Ver para creer. Cuba, ese pequeño país caribeño comunista con poco más de 11 millones de habitantes y una renta per cápita tres veces inferior a España, está poniendo en jaque con su vacuna Soberana a las grandes multinacionales farmacéuticas. Ha comenzado la vacunación masiva de su población y la suministra gratuitamente a los turistas. Para septiembre calculan que estarán inmunizados el 70% de sus ciudadanos. ¿Cómo es posible que la Unión Europea no tenga su propia vacuna a pesar de poseer el talento y los recursos necesarios? Cuando estalló la pandemia en marzo del 2020 Pedro Sánchez prometió ayudas a los centros de investigación para que España tuviese su propia vacuna. Los científicos iniciaron una carrera contrarreloj, en previsión de que las soluciones de otros países no funcionaran o hubiera problemas de abastecimiento, que es exactamente lo que ha sucedido. Se iniciaron diez proyectos de investigación y cinco de estos equipos pretendían empezar los ensayos en humanos antes de que acabase el 2020. Hay tres proyectos avanzando. Pero más decepcionante aún es lo que ha pasado en la UE y su apuesta por Oxford-AstraZeneca. Pronto se puso de manifiesto que no era tanto una vacuna europea como británica y que no se le permitirían cumplir sus compromisos con el continente hasta que no estuviesen vacunados los británicos. El hecho es que mientras en los países comunitarios aún no se ha terminado de poner las dosis a los mayores de 80, en Inglaterra ya están vacunado a los de 40. Se argumenta que las autoridades comunitarias no han sabido negociar bien los contratos. Por querer apretar en el precio los laboratorios han dado prioridad a los países que han pagado más, como Israel, Estados Unidos o Emiratos Árabes. Además, norteamericanos e ingleses introdujeron una cláusula prohibiendo la exportación de viales que se fabricasen en su territorio hasta que sus ciudadanos no estuviesen inmunizados, detalle que olvidó la Unión Europea en su negociación. Se ha aplicado la regla de “quien paga manda”. Ante esta situación, la opinión pública se pregunta hasta qué punto la UE debería apoyar con recursos públicos una farmacéutica capaz de tener su propia vacuna y no depender de los demás. Hay opiniones para todos los gustos. Una parte de los dirigentes políticos opinan que no se trata de tanto de tener una vacuna europea como de cambiar la regulación. La pandemia demostró que la descentralización de la producción a China es un riesgo geoestratégico. Al paralizarse el país asiático se han suspendido los suministros y se ha frenado la industria europea. La Unión Europea se ha convertido en una región totalmente dependiente. Una cosa es cierta, y es que las vacunas ya son estratégicas, pues de ellas depende la salud de los ciudadanos, su economía y hasta su libertad Hay actividades o productos estratégicos que tienen que ser controlados por los estados. Hay sectores que necesitan una regulación que corrija los fallos de mercado. Una cosa es cierta, y es que las vacunas ya son estratégicas, pues de ellas depende la salud de los ciudadanos, su economía y hasta su libertad. No se trata de un fármaco más, sino un arma potentísima en la geopolítica del nuevo mundo poscovid-19. Lo cierto es que las grandes potencias controlan su destino a través de sus farmacéuticas. Estados Unidos cuenta con Moderna y Pfizer, que están sometidas a su regulación. Rusia tiene Sputnik, China tiene Sinofar, Reino Unido tiene AstraZéneca... con las que no solo inmunizan a su población, sino que ejercen con ella su influencia
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12/04/2021
I estosdías
diplomática. Hasta Cuba tiene Soberana, con la que trata de influir en los países no alineados. Pero esto no solo pasa con las farmacéuticas, sino con otros mercados estratégicos como las grandes plataformas que controlan el negocio de los datos. EE UU ha diseñado un marco económico que protege a las empresas, por su parte, China mantiene el control de todo en manos del Estado y Europa argumenta que su modelo protege al individuo. ¿Es posible proteger a las personas sin medios de producción ni empresas propias? ¿Se puede proteger a los individuos solo con una regulación? La verdad es que la Unión Europea ha vuelto a fallar por no tener su propio laboratorio. El desprestigio que ha acumulado AstraZeneca está más que demostrado. Incumplió los suministros, su eficacia es menor, los efectos secundarios han desatado la alarma social y, por si esto fuera poco, ha engañado escondiendo 30 millones de dosis en Italia para suministrar a terceros países de estrangis. En este momento en que tenemos que pensar el mundo que nos viene después de la pandemia. Debemos ser más pragmáticos y menos confiados de lo que hemos sido hasta ahora. La gran industria farmacéutica, o ‘Big Pharma’ en su sinónimo despectivo, es seguramente uno de los sectores empresariales considerados más sospechosos por la población planetaria. Prefieren, se dice, investigar en la calvicie del mundo rico antes que en la malaria del pobre; manipulan, se dice, los ensayos clínicos de maneras sutiles para apantallar los efectos secundarios de sus moléculas estrella o amplificar sus propiedades curativas; presionan, se dice, a los gobiernos y a la Organización Mundial de la Salud para que avalen sus fármacos nuevos y, en su caso, financien su coste para la población afectada; inventan, se dice, enfermedades inexistentes (disease mongering) para generar en la gente una necesidad superflua. Desde ‘El tercer hombre’ –el primer thriller farmacéutico de la historia, con guión de Graham Greene— hasta ‘El jardinero fiel’ de John le Carré, la ‘Big Pharma’ se ha llevado suyo también en el arte. Si un hada buena destruyera ahora mismo la ‘Big Pharma’, se habría cargado la mitad del avance de la medicina Es fácil pensar así, y la historia reciente bulle con casos particulares que podrían avalar cualquiera de esos puntos. La comunidad médica y sanitaria hace bien en permanecer alerta ante cualquier abuso. Pero quedarse ahí es perderse la mitad de la historia. Porque, si un hada buena destruyera ahora mismo la Big Pharma, se habría cargado la mitad del avance de la medicina. Miles de buenos científicos dedican lo mejor de sus vidas a investigar para estos grandes laboratorios, y algún día habrá que hacer una lista de ellos y reconocerles su aportación a la ciencia. Un buen nombre para empezar puede ser el de Mariagrazia Pizza, descubridora de las vacunas contra la tos ferina y contra la meningitis B. Y sí, empleada de Glaxo (GSK), una de las grandes. El farmacéutico es un sector de alto riesgo. Una empresa puede invertir 10 años y una pasta gansa en una molécula que acaba estrellándose en el primer ensayo clínico. Un nuevo fármaco puede topar con la actitud hostil o indiferente de una agencia del medicamento o una dirección general de salud pública. Y las vacunas son el negocio más delicado de todos. Son medicina preventiva, y por tanto merecen apoyo público, pero una cosa que le pinchas al paciente una vez, o solo unas pocas, y le deja protegido toda la vida no es el modelo de negocio que tiene en mente un broker de Wall Street. Un abogado de colmillo retorcido