En tiempos de precariedad presupuestal, suprimir estructuras, presupuestos partidistas y gastos para elecciones, es un imperativo inexcusable. Nada hay más superfluo, oneroso y prescindible que las campañas ayunas de liderazgo y contenidos. Y si se propuso en la reforma electoral de 2008, y si el presidente Peña lo anunció como un propósito suyo al asumir el poder, y si está consignado como uno de los compromisos del Pacto por México, y si los ciudadanos lo exigen y todos los partidos dicen estar de acuerdo con ese sentir de los electores, ¿por qué entonces la reforma para crear un instituto nacional electoral que suprima gastos y conflictos políticos sigue siendo sólo una colina en disputa entra las facciones del PAN y un tema sin agarraderas en la opinión pública?