ESTUDIOSDEL PATRIMONIO CULTURAL
09 noviembre 2012. www.sercam.es
LA PROVINCIA JESUÍTICA
DEL PARAGUAY ARQUITECTURA
PASTORIL
ETNOBIOLOGÍA EN LAS ARRIBES EN LOS JARDINES DE
LA GRANJA
ARTE EN LA DIÓCESIS
DE VALLADOLID VENDEDORES
AMBULANTES
LAWRENCE & WOOLLEY
EPC
09 05 I EDITORIAL 06 I
El lento proceso de valoración del legado cultural de la antigua provincia jesuítica del Paraguay
Carlos A. Page
32 I
El Plan de Interpretación de la Arquitectura Pastoril de Cogeces del Monte, Valladolid
Roberto Losa Hernández y Alicia Gómez Pérez
42 I La arquitectura tradicional de Arribes del Duero (Salamanca-Zamora): materias primas vegetales
José Antonio González, Monica García-Barriuso, Sonia Bernardos y Francisco Amich
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DOSSIER FOTOGRÁFICO: En los jardines de la Granja
76 I
El arte religioso en la Diócesis de Valladolid.
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El Tío Cartujo. Un vendedor ambulante en Tierra de Campos.
Roberto Losa Hernández
José Luis Velasco Martínez
Alfredo Castro Castro
88 I FRAGMENTOS ESCOGIDOS A orillas del Éufrates
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ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL Nº9 Noviembre de 2012 ISNN 1988-8015 Edita SERCAM, Servicios Culturales y Ambientales, S.C. Consejo editorial Alicia Gómez Pérez Roberto Losa Hernández José Ramón Almeida Olmedo Colaboradores en este número Carlos A. Page José Antonio González Mónica García-Barriuso Sonia Bernardos Francisco Amich José Luis Velasco Martínez Alfredo Castro Castro Diseño y maquetación SERCAM, Servicios Culturales y Ambientales, S.C. Foto portada Escultura en el entorno de la fuente de Andrómeda. Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, Segovia. Foto: Roberto Losa Hernández. Distribución digital en www.sercam.es Para colaboraciones o información envíe un email a: epc@sercam.es Estudios del Patrimonio Cultural permite la reproducción parcial o total de sus artículos siempre que se cite su procedencia. Los artículos firmados son responsabilidad de sus autores. Estudios del Patrimonio Cultural no se responsabiliza ni se identifica necesariamente con las ideas que en ellos se expresan.
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EDITORIAL El panorama está revuelto, inevitablemente, y esto se está poniendo cada vez más feo: ¡para temblar! Resulta que –según consigna política- lo que era intocable, como la sanidad y la educación, hemos comprobado hace tiempo –los ciudadanos de a pie- que ya había sido ‘manoseado’. Con este panorama, fácil es imaginar el nivel al que queda el mantenimiento y servicio de la CULTURA, un bien no considerado de primera necesidad pues ‘utilízase’ tan sólo para contrarrestar el embrutecimiento personal –y consecuentemente social- y de una forma gráfica o fotográfica para dar fe de la cantidad de campos, sectores, parcelas o situaciones que tienen que afrontar nuestros gobernantes. Por lo que nos atañe a las industrias culturales, en este caso de a río revuelto… desde luego no vemos la ganancia por ningún lado. Poco margen nos queda para la exportación, aunque algo sí para la innovación, pero sin engañarnos: los presupuestos que se manejan no sólo no son ajustados sino lo siguiente, rebajándose sensiblemente por debajo de la línea de lo razonable. Y, además, cada día te sorprende como el trabajo que pensabas que no se podía realizar más barato justificado en unas cábalas difícilmente sostenibles, algún compañero te demuestra que estabas equivocado, dolorosa y moralmente equivocado. La perversidad del sistema de licitación de obra donde prima sobremanera la baja económica, está acabando con todo. Con la innovación, a la que deja muy poco margen de maniobra, con la investigación, a la que no se permite explayarse en ningún sentido y, por supuesto, y no nos engañemos, con la calidad. Principalmente la calidad. Lo único que se favorece es la creatividad: la inventiva de cómo hacer el trabajo lo más barato posible pero resultón. En todas las licitaciones con las que me he enfrentado en estos últimos años, la baja económica es un criterio que se enseñorea por encima del resto imponiendo su férrea dictadura autodestructiva. Solamente he encontrado una en la que no
se tenía en cuenta para nada este juicio. Absolutamente para nada. Rara avis en tiempo de crisis. No hace mucho conversaba al respecto con una conocida, que a veces propone algún concurso de los que me interesan, y confirmaba que la ponderación económica era determinante: “¿cómo, sino, se puede defender fácilmente ante los ciudadanos una adjudicación y, más aún, ‘probar’ la imparcialidad de los miembros de las mesas de contratación?”. Comprensibles justificaciones, pensaba yo, pero justas no me parecían pues, ya que en una licitación queda establecida la cuantía de la obra, ¿no parece mejor argumento mantener la calidad –siempre menoscabada con las bajas económicas- y/o proponer mejoras? Aunque por descabellado, o quizá quimérico, pueda tomarse este juicio mío, lo que a todas luces resulta evidente es la situación de empobrecimiento progresivo que atravesamos las industrias culturales: escasa oferta de trabajo y poca rentabilidad de la misma. Conjunción explosiva que nos acerca al abismo. Y, lo que es peor, sin visos de mejorar a corto plazo (ya no podemos hablar de medio plazo). Yo, que suelo tener un punto de optimismo elevado y suelo reflejarlo en estas páginas, me estoy acercando peligrosamente al pesimismo desesperante. Ahora bien, como me dijo el director de la sucursal bancaria con la que estamos intentando renegociar una deuda: “No hay problema, esto se soluciona con dinero” (el que no nos van a prestar). Ante todo buen humor.•
Ya que en una licitación queda establecida la cuantía de la obra, ¿no parece mejor argumento mantener la calidad y/o proponer mejoras?
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EL LENTO PROCESO DE VALORACIÓN DEL LEGADO CULTURAL DE LA
ANTIGUA PROVINCIA JESUÍTICA DEL PARAGUAY Carlos A. Page I CONICET-CIECS Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Centro de Investigación y Estudios sobre Cultura y Sociedad. I capage1@hotmail.com
La expulsión de los jesuitas de Hispanoamérica en 1767 constituyó una bisagra en el tiempo que puso fin a una excepcional obra religiosa y cultural. A partir de entonces la reputación de la Compañía de Jesús cayó en un abismo impensable de revertir. Sin embargo con la restitución de la Orden primero y la posterior decisión institucional de reconstruir su propia historia, comenzaron a valorarse sus obras artísticas y arquitectónicas hasta convertirse en estandartes de un importante legado patrimonial con alta significación internacional. De tal manera se aborda este proceso de transformación en la antigua provincia jesuítica del Paraguay a través del proceso histórico de su valoración. Palabras clave: Jesuitas, Conservación, Reducciones jesuíticas, Estancias jesuíticas
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1. La expulsión y extinción de la Compañía de Jesús
La pragmática del rey Carlos III de 17671 de ninguna manera fue un acontecimiento que se cierra en sí mismo sin admitir antecedentes y consecuencias. La decisión regia se constituye en una bisagra o punto de inflexión que marcó un duro revés en la Compañía de Jesús, convirtiéndose en una de las injusticias más ignominiosas que sufrió el mundo católico. Los jesuitas tuvieron difíciles días por caminar desde la creación de la Provincia del Paraguay (1604)2, donde soportaron las agresiones de prelados y encomenderos durante gran parte de los años que permanecieron en América. Pero un hecho desencadenante de la catástrofe fue sin dudas el Tratado de Límites o de Permuta, celebrado entre las coronas de España y Portugal en 1750 (Kratz 1954). Fue un primer detonante que afinó las asperezas entre el poder político y los ignacianos. En esta ocasión, la Compañía de Jesús se debatía frente a ambas potencias, quienes a sus espaldas canjeaban territorios ocupados por siete reducciones jesuíticas3 a cambio del enclave urbano lusitano ubicado en territorio hispano de Colonia de Sacramento. La oposición de los guaraníes y jesuitas se hizo sentir y desembocó en una lamentable guerra. Pero más allá de beneficiar a tal o cual fuerza, afectó directamente a sus propios pobladores en una cuestión que era más sensible que la pérdida material de los pueblos. Pues los portugueses en su territorio eran libres de esclavizar indios, mientras que para los españoles aquéllos eran considerados súbditos del rey. Esto fue una diferencia fundamental que claramente evaluaron jesuitas y guaraníes a la hora de considerar las consecuencias posteriores. La guerra tuvo un desenlace previsible en la batalla de Caibaté (1756). Pero luego de haber estado aliadas para esta contienda y salir victoriosas, las coronas de España y Portugal concluyeron sus diferencias con el Tratado del Pardo (1761), donde entre otras consideraciones quedó anulado el Tratado de 1750 y los guaraníes regresaron a sus destruidas y diezmadas reducciones. En aquel año de 1750, asumió el marqués de Pombal como primer ministro de José I de Portugal y es incuestionable que a partir de entonces se inició una lenta conspiración contra los ignacianos. La misma tuvo su punto más álgido en el atentado que ocho años después sufrió el rey, donde se involucró a su amante, la condesa de Tavora, al duque de Aveiro y al confesor de todos ellos, el jesuita Gabriel de Maladriga. El 1 La pragmática sanción real fue firmada el 27 de febrero de 1767, dirigida al conde de Aranda, e impresa con una serie de providencias en cuatro voluminosos tomos (Colección 1767-1774). 2 Estuvo conformada en su inicio por las actuales naciones de Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay sur de Bolivia y parte de Brasil. 3 Estas reducciones eran: San Borja, San Nicolás, San Luis Gonzaga, San Lorenzo, San Miguel, San Juan Bautista y Santo Ángel.
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La expulsión de los jesuitas de España el 31 de marzo de 1767. Grabado del Musée de Port-Royal-des-Champs, Magny-lesHameaux, Francia.
castigo fue implacable e incluyó la pena de muerte, seguida del descuartizamiento a golpes de casi toda la familia y quema de los cuerpos de la condesa y el duque, seguido de la confiscación de sus bienes. Incluso el P. Maladriga fue llevado a la hoguera por el Santo Tribunal de la Inquisición. A semejantes atrocidades les siguió la expulsión de los jesuitas de Portugal. Pero hoy sabemos que toda esta sangre derramada fue una trampa de la corona lusitana para frenar el poder de una nobleza disconforme con el accionar regio. Comenzó con Portugal, pero pronto se extendió a Francia (1762) a través de Luis XV y por sus simpatías con el jansenismo, y tiempo después de la expulsión de España (1767), a Nápoles y Malta, es decir hacia todos los dominios gobernados por los borbones. En España las acusaciones llovían por doquier dentro de una Iglesia en crisis, donde la Compañía de Jesús era el blanco de los continuas acusaciones, como la de servir a la curia romana en detrimento de las prerrogativas regias, fomentar las doctrinas probabilísticas, simpatizar con el regicidio y defender el laxismo de su sistema educativo (Fernández Arillaga 2002: 251). La corte de Carlos III era ajena a las preocupaciones del pueblo y se embarcó en una serie de obras superfluas que demandaban grandes costos. Y para deshacerse de los jesuitas, también aquí hubo una excusa que detonó en la severa acusación que recibieron de incentivar los motines de Esquilache de 1766 (Andrés-Gallego 2003). España se encontraba sumergida en una crisis económica, por lo que la nobleza local responsabilizó al italiano secretario de Hacienda, el marqués de Esquilache, lo que derivó en su renuncia y expulsión, luego que tomara medidas económicas y antipopulares. Terminado el motín, el rey ordenó una investigación secreta por parte del fiscal de estado Pedro Rodríguez, conde de Campomanes4. En su informe se acusó a los jesuitas como instigadores del motín, aconsejándose la expulsión de la Orden, incluso con recomendaciones prácticas para su cumplimiento, de las que fue encargado de cumplir el conde de Aranda. La ejecución se llevó a cabo con absoluto secreto y con ella se sucedieron una serie de irregularidades. Aconteció a altas horas de la noche a cargo de soldados que cometieron atropellos y desmanes. Los jesuitas fueron arrestados en sus colegios, conducidos a una habitación, donde se les tomó la filiación y cargo. Luego se les leyó el Decreto y se los encerró en los refectorios. Los mismos funcionarios también cometieron excesos, como el gobernador Bucareli, quien emitió un bando dando cuenta a la población de Buenos Aires de lo decretado por el rey e intimó con pena de muerte a quien lo contradijese o se comunicara con los jesuitas. Todos los religiosos de la provincia del Paraguay, que eran aproximadamente 450, se embarcaron en Buenos Aires rumbo a España. Algunos murieron en el viaje, como el arquitecto italiano Pedro Pablo 4
Este dictamen secreto se conoció recientemente (Rodríguez Campomanes 1977).
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Los jesuitas expulsos produjeron una revolución en las letras castellanas. Danesi o el mismo provincial Manuel Vergara, que falleció en el Hospicio de Misiones de Cádiz apenas arribó. Finalmente, fueron conducidos a Italia. Luego de varias vicisitudes y en reemplazo del P. Vergara, fue nombrado provincial el P. Robles, residiendo en Imola, donde primeramente se constituyó el Colegio Máximo. Sin embargo, Carlos III prohibió a los jesuitas que se siguieran nombrando provinciales o refundando colegios con las mismas denominaciones anteriores. El mandato se acató a medias y, al cumplir su trienio, el P. Robles fue sucedido por el P. Muriel, aunque a partir de ese momento las designaciones españolas cambiaron por santos de la Iglesia y a la provincia del Paraguay se la llamó en el exilio “provincia de San José”, manteniéndose hasta la abolición de la Orden, que no tardaría en llegar. Precisamente, esta última calamidad tuvo como protagonista a Clemente XIV, quien en su breve Dominus ac Redemptor noster extinguió a la Compañía de Jesús en 1773. Sin embargo, un año después, el mismo pontífice firmó una retracción (Gómez Ferreira 1973) sobre aquella disposición, argumentando las presiones que soportó. Efectivamente, de esta metodología estuvo encargado el embajador español en Roma José Moniño, quien incluso hasta el texto de la extinción parece ser de su autoría, habiendo sido enviado a Carlos III antes de su publicación y para su aprobación. Por su buen desempeño, Moniño recibió el título de conde de Floridablanca y el Papa la restitución de los reinos de Benevento y Aviñón (Page 2011a).
2. Los jesuitas expulsos y las memorias que nos legaron El exilio no fue nada fácil de sobrellevar. Tengamos en cuenta que en algunos casos los sacerdotes fallecieron a los pocos años de su estadía en Italia debido a su avanzada edad, pero jóvenes como el tucumano Diego León de Villafañe, arrancado del convictorio de Córdoba a los 26 años, recién pudo regresar a su patria luego de 35 años de proscripción. Todos esos años de exilio no iban a pasar en vano. Por el contrario, los jesuitas expulsos van a producir una revolución en las letras castellanas. La mayor producción estaba reservada en gran medida para una estirpe de hombres que deseaban hacer conocer al mundo su vida cotidiana misional en países lejanos y llenos de peligros. Sobresalen en este sentido los americanos, nutridos de una experiencia educacional y misional que los distinguían. Los educadores derivaron en publicistas y los misioneros en la producción de obras de carácter etnográfico y geográfico. En la antigua provincia del Paraguay se destacaron varios profesores escritores, como el zaragozano Joaquín Millás, que trabajó sobre el valor pedagógico de las letras clásicas o el filósofo Gaspar Phitzer que dejó varios tratados de su especialidad, como lo hizo a su vez Domingo Muriel. También el erudito José
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Ilustración del libro original del P. Florián Paucke (1944) que representa la reducción de San Javier de indios mocovíes, donde trabajó varios años.
Sánchez Labrador escribió numerosas cuestiones de historia natural, al igual que José Jolís con su Historia natural de la región chaqueña. El inglés Tomás Falkner publicó en 1774 una descripción de la Patagonia, haciendo el primer descubrimiento y mención de un gliptodonte. Pues la ciencia ocupó un lugar preponderante en los escritos y buen ejemplo de ello fueron el santafesino Buenaventura Suárez, considerado el primer astrónomo argentino, o Gaspar Juárez, brillante botánico y paleontólogo. En nuestra disciplina histórica, el P. José Guevara publicó en 1764 la Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, donde se ocupa también de la flora. El mismo Iturri es preciado como el primer historiador argentino, pues, siendo natural de Santa Fe, escribió una obra pionera que permanece extraviada. No menos importante fueron los trabajos biográficos, como los del mismo Juárez, el famoso José Manuel Peramás y Francisco Miranda, entre otros. También Manuel Canelas dejó una relación sobre los indios mocovíes, y Pedro Juan Andreu dos obras impresas y una inédita sobre la historia tucumana y etnografía chaqueña. José Cardiel nos legó varias obras de gran interés, como el P. José Quiroga, marino, cartógrafo y matemático. Martín Dobrizhoffer y Florián Paucke escribieron sus experiencias entre los indios del Chaco. Muchas de estas obras fueron publicaciones póstumas, influyendo en el siglo XIX y profundamente aún en nuestros días. Con el pasar de los años, la Compañía de Jesús fue restablecida, primero en Nápoles y en Parma, luego en las dos Sicilias, hasta que el 7 de agosto de 1814 la bula Sollicitudo omnium Ecclesiarum, del papa Pío VII, habilitado de su cautiverio napoleónico en Francia, dejó restablecida la Compañía de Jesús en todo el mundo católico con un solemne acto de reparación en Roma, donde asistió María Luisa de Borbón. También hizo lo propio Fernando VII, quien revocó la pragmática de su abuelo el 29 de mayo de 1815 e invitó a todos los jesuitas hispanos y americanos a que regresaran a la Península. De tal manera que
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unos 120 sacerdotes abandonaron las poblaciones del Lacio y regresaron a España. Casi medio siglo tuvo que soportar la Compañía de Jesús su desaparición y los efectos que ello causó en la sociedad universal: persecuciones, decretos de pena de muerte, saqueo y destrucción de los testimonios construidos. Hasta fue prohibida la lengua guaraní, aquella que invocara como último aliento el maestro de novicios P. Juan de Escandón en su lecho de muerte de Faenza.
3. La reconstrucción de la Historia Tanto en las vísperas como en las postrimerías de las independencias americanas, surgieron muchos textos que desvalorizaron la empresa colonizadora española, y más aún, la naturaleza del nuevo continente y las potencialidades de los pueblos originarios. Se destacan principalmente las obras de Corneille de Pauw (1739-1799), Guillaume T. Raynal (1713-1796) y William Robertson (1721-1793). Los jesuitas fueron los primeros detractores de estas teorías, pero también se dividieron en sus apreciaciones entre hispanos europeos y criollos, aunque juntos cultivaron una ideología regionalista que aumentó con la melancolía de la distancia y los sufrimientos que les ocasionó el exilio. De estas tendencias, la obra de José Manuel Peramás comparando la República de Platón con las reducciones guaraníticas (1793) ya no tiene solo carácter religioso, sino que evidencia sus marcados pensamientos europeos. Si con sus escritos los jesuitas pretendían dejar viva su memoria, también a ellos se atacó y la historiografía decimonónica fue implacablemente contraria a la obra de los ignacianos. Ejemplo de esto son los textos del español Félix de Azara que se mostró sumamente crítico frente a una posición más favorable que tomó el criollo deán Gregorio Funes. Ambos marcaron una línea que seguía dividiendo la siempre presente antinomia antijesuítica. Al primero lo siguieron Bartolomé Mitre, Juan María Domínguez, Vicente Fidel López y otros, denostando a los jesuitas. Este último sentía una profunda repulsión por el sistema económico, social y político experimentado en las reducciones y en consecuencia despreciaba también a sus cronistas, a quienes les imprimía todo tipo de rótulos injuriosos. No es casual que los historiadores del siglo XIX que siguieron a Azara reconocieran el sistema de las encomiendas, mitas y malocas como un acto natural, y que no se justificaba que los jesuitas calificaran esos mismos actos como perversos. En el otro extremo, siguió a Funes el historiador ítalo-rioplatense Pedro de Angelis, quien se presentó como un restaurador moderado que inició una revalorización de la obra jesuítica a través fundamentalmente en la edición de algunos antiguos textos de su formidable colección, mayormente inédita, que se encuentra hoy en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. En esa línea también se van a ubicar Andrés
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En el seno mismo de la Compañía de Jesús restablecida, surgió la necesidad de recordar y contar esa gloriosa Historia de epopeyas misionales.
Lamas, que editó nuevamente la obra del P. Guevara (1873) y, sobre todo, la Historia del Paraguay del P. Lozano (1873), a quien no solo llevó a la imprenta, sino que prologó con acentuada consideración al autor. Lamas fue quien sobre todo valoró profundamente la admirable labor historiográfica que otros de su tiempo despreciaban debido a sus arrogantes cargas ideológicas. Se sumaron tiempo después Rómulo Carbia y Ricardo Levillier, quienes reafirmaron el alto contenido erudito y cultural de los cronistas-historiadores de la Compañía de Jesús. En el seno mismo de la Compañía de Jesús restablecida, surgió la necesidad de recordar y contar esa gloriosa Historia de epopeyas misionales por entonces casi olvidada. Fue por ello que en la Congregación General de 1892, al ser elegido como general de la Compañía de Jesús el español P. Luis Martín, se le encargó especialmente que inicie una historia integral de la Orden a través de sus Asistencias. Al año siguiente, se formó el Colegio de Escritores, conocidos como monumentalistas, quienes con residencia en Madrid y liberados de otros ministerios debían dedicarse a estudiar la historia en forma exclusiva. Incluso se encomendó a Ludwing Carrez SJ que confeccionara un atlas histórico-geográfico mundial de la Compañía de Jesús que se publicó en París (Carrez 1900). En Roma sucedió contemporáneamente algo similar con aquellos que debían ordenar la documentación existente en el generalato y formar el famoso archivo romano (ARSI). De esta manera apareció a fines del Siglo XIX y principios del XX un movimiento de historiadores jesuitas abstraídos a la impostergable necesidad de reivindicar la obra ignaciana en el mundo. Así surgió la mencionada Monumenta Histórica Societatis Iesu, con las historias de las Asistencias. Para España y América fue dirigida por Antonio Astrain, para Alemania lo hizo Bernhard Duhr, de Portugal se encargó Francisco Rodrigues y de Italia el prestigioso Tacchi Venturi. Todos ellos formaron un importante cuerpo de investigadores con numerosos amanuenses y colaboradores en todo el mundo. A pesar de las recomendaciones del prepósito general Martín de ser críticos y no apologéticos, generalmente se cayó en esta última particularidad que privó los esfuerzos del vigor de la reflexión. Se siguió con el trabajo y se publicaron varias obras profundas, pero nunca se llegó a concretar la deseada Monumenta Paraguaya, que sería parte del conjunto de provincias americanas y de las que se materializó en sendos libros la Monumenta Peruana del P. Antonio Egaña y la mexicana del P. Félix Zubillaga, quedando también en este caso por hacerse la Monumenta de Nueva Granada, tarea a la que están abocados en la actualidad los jesuitas José del Rey Fajardo y Alberto Gutiérrez. La obra del jesuita español Antonio Astraín (1857-1928) es enorme en contenido y calidad. Se publicó entre 1902 y 1916 en siete tomos5. Uno de sus mayores colaboradores fue el P. Pablo Pastells (1842-1932), 5
Solo de la parte que trata sobre la provincia del Paraguay fue reeditada (Meliá 1996).
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quien además publicó su propio trabajo, consistente en una monumental recopilación de documentos del Archivo de Indias, obra en cinco tomos aparecida entre 1912 y 1933 que fue continuada por el P. Francisco Mateos que agregó tres tomos (Page 1999). Aunque en el Archivo de los Jesuitas en Granada permanecen las fichas originales del P. Pastells por las que se podrían publicar varios tomos más. Sobre los estudios de la antigua provincia jesuítica del Paraguay creció la labor con aportes historiográficos destacables, convirtiéndose en tres pilares fundamentales, los PP. Pablo Hernández (18521921), Carlos Leonhardt (1869-1952) y Guillermo Furlong (1889-1974). El primero tuvo la iniciativa de traducir y completar la obra de Charlevoix-Muriel y luego dar a conocer un libro sobre la expulsión de los jesuitas, para completar su labor con su famosa obra Organización social de las doctrinas guaraníes (1913), donde enfáticamente se puso en consideración la “epopeya jesuítico-guaraní”. El alemán Leonhardt, quien insistió en la formación de la Monumenta Paraguaya, dedicó gran parte de su labor historiográfica a traducir del latín las Cartas Anuas, pero sólo pudo publicar las del periodo 1609-1637 en dos voluminosos tomos aparecidos en 1927 y 1929. Continuó su tarea el Dr. Ernesto Maeder, quien, en las últimas dos décadas del siglo XX, alcanzó a publicar hasta la Anua de 1654. Finalmente, el P. Furlong nos exime de todo comentario ante la conocida y también monumental obra de la que somos depositarios y que marcó una historiografía abierta al conocimiento y profundización de diversos temas (Geoghegam 1975). Estos tres historiadores jesuitas del siglo XX, si bien no fueron los únicos, realizaron valiosas contribuciones historiográficas en un afán de persistencia y búsqueda de reconocimiento de un pasado verdaderamente glorioso para el mundo católico. Sus textos se sumaron a la construcción de un archivo excepcional en Buenos Aires, lamentablemente en gran parte desaparecido ante la desidia de la Orden por conservar “papeles antiguos”. No era casual que los libros de Furlong –según relató su editor en un homenaje póstumo al historiador- no se vendieran, pues aún en la década del setenta del siglo pasado persistía cierto rechazo a los tiempos pasados de la Compañía de Jesús. Por ello, el interés por esa Historia comenzó a valorizarse paralelamente en investigadores extranjeros, como el protestante Magnus Morner, e incluso jesuitas, como el suizo Félix A. Plattner SJ y otros, que tempranamente aparecieron con sus trabajos en la década de los cincuenta. En Argentina, a partir de las incursiones en el tema del mencionado Maeder, se abrió un inmenso abanico que llega hoy a un número enorme de historiadores dedicados a la historia de la antigua Compañía de Jesús. Igualmente pasó en Paraguay a partir de los trabajos del jesuita español Bartomeu Meliá, discípulo del P. Antonio Guash y del etnólogo León Cadogan. Mientras en Brasil se destaca el P. Ignacio Schmitz SJ,
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Parte gráfica del informe del ingeniero Julio Ramón de Cesar de 1788 sobre la desaparecida iglesia de los jesuitas de Asunción, donde se puede observar el sistema constructivo de la cubierta y su propuesta de consolidación estructural (Page 2011b).
que dirige el prestigioso Instituto Anchietano de Pesquizas, siguiendo las huellas de jesuitas como Serafín Leite que en la década del 50 escribió las Cartas do Brasil e Historia da Compania de Jesus no Brasil. También han sobresalido Arnaldo Bruxel SJ, Arno Kern, Regina Gadhela y muchos otros.
4. Las primeras demoliciones e intervenciones arquitectónicas en la región guaranítica
Inmediatamente después de la expulsión, las monumentales construcciones jesuíticas sufrieron también un desprecio ideológico notable y manifiesto en varios ejemplos, como cuando se demolió la iglesia jesuítica de Asunción a pesar del contundente informe del ingeniero Julio Ramón de César, firmado en el verano de 1788, que bregaba por la conservación del edificio, aunque le valió la desacreditación de sus colegas. También la espléndida iglesia de Trinidad, fue motivo para que se le demoliera caprichosamente su frontispicio, pues su magnificencia se consideraba una afrenta y bien podían ser usadas las piedras para otras construcciones. Las consecuencias de esta arbitrariedad perpetrada en 1774, fue motivo para que se derrumbara su bóveda, con serios daños en la cúpula (Page 2011b). Pero con el transcurrir de los años ya no hubo que forzar demoliciones, sino que el mismo tiempo se encargó de condenar a ruinas la mayoría de los monumentos. De tal forma que las reducciones jesuíticas guaraníes corrieron diversos destinos al quedar desprotegidas con la pérdida de los religiosos y sobre todo bajo el acecho también de los portugueses que continuaron saqueándolas impunemente hasta apoderarse de gran parte del territorio que ocuparon luego del Tratado de San Ildefonso (1777). En ese contexto surgió como líder un caudillo mestizo llamado Andrés Guacurarí (Andrecito), ahijado de José Gervasio de Artigas, que contuvo por un tiempo los arrebatos. Pero, finalmente, algunas tierras fueron incorporadas al Brasil y otras vendidas a los terratenientes de la región. Posteriormente, los sitios fueron una y otra vez escenarios de guerras que destruyeron aún más lo poco que quedaba.
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Anagrama de Jesús que se encuentra en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires desde 1901.
La valoración de las ruinas jesuíticas de guaraníes tuvo en primera instancia una apreciación ligada al punto de vista arqueológico, aunque desde una visión positivista, donde los restos constituían una curiosidad de un pasado considerado en su tiempo como retrógrado. Los primeros pasos los dio el director del Museo de Ciencias Naturales de La Plata, Francisco P. Moreno, quien envió en 1888 al naturalista Adolfo de Burgoing a los fines de recolectar material arqueológico en las reducciones de San Ignacio Miní, Mártires, Santa María Mayor, Loreto, Concepción y Apóstoles. Le siguieron al poco tiempo Eduardo Holmberg (1887) y Juan Ambrosetti (1893-1895). Cada uno publicó sus impresiones y de ellas se destaca la del agrimensor Juan Queirel (1897), quien fue enviado a delinear una colonia agrícola, visitando varias reducciones. Al poco tiempo publicó una detallada relación de San Ignacio Miní, adjuntando un relevamiento, croquis y fotografías. Estas primeras exploraciones y el conocimiento de sus resultados a través de importantes libros iniciaron un debate en cuanto a la recuperación de las mismas, postura sostenida sobre todo por Ambrosetti y Queirel, quienes no fueron escuchados por el presidente Carlos Pellegrini, que ordenó en 1901 el traslado a Buenos Aires de una de las mayores piezas del conjunto, como es la gran piedra con el anagrama de Jesús que se ubicaba en el zócalo de la fachada de San Ignacio Miní (hoy en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires). No obstante, el sitio fue limpiado de malezas, estableciéndose un cuidador y comenzando a tomar popularidad luego que el gobierno nacional le encargó a Leopoldo Lugones en 1903 un libro sobre las reducciones jesuíticas. La primera legislación para la protección de las ruinas se dictó en 1906 al declarárselas Reserva Fiscal, quedando administrada por el Ministerio de Agricultura de la Nación. El decreto se extendió en 1922 pero no incluyó la totalidad del sitio de San Ignacio, mientras al año siguiente se cercaron las ruinas, al tiempo que el pueblo adjunto iba creciendo. No obstante, con estas mínimas prevenciones, los saqueos se continuaron, ya no sólo a objetos de valor artístico que terminaban en colecciones privadas o depósitos de museos lejanos, sino también a levantar nuevos poblados con las antiguas piedras talladas. De esta manera, fueron más los pueblos que
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El arquitecto Carlos L. Onetto en la tarea de reposición del ángel de la fachada de San Ignacio Miní.
desaparecieron que los que algo conservaron, y que lo hicieron gracias a la selva que, si bien en principio los deterioró, en definitiva, terminó protegiéndolos del hombre, destructor por antonomasia. En Argentina, la valoración y conservación de los monumentos coloniales que se inició con la creación de la Comisión Nacional de Monumentos (1938) incluyó las obras de los jesuitas y fue un paso fundamental. Aquí fue cuando la valoración de los bienes materiales comenzó a profundizarse, justamente ante la afirmación de los avances en el conocimiento histórico. No podemos dejar de soslayar que las primeras intervenciones arquitectónicas de valoración del monumento como tal nacieron con un sentido de jerarquización o enriquecimiento de una arquitectura considerada vetusta. Esto se vislumbra claramente en las obras de refacción del siglo XIX del claustro de la Universidad de Córdoba, como veremos en particular. La intervención del arquitecto Mario J. Buschiazzo en 1938 fue decisiva. Visitó las ruinas y elevó un completo informe al presidente de la Comisión Nacional de Monumentos, Dr. Ricardo Levene, abogando por una intervención urgente. Se comenzó con un plan integral de restauración y San Ignacio fue declarado Monumento Histórico Nacional en virtud de la ley 12.665. Buschiazzo formó un pequeño grupo de profesionales y envió al arquitecto Jorge A. Cordes, quien trabajó hasta su renuncia en 1940. A partir de entonces y hasta 1948, se hizo cargo de las obras el arquitecto Carlos Luis Onetto. Medio siglo después de la intervención arquitectónica, modelo por entonces, y que verdaderamente hizo escuela en el país, Onetto (2000) publicó sus memorias recordando las vicisitudes que comenzaban con sólo llegar al lejano sitio, adquisición de materiales y reclutamiento de mano de obra. Los criterios
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Detalle la iglesia de San Miguel en el grabado de Alfred Demersay (1846).
de intervención adoptados siguieron la consolidación de las ruinas manteniendo su autenticidad, valor y significados que cómo tal tenían. En contados casos, se rearmaron muros desplomados o en riesgo de desmoronamiento, mientras que la fachada fue restaurada por anastilosis, destacándose el hallazgo del gran ángel caído que se ubicaba del lado derecho, donde fue restablecido. Pero algunos problemas comenzaron a aparecer en 1971, cuando se desplomó parte del muro lateral de la iglesia. Recién en 1996 un especialista español detectó la falta de argamasa orgánica original entre las piedras. Fue entonces cuando el organismo nacional encargado de su conservación contrató al ingeniero Juan María Cardoni, quien contrariamente encontró la respuesta introduciendo morteros de cemento y cal entre los muros y micropilotes de hormigón armado. Obviamente, a los cinco años se produjeron fisuras que, en definitiva, reafirman la falta de investigación histórica, pues desde la época jesuítica los muros tuvieron problemas de estabilidad (Levinton 2009: 39-42). En esta misma década, se intervino en Loreto y Santa Ana (Argentina) que hasta ese momento se hallaban inmersos en un ecosistema natural surgido desde que se abandonaron los pueblos. Desmontes, desmalezamientos e intervenciones arqueológicas puntuales, como la residencia, templo y capilla de Loreto, terminaron siendo abandonados. Pero aún quedaron oscurecidos ante la permisividad que se dio en Santa Ana donde en su ingreso se construyó una fábrica de yerba que incluso fue creciendo en instalaciones hasta la actualidad, levantadas sobre el antiguo sector de viviendas indígenas. Minimizadas quedan estas intervenciones cuando para la misma época se construyeron ostentosos centros de interpretación
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El arquitecto Lucio Costa (1902-1998) y el museo de San Miguel.
o de visitantes a costos altísimos y sobre sectores arqueológicos. Escandaloso testimonio de despilfarro, testigo de una época que siguió sumiendo a los valiosos restos en su persistente ansiedad por desaparecer (Poenitz y Snihur 1999). La conciencia por recuperar el patrimonio jesuítico fue paralela en Brasil, especialmente en la reducción de San Miguel que fue abandonada como iglesia en 1828 y casi dos décadas después fue representada por Alfred Demersay (1860-1864), tal como la dibujara José María Cabrer en 1784 pero en desesperantes ruinas y poco antes del incendio que destruyó la cubierta cinco años después (Gutiérrez 2003: 324). Tiempo que -como en otros sitios- se publicaron impresiones de viajeros, especialmente de los demarcadores de límites. Después de un poco más de un siglo, se comenzó a pensar en la restauración del monumento, quedando a cargo de la Directoria de Terras da Secretaria do Estado e Obras Publicas y, desde 1937, del Serviço de Patrimônio Histórico e Artístico Nacional (IPHAN), año en que se declaró a San Miguel como Patrimonio Nacional. Entre el grupo fundador de aquella institución se encontraba el arquitecto Lucio Costa (1902-1998) quien realizó un completo informe técnico sobre la situación de los edificios. Inmediatamente se designó al arq. Lucas Mayerhofer que trabajó en un proyecto de intervención integral, ante un edificio que amenazaba el desmoronamiento de la torre a partir de una profunda grieta que presentaba la misma. Para ello, se desmontaron las piezas de mampostería y luego se reubicaron (Mayerhofer 1969), mientras quien fuera el autor del Plan Piloto de Brasilia proyectó el Museu das Missões (1940) con una sobriedad impecable. En 1954, se realizaron nuevas obras de consolidación, intensificándose los estudios científicos e incluso de valoración de la arquitectura jesuítica (Smith 1962). En tanto, en 1970, se incorporaron al patrimonio nacional los sitios arqueológicos de San Juan Bautista, San Lorenzo Mártir y San Nicolás, parte de aquellos siete pueblos en disputa por 1750. A partir de entonces, se hizo cargo de los sitios el profesor Julio Curtis, cuando se comenzaron a estudiar sistemáticamente los restos arqueológicos y la regulación urbana de sus entornos. La actividad no cesó y, una década después, se hizo cargo el arquitecto Fernando Machado Leal, tiempo en que se incorporó San Miguel al Patrimonio Mundial, continuando las obras de conservación el arq. Luiz Antônio Bolcato Custódio y, sobre todo, Vladimir Fernando Stello, quien se instaló en San Miguel como jefe técnico (Bolcato Custódio –Stello 2007 y Stello 2005). En Paraguay, todo fue un tanto diferente, pues la mayoría de las reducciones fueron saqueadas e incendiadas, conservándose sólo algunas pocas. Sin embargo, el mayor legado fueron las innumerables esculturas que han llegado hasta hoy. Llama la atención esto, pero se explica en testimonios de principios del siglo XIX que expresan claramente que los indios decidieron irse de las reducciones y vivir en la inclemen-
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La Anunciación en la Capilla de Loreto de la desaparecida reducción de Santa Rosa (Paraguay).
cia, pero llevando todas las imágenes de las iglesias a la selva. Y esas imágenes hoy restituidas se exhiben en varios museos como el de Santiago, Santa Rosa, Santa María de Fe y San Ignacio Guazú, donde sólo se han conservado las excepcionales esculturas como único testimonio del legado jesuítico. Aunque destaquemos que en la década de los sesenta se limpió de escombros la reducción de Jesús y en 1973 se realizó un relevamiento planimétrico completo del área. De tal forma que recién entre 1981 y 1985 se realizaron intervenciones de consolidación, limpieza química y sellado de pilares y fachadas. En la siguiente década y con la participación de especialistas españoles financiados por la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID), se apuntalaron muros de la residencia y talleres, además de confeccionarse un nuevo relevamiento planimétrico que incluyó un informe medioambiental y un estado general de la reducción, donde se detectaron varias decenas de patologías. En tanto que la reducción de Trinidad se realizaron similares trabajos de conservación entre 2002 y 2006. No obstante, las intervenciones arquitectónicas de los edificios que se conservaron han tenido variadas respuestas técnicas que alcanzan la reconstrucción de la reducción de San Cosme y San Damián, llevada a cabo con el patrocinio de “Missions Prokur” Nurember y del DIGETUR (hoy Secretaría Nacional de Turismo SENATUR) en 1978 y el acuerdo de la ex prelatura de Encarnación. Recientemente se le incorporó un cuestionado edificio como Centro de Interpretación
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El arquitecto Hans Roth (1934-1999) junto a un busto del P. Schmid.
– Planetario, donde supuestamente trabajó el jesuita Buenaventura Suárez. Mención especial merece el rescate de la magnífica capilla de Loreto, conservada en el desaparecido pueblo de Santa Rosa fundado en 1698, quemado a fines del siglo XIX, donde se destacan sus pinturas murales y las delicadas esculturas de la Anunciación del artista José Brasanelli (Sustersic 2010).
5. Las reducciones de chiquitos Como parte de la antigua provincia jesuítica del Paraguay, la región habitada por los chiquitos se ubica en el corazón de América Latina, sobreviviendo primero a los ataques de los bandeirantes portugueses y luego a la codicia de los españoles. No obstante, los motivos principales de su relativa conservación fueron en primer lugar su aislamiento y luego la perseverancia del historiador de arte suizo Félix A. Plattner (19061974), quien quedó maravillado con la obra del jesuita Martin Schmid, compatriota inmigrante de aquellos gloriosos días fundacionales, autor de la mayor parte de las iglesias reduccionales. Pero, anteriormente, don Plácido Molina Barbery fue quien por 1943 trabajó en la demarcación de los límites de Bolivia con el Brasil. Fotografió cada rincón de San Ignacio, Santa Ana y San Rafael, conformando un valioso material gráfico que fue sustancial a la hora de intervenir en los históricos templos. Pero insistimos que fue decisivo el viaje por América del jesuita suizo, quien a su regreso publicó varias obras6. Con los años, Plattner alcanzó el cargo de procurador de la Compañía de Jesús en Zurich. Fue entonces cuando en 1972 hizo una convocatoria para salvar la iglesia de San Rafael (en coincidencia con el año del bicentenario de la muerte del P. Schmid) y envió a Bolivia al arquitecto también jesuita Hans Roth (19341999), quien se puso a trabajar junto con los indios. Pero los superiores de la Compañía de Jesús le habían ordenado regresar a Europa a los seis meses de arribado y el joven jesuita no obedeció, ante la admiración que le causaron estas maravillas, que le hicieron tomar la valiente medida de renunciar al Instituto e instalarse hasta su muerte en los pueblos chiquitanos. La decisión y labor de Roth fue admirable. Creó talleres de restauración especialmente levantados para las obras de las iglesias que hicieron los mismos indios. Procuró igualmente talleres de construcción 6 Recordemos algunas de sus trabajos como Der grosse Dr. Tang, Jesuit und Mandarin (Saarbrücken, 1936). Ein Reisläufer Gottes. Das abenteuerliche Leben des Schweizerjesuiten P. Martin Schmid aus Baar (1694-1772) (Lucerna, 1944). Jesuiten zur See. Der Weg nach Asien (Zúrich, 1946) [Jesuitas en el Mar (Buenos Aires, 1952)]. Pfeffer und Seelen (Einsiedeln, 1955). Genie im Urwald. Das Werk Auslandschweizers Martin Schmid aus Baar (1694-1772) (Zúrich, 1959). Deutsche Meister der Barock in Südamerika im 17. und 18. Jahrhundert (Basilea, 1960). Indien (Maguncia, 1963).
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Interior de la iglesia de San Javier en Chiquitos. Foto: Fernando Allen.
de instrumentos musicales, debido a la afición tan grande que tenían los indios por la música. Y eso no era casual, pues Roth halló en el coro de la iglesia de San Rafael unos libros con tapas hechas con folios encolados que eran partituras de música, algunas compuestas por el célebre jesuita Domenico Zípoli, que había sido organista del Gesu en Roma, muriendo en Córdoba (Argentina) en 1726. Otras 1.500 partituras fueron descubiertas en la casa parroquial de Santa Ana, junto a numerosos instrumentos musicales. A la asombrosa colección se sumaron obras de varios compositores jesuitas de la época y músicos contemporáneos, como el mismo Martin Schmid, Julián Knogler, Franz Brentner, Julián Vargas, Bartolomé Massa, Arcángelo Corelli y Nicola Calandro. A partir de este monumental hallazgo, se creó el Archivo Musical de Chiquitos en Concepción, con 5.500 folios de partituras musicales, que dieron origen al famoso Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana que se convoca periódicamente desde 1996. La primera obra de Roth fue la restauración de la emblemática iglesia de San Rafael en base a un proyecto de los arquitectos Georg e Ingrid Küttinger. La obra se comenzó en 1972 y se concluyó una década después. Incluyó el tallado de nuevos horcones colocados sobre cimientos de hormigón, se cambiaron las vigas y tijeras dañadas y se renovaron las pinturas murales. Entre 1974 y 1982 restauró la iglesia de Concepción, donde se reemplazaron todas las maderas. Paralelamente, y desde 1979 y hasta 1985, Roth restauró la iglesia de San Miguel, junto al carpintero Alois Falkinger, donde se tallaron nuevamente los horcones colocados también sobre cimientos de hormigón, además de cambiar vigas, tirantes y tijeras. Es interesante destacar aquí que algunas pinturas murales debieron ser desprendidas de los muros porque amenazaban desplomarse, y luego de reparadas fueron vueltas a colocar. En Concepción, en cambio, las pinturas originales no pudieron ser salvadas y se hicieron nuevamente. En 1987 emprendió la restauración de la iglesia de San Javier sustituyendo vigas y tijeras dañadas al igual que las tallas de los horcones. Al año siguiente, se comenzó el proyecto de San José donde fundamentalmente se demolieron los edificios anexos y se reemplazaron los horcones y maderas interiores. En 1995 inició la obra de San Ignacio y desde 1996 se sumaron al arquitecto Roth los colegas Eckart
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Detalle del proyecto de pórtico de una de las tres propuestas que realizó el arquitecto Juan Kronfuss en 1914 para la conclusión de la fachada de la Iglesia jesuítica de la ciudad de Córdoba.
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Kühne, Patrick Walter, José Luis Cabezas y Javier Mendoza en la restauración integral de Santa Ana. Esta vez se reutilizan los horcones, colocándose también sobre bases de hormigón, además de la restauración de pinturas murales, retablos, mobiliario, órgano, imágenes y el piso cerámico original. Pintura, escultura, artesanías, arquitectura y música eran el contexto donde se desarrollaron estas reducciones jesuíticas que buscaban establecer un mundo diferente. Hoy son los únicos testimonios construidos y en pleno uso del mundo de aquella epopeya Ignaciana. Todo este legado recuperado por Roth en casi tres décadas y sin apoyo oficial, se convirtió en uno de los más ambiciosos y sostenidos proyectos de restauración de Hispanoamérica. Obras que tuvieron como trasfondo un profundo sentido social, pues no solo se preservaron los monumentos, sino que también se construyeron viviendas y escuelas, museos y archivos. Pero fundamentalmente se crearon estructuras organizativas y de desarrollo de los pueblos indígenas, quienes sintieron profundamente la verdadera recuperación de sus identidades culturales. La impecable restauración arquitectónica fue sólo una excusa para volver a dar vida a las comunidades chiquitanas (Page 2008).
6. El patrimonio jesuítico de Córdoba (universidad y estancias)
Los inicios de la valoración de la arquitectura jesuítica en Córdoba, que conserva el edificio de la universidad y varias estancias, tuvieron el sentido de ampliar y jerarquizar de ámbitos deteriorados por el tiempo. Las obras de la universidad desarrolladas en el siglo XIX se las pensó con una nueva imagen institucional, incorporándole el lenguaje en boga. Pisos y zócalos de mármol, decoraciones en muros que incorporaban “puertas fingidas”, rejas encerrando jardines, y sobre todo la definición de su propio espacio, desprendiéndola del sector religioso y del Convictorio, convertido en escuela secundaria. Con la iglesia en cambio surgieron otras vías tendientes a “jerarquizarla”. Efectivamente, al celebrarse en 1914 el primer siglo de la restauración de la Orden al mundo católico, se pensó en construir una nueva y elegante fachada. Con ello se inició un rico debate sobre la posibilidad que la fachada estuviera inconclusa y que había que terminarla. Se hicieron varias propuestas, pero el dinero no alcanzó y la “nueva fachada” felizmente solo quedó en proyecto. Este primer período de valoración por la búsqueda de la jerarquización va a tener una concreción importante en las reformas del Colegio Monserrat, adjunto al ámbito de la universidad y que en tiempos de los jesuitas conformaba una sola unidad arquitectónica y funcional. Luego de separados, las reformas involucraron sobre todo una renovación del lenguaje exterior del edificio que se adscribió a un neorrena-
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cimiento español que superaba las expectativas que demandaban aquellos años en acercarse a la época colonial como lenguaje arquitectónico nacional. El autor del proyecto fue el arquitecto Jaime Roca. Al igual que con las reducciones de guaraníes, la creación de la Comisión Nacional de Monumentos, tuvo especial influencia en la valoración de los monumentos de Córdoba. Contó con los mismos protagonistas, sobresaliendo la figura del arquitecto Onetto quien tuvo a su cargo las intervenciones de la iglesia jesuítica de la ciudad y la estancia de Jesús María que se convirtió en museo gracias a la insistencia y donación de una importante colección de arte jesuítico del P. Oscar Deidremie SJ. En el primer caso va a ser una intervención inconclusa, aunque tuvo importantes logros como la recuperación de la fachada cubierta con revoque en 1914. No se avanzó con el proyecto de restauración interior que incluía, entre otras muchas realizaciones, el embutido de la instalación eléctrica y paradójicamente dos décadas después ocasionó un incendio con la pérdida de las pinturas originales del techo. El gobierno provincial comenzó a involucrarse en la preservación de los bienes jesuíticos desde la creación de la Dirección de Historia, Letras y Ciencia en 1969, sucesora de la Comisión Honoraria Asesora de Protección de los Valores Artísticos y Arquitectónicos que presidía el arquitecto Jaime Roca. Desde aquel entonces, el arquitecto Rodolfo Gallardo se abocó a la recuperación edilicia y funcional de las estancias de Caroya y Candelaria. Mientras que la de Alta Gracia tuvo injerencia total el gobierno nacional a partir de su expropiación en 1968. No obstante, inexplicablemente y para la misma época, se dejaron demoler las ruinas de la estancia de San Ignacio en Calamuchita, hoy prácticamente desaparecida. En la intervención de Alta Gracia, el empleo de la ciencia arqueológica fue relevante pues, siguiendo el ejemplo de Jesús María, se realizaron importantes hallazgos, aunque recién los restos hallados fueron catalogados veinte años después. Esta serie de recuperaciones, lentas y cargadas de conflictos, igualmente derivaron en el reconocimiento de la UNESCO en 2000, aunque luego de esta distinción se llevaron a cabo intervenciones inconsultas, en el mayor de los casos, que afectaron la originalidad de varios monumentos. Tal el caso de Santa Catalina, hasta la actualidad propiedad privada y donde se reemplazó la totalidad de revoques, o en la misma manzana jesuítica, que también se destruyeron revoques originales para dejar los muros de piedra a la vista, amén de la incorporación de objetos extraños a la arquitectura original, como la amplia escalera de ingreso a la Biblioteca Mayor. Incluso la estancia de Alta Gracia recibió la incorporación en 2006 de una construcción para baños que afectan directamente al monumento (Page 2011c). O peor aún, cinco años después se levantaron los pisos de la iglesia para incorporar un sistema de losa radiante que arrasó con tres
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PÁGINA ANTERIOR. Izq.: Detalle del pórtico neorrenacentista español del Colegio Monserrat del arquitecto Jaime Roca (1928). Centro: La iglesia de la Compañía de Jesús de Córdoba en la actualidad luego de la restauración del arquitecto Carlos Onetto. Dcha.: Iglesia de negros de la estancia jesuítica de Alta Gracia. EN ESTA PÁGINA: Intervención en la iglesia de Santa Catalina en 2000 donde se reemplazó íntegramente el revoque se la fachada
niveles de pisos superpuestos y todos los restos óseos allí depositados.
7. Otros testimonios de un olvidado legado jesuítico arqueológico y desmaterializado Hoy nos resulta de particular interés el resto de ese inmenso legado jesuítico, que no se circunscribe sólo a lo material manifestado en diversas tipologías arquitectónicas, urbanas y artísticas. Dispersos por gran parte del territorio que ocuparon, se encuentran testimonios arqueológicos de más de treinta reducciones jesuíticas (Page 2012), además de una decena de colegios y residencias con una importante cantidad de estancias que los sustentaban. Efectivamente, el accionar de los jesuitas no se limitó al área guaraní-chiquitos en su plan de evangelización, ni tampoco su Colegio Máximo con sus estancias fue la única institución educativa. Para el caso de otras reducciones, tanto en el siglo XVII como en el XVIII, los jesuitas tuvieron diversas experiencias misionales en las provincias de Neuquén, Buenos Aires y Córdoba, como a su vez en la extensa región chaqueña, hasta el sur de Bolivia y noroeste argentino. Cada uno de estos emplazamientos presenta características geográficas distintas, íntimamente ligadas con los habitantes y sus formas de vida, costumbres y sobre todo su lengua. Estaban pobladas por variadas etnias que sistemáticamente, aunque casi sin orden, rechazaron la conquista española a la que nunca se subyugaron. Pero allí donde las armas del español fracasaron, intervinieron los misioneros para intentar una dominación pacífica. No siempre alcanzaron los éxitos esperados que, en ocasiones, terminaron en trágicos desenlaces. La provincia jesuítica del Paraguay se insertaba dentro de una ocupación hispánica que no fue completa y que sólo se desarrolló en los ejes que constituían el Camino Real del Perú y el mesopotámico. El resto del territorio lo constituían tres grandes regiones: Chaco, Noroeste y Sur argentino que jamás los españoles llegaron a ocupar en forma efectiva. Fueron grandes sectores del territorio con una alta resistencia aborigen que no concluyó sino recién en el siglo XIX, con la segunda etapa del genocidio indígena de la región. Las continuas derrotas españolas llegaron a casos de verdaderos estragos, como las duras guerras calchaquíes que finalmente pudieron doblegar, pero con un costo muy alto. Posteriormente, esta experiencia inducirá a tomar nuevas estrategias de dominio con la ocupación reduccional. En este sentido y ante los éxitos que habían alcanzado los jesuitas entre guaraníes y chiquitos en distintas épocas, se recurrió a ellos
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Emplazamiento de reducciones en el sur de Bolivia, Noroeste, Chaco y sur argentino.
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para concretar ese proyecto ocupacional inconcluso. La Compañía de Jesús tuvo sus propias estrategias de evangelización emanadas desde sus Constituciones y aun con matices locales impresos por misioneros que se adaptaron a la realidad que imponía el tiempo y espacio. Así lo hizo desde el principio el P. Antonio Barzana. Este importante grupo de reducciones no tuvo los brillos de las guaraníticas o chiquitanas, pero no por ello se desarrollaron con menos esfuerzos. Aunque a veces fueron una realidad con futuro promisorio y otras solo un meritorio intento y con dificultades extremas que bien señaló el P. Cardiel para el caso de las chaqueñas. La mayoría desaparecieron al poco tiempo, aunque sus emplazamientos perduraron en muchos casos, en pequeños pueblos hoy existentes como Reducción en Córdoba, o en importantes ciudades como Reconquista, emplazada sobre el sitio de la reducción San Jerónimo, e incluso capitales provinciales como Resistencia, donde se ubicaba San Fernando, o Formosa, donde se levantó San Carlos. Para esta empresa evangelizadora, los jesuitas contaron con los colegios, que no eran meros centros de enseñanza sino que actuaban como verdaderos centros de operaciones misionales y que se ubicaron en las principales ciudades hispanas, de donde comenzaban sus misiones volantes y luego financiaban las reducciones. A partir de los colegios y residencias se estructuraron una serie de propiedades urbanas y rurales que reunieron a miles de esclavizados africanos, ocupando extensos territorios de producción variada para el sustento de estas instituciones educativas y misionales. Se han contabilizado para la época de la expulsión diez colegios y seis residencias que contenían cada una entre al menos cuatro y dos estancias, lo que constituía un patrimonio económico de valor incalculable (Maeder 2001). No todo se ha conservado; en el mejor de los casos constituyen restos arqueológicos, como en las varias reducciones que se han comenzado a excavar7, y en una necesaria política de identificación de sitios a los efectos de evaluar las alternativas de intervenciones particulares.
8. La valoración integral del legado jesuítico Después de casi dos siglos y medio en que persistentemente se ha querido revertir una denostada imagen impuesta por los borbones, marcada en su momento con los peores calificativos, hoy la gesta de la antigua Compañía de Jesús se yergue evidentemente triunfadora. Los estudios historiográficos que durante el siglo XIX y gran parte del XX fueron de exclusiva incum7 Tal el caso de una de las reducciones de indios calchaquíes del siglo XVII, tesis doctoral de Teresa Iglesias en elaboración por la Universidad de La Plata.
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bencia de miembros de la Orden, paulatinamente se ampliaron a un abanico inmenso de disciplinas. La generosidad de aquellos historiadores jesuitas es aún el recuerdo de los primeros historiadores laicos que incursionaron en los estudios sobre el pasado misional. Mientras el enorme legado arquitectónico fue sufriendo un acelerado envejecimiento, la creación de organismos estatales en diversos países revirtió la situación. Las paulatinas restauraciones de aquel tiempo fueron insertas en verdaderos planes nacionales promovidos en principio por el arquitecto Buschiazzo en Argentina y su colega Lucio Costa en Brasil. Más allá de las objetables o no intervenciones de aquella época, se vislumbra claramente un proyecto integrador de un Estado que comenzaba a comprometerse con acciones eficaces y concretas. Realizaciones que fueron posibles, también, gracias a la idoneidad y respeto a representativas e incuestionables figuras que levantaban con convicción las banderas de la defensa de los monumentos del pasado, sin usarlos como estandartes de oportunismo. Luego de este verdadero frenesí, se produjo una estabilidad en los emprendimientos que volvieron a surgir en la década de 1970, aunque no con la fuerza que le habían impreso aquellas instituciones en su primera época. Sin embargo, es loable la participación de los estados provinciales y municipales en nuevos emprendimientos que llevaron adelante. A fines de 1982, se presentó en la sexta reunión de Patrimonio Mundial en París la inclusión en su lista de la reducción de San Ignacio Miní. Se insistió al año siguiente, cuando se adjuntó la documentación requerida a la que se sumó igual pedido para los restos arqueológicos de Santa Ana, Loreto y Santa María la Mayor. Finalmente, en la octava reunión del comité, llevada a cabo en Buenos Aires en 1984, se decidió inscribirlas en la Lista del Patrimonio Mundial. Igual sucedió en el mismo año con la reducción de San Miguel en Brasil. En 1990, la UNESCO sumó las seis iglesias de chiquitos, ejemplos únicos de arquitectura en madera y adobe con amplios y uniformes espacios interiores donde un solo techo cubre tres naves separadas apenas por delgadas columnas. Tres años después, se incorporaron las reducciones de Trinidad y Jesús del Paraguay y, en 2000, el edificio de la universidad de Córdoba y la mayoría de sus estancias. De tal forma y para finalizar, no podemos dejar de soslayar que, así como se montó un negocio turístico, paralelamente apareció un negocio entorno a las “restauraciones”, que en muchos casos vieron dilapidar dineros públicos en honorarios más que en realizaciones concretas por salvaguardar los restos. Incluso en intervenciones vergonzosas para la especialidad, que siguen negando el significado de restos arqueológicos que aparecen con una carga simbólica muy grande, pues son el vivo testimonio de la desidia, de la decadencia y la negación a una Historia que en todos los tiempos causó malestar en algunos sectores. Tanto las reducciones guaraníticas y chiquitanas como las obras arquitectónicas que dejaron los je-
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El legado jesuítico hoy se encuentra en la plenitud de reconocimiento, pero con la sentida ausencia de la autoridad que impartían los pioneros de su revaloración.
suitas en Córdoba se mantuvieron aisladas como entidades diferenciadas y con una fuerte atracción en sí mismas debido a sus sistemas de significación. Unas como insignia de la evangelización, la otra como distintivo de la educación. Aunque paradójicamente tuvieran un estrecho contacto con realidades no tan disímiles. Funcionalmente, la arquitectura tenía similares patrones de diseño, pero al cambiar los usuarios y fundamentalmente los realizadores materiales, se imprimió una originalidad particular a ambas entidades. El legado jesuítico hoy se encuentra en la plenitud de reconocimiento, pero con la sentida ausencia de la autoridad que impartían los pioneros o fundadores de su revaloración. La especialidad en el marco de la conservación creció y se expandió, pero ante la falta de un inteligente liderazgo, prevaleció en muchos casos el autoritarismo de los ejecutores en concordancia a la ahora impasible actitud del Estado. •
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ELPLANDEINTERPRETACIÓN
ARQUITECTURA DE LA
PASTORIL
DE COGECES DEL MONTE,VALLADOLID
Roberto Losa Hernández Alicia Gómez Pérez SERCAM, Servicios Culturales y Ambientales S.C. I r.losa@sercam.es
En febrero de 2005 se hizo entrega al ayuntamiento de Cogeces del Monte del Plan de Interpretación de la Arquitectura Pastoril de Cogeces del Monte, municipio localizado en el sector oriental de la provincia de Valladolid, en un gran espacio físico dominado por extensos páramos y fértiles valles de fondo plano, donde se identifica una marcada orientación ganadera ovicaprina en su economía tradicional desde al menos, de forma documentada, el siglo XIV, aunque se puede detectar ya en el siglo XII cuando se configura la organización territorial del entorno de forma estable. Esta dedicación implicó la construcción de un numeroso conjunto de chozos y corrales de pastor que fueron precisamente el objeto del estudio al que nos referimos. Palabras clave: Cogeces del Monte, chozos, pastores, arquitectura tradicional.
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Con la creación del Plan de Interpretación de la Arquitectura Pastoril se pretendían tres objetivos esenciales: el inventario y recopilación de datos de todo lo relacionado con la arquitectura de pastor en el municipio; la posterior puesta en valor de aquellos elementos sobre los que se pudiera actuar; y, finalmente, algo en lo que nos esforzamos en su momento especialmente aún sabiendas de que era un proceso a largo plazo, trasladar a la población local la importancia de preservar los escasos restos de corrales y chozos supervivientes. Los dos primeros objetivos se cumplieron satisfactoriamente, el primero en su totalidad y el segundo, al menos, se puso en macha estableciendo unas bases metodológicas de puesta en valor determinantes y siempre teniendo en cuenta que el equipo técnico y una parte del gobierno municipal lo consideramos un punto seguido, no final. En cuanto a la tercera cuestión, aún desconocemos su alcance real. La labor de sensibilización –incluso con proyectos sucesivos-, queremos creer, ha cuajado entre un gran sector de la población y se ha afianzado mayoritariamente entre los que más inclinación mostraban hacia la cultura tradicional antes, por supuesto, de que nosotros hiciéramos aparición. El Plan de Interpretación mostraba en su propio epígrafe una orientación clara: se trataba de investigar para divulgar. Esa era la finalidad esencial, es decir, el inventario tenía que superar la propia catalogación para trascender a la socialización de lo descubierto, o más bien, recopilado. En la labor de inventario se partió de un estudio del año 1995 firmado por Consuelo Escribano1, que sentaba unas bases tipológicas y teóricas elementales y recogía un primer inventario de chozos y corrales, y que, sin ser exhaustivo, recopilaba información de una buena parte de los restos conservados. Fue en el año 1999 cuando tuvimos ocasión de poder realizar el inventario completo de los restos de arquitectura pastoril en Cogeces del Monte en el marco de la colaboración con la Universidad de Valladolid para la redacción del Inventario de Bienes Culturales de la zona afectada por el Proder Duero-Esgueva en el sector oriental vallisoletano. El catálogo, esta vez sí, integral de los restos se amplió considerablemente, y ya entonces pudimos confirmar la progresiva ruina y abandono, y hasta firmar el acta de defunción, de algunos ejemplares que Escribano había descrito cuatro años atrás. Esta incursión en el campo fue, en todo caso, la verdadera base para el desarrollo del proyecto que luego acometería el Ayuntamiento. Las posibilidades de recuperación y puesta en valor que apuntaban los restos de arquitectura pastoril cogezanos se hicieron más que evidentes, por lo que solo restaba esperar a que alguien tuviera la sensibilidad y la posibilidad de emprender la aventura. Fue con la llegada al Ayuntamiento de la primera mujer que asumía labores de gobierno municipal en la localidad, 1 Este informe inédito vio más tarde la luz en forma de dos artículos (Escribano 1996 y 1997) que, junto con un artículo específico sobre los chozos cogezanos (Olmos 1995), configuraban la única bibliografía disponible.
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De los 91 conjuntos que se podían reconocer en 1904, apenas restaban quince. Milagros Arribas2, cuando todo comenzó a tomar forma . En la redacción del proyecto, se tomaron como referencia la consecución de unas claves principales: Había que recopilar lo que ya se sabía, recurriendo a una exigua bibliografía, había que acudir al campo a recorrer el término municipal acompañados de conocedores del terreno para revisar y actualizar los inventarios anteriores; y, finalmente, había que buscar la forma de que los resultados trascendieran de forma útil a la población. Los resultados fueron, en cierto modo, desalentadores, pues se comprendió que de los 91 conjuntos que se podían reconocer en un mapa de 1904, apenas restaban, en desiguales condiciones de conservación, quince. No obstante, estos datos empeoraron en investigaciones posteriores a la redacción del proyecto, en las que se tuvo conocimiento mediante la observación de fotografías aéreas del llamado Vuelo americano de 1966 de que los conjuntos visibles superaban los ciento cincuenta (Escribano et al. 2009). Aún así, francamente, el trabajo fue gratificante, pues tuvimos ocasión de describir e inventariar algunos ejemplos muy significativos que sólo conocían directamente algunos habitantes locales. El trabajo de campo se realizó a partir de una ficha de inventario voluntariamente sencilla consistente en los siguientes campos: 1. Nombre con que se conocían los conjuntos pastoriles o en su defecto pago en el que se levantaban. 2. Composición del conjunto de arquitectura pastoril –si se trataba de chozo o chozos vinculados a corrales o sólo se componía de corrales-. 3. Coordenadas UTM con el fin de lograr su localización espacial de forma perfecta. 4. Accesos y distancia al casco urbano –nótese la orientación del estudio hacia la visitabilidad de los restos. 5. Condiciones geográficas –páramo, valle, pinar…6. Situación en el paisaje tradicional antes de la Concentración Parcelaria del término municipal en los años 80, tomando como referencia fundamental el ya referido mapa de 1904 y los mapas de ejército anteriores a las labores de reordenación de las tierras. 7. Estado de conservación. 8. Uso actual. Todos los casos estudiados carecían de uso. 9. Propiedad –con vistas a su posible actuación sobre ellos-. 10. Descripción. 11. Croquis de la planta del conjunto. 12. Localización sobre un mapa del término municipal 1:25.000 2
Queremos trasladar nuestro agradecimiento personal a doña Milagros Arribas por la confianza depositada en nosotros.
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13. Reportaje fotográfico. El estudio se completaba con los pocos datos que la información oral proporcionó sobre la construcción de los chozos y corrales y, algo más abundante, sobre su uso desde el segundo cuarto del siglo XX, para abordar un capítulo en el que teníamos especial interés: el de la protección de los conjuntos etnográficos. En menos de diez años habíamos certificado la desaparición de un chozo –Cabeza la Encina, si bien el próximo de Los Oliveros no desapareció mucho antes- y la ruina imparable del único que conservaba parte del cubrimiento de tierra y elementos vegetales sobre estructura trazada a partir de una gran viga –Chozo de los Pelechines-. Se trataba –esta vez nuestro objetivo era transmitírselo a la corporación municipal- de actuar lo antes posible. Para ello se diseñaron una serie de medidas protectoras –tanto para conjuntos arquitectónicos como para las vías pecuarias que habían quedado descritas en un capítulo independiente-, y se diseccionó la entonces reciente Ley de Patrimonio Cultural de Castilla y León de 2002 para determinar las posibilidades que nos ofrecía la legalidad. Evidentemente, en una comunidad con el ingente patrimonio etnográfico de Castilla y León no parecía prioritario ocuparse de los chozos cogezanos, pero nos sirvió para que –con la Ley en la mano- el ayuntamiento comprendiera que por su interés etnológico y por ser inmuebles relacionados con la economía y los procesos productivos del pasado formaban parte del Patrimonio Cultural de Castilla y León y por lo tanto estaban protegidos por la ley –con independencia de tener una categoría superior y más específica-. La misma legislación alertaba de que el Ayuntamiento tenía la obligación de protegerlos y promover su conservación y conocimiento; que el propio Ayuntamiento debía ser garante de su conservación directamente dando aviso a la administración de deterioro o peligro de destrucción, etc. Además, se sugería la posibilidad de ascender en el grado de protección intentando que los conjuntos pastoriles cogezanos fueran declarados Lugar Inventariado, así como las nulas posibilidades de que pudieran llegar a ser Bien de Interés Cultural. Evidentemente, todos sabíamos –los miembros del ayuntamiento y nosotros- que la Ley de 2002 tenía el alcance práctico que tenía y que la realidad era que la conservación de los chozos y corrales situados en tierras particulares estaban –y siguen estando- supeditada a la voluntad y sensibilidad de los propietarios; de hecho, podemos resumir que, en general, sobreviven porque no suponen un estorbo demasiado molesto a la maquinaria agrícola ni roban demasiada superficie al cereal. Pero lo más interesante es que logramos descubrirles una realidad legal que estaba ahí en caso de que se necesitase recurrir a ella; que si alguien desmantelaba un corral para aprovechar las piedras, la administración podía actuar, a petición del ayuntamiento o de cualquier particular, contra él. El proyecto, a continuación, se centraba en recopilar esa información y determinar cuál era la mejor
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Chozo de los Pedritos, el mรกs esbelto de todos los conservados.
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Choza de los Pelechines. Antes y después de la intervención.
forma de que trascendiera a la población. Tras muchas páginas de objetivos a cumplir, de deseos quiméricos de colaboración entre agentes locales, de soñar con dotaciones presupuestarias dignas y cuestiones de semejante índole, nuestra redacción volvía a la realidad proponiendo actuaciones concretas y capaces de ser asumidas en las circunstancias locales. La ambición de un proyecto perfecto quedaba ya en el ámbito privado de las disertaciones utópicas de los miembros del equipo. Se planificaron una serie de medidas personificadas para los principales conjuntos de arquitectura pastoril conservados. Estas medidas pasaban por la reparación de daños estructurales severos, delimitación de un área de protección en torno a los restos libre de actividad agrícola, el trazado de senderos de acceso, señalización básica, limpieza anual de vegetación intrusa, restitución de tramos de corrales perdidos, etc. A continuación, se proponían diversos medios para llevar a cabo estas intervenciones, cuyo mayor inconveniente era obtener el consentimiento de los propietarios de las tierras donde se encontraban los chozos y corrales –sólo dos son de propiedad municipal-. Como vemos, las medidas, diseñadas con pleno conocimiento de las posibilidades del municipio, no eran excesivamente ambiciosas y, en realidad, su aplicación hubiera tenido un bajísimo coste al preverse preferentemente su activación mediante el trabajo del personal municipal y un sistema mixto a través de cooperantes. Incluso, se llegó a plantear la incorporación de la actividad dentro de la oferta turística que ofrecía el municipio entonces. Pero la mayor intervención que planteaba el Plan de Interpretación era la creación de un Parque Etnográfico de la Arquitectura Pastoril en torno a unos de los conjuntos de propiedad municipal, al que a continuación nos referiremos. Junto a ello se preveía la edición de un desplegable, de una guía de visita y de un cartel promocional, así como el diseño global de un programa educativo para escolares. De todo lo planificado, sólo se llevaron a cabo algunas intervenciones concretas, de las que, precisamente, la creación del Parque Etnográfico, fue la más interesante, según nuestro criterio. Del resto de actuaciones sobre los diferentes conjuntos, salvo una mínima señalización, al cabo, solo se realizaron las que afectaban a los dos únicos que estaban en terrenos municipales, Los Hilos y Los Pelechines. Éste último caso, consistía en un chozo de planta circular (250 cm. de diámetro), alzado rectilíneo (250 cm. de altura) y cubierta plana fabricada a partir de un entramado de vigas de madera sobre la que se disponían lajas de piedra caliza, tierra y elementos vegetales. El chozo o, más bien, choza3 disponía de un angosto acceso y de una pequeña ventana, y conservaba parte del enlucido de barro que impermeabilizaba el interior de los muros. De los corrales, apenas quedaban restos como para determinar una descripción 3 En la zona se distingue popularmente los chozos, de alzado cónico, de las chozas, de cubrimiento plano, aunque la distinción no implica diferente funcionalidad sino, más bien, una mera diferenciación tipológica.
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En el Chozo del Tío Monago se logró instalar una señal explicativa, pero no retirar el majano adyacente.
mínima. Las condiciones de conservación eran pésimas, de hecho, antes de la intervención habíamos asistido al deterioro acuciante de la cubierta hasta prácticamente su desaparición en apenas un año. Dado que las condiciones de propiedad permitían una actuación rápida, se procedió a la limpieza de derrumbes, consolidación y reconstrucción de las partes perdidas de los muros, y, finalmente, a la reconstrucción, según los datos obtenidos de la observación directa hasta hacía unos meses, del cubrimiento plano de la construcción. Este chozo se señalizó mediante un atril explicativo y se identificó dentro de la edición de un folleto que recogía, entre otras actuaciones, la puesta en valor de los chozos y corrales cogezanos. Igualmente, se señalizaron dos de los ejemplos señeros de arquitectura pastoril del término, ambos de propiedad privada: Los Pedritos –quizás el ejemplo más esbelto de los conservados- y el chozo del Tío Monago. Por último, y con respecto al chozo de Los Hilos, correspondía éste a un conjunto compuesto de un chozo de planta circular (3 m. de diámetro) y alzado cónico (5 m. de altura) dispuesto en la intersección de corrales, de los que se podía reconocer todo su perímetro y altura original en algunos puntos, pero que presentaba serias deficiencias de conservación que amenazaban con su futura ruina. Las actuaciones se encaminaron a garantizar la conservación básica de la construcción durante unos cuantos años más y consistieron en la reparación de pequeñas deficiencias estructurales del chozo, especialmente una grieta vertical en el sector sur o el relleno de pérdidas de material al exterior, en la parte superior de la falsa cúpula. Igualmente, se procedió a la limpieza interior y exterior. Además, se aplicó mortero tradicional de cal y arena en aquellas zonas exteriores donde lo había perdido y que estaba afectando a la propia conservación del chozo. Se determinó que tal acción se realizara según las características tradicionales, sin uso de otros materiales o sustancias. Ello devino en que, precisamente, por no desear aplicar nuevo mortero en las zonas que aún conservaban el original, se obtuvieran dos coloraciones diferentes que sólo el tiempo se encargará de igualar. Esta fue una medida ciertamente impopular por cuanto que no se llegaron a comprender las razones de la actuación que afectaban estéticamente al conjunto. No nos corresponde determinar a nosotros si fue un acierto o un error –removible y fácilmente subsanable, si fuera el caso-, pero debemos insistir en que el objetivo principal era la reparación de problemas estructurales mediante el uso de materiales tradicionales, sin intervenir allí donde no fuera necesario con el fin de prolongar la propia existencia de la construcción de la forma más original posible; no nos interesaba, en definitiva, acometer una actuación integral que restase personalidad al conjunto, y sí retomar las medidas correctoras que tradicionalmente se habían aplicado en la zona, según informantes locales, sobre daños similares en chozos y corrales en los tiempos en que aún tenían un uso.
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Parque etnográfico.
Por su parte, los muros de los corrales fueron reconstruidos en los pequeños sectores más dañados y reintegrados a su altura original, tomada de varios tramos intactos. En este caso, y a pesar de que los muros de los corrales se habían edificado con bloques irregulares de caliza dispuestos a hueso, se aplicó un mortero interior no visible para mayor consistencia de los tramos reconstruidos por recomendación de los operarios municipales que estaban realizando la obra. El Parque Etnográfico de la Arquitectura Pastoril se instaló en la parte posterior del conjunto de chozos y corrales de Los Hilos, con el objetivo esencial de configurar un espacio cultural íntimamente ligado a vestigios pastoriles, en donde el visitante pudiera acceder de una forma lúdica y recreativa a las claves de la cultura pastoril en la que se integraban los chozos y corrales cogezanos. Con un carácter abierto y un contenido interpretativo, el parque se diseñó pensando en todos los públicos y bajo la idea de que la experiencia al final trascendiese en empatía hacia la arquitectura pastoril, lo que, en definitiva, debía propiciar su conservación y protección. Por ello, se ideó un espacio abierto, sin vallas ni horarios de visita, en el que, a través de un recorrido circular que comenzaba y acababa junto al chozo y corrales y siguiendo una sinuosa senda, el visitante fuera descubriendo paneles explicativos amenos y zonas lúdicas. Se señalizó el Parque en carreteras y caminos rurales, se adecuó la senda de acceso y se estableció una zona de aparcamiento –conviene señalar que el Parque se localiza a unos cuatro kilómetros del pueblo-. El resto del Parque se estructuró en sectores explicativos que incidían en aspectos tales como por qué había tantos chozos en Cogeces del Monte, cuáles eran las amenazas del rebaño, cómo se construía un chozo, sin olvidar las cuestiones tipológicas, de vida cotidiana…, todo ello de una forma bastante atractiva. Es cierto, no obstante, que nunca se llegaron a realizar todas las partes del proyecto que afectaban al Parque, pero lo que se hizo arrojó unos resultados sorprendentes. Las iniciativas ligadas al mundo pastoril han seguido activas a lo largo de los últimos años, siendo especialmente interesantes las desarrolladas por la Asociación Cultural Arcamadre, que ha promovido pequeñas muestras de objetos de pastor, charlas, artículos, visitas guiadas o talleres infantiles en el propio Parque. Más recientemente, ha visto la luz un libro (Escribano et al. 2009) que recoge la totalidad del inventario y otros datos que formaban parte del trabajo que hemos detallado, incrementados con nuevas aportaciones, y que añade un factor más a esa retribución social de lo estudiado a la que al comienzo de estas líneas nos referíamos. Estas actuaciones, a la postre, han reactivado el sentimiento de propiedad cultural de la arquitectura pastoril entre una parte de la comunidad que se había acostumbrado demasiado a convivir con ella, ha
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afianzado el que otro segmento mantenía intacto y ha servido para descubrir este universo a muchos otros. Pero, sobre todo, todas las actuaciones han servido de justo homenaje, aunque ellos no lo hayan pedido, al colectivo de los pastores locales en franco y, parece, imparable proceso de desaparición.•
Bibliografía
GÓMEZ PÉREZ, A. y LOSA HERNÁNDEZ (coor.), 2005: Plan de Interpretación de la Arquitectura Pastoril. Estudio inédito depositado en el Ayuntamiento de Cogeces del Monte y desarrollado por el equipo de SERCAM, S.C. ESCRIBANO, C., CRUZ, P.J., GÓMEZ, A y LOSA, R. 2009: Pastores de la Comarca de la Churrería. Construcciones, formas de vida y artesanías en Cogeces del Monte (Valladolid). Junta de Castilla y León. ESCRIBANO VELASCO, C. 1996: Arquitectura pastoril en la Churrería I. El Filandar, 8. Zamora. ESCRIBANO VELASCO, C. 1997: Arquitectura pastoril en la Churrería II. El Filandar, 9. Zamora. OLMOS HERGUEDAS, E. 1995: Ganadería ovicaprina y arquitectura popular en los límites de la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar. Chozos y corralizas en Cogeces del Monte. Revista de Folklore, 177. 1995. Valladolid.
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LA ARQUITECTURA TRADICIONAL DE
ARRIBES DEL DUERO
(SALAMANCA-ZAMORA):
MATERIAS PRIMAS VEGETALES
José Antonio González Mónica García-Barruso Sonia Bernardos Francisco Amich Grupo de Investigación de Recursos Etnobiológicos del Duero-Douro (GRIRED), Facultad de Biología, Universidad de Salamanca. I ja.gonzalez@usal.es / amich@usal.es
Para dar a conocer y preservar la arquitectura tradicional de Arribes del Duero (Salamanca-Zamora), se documenta el uso de plantas como materiales de construcción. Los habitantes de este territorio usan, o usaron, 20 plantas (incluidas en 10 familias botánicas). Las dos especies de mayor importancia son la encina y la escoba verde. Se analiza cómo varía el conocimiento tradicional de los informantes según sus características socio-demográficas. Los hombres de mayor edad aportan un mayor grado de conocimiento. Los datos obtenidos reflejan un conocimiento perfecto de los recursos vegetales y sus propiedades. Palabras clave: Etnobotánica, conocimiento tradicional, construcción, recursos vegetales, España
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Introducción En un mundo como el actual, crecientemente uniforme en sus aspectos y contenidos culturales, nadie pone en duda que la arquitectura tradicional constituye un vehículo para mostrar la diversidad y riqueza cultural de un área geográfica dada. Las construcciones tradicionales pasan a tener no sólo un valor material, sino que progresivamente adquieren un valor cultural al referirse a la especificidad de un territorio, comarca o país (Sánchez Marcos 2000, Benito Martín 2005). La arquitectura tradicional, entendida como el conjunto de construcciones de factura tradicional en cuanto a formas, materiales y sistemas de construcción, vinculados al entorno geográfico y a los modelos económicos de los grupos sociales que conforman los distintos poblamientos (Morán Rodríguez 1998), se caracteriza por construcciones que se realizaban mediante técnicas sencillas, poco costosas, y empleo muy limitado de materiales, buscando siempre la mejor adecuación al entorno físico. Respeta el medio natural, a la vez que utiliza en las distintas construcciones los materiales que éste le proporciona, creándose una imagen de mimetismo con el medio físico circundante, así como de integración en el paisaje de elementos naturales y humanos (Morán Rodríguez 1998). La arquitectura popular surge como respuesta a las necesidades y posibilidades de los usuarios en la zona, no sólo en cuanto a las técnicas constructivas, sino también en lo que respecta al sentido plástico y a la manera de organización espacial. Los condicionamientos geográficos del suelo y clima, no pueden desligarse del contexto material y de infraestructura, que responden en una sociedad determinada, en forma de adaptación perfecta a sus necesidades. Esta íntima relación con el suelo, el clima, los conocimientos, la tradición, confiere a esta arquitectura un carácter local (Fernández Álvarez 1991). Los materiales y las técnicas que ha empleado la arquitectura popular de las diferentes regiones o comarcas españolas dependen en buena medida de los recursos naturales (geológicos, forestales, etc.) presentes en ellas (ej. Sánchez Marcos 2000, Rivas González 2011). En España hay una serie de plantas cuyo aprovechamiento ha sido esencial en un pasado reciente para la vida en las comunidades rurales, ya que han servido para cubrir una de las necesidades básicas: dar cobijo a la personas y a las actividades del sector primario, ejercidas por una sociedad en régimen económico de subsistencia (Morán Rodríguez 1998, Blanco 2000, Blanco y Aragón Pellicer 2010). Así, muchas especies vegetales están implicadas en la construcción de viviendas, cuadras o chozos, constituyendo materiales de construcción tales como vigas, cañizos, techumbres, etc. Las especies más apreciadas se escogen por una serie de propiedades físicas, como su dureza, flexibilidad, etc., y son explotadas de forma sostenible desde hace siglos (ej. Blanco et al. 2000, Verde et al. 2000, Fajardo et
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al. 2007, San Miguel 2007). Pero, todo este conocimiento tradicional corre peligro de desaparición debido a los cambios socio-económicos sufridos por las comunidades rurales. La transmisión generacional de los saberes necesarios para su adaptación al medio y su propia diversidad, son valores que hay que proteger y transmitir a las generaciones futuras como parte de nuestro pasado histórico (Sánchez Marcos 2000). Por todo ello, en el presente trabajo se documentan y analizan el conocimiento y usos tradicionales que de diferentes plantas poseen y llevan a cabo con fines constructivos los habitantes de una comunidad rural del centro-occidente español: Arribes del Duero. Asimismo, se pretende contribuir a la difusión de un modelo de aprovechamiento sostenible tradicional, teniendo en cuenta que la conservación de la biodiversidad y del patrimonio cultural se relaciona directamente con el uso de los recursos naturales.
Área de estudio Con una superficie total de 106.105 ha y marcada orientación N-S, el Parque Natural de Arribes del Duero se localiza en el extremo oeste de las provincias de Salamanca y Zamora (Castilla y León, España), en la frontera con Portugal (40º50’–41º35’ N, 6º00’–6º41’ O). Apartada de las áreas industriales españolas, la zona se caracteriza por una fuerte regresión demográfica, con pérdidas de casi el 60% de la población local desde mediados del siglo pasado, por un alto índice de envejecimiento (casi el 40% de las personas son mayores de 65 años) y por una densidad de población muy baja (8,6 habitantes/km2) (Morales Rodríguez y Caballero Fernández 2003). Presenta una estructura socioeconómica poco evolucionada y con alta representación de los grupos de población dependientes, no generadores de riqueza; estructura que difiere significativamente del marco europeo. La población ocupada en la agricultura es el grupo más numeroso (35,5%), un porcentaje muy superior al de sus contextos regional y nacional. Los asalariados representan casi la mitad de la población ocupada, una proporción baja comparada incluso con otros espacios netamente rurales de España (Morales Rodríguez y Caballero Fernández 2003). Desde tiempos inmemoriales, la agricultura y la ganadería son las actividades más importantes desarrolladas en todos los municipios, pudiéndose asegurar que la economía está apoyada fundamentalmente en el sector primario, con mayor peso de la ganadería sobre la agricultura (Martín 1996, Juárez Alcalde 2000). Las limitaciones agrícolas y los cambios registrados durante las últimas décadas en la agricultura tradicional española explican la importancia ganadera en el paisaje y economía. La carne de vacuno y cordero y los quesos son los productos ganaderos más importantes. En lo referente a los usos del paisaje, nos encontramos con uno de los más claros ejemplos de paisaje
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mediterráneo de la parte occidental de la Península Ibérica, donde se alternan tierras de secano, masas de matorral, pastos de aprovechamiento temporal y cultivos mediterráneos (olivos, vides, almendros, cítricos) (Martín 1996, García Feced et al. 2007, Calabuig 2008). La propiedad del suelo aparece distribuida en franjas concéntricas en torno a cada uno de los núcleos de poblamiento. La más próxima al pueblo la forman las huertas y cortinas (campos cerrados dedicados al cultivo de plantas forrajeras), que constituyen un mosaico de parcelaciones privadas. La segunda franja está formada por las tierras o campos comunales abiertos, prados de aprovechamiento común y con posesión individual mediante sorteos. Por último el monte, que es parte común a los vecinos, y, en las tierras llanas, más fáciles de trabajar, aparecen las dehesas, propiedades privadas ubicadas en los límites de los términos municipales donde la ganadería extensiva es la actividad principal (Prada Llorente 2005, García Feced et al. 2007). La abundante cabaña ganadera se explota en régimen extensivo, estando el pastoreo de ovejas unido al aprovechamiento, sobre todo, de montes comunales dominados por matorral bajo y pastizales xerófilos (Llorente Pinto 1990). La ganadería también ha influido, e influye, de forma importante en el patrimonio cultural de Arribes del Duero. Se conserva una importante variedad de tipos constructivos relacionados con la actividad agro-pastoril (ver Mata 2004, Panero 2005, Cruz Sánchez 2010), los cuales son además muy numerosos, y la arquitectura tradicional de los pueblos queda tipificada por la construcción de viviendas de dos plantas, organizadas a partir de un portal distribuidor en la planta baja. En muchos casos, la distribución interior presenta la singularidad de dejar el uso de dicha planta baja a actividades complementarias como cuadras, pocilgas, bodegas o despensas y utilizar la planta superior para la propia vivienda. En la entrada inmediata encontramos una pocilga o cuadra que, aunque no es muy grande, permite mantener en el mismo edificio todo el ganado casero. Asimismo, bajo la escalera que da acceso a la planta superior se sitúa el gallinero, cubierto tan solo por unas tablas o una red metálica (Mata 2009). Esta comunidad rural ha sufrido transformaciones en las últimas décadas, pero muy lentas. Las gentes han subsistido en condiciones de simple supervivencia, manteniéndose a lo largo de generaciones con escasos y lentos cambios, asegurando su perfil de identidad cultural. Así, una gran cantidad de pueblos han tardado mucho tiempo en salir de una economía de auto-subsistencia, que antaño permitía a los sujetos que compartían una casa generar casi todos los bienes necesarios para su supervivencia (Hernández Corrochano 2006).
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Metodología Continuando con el estudio y análisis de la Etnobotánica en la comunidad rural de Arribes del Duero, iniciado con la publicación de los datos referidos a las plantas medicinales (González et al. 2010), en este trabajo se estudia la incidencia y contexto socio-económico del uso tradicional de determinadas plantas con fines constructivos. La información etnobotánica se obtuvo mediante 116 entrevistas semiestructuradas con 80 informantes (44 hombres y 36 mujeres, media de edad = 72); en todos los casos personas nacidas en el territorio y con un gran conocimiento de su medio natural. El trabajo de campo se llevó a cabo entre 2005 y 2009 en 18 localidades: seis en la provincia de Zamora (Torregamones, Badilla, Fariza de Sayago, Formariz, Pinilla de Fermoselle y Fermoselle) y doce en la de Salamanca (Almendra, Trabanca, Villarino de los Aires, Pereña de la Ribera, Masueco, Aldeadávila de la Ribera, Mieza, Vilvestre, Saucelle, Hinojosa de Duero, La Fregeneda y San Felices de los Gallegos). Se realizaron preguntas abiertas en relación al uso de plantas como material de construcción. En el análisis de datos, además de apuntar el número de informantes que citan una determinada planta (frecuencia de citación), se han llevado a cabo los cálculos necesarios para el índice de importancia cultural (CI) propuesto por Tardío y Pardo-de-Santayana (2008), que permite conocer el valor relativo de cada planta mencionada. En primer lugar se suman los registros de uso (UR) de la especie “s” para todos los informantes (desde i1 hasta iN) y se divide entre el número total de informantes (N).
Este índice varía entre 0 y el número total de categorías de uso consideradas en el estudio (NC), en nuestro caso 1. Para evaluar cómo varía el conocimiento tradicional que poseen los diferentes informantes en relación a sus características socio-demográficas, se ha realizado un análisis de la covarianza (ANCOVA), tomando como variable del modelo el número de registros de uso que aporta cada informante (UR) y mediante el programa estadístico XLSTAT 2009. Como variables explicativas se incluyeron los dos datos personales que se solicitaron: “edad” y “género” (variable cualitativa que toma valores de h = hombre o m = mujer). En cuanto a la taxonomía y nomenclatura de la plantas, se ha seguido “Flora iberica” (Castroviejo
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Valores alcanzados para el índice de importancia cultural (CI) por las cinco especies vegetales más relevantes en el área de estudio.
1986-2012) para aquellas familias incluidas en los volúmenes ya publicados y “Flora Europaea” (Tutin et al. 1964-1993) para el resto de ellas. Diferentes pliegos fueron depositados en el Herbario de la Universidad de Salamanca (SALA). En el caso de algunas especies, para las que fue imposible recoger muestra alguna, se incluye el número de una fotografía digital (PHO).
Resultados y discusión En Arribes del Duero, entre los materiales de construcción empleados en la arquitectura tradicional encontramos muchos de origen vegetal; así, un buen número de plantas, generalmente árboles y arbustos, han sido empleados como materia prima para la construcción. Los habitantes de este Espacio Natural, usan, o usaron en un pasado reciente, un total de 20 plantas (pertenecientes a 10 familias botánicas) con fines constructivos. La tabla 1 refleja la relación de especies, distribuidas en las correspondientes familias, indicándose también el número de informantes que las menciona como útiles, su importancia cultural y su status. Se incluye, asimismo, una relación de vernáculos recogidos durante las entrevistas. La mayoría de las especies citadas son plantas leñosas (15 especies, 75% del total) y silvestres (70%). Los dos taxones vegetales más importantes en la arquitectura tradicional de Arribes del Duero son Quercus ilex L. subsp. ballota (Desf.) Samp. (CI = 0,87) y Cytisus scoparius (L.) Link (CI = 0,66). Solamente otras tres especies alcanzan un valor superior a 0,50 para el índice de importancia cultural (CI), es decir, que son mencionadas por más de la mitad de los informantes. Los informantes entrevistados han permitido obtener un total de 545 registros de uso (media 7 UR/ informante; máx. = 17). Los resultados del análisis exploratorio llevado a cabo en relación con el conocimiento tradicional acumulado por los distintos informantes en función de sus características demuestran que cerca del 46% de la variabilidad de dicho conocimiento puede ser explicada en términos de edad y género (R2adj.= 0,457). Atendiendo a los resultados del ANCOVA se puede concluir que las dos variables explicativas contienen una cantidad importante de información para el modelo (F2, 77 = 34,305; P < 0.0001, intervalo de confianza = 95%). La tabla 2 recoge los detalles numéricos del modelo matemático. Los dos parámetros considerados tienen un efecto significativo, especialmente alto en el caso de la edad de los informantes. De acuerdo con nuestros datos, los hombres de mayor edad guardan un más amplio conocimiento constructivo. Para hacer vigas y otros elementos que dan estructura y rigidez, tales como postes, puntales o dinteles, se buscaban maderas duras, resistentes y longevas, como la de encina (Quercus ilex L. subsp. ballota
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Familias botánicas y especies (pliego de herbario o número de fotografía digital)
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Status
Vernáculos
FC
CI
Silvestre
Enebro, nebro, jimbro, jimbrio, jimbre, jumbrio, joimbre, joimbrero, enjumbre, enjumbrio
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0,42
Cultivada
Pino, piñal
22
0,27
Silvestre
Caña, caña de San Juan, cañaheja, candileja
38
0,47
Cistus albidus L. (SALA 16886)
Silvestre
Jara blanca, ardivieja
8
0,10
Cistus ladanifer L. (SALA 18145)
Silvestre
Jara, jara pringosa, jara negra
42
0,52
Cytisus multiflorus (L'Hér.) Sweet (SALA 19214)
Silvestre
Escoba blanca
27
0,34
Cytisus scoparius (L.) Link (SALA 19202)
Silvestre
Escoba verde, escoba negra, escoba rubia, escoba tamariz, escoba bermeja, retama negra
53
0,66
Cytisus striatus (Hill) Rothm. (SALA 16667)
Silvestre
Escoba amarilla, escobón, piorno
12
0,15
Retama sphaerocarpa (L.) Boiss. (SALA 16638)
Silvestre
Retama, piorno blanco, tamariz
9
0,11
Castanea sativa Mill. (SALA 16332)
Silvestre
Castaño, castañera, castañal
16
0,20
Quercus ilex L. subsp. ballota (Desf.) Samp. (SALA 16331)
Silvestre
Encina, ancina, carrasco, carrasca
70
0,87
Quercus pyrenaica Willd. (PHO 4)
Silvestre
Roble, rebollo, melojo, roble marojo
43
0,54
Populus alba L. (SALA 18035)
Silvestre
Chopo blanco, álamo
21
0,26
Populus nigra L. (PHO 211)
Silvestre
Chopa, chopo, chopo del país
19
0,24
Silvestre
Negrillo, olmo
42
0,52
Cultivada
Vid, parra
12
0,15
Arundo donax L. (PHO 214)
Cultivada
Cañas, cañizo
30
0,37
Hordeum vulgare L. (PHO 94)
Cultivada
Cebada
14
0,17
Secale cereale L. (PHO 92)
Cultivada
Centeno
28
0,35
Triticum aestivum L. (PHO 91)
Cultivada
Trigo
5
0,06
CONIFEROPSIDA Cupressaceae Juniperus oxycedrus L. (SALA 102358)
Pinaceae Pinus halepensis Mill. (SALA 16167) MAGNOLIOPSIDA Apiaceae Thapsia villosa L. (SALA 107240) Cistaceae
Fabaceae
Fagaceae
Salicaceae
Ulmaceae Ulmus minor Mill. (PHO 70) Vitaceae Vitis vinifera L. (PHO 13 / 15) LILIOPSIDA Poaceae
Listado de plantas vasculares aprovechadas como materia prima en la construcción tradicional en Arribes del Duero (España). FC = frecuencia de citación; CI = índice de importancia cultural.
09 I ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL
49
Izq. Dintel realizado en madera de enebro. Dcha. Fig. 3. Cabrios visibles en un alero.
Parámetro
Valor
Desviación típica
t de Student
Pr > t
Intersección Edad Género – h Género – m
–12,199 0,253 1,629 0,000
2,341 0,032 0,650 0,000
–5,211 7,919 2,507 –
< 0,0001 < 0,0001 0,014 –
Resultados obtenidos en el análisis de la covarianza en relación al conocimiento tradicional y parámetros del modelo.
(Desf.) Samp.) y negrillo (Ulmus minor Mill.), árboles presentes en casi todo el territorio, o la del enebro (Juniperus oxycedrus L.), especialmente apreciado en aquellas localidades donde crece. De este último árbol se conseguían “vigas eternas” para las viviendas y las cuadras dado que su madera es imputrescible y aguanta muy bien las inclemencias del tiempo. Para lograr que alcanzase el porte adecuado –con un tronco recto y suficientemente largo– era preciso podarlo año tras año, consiguiendo ejemplares de gran altura. En menor medida, también se hicieron vigas de roble (Quercus pyrenaica Willd.) –su madera es dura y resistente, aunque menos que la de la encina–, castaño (Castanea sativa Mill.), chopo blanco (Populus alba L.) y “chopa” (P. nigra L.). Las techumbres son otro elemento construido generalmente con materiales de origen vegetal. Dichos materiales se obtienen de diferentes especies dependiendo de su abundancia en el medio y de su función en el entramado o estructura. Estas cubiertas constan de varias partes superpuestas. La parte interior está formada por vigas transversales de menor diámetro y se realizaba con maderas resistentes ya que debía proporcionar estructura y fijación a toda la cubierta. Con el nombre de “cuartón” se conoce a las piezas labradas en forma cuadrangular. Para su elaboración se emplearon sobre todo enebro, encina y castaño, pero también el roble, el chopo blanco, y la chopa, especie más abundante que la anterior (“su madera es muy utilizada porque siempre está a mano”). Los “cabrios” son palos redondos que se colocan entre las vigas. Las ramas gruesas y relativamente tortuosas de enebro, castaño o pino (Pinus halepensis Mill.)1 se aprovecharon para este fin. En muchas ocasiones son visibles en aleros de tejado. La conocida como “ripia”, “ripio” o “lata” es una capa intermedia de relleno, un techado bajo teja que forma el verdadero revestimiento que cubre y aísla el interior de la construcción. Es aislante e impermeabilizante ya que está formado por materiales que le confieren consistencia y densidad. Para su preparación 1 En ARD se cultivan también Pinus pinaster Aiton y P. pinea L. En ocasiones nos fue difícil reconocer qué especie era la referida por el informante.
09 I ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL
Estructuras de techumbres con cañizos bajo teja y puerta tradicional de dos hojas realizada en madera de encina.
se utilizaban principalmente, y aún hoy en día se utilizan en determinadas construcciones auxiliares, dos especies de arbustos con un tupido follaje: la escoba verde (Cytisus scoparius (L.) Link) y la jara (Cistus ladanifer L.). La abundancia de una u otra especie en cada lugar era el factor que determinaba cuál de ellas se utilizaba. Estos arbustos no se colocaban verdes, había que prepararlos para que cumpliesen su función; para ello era necesario prensarlos, quedando secos y compactos y consiguiéndose una cubierta más densa y de menor espesor. En algunos pueblos también se usaron ramas de Cytisus multiflorus (L’Hér.) Sweet, C. striatus (Hill) Rothm., Retama sphaerocarpa (L.) Boiss. o Cistus albidus L.; e incluso, ramas de algunas especies arbóreas de abundante follaje (negrillo, chopa, etc.) o sarmientos de vid (también con hojas). Otro método constructivo documentado es la colocación, sobre el entramado de cuartones o cabrios, de paneles conocidos con el nombre de “cañizos”, confeccionados con las ligeros tallos de Thapsia villosa L. o Arundo donax L. Estas capas forman la estructura básica (“cama”) sobre la que se asienta una cubierta externa de tejas de barro o arcilla. La orografía de Arribes del Duero hace que la gran mayoría de los pueblos presenten numerosas cuestas y pendientes que imposibilitan la aparición de grandes espacios urbanos donde edificar en superficie. Todo ello hace que sea la vivienda de dos plantas bien definidas la que tipifique la arquitectura de este territorio (Mata 2009). El suelo de la planta superior está constituido por una tarima confeccionada con sencillas tablas de pino, y en menor medida de chopo o castaño. Normalmente, todas las habitaciones aparecen encaladas por razones de habitabilidad e higiene (Mata 2009). En el enlucido de las paredes interiores también está presente el componente vegetal, pues éste se efectuaba con barro mezclado con paja proveniente de los cereales cultivados: cebada (Hordeum vulgare L.), centeno (Secale cereale L.) y trigo (Triticum aestivum L.). Sobre ese mortero se aplicaba una mano de cal. Las puertas y ventanas, de pequeño tamaño y escaso número, siempre fueron fabricadas por los carpinteros locales con madera de encina, roble o castaño. Las construcciones auxiliares, tales como “tenaos” o “tenás” (tenadas), chozos pastoriles y “chiviteros” (construcciones para el refugio y cría de cabras en el campo), se techan directamente con escoba verde, que al estar expuestas al exterior se deterioran y se hace necesario sustituirlas de cuando en cuando. Encima de las escobas se echaba tierra y se superponían las tejas; no obstante, estos arbustos también pueden verse como capa única en el techado de muchos chozos, e incluso, de algunas cuadras y cobertizos. El refugio más humilde usado por los pastores en el pasado eran los llamados “chocetes” o “bardos”, una construcción portátil que llevaban para protegerse de las inclemencias del tiempo. De pequeño tama-
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09 I ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL
Chozo pastoril con techumbre de escobas.
ño y forma cónica, eran fabricados con dos palos combados de encina o negrillo tejidos con ramas más finas y forrados de escobas o bálago, es decir, con paja larga de centeno. Tenían la ventaja de ser fáciles de transportar a la hora de desplazarse con los rebaños; asimismo, debido a su sencillez, podían renovarse totalmente cambiando su cubierta cuando se deterioraban. Destacar también en este trabajo un arcaico y curioso elemento de los huertos y cortinas, el denominado “cigüeñal”, “cigüeño”, “zanga” o “zangüeño”, de gran valor cultural y paisajístico. Estos artilugios constructivos son una ingeniosa manera de sacar agua de los pozos para regar con un esfuerzo mínimo. Consta de varias partes: un poste vertical de madera llamado “forcada”, “pie”, “puntal” o “poste”, que se encuentra hincado en el suelo, sujeto con piedras y suele estar realizado en maderas resistentes como la de enebro, encina o roble. Su parte distal termina en forma de horquilla, sobre la que se apoya y articula una larga pértiga móvil llamada “balancín”, “travesaño” o “caballete”, realizada (normalmente) en madera de negrillo, que permite obtener esta vara larga y resistente. En un extremo tiene un cubo metálico, unido por una vara más fina denominada “vara de sacar”, “vara” o “gancho”. En el otro extremo hay un contrapeso, que suele ser una piedra circular que sirve para facilitar la elevación del cubo lleno de agua. Al lado del cigüeñal se encuentra una pila para distribuir el agua hacia el huerto. Por desgracia, estos elementos han sido sustituidos por otros “más modernos” hechos enteramente de metal. Como apuntó Plaza Gutiérrez (2002), para integrar este tipo de recurso cultural dentro de los flujos del turismo rural, la definición y promoción de rutas temáticas parece ser la alternativa más viable. Por último indicar que la madera empleada para la construcción tradicional podía verse afectada por diferentes plagas que la pudren y reducen su longevidad. Para evitar este problema, el conocimiento tradicional aconseja cortarla en fase de luna menguante, a poder ser en el mes de enero.
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09 I ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL
Los rudimentarios cigüeñales funcionan según la ley de la palanca.
Conclusiones El patrimonio arquitectónico popular de Arribes del Duero es fiel reflejo de la adaptación de la población local a las condiciones naturales (de relieve, climáticas, etc.), a los usos y aprovechamientos agrícolas y ganaderos tradicionales y a los materiales vegetales predominantes en el territorio. Nuestros resultados confirman que este Espacio Natural, además de tener un gran potencial turístico, es muy atrayente para los intereses científicos en la diversidad biocultural. El conocimiento tradicional amasado durante generaciones por sus habitantes proporciona abundantes datos para mejorar y adecuar las actividades modernas de construcción al modelo de desarrollo sostenible, sobre todo en relación al consumo racional de materias primas. En todos los casos documentados el monte es explotado de manera sostenible por la necesidad de mantener sus usos a medio y largo plazo. Las construcciones tradicionales se identifican por una serie de características básicas y permanentes, que contrastan claramente con aquellas edificaciones que no han tenido en cuenta el entorno natural; teniendo, asimismo, en las manifestaciones constructivas menores y complementarias (chozos, tenadas, pajares, cigüeñales, etc.) otra evidencia de una gran riqueza cultural o antropológica. Creemos necesario implementar medidas de fomento sobre el sector de la vivienda en esta área apartada y deprimida del medio rural de Castilla y León. La ayuda a la rehabilitación de viviendas rurales y a la conservación de la arquitectura tradicional debe constituir una línea prioritaria de actuación de las administraciones responsables. Del mismo modo, es preciso promover la recuperación de los sistemas tradicionales que han hecho posible la existencia de dicho patrimonio. En respuesta a la necesidad de proteger dichas técnicas tradicionales de construcción, las instituciones locales y regionales deberán apoyar la educación de los jóvenes en ellas. Las escuelas-taller deberán realizar programas educativos encaminados a la aplicación de estas técnicas tradicionales y la conservación de aquellas habilidades relacionadas con el conocimiento sobre la estructura y características propias de cada material, las herramientas más adecuadas y los diseños tradicionales.
Agradecimiento Estamos muy agradecidos a todas las personas entrevistadas en este estudio, por su tiempo y por compartir sus conocimientos y experiencia.•
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09 I ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL
Bibliografía
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epc I dossier fotográfico
EN LOS JARDINES DE LA GRANJA Texto y fotografías de Roberto Losa Hernández
La influencia más certera que se asumió en la concepción y configuración de los jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso puede rastrearse, más que en Versalles, en los jardines del desaparecido palacio de descanso que Luis XIV de Francia tenía en Marly, donde incluso habían trabajado los mismos artistas que luego fueron llamados al palacio segoviano. Los jardines son, principalmente, fruto de la primera mitad del siglo XVIII, del reinado de Felipe V, y, en ellos, la exuberancia vegetal se mezcla con la espectacularidad de las fuentes, pobladas de piezas escultóricas sobresalientes, surgidas especialmente del ingenio de los franceses René Frémin y Jean Thierry, llegados a La Granja en 1721, y, luego, de Jacques Bousseau. A ello, hay que unir la no menos sorprendente ingeniería hidráulica que permitía disfrutar de imaginativos juegos de agua, de los que el rey llegó a decir, refiriéndose a la fuente de Diana: “Tres minutos me diviertes y tres millones me cuestas”. La selección fotográfica que presentamos en este dossier no pretende ser exhaustiva, como se verá, sino sólo una simple, pequeñísima, muestra de la riqueza artística que custodian los hermosos jardines de La Granja, fruto del errático transitar por ellos del autor más que de una reflexiva intención documental.
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Vigilando el Parterre de Palacio
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 El Parterre de Palacio está adornado con jarrones de plomo y flanqueado por bancos y por estatuas de mármol: en el lado derecho, El Otoño o Baco, América, El Verano o Ceres; en el izquierdo, África, Milón de Crotona y La Fidelidad.. Pa
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Náyade y céfiros.
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Estas figuras de Jean Thierry forman parte del conjunto escultórico de la fuente del Abanico, muy cerca de la fachada del palacio. Una ninfa, sentada sobre una roca, contempla a dos céfiros jugando con un pez. La boca del animal es el único surtidor de la fuente, que forma -cuando el agua brotaun gran abanico de cuatro metros de altura y ocho de longitud.
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Caballo marino.
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Grupo escultórico secundario de la fuente de Neptuno, obra en plomo de René Frémin, en el que unos cupidos que sujetan cornucopias o tridentes juegan y cabalgan sobre un hipocampo.
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Jarrones de fruta.
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 El conjunto de los jardines está sembrado de obras escultóricas menores, pero de gran plasticidad, generalmente de plomo con acabado imitando mármol o teñido de tonos rojizos como estos jarrones que adornan la baranda que custodia el cauce de la Ría.
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Niños derribando a un ciervo.
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Sobre el portón de salida de la Ría, junto a la fuente de la Selva, un hermoso puente de piedra caliza de tonos rosados salva el cauce. Sus cuatro pilares están adornados con grupos escultóricos centrados en escenas de caza y realizados en plomo pintado con tintes rojizos, de los que uno representa, como vemos en la fotografía, a dos niños intentando dar muerte a un ciervo derribado.
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El cuerno de la abundancia.
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En la gran fuente de la Selva, obra de Jean Thierry, encontramos este conjunto secundario en el que un niño recostado sobre un peñasco sostiene un cuerno de la abundancia repleto, al modo clásico, de frutas, algunas desperdigadas por el suelo. Este conjunto dispone de un surtidor de agua vertical.
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Jugando con un pez
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Escultura de plomo teñido con barniz para darle un efecto de bronce encarnado.
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Andrómeda encadenada
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En la más alta de todas las fuentes de los jardines, obra de René Frémin, encontramos un espectacular conjunto escultórico en el que la princesa etíope Andrómeda, desnuda y encadenada a la roca por orden de su padre, es acosada por el monstruo Ceto, enviado por Poseidón. Perseo, enamorado de la joven, lucha contra el monstruo, al que finalmente convierte en coral gracias a la cabeza de Medusa.
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Rodeando a Andrómeda
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Esta obra de mármol forma parte del conjunto de ocho esculturas que ocupan el fondo de la plaza de la fuente de Andrómeda y que representan a Los Cuatro Elementos y a la Poesía pastoral, lírica, heroica y satírica.. Pa
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Hipocampo
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 A ambos lados del segundo vaso de la Cascada Nueva, apoyado sobre el cerco de los paramentos laterales, encontramos sendos grupos escultóricos en los que un niño dotado de tridente cabalga sobre un hipocampo, cuya boca, por cierto, es un surtidor.
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Ninfa cazadora
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 El contorno de la plaza de la fuente de Diana está adornado con cuatro esculturas de mármol que representan a ninfas cazadoras, obras de Puthois y Dumandré, así como jarrones de plomo y bancos de mármol.
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Anfitrite
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En el conjunto escultórico de la fuente de Anfitrite, ideado por Jean Thierry, destaca la magnífica figura de la esposa de Poseidón, la ojizarca diosa de los mares tranquilos, que, en esta ocasión, alude inequívocamente a Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V. Aparece Anfitrite sentada sobre una gran concha tirada por un delfín y acompañada de tres náyades cabalgando delfines.
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Guadiana
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En la Cascada (1723) encontramos esta sobresaliente personificación, obra de Thierry, del río Guadiana, convertido en una hermosa oceánide recostada sobre la ánfora de la que surgen las aguas.. Pa
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El Tajo
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En la última grada de la Cascada Nueva se localiza esta soberbia escultura en plomo de Thierry que representa al río Tajo, personificado como un anciano barbado, al modo de los Oceánidas, recostado sobre un ánfora de la que brotan las aguas del propio río.
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Náyade
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 En la fuente de Anfitrite encontramos a está náyade u oceánide, de las tres que hay, que acompaña a la diosa marina mientras cabalga un brioso delfín.
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Jarrón
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Todo el conjunto de los jardines está minado de detalles plásticos que suelen pasar desapercibidos entre el monumental repertorio escultórico. En general, están realizados en plomo, ya sea teñido de tonos rojizos o imitando el mármol.
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Peinando a Diana
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 La fuente de Diana, proyectada por Frémin y Bousseau en 1737 y concluida en torno a 1745 bajo la dirección de Puthois y Dumandré, es la única fuente que posee un carácter arquitectónico. El conjunto escultórico principal representa a la diosa Diana, quien acaba de tomar un baño y es atendida por sus ninfas. Tras ellas, el pastor Acteón, que se ha encontrado casualmente con la diosa e intenta seducirla al son de su flauta. Diana, ofendida por haber sido vista desnuda, convierte al pastor en venado que, después, será devorado por sus propios perros.
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Ninfa
Foto: Roberto Losa Hernández Jardines del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso I 2012 Esta ninfa forma parte de la escena principal de la fuente de Diana, en que seis doncellas atienden a la diosa después de su baño.
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ARTE RELIGIOSO EN LA
DIÓCESIS
DE VALLADOLID José Luis Velasco Martínez Delegado Diocesano de Patrimonio. Diócesis de Valladolid.
Castilla y León está sembrada de iglesias, ermitas y elementos tanto en madera como platerías, bronces y otros objetos artísticos. Mucho se va conociendo, pero aún hay mucho camino por recorrer. Frases lapidarias han enfatizado algunas cosas: románico palentino, camino de Santiago, etc., pero en esto no se resume toda la realidad. Palabras clave: Arte, arquitectura, Castilla y León, diócesis de Valladolid.
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La Diócesis de Valladolid cuenta, entre la zona urbana y rural, con trescientas siete parroquias, de las que cincuenta y cuatro están en el municipio de la capital y doscientas cincuenta y tres en el resto de la provincia. Si a estas cifras añadimos las relativas a las ermitas, con al menos una en cada pueblo -y en algunos, varias-, las iglesias que no son parroquias, las iglesias de las cofradías, los conventos y monasterios... sumamos más de quinientos monumentos en toda la provincia. A esta realidad arquitectónica hay que añadir los retablos -en número elevadísimo y de variada calidad y época-, las artes decorativas -de muy variado valor-, la documentación custodiada en los archivos, otro capítulo importantísimo de la cultura inédita de Valladolid - magníficas bulas, escrituras, cartas de fundación...-. Estos continentes, en número y calidad, y sus contenidos suponen la gran realidad patrimonial a la que hay que dar una respuesta hoy de cara al mañana. Se ha realizado un intenso trabajo en su conservación, con sus sombras, evidentemente, pero con un gran colectivo humano dedicado a la protección del patrimonio cultural religioso. En este sentido, el cambio de pensamiento que se ha producido en los últimos años ha sido ciertamente revelador: Los convenios entre la Diputación de Valladolid, la Junta de Castilla y León y el Arzobispado de Valladolid, han ofrecido excelentes frutos en la protección de nuestras iglesias, y se han aportado cantidades presupuestarias significativas para enderezar el patrimonio rural. La Junta de Castilla y León, a través de la Dirección General de Patrimonio, con la legislación específica que se va gestando sobre los bienes protegidos, los llamados BIC (Bien de Interés Cultural), está encargada de la custodia de sesenta y dos templos, entre ellos la ermita de Santa Ana (Pozuelo de la Orden), única ermita declarada BIC y ejemplo de arquitectura por su rareza. También Fomento, en su capítulo de vivienda, ha realizado muy excelentes restauraciones, como la iglesia románica de Trigueros del Valle. Sin embargo, la Junta de Castilla y León, en su sección de Patrimonio, debe enfrentarse al reto de la protección de un ingente número de monumentos distribuidos por toda la comunidad. En Valladolid hay dos iglesias mozárabes: Wamba y San Cebrián de Mazote, y aunque el románico pasa inadvertido y hay que reavivarlo, cuenta la diócesis con la iglesia de Arroyo de la Encomienda, que, aun no siendo BIC, es una joya del románico, o, entre otros, los tres ábsides románicos de Santervás de Campos de excepcional calidad. La evolución del siglo XV hizo desaparecieran gran parte de aquellas iglesias pequeñas del románico, para sustituirlas por las nuevas construcciones del plateresco y renacimiento que llenan nuestra geografía. La evolución y crecimiento de los pueblos, en definitiva, destruyó la riqueza románica, por ello hoy predominan las iglesias góticas, renacentistas y barrocas. Pocas luces, en lo artístico, podemos añadir de los tiempos modernos, en los que, quizá, sobresalgan las iglesias de nueva ejecución de Torrelago en Laguna
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de Duero y La Flecha, en Arroyo de la Encomienda. Vamos a detenernos en dos iglesias restauradas por la Dirección General de Patrimonio: San Pedro de Alaejos y Nuestra Señora de la Asunción en Rueda.
Parroquia de San Pedro de Alaejos, ejemplo del Renacimiento. En el siglo XVI se produce una situación de crecimiento y desarrollo de la villa de Alaejos que dará como fruto la construcción de dos parroquias, San Pedro y Santa María, con sus torres que anuncian que hay vida humana y religiosa, señorío de los Fonseca y riqueza en el lugar. San Pedro, construida en ladrillo, tiene planta de tres naves, ábside poligonal, bóveda de crucería de ladrillo con nervaduras muy finas formando estrellas, toda ella policromada con grisallas. Las naves están separadas por arcos de medio punto. En el presbiterio destaca el Retablo Mayor, renacentista, fechado en 1603, obra de Juan Sáez de Torrecilla. Otros retablos y mobiliario, así como la luz y el sonido, han sido objeto de una restauración integral. A los pies se levanta esbelta torre de ladrillo de cinco cuerpos separados por azulejería, con remate octogonal y cúpula apuntada y coronada por chapitel. Las intervenciones sobre este edificio se han desarrollado a lo largo de varios años ya que se optó por una restauración integral y por fases. Así, la Dirección General nombró un arquitecto encargado del proyecto, y determinó las líneas a seguir; posteriormente se presentó el proyecto, que fue estudiado técnicamente para pasar, luego, a las valoraciones económicas y su final aprobación. Salió después la obra a pública subasta anunciada en el BOE y se adjudicó a la empresa que se encargaría de la ejecución material. Todo este proceso administrativo se alargó a lo largo de todo un año. En la primera fase, se actuó sobre los tejados, los paramentos exteriores y la torre, así como en el tratamiento de humedades. Estudios, levantamiento de planos, cantidad de empresas y estudios para cada una de las cosas que se observan llevaron a un proyecto que se revisó por los técnicos de la Dirección General para sacarlo a subasta para contratistas cualificados por la letra K. De ellos, se escogió al que ejecutaría la obra. Esta labor y su acabado costaría varios años. Realizada esta fase se pasó, en una segunda etapa, al interior, con sus paramentos y bóvedas pintadas de grisallas. Bóvedas y paramentos verticales (no se han tocado los pavimentos), volvieron a formar el proyecto de la segunda etapa: Estudios, diferentes puntos de vista para proceder a su restauración, andamiajes según la ley europea que tejieron todo el interior del templo... Capítulo especial supone la intervención sobre las bóvedas policromadas de grisallas, labor manual y técnica llevada a cabo por la empresa Granda,
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Iglesia de San Pedro, Alaejos. Foto: SERCAM
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y la restauración del Retablo Mayor y limpieza de los demás altares, verjas, puertas, etc. El resultado fue la configuración de un conjunto de gran belleza en la que la luz procedente de las ventanas y la iluminación adecuada, resaltan tal cantidad de detalles y matices que podemos gozar de las obras bellas restauradas. Desde el inicio hasta la entrega de la obra, han sido varios años, pero se ha realizado una labor completa que ha devuelto su ser original y vivo a la iglesia parroquial de San Pedro de Alaejos.
Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, Rueda, ejemplo del Barroco. El resurgimiento de Rueda sucedió en el siglo XVII, bonanza que se mantuvo por un tiempo y que conllevó la construcción de un nuevo templo barroco. Se eligió como arquitecto a Manuel Serrano, vallisoletano afincado en Madrid y vinculado a Reales Obras como el palacio de la Granja de San Ildefonso o el palacio de Aranjuez. Traído por el obispo de Sigüenza para construir la iglesia de su pueblo, Renedo, al acabar, en 1736, se le encomendó el proyecto de Rueda. Los vecinos de la localidad hicieron notar taxativamente que fuera él y no otro quien se encargase de la obra por entera satisfacción que de él tienen… y lo acredita la misma experiencia en la obra de la iglesia nueva que ha fabricado en el lugar de Renedo y otras partes, que es el más hábil perito idóneo para fabricar la iglesia de esta villa1. Este dato no significa otra cosa que el aprecio de los vecinos de Rueda por la obra de su nuevo templo. Esa era también la descripción del Obispado de Valladolid: Tiene esta villa una parroquia y suntuosa iglesia, fabricada en estos últimos años con toda hermosura y simetría de las obras modernas (Ortega y Rubio). Antonio Ponz en su Viaje de España (Tomo XII, pág. 621) no es así de optimista y afirma que la iglesia parroquial, sin embargo de las alabanzas que le dan sus naturales, es un estupendo aborto del arte, señaladamente su gran fachada, compitiendo en ella la arquitectura y escultura sobre cuál ha de ser peor. Sobre gustos no hay nada escrito. En cualquier caso, son las iglesias de Renedo y Rueda las únicas levantadas por Serrano en la diócesis de Valladolid, y, concretamente, la iglesia de Rueda pasa por un excepcional ejemplo, y no sólo vallisoletano, del barroco nacional. Sólo conserva de la etapa anterior la esbelta torre de ladrillo del siglo XVI, el resto es barroco en edifico, muebles y retablos. Qué gozo es ver esa unidad de yeserías, retablos y demás objetos que se usan para el culto. Afirmamos su pensamiento barroco y una única obra en la Diócesis de Valladolid con todos los elementos barrocos. Mucho y bueno. La fachada, cuál altar ascendente entre guirnaldas y columnas con la 1
Ortega y Rubio: Los pueblos de la provincia de Valladolid. P. 271.
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Nuestra Se帽ora de la Asunci贸n, Rueda. Foto: SERCAM
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imagen de la Asunción, Padre e Hijo sostienen la corona y los rayos del Espíritu Santo iluminan la escena. El ser de una sola nave da amplitud y altura al recinto interior. Las hornacinas laterales se cubren de retablos barrocos y en el crucero y Retablo Mayor viene la exaltación del barroco con la mano de Pedro de Sierra. Mucho oro y mucho blanco en altares y paredes configuran un gran espacio diáfano que nos eleva hasta las bóvedas decoradas con yeserías de motivo vegetal. Más sencilla y de menor tiempo de trabajo ha sido la restauración de la iglesia de Rueda: Paramentos exteriores, portada, bóveda y paredes del interior. Su restauración ha dado una mayor fuerza a este monumento y ha recuperado sus valores que las vicisitudes del tiempo habían deteriorado. Ya se había intervenido en el tejado en una restauración anterior, por lo que entonces sólo se actuó sobre las dos cúpulas de los pies, el conjunto de la fachada y todo el exterior de la iglesia. El resumen es que tanto en el interior como al exterior de la iglesia se perciben los valores descubiertos en la restauración. La Fundación de Patrimonio Histórico de Castilla y León ha sido otro de los puntales de salvación de nuestro patrimonio al encauzar la labor social de las Cajas de Ahorros para la salvaguarda de iglesias, retablos, órganos... En Valladolid dos son los monumentos que en breve serán una realidad: La torre de Matapozuelos y la fachada de San Juan de Letrán en el vallisoletano Paseo de los Filipinos. Las primorosas actuaciones de la Fundación de Patrimonio se acompaña siempre de estudios más completos, desde el punto histórico y arqueológico, y de cuantas cosas vayan surgiendo en la hechura de planimetría y tratado del monumento. La torre de Matapozuelos: estudio planimétrico, paramentos, argamasas, etc., estudio arqueológico, estudio histórico... Realizados estos pasos se proyectaron la obra y se determinó el presupuesto en el que participan la Fundación de Patrimonio y la Diócesis de Valladolid. En plena zona del ladrillo se levantó esta torre del siglo XVIII, en la que hay que asentar paramentos, barandillas pétreas con adornos... que permitirán recuperar en su mayor esplendor esta espléndida joya arquitectónica. Por su parte, en la fachada de San Juan de Letrán, barroca, de hacia 1739, obra de Matías Machuca, la intervención se centrará en eliminar las malas condiciones de conservación. Se prevé que durante los trabajos de restauración se pueda subir por una escalera- elevador para poder apreciar cómo se realiza la limpieza y restauración de la piedra y los medios que se emplean.•
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EL
TÍOCARTUJO Un vendedor ambulante en Tierra de Campos
Alfredo Castro Castro
Un homenaje a uno de los vendedores ambulantes que proveyeron, durante años, al mundo rural de la comarca de Tierra de Campos de los más variopintos artículos.
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El Tío Cartujo se encuentra entre las figuras pintorescas y entrañables de los recuerdos de mi niñez. Todos tenemos en la mente un apartado especial para nuestra infancia, compuesta de recuerdos de personas y acontecimientos- reales o ficticios-, que con el paso de los años van adquiriendo presencia y fuerza hasta convertirse en referencia de nuestro pasado, en ocasiones próximo, pero por desgracia cada vez más lejano. Dichos recuerdos son, en unos casos, fruto de la evocación de los cuentos y leyendas que nuestras madres y abuelas nos contaban en las largas noches de invierno, mientras que –con paciencia infinita- igual limpiaban las lentejas o hacían ganchillo al amor de la lumbre de la cocina, en torno a la mesa camilla con un brasero de “cisco” a los pies. Otros son personajes reales, peculiares en sus comportamientos y modos de vida, que todos hemos visto en las calles y plazas de nuestros pueblos: gitanos, titiriteros, comediantes, buhoneros, hojalateros, chatarreros y toda suerte de seres que viajaban a lo largo y ancho de la geografía. Es verdad que el paso del tiempo va modelándolos y adaptándolos a nuestros gustos o deseos, y así los envilecemos o idealizamos, según el caso que mejor nos cuadre. Era el tío Cartujo uno de estos personajes idealizados. De mediana edad, no demasiada estatura, tirando a pelirrojo y con poblado bigote; de conversación fluida y buenas cualidades oratorias que usaba con soltura para encandilar a mozas y casadas, cuando se trataba de venderles los artículos con los que mercadeaba, y tenía un timbre de voz – bajo profundo- que acompañaba de un ligero carraspeo; de voz rota y un tanto aguardentosa -fruto, quizás, del uso y abuso de sendos ingrediente-, que cualquier ciego identificaría sin grandes dificultades a muchos metros de distancia. Si a todas estas características, le añadimos el deje y tonillo exclusivo de los oriundos de Villarramiel, la cosa estaba más que clara: era el Tío Cartujo. De la procedencia de su nombre nadie tenía conocimiento y corría el rumor de que en sus años jóvenes había estado interno en la Cartuja de Miraflores de Burgos. Recorría el buen hombre, en los años de mi infancia, que yo fijo entre mediados de los años cincuenta y mediados de los sesenta, los pueblos de los contornos de Villarramiel, con su carro en el que acomodaba -de manera ordenada y práctica- todo género de artículos de cama, mesa, cortinajes, encajes y artículos de costura, así como otros de fantasía y regalos, que hacían las delicias de las mujeres. Los pueblos tenían por entonces una abundante población y una escasez notable de suministros a causa de su aislamiento, por culpa de las distancias y las malas comunicaciones, por lo que los vendedores ambulantes de todo tipo tenían asegurada una clientela fiel y permanente. Era aquel un carro de varas con toldo de lona embreado y pintado de color marrón, rotulado con unas
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De conversación fluida y buenas cualidades oratorias que usaba con soltura para encandilar a mozas y casadas.
grandes letras góticas en las que se podía leer: Novedades Cartujo, y debajo (Villarramiel). Los laterales -de madera- estaban decorados con vistosas pinturas de colores en combinaciones y alternancias de cuadrados y rectángulos. Una tablilla blanca –los niños la llamábamos la matrícula- con letras y números en negro, identificaba la procedencia del propietario. Estos carros, antaño con ruedas de hierro, se habían ido modernizando con ruedas de llantas de goma que amortiguaban los golpes de los baches que atestaban los caminos y carreteras de la época. En los últimos años que lo vi por el pueblo, había colocado, en la parte posterior, unos triángulos metálicos reflectantes de color rojo y un farol amarillo en la parte delantera, fruto de las normas de tráfico que obligaba a todos los vehículos que circulaban por las carreteras para hacerse visibles en la noche. Bajo el carro, un gancho para amarrar al perro que lo resguardaba del sol o las lluvias y un caldero de cinc colgaba del eje. Nunca supe de su utilidad. Uncido a las varas de este fantástico vehículo, recuerdo un caballo de color marrón oscuro, de largas crines y larga cola, que tenía el pelo brillante, fruto de los cuidados y esmero de su amo. La confianza en el jamelgo era absoluta y su amo recorría tranquilamente caminos y carreteras –cierto que por entonces poco transitados de vehículos a motor-, mientras descabezaba una siesta entre pueblo y pueblo. Con ocasión de las paradas para la venta, le colocaba la cebadera con el pienso que el animal iba ingiriendo con actitud meditabunda. Completaba el conjunto del equipo, un perro –creo recordar que se llamaba “Canelo”, y si no me falla la memoria, era un perdiguero, tan fiel y de buen carácter como su amo, siempre dispuesto a dar un lametazo a cualquiera que le pasara la mano por la cabeza. Todo en el interior del carromato era la imagen de un auténtico almacén –reproducción en miniatura de los comercios de telas de las ciudades- con los citados artículos, colocados en ordenadas estanterías, con hileras de cajones de diversos tamaños, a ambos lados del recinto interior, con cartelitos de cartón blanco con el nombre del artículo escrito y enmarcado en un cuadro de latón dorado; en el centro quedaba un espacio para acceder a los distintos departamentos. En el pescante, un hueco que le servía de cabina para dirigir a la caballería que lo arrastraba –por cierto, sin mayor esfuerzo aparente-, gracias a las modernas ruedas de goma. Con precisión suiza pasaba por el pueblo a mediados de cada mes –en cualquiera de las estaciones del año- vendiendo sus mercancías, contando chistes, cotilleos y chascarrillos para entretener y engatusar a la clientela femenina (aunque también a algún solterón -que ya por aquellos años comenzaba a haberlosque vivía solo). Así, mes a mes y año tras años, iba cumpliendo el ciclo vital tan puntual y cierto como las cuatro estaciones. Conocía y nombraba por su nombre a cada una de las clientas y a los niños de estas, y para todos tenía siempre una palabra de halago, afecto o cordialidad. En torno suyo de formaban corrillos a los que comentaba las novedades que traía de la ciudad o de los pueblos del entorno. A veces las tertulias eran tan animadas que se prolongaban más de lo debido y alguna de las vecinas tenía que dar la voz de alarma para que las parroquianas volvieran a terminar la comida y las faenas de la casa, antes de que los maridos volvieran de las faenas del campo. Surtía el Tío Cartujo a la parroquia, por lo general, de todo lo necesario para la costura: hilos, agujas, botones, cremalleras, cintas de colores, imperdibles, corchetes; de prendas íntimas y mudas de hombre, mujer y niño; calcetines, medias, guantes y bufandas; batas y mandiles para las mujeres; alguna man-
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Lo más singular que ofrecía el Cartujo era su surtido de gafas graduadas que guardaba como oro en paño.
telería ya confeccionada –para los hogares más pudientes- o telas para su confección casera; madejas de hilos y lanas de todos los colores; telas para sábanas nuevas o retales para los arreglos de aquellas, y sobre todo panas, driles y mahones para remendar chaquetas y pantalones de trabajo de los hombres. Aquellos eran tiempos de estrecheces económicas y todo se aprovechaba hasta límites insospechados y cuando una camisa, un pantalón, o una falda había llegado a su último uso, aun había una última opción: las “rodeas” de cocina que aún prolongaban unos meses o años más su vida útil. Pero lo más singular que ofrecía el Cartujo era su surtido de gafas graduadas que guardaba como oro en paño en una arquita de madera, las gafas de sol y los famosos peluquines. Los mayores se asomaban al carro y con mucha paciencia iban probando uno a uno los modelos exhibidos hasta que el futuro adquirente comprobaba que las gafas se ajustaban a su necesidad y gusto. Eran gafas con gruesos cristales graduados como culos de botella y monturas de metal, que los ancianos utilizaban, en el caso de las mujeres para la costura y los hombres para leer los periódicos, la Revista “El Mensajero”, el calendario Zaragozano, o para llevar sus rudimentarios asuntos contables. Los jóvenes dejaban a sus madres y hermanas el encargo de las gafas de sol con las que lucirse en el paseo por la carretera, las tardes de los domingos, tras la partida de mus en el bar y antes del baile. Las antiparras era otro artículo de habitual consumo en el verano, cuando las faenas de la recolección, obligaba a los labradores a proteger sus ojos de la paja de la trilla y las “esquenas” de las espigas. Los peluquines, que Cartujo guardaba en unos estuches individuales de cartón, parecidos a los sombrereros en miniatura, era el artículo de lujo por excelencia y en comparación el más caro de todos. Sabíamos de su existencia porque llevaba colgado uno, envuelto en papel de celofán, a modo de exposición, aunque nunca vi en el pueblo a nadie que lo luciera. Por casualidad, hace unos años volví a ver al Tío Cartujo en su pueblo. Me acerqué a saludarlo con todo el afecto que pude mostrarle. Me identifiqué y al principio dudó, pero finalmente me dijo que sí se acordaba de mí. No sé si de verdad me reconoció. Habían pasado muchos años, lo encontré avejentado, encorvado por el paso de los años. No obstante, aunque un poco cascada, conservaba aún aquel timbre de voz tan característico, seña ineludible, junto con su bigote, de su identidad. Este es un humilde, sencillo y sentido homenaje a cuantos hombres recorrían, por aquellos duros años, los pueblos de esa parte de la comarca de Tierra de Campos –bien seguro estoy que en otras partes había otros Cartujo, Román, Pedro, toresanos y zamoranos, pimentoneros de Tordehumos, y tantos otros que posibilitaban el humilde comercio rural- abasteciendo de todo tipo de artículos, enseres y alimentos a sus habitantes. •
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epc I Fragmentos escogidos
A ORILLAS DEL ÉUFRATES Jesús Álvaro Arranz Mínguez
En el año 2007, la editorial Ediciones del Viento publicó en español el libro de Leonard Woolley Ciudades muertas y hombres vivos. Ilustraba la portada la misma imagen que reproducimos en estas páginas y que entonces, como arqueólogo, me resultó enormemente sugerente. Hasta ahora me había resistido a incluirla en este capítulo dado que era, como decía, portada de un libro de edición reciente. No obstante, al recolocar el estante de la sección arqueológica una postal resbala de uno de los volúmenes. La tarjeta, nueva, impresión publicitaria, muestra precisamente la ilustración de la portada del reeditado Woolley. Aquello no podía ser casual –o sí-, pero caí de nuevo en el halo de su potente evocación. La fotografía original está fechada en 1912 en Carquemis (Jerablús, Turquía) un enclave a orillas del Éufrates cuyas primeras excavaciones se remontaban a 1876 bajo los auspicios del British Museum. Esta imponente fortaleza controlaba la ruta comercial que unía Nínive con Harán y enlazaba con otras rutas hacia el Mediterráneo, Palestina y Egipto. En palabras del propio Woolley: Cabañas árabes, tan solo ocultas por la hierba, dejan paso a las armenias; y debajo de estas se encuentran
las ruinas bizantinas. Estrato bajo estrato, se pueden distinguir tres o cuatro periodos constructivos en unos metros de profundidad. […] escasos restos de la fortaleza romana […]. Debajo de estos se encuentra la Carquemis de los hititas […]. Cuatro mil años de historia, asedios y movimientos de población, y solo hemos descendido seis metros en el gran montículo; detrás de esos siglos se extiende el incalculable periodo de la época prehistórica. Los protagonistas de esta imagen de principios del siglo XX tomada en las riberas del Éufrates son, además de los consabidos y pintorescos trabajadores indígenas, dos elegantes caballeros británicos. El que se cubre con sombrero es el eminente investigador autor del libro, sir Leonard, y el que se halla a la izquierda, también arqueólogo, es T. Edward Lawrence, quien años después sería mundialmente conocido como Lawrence de Arabia. El relieve que aparece entre ambos personajes se encuentra en la actualidad en el Museo de las Civilizaciones de Anatolia en Ankara (Turquía).
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Lawrence y Woolley posan junto a uno de sus hallazgos arqueol贸gicos en Carquemis. Siria, 1912.
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EPC 09 I noviembre 2012 I www.sercam.es