Sí, es la única alternativa para los miles de inmigrantes pobres que van y vienen entre Cancún y las ciudades y los pueblos más cercanos o más distantes de la República Mexicana, porque es el servicio de transporte más barato, por supuesto, en este país que un día decidió deshacerse del ferrocarril, una de las opciones más importantes y en más dinámico proceso de modernización y desarrollo en las economías más grandes y en las emergentes del mundo entero. Pero es también, el de los autobuses foráneos piratas de Cancún –anunciados además como cómodas unidades de agencias de viajes de turismo, que es lo único que nunca podrían ser-, el más inseguro y el más arbitrario, irresponsable y molesto en su operación. Y es también un gran negocio para sus dueños, para la Policía Federal de Caminos, y para las autoridades del ramo de los tres niveles de Gobierno, en cuya complicidad prospera, como prosperan la anarquía del crecimiento urbano.