Suburbios de ricos florecen entre matorrales periféricos sin ley ni calles asfaltadas un alumbradas, y tras los altos muros de las mansiones, identidades e historias indecibles colonizan un destino urbano cada vez más propicio para el hampa. Eso donde se acomoda la gente anónima de los negocios. En el rumbo contrario están los que llegan con una mano atrás y otra adelante, y se convierte en carne de cañón de las mafias electoreras o del crimen organizado. Son decenas de miles de nuevos pobladores de Cancún por año. Miles de oportunidades para hacer dinero sucio en el gobierno. Un destino de saturación, de agobiante lumpenaje, de prematura y anunciada decadencia. No hay alternativas sustentables, sino amenazas de incrementar hasta el límite la masividad.