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El Bestiario “El Covid-19 es un castigo

El B stiario

Santiago J. Santamaría Gurtubay

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*Columnista Colaborador

“EL COVID-19 ES UN CASTIGO QUE ALÁ HACE RECAER SOBRE LOS NO MUSULMANES DE EUROPA OCCIDENTAL Y NORTEAMÉRICA”

Un ‘think tank’, cuya traducción literal del inglés es “tanque de pensamiento”, laboratorio de ideas, instituto de investigación, gabinete estratégico, centro de pensamiento o centro de reflexión es una institución o grupo de expertos de naturaleza investigadora, cuya función es la reflexión intelectual sobre asuntos de política social, estrategia política, economía, militar, tecnología o cultura. Pueden estar vinculados o no a partidos políticos, grupos de presión o lobbies, pero se caracterizan por tener algún tipo de orientación ideológica marcada de forma más o menos evidente ante la opinión pública. De ellos resultan consejos o directrices que posteriormente los partidos políticos u otras organizaciones pueden o no utilizar para su actuación en sus propios ámbitos. Los ‘think tanks’ suelen ser organizaciones sin ánimo de lucro, y a menudo están relacionados con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas o de otro tipo. Normalmente en ellos trabajan teóricos e intelectuales multidisciplinares, que elaboran análisis o recomendaciones políticas. Defienden diversas ideas, y sus trabajos tienen habitualmente un peso importante en la política y la opinión pública, particularmente en Estados Unidos y Europa Occidental. Además de promover la adopción de políticas, entre las funciones que cumplen los ‘think tanks’ están las de crear y fortalecer espacios de diálogo y debate, desarrollar y capacitar a futuros paneles políticos en su toma de decisiones, legitimar las narrativas y políticas de los regímenes de turno o los movimientos de oposición, ofrecer un rol de auditor de los actores públicos y canalizar fondos a movimientos y otros actores políticos. En Madrid, la capital de España, una de las metrópolis de la actual pandemia. Existe el ‘think tank’ Real Elcano, donde han seguido trabajando. Tres de sus investigaciones las hemos utilizado para esta columna: ‘Covid-19 y bioterrorismo’, de Fernando Reinares, director del Programa sobre Radicalización Violenta y Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad en la Universidad Rey Juan Carlos; ‘La crisis del coronavirus y el estatus internacional de China: cuando la geopolítica y la política doméstica no van de la mano’, de Mario Esteban, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, y ‘Estados Unidos frente al Covid-19’, de Carlota García Encina, investigadora principal del Real Instituto Elcano.

Pongámonos por un momento en la mente de un ideólogo o de un estratega que pertenezca al mando central de alguna importante organización yihadista. Bien podría tratarse de una de las dos organizaciones yihadistas con liderazgo reconocido, estructuras descentralizadas y alcance global, cuyos respectivos repertorios de violencia colectiva tienen en común el hecho de que otorgan preferencia al uso sistemático del terrorismo. Es decir, podría tratarse tanto de Al-Qaeda como de Estado Islámico. Pues bien, puestos en la mente de ese ideólogo o de ese estratega al que aludo, consideraríamos plausible que actualmente esté contemplando a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, desde algún lugar situado en, por ejemplo, el sur de Asia, en Oriente Medio o en el oeste de África, cómo la

pandemia del Covid-19 está alterando drásticamente el funcionamiento ordinario de las instituciones políticas y el normal desenvolvimiento de la sociedad civil en países que definiría, textualmente, como territorio de guerra dominado por infieles y que corresponden al mundo occidental. “La extensión y la letalidad del Covid-19 están poniendo de manifiesto que ni en el nivel nacional, ni en el europeo, ni en el global, estábamos en condiciones de reaccionar adecuadamente”.

No nos costaría demasiado imaginar, puestos en la mente de ese ideólogo o de ese estratega yihadista, que estos días estuviese además pensando en cómo los atentados del 11 de septiembre de 2001, pese al excepcional impacto que tuvieron, no impidieron que la inmensa mayoría de los estadounidenses, aun sobrecogidos por tan inesperado acto de megaterrorismo, continuasen con sus rutinas cotidianas sin que se clausuraran empresas ni se cancelaran espectáculos. Tampoco se nos antojaría raro que discurriese sobre cómo, pese a su alta letalidad y a la indudable conmoción que ocasionaron, los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid o los del 7 de julio de 2005 en Londres no derivasen en una perturbación tan severa de la vida social y de las economías nacionales. Ni nos resultaría extraño que diera vueltas a cómo el enorme impacto de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París no hizo que los ciudadanos franceses se confinaran temerosos en sus hogares durante semanas o que las autoridades cerraran escuelas, universidades, salas de concierto, hoteles y restaurantes.

Es muy probable que ese ideólogo o estratega yihadista esté convencido de que la pandemia que se extiende por Europa Occidental y Norteamérica es un castigo que Alá hace recaer sobre los no mu sulmanes. Puestos en su mente, sin embargo, podemos entender con facilidad que esté mascullando si, una vez que Occidente supere la crisis del coronavirus que en estos momentos observa a través de la prensa online y de las aplicaciones de mensajería instantánea, incluso sin conocer todavía cuáles serán la duración y los efectos finales de la misma, no sería posible volverlo a sumir en otra que conlle vara su irreversible decadencia. Una nueva crisis derivada no ya de una gran epidemia o una pandemia desencadena da a partir de un brote natural sino mediante la liberación intencionada de patógenos virales suficientemente dañinos y contagiosos. Ello causaría decenas o centenares de mi

les de muertos y un pánico en millones de personas que, agravado por el carácter provocado de la propagación de la enfermedad, desbarataría los fundamentos del orden social occidental. Eso es bioterrorismo. Pero un ataque bioterrorista de esa magnitud, similar o mayor en sus efectos sociales y económicos a los que está produciendo el Covid-19, requiere de unos medios que, como el ideólogo o el estratega en cuya mente nos he mos puesto reconocería, no están hoy al alcance de las organizaciones yihadistas. Aunque tanto al-Qaeda cuando tenía su base en Afganistán, como Estado Islámico mientras impuso su califato en Siria e Irak, han mostrado interés en utilizar con propósitos terroristas bacterias o toxinas, cabe deducir que si no lo han conseguido es debido a su inca pacidad para aunar el conocimiento, los materiales y la in

fraestructura necesarios. Es improbable, más aún respecto a la obtención, multiplicación y diseminación de patógenos virulentos, que estas condiciones cambien a corto plazo, aunque serán distintas si esas organizaciones yihadistas movilizan una masa crítica de extremistas con formación o experiencia científica, consiguen acceso a recursos tecno lógicos en laboratorios, se establecen en nuevos santuarios o negocian acuerdos con algún proveedor estatal. “Las me didas de protección necesarias ante una pandemia como la que estamos viviendo y las que nos prepararían ante otra derivada de un ataque bioterrorista coinciden en gran parte”. Ahora bien, ¿acaso un ataque bioterrorista diseña do para ocasionar una gran epidemia regional o una pandemia que, como la del Covid-19, previsiblemente incida con especial intensidad sobre las sociedades occidentales no pondría en peligro la vida de los propios terroristas o de musulmanes residentes en ellas? El ideólogo o estratega en cuya mente nos hemos puesto tendría respuestas que dar a esta pregunta. En primer lugar, definiría como acto de martirio la muerte de cualquier yihadista que pereciera tras haberse implicado directa o indirectamente en el ataque. En segundo lugar, aduciría que, antes de llevar a cabo el ataque, su organización cumpliría con la obligación religio sa de instar a los infieles a que se conviertan y de advertir a los musulmanes que emigren hacia territorios del islam. Por último, siempre podrá acudir a algún conocido doctri nario salafista que alegaría un hadiz como prueba literal de que no hay transmisión de enfermedades infecciosas sin permiso de Alá, de que el contagio de una persona sana por otra infectada sólo ocurre si es voluntad de Alá. Añádase a todo ello que los actores individuales y colectivos del yi hadismo global cuentan desde 2003 con un edicto religioso que justifica la utilización de armas de destrucción masiva si disponen de ellas y no pueden derrotar a los infieles por otros medios.

Los terroristas inspirados por la ideología del salafismo yihadista no son los únicos supremacistas que han aspirado a utilizar el bioterrorismo

La realidad del Covid-19 y la generalizada zozobra que está produciendo en un buen número de naciones occiden tales, además de la crisis ocasionada en China, de donde procede el brote de ese coronavirus, o de la inquietud en distintos países de otras regiones del mundo, nos sitúan frente a la amenaza real de una pandemia de origen na tural y diseminada involuntariamente. Pero también nos emplaza a reflexionar sobre la amenaza potencial de una epidemia a escala regional o de una pandemia derivada del bioterrorismo. La probabilidad de que una organización yi hadista consiga preparar y ejecutar un ataque bioterrorista comparable en sus resultados a la enorme crisis del nuevo coronavirus desencadenada por una masiva infección que tiene en Europa Occidental el epicentro de su transmisión, es baja. Pero la realidad del Covid-19 permite vislumbrar su posibilidad, incluso como amenaza existencial. Sin olvidar que los terroristas inspirados por la ideología del salafismo yihadista no son los únicos supremacistas que, en las últi mas décadas, han aspirado a utilizar el bioterrorismo. Las medidas de protección necesarias ante una pan demia como la que estamos viviendo y las que nos prepararían ante otra derivada de un ataque bioterrorista coinciden en gran parte. Esas medidas, basadas en la prevención, la detección y la respuesta, muy especialmente en lo que atañe a la existencia de vacunas que permitan contener y mitigar la propagación de un virus, pero también a la co bertura de los sectores sociales más vulnerables y al mantenimiento de la seguridad pública, exigen programas de anticipación y emergencia diseñados de manera coordinada en el ámbito nacional, que en escenarios tan interconec tados como el de la UE han de ser complementados con iniciativas regionales a su vez enmarcadas en una estra tegia global. La extensión y la letalidad del Covid-19 están poniendo de manifiesto que ni en el nivel nacional, ni en el

europeo, ni en el global, estábamos en condiciones de re accionar adecuadamente. Extraer lecciones de lo que está pasando será fundamental para afrontar otras pandemias, incluidas las imaginables como bioterrorismo. El estratega o el ideólogo yihadista en cuya mente nos acabamos de poner también extraerá las suyas.

La diplomacia de China siembra dudas sobre el origen del virus, dando pábulo a teorías conspirato rias que apuntan a EE UU

En contra de lecturas algo apresuradas que concluyen que la crisis del coronavirus reforzará la influencia inter nacional de China, un análisis más completo lleva a pronosticar un impacto más bien negativo sobre su posición económica y política en el mundo. “Más allá del efecto so bre los equilibrios internacionales de poder derivados del impacto directo del coronavirus en China, el desarrollo de esta pandemia puede tener un mayor efecto sobre el lu gar que ocupa el gigante asiático dentro de la comunidad internacional que sobre el de otros países”. Ser el origen del Covid-19 y haber actuado con falta de transparencia en el momento inicial será aprovechado por EE UU para redoblar su campaña sobre los riesgos de que las cadenas de valor de las empresas dependan demasiado de un país inseguro y las dudas acerca del liderazgo que puede ju gar en la gobernanza global un país tan opaco. Por eso las autoridades chinas están intentando compensar ese relato con muestras de su supuesta eficacia en el control de la epidemia, la colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la solidaridad sanitaria en algunos países europeos como Italia o España (algo facilitado por la acti tud poco proactiva de Estados Unidos y de la Unión Europea hasta el momento). A nivel interno, también parecen equi vocadas las previsiones iniciales que apuntaban a una pérdida de legitimidad del régimen. Al contrario, es probable que incluso se refuerce la posición del Partido Comunista, y si no lo hace será porque la economía se deteriora, pero no por causas políticas. Paradójicamente, en las democracias occidentales sí podrían producirse crisis de gobierno debido el daño económico y la gestión misma de la enfermedad.

Más allá del efecto sobre los equilibrios internaciona les de poder derivados del impacto directo del coronavirus en China, el desarrollo de esta pandemia puede tener un mayor efecto sobre el lugar que ocupa el gigante asiático dentro de la comunidad internacional que sobre el de otros países, debido a que el Covid-19 se originó en Wuhan. Esto no ha pasado desapercibido para múltiples actores dentro y fuera de China, que se preguntan por el papel que han jugado las autoridades chinas en el origen y gestión de esta crisis, aunque lamentablemente esto derive en ocasiones en alegaciones infundadas, como que el virus había sido creado en un laboratorio chino. En este contexto, en Pekín están particularmente preocupados por dos cuestiones: el lugar de China dentro de las cadenas globales de suminis tro y su imagen internacional. “En esta coyuntura cobra una enorme importancia la batalla por la narrativa sobre la crisis del coronavirus”.

Donald Trump anima a sus empresarios a redu cir su dependencia de China, diversificar proveedores y relocalizar su producción en EE UU

En China, al igual que en el resto del planeta, hay una gran intranquilidad sobre los efectos económicos de la crisis del coronavirus. Aunque gran parte de este debate pivota en torno al impacto sobre el ritmo del crecimiento económico a corto plazo, a las autoridades chinas también les inquietan los efectos estructurales a medio y largo plazo sobre el lugar que ocupa su país en las cadenas globales de valor. La Administración Trump ha animado constante mente a las empresas norteamericanas a reducir su dependencia de China, a diversificar proveedores y a relocalizar sus actividades productivas en EE UU, y ha impulsado este proceso mediante una guerra comercial con China que también ha afectado a las empresas de terceros países que

producen en este país. Todo ello ha tenido un impacto negativo sobre la economía china, que creció en 2019 medio punto porcentual menos que en 2018. En este marco, la crisis del coronavirus contribuye a erosionar todavía más la posición de China como fábrica mundial, proporcionan do munición a quienes cuestionan la fiabilidad del gigante asiático como base productiva, alegando que presenta múltiples dificultades que no se dan en las democracias avanzadas. Además, esta crisis añade una dimensión se curitaria nueva a esta controversia, muy vinculada en los últimos meses al desarrollo de las redes 5G, y que apunta ahora también a los riesgos de depender de China para la provisión de medicamentos y suministros médicos. En esta coyuntura, cobra una enorme importancia la batalla por la narrativa sobre la crisis del coronavirus. De ahí que, una vez que lo peor de la emergencia sanitaria en China ha quedado atrás, las autoridades de este país hayan pasado a la ofensiva para difundir una interpretación que contribuya a mejorar su imagen internacional. Cuando las noticias sobre una nueva enfermedad originada en Wuhan comenzaban a copar los medios de todo el mundo, el foco se ponía frecuentemente sobre dos cuestiones que dejaban en mal lugar a las autoridades chinas. En primer lugar, el origen de la enfermedad, derivado de prácticas alimenta rias que eran legales a pesar de constituir una amenaza evidente para la salud pública. En segundo lugar, la estra tegia de ocultación con la que se intentó gestionar en las primeras semanas la terrible amenaza sanitaria que se es taba gestando en Wuhan y cuya víctima más célebre fue el médico Li Wenliang. Esta falta de transparencia, que según algunos informes también se tradujo en presiones para que la OMS (Organización Mundial dela Salud) minimizara esta amenaza, ha generado una vez más dudas sobre el papel que puede jugar en la gobernanza global un país tan opaco como China.

El coronavirus evidencia los efectos negativos que están teniendo las tensiones entre Washington y Pekín para la comunidad internacional

Este escrutinio internacional sobre la responsabilidad de las autoridades chinas en el origen del Covid-19 y su respuesta durante las primeras semanas desde la aparición de esta enfermedad, no hará más que agudizarse a medida que las contundentes repercusiones sanitarias, económicas y políticas de esta crisis vayan golpeando los diferentes rin cones del planeta. De ahí el empeño de la diplomacia china por sembrar dudas sobre el origen del virus, criticando a los medios occidentales por dar por sentado que se originó en China y dando pábulo a teorías conspiratorias que apuntan a EE UU como el origen del virus. Asimismo, la retórica oficial china subraya la eficacia en la gestión de las autori dades chinas como el elemento clave que ha permitido una rápida contención de la epidemia dentro del país y que el resto de los países tuvieran más tiempo para preparar una respuesta antes de que la enfermedad alcanzase su territo rio. “China se presenta como un actor clave en la lucha de la comunidad internacional contra el coronavirus”. Desde este punto de vista, China se presenta como un actor clave en la lucha de la comunidad internacional contra el coro navirus por su colaboración con la OMS, su conocimiento sobre la enfermedad, su experiencia en la contención del Covid-19, sus medidas para mantener a flote la economía global, y su cooperación práctica con otros países grave mente afectados. En este último punto, destaca, por el momento, el envío de un equipo médico y 30 toneladas de material médico a Italia. España ha sido el siguiente ejem plo tras las gestiones de la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, con su homólogo chino. También hay que subrayar la contribución de la diáspora china, que en Es paña se está movilizando en múltiples lugares para facilitar mascarillas a la población y, especialmente, a personal sa nitario y policía. Esta colaboración práctica es muy apreciada por los líderes y por la población de los países afectados y puede contribuir a la mejora de la imagen de China en estas zo nas, que son, potencialmente, aquellas donde más se podría deteriorar dicha imagen. Además, la velocidad de la respuesta internacional de China contrasta con la lentitud de la UE y el unilateralismo de la Casa Blanca, cuya máxima expresión ha sido, por el momento, el intento de reclutar a virólogos alemanes de la Universidad de Tubinga para que trabajen en exclusiva para EE UU. En este sentido, cuanto menor sea la movilización de los actores tradicionales para afrontar la crisis del coronavirus fuera de sus fronteras, mayor será la visibilidad que adquiera la ayuda China y su apreciación como socio privilegiado. Aquí, teóricamente, se podría abrir una ventana de oportunidad para China por reforzar sus vínculos bilaterales con los países europeos en detrimento de EE UU, pero su recorrido probablemente será limitado por dos motivos. Primero, porque no es es perable que China destine a Europa una gran cantidad de ayuda, dados su panorama macroeconómico y el sentir de su opinión pública. Segundo, porque los países miembros de la UE seguirán manteniendo lazos más estrechos con EE UU que con China en materia económica y de seguridad.

Malestar popular con Xi Jinping por ocultar la aparición del COVID-19, reprimir a quienes intenta ban informar y reaccionar de manera tardía

Merece la pena profundizar un poco más sobre el papel de EE UU, pues el coronavirus supone una evidencia más de los efectos negativos que están teniendo las tensiones entre Washington y Pekín para la comunidad internacional. La Administración Trump decidió reducir sustancialmente la cooperación con China en materia sanitaria, lo que afectó al personal de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades desplegado en China. Esto ha evitado que hayan podido desempeñar un papel más significativo en la fase inicial de lucha contra el coronavirus, como sí hicieron en 2002 y 2003 frente el Síndrome Agudo Respiratorio Se vero (SARS). Es más, cualquier salida a la crisis económica global en ciernes será mucho más compleja si no hay una respuesta coordinada internacionalmente, lo que parece di fícil en el actual clima de desconfianza entre estas dos potencias. En cuanto a los efectos políticos dentro y fuera de China de la gestión de la crisis del coronavirus, la situación es mucho más ambigua y es bastante más probable que genere desafíos al liderazgo de gobernantes democráticos que al régimen del Partido Comunista de China. Es más, este último podría ver consolidada su posición. Estamos ante una situación paradójica, pues las autoridades del país cuya imagen puede verse más deteriorada por la crisis del coronavirus parecen correr menos riesgo de ver erosionado su liderazgo que sus contrapartes de otras latitudes.

En China ha habido un importante malestar popular con las autoridades por intentar ocultar la aparición del Co vid-19, reprimir a quienes intentaban informar de ello y reaccionar de manera tardía a la aparición de esta enfermedad. Numerosos medios y analistas se hicieron eco de esta situación fuera de China apuntando la posibilidad de que fuera el preludio de una ola de presión popular que conse guiría avances significativos en el derecho de acceso a la información y en la libertad de expresión en este país. Esta era la narrativa que a mediados de febrero inundaba las ca beceras de medio mundo, presentando el coronavirus como el Chernóbil chino. Sin embargo, un mes después, China está en vías de superar completamente esta pandemia, la población china ha incrementado su exposición a nuevas tecnologías que pueden usarse para el control social y las comunidades chinas asentadas en varias de las democra cias más desarrolladas del mundo comparan positivamente las medidas aplicadas en China para atajar el coronavirus frente a las que se están aplicando en los países donde ha bitan. Esto no quiere decir que la crisis del coronavirus no pueda erosionar la posición de las autoridades chinas, pero lo haría debido al deterioro que pueda provocar sobre la si -

tuación económica en el país, cuyo calado aún está por ver, no por una demanda directa de mayores libertades civiles o derechos políticos. “Esto hace que sea más factible que el Covid-19 acabe generando crisis de gobierno en países que son más plurales políticamente que China”. Esto contrasta con la situación en las democracias oc cidentales, cuyos líderes necesitan para mantenerse en el poder el apoyo de una ciudadanía menos dispuesta que la china a sacrificar derechos y libertades individuales en nombre de la seguridad y que cuenta con otras opciones políticas a las que brindar su apoyo en caso de que sus dirigentes no contengan eficazmente la emergencia sani taria. Esto hace que sea más factible que el Covid-19 acabe generando crisis de gobierno en países que son más plurales políticamente que China, aunque dichos gobiernos también podrían recibir réditos electorales gracias a una gestión exitosa de esta pandemia. Estos efectos pueden ser particularmente relevantes en las próximas elecciones estadounidenses y en el Reino Unido, donde Boris Johnson está tomando medidas que se apartan de las seguidas por la mayor parte de los países europeos y que podrían tener consecuencias dramáticas. El Covid-19 le contagió, lleván dole hasta la UCI en grave estado, debatiéndose entre la vida y la muerte.

Mientras la pandemia se expandía por Asia, Eu ropa y EE UU, el presidente norteamericano parecía desconectado de una crisis global

Después de semanas de hacer ignorado la posibilidad de que el Covid-19 se propagara por EE UU, el gobierno estadounidense se prepara por fin para hacer frente a una emergencia nacional. La estructura federal da a los esta dos las competencias en seguridad y salud, que implementan y gestionan, mientras que el gobierno federal les da el apoyo financiero y las directrices. Lo que sí ha descartado Washington es liderar cualquier esfuerzo internacional para atajar la propagación del nuevo virus y hacer frente a las consecuencias. Políticamente también están surgiendo las primeras consecuencias, con los demócratas que han visto trastocadas sus primarias, mientras que Trump busca ga rantizarse su reelección a pesar de la crisis. Han pasado varias semanas desde que acabó el juicio del ‘impeachment’ contra Donald Trump y casi ocho desde el primer caso de Covid-19 en EE UU. La absolución del presidente, gracias a la mayoría republicana en el Senado, le otorgó de una forma tácita poder más que suficiente como para seguir actuando como había hecho hasta entonces. Durante las semanas posteriores al juico político, atacó a jueces y fisca les por condenar a su amigo y ex asesor Roger Stone; echó al embajador estadounidense en la UE y al director para Asuntos Europeos del Consejo de Seguridad Nacional; obli gó a otros a renunciar a sus puestos por haber colaborado en la investigación del ‘impeachment’; y echó al director en funciones de Inteligencia Nacional por avisar de los es fuerzos de Rusia para interferir en las elecciones del 2020. Mientras, el coronavirus se expandía por Asia y Europa y también por EE UU, pero Trump parecía desconectado de una crisis global que empezaba a tener forma. Extrañaba su prudente actitud inicial dada su recono cida fobia a los gérmenes. Todo respondía a una estrategia política que prefería ignorar la información y los consejos de los expertos para evitar cualquier molestia a los merca dos. Una estrategia con la que tampoco se quería incordiar a China, con la que Washington acababa de alcanzar un acuerdo comercial, llamando demasiado la atención sobre el virus o sobre sus errores de gestión. Además, su propia reelección también quería cuidarla. Creó, eso sí, un Cuerpo Especial para el Coronavirus con el objetivo inicial de infor mar y hacer un seguimiento del brote en China, con quien afirmaba que estaba trabajando muy de cerca. De hecho, el gobierno estadounidense envió varias cajas con ayuda al país asiático y prometió 100 millones de dólares de ayu da a China y demás países afectados. Mientras, preparaba

nuevas evacuaciones de ciudadanos estadounidenses des de Wuhan.

Había pasado ya un mes desde que el nuevo virus llegara a EE UU, pero el riesgo, según la Casa Blanca, seguía siendo mínimo

Donald Trump presionó a sus propios funcionarios para que quitaran hierro al asunto y algunos incluso ad virtieron de la oportunidad que se abría para la economía estadounidense porque la crisis desencadenada en China podría traer de vuelta algunos empleos. Prefirió, además, dejar varado un crucero frente a la costa de California en vez de desembarcar a los pasajeros y tratarlos, para que los infectados no computaran en la casilla de EE UU. Afir maba una y otra vez que el virus estaba bajo control y que cualquier idea contraria era un “bulo” de los Demócratas, que comenzaban a criticar su gestión frente a la expan sión del Covid-19. Había pasado ya un mes desde que el nuevo virus llegara a EE UU, pero el riesgo, según la Casa Blanca, seguía siendo mínimo para los estadounidenses. Sin embargo, a nivel local se empezaban a cerrar algunas escuelas y universidades, y se limitaban o suspendían las reuniones públicas. El 11 de marzo la OMS declaró la pandemia a nivel mundial por el Covid-19, momento en el que Donald Trump decidió pivotar y declarar, desde el Despacho Oval, la gue rra al “virus extranjero”. Echó la culpa primero a China y después a la UE por propagarlo –sin expresar solidaridad por lo que estaba pasando en lugares como el norte de Ita lia– e insistió en el “bajo, bajísimo, riesgo para los estadounidenses”. La declaración estuvo impregnada de un severo tono nacionalista, quizá no el más adecuado después de haber tenido que cambiar radicalmente de postura. Animó al Congreso a aprobar un recorte en el impuesto sobre la renta, advirtió a la gente de más edad que tuviera cuida do y evitara viajes no esenciales, y prohibió los vuelos de

Europa a EE UU, una medida que posteriormente tuvo que clarificar y rectificar en algunos puntos (como que la pro hibición afectaba también a las mercancías). No fue capaz de explicar la escasez de pruebas diagnósticas en el país y no habló sobre cómo debían prepararse para afrontar lo que se les venía encima. En vez de llevar la calma, su dis curso desde la Casa Blanca aumentó la confusión en los mercados y entre los viajeros estadounidenses y los líderes internacionales. Dos días después, declaró la emergencia nacional por que ya no podía infravalorar al “virus extranjero” que había trasladado el campo de batalla a su frente interno. La situa ción de emergencia nacional está diseñada para acelerar el apoyo federal a estados y localidades que habían comenza do a combatir la enfermedad, con la liberación de 50,000 millones de dólares de fondos federales, que se sumarían a los 8,300 millones de dólares para apoyar a las personas que se quedaran sin empleo como consecuencia de las me didas restrictivas que a nivel local se estaban implementando y que el Congreso tenía pendiente de aprobar. El fondo de emergencia se proporcionaría a través del Stafford Act, una ley federal que rige los esfuerzos de ayuda ante desas tres naturales que, a diferencia de las pandemias, suelen afectar a una región concreta y no a todo el territorio. La decisión de tomar este paso era, además, una admisión tácita de los errores cometidos.

La economía es ahora principal preocupación para Donald Trump, es año electoral y su buena mar cha parecía garantizarle la reelección

La Reserva Federal anunció seguidamente el recorte de los tipos de interés a prácticamente cero junto con otra serie de potentes medidas. Desde entonces la respuesta de la Administración ha ido escalando peldaños, presentándo se un segundo paquete de estímulo de 850,000 millones de dólares que dé alivio a las aerolíneas, a las pequeñas empresas y a los contribuyentes, y un tercer paquete en la que trabaja el Congreso y que cuenta con el apoyo de la Casa Blanca, con el que se puede alcanzar una cifra re cord de miles de millones de dólares, incluido un cheque de 1,000 dólares a cada estadounidense. Se trata de sacarlo adelante con el apoyo del Partido Republicano, que tiene la responsabilidad de compartir las decisiones presidenciales

en esta complicada situación. Desde entonces las apariciones del presidente de EE UU refle jan un cambio radical ante esta crisis, con un semblante mucho más serio, advirtiendo so bre la prolongación de la crisis y sobre la recesión económica que se les viene encima. La economía es ahora su principal preocupación, sobre todo porque es año electoral y su bue na marcha parecía garantizarle la reelección.

La capacidad y el papel del gobierno fe deral en EE UU en una situación como esta no son los mismos que los de China o de muchos otros países occidentales. La Décima Enmien da a la Constitución de EE UU reserva a los estados las competencias sobre seguridad y salud pública. Son los estados, por tanto, lo que gestionan la seguridad y salud, que se ejecuta localmente bajo un mosaico de leyes y regulaciones que varían de jurisdicción en jurisdicción, mientras que el gobierno federal da apoyo, principalmente financiero. Algunas ciudades como Nueva York y Boston, tienen grandes presupuestos y regulaciones muy claras, e incluso experiencia en epidemias. También es cierto que una gran mayoría de EE UU tiene menos suerte a nivel local, con agencias que cuentan con poco presupuesto, poco personal y poca experiencia. Es precisa mente en tiempos de crisis cuando grandes y pequeñas localidades se apoyan más que nunca en el Gobierno federal, porque necesi tan no sólo sus fondos sino también sus directrices.

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, estableció la primera área de contención, la Guardia Nacional controló el aislamiento

En las primeras semanas desde el primer caso con firmado en EE UU, los líderes estatales y las instituciones sanitarias locales tomaran la iniciativa para frenar la propa gación del Covid-19, junto con un dinámico sector privado y sin olvidar el compromiso cívico de los estadounidenses. Antes de que Donald Trump declarara oficialmente la gue rra al Covid-19, corporaciones, universidades e iglesias se habían puesto a la vanguardia de los esfuerzos nacionales, activando duras medidas. Decenas de facultades y univer sidades, desde Berkeley hasta Harvard, cerraron; líneas aéreas como Delta y American Airlines informaron sobre la reducción de los vuelos internacionales; y las residencias de ancianos recomendaron prohibir las visitas de amigos y familiares. En New Rochelle, el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, estableció la primera área de contención en el país, desplegando a la Guardia Nacio nal para controlar la zona de aislamiento. Algunos estados declararon la emergencia independientemente de la decla ración de emergencia nacional que les permitía movilizar recursos ya y actuar rápidamente. San Francisco lo hizo el 25 de febrero, seguida de otras ciudades que declararon la emergencia sanitaria: el 29 de febrero lo hizo el estado de Washington, California el 4 y, de forma escalonada, le siguieron Maryland, Kentucky, Utah, Nueva York y Florida, estos dos últimos el 7 de marzo. Trump lo hizo el 13 del mismo mes. Amazon restringió los vuelos a China de sus emplea dos a finales de enero y, posteriormente, los vuelos no esenciales dentro de EE UU. También donó un millón de dólares –al igual que Microsoft– a Seattle para mitigar los efectos económicos. Google anunció que sus trabajadores podrían trabajar desde casa inmediatamente después de que California declarara el estado de emergencia. Le siguió Facebook. Ambas compañías se reunieron con la OMS para hablar sobre posibles respuestas y proveyeron fondos al fondo de respuesta solidaria Covid-19, lanzado por la OMS junto a la Fundación de Naciones Unidas y la Fundación

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