Félix hace un balance de su vida como gobernador a poco más de dos meses de dejar de serlo, y asegura que los deberes fundamentales de su responsabilidad están llegando a buen puerto; sobre todo, apunta, si se considera la empinada cuesta de las crisis climáticas, sanitarias y económicas que su liderazgo ha debido remontar, y a la luz de los conflictos, desavenencias y resistencias políticas que también ha tenido que acometer para generar la confianza, la necesaria armonía y el ámbito de gobernabilidad que los retos del nuevo tiempo del estado le han impuesto a su mandato para crecer, y para hacerlo en la era de una diversidad partidista a menudo tan bizarra y tan fuera de control; de fuertes disputas democráticas que tanto obstaculizan, retardan y comprometen la marcha y la viabilidad misma del país. Félix es un hombre optimista y convencido de sus metas y de sus recursos para alcanzarlas.