Con una “caballada” famélica –como habría de parodiar el cacique guerrerense de los tiempos clásicos del “partidazo”, Rubén Figueroa, la crisis de liderazgos-, con aspirantes que sólo son conocidos entre las militancias más distinguidas de sus partidos, y sin más expediente político que el der ser amigos o representantes de los intereses de quien los puso en el camino del poder público, el distrito electoral más volátil de Quintana Roo –y el más importante por los valores económicos y demográficos que se congregan en él y que definen en gran medida el destino de la entidad- se enfila a unos comicios que pintan para ser un fiasco democrático y un fraude representativo en términos de lo que de ellos resulte para representar a los ciudadanos en el Congreso de la Unión. La apatía, la desconfianza, el abstencionismo y la degradación de la alternativa electoral como posibilidad de bienestar social, es lo que se advierte en el panorama de las elecciones federales venideras.