En Quintana Roo están creciendo generaciones perdidas y condenadas al fracaso y al suicidio (físico, espiritual o de ambos) en proporciones superiores a las del resto de las entidades del país y de muchos otros lugares del mundo, entre otras cosas merced al elevado consumo de sustancias tóxicas cuya ascendente consistencia bate sus propios récords y le otorga a su sociedad, junto a la del DF –aunque con más impulso que la del DF-, el campeonato nacional de adicciones, en la triple modalidad de consumidores adultos, adolescentes y niños. El fenómeno está asociado, desde luego, a la densidad inmigrante, también la más elevada y pobre, y en el entorno turístico también más rentable y próspero para las empresas del ramo –y para sus socios del sector público- y con más desigualdad del país, así como a las patologías sociales y humanitarias que la marea de la demografía y el crecimiento sin rumbo provoca.