En el Caribe mexicano hay historias ocultas de robos descomunales. El litoral, de hecho, ha sido y sigue siendo saqueado. Los vastos territorios públicos de belleza única en el planeta han sido negociados desde los Gobiernos federales, estatales y municipales –con la complicidad de Legislaturas y Cabildos- a precios ridículos, o mediante turbias concesiones cuyos únicos beneficiarios han sido los personajes del poder que las han autorizado y los dueños de las empresas que los han obtenido. Se han vendido prodigios playeros, tasados en miles de dólares el metro cuadrado, en lo que cuesta ese mismo metro en una barriada mísera; el caso de Xcacel es emblemático de estas desmesuradas pillerías.