Mire nomás a lo que hemos llegado. Los forajidos están acabando con el oro de Cancún. Ya ni siquiera los sicarios, los extorsionadores, los sembradores del miedo. Ya no es sólo la violencia organizada y la peligrosa indigencia que nos exhibe ante el mundo y nos espanta el turismo, que es de lo único de lo que sabemos vivir. No señor. Se trata de los que han gobernado y gobiernan este paraíso convertido en un antro de rufianes voraces y canallas. ¿Pos cómo vamos a acabar con el crimen si los que llegan al poder aquí son un atajo de criminales? No, señor; así nomás no se puede. Y si usted es gente de bien mejor no venga, que aquí va a encontrar los mejores ejemplos de lo peor de la condición humana: los que ganan elecciones y los que heredan el botín; esa gente que se mata por el poder; esa izquierda y esa derecha irremediables que son lo mismo a fin de cuentas. Esos, señor, que están acabando con Cancún. Que están haciendo de la tierra prometida un llano en llamas.