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ASÍ ME ENAMORÉ DE JAPÓN
Una ansiada maratón me llevó hace unas semanas a uno de los viajes más hermosos de mi vida. En Japón aprendí tantas cosas que se quedarán en mí como algunas de las mejores lecciones que haya recibido. Los japoneses son increíbles, sin aspavientos ni desplantes, te dejan boquiabierto. Ya sé que me van a salir con que tienen altísimas tasas de suicidio, que trabajan demasiado. Son dos de los temas que ellos saben que deben resolver. Lo cierto es que este es el país de los detalles. Todo, todo lo que hacen, lo hacen lo mejor posible. ¿Cómo no admirarlos?
- Los árboles de cerezo cada rama. Aprendí a hacer como ellos: no tocarlos, no tomar esas flores. Apreciar de cerca sin tocar, sin arruinar.
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- El tren bala impecable, como nuevo. Limpio, silencioso y puntual. Igualito que ellos. Qué delicia es ir en un tren donde cada uno respeta el espacio del prójimo. Todos callados; respetando que el de al lado va leyendo, viendo por la ventana, va en su mundo. Que nadie tiene que aguantar el reguetón del otro, ni escuchar a otro hablando a gritos por teléfono.
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uno con pescado, otro con verdude arrocito. Todo perfecto y acomodado. Fresco, fresquísimo. Tan seguros, tan independientes, con su mochilita y su celular, sin temor a asaltos.
- Tantos adultos mayores en bicicleta, haciendo ejercicio, subiendo y bajando gradas con bolsitas y morrales del mercado.
- La velocidad de internet… y bueno, ¡es 5G!
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- Caminé y caminé muchas cuadras, buscando un basurero: no hay. Es que se supone que no hay por qué producir basura. Se espera que dejes todo, tan limpio como lo encontraste. Si produjiste basura, te la llevas.
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Zona de lectura
“Qué pensarán de nosotros en Japón-pón” … decía Calle 13. No pude preguntárselos, porque ¡ninguno hablaba español, inglés tampoco! Pasé dos semanas en el país del sol naciente, y ni siquiera esa barrera del idioma impidió que me sintiera abrazada por la cultura, su poderosa delicadeza. Las pagodas, los budas, los cerezos, los templos, todo eso se ve increíble en la tele o en las fotos. Lo que no capta ninguna cámara es su carácter sereno, su pulcritud en las costumbres, esos valores milenarios que los tienen donde los tienen. Perdí la cuenta de la cantidad de veces que dije WOW, y me quedé boquiabierta (con la mascarilla puesta, pero boquiabierta) ante su estilo de vida, principios, rituales y sobre todo su educación y profunda espiritualidad. No, no son de abrazos, besos ni apretones: pero transmiten una calidez suavecita. Con ambas manos te dan un sobre, un paquete, el cambio de la compra, y luego una reverencia de agradecimiento. Sí, sabemos que sus jornadas de trabajo son largas. Que duermen poco. Pero están trabajando cuatro días a la semana. ¡Qué belleza disfrutar de esos parques limpios, hermosos, verdes, con un día más de descanso! Con señas y paciencia, nos comunicamos y resolvimos pequeños dilemas: cómo pedir comida, dónde subir al tren. Creo que ellos entendieron que esta mujer occidental (yo) con mis ojotes redondos no estaba acostumbrada a tanto orden, a rituales sencillos pero significativos como no entrar con los zapatotes sucios a cualquier recinto, ni andar tomando fotos donde no me dan permiso. Qué pena me dio ver rótulos donde, con dibujos, explican a los turistas que no hay que subirse a cualquier baranda, ni arrancar flo-
Esos Incre Bles
JAPONESES...DAN GANAS DE ABRAZARLOS Y TRAERSE UN POCO
res, ni molestar a las geishas. Tampoco hablar a gritos de lado a lado en el transporte público, y mucho menos comer en la calle. En Japón el respeto a los demás, la consideración al espacio personal de cada uno es importantísima. (Y una tan escandalosa y confianzuda). Nos llevan milenios por delante. La fe, la cultura, el desarrollo tecnológico. Este país tuvo que levantarse de las ruinas de una guerra, de una bomba atómica. Derrotados, pero de la mano, decidieron que harían todo nuevo, todo bien, juntos. Por eso hay un Issey Miyake, una Marie Kondo, un Haruki Murakami, una Yayoi Kusama… impecables en todo lo que hacen. Y en la calle, el resultado es eso: bicicletas sin candado ni cadenas, apoyadas ahí no más. Nada está vandalizado. Todo funciona. Es que todo es de todos, y todos lo cuidamos.
Japón no es “mi país”, Japón es un “nosotros”. Varias veces puse la tele para ver noticias. Aunque no entiendo japonés, ¿sabes cuántos hechos violentos vi en el noticiero? UNO. Uno, en dos semanas - un carro que atropelló a una señora-. Es tan poco común, que le dieron seguimiento al suceso varios días. Era LA noticia. Esos increíbles japoneses, sin aspavientos ni desplantes, te dejan boquiabierto. Dan ganas de abrazarlos y traerse un poquito de esa serenidad para este lado del mundo. Su poderío tecnológico es tan extraordinario como su compromiso de contemplación y respeto por la naturaleza. “Qué pensarán de nosotros en Japón”, no sé. Lo que pienso yo de ellos es que, saben vivir de una manera más consciente, y quiero aprender más de ellos.
*Funfact:¡nosabescuántoamanydisfrutanelbeisbol!
Gabriela Hearst incluye en su colección SS
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2023 piezas artesanales de aire conceptual