2017 Santa Olalla, Villa Grequiana

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Presentación de la Copia del San Francisco del Greco

Santa Olalla, Villa Grequiana Conferencia del Dr. don Francisco José Aranda en la Casa de Cultura de Santa Olalla Señor Alcalde, señor Concejal de Cultura, gracias por la invitación. Queridos amigos eulalienses. Es una alegría y un orgullo estar hoy aquí, en donde se respira tanta historia y de la buena, tanta castellanidad y tanta toledanidad. Santa Olalla es uno de esos enclaves que más han contribuido al ser de nuestra tierra, a nuestra identidad, con el mucho trabajo secular de sus brazos y también con altas aportaciones al mundo de la cultura y el arte, en medio de una comarca y un señorío prodigiosos. Hoy nos congrega aquí una ocurrencia feliz, que me parece admirable, más porque Santa Olalla no es rica en dinero, pero demuestra un gran dinamismo en sus corazones. Hacen ustedes lo correcto y lo moderno: profundizar en su larguísima historia, en su rico patrimonio y en su idiosincrasia y lo ponen todo, con sinceridad y generosidad, a disposición de todos a través de las nuevas herramientas en información y comunicación y de una cordial acogida a todos los “forasteros” —como se decía antes—. Y es muy inteligente y legítimo que pretendan poner a su pueblo en el mapa del genial Greco. Razones no les faltan. Ustedes han querido recuperar un hito de su pasado: el haber sido poseedores de un cuadro del taller del Dominico Greco —como se le Josué López Muñoz

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llamaba en su tiempo—. Durante siglos el original fue un venerable objeto de devoción en la Cofradía/Hermandad de San Antonio (y Corpus Christi, —que celebramos mañana—). En el siglo XX, con la grecomanía, se convirtió en una valiosa obra de arte, muy bien cotizada en el mercado, a cuya venta se tuvo que recurrir para enjugar las necesidades de la institución que la poseía y del pueblo, que empezaba a atravesar su peor momento socioeconómico. Corría el año 1959 como muy bien se ha documentado. Gracias a Dios, Santa Olalla está remontando, y signo de ello es, precisamente esta recuperación material del greco que hoy nos reúne. Desde luego es una copia material —y de paso le dan la oportunidad a otro artista moderno—. Pero el espíritu de la obra siempre será suyo y ahora lo hacen visible. Muchos más tendrían que seguir este ejemplo: es más práctico que embarcarse en costosos y poco fiables pleitos de reversión. De todas maneras, creo que es el principio, pues tienen mucho más que reivindicar, tanto material como inmaterialmente. Sin ir más lejos, tienen uno de los cuadros más interesantes de Luis Tristán, un pintor que con más estudio y reivindicación de los especialistas llegará a ser uno de los grandes de la pintura española, puente —nada menos— entre Caravaggio y Velázquez… Mi misión aquí es contextualizarles esta magna obra en su contexto histórico y artístico, de finales del siglo XVI y principios del XVII, con algunos apuntes. Como saben, podemos decir que la cuestión comienza tanto en el siglo XIV, aquí mismo, como en la lejana Creta de Grecia. En el siglo XIV, en el decisivo reinado de Alfonso Onceno de Castilla y León, vivió el ilustre don Gonzalo Ruiz de Toledo, creado señor de Santa Olalla, después más conocido como señor y conde de Orgaz, aunque ya el año antes que Carlos V partiera para ser coronado emperador en Bolonia, Italia, localidad muy unida al Arzobispado de Toledo (cardenal Gil de Albornoz). Don Gonzalo fue un gran favorecedor de la Iglesia y cultivó virtudes heroicas, acarreándole fama de santidad, a pesar de ser uno de los protagonistas políticos del reino castellano. Los historiadores modernos (de los siglos XVI y XVII) recuerdan que fue el reedificador de la parroquia de Santo Tomás (Tomé) en Toledo, al igual que la de los Santos Justo y Pastor (muy vinculada a la villa arzobispal de Alcalá de Henares). Josué López Muñoz

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Igualmente fue tan devoto de la Orden (calzada) de San Agustín que a él se debe la redificación del Convento de San Agustín en las vistillas del mismo nombre, actual instituto de Sefarad. Promovió el culto a San Agustín que desde entonces se convirtió en uno de los santos protectores de la ciudad de Toledo y su comarca, al atribuirle la repulsión de epidemias de peste. Por tanto, aquí tenemos uno de los puntales de nuestra historia: la especial relación de los señores de Santa Olalla y conde de Orgaz con el pueblo de Santa Olalla, al que convirtieron entre los siglos XVI y XVIII en el solar preferido de su casa y corte señorial. Los contactos de estos cada vez más nobles señores también con otras casas nobiliarias (especialmente los duques de Arcos, los Lasso de la Vega de Cuerva), pusieron a la villa de Santa Olalla en el centro de la vida señorial y cultural del gran núcleo toledano, y no lejos de la villa y corte madrileña. Es normal, por tanto, que los señores favorecieran directa e indirectamente a la villa, en nuestro caso, poniendo en contacto a los hermanos de San Antonio con el taller del Greco. Pero de una de las más antiguas casas nobiliarias de Castilla tenemos que ir a un resto del imperio bizantino, del imperio romano de oriente, tras ser finalmente engullido por las hordas otomanas. El Greco nació en Creta en 1541, que entonces caía en el dominio, entonces precario, de la Serenísima República de Venecia, que desde el Adriático extendía sus tentáculos marítimos a la Grecia insular. Nació en el seno una familia de aventureros, por decirlo finamente (eran tiempos difíciles). Optó por los caminos de la pintura y, lógicamente, aprendió a manejar los pinceles en un taller de iconos greco-ortodoxos. No va a ser el único pintor de iconos que se va a ver influido por el pujante arte católico-occidental, especialmente italiano, más naturalista. La occidentalización del arte ortodoxo va a ser imparable desde Rusia hasta Grecia y llegará al día de hoy, hasta que lo cortó la apisonadora soviética. Precisamente la filiación véneta es lo que le lleva a Doménikos Theotocopoulos (Domingo de la Madre de Dios), a Venecia, a aprender de la mano de Tiziano Veccelio y de Jacopo Robusti, el Tintoretto, y con ellos los trazos, los colores y las luces venecianas. Se mostró como un genial asimilador de estilos, y ello, le llevó también a recalar a Roma, verdadero crisol italiano de arte, en donde también aprendió técnicas miniaturistas Josué López Muñoz

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(Guilio Clovio, croata y por tanto véneto) como la protección de los grandes (los Farnesio, cardenales, también protectores de los Jesuitas, especialmente del tercer general, San Francisco de Borja). Con tal bagaje griego e italiano, buscó el gran mecenazgo de la monarquía más pujante del momento, la Monarquía Católica Hispánica, que acababa de parar los pies al Turco en Lepanto, que sostenía una agria lucha en el Norte en Europa y que se expandía espectacularmente por las Indias Occidentales y Orientales… El Greco vino a España buscando un contrato en el Escorial, donde fluían muchos artistas italianos, por la sencilla razón que más de media Italia era española… Sabemos lo que ocurrió, que su modernidad y su peculiaridad de estilo (su maniera) no gustaron tanto a Felipe II como para contratarlo (aunque le pagó bien su trabajo). Entonces el Dominico, como ya se le llamaba, buscó al segundo gran mecenas español, más rica que el propio rey que siempre estaba endeudado: la Iglesia Metropolitana y Primada de Toledo. Toledo era la cabeza religiosa de España, y tenía cerca, casi como sucursal, la capital política, la Corte de Madrid. Toledo era la sede del Obispo, del Cabildo Catedral, pero también de numerosas parroquias y contaba, como ahora en Roma, con representación de todas las órdenes religiosas. Toledo y su archidiócesis bullían, además de templos, de cofradías y hermandades religiosas de todo tipo, que regentaban uno de los mejores sistemas hospitalarios de Europa, en el sentido de albergues de peregrinos y transeúntes y de curación de algunas enfermedades graves. El Greco estableció en Toledo la base definitiva de sus operaciones artísticas, que abarcaban un arte total: arquitectura, escultura, pintura, conjuntos retablísticos, de capillas, etc. No sólo fue un artista en grado sumo, al que todos admiramos, sino que fue un verdadero empresario artístico, con más o menos fortuna en lo económico. Desde muy pronto montó un taller para atender una demanda creciente y se convirtió en una marca reconocida y reconocible, que siguió evolucionando artísticamente de manera muy personal. Se ha tenido al Greco como un vecino huraño y extraño a los toledanos. Esa es la tesis que intentan valorar los partidarios de un Greco más griego. La verdad es que el Greco se adaptó tanto al pensamiento como a los gustos toledanos y españoles como uno más, y en un contexto Josué López Muñoz

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lleno de artistas fuera de serie (Antón Pizarro, Pedro de Orrente, Sánchez Cotán, Maíno, etc.). En este taller detectaron perfectamente las preferencias del mercado. Y precisamente la más importante devoción del momento era la de San Francisco, que el Greco ya conoció en Italia. De hecho, conocemos la enorme fama del poverello, sólo igualado en devoción por el también franciscano San Antonio de Lisboa/Padua. En Santa Olalla existía uno de los muchísimos hospitales dedicados a San Antonio Abad, que proliferaron en todo Occidente desde el siglo XI para combatir el ergotismo, llamado “Fuego de San Antón”, que aparte de causas mortandad podía dejar a sus víctimas gravemente mutiladas, y cuya incidencia en Europa fue grandes hasta el siglo XVII. San Francisco, considerado el santo que más se pareció a Nuestro Señor Jesucristo en vida, fue también el santo de la muerte. Por aquel entonces en Toledo se estaban escribiendo excelentes trabajos sobre las vidas de los santos, que tanto influyeron en los artistas, como meditaciones sobre las postrimerías de la vida. Bástenos mencionar al doctor Francisco de Pisa (que relató la santidad del Señor de Orgaz), al maestro Alonso de Villegas y su Flos sanctórum, y el también maestro Alonso Venegas del Busto y su Agonía del tránsito de la muerte, en el que se inspiró para el entierro del Señor de Orgaz y la devoción a San Francisco. La hermana muerte. Nuestro San Francisco, de la serie de los sanfranciscos del museo Lázaro Galdiano, lo representa con un memento mori (la calavera) en la soledad de una cueva del monte Alvernia, en pleno invierno, en donde recibió los estigmas como señal de preferencia divina (algo parecido a lo que ha pasado no hace mucho con el padre san Pío de Pietrelcina, capuchino). Muestra esas llagas en la mano, que lo asocian a la muerte y a la resurrección de Jesucristo. Y esa mirada a lo alto, tan grequiana, tan de éxtasis y emoción, que también deshace el tópico de que el Greco era más artista que creyente: digamos que la creencia mejora el arte. Y desde luego, hasta hoy, el Greco es uno de los mejores pintores devocionales. Como hemos dicho, San Francisco era uno de los principales consejeros ante la muerte, y de hecho, muchas personas se llegaron a vestir de su hábito por imitar el milagroso hallazgo de su cuerpo Josué López Muñoz

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incorrupto en la basílica inferior de Asís (cuadro de Loarte). En aquella época, la muerte estaba más integrada en la vida. Pues bien, estas dos confluencias, la de los señores de Santa OlallaOrgaz y la carrera artística del Greco, son las que explican la presencia de un greco entre los eulalienses o santaolalleros durante unos 350 años. También podría explicar que un imponente Tristán esté colgado en venerable parroquia de San Julián. Como ven, la historia se confabula para traer influencias hasta lejanas en el orbe. Pero en realidad, eso nos habla de que Santa Olalla ocupaba un buen lugar en lo que entonces era uno de los centros del mundo: la capital espiritual del Imperio Español, aquel en donde el sol tenía dificultades para ponerse. Muchas gracias a todos por su atención y, por supuesto, quedo a su disposición para lo que quieran consultarme.

Dr. Francisco José ARANDA PÉREZ Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Castilla-La Mancha Director del Grupo de Investigación DeReHis Santa Olalla, 17 de junio de 2017 Víspera del Corpus Christi

Josué López Muñoz

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