Estosdías 756

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S ignos LAS PIEDRAS DEL NEOMAXIMATO

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l senador Ricardo Monreal puede estar en el camino correcto. Andrés Manuel puede estar confiando más de la cuenta en el poder de esa mexicanísima adoración popular milagrera y devota de la que hasta ahora goza -como tantas en la historia de la perenne pobreza educativa nacional han sido-, y que por ese mismo voluntarismo ciego que le autoriza toda suerte de decisiones bien pueden, las peores de ellas, convertir su llamada ‘cuarta transformación’ del país, de un proyecto de Maximato neocallista a uno que se esfume en la bruma de tantas promesas fallidas apenas su dicharachero y omnipresente protagonismo desaparezca de la escena pública y, al cabo, de la memoria inmediata de la gente. Porque en México la feligresía puede creer en todas las gracias y sus tutelajes, por desaforados que sean, pero también, como enseñan la memoria histórica y la voz popular, ‘santo que no es visto no es venerado’, y su inmortalidad también se desvanece como un milagro. Y por esas tan pasionales y poco reflexivas formas de asumir la realidad y sus verdades en la cultura nativa, es que ocurre que la mayoritaria aceptación de un liderazgo político y moral se mantenga pese a la evidencia inequívoca de las decadentes perversiones que degradan, contradicen y niegan -en ejemplos que se multiplican en su entorno y donde ya no quedan emisarios de su virtud sino, más bien, escorias representativas de todo lo contrario- la verdad de sus prédicas y la oferta de su apostolado. Y a la postre el legado fantástico se funde en las disputas de una herencia y unos herederos que obran el desencanto idiosincrático de todos los tiempos: todos son iguales y la patria sigue siendo el mismo despojo de los canallas, los sicarios y los roedores que medran en los agujeros del poder y a costa de la iletrada fatuidad electora de todos nosotros. La misma postración democrática, al fin y al cabo, del mismo país de mierda prometido siempre en la víspera como el de la nueva transformación, la justicia institucional

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10/01/22

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y social, y el paraíso del bienestar y las oportunidades. La figura y el manto popular de Andrés Manuel siguen vigentes porque la esperanza de los fieles es lo último que muere. Pero se desangran y se desvanecen -en la noción intrínseca de la opinión pública y en la guerra facciosa de los bandos militantes de su movimiento de la ‘cuarta transformación’ y de la ‘regeneración nacional’- la causa de la moralización pública, la integridad y la fuerza del partido, y el prestigio de los dirigentes, los liderazgos y los grupos del círculo obradorista que día con día se parecen más a los de las bandas opositoras sobre cuyo escarnio hicieron crecer su propaganda y su presunto proyecto alternativo de Estado. Hoy día y en el discurso puede caber el formalismo de que en los negocios cupulares con las mafias aliadas del partido presidencial y en la designación de candidaturas identificadas por la vileza de sus beneficiarios y la sordidez de los sectores de poder por ellos representados, no ha tenido que ver el jefe máximo del país y de su partido. Pero en México los formalismos, políticos o constitucionales, son sólo tapaderas del tradicionalismo fáctico y de un torcido modo de ser amparado en las convenciones de la ‘vista gorda’. El más idiota sabe a ciencia cierta que lo que a Andrés Manuel no conviene en sus vastos territorios de dominio, nomás no pasa; que al que se revela lo exhibe o lo amedrenta; que cuando el veleidoso senador verde y exgobernador chiapaneco, Manuel Velasco, puso en duda las negociaciones de la alianza de su partido con el presidencial en torno a las reformas federales a aprobar, el jefe máximo mandó medio gabinete de seguridad y auditoría a la entidad que gobernó y lo puso de inmediato contra el paredón de los expedientes fiscales y judiciales, y el exgobernador y su partido optaron por alinearse y hacer mutis; y que, por supuesto, nadie ni nada se mueve, ni hay sociedad electoral del crimen ni perfil innoble que sea postulado, si a los intereses presidenciales no conviene.


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