No hay presupuesto, alegan las autoridades. Y no hay presupuesto porque el asunto no preocupa ni tiene la menor importancia. Pero el caso de los penales es crítico e insoslayable porque en ninguna entidad del país se asocian mejor las tendencias, en crecimiento sostenido, del delito común y del crimen organizado. A ningún otro arriba tanto inmigrante del tipo del que llega a hacinarse a Quintana Roo, donde no puede encontrar un trabajo de calidad y donde la oferta y la tentación delictiva se reproducen al ritmo de esa colonización desenfrenada y sin política pública ninguna que la contemple y la trate de remediar. Los penales son improvisaciones fallidas donde todos los presos, los inocentes y los peores homicidas, se juntan, y los primeros acaban superando a menudo la impiedad de los segundos. En esos guetos mandan los narcos. Eso se sabe de sobra pero no inquieta a quienes deben decidir sobre ello. Se llama complicidad. Así de simple.