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esde el momento en que un candidato a alcalde de su ciudad tiene que hacer campaña con un chaleco antibalas para evitar un segundo ataque a balazos —y no es el único en el país— las garantías democráticas se desvanecen. Guillermo Valencia, Memo, como le gusta que lo llamen, se enfrentó desde el pasado 8 de mayo al macabro dilema de seguir arriesgando su vida en una democracia que gotea. “Ahora que lo intentaron y no me mataron, ¿voy a darles el gusto de retirarme?” Eran alrededor de las nueve de la noche cuando un coche con tres sicarios interceptó la camioneta de Memo Valencia. Un plan de última hora lo libró de una muerte casi segura. Había quedado con un amigo en su casa para ver una pelea de boxeo y antes de que sus agresores se dieran cuenta, se había cambiado de vehículo. La camioneta con su cara y su nombre seguía derecho por una de las principales avenidas de la capital de Michoacán. A bordo iban uno de sus escoltas —como activista amenazado, contaba desde hace años con seguridad federal— y dos compañeras de su equipo de campaña. Un coche les cerró el paso y dos hombres se bajaron del vehículo y comenzaron a disparar, otro les seguía desde dentro. La camioneta quedó como un colador: agujereada por 31 impactos. Una asistente y el escolta resultaron heridos en la pierna. Ninguno de ellos ha querido continuar. Este semana, Valencia repitió el recorrido de la noche del atentado y observa el cartel con la amenaza de muerte en la explanada de una colonia popular de Morelia, el lugar donde llevó a cabo el último evento electoral de ese día. Mientras se percata de la lona con su rostro y el lazo negro, un grupo de cuatro escoltas y un chófer rodean al candidato, pistola a la cintura y dos fusiles de asalto preparados en la camioneta. “Es muy difícil hacer campaña así. Lo lógico cuando intentan matarte es esconderte, pero yo tengo que salir a la calle, hablar con la gente, caminar. Cualquiera se puede acercar con una pistola y dispararme. Es el 12
07/06/2021
I estosdías
riesgo”, cuenta desde el salón de su casa. A un lado, sus dos hijas de dos y seis años saludan tímidas. Su esposa lo observa resignada: “No paro de llorar. Pero lo respeto mucho y lo apoyo”. “Soy consciente de que huelo a pólvora”, apunta, golpeando duro contra su pecho protegido con una capa de kevlar Un amigo le ha prestado un coche blindado en el que recorre sus últimas horas de campaña, detrás va el convoy de hombres armados que sortea el tráfico y maneja dispuesto a despejar cualquier vehículo sospechoso. Valencia habla desde el asiento trasero del coche y mientras lo hace no pierde de vista una ventanilla y la otra, esperando el momento en el que suceda lo que cree que lleva escrito en la frente: “Soy consciente de que huelo a pólvora”, apunta, golpeando duro contra su pecho protegido con una capa de kevlar. “¿Viste el vídeo de la de Moroleón? Quizá uno como estos la hubiera librado”, advierte Valencia. Unas horas antes, se había hecho público el vídeo en el que Alma Barragán, candidata de Movimiento Ciudadano a la alcaldía de ese municipio de Guanajuato (a 60 kilómetros de Morelia), fue acribillada a balazos mientras hablaba en un mitin rodeada de decenas de personas. En las imágenes se escuchan las detonaciones y cómo un tiro le impacta directamente en el tórax. También, esa misma semana, el candidato del Partido Verde a la alcaldía de Uruapan