JUAN ERLICH // LOS ANIMALES

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EXPOSICIร N 22 de mayo a 21 de junio. Sala Rivadavia. Cรกdiz 2009


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La calidad de las cámaras fotográficas, que cualquiera de nosotros tiene a su alcance en los comercios especializados, y la automatización de sus sofisticados mecanismos, pueden transformar a un novato o simple aficionado, en un fotógrafo aceptable. Esas pequeñas y sofisticadas máquinas “inteligentes”, captan imágenes con escasa intervención humana. El objetivo recibe un estímulo de la realidad, un paisaje, una calle, un rostro y lo reproduce sobre un papel o en una pantalla. Una mirada rápida permite comprobar la semejanza entre lo visto y lo retratado. Si en cambio estamos frente a un amante de la fotografía, inmediatamente tendremos una percepción diferente. Ya no se tratará solamente de una reproducción técnicamente bien lograda de imágenes que se asemejan a la realidad percibida por nuestros ojos. No. Descubriremos la composición en la que el fotógrafo busca y organiza los elementos visuales con criterios estéticos para dar equilibrio a la imagen. Por otra parte si nos detenemos ante la obra de un profesional veremos que además de aferrarse a la belleza de las imágenes que reproduce, se siente comprometido con los elementos naturales o sociales de los cuales da testimonio y, a pesar de la subjetividad propia del artista, se considera obligado a darnos una visión lo más fidedigna posible de los hechos que representa. Juan Erlich sin embargo, trasciende esta descripción de artista y de profesional para introducirnos en un mundo recreado por él, en una extraña simbiosis entre lo que ve y lo que imagina. Combina su rol de fotógrafo con un estilo visual interpretativo e intemporal, para reproducir, junto a lo característico de una escena natural, elementos o animales propios de las fábulas. Reescribe los viejos textos escolares de zoología y botánica. Juega en un universo de criaturas fantásticas sólo posible en sus fotografías. Gracias a su cámara fotográfica, a las modernas tecnologías y fundamentalmente gracias a su talento, Juan Erlich nos invita a reflexionar con un lenguaje poético, no exento de crítica, sobre la supervivencia de la naturaleza en un mundo en el cual el hombre está ausente.

María Elena Borasca Cónsul General de Argentina


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Al igual que el viejo Esopo en sus fábulas dotaba a los animales de personalidad para recoger experiencias de la vida cotidiana y convertirlas en moralejas, el artista argentino Juan Erlich nos sorprende con este increíble y curioso tratado de “zoociología”. Últimamente, el Hombre, más animado por los éxitos de la biología se afana desesperadamente en redefinir la naturaleza. Erlich, como si fuera un fiel y seguidor discípulo de Darwin se recrea en “inventar” nuevas especies a partir de modelos del original. Caballos, palomas, peces, rinocerontes: todos posan, pero antes pasan por una especie de salón de belleza, mezcla de peluquería, diván de psicoanalista y clínica de cirugía estética. El fotógrafo les dota, además, de sentimientos dispares, acordes con el papel que van a desempeñar en la función, como si fueran personajes de una acción dramática, Todo esto con diferentes y naturales telones de fondo que Erlich prepara cuidadosamente. La exposición que presentamos en la Sala Rivadavia es fruto del cumplimiento de uno de los objetivos tradicionales de la siempre y grata colaboración con el Consulado de la República Argentina en Cádiz. En esta ocasión el trabajo de Juan Erlich no va a dejar indiferente a nadie, y esperamos que esta cita, que cada año tenemos con Latinoamérica, se vea reforzada por propuestas tan interesantes y creativas como ésta. Animo a las personas que nos visiten, a adentrarse sin miedo en esta especie de Jurassic Park de la metamorfosis.

Ana Mosquera Mayán Diputada de Cultura


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Poética de la extinción …

La irrupción de la fotografía en la Historia podría considerarse como un meteorito cultural de impacto tan potente como el que supuso la llegada de la imprenta de Gutenberg. La diferencia es que la profunda expansión e influencia de aquélla en todos los órdenes de lo social se ha producido de una manera exponencialmente más intensa y rápida que la derivada de los muy importantes efectos del invento del célebre herrero alemán. Si tenemos en cuenta que la extensa presencia y ubicuidad de las imágenes fotográficas (o de cualquiera de sus derivados tecnográficos) es un hecho que no puede ser cuestionado por ningún analista cultural contemporáneo y que durante prácticamente toda su existencia la fotografía ha sido fundamentalmente entendida como un sinónimo de realidad, como una prueba veraz de algo, como un testigo fiel de un suceso, podemos afirmar sin ambages que todo el siglo XX se ha vertebrado en torno a esta idea de lo fotográfico (y sus herederos) como estigma central de la verdad y el testimonio. Es, por tanto, desde el mismo nacimiento de la fotografía que ésta se erigirá en el epítome de la evidencia y de la objetividad, en el perfecto sustituto de la realidad. Su poder de confirmación de los hechos ha hecho que históricamente se aceptara que la representación que ofrece de lo real sea entendida como la realidad misma. Para la gran mayoría del público, la fotografía se ha identificado directamente con lo fotografiado. La fotografía ha sido el paladín de la verdad y la reproducción y, por tanto, también ha sido entendida, básicamente y durante mucho tiempo, como la manera en que la propia naturaleza se representaba a sí misma. Por otro lado, podemos también señalar a manera de introducción que, a la hora de emprender su trabajo, todo fotógrafo se encuentra -hablando de forma esquemática- ante al menos dos caminos principales. Una primera vía sería captar la vida de forma directa, separando la parcela de realidad que conecte con su visión personal de los hechos, usando las imágenes del mundo tal y como son, pero obligando al espectador a verlas desde una mirada determinada (hay multitud de ejemplos de autores incluso ideológicamente opuestos: Cartier-Bresson, R. Frank ...). La segunda vía es la de re-crear (construir) con el medio fotográfico lugares, personajes o momentos que sólo se encuentran en la imaginación del autor. A su vez, en esta segunda vía, muchos autores se alejan de manera obvia del verismo de lo real (realizando montajes fotográficos completamente extrarreales) pero otros


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nos presentan (de forma nada inocente) imágenes fotográficas con una considerable apariencia de realidad. En este último caso (que, como veremos, incluye a nuestro joven artista), los universos particulares, ficticios y fantásticos (de fantasía) que consiguen sus autores juegan, entre otras cosas, un papel primordial de (mayor o menor) subversión de nuestro consciente óptico como espectadores. Así, a diferencia de los seguidores de las tendencias documentales y sociales, esta última tipología de fotógrafos basa la fuerza de sus creaciones en el concepto de ilusión fotográfica, desvelando (una vez más) la esencia de la realidad ilusoria y falsa que la fotografía crea. Construyen atmósferas visuales que funcionan porque nos inquietan inconscientemente al no satisfacer del todo nuestra irresistible e histórica tendencia a identificar como reales cualquiera de las situaciones que una fotografía registra. Hay algo en sus imágenes que nos resulta "falso" y que hace que, pese a su existencia física (tal y como acredita y patenta su registro fotográfico ), no las identifiquemos como ciertas. Y como hemos adelantado, en el caso de Juan Erlich vemos un claro ejemplo de ello. Nuestro autor maneja perfectamente los códigos de este ámbito de la Fotografía Construida buscando, por tanto, su autoafirmación creativa no en un registro documental de la realidad (lo que ha sido históricamente más habitual en el medio fotográfico) sino en un registro de esa realidad pero intervenida. Crea así un mundo personal y original que sólo puede existir en sus fotografías. ¿Y cuál es ese mundo, en qué consiste exactamente? Pues ese mundo se nos presenta con lo que podríamos definir como una especie de Ecosistema Idílico Universal en el que las peculiares y exóticas bestias que lo habitan posan sosegadamente ante nosotros (sus espectadores) ofreciéndosenos sin reservas en el seno de una Naturaleza virgen e impoluta (aunque a veces sea de factura agreste, tanto da) que, en cualquier caso, finalmente, nos resulta siempre extraña. Un ecosistema en el que especies exóticas de animales propios de otro tiempo o de otro lugar parecen convivir entre sí sin el menor atisbo de problemas y, en muchos casos, con una sorprendente actitud de apacible y beatífica calma instintual ante lo que les rodea y pudiera estar acechándoles. Desconcierta esta inquietante fauna (en algunos casos prehistórica aunque, en realidad, si la vemos inserta en la muy cromática y contemporánea fotografía de Erlich, podría definirse mejor como posthistórica) que se nos muestra en esa coexistencia del todo pacífica y sin situaciones amenazantes, tan comunes por otro lado en todo lo relativo al mundo animal salvaje, con su eterno binomio etológico fiera/presa, vida/muerte, cautela/predación.

1. Respecto a esto cabe tener presente la cada vez mayor falta de fe en el poder referencial o indicial de la fotografía. En la conocida situación actual de la existencia -en el magma mediático de nuestro mundo actual y por venir- de imágenes (completa o parcialmente) de síntesis pero con apariencia y funciones de fotografías (sin que estatutariamente lo sean) reside el origen de ese agnosticismo. La llegada de las tecnologías digitales va a cambiar en muy pocos años el estatuto semiótico de la fotografía haciendo que las imágenes fotográficas dejen de ser consideradas como huellas físicas de la realidad (índex) y, con ello, perdiendo ese pedigrí histórico de testimonialidad y verismo que ha caracterizado a toda la cultura gráfica fotográfica y posfotográfica del siglo XX. Dada la ubicuidad de la fotografía en la sociedad contemporánea esto tendrá indiscutibles consecuencias en todos los órdenes de la cultura, el saber, la ciencia, el ocio, el derecho, las leyes, el arte, etc.


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Y es que resulta evidente que Erlich no pretende resignarse a la descripción realista y científica que se exige a la fotografía profesional de naturaleza y fauna, tan supeditada al documentalismo fiel del estilo National Geographic. Podemos afirmar sin duda que las inusitadas combinaciones biológicas de nuestro autor (tanto en lo relativo a la flora como en lo que respecta a los animales) serán en algunos casos imposibles pero, en todos ellos, claramente poéticas. Esta suerte de ganado universal profundamente exótico que construye Juan Erlich para nosotros, esta especie de Jardín del Edén de extrañas mezclas animales y botánicas, nos aleja del duro pragmatismo de la realidad biológica, una realidad en la que, en este mundo del siglo XXI y de cambio climático evidente, nadie niega ya que nuestra especie ha demostrado tener tanto poder de contaminación, destrucción y muerte. Pese a la atractiva amabilidad formal –que no temática de todo este trabajo, la concepción de la Naturaleza que se concluye de la obra de Juan Erlich no podía ser sino posmoderna y crítica. Me refiero a que un autor nacido en el último cuarto del siglo XX no podía sostener las visiones épicas y maximalistas de la gran fotografía moderna (entiéndanse las obras de un Ansel Adams o un Edward Weston o cualquiera de las imágenes de Naturaleza de la grandilocuente e histórica exposición The Family of Man comisariada por Steichen para el MOMA en 1955). De aquella idea absoluta del poder supremo de la Gran Madre Naturaleza (clemente o violenta) ante la que el ser humano constituye una simple nimiedad animal sometida a sus incontrolables fenómenos climáticos y meteorológicos –concepción que, de la misma manera, la entiende como una fuente de bienes de eterna promisión de los que podemos obtener perpetuamente los recursos que nos permiten subsistir- hace ya tiempo que se pasó a una idea de la Naturaleza representada como una entidad frágil, amenazada y sometida a nuestra destructora presencia y a nuestro implacable y peligroso dominio. Nuestra exitosa especie animal (desde el punto de vista biológico) es la única que somete a la Naturaleza e incluso la redirige hacia un uso de sus recursos especialmente agotador y extenuante (y, desde luego, siempre demasiado antropocéntrico y egoísta). Algunas de estas visiones posmodernas de la fotografía realizada a partir del fin de siglo XX residen en el uso metafórico de la ironía, una ironía poética como la que nos ofrece Juan Erlich cuando, como decimos, nos invita a visionar y disfrutar (no sin un poso de aflicción, melancolía o nostalgia) esta suerte de Paraíso (animal y vegetal) recuperado en el que especies de todo tipo y condición coexisten armónicamente en contextos orográficos limpios de toda presencia e injerencia humanas. Estos animales parecen por fin como salidos y liberados de un Arca de Noé redentora que ha permitido perpetuarlos después de un cataclismo sobrenatural (en el que podríamos haber desaparecido nosotros como especie y, por extensión, como amenaza) y los ha destinado a ese magno Jardín del Edén que mencionábamos antes en el que todos los animales tienen cabida, incluso los ya extinguidos. Mundo reconciliado consigo mismo en el que el único que parece no haber sido invitado a su emancipadora fiesta final ha sido el hombre, el ser humano. Sobra mencionar la razón de esa ausencia.


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Por tanto, no nos engañemos con el trabajo de este autor. No es de un romanticismo ingenuo de lo que estamos hablando. En realidad muchas de las fotografías de Erlich parecen reflexionar sobre una idea nada acomodaticia ni confortable, la que va ligada al poco amable concepto de extinción (tan relacionado, por otro lado, con la idea recurrente de fotografía como huella y como memoria). En ese sentido conforman un trabajo que, si lo miramos bien (y aunque pueda parecer paradójico por su carácter colorista y luminoso), tiene un trasfondo más de recuerdo, ausencia y pérdida que de vida y génesis. Pese a todo es un trabajo vitalista y tierno pero con una cierta inyección de pesimismo crítico. Eso es lo que lo hace especialmente valioso, su acertada visión reivindicativa y moral (desde el punto de vista de la ecología y de las conductas humana y animal). También se debe mencionar el carácter de inventario y archivo que, en parte, subyace en este trabajo de Erlich. Fiel a toda la tradición taxonómica científica, la metodología de archivo debe estar presente en cualquier revisión biológica que se precie (por mucha que sea la licencia poética con la que se haya concebido el proyecto). Crear un catálogo universal (aunque sea hecho deliberadamente sin la pátina de seriedad, rigor y método que habitualmente exige la Ciencia), crear una colección sistemática de láminas de animales en las que cada uno de ellos está situado en su ecosistema vital específico (por ficticio que sea) era fundamental para que nuestro artista transmitiese al espectador la idea de archivo suficiente de referencias, un archivo mínimamente capaz de expresar sin limitaciones la magnitud de la pérdida animal y vegetal a la que vamos abocados si persiste nuestra inmoral actitud como especie contaminante y devastadora. En cualquier caso, podemos concluir recordando que estas tiernas criaturas y alimañas, estos limpios paisajes naïf, no han sido redimidos ingenuamente por este nuevo sumo creador que es Juan Erlich. Muy por el contrario, nuestro artista los perpetúa (gestando este seductor catálogo de animales confinados en un idílico Cosmos Terrenal) pero lo hace, eso sí, lanzándonos una clara advertencia con ello: o recuperamos el lugar original que en el momento de la Génesis nos fue asignado como especie o terminaremos siendo todos pasto de este poético álbum de recuerdos extinguidos.

Jesús Micó (Barcelona, mayo de 2007)


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Asia fotografía color sobre papel lambda 108 x 108 cm. 2007


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La laguna fotografía color sobre papel lambda 60 x 140 cm. 2006

Los pájaros fotografía color sobre papel lambda 60 x 60 cm. 2009


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África fotografía color sobre papel lambda 108 x 108 cm. 2007

Hippidion fotografía color sobre papel lambda 60 x 80 cm. 2009


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Grupo de Chaja fotografía color sobre papel lambda 60 x 120 cm. 2006

Delta fotografía color sobre papel lambda 60 x 160 cm. 2006


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El burro, el gallo y la oveja fotografía color sobre papel lambda 108 x 230 cm. 2008

Toxodontes fotografía color sobre papel lambda 60 x 160 cm. 2006


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Mara

El tero

fotografía color sobre papel lambda 70 x 77 cm. 2006

fotografía color sobre papel lambda 60 x 60 cm. 2009

El estanque 2 fotografía color sobre papel lambda 60 x 60 cm. 2009


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Camellos fotografía color sobre papel lambda 60 x 150 cm. 2009


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JUAN ERLICH Nacido en Buenos Aires en 1975 donde vive y trabaja

MUESTRAS INDIVIDUALES 2009 “Los Animales” Sala Rivadavia. Fundación Provincial de Cultura Diputación de Cádiz. España 2009 “Los Pájaros” Galeria Arcimboldo 2009 Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de ciencias económicas 2008 “ Festival de la Luz” en “La Bibliotheque” 2008 “Animales” Lyle O Reitzel Gallery 2007 “Animales” Galería Sicart 2005 "sin titulo" Galería Ruth Benzacar 2000 "Luces Candy" Centro cultural San Martín 2000 Consulado General de la Republica Argentina, Nueva York

MUESTRAS COLECTIVAS 2008 “Fuga Metropolitana” Museo Metropolitano de Buenos Aires 2007 “El Puente de la Vision” Museo de bellas artes de Santander 2007 “Fuga Jurasica” Museo de Ciencias Naturales 2007 “Vilafranca contemporánea” Galería Sicart 2006 Colectiva de fotografía, Ruth Benzacar 2006 Salón Nacional de Fotografía, Palais de glace 2006 “Nuevas Miradas” Fundación Proa, San Nicolás 2005 Premio Argentino de Artes Visuales, Fundación Osde 2005 Salón Nacional de Fotografía, Palais de glace 2000 "Panoramix" Fundación Proa 2000 "The toy show" Nikolai Fine Art, Nueva York


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Este catálogo se terminó de imprimir el día 15 de mayo, festividad de San Isidro Labrador




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