desaparecido. Tribus enteras con su lenguaje y sus costumbres se esfumaron en pocas décadas. ¿Cómo era esto posible? Para entender este aparente misterio tenemos que remontarnos mucho tiempo atrás. Hace aproximadamente setenta mil años los Homo sapiens modernos salieron de África e iniciaron el largo viaje que los llevaría a colonizar casi todos los rincones del planeta. Probablemente sus protagonistas no tenían intención de irse muy lejos, sino más bien encontrar nuevas tierras donde habitar empujados por el lento pero incesante aumento de la población, recorriendo quizás unos pocos kilómetros por generación. Hace sesenta y cinco mil años algunos de sus descendientes se internaban en Eurasia a través de la India. De acuerdo con la evidencia genética, el linaje de los europeos y de los amerindios se escindió en esa fecha. El primero empezó a ocupar una Europa habitada entonces por los neandertales, y el segundo siguió avanzando hacia el este hasta Siberia y cruzó el estrecho de Bering hace entre dieciséis mil y doce mil años (hay bastante controversia en cuanto a la fecha), extendiéndose rápidamente por el continente americano. Desde la antigüedad, Eurasia haya sido un continente más ‘conectado’ que América, con mayor frecuencia de migraciones e invasiones Por supuesto, los sapiens que iniciaron el largo viaje eran cazadores-recolectores, una forma de vida poco favorable para el desarrollo de enfermedades. Los cazadoresrecolectores suelen vivir en grupos relativamente pequeños y aislados y suelen tener una gran movilidad en función de la disponibilidad de alimento. No es que no tengan enfermedades, pero estas no pueden dar lugar a epidemias de grandes proporciones, y la movilidad no favorece el establecimiento de parásitos cuya reinfección tiene lugar a través de aguas contaminadas. Por lo que sabemos, la especialidad estrella en la medicina paleolítica debió ser la traumatología. Sin embargo, el modo de vida de los cazadores-recolectores empezó a hacerse minoritario con la invención de la agricultura, hace unos diez mil años, que surgió en distintas partes del planeta de forma independiente. El modo de vida del Neolítico, sin embargo, es mucho más proclive a las enfermedades. En asentamientos permanentes y con una densidad de población mucho mayor, las probabilidades de infección aumentan enormemente. Más importante aún es la convivencia estrecha con especies domésticas. De acuerdo con el historiador William McNeill compartimos sesenta y cinco enfermedades con los perros, cincuenta con el ganado vacuno, cuarenta y seis con cabras y ovejas, cuarenta y dos con los cerdos, treinta
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05/10/2020
I estosdías
y cinco con los caballos y veintiséis con las gallinas. Cuando comenzamos la agricultura y la ganadería, los humanos empezamos también a cultivar enfermedades. Es cierto que la agricultura se desarrolló tanto en Eurasia como en América y en ambos casos esto dio lugar al desarrollo de estructuras sociales más complejas, pero existen grandes diferencias entre ambos continentes en este aspecto, las cuales son clave para explicar las historias inmunológicas de ambas poblaciones a comienzos del siglo XVI. Una diferencia importante estriba en el hecho de que el eje del continente euroasiático está orientado de este a oeste. Esto significa que se puede recorrer de una punta a otra manteniéndose, más o menos, en la misma latitud y esto es una circunstancia muy favorable para el movimiento de pueblos. De ahí que Eurasia haya sido un continente más ‘conectado’ que América, con mayor frecuencia de migraciones e invasiones. Y con las personas viajan también sus enfermedades. En el 431 antes de Cristo, Atenas estaba en guerra con Esparta. Pericles, el dirigente de Atenas elegido democráticamente, prefirió reforzar las defensas de la ciudad en vez de confrontar a la poderosa infantería espartana y esperar a que estos se cansaran de sitiar la ciudad. La idea podría haber funcionado; pero muchos de los habitantes del campo se refugiaron, lógicamente, en la ciudad, provocando una peligrosa masificación. En el 430 antes de Cristo se declaró una virulenta epidemia que duró cuatro años y eliminó a una cuarta parte de la población. El ejército ateniense perdió a más de cuatro mil soldados de infantería y a trescientos de sus caballeros. Se trata de la primera epidemia de la que existen pruebas históricas, aunque no sabemos con certeza cuál fue el patógeno que la ocasionó. La historia está jalonada de acontecimientos como este: la peste antonina (165-180), la plaga de Justiniano (541-543) y, sobre todo, la peste negra, que asoló Europa y parte de Asia entre 1347 y 1353, constituyen algunos de los ejemplos más relevantes y terroríficos. En la mayor parte de los casos, las nuevas epidemias comenzaban por el salto del patógeno desde un animal doméstico al hombre o por la aparición de una cepa más virulenta. Con el tiempo, la población iba adquiriendo cierta resistencia a estas enfermedades que, en algunos casos acaban convirtiéndose en ‘enfermedades infantiles’, como el sarampión o las paperas; se suponía que todos los adultos tenían resistencia porque las habían pasado, y aunque no eran tan devastadoras como la peste bubónica, podían matar o causar graves secuelas en algunos casos. Españoles y portugueses sufrieron tempranas invasiones, viajaron con las legiones romanas, los americanos eran completamente naíf Desde la época del Imperio Romano, las ciudades constituyeron un verdadero foco de enfermedades infecciosas debido al hacinamiento y la ausencia de agua corriente. Los cadáveres de los perros, gatos, e incluso algún caballo se pudrían en las calles sin que nadie se molestase en recogerlos. A esas mismas calles se arrojaban desde las casas todo tipo de residuos, sin otra precaución que la de gritar ‘¡Agua va!’ momentos antes de la descarga. La tasa de mortalidad en las ciudades medievales era tan elevada que la población solo podía mantenerse gracias al flujo de nuevos ciudadanos procedentes del campo. Sin duda, los supervivientes a esta situación constituían una especie de ‘élite inmunológica’, la cual podía ser muy peligrosa para los habitantes de otras regiones. En particular, españoles y portugueses tenían un nutrido historial en este sentido: habían sufrido invasiones recurrentes desde fecha muy temprana, habían viajado con las legiones romanas y habían estado conectados con el mundo musulmán, mucho más globalizado que la Europa cristiana. En contraste, la