Etiqueta Negra - No. 66

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02_ CAJA DE HERRAMIENTAS

PAREN LAS OBRAS

SUPERMERCADO

DOSSIER: EL MÁS ALLÁ

BONUS TRACK: PORTAFOLIO

12_

26_

38_

46_

Darcy Frey

Fernando Ampuero

Agustín Fernández Mallo

Stephen Ferry

28_

88_

42_

Yasna Mussa

Fritz Berger Ch.

David Hidalgo Vega

62_

96_

CASAS EN EL CIELO

UN MURO EN TU VIDA

LA CABEZA DEL ARQUITECTO

DICCIONARIO DE LA LENGUA

BIBLIOTECA DE AUTOAYUDA

TORRE PARA SUICIDAS

ESCUELA DE LA MUERTE

CEMENTERIO BAJO EL AGUA

AFORISMOS Goster

Augusto Ortiz de Zevallos

72_

EL MALL DE BERLÍN Marco Bosshard

78_

DIOS NO QUIERE PAREDES SUCIAS Gonzalo del Castillo

89_ Ficcionario

por Patricio Pron

Exploradores del abismo



04_ QUIÉNES SOMOS

66 AÑO 7 - NOVIEMBRE 2008 DIRECTOR EDITORIAL Marco Avilés ma@etiquetanegra.com.pe EDITOR GENERAL Jeremías Gamboa jg@etiquetanegra.com.pe EDITORES ASOCIADOS España / Toño Angulo Daneri tad@etiquetanegra.com.pe Estados Unidos / Daniel Alarcón da@danielalarcon.com Perú / Sergio Vilela svilela@eplaneta.com.pe

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EDITOR FICCIÓN Diego Salazar ds@etiquetanegra.com.pe

DIRECTOR FUNDADOR Julio Villanueva Chang chang@etiquetanegra.com.pe ASESORES DE CONTENIDO Jaime Bedoya / Enrique Felices Roy Kesey ASESORES DE ARTE Sergio Urday / Sheila Alvarado Augusto Ortiz de Zevallos DISEÑADOR Mario Segovia Guzmán ms@etiquetanegra.com.pe PRODUCTORA Katia Pango Nazar kp@etiquetanegra.com.pe

EDITORA WEB Guadalupe Diego gd@etiquetanegra.com.pe

ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA Christopher Migliaro

DIRECTOR GERENTE Huberth Jara hj@etiquetanegra.com.pe

DIRECTOR COMERCIAL Gerson Jara gj@etiquetanegra.com.pe

PRENSA Y RR. PP. Laura Cáceres

PUBLICIDAD Henry Jara / Ejecutivo de cuentas Mauricio Jáuregui / Ejecutivo de cuentas Malena Llantoy / Coordinadora publicidad@etiquetanegra.com.pe Teléfonos: (511) 222-0852 (511) 441-3693 7 (511) 440-1404 SUSCRIPCIONES suscripcion@etiquetanegra.com.pe

S E G U N D O

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COMITÉ CONSULTIVO Jon Lee Anderson Daniel Titinger Julio Villanueva Chang Juan Villoro EDITORES DE PROYECTOS Fernando Cárdenas Frias fc@etiquetanegra.com.pe Walter Li Liza wl@etiquetanegra.com.pe ARTE FINAL Fiorella Yovera Castillo

CORRESPONSALES BARCELONA / Gabriela Wiener BUENOS AIRES / Juan Pablo Meneses WASHINGTON D. C. / Wilbert Torre CIUDAD DE MÉXICO / Carlos Paredes BARRANQUILLA / José Alejandro Castaño

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TRADUCTORES Jorge Cornejo Calle jorgecornejo@terra.com.pe César Ballón

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CORRECTOR DE ESTILO Jorge Coaguila jorge.coaguila@gmail.com

MARKETING Y NUEVOS NEGOCIOS Huberth Jara / Gerente marketing@etiquetanegra.com.pe

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IMPRESIÓN Empresa Editora El Comercio Marcas & Patentes 332-2211 / 431-5698 Etiqueta Negra www.etiquetanegra.com.pe Es una publicación mensual de Editorial Etiqueta Negra SAC. Av. Conquistadores 396, Int. 305, San Isidro. Lima 27 – Perú Telefax (511) 440-1404 / 441-3693 Hecho el depósito legal 2002-2502 Hecho en el Perú

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06_ CARTA

LAS CUEVAS DE HOY

destinamos al amor; en los almuerzos prolongados que hace mucho no nos regalamos; en las vacaciones con celular que el trabajo nos impone; en los lunes con estrés; en los martes con estrés; en los viernes con estrés; en los domingos con ganas de enfermarse para no ir a esas cuevas modernas que se llevarán las mejores horas

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de nuestros días. Vivimos en empresas como el hombre n el futuro lejano, cuando nuestros

de ayer vivía sumido en las cavernas que lo protegían

descendientes nos estudien con la

de las fieras, preocupado de su propia supervivencia, y

misma curiosidad con la que ahora es-

entonces nada parece haber cambiado en nuestra con-

tudiamos a los hombres de las cavernas,

ducta angustiada por el mismo motivo: trabajamos en

dirán: «Si en la prehistoria los seres hu-

empresas para sobrevivir. La era de las cavernas con-

manos vivían en cuevas, en el siglo XXI

tinúa. Y nos cuesta abandonar esos espacios seguros

vivían en empresas». Pero lo que parece el

porque tememos perder el empleo, que es lo mismo que

argumento ideal para infundir optimismo

morir a manos de las fieras que siempre han reinado

a los altos ejecutivos de las corporaciones

fuera de toda cueva. Por el contrario, nada malo puede

(¡Señores, ustedes que dominan el mun-

ocurrir bajo el techo de la empresa, excepto que afue-

do!), también podría ser

ra se haga de noche y de día sin que

un llamado de atención

te des cuenta. O que tu pareja te deje

para reparar en asuntos

porque hace días no te ve la cara. O

menos épicos que la con-

que las flores de tu casa se marchiten.

quista del planeta. Pen-

O que tu perro ya no te ladre cuando

semos, por ejemplo, en el

llegas a casa de madrugada. O que tu

tiempo que le negamos a

cuerpo engorde. O que olvides a qué

nuestra pareja porque vi-

sabía tu platillo favorito. O que opines

vimos en empresas; o en

que el sexo debería ser un deporte de

las gotas de agua que le

gimnasio. O que el insomnio sin amor

debemos a las plantas de

te persiga hasta el fin del mundo. O

la casa porque vivimos en

que, vayas a donde vayas, en viaje de

empresas; en los paseos

negocios o de placer, no puedas –ni

en el parque que le debemos al perro por-

quieras– «desconectarte» de los tentáculos de la em-

que vivimos en empresas; en los ejercicios

presa, del engañoso calor de esa vieja caverna. Porque

al aire libre que le debemos a nuestros co-

te da miedo.

razones porque vivimos en empresas; en los viajes de placer que ya no hacemos desde que vivimos en una empresa; en el sexo con reloj; en las madrugadas que ya no

marco avilés



08_ CÓMPLICES

DARCY FREY Estados Unidos. Escritor. Ha publicado los libros The lasT shoT y GeorGe Divoky’s. Ha sido editor asociado de harper’s MaGazine y colaborador de The new york TiMes MaGazine.

FERNANDO AMPUERO

Cuando pienso en arquitectura, recuerdo una cita de Alain de Bottom: «Los lugares que llamamos bellos son el trabajo de aquellos raros arquitectos que tienen la humildad para preguntarse a sí mismos sobre sus deseos y la tenacidad para traducir sus efímeros arrestos de alegría en planes lógicos».

Perú. Escritor y periodista. Ha publicado Malos MoDales, Bicho raro, caraMelo verDe y GaTo encerraDo, entre otros libros. hasTa que Me orinen los perros es su novela reciente. La creatividad se debe a la conjunción de un clima benigno y mucho tiempo libre. Imaginen la isla de Creta a inicios de nuestra civilización. Un grupo de griegos, tumbados en la playa, inventa repentinamente el ocio creativo. «¡Basta de vivir en las cavernas!», dice uno de ellos. «¿Por qué no edificamos un templo?». Todos están de acuerdo. Pero el más joven, pensando en los muslos de su mujer, concibe la columna griega.

YASNA MUSSA

AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO España. Escritor y físico. Ha publicado varios poemarios, entre ellos carne De píxel, y las novelas nocilla DreaM y nocilla experience. En el 2009 aparecerá nocilla laB, tercera parte de la trilogía «Proyecto Nocilla». La casa ideal es un cubo de hormigón con una franja a la altura de los ojos a través de la cual se ve un altiplano o el mar. Nido de ametralladoras exponencialmente ampliado.

Chile. Periodista. Colabora en las revistas El perioDisTa, en Chile, y aBrelaTas, en Brasil, y en diversos blogs. Ha participado en conferencias sobre la problemática del conflicto palestino-israelí.

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Cuando era pequeña consideraba que toda obra arquitectónica, bonita o no, era un aporte a la Humanidad. Hace un tiempo comprobé que grandes proyectos de la arquitectura son monstruos que sirven sólo para dividir y dañar a buena parte del mundo. Es la arquitectura de la destrucción humana.

DAviD hiDALGO vEGA Perú. Escritor y periodista. Es autor de soMBras De un rescaTe: Tras las huellas oculTas en la resiDencia Del eMBajaDor japonés. Conduce el blog «El club de lo insólito», en la web del diario el coMercio de Lima. Mi libro de poesía favorito se llama ArquitecturA del espAnto, de Domingo de Ramos. Me alucinó por esta frase: «solo como un poste a medianoche». Ahora me pregunto: ¿de qué ladrillos está edificado el miedo?





12_ CIUDADES


12_ 13

UN EDIFICIO

OTRO EDIFICIO

OTRO EDIFICIO

OTRO EDIFICIO

LA PRIMERA CIUDAD DEL FUTURO Imagine un inmenso cubo de concreto con todos los servicios necesarios para no salir de él jamás: miles de casas, campos agrícolas, granjas de animales y hasta clubes de diversión. El cubo tiene cinco kilómetros de altura y no es sólo un edificio. Es una ciudad. Y en ella podrían vivir un millón de personas. Un grupo de arquitectos de Holanda cree que la única forma de salvar al planeta de la superpoblación es ésa: reunir la mayor cantidad de personas en el menor espacio posible. El problema es que quizá tienen la razón

una crónica de darcy frey traducción de césar ballón ilustración de mario segovia


14_ CIUDADES

n joven arquitecto

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llamado Winy Maas llegó a la Universidad de Yale a presentar una ponencia sobre el diseño y construcción de la ciudad del siglo XXI, e ilustró los desafíos que ello representa mostrando un video de treinta segundos que podría haber sido filmado sobre cualquier aeropuerto metropolitano en los Estados Unidos: una vista rápida de las azoteas de algunos edificios y luego, mientras la cámara se elevaba, más y más edificios, más caminos y puentes y bloques de asfalto, hasta que una fea capa de concreto de baja elevación se extendía por doquier hasta el horizonte. Esto ocurrió en otoño del 2002. Y para entonces Maas no era el primer arquitecto en protestar contra la fea costra que los humanos hemos extendido sobre gran parte de la superficie de la Tierra, aunque puede haber sido el primero en sugerir que preservemos lo que queda de nuestro limitado espacio planetario creando «suburbios verticales», lo cual implicaría «apilar» todos esos bloques de mil metros cuadrados en forma de altas torres residenciales, cada una con su propio jardín colgante, como voladizos. «Imagínenlo: es sábado en la tarde, y todas las parrillas están funcionando», explicó

Maas mientras develaba su diseño para un edificio de quince pisos que estaría equipado con plataformas reunidas como racimos que desafiarían la gravedad. «Con sólo estirar el brazo puedes alcanzarle al vecino de arriba una cerveza». Luego, su explicación se explayó sobre la agricultura. Al saber que la industria de porcinos de Holanda consume vastas extensiones de terreno –ese país tiene tantos cerdos como habitantes–, Maas propuso liberar el campo erigiendo bloques sostenibles de cuarenta pisos para los cerdos. «Miren, es un cerdo-puerto», señaló mientras exhibía imágenes de Ciudad Porcina, su plan para apilar a la población de marranos y los mataderos en rascacielos cubiertos de capas de pastos. Estos edificios habrían de tomar la energía del reaprovechamiento del estiércol de los animales y estarían alineados a lo largo de la costa del país. Maas es el carismático portavoz de la firma de arquitectura, planeamiento y diseño de paisajes urbanos MVRDV, con base en Róterdam, que está a la vanguardia de los esquemas para generar espacios en nuestro mundo superpoblado. Mass tenía el cabello rebelde de ídolo juvenil y llevaba la camiseta fuera del pantalón esa vez en que se paseaba por el escenario de Yale exaltando el credo de MVRDV (promover la densidad urbana, construir naturalezas artificiales, hacer que las computadoras engulle-datos hagan el trabajo de diseñar). Y mientras explicaba eso él mostraba en una pantalla varias alucinadas simulaciones: rascacielos que se inclinaban hasta «besarse» en el piso treinta; carreteras que cruzaban los vestíbulos de los edificios y se convertían en «playas urbanas»; todas las residencias, comercios e industrias de una hipotética ciudad de un millón de habitantes estaban digitalmente comprimidas en el espacio de un cubo de casi cinco kilómetros de altura. Holanda, próspera y progresista, quizá ha sido por buen tiempo el mayor exportador mundial de talento arquitectónico. A mediados de los años noventa, no sólo Rem Koolhaas y su Oficina de Arquitectura Metropolitana sino también toda una nueva generación de diseñadores –MVRDV, West 8, UNStudio– trataba de ampliar la definición de arquitectura de Le Corbusier como un «magnífico juego de volúmenes puestos juntos bajo la luz», y empezaron a defender un proceso impulsado por la investigación, el acceso a información y una mayor conciencia social y ambiental. Al pelear sus batallas no sólo edificio a edificio sino a la escala de ciudades enteras, los arquitectos y diseñadores de Holanda son, en palabras del Ministro de Cultura de ese país, «Héroes de una nueva era». Los paradigmas tienden a caer sólo bajo presión. Y una audiencia en el inicio del nuevo milenio en la Escuela de Arquitectura de Yale podía ser perdonada por haber saludado los suburbios verticales, las ciudades



Winy Maas no era el primer arquitecto en protestar contra la fea costra que los hombres hemos extendido sobre gran parte de la superficie de la Tierra, aunque puede haber sido el primero en sugerir que preservemos lo que queda ella creando «suburbios verticales». Esto implicar a «apilar» todas las casas en altas torres residenciales, cada una con su propio jard n colgante

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porcinas y el resto del espectáculo de imágenes computarizadas de MVRDV con el mismo escepticismo con que una vez saludó a la METRÓPOLIS, de Fritz Lang, o a la caricatura de la revista LIFE (en 1909) que auguraba una utopía urbana de villas rurales enclavadas sobre las altas torres de Manhattan mientras unos aeroplanos de doble cabina pasaban zumbando por entre sus atrios. Cuando Maas llegó a New Haven, MVRDV tenía sólo diez años de fundada y apenas había construido fuera de su nativa Holanda. Y ahí estaba él con su inmutable esquema para «extender el globo con una serie de nuevas lunas» (satélites productores de alimentos que orbitarían la Tierra tres veces al día). «¿Pueden imaginar que cultivásemos tomates de diez kilómetros?», dijo con el entusiasmo juvenil de un expositor en una feria escolar de ciencias que no permitía ironía alguna. En el salón de conferencias, el paisaje de Nueva York aparecía en pantalla mientras el satélite de MVRDV sobrevolaba, oscureciendo Ciudad Gótica con un momentáneo eclipse solar. ¿Quiénes eran estos advenedizos holandeses? Y en el mundo que conocemos como real, ¿podrían resultar ciertas algunas de sus grandiosas e improbables visiones?

Los cuarenta y cinco arquitectos y diseñadores que integran MVRDV (el nombre está formado por las iniciales de los apellidos de Winy Maas y sus dos cofundadores, Jacob van Rijs y Nathalie de Vries) trabajan fuera de un área transformada, semejante a un almacén, en una vieja imprenta de Róterdam. Ésta es una opaca aunque pujante ciudad portuaria cuyos históricos distritos fueron arrasados por los nazis, y su irregular panorama de nuevas torres de oficinas y torres de construcción son testigos de su incansable esfuerzo por reinventarse. Dentro de MVRDV, una líquida luz boreal se derrama desde una pared con altas y arqueadas ventanas, y las ocasionales sirenas y los graznidos de las gaviotas confirman su ubicación a sólo pocas cuadras del embarcadero princi-

pal de la ciudad. Fuera de eso, los arquitectos, de treinta y tantos años en su mayoría, se sientan con descuido en filas de grandes bancas comunitarias, navegan por Google Earth o manipulan modelos arquitectónicos de espuma azul con sus mentes puestas, aparentemente, en otra parte. «He aquí un simpático proyecto de los nuestros», dijo Jacob van Rijs, mientras me guiaba sobre una pequeña maqueta de cartón para una biblioteca cerca de Róterdam cuando visité la compañía a comienzos del 2008. Puesto que las regulaciones de zonificación exigían que la biblioteca no excediera la altura de la torre principal del pueblo, MVRDV la diseñó como un granero, y llenó su espacioso interior con una espiral continua de estanterías empotradas que se dirigían hasta un bar y chimenea que se ubicaban en la cima. «Es como la espacialización del sistema de archivos de una biblioteca. Cada título está a la vista, de modo que no tengas que saber qué es lo que estás buscando. Puedes simplemente venir y navegar». Van Rijs, maduro, informal, con la habilidad de atrapar los despegues retóricos de Winy Maas y guiarlos hasta que se posen a salvo sobre tierra firme, me guió hasta el siguiente modelo: un bloque de departamentos en una región genérica y algo desabrida de Holanda. Desde la distancia, los edificios se verán como letras gigantes que formarán el nombre de la región. «Es como el cartel de Hollywood; verás nuestros edificios y de inmediato sabrás dónde te encuentras». Proseguimos hacia unos modelos para un atrio de mercado al aire libre, con arcos cuyos soportes arqueados como costillas están formados por minidepartamentos («de ese modo puedes asomarte por la ventana de la cocina y pedirle a tu esposo que te lleve algo de fruta»); los recintos estilo «diséñelo-usted-mismo» con divisiones intercambiables, hechos para un desarrollador en Taiwán («son como cavernas indias personalizables»); el nuevo estadio de fútbol de Róterdam que, dado que reemplazará al antiguo estadio –cariñosamente apelado La Tina–, descansará como un plato sobre el río Maas. «Tú sabes: ¿cuál es el mejor lugar para una bañera? ¡Así que lo pusimos sobre el río!», dijo Van Rijs con una risilla. «Algunos proyectos simplemente te hacen feliz». Maas y van Rijs –que trabajaban para Koolhaas– y de Vries –que hacía prácticas con la firma de Delft Mecanoo– formaron MVRDV en 1991, luego de que su diseño para un proyecto de vivienda en Berlín ganara la prestigiosa competencia europea para arquitectos menores de cuarenta años. Holanda ha sido siempre un buen lugar para pensar creativamente sobre el espacio, con su congestionada zona rural (dieciséis millones de personas amontonadas en un área que es la cuarta parte de Uruguay, donde viven cómodas tres millones de personas), su fe en la planificación y en el bienestar democrático, y su marcada apreciación por el terreno, que



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proviene del hecho de haber ganado dos tercios de su territorio de las orillas del Mar del Norte. Por entonces, jóvenes diseñadores esperaban que el boom económico y la escasez de vivienda de los años noventa les darían la oportunidad de construir domésticamente a gran escala. Aun así, después de dos años de haber formado MVRDV, Maas, van Rijs y de Vries seguían luchando por encontrar trabajo y ejercían desde oficinas improvisadas (durante las reuniones con prospectos de clientes solían reclutar a amigos suyos para mantener los teléfonos sonando o pasear por los ambientes contiguos en trajes formales), cuando la compañía radiodifusora pública VPRO los contactó para hablar sobre una posible nueva sede en Hilversum. Las restricciones para el proyecto eran formidables. Los trescientos cincuenta empleados de la radio VPRO –«tipos creativos», dice van Rijs; «individualistas», añade de Vries; «una comuna de anarquistas con una actitud odiosa ante la identidad corporativa», concluye Maas– estaban por entonces diseminados entre varias edificaciones y disfrutaban de sus pequeños feudos y de la cultura de incomunicación imperante en la compañía. Aun si las nuevas instalaciones hubieran podido unir a todos los trabajadores bajo un mismo techo, habría sido imposible predecir cómo emplearían efectivamente el lugar, en vista de sus fluidos patrones de trabajo y su caótica jerarquía organizacional. «El mandato era: ¿cómo lograr que empezaran a comunicarse unos con otros?», dijo Maas. «Y la respuesta fue: poniéndolos a todos dentro de una caja». Villa VPRO, que terminaría convirtiéndose en el proyecto que define la etapa temprana de MVRDV, es una caja de cinco pisos densamente construida –una «caja hambrienta», como la llamó un crítico–. Tiene un interior infinitamente fluido y adaptable, que representa en forma espacial el espíritu anárquico de la compañía. MVRDV creó un laberinto de concreto de escaleras de caracol, rampas zigzagueantes y estrechos puentes; una superficie continua de planos escalonados o inclinados sin paredes reales, tan sólo divisiones de vidrio coloreado, de modo que la luz del sol pudiera ingresar hasta las profundidades de su compacto terreno. «Claramente, VPRO era un proyecto de ingeniería social», afirma Maas. «Construimos un campo de batalla vertical para los usuarios, un lugar donde todos pudieran encontrarse y discutir y hallar la manera de comportarse. Debido a

todas las lomas, tabiques y escaleras, todos se ven forzados a maniobrar por el interior del edificio. Algunos lo odiaron: se perdían, se veían sobrecogidos por la presencia de sus colegas. Otros lo amaban. Pero todos sin excepción debían entenderse unos con otros. Me gusta eso. Es parte de la vida». Un año más tarde, MVRDV llevó la ingeniería social a un nuevo nivel cuando ganó la comisión de representar a Holanda en la Expo 2000 en Hanover, Alemania. Las exposiciones son excusas notorias para crear arquitectura de segundo orden, acumulando anodinos pabellones nacionales y parques temáticos «Disneyficados», por los que la asistencia circula en un edulcorado estupor. En la expo de Hanover, MVRDV se robó el show con otra confección vertical: una torre de seis pisos de apretados y sostenibles paisajes artificiales holandeses que incluían un bosquecillo de robles, un prado de flores en macetas, dunas de sucedáneo de arena destinados a purificar el agua para irrigación, y una represa de terreno protegido por diques y activado por turbinas de viento adosadas al techo. El pabellón de MVRDV era «una clase de ciencia con la desfachatez de Coney Island», opinó un crítico. Otro predijo que sería «recordada como una de las verdaderamente grandes muestras de expo arquitectura», de la talla del Pabellón Barcelona de Mies van der Rohe y de los apartamentos Hábitat de Moshe Safdie en la exposición de Montreal. Los visitantes hacían fila por horas para treparse a la obra que inevitablemente apodada fue la «Big Mac holandesa». Pero más allá de su lúdica innovación, MVRDV albergaba grandes aspiraciones para su pabellón, con la esperanza de que llevaría consigo el optimista (y muy holandés) mensaje de que, si se enfrentan las extremas densidades poblacionales y se abraza el anhelo de espacio abierto, es posible fabricar espacio. Y aun más: crear un espacio artificial de la nada, condensando los paisajes en los pisos de un edificio y reproduciéndolos ilimitadamente hacia el cielo. «La población holandesa es esencialmente antiurbanista», dice Nathalie de Vries. «Por eso, como arquitectos en Holanda, tenemos una responsabilidad especial para hacer que la vida en la ciudad y bajo densas circunstancias no sólo sea vivible sino preferible». «Era una especie de prueba», dice Maas. «En un momento en el que el urbanismo está aún dominado por la “zonificación”, que es un enfoque muy bidimensional, quisimos saber: ¿Podemos extender nuestras superficies? ¿Podemos desarrollar un urbanismo que se proyecte hacia la tercera dimensión?». El pabellón de la exposición de Hanover fue «una fórmula utópica nacida de la necesidad de permitir la creación ilimitada de bienes raíces», escribió el crítico Holger Liebs. Era «un modelo práctico para la reinvención del mundo».

En la Biblioteca de Arquitectura de la Universidad Tecnológica de Delft hay una copia de FARMAX: EXCURSIONES EN LA DENSIDAD, el libro de sete-


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fotografía: marco cristofori / getty images

cientas treinta y seis páginas escrito por MVRDV. Es un condensado de ensayos, transcripciones, fotos, diseños hechos en computadora, gráficos y tablas; todos ellos examinan la creciente tendencia al gris del paisaje urbano holandés y proponen diversas soluciones para salvar el paisaje campestre «llevando la densidad al extremo». Tantos alumnos han tomado prestado, leído y saqueado la copia de ese libro que tuvo que ser retirado de circulación y ahora descansa en estado de completa desintegración dentro de una urna de vidrio. Cuando le mencioné esto a Van Rijs, se rió y replicó: «Sí, he visto eso. Nuestro libro es como una pieza de museo. ¿No es divertido?». Mientras proyectos como el de la villa para la radio VPRO y el pabellón de Hanover sirvieron para que el grupo de arquitectos obtuviera contratos de diseño en Copenhague, Madrid, París, Tokio y la provincia china de Sichuán, MVRDV se explayaba también más allá de las prácticas establecidas de arquitectura produciendo una serie de ejercicios teóricos –libros, películas, exhibiciones, incluso videojuegos– que en conjunto representa una guerra mediática en favor de las ideas radicales de la firma sobre el espacio. Después del libro FARMAX, MVRDV publicó otro manifiesto: KM3: EXCURSIONES EN LAS CAPACIDADES, que advertía que si la población mundial asumiera el «nivel de consumismo del ciudadano norteamericano» serían necesarios otros cuatro planetas para sostener esa demanda. En la exhibición 3D City, ellos impulsaron su idea más allá, abogando por ciudades verticales gigantes que –como MVRDV describía sin cansancio– existen «no sólo frente, detrás o al lado tuyo sino también por encima y por debajo. En breve, una ciudad en la que el nivel cero ya no existe si no que se ha disuelto en una múltiple y simultánea presencia de niveles donde la plaza principal ha sido reemplazada por un espacio vacío o la conjunción de conexiones; donde la calle es reemplazada por distribuciones simultáneas y divisiones de rutas y es expandida por elevadores, rampas y escaleras mecánicas…». Quizá el ejercicio teórico más ambicioso de MVRDV fue la instalación computarizada itinerante que denominaron MetaCity/Datatown. Al predecir que la globalización y la creciente explosión demográfica obligarán a ciertas regiones a lo largo y ancho del mundo a convertirse en superficies urbanas continuas, o megaciudades, MVRDV concibió una ciudad hipotética llamada Datatown, que estaba diseñada sólo sobre la

Torre de departamentos con patio interior que MVRDV construyeron en Madrid

base de extrapolaciones de estadísticas holandesas. («Es una ciudad que necesita ser explorada sólo como información; una ciudad que no conoce topografía alguna, ni ideología prescrita, ni representación, ni contexto. Sólo un flujo inmenso y puro de datos»). Según sus creadores, Datatown era una ciudad autosuficiente con una población similar a la de los Estados Unidos (doscientos cincuenta millones de personas) arrimada en un área similar a la de Uruguay (un país donde, recordemos, viven sólo tres millones). Sería el área del planeta poblada con mayor densidad. Luego MVRDV sujetó este «Frankenstein urbano» a veintiún escenarios para ver cómo podrían afectar el panorama de construcción: ¿Qué pasaría si todos los residentes de Datatown quisieran vivir en casas separadas? ¿Qué sucedería si prefirieran bloques habitacionales? ¿Qué hacer con el ocio? (Construir quinientos sesenta y un resorts). ¿Qué tipo de parque sería necesario? (Un


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El arquitecto Winy Maas mostro en la universidad de Yale varias alucinadas simulaciones de sus ciudades verticales: rascacielos que se inclinaban hasta «besarse» en el piso treinta; carreteras que cruzaban los vest bulos de los edificios y se convert an en «playas urbanas»; todas las residencias, comercios e industrias estaban comprimidas en el espacio de un cubo de casi cinco kilometros de altura millón de Central Park de Nueva York puestos en una pila de tres mil ochocientos ochenta y cuatro pisos). «Los mares, los océanos (elevándose como consecuencia del calentamiento global), los casquetes polares, todo ello representa una reducción en el territorio disponible para la megaciudad. ¿Significa eso que debemos colonizar el Sahel1, los océanos o incluso la luna para suplir nuestra necesidad de aire y espacio, para sobrevivir? ¿O podemos hallar una forma inteligente para expandir las capacidades de lo que ya existe?». A cierto nivel, MetaCity/Datatown era un juego y una provocación. La arquitectura como un tipo de experimento lógico: ¿Se puede reducir el paisaje urbano a una cadena de ceros y unos? ¿Acaso lo que conocemos como realidad concreta es quizá apenas la manifestación física de la información? Pero MetaCity/Datatown era también una investigación seria: al traducir el caos de la ciudad contemporánea a información pura –o, como lo llamó MVRDV, a un «paisaje de datos» [datascape]– y luego mostrar las consecuencias espaciales del paisaje de datos mediante diseños generados por computadora, MVRDV se aventuró a revelar cómo nuestras decisiones y comportamientos colectivos moldean nuestros ambientes de construcción. «Estos «paisajes de datos» muestran que el diseño arquitectónico en el sentido tradicional juega un papel muy limitado», escribe el historiador de la arquitectura Bart Lootsma en uno de los muchos ensayos inspirados por la exhibición. «Es la sociedad, con todas sus complejidades y contradicciones, la que le da forma a su medio ambiente de la manera más detallada, produciendo “campos gravitatorios” en el aparente caos del desarrollo, en las lógicas ocultas que eventualmente aseguran que áreas enteras adquieran sus propias características especiales, aun a un nivel subconsciente». Lootsma cita un número de estas fuerzas invisibles, como la presión del mercado que impulsa una tendencia a las casas con jardines en los Holanda, las restricciones políticas que generan «pilas» de viviendas en las afueras de Hong Kong, la preferencia cultural por el ladrillo blanco que causa un «cáncer blanco» de

residencias en la provincia holandesa de Friesland. Éstos son los «paisajes» generados por la información detrás de ellos», anota ese historiador. En la medida en que MVRDV no encara la arquitectura como una expresión convencional de la estética, los materiales y la forma, sino como una investigación casi científica de las fuerzas sociales y económicas que tienen influencia sobre nuestras construcciones, los paisajes de datos fueron también un campo de pruebas para el trabajo de la compañía. Ese trabajo –dice Aaron Betsky, ex director del Instituto de Arquitectura de Holanda y antiguo seguidor de la trayectoria de MVRDV– es realmente un proyecto continuo de «darle forma a los ceros y unos», de hacer real lo conceptual o de convertir la información abstracta en forma concreta. Cuando MVRDV empieza un proyecto, primero reúne información sobre todos los factores concebibles que pudieran jugar un papel en el diseño y construcción del sitio. Todo: desde las leyes de zonificación, las regulaciones sobre construcción y los requerimientos técnicos para los deseos del cliente, las condiciones climáticas y la historia legal y política del lugar. A menudo, los arquitectos ven estas regulaciones como lastres burocráticos para su creatividad. MVRDV los ve como un manantial de inventiva. En realidad, por creer que el análisis subjetivo y la intuición «artística» ya no pueden resolver los complejos problemas de diseño que representa la siempre-en-metástasis ciudad global, los arquitectos a menudo utilizan un programa doméstico llamado Functionmixer. Cuando se carga con los parámetros de un determinado proyecto de construcción, ese programa estruja las cifras hasta mostrar las formas de construcción óptimas para un juego de prioridades (maximizando el ingreso de luz solar, por ejemplo, o la vista, o la privacidad) y lleva los límites hasta el extremo. Hasta donde puedan ser vistos, debatidos y, a menudo, completamente reconcebidos. Crea un paisaje de datos [datascape] que es la base del diseño. Por ejemplo, en 1994 se le asignó a MVRDV la tarea de construir casas para ciudadanos mayores (un bloque de departamentos de cien unidades) en un distrito de Ámsterdam densamente desarrollado. A causa de las regulaciones sobre la altura y la necesidad de proveer adecuada iluminación natural para los residentes, sólo ochenta y siete de las viviendas podían caber dentro del bosquejo original. En lugar de expandirlo horizontalmente y consumir más áreas verdes del vecindario, MVRDV tomó prestada una página de sus «suburbios verticales» y colgó los trece departamentos restantes 1. Sahel o Cinturón de Sahel es la eco-región que divide el desierto del Sahara hacia el norte y la sabana africana o Sudán hacia el sur. [Nota del traductor]



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Una empresa contacto a los arquitectos de MVRDV para construir su nueva sede. Los trescientos cincuenta empleados estaban diseminados entre varias edificaciones y disfrutaban de sus pequenos feudos y de la cultura de incomunicacion. Como lograr que empezaran a comunicarse unos con otros? La respuesta fue: Poniendolos a todos dentro de una caja de un lado. Su maravillosamente extraño complejo residencial WoZoCos parte del bloque de departamentos convencional y reorganiza la mitad con estas extensiones flotantes que parecen levitar justo sobre el suelo. Cuatro años más tarde, cuando MVRDV fue seleccionada para construir residencias de distintos precios en el área portuaria de Ámsterdam, la compañía mantuvo inacabables negociaciones con todas las partes involucradas –políticos locales, las autoridades de planificación, posibles futuros residentes–, cada una de las cuales reclamaba una diferente distribución de los espacios. MVRDV puso todos los datos juntos en una computadora y obtuvo como resultado Silodam: ciento cincuenta y siete departamentos de tamaños y precios variados que conviven en un bloque multicolor de diez pisos, levantados sobre pilares desde el puerto como si fuera un gran carguero anclado. Desde el exterior, Silodam se ve bastante simple. Literalmente es como la gigantesca construcción Lego de un niño. Por dentro, el bloque está lleno con una variedad de viviendas organizadas en «minivecindarios» de precios diferentes, mientras los corredores y una serie de galerías comunitarias permiten a los residentes caminar de un extremo a otro del «buque». La metodología radical de MVRDV, basada en la investigación, ha sido una fuente de fascinación para los críticos y competidores desde un inicio. «Nadie más ha encontrado una propuesta tan convincente», ha escrito el historiador Bart Lootsma, «sobre cómo mostrar las consecuencias espaciales de los deseos de las partes involucradas en el proceso de diseño, confrontándolas entre sí y abriendo el debate a la sociedad, en lugar de simplemente discutir unos con otros, como harían muchos arquitectos». El urbanista y diseñador Stan Allen, decano de la Facultad de Arquitectura de Princeton, dice que «en lugar de imponer la estructura, dirigiendo el proceso a un cierre y una definición

más profunda, MVRDV se esfuerza en mantener un esquema abierto por el mayor tiempo posible, de manera que absorba tanta información como pueda». De hecho, los arquitectos de MVRDV dependen tanto de la recolección y metabolización de datos, información y puntos de vista contrarios que insisten en no dejar una firma formal en sus trabajos. «Tratamos de evitar cualquier tipo de elemento antiestético en nuestros diseños», me dijo van Rijs. «A diferencia de Gehry, Zaha y otros arquitectos cuyo trabajo es fácil de reconocer, nosotros no manejamos un marcado estilo personal. Nuestra metodología está basada más en la lógica. A veces la llamamos la lógica a prueba de balas: dependiendo de la situación, venimos y echamos un vistazo y decimos: «¿Qué está pasando? ¿Qué se debe hacer?» Luego seguimos una narrativa paso-a-paso y, al ver la edificación, se ve el resultado final. Es el único resultado posible. No puedes ver nada más». Pero si el proceso de diseño de MVRDV es realmente tan racional y objetivo –si, como dijo Stan Allen, los arquitectos rechazan la «intuición aleatoria» y la «expresión artística» por un pragmatismo paso-a-paso en el que «la forma es explicada sólo en la relación con la información que encierra: la arquitectura como una serie de botones, circuitos o transmisores activando líneas de ensamblaje de materia e información»–, entonces, ¿por qué –pregunta Allen– sus creaciones son tan inesperadas e ingeniosas y a veces tan espectaculares? Los arquitectos de MVRDV fueron comisionados para construir grandes bloques habitacionales en un vecindario extenso de Madrid que lucía ahogado en monótonas construcciones de baja altura. Ellos diseñaron un típico condominio horizontal con un patio interior. Luego viraron el edificio sobre uno de sus lados para crear Mirador, un imponente ícono del vecindario con veintidós pisos, cuyo patio ha sido convertido en un enorme balcón al aire libre que ofrece una amplia vista de las montañas Guadarrama. Algunos de los diseños de MVRDV son tan lógicos que parecen voltear a la realidad cabeza abajo.

Dos años después de que el Huracán Katrina devastase gran parte de Nueva Orleans, el actor y entusiasta de la arquitectura Brad Pitt solicitó a catorce firmas de diseño que ayudasen a sus organización sin fines de lucro, Make It Right, a reconstruir el



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Dos anos despues del Huracan Katrina, Brad Pitt solicito reconstruir un barrio pobre. Los arquitectos holandeses inventaron la Casa Flexible: una construccion elevada sobre el nivel del agua. Algunos cr ticos estaban estupefactos. «Cuando tienes un gobierno que no invierte en muros de contencion, que abandona la tierra de la gente, que convierte a sus ciudadanos en pobres insanos, es necesario un diseno que signifique una protesta», dijo uno de los arquitectos empobrecido Noveno Barrio Bajo. Ésta era una de las zonas más afectadas por las tormentas. Pitt pidió diseños para una casa de cuatrocientos metros cuadrados, asequible, pero a la vez construida a prueba de inundaciones, con tres dormitorios y un porche. Maas, van Rijs y de Vries –ciudadanos de un país que está defendiendo siempre sus edificios de la amenaza de inundación– ya habían contribuido a una exhibición de arquitectura post-Katrina. Para ello se inspiraron en el dibujo que un niño había hecho con crayones, y en el que los residentes de Nueva Orleans caminaban hacia la seguridad subiendo una colina imaginaria. Al final, concibieron una nueva escuela primaria a salvo de las aguas e instalada sobre una plataforma cubierta de pasto artificial. A cada lado colgaban balcones y un patio de juegos cubría la azotea. Después de recibir la llamada de Brad Pitt, a ellos se les ocurrió una ingeniosa y casi mágica solución para el problema de futuras inundaciones. Su Casa Flexible era una variación de las tradicionales casas sureñas de basto acabado, donde ésta iba enclavada en el centro, de manera que sus partes frontal y posterior se elevaban sobre el nivel del agua. Algunos críticos estaban estupefactos. Al crear una vivienda que de por sí se veía dañada por la inundación, y que quizá hasta lucía inhabitable, MVRDV parecía usar el desastre de Nueva Orleans para anotar puntos políticos. O, peor aun, para guiñar un ojo al drama de los residentes con ironía. Otros pensaban que la Casa Flexible era una muestra emblemática del mejor trabajo de MVRDV y de la habilidad de los arquitectos para crear edificaciones cuya inventiva formal radicaba en la exposición explícita de los problemas sociales o ambientales que los habían generado: los infinitos interiores de la sede de la radio VPRO señalaban la necesidad de conexión social; las cajas colgantes de WoZoCos mostraban cómo

preservar las áreas verdes; el festivamente acanalado Silodam ofrecía maneras de combinar a los ricos y pobres. «La arquitectura que desarrollamos es parte de lo ordinario, parte de nuestra cultura popular», me dijo Maas. «A la vez, los edificios tratan de involucrar a la sociedad cuestionando nuestro propio compartimiento y ofreciendo alternativas. Y las construcciones las ofrecen mostrando en el propio diseño, de manera visible y obvia, los problemas que tratamos de corregir. Al visualizar el objeto, puede verse la interrogante que lo generó». Esa afirmación recuerda un elogio del arquitecto francés Alain Guiheux sobre el trabajo de MVRDV: «Un gran misterio en los proyectos de arquitectura rodea la definición de lo que es aceptable para el cliente». ¿Cuál es el límite entre la precaución del cliente y su censura? ¿En qué punto la preocupación del arquitecto se convierte en su propia autocensura? Guiheux va más allá al decir que MVRDV trata de resistir la reprobación de la sociedad y de sobrepasar la propia, usando el juego para «debilitar el conformismo» y para «estirar la línea que divide lo razonable y lo increíble». Eso, concluye, es su «magia» y ha promovido una ruptura en las convenciones de la arquitectura «como aquella que sufrió la pintura al inicio del siglo XX, antes y después de Duchamp». En el caso de la Casa Flexible de MVRDV en Nueva Orleans, el quiebre juguetón con lo convencional no se logró sin un considerable debate. «Cuando tienes un gobierno federal que no invierte en muros de contención, que abandona la tierra de la gente hasta dejarla completamente devaluada, que convierte a sus propios ciudadanos en pobres insanos, entonces es necesario un diseño que signifique una protesta, que se ponga de pie y reclame: «¿Qué está pasando aquí?», dijo Maas. «Pero en las discusiones con Brad [Pitt] y los otros, seguíamos preguntándonos: Sí, ¿pero podemos mostrarlo de manera explícita? ¿Podemos lograrlo? ¡Se verá como algo irónico! ¿Cómo puedes ser irónico ante el desastre? ¿Se enojará el pueblo de Estados Unidos?». «Pero aun en las circunstancias más trágicas», continuó Maas, «a menudo hay un momento de ironía. ¿Pero se trata de ironía? ¿O en realidad es más como...?». Entonces hizo una pausa y por un instante se quedó sin palabras. Era inusual. «Hay una hermosa palabra en alemán: Trost. Significa empatía o solaz o quizá consuelo. Creo que eso es lo que nuestras edificaciones intentan expresar. Ya sabes: si las aguas van a llegar, déjalas venir. Hagámoslo. Demos la vuelta y enfrentémoslas».



26_ DICCIONARIO DE LA LENGUA Pereza f. Negligencia, tedio o descuido a las cosas a que estamos obligados. 2. Flojedad o tardanza en las acciones o movimientos.

fernando ampuero

umándose al fanatismo religioso, que la consi-

silencio de la sangre y, finalmente, como un vampiro, rechazar el

dera pecado, la pereza es definida por la Real

alegre sol matinal que entra por la ventana, constituyen, desde

Academia de la Lengua Española con excesiva severidad.

los orígenes del dormitorio, sus momentos propicios. La pereza, para decirlo de una vez, es un yoga natural. No

No se toma en cuenta la belleza de la palabra, ni

abandonarse a su influjo cuesta trabajo. Algunos hombres, entre

lo cabal de algunas de sus derivaciones. El vocablo

otros selectos animales, nacen con ella, pero muchos, por falta

«desperezarse», por ejemplo, describe a la perfección

de práctica, la han olvidado. Existe, sin embargo, una manera

la elasticidad de los músculos que se estiran con lan-

de recordarla: quedarse quietos. Como disciplina de arte mayor,

guidez en tanto que nuestro pensamiento parece flotar

su ejecución eleva el espíritu. El cielo de la pereza, ya se sabe,

en una leve voluptuosidad.

está poblado de gatos, seres

La pereza, de otro lado, más que

que han alcanzado la maes-

un defecto o una enfermedad, es un

tría en el ejercicio de su arte.

simple tránsito. Yo la percibo como

Adoradores de dicho felino, los

un indispensable estado de ánimo

antiguos egipcios les rendían

que, en su justa medida, enriquece

honores

la vida y, de paso, forma el carácter,

cidamente cómo sus esclavos

si tenemos en cuenta que nos ayuda

hacían por ellos los fabulosos

a comprender que los fracasos son

templos y pirámides que hoy

tan estimables como los éxitos, ya

nos deslumbran.

que lo segundo sin lo primero no

contemplando

plá-

Enemigos radicales de la

tendría el menor valor.

pereza son las hormigas (tan

La pereza ofrece la necesaria tre-

laboriosas), los relojes (tan

gua que requiere todo uso del tiempo.

puntuales) y las buenas inten-

Ahora bien, si quien experimen-

ciones (tan insoportables). To-

ta la pereza ha sido educado desde

dos se obsesionan por derro-

la infancia por curas jesuitas, estará

tarla, humillarla, ponerla en

mejor equipado para disfrutar del

vereda, pero eso no es cosa fá-

regodeo que nos proporciona. Quie-

cil. La pereza tiene mil caras, y

ro decir, sentirá la suficiente culpa

mil disfraces, algunos de ellos

–sin la cual el pecado no tiene sen-

elegantísimos. La acusan de

tido ni gracia– para reconocer sen-

ser madre de todos los vicios,

sualmente su presencia.

y en efecto lo es, siendo el más peligroso, sin ninguna duda, el literario. Incontables holgazanes, en nombre del ocio creativo, coartada y excusa predilecta, hacen uso de ella. La tentación, a decir verdad, es muy grande.

no, y, en ese preciso instante, comienza el placer.

Yo mismo, hace un momento, como único razonamiento sobre el

Con lentitud deliberada, apreciamos los segundos

tema, estuve tentado de dejar esta página en blanco.

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La pereza es un pecado delicioso, especialmente cuando se comete a las siete de la mañana. «Cinco minutitos más», susurramos en nuestro fuero inter-

como si fueran diamantes cuyos suaves destellos

La pereza es una diosa esquiva para gente sin imaginación, y

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una palabra de

aletargan nuestros párpados. Cerrar los ojos, darse

para todos aquellos que se aburren. Sólo reconozco una pereza

una media vuelta en la cama, gozar del calorcito de

nefasta: la pereza mental. Con esta última, ya se sabe, se arrulla

las sábanas, taparse la cabeza con la almohada, oír el

la estupidez.



28_ MURALLAS

UNA PARED EN TU VIDA Jerusalén es ese lugar donde predicó el hijo de Dios y en el que ahora los hombres de dos religiones se detestan. Un muro extenso como una autopista separa a los ciudadanos de Israel y Palestina, pero sólo logra que éstos peleen más. ¿Qué ocurre cuando esa pared atraviesa tu propio hogar y divide tu vida para siempre? ¿A quién odiarías por eso?


28_ 29

un texto de yasna mussa fotografĂ­as de la autora


30_ MURALLAS

i Jesucristo viviera Y

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quisiera predicar en la zona palestina de Jerusalén, tendría que conseguir un salvoconducto para poder hacerlo. De lo contrario, al tratar de salir de Belén, la ciudad donde él nació, llegaría hasta una muralla alta y tosca de concreto donde una cuadrilla de militares le impediría cruzar. Es la ocupación. Es Tierra Santa. Un sábado fresco de octubre, abordé un autobús en la Puerta de Damasco, en la ciudad vieja de Jerusalén, para llegar hasta ese lugar aparentemente conflictivo. Todos los pasajeros parecían conocer esos procedimientos de inspección rutinaria que habrían llenado de cólera al propio hijo de Dios. Era un día caótico para los cristianos y musulmanes, que se apuraban a vender todo tipo de mercancías. Pero parecía una jornada serena y pasiva para los judíos, sobre todo los ortodoxos, que comenzaban a vivir su ritual religioso de cada sábado (el shabbat), vestidos de riguroso negro. En el autobús sonaba Fairuz, una famosa cantante libanesa. El volumen alto de la música apagaba las conversaciones lejanas de los pasajeros. Éstos parecían amigos, compañeros de trabajo o

de universidad, de esos que acostumbran a reencontrarse en el trayecto que los lleva de regreso a sus casas cada fin de día o de semana. Todos debían atravesar la muralla de control que dividía sus vidas en dos: Israel –la muralla–, Palestina. El trabajo –la muralla–, la casa. Cuando el autobús se detuvo, la música se esfumó sin advertencia. El conductor, serio y algo malhumorado, se dirigió hacia mí, y sin dudar de mi apariencia extranjera y mis mal pronunciadas palabras en árabe, me pidió el pasaporte y me indicó por dónde ir. Afuera estaba esa muralla de ocho metros de alto que, debido a su aspecto hostil, convierte la ciudad en una cárcel de alta seguridad al aire libre. Gris, fría, ajena, irrespetuosa, agresiva, esa columna de concreto estaba lejos de parecer una típica obra de la arquitectura sagrada. No toda construcción en Tierra Santa tiene pretensiones estéticas, y esa muralla cumplía la misión de marcar un límite, interrumpir el paso y encerrarte. Mi heredada claustrofobia se hizo presente y sentí más de un mareo que controlé como pude. Entonces un rostro llamó mi atención y mis síntomas hipocondriacos pasaron a un segundo lugar. –Todos los días es lo mismo –me dijo una mujer joven y palestina que tenía la frente amplia y el rostro amable–: Esperar dos o más horas en un trayecto que no debería tardar más de veinte minutos. Hablaba a través del velo de color beige que la cubría. Era la misma persona que iba sentada frente a mí en el autobús, pero su luminosa sonrisa se apagó de súbito cuando un soldado israelí, escuálido y de unos veintidós años, la empujó hasta la interminable fila de control. Allí quedó ella, reducida y nerviosa. Él, sin embargo, parecía adoptar esa imagen fuerte que parece emanar de todo uniforme verde olivo y de la metralleta que colgaba de su brazo derecho. En la fila había cerca de cien personas que, cargando sus pertenencias, se acomodaban para esperar detrás de una ventanilla que llevaba el descolorido título «Control militar» en tres idiomas: árabe, hebreo e inglés. Las túnicas largas y coloridas formaban un arco iris humano que se distinguía desde lejos y que sólo se interrumpía cuando un soldado quebraba la soberbia fila y, cargando su M-16, se abría paso abrupto entre la multitud para llevarse con él a algún palestino al que se le prohibía el paso o se le consideraba sospechoso de participar en algún grupo de la resistencia. –Ésta es nuestra realidad. Desde que los sionistas invadieron Palestina, tenemos que vivir como extranjeros en nuestra propia tierra –dice Mahmud, un anciano de ojos tristes–. No se cansarán hasta



32_ MURALLAS ZAR LA MUR D DEBÍA CRU

ALLA PARA P

ODER

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MAHMU CIO COMERCIANTE STINO, HEREDÓ EL NEGO CADA DÍA EL LADO. ÉL, QUE ES PALE RO OT AL CIO GO NE ATENDER SU QUE SU FAMILIA TENÍA EN JERUSALÉN. PERO VIVE EN BELÉN, LA CIUDAD DE SU ESPOSA. «DICEN QUE DEBO ELEGIR ENTRE MI CASA O EL NEGOCIO», ME DJIO ÉL CON LA MELANCOLÍA DE QU IEN SABE QUE DE CU ALQUIER MANERA PE RDERÁ PARTE DE SU VIDA

matarnos a todos, pero nosotros no nos cansaremos hasta que nos devuelvan lo que nos fue arrebatado. Mahmud se refería al episodio conocido como la Catástrofe (Nakba, en árabe). Cuando se creó el Estado de Israel, en 1948, más de la mitad de los palestinos fueron despojados de sus hogares y se convirtieron en refugiados. El anciano vivía en Belén, el mismo pueblo donde, según la Biblia, nació el hijo del dios cristiano. Veinte siglos después, ese lugar es una de las ciudades más cosmopolitas y visitadas de Palestina, aunque todavía mantiene una mística pueblerina, marcada por un ambiente acogedor y religioso. Belén también está aislado del resto del mundo por esa muralla de ocho metros de alto que avanza entre terrenos, barrios y edificios a lo largo de setecientos cincuenta kilómetros (seis veces la extensión del muro de Berlín, que separaba el capitalismo del comunismo hasta 1989). Cada tanto, los militares israelíes que cuidan el lugar realizan operaciones bélicas. Es decir, irrumpen por las noches, realizan detenciones sin órdenes judiciales, demuelen viviendas, arrancan olivos e instalan, sin previo aviso, el toque de queda. Cada día Mahmud debía cruzar el control israelí que se encuentra a la entrada de Belén, para poder atender su negocio en la ciudad vieja de Jerusalén. Ésta es otra zona ícono para las tres religiones monoteístas más importantes del mundo: judíos, cristianos y musulmanes. Todos la reclaman como suya. Y aunque por años existió una pacífica convivencia, Israel la ha proclamado como su capital única e indivisible, desde 1967, e incluso ha ocupado el sector oriental que les correspondía a los palestinos. Mahmud, que es palestino, heredó el negocio que su familia tenía en Jerusalén. Pero vive en Belén, la ciudad de su esposa. Desde que se comenzó a construir el muro en el 2002, la situación es casi insostenible para él. «Dicen que debo elegir entre mi casa o el negocio», me explica con

esa melancolía de quien sabe que resolver el dilema lo separará, de todas maneras, de una parte de su vida. Su casa –la muralla– o su negocio.

Muchos palestinos viven encerrados tras la muralla, pero no es ésa la razón por la que aman las llaves y las atesoran como verdaderas joyas. Cuando la ONU creó el Estado de Israel, la estrategia de ese nuevo país consistía en conseguir un territorio exclusivo para los judíos; de esa manera ellos estarían seguros de que nunca más les ocurriría algo similar al Holocausto nazi. La ONU le cedió al nuevo Estado el cincuenta y seis por ciento del territorio conocido históricamente como Palestina a los judíos para la creación del Estado de Israel y dejó a su población originaria, los palestinos, con sólo el cuarenta y tres por ciento. El uno por ciento, la ciudad de Jerusalén, se convertiría en una zona internacional. Entonces comenzó lo que los palestinos llaman la Catástrofe. Cientos de ellos tuvieron que trasladarse a otras aldeas, ciudades o países, pues las tropas de ocupación de Israel no les daban tiempo para buscar otra alternativa. Debieron dejar las viejas y sólidas casas de piedra donde vivían y tuvieron que acostumbrarse a las carpas y viviendas ligeras de los campos de refugiados. Desde entonces, cada familia atesora el único objeto que les recuerda su espacio y la intimidad que habían perdido: las llaves de sus casas. Grandes, pesadas y magnas, iguales a las que se puede encontrar en las ferias de antigüedades de cualquier ciudad, aquellas llaves se transformaron en el símbolo del despojo. Es la representación de cada puerta que dejaron cerrada y de aquellas otras que se abrieron en otros territorios lejanos y diversos.

Hay mucha humedad en los campos de refugiados y muchos de estos lugares ni siquiera cuentan con un sistema de alcantarillado. En los días de lluvia, las heces se acumulan y flotan por las canaletas que rodean las casas –me dijo, asqueado, el administrador del centro cultural del campo de refugiados Deheisheh de Belén, uno de esos refugios temporales que lentamente fueron transformándose en barrios–. El remedio tras la ocupación fueron esos campamentos. Luego éstos se


C.C LARCOMAR -TDA.205 Telef:243-7900 C.C JOCKEY PLAZA -M贸dulo 134 Telef: 4342679 C.C. PLAZA SAN MIGUEL-M贸dulo 207 Telef: 5663219


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34_ MURALLAS

volvieron el único futuro posible ante la falta de soluciones políticas para el conflicto. Lo provisional se convirtió en el porvenir. El diseño de esos barrios es pobre en creatividad. Homogéneos, de concreto desnudo y excesivamente simétricos, los nuevos edificios que reemplazaron a las primeras carpas se levantan a las afueras de cada ciudad delatándose sin tabúes como un campo de refugiados. Marcan el antes y el después en la arquitectura palestina de antes, donde el espontáneo sentido de clanes obliga a los habitantes a seguir viviendo todos juntos. Abuelos, padres, sobrinos y primos van echando raíces en los pisos vecinos dentro de un mismo edificio. En el campo de refugiados Deheisheh de Belén, de pronto se cortó la luz y se escuchó un tétrico estallido. «Tranquila», me dijo Ibraheem, el administrador del centro cultural, que me guiaba por ese sector de la ciudad. Parecía un evento «normal». Siempre había incursiones nocturnas y hasta el día siguiente no sabríamos si aquello fue una bomba de ruido o si atacaron algún hogar. Había tiempo para sobreponerse

del susto que acelera el corazón. Unos treinta minutos después, volvió la electricidad, en medio de la espera insegura pudimos seguir nuestro camino. Una cara conocida asomaba cada tanto en la muralla. Era el Che Guevara y estaba en todos los colores, al estilo pop-art de Andy Warhol, pintado con una plantilla gracias a la técnica del esténcil. Lucía impactado y tieso, como si no pudiera moverse debido al desconcierto que impone ese lugar. Pero el Che también es un ícono de la resistencia en Palestina. Hay quienes lo conocen e idolatran mucho más que a ciertos líderes árabes –me dijo Ibraheem, sonriendo–. El Che, que se manifiesta en las desteñidas paredes de algunos barrios de Sudamérica, donde hay quienes aún sueñan con la revolución, interpreta la causa local con la misma actitud aunque con un look diferente: lleva su típica boina, el cabello al viento, pero lo distingue un típico pañuelo palestino a manera de bufanda. Entonces ese rincón del Medio Oriente hasta parece familiar y uno puede tener la sensación de que el mundo es más pequeño y menos extraño de lo que parece.

Todo muro tiene dos caras, como un papel, y los artistas siempre pueden sacar ventajas de ello. Desde que se construyeron sus primeros


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36_ MURALLAS BA

RALLA Y ESTA

TO EN LA MU BA CADA TAN

ASOMA CHE GUEVARA Y LA CARA DEL ESTÉNCIL. IMPACTADO P ART, O PINTADO CON PO O TIL ES AL S, RE LO EN TODOS LOS CO TIESO, COMO SI NO PUDIERA MOVERSE DEBIDO AL DESCONCIERTO DEL LUGAR. PERO EL CHE TAMBIÉN ES UN ÍCONO DE LA RESISTENCIA PALESTINA E INTERPRETA LA CAUSA LOCAL CON OTRO LOOK : SU TÍPICA BOIN A, EL CABELLO AL VIENTO Y UN A BUFANDA ÁRAB E

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tramos, la muralla de Belén se convirtió en un soporte enorme para las obras de arte al paso: Podría ser el lienzo más grande del mundo. A lo largo de sus setecientos cincuenta kilómetros se suceden grafitis, murales y dibujos en todos los idiomas. Allí se leen consignas políticas, frases clichés, versos, letras de canciones y mensajes de paz. También hay insultos reservados contra los políticos y los aliados de Israel. La firma del inglés Banksy, el fantasma del esténcil que recorre el mundo plasmando dibujos irónicos y críticos sin mostrar su rostro, aparece una y otra vez en la gran pared. Una de sus obras más representativas es la pintura de una niña que ha despegado los pies del suelo y se eleva gracias a unos globos que sostiene en la mano y que le permiten atravesar el muro. Es la romántica lucha por no perder la inocencia y por darle a un instrumento de guerra, como esa pared, una segunda moral más interesante. La exposición es en apariencia gratuita. Sólo el contenido profundo de las obras te recuerda que el precio ha sido y será mucho más caro.

El ex primer ministro israelí Ariel Sharon ha sido considerado «el segundo arquitecto de Israel», pues fue él quien impulsó la construcción del muro. A lo largo de toda esta pared se encuentran los controles de tráfico o checkpoints, que han fragmentado la región palestina conocida como Cisjordania. El ejército de ocupación ha creado verdaderos guetos entre la población autóctona y ha decidido tener el control absoluto. Si el ministro de Defensa israelí lo considera necesario, los helicópteros pueden ocupar el cielo y dejar caer una lluvia de misiles. Al otro lado del muro, se asoma un fuerte que recuerda las antiguas construcciones romanas. Los

asentamientos israelíes son unos conjuntos habitacionales uniformes y de arquitectura evidentemente occidental en lo alto de los montes o llanuras que abrazan las aldeas. Están protegidos tras muros extensos y seguros. Ahí viven los judíos de todas partes del mundo que decidieron adquirir la nacionalidad israelí y vivir como colonos en cooperativas agrícolas llamadas kibutz. La idea de ubicarlos en una altura no es fruto del azar. Esa ubicación prominente le recuerda al palestino cuyos territorios han sido colonizados que «aquí el amo soy yo». Ibraheem, mi guía en el lado palestino, me señala a lo lejos el sistema de regadío automático que se aprecia en los jardines del asentamiento adversario. «Aquí ni siquiera tenemos agua para beber –añade–. Mucho menos tendremos para regar nuestros cultivos». Tanto el muro como los asentamientos israelíes fueron construidos en lugares estratégicos donde se ubican las reservas acuíferas subterráneas, pues a pesar de que Palestina se encuentra dentro de la zona denominada Media Luna Fértil, el agua es un elemento primordial que, desde el comienzo de la ocupación, ha sido utilizado como moneda de cambio para negociar cualquier medida política. Un caño cerrado siempre produce sed. Estamos en los alrededores de Beit Sahour, una pequeña ciudad de agricultores y de mayoría cristiana contigua a Belén. Allí hay campesinos y comerciantes trabajando entre olivos de troncos gruesos y milenarios. Es poco más del mediodía del domingo y, aunque el Sol se impone en lo alto, su presencia es más bien simbólica, pues la suave y fría brisa recuerda que es tiempo de otoño. Ya al atardecer, a la hora de tomar té con menta en el restaurante del centro cultural que administra Ibraheem, caminamos hacia la ciudad junto a los campesinos ataviados con túnicas y turbantes que recogen meticulosamente sus herramientas antes de partir. Aunque esta región de Palestina posee centros sociales, culturales y un activo comercio, es imposible olvidar que se trata de un campo improvisado. Su construcción no se basó en la voluntad ni en la planificación arquitectónica, sino en la urgente y esperanzadora decisión de hospedar a los desplazados: Los que aún conservan las antiguas llaves de sus casas, ésas casas que ya no existen.


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DOS PROYECTOS PARA MORIR DE UNA VEZ


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Concepto de Isidoro Valcรกrcel


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La torre de los suicidas Arrojarse al vacío es una decisión personal que luego se convierte en una tragedia colectiva. Un cuerpo estrellado contra la vía pública puede matar a un inocente, generar pavor y hasta dañar la propiedad privada. ¿Sería saludable que un edificio en la ciudad ofrezca todas las comodidades para los que, irremediablemente, van a saltar?

un texto de agustín fernández mallo

E

ncontré con la obra TORRE PARA SUICIDAS (1984), del artista Isidoro Valcárcel, en una revista de arquitectura1. Había oído hablar muchas veces de esa obra, que en España alcanzaba resonancias mitológicas dentro de las artes visuales, pero jamás la había visto. Oír hablar de una obra conceptual ya es equivalente a verla, dado que, como la propia palabra indica, es un concepto, pero siempre tenemos la manía de querer ver más. Buscando, supe que Valcárcel nació en Murcia, en 1937, y que detenta una insólita posición en un artista contemporáneo: no renuncia a que le paguen por sus obras, pero sólo acepta lo que él considera un precio justo, que no pasa del que recibiría cualquier artesano. «El arte es una acción personal que puede valer como ejemplo, pero nunca tener un valor ejemplar», ha dicho. Célebre es la acción que llevó a cabo en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona: aceptó la invitación a exponer, y su obra consistió en pintar de color blanco una gran

pared blanca del museo, con un pincel número ocho, de pintar acuarelas. La acción duró diez días. Después de terminarla, afirmó: «mi forma de estar en una colección es hacer algo que no se pueda coleccionar». Valcárcel, Premio Nacional de las Artes Plásticas de 2007, en España, pidió cobrar por esa obra novecientos euros, la tarifa de cualquier pintor de paredes. Valcárcel reactiva el absurdo dadá o, si se prefiere, la genial gamberrada de Duchamp, pero en estado puro, por «amor al arte».

La TORRE PARA SUICIDAS se inscribe en una serie de proyectos denominada por Valcárcel «arquitectura prematura», de la que forma parte también el MUSEO DE LA RUINA, planeado especialmente para que se venga abajo en cualquier momento, incluso antes de ser terminado. Por «arquitectura prematura» él entiende proyectos adelantados a su tiempo, proyectos que la sociedad no está preparada para asu1. FISURAS DE LA CULTURA CONTEMPORÁNEA Nª 8. Madrid, enero del 2000. Este artículo inspiró al autor a recrear la torre de los suicidas en su novela NOCILLA EXPERIENCE. Alfaguara, 2008.


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mir y que nos ponen frente al absurdo de ciertos ritos contemporáneos. «Hoy por hoy, pienso que la obviedad (la bobada, si se quiere) es el máximo de creatividad». Nadie mejor que el propio autor para definir su TORRE PARA SUICIDAS: «De no disponer de las instalaciones adecuadas, ni de los lugares especialmente indicados, proviene la necesidad de los suicidas de dispersar sus actuaciones utilizando para ello cualquier instalación urbana que sirva para sus fines, con el natural desaliento del resto de sus ciudadanos. Es por ello que se suministra documentación sobre una instalación que cuenta con todas las dependencias necesarias para quien desea acabar con su vida, sin las molestas reutilizaciones de monumentos, rascacielos, vías de ferrocarril, lagos, puentes y de-

res y conceptos: el valor de la muerte hoy, la necesidad de un museo hoy, etcétera. Él mismo ha remarcado que le interesa el concepto de proyecto: «la única función que yo quise encomendar a mis proyectos es la de dejar al descubierto cuán fácil resulta encontrar un tema; hasta qué punto se amontonan las sugerencias, las demandas; qué sencillez basta para la creación; cómo, en fin, el arte es un ejercicio y no una obra… En suma, lo que se entiende como proyecto».

Si, aun así, por puro ocio, desatendemos el espíritu meramente conceptual de la obra, y nos ponemos a ejecutar el proyecto, podemos imaginar al suicida en potencia, en la sala de espera, bajo el rótulo SILENCIO que hay en las iglesias, aguardando a que un ascensor lo eleve, asistido por masajistas, capellanes, dietistas, vestido con ropa ad hoc, con familia y conocidos animando el trance. En estos momentos

imagino al suicida en potencia en la sala de espera de la torre, bajo el rótulo de silencio que hay en las iglesias, aguardando a que un ascensor lo eleve. lo imagino saliendo hacia la plataforma última, cogiendo carrera para no mirar más que el muro blanco de enfrente (la visión del horizonte provoca que muchos se arrepientan); lo imagino saltando, en el aire, ojos cerrados, lamentando no haber podido fumar su último cigarrillo

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más estructuras que ven alterada sensiblemente su consideración urbana por tales transformaciones de uso». «Así –continúa Valcárcel–, en estas torres se dispone de todo tipo de instalaciones necesarias para el suicidio, lo cual, junto con la segura proximidad de una calle, otorga al suicida un abanico suficiente de texturas y superficies sobre las que definir su destino».

En ocasiones se ha fantaseado acerca de la viabilidad real de la «arquitectura prematura» de Isidoro Valcárcel. Pero es evidente que el propio concepto de obra en este autor es refractario a tal idea. Valcárcel se mueve en el plano conceptual, especulativo; el valor de estas no obras no está en su posible ejecución, sino en la posibilidad de pensar determinados valo-

en los que todo mártir tiene que pasar necesariamente por el deporte, no hay mejor idea que la protocolización del suicidio. El suicidio como evento deportivo por antonomasia. Es éste uno de los atractivos de las sociedades desarrolladas: construir obras perfectas para la autodestrucción perfecta. Imagino al futuro suicida apurando las últimas gotas de un batido de chocolate con soya y bífidus activo; lo veo ante las metálicas puertas del ascensor que de repente se abren, antesala de las de San Pedro; lo imagino apretando el botón del ático, elevándose, tentado en parar un rato en el segundo piso, donde puedes escoger entre las esféricas pastillas o la soga de cáñamo, pero no, hay que seguir, hay que subir, el salto requiere más valor que los barbitúricos; lo imagino saliendo hacia la plataforma última, cogiendo carrerilla para no mirar más que el muro blanco que se divisa enfrente, más allá del vacío, muro que fue ubicado estratégicamente para que no hubiera horizonte (se sabe que la visión de un horizonte es lo que provoca que muchos suicidas se arrepientan a última hora por refundarse en ellos una esperanza); lo imagino saltando, en el aire, ojos cerrados, gravedad cero, lamentando no haber podido fumar su último cigarrillo, ya que en el vestíbulo un cartel ponía: PROHIBIDO FUMAR.



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Un cementerio bajo el mar Un panteón en el océano sólo podía ser la obra trágica de un desastre natural. Pero en Miami, esa ciudad para comprar y calmar todos los caprichos, hay un cementerio acuático para los amantes del mar. ¿Importa tanto cumplir ese último deseo?

un texto de david hidalgo vega

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l último grito de la moda funeraria podría causar un cambio en el lenguaje. Llegará el momento en que la gente ya no use la palabra enterrar para referirse al rito universal de despedir a los muertos. Se utilizará sumergir, anclar, quién sabe hasta fondear, si su actual connotación siniestra llegara a ser barnizada de nuevos sentidos. Semejante revolución léxica es un tema de fondo. De fondo marino. Esta nueva costumbre ha empezado en un antiguo banco de arena frente a las costas de Miami, convertido ahora en un camposanto al estilo new age: los creadores lo diseñaron con la idea de que tuviera cierto parecido a la Atlántida, la legendaria ciudad perdida en las aguas de la mitología occidental. Al final, se ha convertido en el único parque temático del mundo donde la membresía es póstuma. En él tus restos se convierten en parte de un decorado mortuorio a ciento cincuenta metros bajo la superficie del mar. El Arrecife Conmemorativo Neptuno es quizá el producto más vanguardista de la industria funeraria. «Una maravilla del diseño y la ingeniería», según sus promotores. Está sumergido en el Atlántico, a unos cinco kilómetros al este de la exclusiva isla de Key Biscayne. Si uno bucea en la profundidad de esas aguas, se topará con una aparente ruina arqueológica. La escenografía empieza con dos puertas metálicas de más de tres metros de alto con la forma de gigantescas alas de mariposa. Desde allí, puestos a cada lado de la entrada,

dos leones de piedra parecen olfatear el silencio de las corrientes marinas para prevenir intrusos. El interior es un complejo de columnas que simulan haber soportado antiguas bóvedas, a la manera de los palacios desmoronados de la Grecia clásica. Hay arcos completos, bancas, pasajes, glorietas y calles de concreto que provoca imaginar transitadas por peatones de hace siglos. Todo dispuesto como el gran anfiteatro de una ciudad de mentes lúcidas. Pero la verdad es que, desde que fue inaugurado en el 2007, en ese paraíso extraviado nunca hubo un alma viva. Antes de Neptuno, el mayor homenaje que se podía hacer a quien en vida manifestó alguna clase de amor especial al mar era esparcir sus cenizas sobre las olas. Ahora es posible depositarlas en el arrecife artificial más grande del mundo: dos mil toneladas de estructuras de concreto en un área de casi sesenta y cinco mil metros cuadrados, según el proyecto original. Su existencia supone otro cambio: aquí el luto ya no está en los velos, sino en los obligados trajes de buzo y las romerías no se hacen en carroza, sino en botes con fondo de vidrio para mirar hacia la profundidad. La idea de esta ciudad acuática para difuntos es fruto de una combinación de ingenios. Hacia julio del 2003, el empresario estadounidense Gary Levine se propuso construir un arrecife artificial en una zona de arenas estériles frente a Miami. A diferencia de otros proyectos parecidos, éste serviría a la vez como monumento para los muertos, parque temático para buzos, refugio ecológico para peces y corales y una obra maestra de arte en sí misma. El cerebro indicado para darle forma pertenecía a un amigo suyo de la infancia, el escultor Kim Brandell. Ambos eran hombres de mar: habían practicado el buceo durante tres décadas y conocían a la perfección las aguas cristalinas de ese sector del Atlántico. Tras una entusiasta reunión para intercambiar ideas, Brandell presentó una columna de dos metros y


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medio maquillada a la manera de un arrecife de coral y una carpeta de dibujo. Eran los diseños de una ciudadela acuática ventilada por corrientes de mar turquesa. El artista se había tomado el trabajo de crear un estilo que no era griego, romano ni de cultura conocida. Un híbrido que, visto con cuidado, hasta podía pasar por futurista. «Quería diseñarla como si alguna vez hubiera estado en tierra firme», ha dicho el artista sobre la escenografía de rasgos míticos que trazó. Era perfecta. Ambos se embarcaron en esa nueva aventura submarina. La llamaron Proyecto Arrecife Atlantis. El entusiasmo tuvo que superar las barreras burocráticas de unas doce agencias estadounidenses que tienen alguna jurisdicción sobre temas marítimos. Hubo inspecciones, periodos de evaluación

En la primera semana que fue abierta al público, la ciudadela tuvo dos mujeres como primeras inquilinas; una fue depositada al interior de una columna y la otra bajo una concha marina de concreto. En enero del 2008, el arrecife recibió a uno de sus residentes más ilustres: Bert Kilbride, un veterano buscador de tesoros más conocido entre los amantes del buceo de Florida como El último pirata del Caribe. En el 2004 Kilbride, de noventa años, fue reconocido por los editores del LIBRO GUINESS DE LOS RÉCORDS como el buzo más anciano del mundo. Su destino póstumo, siempre bajo las aguas, ha sido la cresta de una de las columnas de la gran puerta principal. Pero la ciudadela está diseñada para albergar los restos de unas ochocientas personas más. Al menos en la etapa inicial. Cuando el proyecto esté completo, a fines de la década siguiente, habrá capacidad para ciento veinte mil almas, y entonces sí parecerá una verdadera ciudad para difuntos. El espacio podría quedar corto si la idea cala entre los partidarios del entierro verde, ese movimiento que propone regresar los restos a la tierra de la forma más natural posible: usar piedras en vez de

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Antes el mayor homenaje que se podía hacer a quien tenía un amor especial al mar era esparcir sus cenizas sobre las olas. Ahora es posible depositarlas en el arrecife artificial más grande del mundo: dos mil toneladas de estructuras de concreto bajo el agua. el luto ya no está en los velos sino en los obligados trajes de buzo, y las romerías no se hacen en carroza, sino en botes con fondo de vidrio para mirar hacia la profundidad

que tomaron más de tres años. Brandell sometió sus técnicas y materiales a toda clase de pruebas porque la zona escogida es un sector bajo protección ambiental. La construcción sólo pudo comenzar en enero del 2007. Las enormes piezas modeladas en concreto fueron trasladadas en barco, bajo la estricta dirección del artista. «Yo no quería que pareciera un parque de diversiones debajo del agua», ha dicho el creador. «Por eso, aunque algunas estructuras tienen que ver con el mar, la mayoría son propias de una ciudad en un terreno sólido». Fue en ese trance que el proyecto recibió el impulso mayor: el interés de la Sociedad Neptuno, la compañía de servicios de cremación funeraria más grande de Estados Unidos. El dinero impuso su peso incluso bajo el agua: cuando la ciudadela fue inaugurada, en noviembre del año pasado, el proyecto había pasado a llamarse Arrecife Conmemorativo Neptuno. Es decir, un cementerio.

lápidas y bosques en lugar de mausoleos. El ecologismo como ideología póstuma. «Señor, concede a cada cual su propia muerte», dice una frase atribuida al poeta alemán Rainer Maria Rilke. El escultor Brandell tiene su propia versión: «La idea es que una vez que mueras te conviertas en un arrecife». Los residentes de este santuario no sólo están depositados al interior de sus estructuras. Ellos son las estructuras. El cementerio Neptuno ofrece a los deudos la posibilidad de mezclar las cenizas de sus difuntos con los materiales que se usa para levantar el atolón. Resulta curioso ver los videos de familiares mientras hacen la mezcla de las cenizas con el concreto que servirá para moldear algunas piezas. Algunos lo hacen para asegurarse de que no los engañen y terminen tirando esos polvos familiares por cualquier lado. Otros porque sienten que ése habría sido el mayor deseo del muerto: formar parte de un recinto de vida natural como un arrecife. Semejante variante de la reencarnación puede costar entre mil quinientos y seis mil dólares, lo cual ya es bastante decir, porque un funeral en tierra firme puede costar diez veces más. Pero el precio es lo último que cuenta. Un difunto merece siempre el mayor de los respetos, porque en el fondo todos somos buenos.


mendigo Antonio Raimondi (1824-1890)

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LA ESCUELA DE LA MUERTE Y LOS CRÍMENES QUE SUS ALUMNOS ESCONDÍAN BAJO TIERRA

FotografÍas de Stephen Ferry / Alicia Patterson foundAtion InvestigaciÓn de casa editorial El tiempo - BogotÁ


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l paramilitar Francisco Villalba recuerda con detalle esas clases, hasta ahora desconocidas, donde sus je-

fes le enseñaron a descuartizar a una persona. Él dirigió en terreno la barbarie del Aro, donde sus hombres torturaron y masacraron a quince personas durante cinco días. Un paramilitar, en Colombia, es un comando clandestino que persigue a los guerrilleros y a sus colaboradores. Después de varios años de realizar ese trabajo, Villalba por fin está preso en la cárcel La Picota de Bogotá. Desde allí describe cómo aplicó las lecciones aprendidas. «A mediados de 1994 me mandaron a un curso en la finca La 35, en El Tomate, Antioquia, donde quedaba el campo de entrenamiento», dice en su relato a la Fiscalía. Allí, su jornada empezaba a las cinco de la mañana y las instrucciones las recibía directamente de los altos mandos, como Doble Cero. Francisco Villalba asegura que para aprender a descuartizar a una persona usaban a los campesinos que reunían durante las tomas de los pueblos vecinos. «Eran personas de edad que llevaban en camiones, vivas, amarradas [...] Se repartían entre grupos de a cinco [...] Las instrucciones eran quitarles el brazo, la cabeza... descuartizarlas vivas», dice su expediente. Las víctimas llegaban a la finca en camiones toldados. Las bajaban del vehículo con las manos amarradas y las llevaban a un cuarto. Allí permanecían encerradas varios días, a la espera de que empezara el entrenamiento. Luego venía «la instrucción de coraje»: repartían a la gente en cuatro o cinco grupos «y ahí la descuartizaban», recuerda Villalba en la indagatoria. «El instructor decía a uno: “Usted se para acá, fulano allá, y le da seguridad al que está descuartizando”. Siempre que se toma un pueblo y se va a descuartizar a alguien, hay que brindarles seguridad a los que están haciendo ese trabajo».

IGLESIA DE LA CANDELARIA, MEDELLÍN, ANTIOQUIA. REUNIÓN DE LAS MADRES DE LA CANDELARIA, GRUPO DE APOYO MUTUO PARA FAMILIARES DE DESAPARECIDOS. 8 DE MARZO DEL 2007


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TIERRADENTRO, CÓRDOBA. 3 DE MARZO DEL 2007


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Las víctimas eran encerradas en habitaciones, y desde allí las mujeres y los hombres eran sacados en ropa interior. Aun con las manos atadas, los llevaban al sitio donde el instructor esperaba para iniciar las primeras recomendaciones. «Las instrucciones eran quitarles el brazo, la cabeza, descuartizarlos vivos. Ellos salían llorando y le pedían a uno que no le fuera a hacer nada, que tenían familia». Villalba describe el proceso: «A las personas se les abría desde el pecho hasta la barriga para sacar lo que es tripa, el despojo. Se le quitaban piernas, brazos y cabeza. Se hacía con machete o cuchillo. El resto, el despojo, con la mano. Nosotros, que estábamos en instrucción, sacábamos los intestinos». Los cuerpos eran llevados a unas fosas donde se calcula que fueron enterradas más de cuatrocientas personas. En los cadáveres que las autoridades de Colombia han logrado desenterrar hasta el 2008, no se ha reconocido el uso de motosierras. «Entre otras, no era práctico porque la motosierra se enreda en la ropa y por eso [los paramilitares] prefieren el machete», explica un fiscal especializado en exhumaciones. Siete de cada diez cuerpos desenterrados en la costa están desmembrados con machete. En Putumayo fueron hallados ciento siete cadáveres. La mayoría había recibido un tiro en la cabeza y sus articulaciones prominentes estaban partidas. ¿Por qué descuartizar a una persona? Por un pragmatismo macabro: ante la necesidad de correr menos riesgos con jueces de Colombia y del mundo por crímenes de lesa humanidad, los paramilitares enterraban a sus víctimas. Y para no tener que cavar fosas muy profundas –para ahorrarse el esfuerzo–, lo mejor era partir los cuerpos en pedazos.


Los investigadores de la Fiscalía General de la Nación de Colombia exhuman los restos de una mujer asesinada y descuartizada por tropas paramilitares del frente Héroes de Tolová, bajo el mando de Diego Murillo, alias Don Berna, o Adolfo Paz, quien era inspector general de las Autodefensas Unidas de Colombia. Según los testigos, la víctima podría haber sido una prostituta joven que vivía sola en la población cercana de Tierradentro, Córdoba.

TIERRADENTRO, CÓRDOBA. 3 DE MARZO DEL 2007


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www.fiscalia.gov.co

La Fiscalía General de la Nación de Colombia muestra en su página web una extensa y detallada galería de fotografías de prendas de las personas exhumadas. El sitio web ha servido para que algunos deudos logren recuperar los restos de sus parientes.

En esta fotografía –encontrada en el celular de un paramilitar raso–, se ve a un instructor de las «Autodefensas» demostrando cómo se descuartiza a una persona con un machete. Las «Autodefensas» entrenaron bien a sus jóvenes reclutas para torturar y descuartizar a una víctima sin pensarlo dos veces.


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cEMENTERIO DE SAN ONOFRE, SUCRE. 2 de MARZO DEl 2008

Teresita Meléndez [a la derecha] perdió a su esposo e hijo por la violencia paramilitar. La última vez que vio a Marco Tulio Velás-

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quez, su marido, y a Alfredo Manuel, su hijo, fue a mediados de los años noventa cuando los dos salieron de la casa a trabajar como jornaleros en una finca cercana. En todos estos años sin haber visto los restos de su marido y de su hijo, ella no podía aceptar sus muertes, hasta que reconoció, en las prendas que le enseñaba un investigador forense, la ropa que su marido tenía puesta el día de su desaparición. En el instante de esta fotografía, Teresita Meléndez todavía no alcanzaba a identificar la prenda. Un momento después, su hija le susurró: «Pero mamá, usted misma remendó esos calzoncillos».


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cEMENTERIO DE SAN ONOFRE, SUCRE.

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Teresita Meléndez se dejó llevar por el llanto al reconocer la ropa que probaba la muerte de su marido. La investigación realizada a cabo por la Fiscalía General de la Nación de Colombia revela que las tropas de Cadena, el comandante paramilitar del Bloque Héroes de los Montes de María, mataron a su esposo e hijo, junto con otros cuatro labriegos, en una bodega y luego escondieron sus cuerpos en el cementerio San Onofre, Sucre. No hay evidencias de alguna conexión entre los hombres asesinados y los grupos guerrilleros, ni de ningún motivo por el cual las «Autodefensas» cometieron la masacre.


Una investigadora de la Fiscalía General de la Nación de Colombia exhuma los restos de una persona desaparecida, al parecer, por el Bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia, bajo el mando de Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena. Una práctica que las «Autodefensas» en esta región desarrollaron para esconder los cuerpos de sus víctimas era ordenar a los trabajadores de los cementerios que enterraran los restos debajo

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de otros muertos oficialmente registrados en el camposanto. Con este método, lograron complicar cualquier exhumación posterior de la víctima.

PUERTO LIBERTADOR, CÓRDOBA. 2 DE FEBRERO DEL 2007


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iglesia de la candelaria, medellin


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Un cuaderno de bolsillo puede ser muchas cosas según las manos que lo utilicen. Pero siempre conservará su carácter de escondite personal. Periodistas, escritores, artistas y hasta detectives han convertido esas herramientas de trabajo en objetos de curiosidad (y morbo) universal. ¿Qué apuntan? ¿Qué esconden allí? Un arquitecto muestra sus libretas de viaje con cierto pudor y explica por qué va por el mundo anotándolo todo

apuntes de augusto ortiz de zevallos


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ツォテ[sterdam, la hermosa lテュnea de cornisas que teje las callesツサ


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n boleto de tren y unas cinco libretas son las herramientas indispensables de un viaje de exploración por Europa. Cuando viajo, lo hago en esos trenes formidables que te dejan siempre en el centro de las ciudades y te permiten ahorrarte la parafernalia globalizada y monocorde de los aeropuertos. Es desde sus ventanas, antes de llegar a destino, sentado en un café de la ciudad o parado sobre un puente, que tengo deseos de sacar una libreta y escribir sobre ella, apuntar algo que veo. O dibujarlo. No creo tener una intención precisa al dibujar. Hacerlo es escoger momentos, trazos, huellas y lugares al azar. Abro la libreta en la página en blanco y dejo que sobre ella aparezcan comentarios, elogios, diatribas, complicidades o caricaturas de aquello que tengo al frente. A estas alturas creo que no sabría precisar con claridad por qué dibujo. Soy consciente, sí, de que veo mucho menos, o casi nada, en mi ciudad. Y que dibujo muy poco o nada cuando estoy en ella. Viajar es de algún modo escapar de la cotidianidad y empezar a ver. Quizá ésa sea la respuesta: dibujo para ver. Para entender. Y aunque uno no siempre entienda todo lo que se observe –Paul Klee hablaba de «el ojo pensante»–, el dibujo se convierte en un goce sensual. Mediante él me apropio carnalmente de ese mundo que está fuera de mí. No es tan extraño que un arquitecto extranjero suelto en Europa lleve libretas para capturar las ciudades que ve a través del dibujo. Antes, en la Escuela de Bellas Artes de París, al primer premio de Arquitectura se le obsequiaba un viaje por el continente para ver, dibujar y exponer de regreso todo lo visto y entendido. Hoy las computadoras han hecho desaparecer casi todo lo que depende del ojo y la mano. Es triste conocer a jóvenes arquitectos que ni dibujan ni viajan. Sin embargo, maestros como Le Corbusier, Kahn, Barragán, Rossi o Siza han sido todos impenitentes viajeros y notables dibujantes. En sus apuntes y caligrafías uno encuentra muchas de las claves para conocer su manera de entender y sentir el mundo. Para dibujar uso siempre libretas de distintos tamaños y características. En cualquier ciudad de Europa hay librerías especializadas, marcas específicas, proveedores precisos para adquirirlas: libretas Moleskine, célebres e intimidantes; libretas Fabriano, bonitas pero gruesas y más bien pesadas. Yo prefiero las que me mando a hacer en Lima: de un buen papel A4 saco tres libretas apaisadas, seis casi cuadradas o cuatro u ocho rectangulares, todas anilladas. Me importa que pesen poco y resistan razonablemente el sol y la lluvia, que dejen escribir y dibujar con comodidad, que sean amables, pero por sobre todas las cosas que entren con facilidad en mis bolsillos. Un arquitecto sin ellas, pienso, es como un visitante que ha perdido la curiosidad.


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«La plaza techada de Postdam, donde Berlín revive y se reencuentra»


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ツォテ[sterdam, el encuentro de dos canales y varios tiemposツサ


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«Hermosa silla de bistró callejero en Hamburgo»

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«En el tren a Estocolmo, la sencillez sueca»

«Museo de Renzo Piano, celebración de los barcos que explican Ámsterdam»


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ÂŤEn Estocolmo, el palacio es de todosÂť.


fotografĂ­a: caspar benson / getty images

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EL MURO DE BERLÍN AHORA ES

EL MALL DE BERLÍN De cómo los centros comerciales pueden volver aburrida una ciudad

un ensayo de marco thomas bosshard


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iete años después

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de la caída del muro de Berlín, la mayoría de los grandes proyectos arquitectónicos que le iban a otorgar un nuevo perfil a esa ciudad emblemática de la Guerra Fría ya se estaban realizando. Llegué a vivir allí ese año, 1996, y recuerdo muy bien el paisaje con grúas multicolores –docenas, centenas, aunque nunca había logrado contarlas– del Potsdamer Platz, el vivaz centro cultural y comercial de los dorados años veinte que, luego, una vez abatido el Tercer Reich y el nazismo, se convirtió en una vasta área desértica, una tierra de nadie en tiempos en que la Unión Soviética y Estados Unidos se repartieron Alemania por mitades. Entonces el Potsdamer Platz era una frontera marcada por un muro que dividía el país (y el mundo) en un oeste capitalista y un este comunista. Por fin, a partir de los años noventa –y caído el comunismo–, ese lugar se convirtió en un inmenso laboratorio de la supuesta vanguardia arquitectónica internacional. Ahora que todas las obras están terminadas –casi dos décadas después de la caída del muro–, y cuando el paisaje de grúas que reinó durante buen

tiempo se ha convertido en un paisaje común y corriente, con edificios –casi diría– también comunes y corrientes, poco sobra del entusiasmo de aquellos años en que todo estaba recién por construirse. A mí, esta zona, este nuevo barrio –el Sony Center y el edificio de la sede del monstruo automotor DaimlerChrysler incluido–, me aburre. A pesar de sus rascacielos iluminados, el Potsdamer Platz no ha podido reevocar el espíritu cultural y vanguardista de los años veinte, ni reconvertir el área en un verdadero centro urbano del que Berlín, ciudad heterogénea sin núcleos ni carácter, sigue careciendo hasta hoy. El espacio donde alguna vez estuvo la pared más célebre del planeta ahora es sólo un lugar moderno y comercial, como tantos otros del primer mundo.

Echo de menos el paisaje de grúas multicolores de los tiempos de la reconstrucción; sí, aquella sinfonía de grúas, como solía llamarla la prensa alemana de antaño. Y la prefiero frente a la monotonía de color naranja-marrón que hoy establecen las fachadas de los nuevos apartamentos de lujo, los cines multiplex, el nuevo casino y –lo peor de todo– el nuevo shopping mall llamado Potsdamer Platz Arkaden (ahora sé por qué siempre me parecían sospechosos los idilios tipo Arcadia). El proceso de construcción resultó, en este caso, mucho más atractivo que el producto final: El futurista ballet mecánico de las grúas de la década de los noventa tenía más aura que esta sinfonía postmodernista en color naranja-marrón –atonal; es decir, ni mayor ni menor, ni carne ni pescado– que tiene el lugar ya terminado. Sufro cada vez que voy a la magnífica Philharmonie para escuchar a la Orquesta Sinfónica o a la impresionante Staatsbibliothek para hundirme en el fondo de diversos libros. Ambos edificios están ubicados en la misma periferia del Potsdamer Platz, pero datan de los años sesenta. Fueron construídos por el arquitecto alemán Hans Scharoun, y constituyen la imagen modelo de lo que pudo haber sido todo el lugar. Pero no fue. El Potsdamer Platz, para mí, se ha convertido ahora en un «no lugar» en el sentido que le daba el antropólogo Marc Augé: un sitio desprovisto de identidad, un lugar serial, funcional, estéril como un aeropuerto. Con la diferencia de que, irónicamente, yo paso más tiempo en los aeropuertos de este mundo que en aquella plaza monumental en el centro de Berlín. Aunque, hablando de aeropuertos, no quisiera abandonar aún la esperanza de que todo pueda ser



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diferente. Tras esa gran oportunidad desperdiciada de levantar un nuevo barrio con una visión arquitectónica contundente en el corazón de una capital europea, parece que a Berlín se le presentará una segunda: Todo lo que puede haber sido, pero que no fue, podría realizarse pronto. En el 2008, ha dejado de funcionar el antiguo aeropuerto de Berlín Tempelhof –el del famoso puente aéreo que permitía, gracias a los candy bombers1, proveerle a la antigua parte occidental de la ciudad de alimentos y productos capitalistas durante el bloqueo soviético–. Ahora ésta es otra área inmensa y desierta ubicada en el centro de la ciudad. ¿Será otra gran oportunidad para los arquitectos de todo el mundo? ¿Será posible lograr lo imposible? ¿Transformar un «no

nista, el Alexanderplatz, hay que constatar que a la falta de ingenio que convirtió esa plaza en el centro gris de una arquitectura socialista y deshumanizada, regida por un falo disfrazado de torre de televisión [Fernsehturm], durante la Guerra Fría, le siguen ahora los excesos imaginativos de una cursilería inaguantable que envuelve otro nuevo shopping mall –el «Alexa»– con una arqueada fachada de color chanchito, chicle rosado, sinfonía arquitectónica color fresa con leche. Ojalá algún día los rascacielos proyectados del Alexanderplatz (otra falta de ingenio e imaginación, por supuesto, pero mejor que esto último) la tapen por completo.

En Berlín también hay que aguantar esa nueva moda o manía o revival de los crystal palaces que hacen eco de alguna remota

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U I CAR ÁCTERE

lugar» en un sitio lleno de vida gracias a una ar arquitectura vislumbrante? ¿Convertir un aeropuerto en un nuevo centro urbanístico con un ambiente humano? ¿Recuperar el espacio público perdido, usurpado –como ya ocurrió, por ejemplo, con el Potsdamer Platz– por los templos de consumo? Mientras se define el destino del aeropuerto Berlín Tempelhof, hay que esperar y resistir una nueva ofensiva. Hay que resistir la ofensiva que suponen las estupideces arquitectónicas que siguen expandiéndose por todo Berlín. Por razones ideológicas derrumbaron el antiguo Parlamento de la República Democrática Alemana [Palast der Republik], para volver a levantar allí el antiguo palacio de los emperadores prusianos (ideológicamente no menos sospechosos). Y en lo que concierne al corazón de la antigua capital de la Alemania comu-

Exposición Mundial del siglo XIX. Walter Benjamin caracterizó con perspicacia las exposiciones mundiales como lugares de peregrinaje del fetichismo de las mercancías –de modo que los palacios cristalinos constituirían uno de sus emblemas supremos–. Por obvias razones, ese fetichismo sigue muy presente ahora; sobre todo, si uno piensa en la nueva Estación Central de Berlín, un amplio palacio de cristal que no sabe muy bien si quiere ser estación o shopping mall. (En cambio, las Galeries Lafayette, ubicadas en la calle llamada Friedrichstraße, tienen muy clara su identidad de shopping center. Fue cuando sus lozas de vidrio, al deshacerse de la fachada, cayeron al asfalto que este crystal palace capitalista se convirtió en un peligro mortal para los peatones que pasaban por debajo.) Al lado de los templos de consumo hechos de vidrio, existen otros palacios cristalinos que parecen responder a la demanda pública de 1. Pilotos que arrojaban desde sus naves caramelos y otros productos a la zona soviética de Berlín. [Nota de los editores].



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transparencia en el nuevo Estado alemán. De manera emblemática, esta transparencia se manifiesta en la cúpula cristalina diseñada por el arquitecto Sir Norman Foster, que se yergue sobre el nuevo Bundestag, el Parlamento Federal, el mismo congreso que antes, hasta la caída de Hitler, se llamaba Reichstag (Parlamento Imperial). La idea en sí, la visualización de la nueva transparencia del sistema político alemán (la cúpula de cristal es de acceso libre para el público, y cualquier visitante puede observar, desde arriba, a los diputados reunidos abajo, en la plenaria) resulta bonita, idealista, poco criticable. ¡Pero cuidado con la peligrosa polisemia de

edificio esconde lo que contiene a través de sus muy pocas ventanas de cristales opacos, al parecer, casi negros –que parodian y alteran aquellas ingenuas metáforas de transparencia–. Hay que ir dentro para poder penetrar en la historia judía, invisible desde afuera, y es ahí, en los interiores, donde la arquitectura refleja, de manera agobiante, las últimas y fatales consecuencias que significó aquella «noche cristalina» para todo un pueblo. Contrastando con aquellos lugares de memoria que sirven para recordar el Holocausto, siguen presentes en este palimpsesto que es Berlín las huellas de la arquitectura nazi: por ejemplo, el Estadio Olímpico (sometido a una especie de retoque durante los mundiales de fútbol); también el edificio principal del antiguo aeropuerto de Tempelhof, ése de los candy bombers. Ambos evocan la megalomanía enferma de Hitler y de su arquitecto Al-

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esas metáforas cristalinas!: Acuérdense de que uno de los días más negros de la historia judía (y alemana) fue la llamada «Noche cristalina del Imperio» [Reichskristallnacht]. Aquel 9 de noviembre de 1938 empezó la persecución física de los judíos, con ataques contra sus sinagogas, sus tiendas y sus escaparates: Vidrios rotos por piedras, añicos cristalinos tirados por todos lados (de ahí el nombre). Jamás ha habido eufemismo más seductor y poético para parafrasear el inicio de un terror sin antecedentes: «Noche cristalina del Imperio». Es inevitable, por eso, seguir caminando desde la transparente cúpula cristalina de Foster, pasar por el vasto Memorial del Holocausto hasta llegar al Museo Judío, diseñado por el arquitecto estadounidense Daniel Libeskind, con su brillante fachada de zinc. El

bert Speer, quienes soñaron con la construcción de la superurbe «Germania» sobre los fundamentos de Berlín, y brindan así una explicación de por qué las visiones urbanísticas holísticas y radicales siguen inexistentes y mal vistas en la capital alemana. En lo que concierne al aeropuerto de Tempelhof, sólo han surgido propuestas aisladas e individuales. Algunas son locas, como la de plantar viñas sobre las antiguas pistas. Otras propuestas son más serias, como la de transformar el área en otro parque público –digo otro porque no hacen falta en Berlín, donde abundan los rincones verdes por todos lados–. También hay ideas para aprovechar el espacio libre en la construcción de viviendas sociales. No se puede decir en absoluto qué aspecto tendrá Tempelhof en unos veinte años. Lo único cierto es que pronto se va a convertir en el lugar más poético de Berlín: Volverán, durante muchos años, el ballet mecánico de las obras de construcción y el paisaje de las grúas multicolores, un eco sinfónico lejano, de martillos y acero, que resonará en el futuro.



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DIOS

NO QUIERE QUE

ORINES

EN SU REINO

¿Qué puede hacer el hijo de Dios para que los hombres NO ensucien las paredes de una ciudad?

un proyecto de gonzalo del castillo,

eduardo rodrigo y silvia zamora


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TE ESTOY MIRANDO


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ay obras de la arquitectura que parecen milagros. Pero no siempre conviene buscar esas piezas en ciudades modernas o entre los barrios más adinerados del mundo. De hecho, hay obras que ni siquiera son vistosas y que sólo pueden evaluarse por sus resultados: porque le hacen bien a las personas. Un colectivo de arquitectos sudamericanos cree que su profesión debe plantear soluciones originales y de presupuestos mínimos para remediar los problemas de las ciudades pobres. (Por ejemplo, la falta de baños públicos en un lugar como Lima, y sus consecuencias en el aspecto de un puente convertido en urinario). Pero lo que parece un acto de fe y solidaridad es también un credo profesional: «Supersudaca –como se hace llamar ese grupo– se rehúsa a creer que el único espacio libre para los arquitectos latinoamericanos es hacer casas de playa para clientes ricos», dice el colectivo en uno de sus manifiestos. ¿Pero se podía remediar la tragedia de ese puente de Lima? Después de estudiar el terreno, tres estudiantes de la Universidad Católica del Perú, guiados por uno de los miembros de ese colectivo que también es su profesor, inventaron esta solución: «El antiurinario», un elemento que disuade todo tipo de malas conductas. Bastó un poco de papel, tinta y pegamento para que, de un momento a otro, ese puente de Lima empezara a cambiar. Ocurrió en el 2005. Con poco dinero y mucha curiosidad –como rezan los mandamientos de la «Arquitectura directa», que profesa el Colectivo Sudaca– los estudiantes descubrieron que una imagen religiosa colocada en ese lugar podía ahuyentar a los malos vecinos y sus malas artes. Parecía un milagro. Es arquitectura.


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San Juan de Lurigancho es el distrito más poblado de Lima, tanto que podría ser un país. Allí viven un millón de personas que sólo disponen de dos caminos para llegar al centro de la ciudad, donde muchos trabajan o estudian. A una de esas salidas se le sigue llamando el Puente Nuevo, a pesar de que fue construido en 1993. Sus carrilles de ida y vuelta son causantes de una permanente congestión vehicular. Es lo que comúnmente se llama un embudo en el tránsito.

En ese embudo de tránsito que es Puente Nuevo se concentran tanto los autobuses del transporte público, taxis, automóviles particulares, comerciantes y decenas de miles de pasajeros. Debido a que las autoridades no han construido baños públicos allí, las personas que transitan por ese lugar han convertido uno de los muros de contención en un gigantesco urinario al aire libre.

A pesar de que existe una orden de arresto explícita, la gente la ignora.


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Los arquitectos estudian los comportamientos de la gente del lugar, y descubren que las figuras más respetadas son las religiosas: Jesucristo y Sarita Colonia, una santa popular y no reconocida por la Iglesia católica, muy venerada entre los pobres y los delincuentes.

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Los arquitectos deciden intervenir en el lugar pegando una banda de papel blanco pegada en la pared afectada. Consideran conveniente colocarla a un metro del suelo, de modo que la persona que intente orinar en el muro observará inevitablemente las imágenes que allí se coloquen.

La persona que se acerque al muro observará las imágenes de Jesucristo y de Sarita Colonia. Para hacer más disuasiva la herramienta, se añade una frase definitiva: «No lo hagas, te estoy mirando».



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Los arquitectos presentan su plan a las autoridades. Éstas, luego de asegurarse de que no se trata de una broma, autorizan la obra.

La presencia de la banda genera una reacción inmediata: «No lo hagas, te estoy mirando».

La «Arquitectura directa» genera curiosidad entre los peatones.


LOS PERIODISTAS Sí DAN BESOS

Taller de crónicas sobre el cuerpo Por Gabriela Wiener

Escritora y periodista. Ha publicado el libro SexografíaS (Planeta, 2008). Sus primeras crónicas aparecieron en la revista etiqueta Negra, de la que es corresponsal en Barcelona. Publica en periódicos y revistas de España y América. Actualmente escribe crónicas en clave gonzo para el diario el PaíS y artículos edificantes para la revista femenina Marie Claire.

Tres sesiones: 15, 16 y 17 de diciembre de 7:00 a 9:00 pm. Avenida Santa Cruz 244. San Isidro. Casa Grupo Planeta

“Gabriela Wiener se pasea por los mundos del sexo como una antropóloga curiosa que visita un planeta de alienígenas: observadora, detallista, divertida, aguda y atinada traductora del disparate de la vida”. Rosa Montero “Wiener pone el cuerpo y las palabras. Gocen de una de las voces –literal y literariamente– más sexys de los últimos tiempos”. Rodrigo Fresán

Compra el libro SexografíaS con 20% de descuento durante el taller.

Informes al 702-2550 y 114*9337. Av. Conquistadores 396, interior 305, San Isidro, Lima

Correo para informes: kp@etiquetanegra.com.pe


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La banda con las imĂĄgenes religiosas tiene un impacto positivo. Nadie orina en el lugar. AtraĂ­dos por la repentina limpieza, algunos comerciantes deciden vender sus productos cerca de las imĂĄgenes protectoras.

Presas de sus necesidades perentorias, algunas personas deciden mudar el urinario lejos de las miradas escrutadoras de los santos.

fin


ARTE DE DIB PERU HAZAR


88_ BIBLIOTECA DE AUTOAYUDA Manual para ganar dinero en tiempos de crisis

3. Estimule el erotismo en las mascotas.- Ese viejo cocker spaniel

nomías mundiales le quita el sueño a ricos y po-

de intenso olor podría encerrar una pequeña cuota en sus adentros. Luego

bres por igual. Y obliga a ambos, y muy especialmente a

de previa estimulación y fortalecimiento, para lo cual es lícito apelar al Ri-

los especialistas de la condición humana como nosotros

cocán con Viagra, crúcelo a la brevedad con lo primero que se le ponga en

mismos, a hurgar en la posibilidad de alternativas ra-

su camino. Si la mascota ya dejó atrás el vigor juvenil, es preciso que usted

zonables. Pero no basta con alternativas o paliativos ni

mismo participe en el cortejo y asista adecuadamente a su perro durante

con sólo tratar de remontar la ola de la crisis. Es preciso

el acto en sí. Ayuda, pero no es imprescindible, que el otro can sea de raza

deslizarse sobre ella con una gran sonrisa de beneficio.

pura. Todos los cachorritos son lindos. La tradición canina reparte propor-

Trajinado está aquello de que detrás de cada crisis exis-

cionalmente la camada entre los dueños de ambas partes. Un perrito es un

te una oportunidad. Soy de los que creen que en medio

lindo regalo de Navidad. Si lo modesto del linaje es muy evidente, no hay

de este desastre hay también un negocio inadvertido.

oreja caída que un poquito de pegamento bien aplicado no convierta en un erguido rasgo de inconfundible pedigrí.

dinero en medio del pánico financie-

4. Mejore su espíritu de colabo-

ro mundial?

ración.- No falta la ocasión en que –re-

He aquí el cómo:

unidos los amigos en conciertos, días de

1. Use sólo ropa sucia.- Olví-

playa, noches de discoteca– se precisa

dese de la lavandería por lo menos

de alguien que se tome la molestia de ir

durante un par de meses. El sacrificio

a comprar bebidas o comida para todos.

higiénico que esto supone será abso-

Ese alguien debe ser usted. La razón es

lutamente rendidor. Es sabido que la

elemental. Siempre habrá cambio. Que

ropa sucia y refundida al fondo de la

los demás se enteren ya es otra cosa.

cesta de lavado esconde en sus bol-

5. Fomente el ahorro entre los

sillos vueltos y billetes olvidados de

más pequeños.- Si hay algo valioso

noches tan agitadas como amnésicas.

en esta vida, eso es la posibilidad de

Mientras más hedionda la ropa, im-

transmitir algo de información a las

pregnada de alcohol y tabaco, mayor

generaciones venideras. Es decisivo el

la posibilidad de toparse con dinero

papel del ahorro en las economías del

que el trajín daba por perdido y que la

mañana, dada la grave lección que el

resina mantuvo a buen recaudo.

presente nos enseña. Y hay una inver-

2. Hágase asiduo de las fuen-

sión por hacer: compre un número par

tes de agua.- La inocencia de los

de chanchitos de alcancía (todas tienen

crédulos también juega a su favor.

que ser idénticas). Mantenga la mitad

La irracional creencia según la cual

en su poder y llénelas de clavos, corcho-

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arrojar monedas a una pileta favore-

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fritz berger ch.

l mundo se estremece. El derrumbe de las eco-

¿Acaso existe una manera de ganar

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un consejo de

latas o de cualquier otra cosa metálica

ce el cumplimiento de deseos encuentra su plenitud,

que haga peso. Reparta la otra mitad entre sobrinos e hijos de amigos con

en lo que a emprendedorismo se refiere, en las piletas

hogares sólidos y bien constituidos, aquellos de los que se dice que «no les

públicas. Premunido de traje de baño, un cubo de agua,

falta nada». Esta siembra no servirá de nada si no viene acompañada de una

colador e inclusive mascara de buceo, no tenga reparos

prédica ilustrada y convincente en torno a la cultura del ahorro. Tenga en

en peinar pileta por pileta en busca de las ofrendas aje-

cuenta que su verdadero auditorio no son los niños, sino sus padres: ellos

nas. Siendo ultraconservadores, la tarea garantiza un

llenarán las alcancías. Al cabo de un par de meses, vuelva usted a cada una

mínimo de cuatro dólares por el sólo hecho de mojarse

de las casas con la alcancía que usted llenó de clavos. Haga el cambio con

un poco. Se sugiere abocarse al recorrido de piletas los

discreción. Bien aplicado, este carrusel puede equivaler a estar en la plani-

domingos en la noche, que es cuando la concurrencia

lla de una empresa solvente.

es mayor. Así como feriados y quincenas.

Para consultas: doctor.fritzberger@etiquetanegra.com.pe


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EXPLORADORES DEL ABISMO c O n

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n verano conocí a un matrimonio de alemanes jóvenes que había venido de vacaciones. Yo no tenía clases ni nada particular que hacer, así que me pasaba todo el día en la playa. Me hacía amigo de los turistas por eso de que en una playa no hay demasiado que hacer salvo meterse en el mar, echarse en la arena y mirar a la gente, y a veces hablar con ella, y así fue como los conocí. Sus nombres eran Martin y Jana, pero Jana

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prefería que la llamaran «Urraca», en parte porque tenía un cabello negro que bajo el sol despedía unos reflejos azules que parecían los del plumaje del pájaro, pero principalmente porque su apellido era «Elster», que en alemán –me dijo– significa «urraca». Yo bajaba a la playa todos los mediodías luego de desayunar y me los encontraba allí, echados sobre una toalla y completamente desnudos. Urraca tenía una cicatriz que le recorría todo el costado, desde la cintura hasta la axila; cuando hablábamos, yo me echaba de ese lado


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para vérsela bien. Nunca me atreví a preguntarle qué le había sucedido. Mientras Urraca y yo tomábamos el sol, Martin solía nadar solo, lejos de la orilla; yo veía su cabeza entre las olas, como una moneda dorada que alguien hubiera arrojado allí y sin embargo no se hundiera, movida por las olas pero siempre en el mismo sitio, a veces mirando hacia la playa y a veces, la mayor parte de las veces, hacia el otro lado, hacia la costa africana que no podíamos ver. Una vez me pareció que cantaba. Le dije a Urraca: «Me parece que Martin está cantando». Entonces Urraca se irguió lentamente, apartó el libro que estaba leyendo, pareció escuchar un momento y luego murmuró: «My girl, my girl, don’t lie to me / Tell me where did you sleep last night», y me dijo: «Es una vieja canción en la que un hombre le pregunta a su chica dónde durmió la noche anterior, y ella dice “Entre los pinos, donde el sol no brilla nunca”». «¿Qué significa?», le pregunté, y Urraca dijo: «Quizá que el hombre sabe que ella le ha engañado, pero no se atreve a castigarla porque tiene miedo del sitio donde ella ha estado, del bosque donde todo es oscuridad. Tiene miedo de que ella haya aprendido allí secretos que un día pueda utilizar en su contra, o que lo arrastre consigo». Nos quedamos mirando la cabeza de Martin subir y bajar entre las olas, su canción casi inaudible, y luego yo pregunté: «¿El hombre de la canción no ha estado nunca en el bosque?». Urraca apartó la vista y me miró y por primera vez tuve la sensación de que había reparado en mí. Me dijo: «La verdad es que él nunca ha salido del puto bosque y allí se quedará» y se encogió de hombros. Me llevaba bien con Urraca y hablábamos de decenas de cosas, sobre todo de la vida del pueblo en invierno, cuando prácticamente no hay turistas y, para matar el rato, la gente se atiborra de alcohol y de drogas en los pisos con vista a la playa que puedes alquilar por poca pasta. Su marido, en cambio, no hablaba casi nunca, pero un día Urraca me invitó a cenar con ellos

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en el piso que habían alquilado y entonces descubrí que él también hablaba español, un español excelente que yo creo que era de Madrid y que nunca supe dónde aprendió. Urraca había cocinado algo relativamente simple, unos filetes de pollo con salsa de tomates que decía que le había enseñado a hacer un novio que había tenido cuando aún estudiaba. Esa noche hacía calor y unas mariposas nocturnas que se habían colado a través de las cortinas se lanzaban contra una lámpara y luego caían muertas junto a ella. Nosotros las miramos morirse durante un buen rato, bastante impresionados por su incapacidad para aprender de la muerte de sus congéneres, que debía resultarles evidente si la atracción que sentían hacia la luz no las cegaba por completo, y luego, cuando habíamos terminado de cenar, Urraca trajo varias botellas de vino de la cocina y, quizás por compasión, apagó la lámpara para que no entraran más mariposas. Seguimos bebiendo vino sin hablar, a veces murmurando una cosa o dos sin importancia, pero, principalmente, escuchando los ruidos de la noche: la gente que pasaba bajo la ventana, los coches en la carretera a la salida del pueblo, las olas que rompían cuando todo había quedado en silencio. En algún momento de la noche, Urraca se quedó dormida en el sofá y yo, que estaba bastante borracho, me acerqué a ella y le levanté la camiseta para verle la cicatriz; temblando, le pasé un dedo sobre ella, que tenía la textura suave de una vulva. «Te la quieres follar», me dijo Martin. Yo pensé que era una pregunta, pero Martin me dio a entender con un gesto de la mano que era una proposición y que no le importaba. Yo negué con la cabeza. «Si no le importa», dijo Martin. «En realidad, creo que le encantaría. Ya me ha dicho que le gustas», dijo. Yo dudé. Supuse que Martin me estaba poniendo a prueba y que de esa prueba no dependía qué fuera a pasarme a mí, sino, más bien, lo que fuera a pasarle a Urraca. Martin me dijo: «Si piensas que serás el primero que veo follan-


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do con mi mujer te equivocas. ¿Quieres saber desde cuándo lo hago? »Una vez, poco después de acabar la universidad, estábamos en una caravana en un camping del Mar del Norte, en un sitio cerca de donde vivimos. Habíamos discutido y ella, que estaba borracha, se metió en una de las caravanas vecinas y se tiró a su ocupante. Un rato después regresó y follamos como nunca lo habíamos hecho. A partir de ese momento, eso se convirtió en una especie de rutina, que llevábamos a cabo todas

rraca tenía una cicatriz que le recorría todo el costado, desde la cintura hasta la axila; cuando hablábamos, yo me echaba de ese lado para vérsela bien. Nunca me atreví a preguntarle qué le había sucedido

las noches, ampliando el círculo cada vez más y descendiendo a los infiernos del proletariado alemán que tú ni puedes imaginar, con sus enfermedades venéreas y su charla soez y su mala cerveza, que era todo lo que el resto de los veraneantes tenía para ofrecer. »Nuestra rutina era la siguiente: cada noche ella bebía hasta alcanzar el punto que llamaba “de no retorno”. Entonces se metía en la caravana del vecino y se lo tiraba y a continuación se tiraba a todos los otros tíos que pasaban por allí y se enteraban de que había coño gratis. Yo solía contarlos al comienzo, pero luego los números tendían a volverse menos y menos fiables, ya que a veces la asaltaban de a dos o más, y muchos repetían. Supongo que se tiraría, aunque esta es una cifra probablemente inferior a la real, unos cuarenta o cincuenta tíos por noche. En algún momento alguien la traía de regreso a nuestra caravana, chorreante de semen y casi inconsciente. A menudo le salían de la entrepierna hilos de sangre que le caían hasta las panto-

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rrillas. En ese estado era como más me gustaba follármela, lubricada por el semen de todos los tíos que se la habían tirado. Nos dormíamos en brazos uno del otro y nos pasábamos el día siguiente en la playa, tratando de recuperarnos de la noche anterior y esperando la noche siguiente. Quizá tuviéramos que haber pensado un momento en lo que estábamos haciendo y si no habíamos ido demasiado lejos, pero no recuerdo haberlo hecho y, si lo hice, fue sólo para convencerme de que era mejor seguir juntos así, que no fue necesario no hacerlo en absoluto. »Nuestras vacaciones se acababan, pronto ambos teníamos que regresar a nuestras clases en la universidad, y en realidad lo preferíamos así porque las cosas se habían salido de madre y todos los veraneantes en el camping estaban enterados del asunto. Una de esas noches, la última de nuestra estancia allí por lo que verás, algo por fin salió mal: un borracho se puso violento y la cortó por el medio. Se la siguieron tirando varios más, pero alguno un poco más sobrio que el resto comprendió el lío en el que se estaban metiendo y me avisó. Yo la llevé a un hospital y allí le salvaron la vida, aunque los médicos dijeron que fue un milagro que no se muriera en la caravana. »Un poco por hacernos un favor unos a otros, un poco porque en esos pueblos la policía es absolutamente ajena a esta clase de cosas, nadie hizo preguntas y, por lo tanto, nadie se vio obligado a responderlas. Nosotros regresamos a Osnabrück, que es donde vivimos, y nos pasamos los siguientes meses evitándonos el uno al otro, dando vueltas por nuestro piso como dos sonámbulos. Sólo poco a poco recuperamos la confianza en el otro y pudimos volver a hablarnos y a mirarnos a la cara, pero ya no volvimos a follar. Yo comencé a masturbarme cada vez más habitualmente, pero las cosas que tenía en la cabeza cuando lo hacía, escenas vistas en una película o mujeres que había conocido aquí y allá, fueron perdiendo intensidad y, al final, sólo podía hacerlo con el recuerdo de lo que habíamos vivido en el


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camping: los tíos que entraban y salían de la caravana cuando ella estaba dentro, la forma en que temblaba cuando la traían de regreso, la vez en que la cortaron. »Entonces ella comenzó a echarse amantes; al principio mujeres y hombres a los que abordaba en el metro o en un restaurante, desconocidos a los que nunca volvería a ver y que, por lo tanto, no significaban nada para nosotros, pero luego otros académicos, colegas del departamento donde trabajamos y que suponen que yo no sé nada. Sin embargo, yo estoy al tanto

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Te la quieres follar», me dijo Martin. Yo pensé que era una pregunta, pero Martin me dio a entender con un gesto de la mano que era una proposición y que no le importaba. Yo negué con la cabeza. «Si no le importa», dijo Martin. «En realidad, creo que le encantaría. Ya me ha dicho que le gustas», dijo

de todo. Ése, el requisito de que ella me lo cuente todo, es el único que apuntala nuestra relación y es el único rastro de amor y de honestidad por aquí: cada vez que lo hace y me lo cuenta, el dolor es inmenso, pero después cada cosa desfila delante de mis ojos cuando me masturbo y yo tengo la sensación de haber tomado parte; después, cuando hablamos de eso, lo que ha hecho y cómo lo ha hecho y dónde, en fin, esa historia, deja de ser suya para convertirse de alguna manera en nuestra, mía y de ella, en la que el que se la ha follado aparece como esas personas que emergen de las fotografías que uno hace en un lugar público, al fondo y fuera de foco, sin valor ninguno para el que hace la fotografía o para el que posa para ella. »Un día, hace poco tiempo, reuní valor y le pregunté qué sentía cuando se la tiraban tres o cuatro tíos a la

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vez, y ella respondió que no sentía nada, que sólo esperaba que se cansaran, que la dejaran en paz, que lo que hacía era sólo algo que sentía que alguna vez debía ser hecho, pero que incluso así no era en absoluto satisfactorio y que se parecía a no hacer nada. Sólo era algo que había que hacer, allí y en ese momento, y ella lo hacía». Martin dejó de hablar y yo me quedé mirándolo a través de la mesa, pensando que estaba borracho y que había inventado la historia para escandalizarme o asustarme o para reírse de mí, pero luego miré a Urraca y me di cuenta de que, aunque había mantenido los ojos cerrados durante todo el tiempo, había estado escuchándonos. Me di cuenta de que, por la forma en que nos habíamos sentado, yo estaba en el medio entre ellos dos y comprendí que esto no era casualidad. Entendí que Urraca había fingido quedarse dormida para que su marido me contara la historia, y que ahora esperaba que me la tirara delante de él, y comprendí que ese era un juego que ellos solían repetir delante de extraños, un juego que de alguna manera restituía un cierto equilibrio perdido entre ellos. Una vez había leído la historia de un matrimonio que se había marchado de vacaciones a un pueblo junto al mar a salvar su matrimonio o a pescar un tiburón, lo que sucediera primero. No recordaba bien qué pasaba después, aunque creía que ninguna de las dos cosas tenía lugar y que todo terminaba en un baño de sangre, pero en ese momento me acordé de aquella historia y pensé que yo era el tiburón. Supe que no era importante, que lo importante era que yo les prestara el servicio que ellos requerían, el servicio que restituía su relación a un punto en el que algunas cosas no habían pasado. Mucha gente pagaba para eso, así de ridículo era todo. Intenté imaginarme a Urraca cubierta de semen, con pingajos de sangre chorreándole entre las piernas, cortada en canal, pero no pude; por contra, la vi tal como era, la piel blanca bajo el cabello negro, los ojos claros. Le quité los pantaloncillos y la follé sin pensar en ella. Mientras lo hacía pasé la mano por la cicatriz y ella soltó



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un grito sordo; a mis espaldas escuchaba a Martin y pensé que se estaba masturbando, pero después me di cuenta de que estaba llorando, que su llanto era lo que yo había confundido con gemidos. Un poco después de que Urraca se corriera acabé yo también. Me subí los pantalones y me dirigí a la puerta pero antes de cruzarla me pareció ver que había una tercera persona en el piso, acuclillada en la oscuridad a las espaldas de Martin. Al bajar, me detuve junto a la farola de la calle y vi que el suelo estaba regado de mariposas quemadas. Una de ellas pataleaba boca arriba, y yo sentí

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uestra rutina era la siguiente: cada noche ella bebía hasta alcanzar el punto que llamaba «de no retorno». Entonces se metía en la caravana del vecino y se lo tiraba y a continuación se tiraba a todos los otros tíos que pasaban por allí y se enteraban de que había coño gratis. Yo solía contarlos al comienzo, pero luego los números tendían a volverse menos y menos fiables

compasión de ella y le di vuelta; pensé: «Por lo menos tú vas a salvarte», pero la mariposa agitó las alas un par de veces y luego volvió a lanzarse hacia la luz; se escuchó un ruido y cayó muerta con las otras. En el piso de los alemanes habían prendido una luz. Esa noche dormí mal, y cuando bajé a la playa al día siguiente los encontré recogiendo sus cosas. Se marchaban por la tarde, me dijo Urraca. Me eché a su lado y noté que las cosas eran tal como siempre habían sido: Urraca leía su libro y de a ratos interrumpía su lectura para decirme algo y Martin permanecía distante, mirando el mar como si esperara que de allí saliera un monstruo terrible que se lo tragara. Jonás encontró a dios en el vientre de un pez; cosas más raras se han visto, pensé. Miré de reojo a Urraca y vi su cicatriz y supe que esta-

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ba enamorado de ella; vi sobre su hombro las letras que se apiñaban en su libro y le dije que quería aprender su idioma. Ella se rió. Miró a Martin y le dijo algo en alemán. Él asintió con aire distraído y entonces ella sacó de su mochila un libro y me lo extendió. «Puedes comenzar con esto; los otros que tengo serían demasiado difíciles para ti», me dijo. Yo miré la portada y no comprendí demasiado. «Es de Martin», me explicó ella. «Martin escribe cuentos para niños», agregó. Yo asentí. Entonces Martin se puso de pie y luego se puso de pie Urraca y yo también tuve que ponerme de pie y ella dijo: «Si no nos marchamos ahora, no llegaremos a tiempo para tomar el autobús». Miró la playa y el mar y luego me miró a mí y agregó: «Voy a echar de menos todo esto». Yo no supe qué decir. Les ayudé a coger las cosas y luego los acompañé hasta la puerta de su piso. Supuse que me harían entrar, pero me despidieron en la entrada. Urraca me dio un beso en cada mejilla. Martin me estrechó la mano con aire indiferente. Yo alcancé a preguntarles si volverían el próximo verano, pero ninguno de los dos me respondió. Ese mismo invierno comencé a aprender alemán con un austríaco que se había quedado en el pueblo trabajando para una organización de acogida. El libro de Martin se titula Abgrundsforscher, o sea explorAdores del Abismo, y trata de unos adolescentes que tropiezan con un submarino alemán abandonado y lo rehabilitan y recorren con él las profundidades oceánicas, donde descubren que las tripulaciones de otros submarinos alemanes –en realidad, no más que ancianos que farfullan parlamentos ridículos sobre la superioridad de la raza aria pero que, de alguna forma, el narrador parece tomarse demasiado en serio– creen que la guerra aún no ha terminado y siguen en activo. En die deutsche KinderliterAtur zwischen 1950 und 2000 [La literatura infantil alemana entre 1950 y 2000)], Wilhelm Rabenvögel lo califica de «filofascista» y agrega que su autor, «Martin Schäckern, se suicidó el 14 de abril de 1999 en su piso de Osnabrück, a los treinta y dos años de edad». A Urraca no he vuelto a verla.


lentes de sol ray ban desde s/. 550


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96_ AFORISMOS

por goster




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