fuimos juntos en un coche, pero él tuvo que volverse antes, porque eran las elecciones americanas, la primera vez que ganó Bill Clinton. Yo me quedé solo. Esperaba en Splitz, una ciudad de la costa croata, a que saliera un convoy de Naciones Unidas – 127 –


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cargado de medicamentos con destino a Sarajevo, para sumarme con mi coche. Sarajevo era mi objetivo. Yo conducía un coche que nos había dejado la revista, un Seat. Manu, que era muy listo, muy zorro, había pedido que fuera de color blanco, como los soldados en los controles como gente de la ONU. Luego no te tomaban en absoluto como gente de la ONU, te paraban y te sacaban todo lo que podían. Porque los soldados se dedicaban en esos controles de carretera, entre otras cosas, a sacarte tabaco, alcohol, dinero, todo lo que podían. Los periodistas se podían unir a esos convoyes aunque, como decían los de la ONU, a su propio riesgo. Firmabas un papel a Naciones Unidas en el que aceptabas que te unías al convoy, pero que ellos no te protegían en absoluto. Si te detenía alguien, quedabas detenido. Si te pasaba algo, ellos no eran responsables de lo que te sucediera. Esperaba en Splitz, una ciudad muy bonita, con una gran explanada junto al mar, muy luminosa, muy mediterránea y para entretener la espera hacía fotos. Un día de noviembre muy luminoso, en el que no hacía frío, me estaba dando un paseo y vi a una mujer con un carrito de bebé y me puse a hacerle fotos. Ella me llamó y me preguntó en un inglés estupendo, mucho mejor que el mío: “¿es usted periodista?”, si soy periodista, y “¿dónde va?”, voy a Sarajevo. La mujer se quedó muy impactada. Me dijo: – Mi marido está en Sarajevo, y yo aquí con nuestro hijo. Pude salir de Sarajevo al principio de la guerra, pero él no pudo escapar. Vive allí, y no sé nada de él. Sé que está vivo, pero nada más, solo que vive en unas condiciones terribles. Los sarajevinos, que eran unos radicales serbios, no dejaban salir a nadie y tenían cercada la ciudad. Aquella mujer me preguntó si le llevaría alguna cosa a su marido. Le dije que sí. – 128 –


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ra, se lo llevaré encantado. Quedamos por la tarde en el hotel. La mujer me llevó una maleta llena con latas de conserva, comida, medicamentos, una botella de vodka… Me acuerdo que sobresalía un chorizo muy largo. También me dio unos crucigramas. Le expliqué que no podía llevar los crucigramas, porque estaba prohibido llevar cosas a la gente. El resto, la comida, la podía llevar haciéndolas pasar como mías. Pero si llevaba unos crucigramas en serbocroata, evidentemente, pensarían que no eran para mí. Me dio también una carta para su marido. Le dije que lo mejor era quitarle el sobre a la carta. La llevaría sin sobre en el bolsillo para que no me la quitaran. – No se preocupe, no sé serbocroata –le dije-. Si usted le dice muchas cosas cariñosas o eróticas a su marido, no me voy a enterar, no hay problema. La mujer me preguntó si le podía llevar también dinero. Marcos alemanes. del horror y de la muerte. Existía un mercado negro de alimentos, pues allí escaseaba de todo, prácticamente no había de nada. Todo se pagaba con marcos alemanes o con dólares. ¿De dónde salían los productos que se encontraban en el mercado negro? Pues de convoyes humanitarios. Aproximadamente un 30% de lo que transportaban los convoyes humanitarios que iban desde Splitz por 30% quedaba en manos de los piratas de turno, que lo revendían en el mercado negro a la pobre gente que vivía en Sarajevo, que debía pagar en marcos o dólares. Y aquella mujer de Splitz me dio 300 marcos. “Es todo lo que tengo, lléveselo porque le hará falta para comer”, me dijo. Ella vivía con unos parientes. Le expliqué: mire esto es una tontería; primero, porque usted no me conoce y, segundo, si no puedo entrar en Sarajevo, y al volver a mi país no paso por Splitz, no se los podré devolver. También puede suceder, – 129 –


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insistía, que no encuentre a su marido y no le pueda dar el dinero. O que me lo roben en un control. O simplemente, que me lo quede, porque usted a mí no me conoce y no sabe cómo soy yo; usted solo me ha visto esta mañana haciendo unas fotos.

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a mujer me dijo una de esas frases que la realidad te ofrece y que la literatura no es capaz de inventar muchas veces. Me dijo: “en este país, -

Una frase que un escritor tardaría mucho tiempo en inventar. Son de esas frases que se te quedan y que te tocan el alma. Te hacen ver hasta qué punto cerco de una ciudad. Me dejó muy impactado. Le dije: déme el dinero, lo voy a intentar, pero no le garantizo nada. no. Me paraban en muchos controles, intentaban sacarme tabaco o lo que en Sarajevo. Entrar en aquella ciudad era horroroso, sobre todo en el último tramo, absolutamente bombardeado por los obuses de los serbios. Ese último tramo era tremendo.

admitía huéspedes. La mitad de la ciudad estaba destruida, la mitad que daba al río, por los balazos y las bombas de los francotiradores. La otra mitad estaba en pie, y allí nos alojábamos los pocos periodistas extranjeros que en ese momento estaban en la ciudad. Pasé varios días en Sarajevo, ocho o diez días. Aprendí a caminar entre aquella gente por las calles de la ciudad. Me enseñó el marido de esta mu– 130 –


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cómo caminar por esas calles bajo la amenaza constante de los francotiradores. Una ciudad absolutamente rodeada, una ciudad que se extiende en las dos orillas del río Meridiana, cruzada por unas anchas avenidas que iban de norte a sur. Los francotiradores se apostaban fuera de la ciudad y al que cruzaba, le disparaban, como si fueran palitos de feria. La manera de cruzar esas calles tenía su truco: no había que hacerlo en periodos de tiempo concreto, o sea cada minuto cruzaba uno, sino que había que romper los periodos: a lo mejor, tres corriendo al mismo tiempo y luego dejar cinco minutos, luego otros tres después, etcétera. Había que procurar no ir en grupo. Aún así, cazaban a mucha gente. Todos los días morían varias personas alcanzadas por los disparos de los francotiradores. También moría gente en las colas del pan, en lugares de concentración como el mercado. Esos sitios eran bombardeados con granadas de mortero y producían una matanza diaria tremenda. Además, había que soportar el sonido terrible de esa ciudad. El sonido de los balazos y los bombazos constantes. Era un bum-bum continuo. Incluso por la noche, aunque amainaba un poco, seguían disparando balas y explosionando granadas. Una mañana le hice una pregunta a la chica que trabajaba en la recepción del hotel, y me contestó con otra de esas frases que no se pueden inventar casi en la literatura. – ¿Por qué disparan por la noche?, si saben que no pueden ni apuntar. – Es que por el día disparan para matar los cuerpos y por las noches disparan para matar las almas, disparan para mantener el miedo en pie, despierto.

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Era también una frase de una expresividad y un dramatismo que difícilmente podía ser concebido por un escritor que no fuera Shakespeare, que ese sí que lo hacía bien, y te hacía unos diálogos imponentes.

Encontré al marido. Le entregué el dinero y los paquetes. Me invitó a su casa a cenar, pero no acepté. En su casa, no tenía ni luz, ni agua corriente. Se alumbraba con velas. Se hacía su propio pan en un horno. Tenía en las ventanas sacos terreros. Vivía muy mal el hombre, pero iba tirando como podía. Estaba muy delgado, porque, claro, la comida estaba muy racionada y no tenía dinero. En el tiempo que estuve en su casa, me entregó su diario. Me dijo: “este es mi diario, lléveselo a mi mujer, ahí dentro va mi vida”. Le señalé lo mismo que le había dicho a su mujer: quizá no la encuentre al regresar, no doy con ella… Él me dijo: “estoy seguro de que usted la encontrará”. Efectivamente, cuando salí de Sarajevo regresé a Splitz. Encontré a la mujer y le di el diario. Recuerdo que se apartó con el niño, con su carrito, y lloró. Fue una situación de esas que te tocan el alma de verdad. Años desde Sarajevo y se habían ido a vivir a una ciudad cerca de Belgrado. Ellos eran de origen serbio, pero no radicales. Me decían que allí tenía mi casa. yo salí vivo también. Todo terminó bien.

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urante esos días en Sarajevo hablé con mucha gente. Además, todo el mundo quería hablar contigo. No sólo querían contar su historia, sino que se supiera en el exterior. La gente me decía: cuéntelo usted por favor, los periodistas nos son muy necesarios. Hace falta que ustedes cuenten lo que nos sucede, porque si no lo cuentan, el mundo nos va a olvidar y entonces entrarán los serbios y nos matarán a todos.

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Tenían un poco de razón. Porque dos años después, en 1995, entraron los serbios radicales en Srebrenica, recordáis esa historia, y mataron a 12.000 hombres en edad militar, en las edades comprendidas entre los 16 y los 50 años. Los mataron de un tiro en la nuca. 12.000 hombres. Es uno de los grandes crímenes de la humanidad que se ha juzgado en La Haya. Eso que pasó en Sbrenica podía haber pasado en Sarajevo si el mundo los hubiera olvidado. Recuerdo que en los mercados no había nada. Eran mercados de mesas vacías. En una de esas mesas, había una mujer, con su marido. Una mujer elegante, se veía que pertenecía a una clase social adinerada. Bien vestida, aunque con ropas viejas. Él iba con su corbata, queriendo mantener un poco el aire aristocrático. Ella me llamó: “periodista, venga, venga, mire lo que comemos”. Me llevaron a una mesa y sobre ella había cajitas de alpiste. “Comemos comida para pájaros, mire usted lo que comemos en Sarajevo, cuéntelo, por favor, cuéntelo”. Todo el mundo te decía, cuéntelo, cuéntelo. Me di cuenta de hasta qué punto era importante contar cómo vivía esa gente. Era muy importante, lo decían ellos, para que lo supiera el mundo Y allí también empecé a desinteresarme más aún, pues nunca me había interesado, pero ahora todavía menos, por esos periodistas que van a las guerras y lo que más les importa es hacerse la foto delante de los muertos, vestidos de pescadores de trucha, con esas chaquetas llenas de bolsillos por todos lados, por cierto, que no sé que guardan ahí. Para anzuelos sirven, pero ¿qué van a llevar, balas? Balas no puedes llevar. Empecé a sentir hacia ellos una cierta repulsión. Yo no soy un periodista especialista en guerras. Ni lo soy, ni quiero serlo. Esa imagen del periodista que se hace la foto delante de un muerto, que cuentan cómo las balas le silban a su alrededor, no me gusta en absoluto nada. No. Porque he hablado con la gente que padece la guerra. Conocí mucha gente, hablé con mucha gente. Hablé con los periodistas del único periódico que se mantenía en pie, al que habían alcanzado montones – 133 –


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de bombas. Vivían escribiendo la noticia diaria para que hubiera noticias. Mantenían una posición muy heroica.

no voy a contar, porque no es mi película la que interesa. Salí y volví a España.

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ras regresar a Madrid, pensaba sobre Sarajevo y me preguntaba qué es lo que he visto en Sarajevo. Porque había visto y había hablado con mucha gente. Entonces me di cuenta de que había descubierto, sobre todo, dos cosas importantes: una, hasta que punto es terrible una guerra. Yo no había vivido una guerra tan intensamente como aquella. La habíamos visto en el cine, en reportajes, en televisión. Pero no es lo mismo que verla con tus propios sentidos, directamente. Entonces te das cuenta de que la guerra es lo peor que hay, es la absoluta denigración de la condición humana, lo que más nos denigra, es indignante. Creo que, en la guerra, todo el mundo la pierde. La pierden los que la han ganado físicamente, porque pierden la dignidad. La pierden también los que la han perdido, porque pierden la libertad, porque pierden la vida y, sobre todo, porque pierden una cosa: todo lo que de civilizado hemos construido. Se pierden los valores cívicos, los valores ciudadanos, como el sencillo acto de tomar café con los amigos, compartir una tertulia donde charlamos de películas, de cine o de política. Se pierde lo que hemos construido como escuelas, donde los niños van a aprender; los trabajos, los puestos de trabajo, que nos gustan más o menos, pero con los que nos ganamos la vida. Perdemos toda esa sociedad que hemos construido, esa sociedad de libertad, y esa sociedad de civilización. Una guerra lo destruye todo. Entonces, los niños no van al colegio, los trabajos escasean, no se pueden reunir unos cuantos amigos para tomar café, no hay cine. Todo lo que hemos establecido como una sociedad en la que nos movemos alegre y civilizadamente, desaparece, no sólo la vida. – 134 –


CÓMO SER UN BUEN CIUDADANO

Todo eso fue lo primero que percibí y de lo que me di cuenta inmediatamente. Era tremendamente doloroso verlo y vivirlo. Pero yo intento siem-

Lo segundo que descubrí es hasta qué punto, en un momento determinado, los seres humanos saben reconstruir, dentro de los escenarios más tenebrosos, un escenario de dignidad. De dignidad y de amor. Sobre todo a base del amor y de esos valores cívicos que vosotros en este ciclo intentáis despertar: de la solidaridad con los otros, de compartir las cosas necesarias, de la amistad. La amistad sincera, en esos momentos, puede llegar hasta niveles muy hermosos y heroicos. Me di cuenta hasta que punto los seres humanos somos una especie magsoy agnóstico; me considero progresista y de izquierda, pero en muchas ocasiones no creo en los partidos, desafortunadamente, aunque pienso que son necesarios. No critico la existencia de los partidos políticos, ni mucho menos. Son necesarios, pero a veces tiran más al profesionalismo que al servicio a los demás. Bueno esta es una opinión muy personal. Pero, aunque en casi nada creo, me di cuenta de hasta qué punto los seres humanos tenemos una enorme capacidad para reconstruir sobre un escenario de destrucción, una luz de esperanza. Intentar levantarse. Es decir ¡vamos a seguir andando, vamos a seguir hacia delante, vamos a intentar que el mundo sea mejor! Me pareció maravilloso sentir eso, dentro de un escenario de terrible destrucción que es una guerra. Me acordaba mucho de mi padre en ese momento. Mi padre, que ya murió, era periodista. Tuvo una vida dramática, pero fue muy optimista en su vida. Le tocaron dos guerras, primero, la Guerra Civil española. En una leva, lo llevaron al frente, en el lado republicano. No era hombre de ideas políticas. Pienso que la mayor parte de la gente a la que le cayó la Guerra Civil en– 135 –


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cima, lo que sufrió fue más la guerra que mantener unas ideas u otras. Mi padre era un hombre muy tolerante, muy abierto, pero un hombre más bien de ideas conservadoras y se pasó toda la guerra al lado de El Campesino. Se chupó una guerra de cuidado. Y luego, como salió de esa guerra rojeras, estuvo en un campo de concentración unos meses. Para limpiarse, se fue un año a la División Azul, como mucha gente hizo. Limpió su hoja de servicios con los republicanos, y regresó como un héroe del falangismo. Así pasó toda la vida, fue un superviviente. Como tenía mucho sentido del humor, me solía decir: he estado en dos guerras y las he perdido las dos, no creo que me contraten para una tercera. Y añadía: además, a mi edad he muerto ya demasiadas veces por la patria. No le gustaban las guerras, ni le gustaba hablar de las guerras. Pero cuando le preguntabas sobre las guerras, porque yo las había visto ya en el cine o en los tebeos de Hazañas Bélicas, siempre me decía lo mismo: “mira, hijo, la guerra es horrorosa”. Y añadía algo que le había escuchado a no sabía quién: que no te dé nunca dios, o el diablo, todo lo que eres capaz de soportar. Me di cuenta de eso en Sarajevo: hasta qué punto los seres humanos somos capaces de soportar la cantidad de desastres que provocamos. Era otro elemento que me pareció muy positivo de la condición humana. Total, que esa guerra de Sarajevo me enseñó mucho. Salí muy tocado por la experiencia de lo que había vivido y con la cabeza llena de pensamientos

Cuando llegué a España, escribí los reportajes. Se publicaron y me pagaron. Me venía muy bien el dinero que había ganado. Pero me quedé con la copla diciendo: pero si en esos reportajes apenas he contado lo vivido. Había muchas cosas que no había podido incluir en los reportajes. El reportaje de un periódico siempre tiene un problema: la extensión. Tú no puedes hacer más que un número determinado de folios. Son pues muchas – 136 –


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las cosas que te tienes que guardar y recortar por fuerza. El papel es caro y no hay más remedio. Entonces, me dije: tengo que hacer algo. Decidí escribir un libro, un libro-reportaje sobre lo que había visto en Sarajevo. Así escribí , un libro que salió en una editorial pequeñita, apenas se tiraron ejemplares, y apenas se vieron en ninguna parte. En las cien páginas de narraba toda la experiencia de lo que había vivido en Sarajevo. Pero tampoco que quedé a gusto. Seguía diciéndome: si es que no lo he contado todo. Esas dos grandes ideas, esas dos ideas que había vivido y os he resumido: el horror de lo que sigesperanza y de llama que no se apaga nunca, de la condición humana, que escribir una novela. Me di cuenta de que tenía que hacerlo. ¿Por qué una novela? Porque era najes literarios, todo lo que yo había visto en esos personajes reales. También, que imaginasen, dentro de la realidad que era el entorno de Sarajevo, situaciones y escenas concretas, que sirvieran como paradigma de lo que yo había vivido, que explicasen al lector, no con teorías, sino a través de la sociedad civilizada en una guerra y lo que los seres humanos son capaces de construir, en base al amor. Creé unos personajes que me servirían para narrar esa historia: un persomedio del amor y de la dignidad ante la peor situación que puede vivirse. Y por otro lado, un periodista descarnado, un poco escéptico, que representaría esa condición humana, esa condición que tenemos todavía de ser capaces de levantar, desde nosotros mismos, un halo de esperanza. Hice la novela pensando además --y me di cuenta, y así lo escribí en el

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aproximarse a la verdad. Es la mejor manera de contar algo que es verdadero y que, sin embargo, si lo cuentas con datos reales, periodísticos, de libro de viajes, o de libro de crónicas, no te aproximas tanto, porque no vas a la hondura de las cosas. Es ahí donde yo creo que los personajes literarios enNos está contando algo importante sobre nosotros mismos. Salió la novela y tuve mucha suerte. Gané dinero con ella, para seguir algo que creo que es muy importante, que son los valores ciudadanos, los de Ciudadanos.

A

partir de ahí, he tenido esta misma sensación con otros libros que he escrito. Os cuento, por ejemplo, dos ya hechos. A mí me gusta contar

mi libro Vagabundo en África, por bastantes países africanos. Para llegar al Congo, pasé por Ruanda. Era en 1997. Ruanda había vivido en tres años antes, en 1994, las trágicas matanzas de tutsis a manos de los hutus. No se sabe todavía si murieron 200.000 o un millón de personas, sobre todo a machete. En Ruanda quise conocer alguno de los escenarios de aquella matanza. A unos 40 kilómetros de la capital, Kigali, estaba la iglesia de Nyamata. Es una iglesia católica, de adobe y de ladrillo, que casi no se usa ya como iglesia porque la han convertido en una especie de monumento, de recordatorio de aquel holocausto. En esa iglesia se refugiaron unos cientos de tutsis, que buscaban la protección de la iglesia católica. Cuando llegaron las bandas de hutus, armadas de machetes, los curas católicos, que eran italianos, escaparon y dejaron solos a los tutsis. Entraron los hutus y mataron absolutamente a todos menos a una persona. Asesinaron a machetazos a niños, mujeres, ancianos. A cientos de ellos. Una vez terminada la guerra, ¿qué hicieron los ganadores, los hutus, con la iglesia? La dejaron tal cual, como un museo del holocausto.

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En el exterior de la iglesia hay unas estanterías llenas de calaveras, como hemos visto tantas veces en Camboya. En las calaveras pueden verse los golpes de los machetes. Es terrible. Dentro de la iglesia dejaron los cuerpos esparcidos, tal como habían quedado tras la masacre. Los cuerpos, con el paso de los años, ya no están: lo que se ven son las ropas, hechas jirones, y muchos huesos, muchos de ellos destruidos. Están los reclinatorios, y los devocionarios, algunos cacillos, algunos muñecos de los niños. Entré en la iglesia. Me costaba mucho trabajo, pero me dije tengo que entrar para contarlo, tengo que contarlo. Vas andando y pisando huesos, que van sonando debajo de ti. Había un olor a cuero seco. Andaban por allí lagartijas. En lo que en su día fue el altar, había tres o cuatro calaveras. Era un escenario absolutamente desolador. Cuando salí, vi a una mujer. Le pregunté si era la guardesa y me contestó que si. - ¿Estaba usted aquí cuando la masacre? - Si, soy la única superviviente. - Y ¿cómo fue? - Murieron todos mis hermanos, mis padres, mis hijos y mi marido. Me dijo que tenía seis hijos. Ella había quedado oculta bajo los cadáveres. “No me mataron porque pensaban que ya estaba muerta”. Me quedé impresionado, pensando cómo se sentiría esta mujer, con todo ese terrible recuerdo, cómo podía seguir viva. Antes de que le preguntara, ella me dijo: - Mire usted, sigo viva porque tenía otro hijo. Lo tenía dentro. Me quedé aquí para alumbrar ese hijo, para que mi hijo siguiera vivo. ¿Y por qué vivir aquí?, le pregunté. ¿No le produce terror? Me contestó: – 139 –


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-- No tengo con qué ganarme la vida, no estudié, no sé leer ni escribir. La única manera en que puedo ganarme la vida es estar aquí de guardesa y así mi hijo puede comer con el dinero que me dan en propinas. Era una situación de supervivencia terrible, en un escenario terrible. Imagínense a esa mujer que lo había perdido todo y que permanecía en el lugar donde había matado a toda su familia. Lo curioso del asunto, que a mí desde luego no me pareció indigno, ni mucho menos, sino todo lo contrario, es que cuando le pregunté si le podía hacer una foto, ella me contestó que esperara un momento para arreglarse el pelo. Me llenó de ternura el corazón. Me dije hasta qué punto esta mujer quiere salir dignamente en una foto, hasta qué punto dentro del drama que ha sido su vida, esta mujer me está enseñando hasta donde llega la dignidad humana. Era otro ejemplo más de dignidad, en una persona iletrada y en un pueblo perdido del continente negro. Una mujer que no sabía nada de nada, que era muy pobre, sin educación, ni cultura, pero que sin embargo tenía esa dignidad interna que es consustancial a la naturaleza humana, a alguna gente de la naturaleza humana. Muchas veces pienso que aquella mujer era más elegante que muchos banqueros que salen en las fotos de las revistas del corazón y luego se funden nuestro dinero.

O

tro caso que recuerdo con un enorme cariño tuvo lugar en Congo. Recorría el río Congo, en un barco, cuando tuve una peripecia tremenda. Me hice amigo en el barco de un tipo de mi edad más o menos, que se llamaba Zelestín. Hablaba francés muy bien y viajaba al norte del país, donde había conseguido un trabajo. Era perito agrónomo. Había estudiado en Bélgica, cuando el Congo era aún una de sus colonias. El trabajo que le habían ofrecido estaba a mil kilómetros de su casa. Llevaba una brújula y todo el día la mirábamos en el barco, calculábamos los kilómetros que – 140 –


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nos faltaban para llegar a puerto. Fue un viaje muy bonito y muy terrible también. Casi me cuesta la vida. Le comentaba a Zelestin si no se iba a trabajar a un lugar muy alejado de su familia. Él me decía que sí, pero que había estudiado perito agrónomo en Bélgica, regresó a sus país, en la época de Mubutu (1) y nunca pudo ejercer su carrera. “Tuve que trabajar como obrero de la construcción, en un sitio en el que me pagaban muy poco. Todos los días tenía que andar dos horas desde mi casa al trabajo, y otras dos de regreso”. Por ello, Zelestin estaba contento, porque, me decía, “es la primera vez en mi vida que he encontrado un trabajo que se corresponde con lo que he estudiado”. Me aseguraba que lo peor que le puede pasar a uno es no poder trabajar en aquello para lo que te has preparado toda tu vida. Era 1997 y aquel hombre tendría entonces la misma edad que yo, unos 52 años. Miraba con cara de niño feliz, repitiendo que por primera vez en su vida podía trabajar en aquello para lo que había estudiado de joven. Esa ilusión que había en esa cara era la ilusión de la fuerza, la misma que había visto aquel matrimonio de Sarajevo o en la guardesa de Ruanda. Esa fuerza que hacía sentirme realmente bien conmigo mismo como ser humano. Que me hacía sentirme orgulloso de mi condición humana. Como estos ejemplos podría contar muchísimos más. Para terminar, añadiría que en todos los viajes que he hecho he aprendido muchas cosas sobre lo que son los derechos cívicos. He aprendido que los humanos somos todos iguales. No somos diferentes en función de nuestra cultura, de nuestra lengua, de nuestra religión, del color de la piel, no. Somos los mismos y sólo nos diferencian unas pocas cosas, que no tienen arreglo. Pero la gran diferencia es la que hay entre ricos y pobres. Y esa acabe la pobreza. Pero hay exceso de avaricia, y por ello la solución no es tan fácil. – 141 –


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Para terminar, diría que he aprendido a lo largo de mi vida que las diferencias entre los seres humanos son muy pocas y que desde luego no dependen de las razas, ni del color, ni de la lengua, ni de la religión. Que los problemas de los seres humanos son los mismos en todas partes: el hambre, la muerte, el dolor, la enfermedad. Y que también las alegrías son las mismas: la amistad, el amor, la comunicación, la solidaridad. Somos sola raza. Independientemente de que haya multietnias, somos una sola raza. No se puede decir la raza negra, la raza india, la raza amarilla o la raza un lenguaje políticamente incorrecto. Esto es todo lo que quería contaros como ejemplo de la vida de un viajero-escritor y de las cosas más sustanquizá pueda ilustraros en esta estupenda iniciativa de hacer una Escuela de Ciudadanía, en un pueblo como Manzanares. Así que, enhorabuena por la iniciativa y gracias a todos por escucharme. Manzanares, 8 de mayo de 2009

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