México tiene una riqueza gastronómica de las más altas del mundo. Su diversidad culinaria es única. La variedad de su cocina regional es tan significativa como su multiplicidad étnica, su pluralidad cultural y sus contrastes geográficos y naturales. Es uno de los Patrimonios de la Humanidad, en el catálogo de la Unesco. Y, sin embargo, no existe una política de promoción ni estrategias que hagan de la riqueza de la comida mexicana, de sus tradiciones y de los valores de su cultura, un activo importante para la economía nacional y una alternativa de diversificación de la oferta del mercado turístico. Ese potencial permanece sin producir lo que debiera porque el sector restaurantero está desorganizado y no tiene influencia en las políticas de promoción de la industria, mientras al sector hotelero poco le importa.