A medida que las ciudades turísticas crecen, se aglomeran, se desdibujan y se deshumanizan. La vialidad se torna una calamidad. Los espacios urbanos expulsan a los peatones –y a todas las especies naturales- y son saturados por los automotores. El hacinamiento y el caos se hacen cultura. La cultura se hace ruido. La urbanidad se torna en su contraria: la incivilidad. Cancún, por ejemplo, es la primera ciudad turística del país. Fue el primer “centro turístico integralmente planificado”. Su zona urbana se pensó para la convivencia apacible y vecinal. Y hoy no se puede andar en ella. Crece al garete y se ha congestionado de vehículos. Y se sigue aglomerando y expandiendo sin fin y sin control. No tiene sitio para los peatones. Mucho menos para los discapacitados.