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Edición: Carlos Acevedo Diseño e ilustración: eunice szpillman Impresión: Signes (Barcelona) Octubre 2009 ©
La novedad es simplemente un atributo. Carlos Acevedo
Que el cine está íntimamente relacionado con el poder no es cosa de hace cuatro días. De hecho, resulta imposible negar dicha relación teniendo en cuenta lo costoso de su producción. Lo curioso, es que, al contrario de lo que sucede con otras operaciones de propaganda encubierta, los exégetas del cine no están dispuestos a reconocerlo. Mientras el apoyo de la CIA hacia el expresionismo abstracto se usa como argumento en contra de, por ejemplo, Jackson Pollock, como la banalidadal acercarse a Warhol, la relación del Cine con el poder no parece representar un problema para nadie. Es más, la sola idea de un logro estético en una disciplina dominada por la técnica supone amnistías en cuanto a las intenciones de ese logro estético. De ahí, de esa disculpa implícita, que los estériles debates acerca de la afiliación política de autores estupendos como Leni Riefenstahl o John Ford resulten más acordes con la construcción de una identidad del cine en sí mismo que con la articulación de una meditación acerca del formato/soporte. ¿Es esto un problema? Pues va a ser que no, al menos no hoy a primera hora. 3
Mientras que con la Tevé™ el discurso acerca de su factura y su accionar es tan claro que se le denomina caja idiota por mera acción refleja, el cine sigue gozando de una fama superior que bajo su epíteto de suma de todas las artes no consiente críticas respecto a su accionar porque, claro, ha pasado a tener una funcionalidad social. El hecho de el ritual sea en una sala oscura, y sin verse las caras, es lo de menos. Como los cigarrillos, el fútbol o la seguridad social, el cine se ha convertido en algo así como un elemento bisagra que sirve de excusa perfecta. Tanto para entablar conversaciones en bares como para pasarnos de listos al manejar los nombres y los conceptos correctos, que son los conceptos que el propio cine esgrime. Es que parecemos tontos. Bueno, no. Estoy exagerando. En realidad, tampoco hay nada de que alarmarse. Todo es, al final de cuentas, folclore. De hecho, en una época atiborrada de inputs como la nuestra, todo se basa en la incorporación de claves esotéricas a la vida cotidiana, al sentido práctico de nuestro transcurrir. ¿Qué sería de nosotros sin la magia del cine? El punto, creo, es que independiente de que el cine sea una mera anécdota ocupa un lugar privilegiado en el sector ocio. Bajo la lógica de consumo, claro, que es la lógica de hoy a primera hora. Es curioso, ya que hablamos de hoy a primera hora, recordar y reconocer que para los hermanos Lumière su invento tenía que ver con una necesidad de perpeturar recuerdos en movimiento. Por ello sus primeras proyecciones, que se llevaron a cabo en 1895, iban de gente saliendo de una fábrica y, luego, de un tren que llegaba a una estación. Cosas, en definitiva, dignas de pasar a la posteridad, de ser patrimonio de los habitantes del futuro. Pero lo cierto es que allí, por mera confusión, el público se asustó y salió pitando de la sala: creían que era real. Luego volvieron y se regodearon, de hecho: el público y la cultura (toda) asumió a aquel tren. El problema es que lo hiz permitendo que fuera real, al punto que, incluso hoy a primera hora le saluda con el brazo derecho en alto. Por miedo, porque igual y la autoridad que le respalda, la de su propia Academia, abusa de aquellos métodos. Ya me entienden, pero eso no es todo...Pasen y lean, tengan la bondad, pasen y lean.
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CINEFOBIA: Periódicos arrebatos de ira anticeluloide John Tones
No me pasa todo el rato. Ni siquiera me pasa todos los años. No tengo que esperar, a diferencia de otros amigos que experimentan pulsiones similares o paralelas, a decepcionarme con una película que llevaba tiempo esperando o a considerar una chufa una producción de la que todo el mundo habla bien. Simplemente, me viene. Durante un par de semanas, tengo que dejar de ver películas en casa, en el cine. Incluso dejar de hablar de ello. Dejar de visitar la sección de DVDs de FNAC. Dejar de escribir sobre el tema, salvo por lo que respecta a las ineludibles obligaciones profesionales (y me compadezco de las películas que se hayan sometido a mi juicio en uno de mis estados cinefóbicos). Curiosamente, es algo que no me pasa con los tebeos a pesar de sus plomizas tendencias editoriales, gracias a su aún refrescante lenguaje y a su no del todo desgastada capacidad para sorprender. Ni con los libros, porque siempre tendré demasiadas lagunas infalibles, subgéneros ignotos y autores oscuros por los que navegar. Ni con la música, porque mi canon melódico da valor a lo machacón, lo estructural, lo icónico y lo inmovilista. Ni siquiera con los videojuegos, a pesar del profundo desequilibrio que exhiben continuamente entre potencialidad y resultados (y que los convierten en, quizás, el medio con más distancia entre lo que pueden ofrecer y lo que ofrecen realmente) porque… bueno, no tengo ni idea de por qué les consiento tanto a esos ingratos. Con las películas sí, y supongo que el motivo es que me doy cuenta de su endeble gramática, de su narrativa a golpe de subrayados, de su discurso para idiotas. El núcleo narrativo más elemental de una producción cinematográfica, por ejemplo, aquella de la que ninguna se escapa: el plano-contraplano. El plano-contraplano de un diálogo es el director de la película sentándose, respirando hondo y diciéndole al espectador: “mira: una persona, otra persona, uno habla, el otro responde a lo que el primero le ha hablado, el segundo replica a la respuesta del primero…”. Y así. Todo clarito. Todo para monos oligofrénicos. Una película es la oda al fosforito que subraya cada imagen con un “esto es para esto y eso para lo otro”. El trabajo intelectual que tiene que llevar a cabo un lector de tebeos, por ejemplo, para rellenar en su cabeza el espacio que media entre dos viñetas que describen una acción coherente, es infinitamente más duro (y claro, la labor del artista más arriesgada) que el bobo, perezoso, casi planiencefalográmico esfuerzo que se le exige al espectador de una película. El lenguaje audiovisual no es estúpido 5
per se, pero cien años en los que apenas ha evolucionado (en la mayoría de los casos, de hecho, ha retrocedido) han acabado creando la manifestación artística más mema y menos exigente de todos los tiempos. Hay escasísimas excepciones a esta regla de tres que se resume esencialmente en “el cine es para tontos”. Por ejemplo, los primerísimos dibujos animados (Warner, Fleischer, el Disney primigenio) corrompían casi continuamente la narrativa audiovisual y la percepción del espectador, que olvidaba por unos minutos la lavativa cerebral de los complacientes planos medios / planos generales / grúa descriptiva de las producciones en imagen real. O el cejijunto cine de artes marciales oriental de los setenta y ochenta, que con su claridad expositiva y su realización carente de ínfulas vetustas resulta más sincero y experimental que cualquier cine de autor del mundo. O el cine de explotación de sexo y horror de los setenta y ochenta, con su sublimación de las normas gramaticales del medio subvirtiendo la narrativa para adaptarla del exceso, el impacto y la cochambre. Ocasionales lavativas visuales que no disculpan a un medio cuyos grandes logros de los últimos años son muy conscientes cantos del cisne (Malditos Bastardos) u odas a a la furiosa autodestrucción narrativa (Crank). Todo lo demás (planos, contraplanos, travellings circulares y memas elipsis) son el esqueleto de una forma expresiva que estaba vieja hace cincuenta años. Pero ahí sigue, oigan, dándolo todo. Y nadie se queja.
¿Hubo alguna vez mil imágenes en movimiento? Jónatan Sark
Enfrentémonos al hecho de que “mil palabras, una imagen” es un cliché. No ya un lugar común, además es un pensamiento extendido. Y la culpa de todo es de la estúpida fé en la infalibilidad de lo que se ve y en lo maleable de lo que se dice. El problema es que está lejos –y mucho- de ser algo cierto. Por eso los píes de foto rara vez superan la línea. Ahora intentad encontrar una imagen única que resuma mil palabras. Más aún, tratad de encontrar una imagen que resuma “Un hombre pasa con un pan al hombro / ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?”, “Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,/ no solamente en qué lechos estuviste”, “Porque vivir se ha puesto al rojo vivo./ (Siempre la sangre, oh Dios, fue 6
colorada.) /Digo vivir, vivir como si nada /hubiese de quedar de lo que escribo.” Y probado el punto pensemos, ¿a mil por minuto mejoraría algo? Cuando quisieron mejorar el cine le metieron diálogos insertados y fue prioritario emitir con diálogos antes que en color, todo para facilitar que la historia que trataban de contar se pudiera entender. Porque, y ese es el problema, la imagen lastra. Si tienes una gran obra llena de personajes, relaciones y toda clase de batallas, localizaciones y disparates puedes ocupar un kilo de papel y varias horas de la vida en su lectura. Da igual. Nadie espera realmente que te sientes del tirón una novela rusa del siglo XIX. Pero el cine… eso es algo que tienes que verte de una sola vez, sin rechistar ni comentar con el de al lado. Así que hay que reducir. No sólo eso, también es algo que tienes que pagar. Observad: “El otro día mientras estaba cenando en uno de los grandes restaurante de mi ciudad, tomando una opípara cena de trece platos, fui bruscamente interrumpido por la aparición de una nave procedente de otro universo, un chalado alienígena pandimensional se enzarzó junto a sus fuerzas de asalto en un combate para capturar a dos terrícolas para su propia arca que salvaría a las criaturas del universo –dos a dos- de la llegada de una ola de antimateria. Por suerte pudieron intervenir las fuerzas especiales y terminar a bazucaos con el chalado.” Unas 90 palabras. ¿Un minuto de lectura? No, no se trata de las imágenes que harían falta para peliculizarlo, sino del dinero necesario. ¿Sabéis lo que costarían sólo los elefantes? Ah, espera que no aparecen expresamente mencionados. Sólo son ideas que pone nuestra cabeza, acostumbrada a completar los textos. Ese es otro problema: Todo lo que dice y, además, el subtexto. El cine es un medio tan acostumbrado a la pasividad, a echar a la gente imágenes y que tengan que apañárselas con lo que hay que no solemos considerar la vuelta: Convertir el cine en literatura, publicar los guiones, significa encontrar dos horas reducidas a doscientas páginas. Todo esto para que, al final, uno de los más grandes sea un escritor de obras de teatro representadas casi sin medios –actores en papeles femeninos, poca decoración, sólo algunos trucos- apoyándose en la primacía de la palabra sobre la imagen. Que es de lo que iba todo esto desde el principio. Y si no me creéis tratad de poner en píe este texto de menos de seiscientas palabras de manera completamente muda. Ni un mal letrero. Y si alguna vez lo lograrais… pensad que tenéis algo más de medio fotograma para resumirlo todo. Porque, a fin de cuentas, la imagen no es más que un formato de comprensión de la palabra. 7
EL CINE Y LA LEY DE GODWIN Una diatriba del Señor Ausente
Recuerdo que mi tío Juanito, un tipo que rompía los tests de inteligencia además de ser adicto al alcohol y la ciencia-ficción (por este orden), tenía una curiosa costumbre, casi ritual: entrar al cine con la película ya bastante comenzada, a poder ser por la mitad; Al acabar, solía estar no entusiasmado pero sí contento con un guión que se le antojaba complejo y, por tanto, interesante; entonces se quedaba a ver la otra mitad, el principio (eran tiempos de sesión continua), y llegaba la decepción. Sus expectativas se desmoronaban. Siempre, siempre, siempre lo que él imaginaba que había sido la otra mitad superaba con creces la realidad. Es bastante probable que ustedes, queridos cinéfilos, rasguen sus vestiduras ante tamaño atentado a la in8
tegridad de la obra de arte y que afirmen iracundos que hay que tragarse desde el león de la Metro a los números romanos que indican el año de producción y que cierran los títulos de crédito finales de todas las películas. En realidad, tras esa convención de que lo lineal es irrompible hay un tabú y, más aún, un pánico no reconocido a descubrir la realidad. Al agarrar el hacha y partir el cine por la mitad mi tío descubría en sus entrañas que el séptimo arte es, de todas, la de más fácil digestión, incluso cuando se pone solemne. Hagan la prueba con un clásico que permanezca inédito en sus retinas. Hagan la prueba y pierdan la inocencia. De una vez. O mediten lo siguiente: ¿cuántas veces se han quedado clavados en el sillón orejero de su casa ante un film ya comenzado?
Eso de que “que el séptimo arte es, de todas, la de más fácil digestión” no deja de ser un eufemismo de “el cine es para tontos”; y eso es algo que saben bien los dictadores. Stalin era un fan de los musicales de Hollywood, Kim Jong Il secuestraba directores para hacer remakes de Godzilla en clave rojo coreano, Mussolini gustaba de compararse al Maciste del cine mudo, Hitler disfrutaba con Blancanieves y los siete enanitos y nuestro Franco hacía pinitos de guionista. Y de Goebbels no digo nada porque ya lo ha dicho Tarantino. Y a saber que miraba Amín Dadá. Saco a colación los dictadores porque son la figura histórica más cercana a los cinéfilos. Tanto como que lo primero supone lo segundo, como arriba se demuestra. ¿Y a la inversa? Sólo hay que entrar en la red, ese invento del diablo que todo lo desnuda, y leer blogs de cine. Nunca jamás en la historia vio la humanidad tamaña cantidad de necios en posesión de la verdad. Todos a una ¡Obra Maestra! Todos a una ¡A la hoguera! La experiencia supone un descenso a los infiernos de un mundo sin piedad ni entendimiento. El cine tiene estas cosas, que uno ve con granos a Los Goonies y ya puede sentar cátedra con autoridad. ¿Tan fácil es el cine? Tan sólo hay que asestar un hachazo y salir corriendo, no sea que nos pille el tren de los Lumière.
COMENTARIO DE TEXTO (1/3) GRACE MORALES Por favor, comente estas frases, razonando la respuesta. 1. El Cine es para tontos. 2. El Cine está sobrevalorado. 3. El Cine sólo sirve para contar chorradas.
Nombre: Vanessa Rodríguez Edad: 16 Población: Alcorcón, Madrid 1. Aver, yo pienso q el cine no es para tontos, pq todo el mundo ve cine y a todos nos gusta, a unos les gusta el cine de un tipo y a otros de otro y sirve para pasar bien el tiempo y no creo q nadie es tonto por eso. A mi me gusta muxo ir al Xanadu, veo una peli, compro ropa en el Primark q me mola. No entiendo pq es de tontos eso. 2. Yo creo que el cine si q tiene valores, pq te hace reír, y pasar un buen rato, y eso es algo bueno para las personas. Hay mucho valor en el cine. 3. Bueno, yo creo q hay pelis chorras, pero otras son serias y hacen llorar, o sea, q hay pelis que no cuentan tantas chorradas. Me gusto muxo la de Camp Rock, que tiene tonteria, amor, musica y otras cosas buenas.
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El cine es para tontos o la historia secreta del gusto Alvy Singer
“Hace películas para los críticos” Ingmar Bergman, sobre Jean-Luc Godard “11. Principio de la Unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente de que se piensa como todo el mundo” Joseph Goebbels. 11 Principios de Propaganda. Con frecuencia pensamos que el cine es el medio universal. Más accesible que cualquier obra teatral, sencillo y sin la exigencia de un libro, alejado de sitios terribles como los museos y, no lo duden, no requiere ir de etiqueta. Sin embargo, no reparamos en las consecuencias que supone esto. El cine es capaz de destruir el genio de Woody Allen. Y con esto el del Pueblo, el máximo receptor. El cine no necesita ser percibido. Hace muchos años Pauline Kael lo vio claro: la importancia de la crítica de cine no está en la gramática, sino en uno mismo: Si nos damos importancia, el cine es importante. Es necesario entender, bajo esta pespectiva, que el cine es uno de los pocos medios que permite conversación más o menos respetable, sin que siquiera lo percibamos, a diferencia de la literatura (requiere cierto sacrificio) o de los videojuegos (requieren completarlos de algún modo activo). Seguramente el mayor crimen del cine no está en haberse postulado como medio con un target claro (con Goebbels como su exponente más memorable) o como el medio que más ternura permite por frase (con casi todo Internet como amplia bibliografía) sino de haber cometido un crimen irreparable: haber matado a Woody Allen, haberle desplumado de un modo que sólo el cine puede hacer. Me explico: En su (recortado) artículo sobre Ingmar Bergman, Jonathan Rosenbaum explicaba que su cine, básicamente, eran obras de teatro grabadas en vídeo que en sus mejores momentos sintetizan a grandes filósofos antes que expanderlos. Hay que ir a lo interesante. En su última película, la celebrada Saraband, Rosenbaum encuentra la prueba definitiva de que las películas de Bergman no son “expresiones fílmicas” sino “expresiones en un film”.La importancia de Bergman, según Rosenbaum, está en la otra historia del cine, la que necesita entenderse. Centremos nuestra atención en lo que apuntó, vagamente, Sontag sobre él. Dice que tiene “la pesadez de Flaubert”. Naturalmente no explica más su comparación, puesto que el omnisciente escritor francés nada tenía de deliberadamente lento, sino que consideraba su poética (o su virtud) en el detalle. La comparación, en fin, queda como una boutade que nos sirve para comprobar lo que aportó Sontag: la comparativa normalizadora. Su aportación será la de decirle a toda una generación en una misma frase: Bergman que Flaubert, Picasso que Godard. Y ahí queda su ruptura. Woody Allen empezó siendo guionista, stand-up, dramaturgo y escritor de cuen tos satíricos para el New Yorker. Sólo el cine podía arrebatarle su ironía: el New Yorker se había convertido en el referente de clase de toda una generación doméstica, la de los cincuenta pero el prestigio fue labrado desde la posguerra, en la 10
que, entre otras cosas, el humor ocupaba un lugar muy importante. Los ejercicios literarios de Allen van desde la parodia psicoanalítica de Madame Bovary hasta citas torcidas de la poesía de Emily Dickinson. Hay que recordar que Saul Bellow escribió con ojo cómico sus grandes obras y nunca hay que olvidar de que tras Augie March está Twain, otro sátiro. En la historia del gusto, la literatura llevaba siglos de ventaja. Allen, en el cine, nunca oculta su admiración por Bergman, al que parodia en 1976 y luego imita en 1978, 1987 y 1988. ¿Cómo puede producirse una disonancia e incoherencia en el discurso, invariablemente cómico de Allen? Es sencillo: cuando la Academia (del Cine Norteamericano) aplaude a Allen es porque ¡al fin dejó de ser un payaso! Sin embargo, la clave está en que la actitud de Ella no quiere saber que él no es la rebeldía, sino la responsabilidad y la ventaja. La idea de la libertad artística pasa por rodar Interiores, una película que se sueña bergmaniana, es decir, respetable. O sea, teatral. Sin embargo, Allen funciona agrietando el estereotipo, detectándolo incluso en lo respetable. Porque, en el fondo, el cine es una historia de aceptación y para ser un Autor no basta el Oscar, siquiera recurrencias formales y temáticas identificables, sino los balbuceos dirigidos a Bergman. Luego tocaría Fellini (Alice), Almodóvar y/o Rohmer (Vicky Cristina Barcelona)… Pero no todo el problema se limita a los problemas del cine con la comedia (o viceversa) y de Allen con la Academia y el gusto, también está la miopía. Andrew Sarris nunca pudo predecir el caos que supondría la teoría de autor distribuida en Estados Unidos (o sea, en la lengua inglesa) y que suponía el primer paso para armar una cierta teoría interpretativa. La teoría autoral supuso un alivio al enfrentarse a las constantes temáticas que recorren una obra. Así, la figura de Woody Allen demuestra que el cine es para tontos: ¿en qué circunstancias (y medios) Match Point puede ser celebrada como un Woody Allen extraño? El suspense, dirían algunos. La seriedad. Lo juvenil. Mil teorías: no importa que Allen ya hubiera ensayado el juego con el género muchas veces, que su salto al drama con asesino culpable estuviera en Delitos y Faltas. Hay que recordar a Kael: la importancia reside en ir a las películas. En que vayamos nosotros. Si el supuesto padre fundador del gran cine es el autor teatral en ciernes, y la teoría cinematogáfica sirvió para recordar que lo importante es el público ¿Qué otros elementos hacen que sólo Allen pueda tomar ese rumbo equivocado ? El concepto de la Autoridad, ligado íntimamente a una idea, indiscutible, de la Alta Cultura. La Autoridad la ejercen en realidad los maravillosos Mad Men, pero nadie se ha dado cuenta de que la crítica cinematográfica mainstream funciona como extensión. Y Kael vio la grandeza de darse importancia: Todos se la pueden dar. Es una pena que no asistiera, seguramente horrorizada, al nacimiento de la blogoesfera. Es la industria del cine la única capaz de convertir a Alan Moore en un deber en la estantería, a Batman en un argumento de autoridad y…..a una generación de autores, la de Allen, en referentes únicos antes que sus predecesores europeos, convertidos en mera anécdota o etiqueta cómoda y minoritaria. Allen pasa de ser payaso a ser Autor, de europeo exiliado a Incuestionable Autor. Sin embargo, cosas de la era post-industrial, el cine marca lo aceptable hasta la siguiente semana. Lo importante está por venir. Casi siempre. ¿De qué otra manera puede resolverse el medio con la mayor capacidad receptora (requiere pasividad y el audiovisual es el medio/lenguaje más sencillo de recibir) que ya no funciona (enteramente) como propaganda? Pues como gestor de gustos y ternuras. 11
Ars longa Noel Burgundy
Escuchado en la cola de unos multicines: “¿Y esa, cuánto dura? Porque yo no pago por ver una peli que dure menos de dos horas, ¿eh?”. Puede parecer una observación casual, pero también es el signo de unos tiempos en los que el espectador se inclina a pensar que la calidad es directamente proporcional a la cantidad. Dicho de otro modo: si el precio de una entrada para ver una película en tres dimensiones y calidad digital es casi el doble que el de una entrada normal, más le vale a ese director de medio pelo ofrecernos un espectáculo lo suficientemente largo como para que sintamos que cada céntimo ha merecido la pena. Uno podría pensar que toda esta tendencia nació con Peter Jackson y sus mastodónticas, exhaustivas adaptaciones de la obra capital de J.R.R. Tolkien. Y, en cierto sentido, tendría razón: el aluvión de Oscars que cosechó El retorno del Rey espoleó en los grandes estudios la idea de que más (duración) es más (calidad). En cierto sentido, sin Jackson no existiría el Watchmen de Zack Snyder, una adaptación que convertía la literalidad extrema en arma de estilo, amén de (posiblemente) la película de superhéroes más larga de la historia. Resulta curioso que tanto Watchmen como El Caballero Oscuro fueran consideradas como el resorte evolutivo de este subgénero: ambas superan las dos horas y media de duración. O sea, que las adaptaciones de cómics no llegaron a la mayoría de edad hasta que no consiguieron durar tanto como las películas serias. Como las películas de verdad. Quizá el verdadero precedente haya que buscarlo en construcciones catedralicias a mayor gloria del sistema de estudios como Lo que el viento se llevó (238 minutos), o en la desproporcionada épica autoral del Fassbinder de Berlin-Alexanderplatz (894 minutos). Kenneth Branagh abrió esa tendencia a la literalidad como sinónimo de éxito artístico con su Hamlet (242 minutos), lo que nos lleva a pensar que toda esto podría estar relacionado con una mala interpretación de Séneca y que, por tanto, toda película que aspire a ser considerada arte deberá ser larga, más larga incluso que la vida. En los últimos tiempos, la tendencia a los metrajes über-generosos está generando interesantes efectos secundarios: por ejemplo, un progresivo abandono de la estructura en tres actos (Funny People, de Jud Appatow, la dobla) y un mayor margen de maniobra para autores que nunca habían gozado de nada parecido al final cut. No obstante, muchos espectadores que aún deciden la película que van a ver en plena cola del multisalas ya se empiezan a quejar de que más duración signifique más espacio para la innovación. Volviendo a Funny People, gran parte del público y la crítica consideraron imperdonable que una película de risa durara 146 minutos, dejando entrever un arraigado prejuicio que considera a la comedia (especialmente, a la comedia de Adam Sandler) como un género menor. En otras palabras: hemos decidido superar el menos es más, pero no estamos dispuestos a olvidarnos del más de lo mismo. 12
Historia oral del cine como mal alimento (un guiño a Legs McNeil) Raúl Minchinela
Nacho Vigalondo: ¿Por qué las metáforas siempre van de lo concreto a lo abstracto? ¿Por qué una película sobre cintas de vídeo habla de la incomunicación, y no al revés? Mi próximo reto, mostrar en una película el miedo a la madurez con detalle para, en realidad, estar hablando de nudos de corbata. Albert Boadella: La experiencia escénica me ha demostrado que de nada sirve comunicar al público aquello que no desea escuchar. David Gilmour (entrevista): Mi hijo era un mal estudiante. Pero lo peor de todo es que no era feliz, realmente el colegio no le gustaba, era un tormento para el chico. Tampoco iba a aprender ahí y yo finalmente lo iba a perder. Así es que le dije que se saliera. A cambio, Jesse debería dejar las drogas y ver tres películas escogidas por mí a la semana. De ahí salió mi libro. David Gilmour (libro): American Grafitti no trata solo de un grupo de chicos un sábado por la noche. Hay un momento fantástico en que Richard Dreyfuss se encuentra a Jack Wolfman poniendo su habitual voz rota. De repente, entiende en qué consiste el centro del universo: no es un lugar, es la encarnación del deseo de no perderse nunca nada. Resulta imposible llegar, es más bien un lugar en el que te quieres convertir. Javier Ayuso: Lo realmente importante es que se sienten con un traductor. Rosa María Calaf: En el periodismo, y en la televisión más, va todo tan deprisa que se pierde la reflexión y el análisis. Según bajas del avión, tienes que hacer un directo, sin tiempo de hablar, de ver. Y dices lo mismo que podías decir antes de salir. En el hecho de ver una cosa en directo, nos quieren hacer creer que es un sinónimo de entender lo que está pasando. Y eso no es verdad. José Ortega y Gasset: Aristóteles se acuerda de Platón, que situaba a los hombres de ciencia y a los filósofos en la especie de los philotheamones, de los “amigos del mirar”, de los que van a espectáculos. Pero mirar es lo contrario que conocer: mirar es recorrer con los ojos lo que está ahí, y conocer es buscar lo que no está ahí, el ser de las cosas. Es precisamente un no contentarse con lo que se puede ver, antes bien, un negar lo que se ve como insuficiente y un postular lo invisible, el “más allá” esencial. Manzanita: A la gente hay que darle lo que quiere, porque si no te archivan a las primeras de cambio. Werner Herzog: El cine no es el arte de los estudiosos: es el arte de los analfabetos. Jordi Costa: El cine es la forma más aparatosa de decir chorradas. 13
POLANSKI, Quizás alguno de ustedes recuerde el desenlace de aquella serie B tan pintona, F/X. Efectos mortales, que produjo Dodi Al-Fayed en 1986. La cosa iba tal que así: Bryan Brown se infiltraba en la mansión de la villanía en un tramo final que se prometía la flipación, la puesta en escena de todos y cada uno de los naipes de manga que le atribuíamos a la profesión del protagonista: técnico en efectos especiales. Con astucia y maneras de trampero, Brown iba neutralizando a los sicarios de turno y conquistando estancias hasta alcanzar al malo de la película, que, in extremis, le propondría compartir el botín. Nuestro héroe le escuchaba al desdén, de espaldas, trasteando misteriosamente en una metralleta mientras el malaje le hacía números en voz alta. Un despiste simulado de Brown llevaba al villano a apropiarse del arma sin imaginar que, en cuanto la policía que rodeaba la casa le instase a soltarla, lo iban a poner bonito. Porque nuestro héroe, espabilado y resolutivo, no sólo había extraído la munición de la bicha sino que había embadurnado la culata con… ¡PEGAMENTO LOCO! Aquella peli se comentaba en el patio y no recuerdo que a nadie se le pasara por la cabeza que se nos hubiera escamoteado espectáculo con lo del pegamento. Al fin y al cabo, se trataba de un recurso fuera de serie y apropiado al personaje, al tono y a la década. Una chifladura, un rocamboleo, un sense of wonder a lo Súper Mortadelo. Y lo que es más importante: una artimaña a nuestro alcance. Aunque nadie lo hacía con un sentir profundo, entonces como hoy todo el mundo veía cine, y una de sus funciones era proporcionar ideas que aplicar en el recreo, entre los que sudábamos del deporte. El caso es que lo del “pegamento loco” nos pareció, desde el nombre, una cosa de puta madre. Yo el cine lo conocí prácticamente domesticado. En casa pero bien, observando siempre el rito. Los VHS, además, no traían esos extras de mierda y una película todavía era no más que una película, algo específico. Sin embargo, lo trascendente, lo que se dice arte, yo podía presentirlo acaso en los tebeos pero nunca en las películas, y en algún momento, exceptuando El señor de las bestias todo el cine me llegó a parecer un tostón y una insignifican14
ÁMAME
Rubén Lardín
cia, más pudiendo estar revolviendo papeles o haciendo el ganso por los sitios en lugar de allí apoltronado. Luego crecí y me volví idiota como todo el mundo y por alienarme empecé a ir a las salas con una frecuencia contranatural. Me ocupé en descubrir los clásicos, tomé notas mentales que luego pasé a limpio, ausculté a mis contemporáneos, trasnoché, me hice esnob, volví a los géneros, me elaboré un criterio, aprendí a ver cine y me entregué a él en cuerpo y alma, con gran esfuerzo, cada vez que se apagaron las luces. Me tiré el rollo y así hasta hoy, en que he abierto una botella de vino para regar la última película de Dario Argento, que se titula Giallo. Desde 1987, siempre que me dispongo a ver un Argento abro antes un vino, porque si me espero a después no me tomo nada. Me he pasado toda la semana sin fumar para degustarlo mejor, pero ha resultado un caldo mediocre y me está haciendo expectorar. (En Giallo sale Emmanuelle Seigner, que custodia en la mirada todos nuestros vicios de juventud, y Argento se cita a sí mismo en las tormentas, en los artesonados y en algún urbanismo. No hay más, porque hasta el deleite en la violencia es algo que se ha estandarizado. Los norteamericanos lo desactivan todo, no entienden nada. Qué gentuza. También sale Elsa Pataky, feísima como siempre pero esta vez con un papel a su medida. Menuda tía sosa.) El caso es que este verano descubrí a Proust, a mis años, y al margen de sentir que me emplasta la prosa, que me está jodiendo pero bien, leer a ese hombre loco me reitera que el cine a mí es que nunca me ha gustado. Es algo que siempre había sospechado. O quizás sí me gustó algunas veces, hasta que percibí que para mí una película era la misma cosa que la realidad pero no así para el resto del mundo. Incluso para los que hacían las películas, una película parecía no ser más que una película, ya que en la vida real parecían manejarse según presupuestos más realistas. Un asco. Y hoy, bah, hoy no me interesa especialmente el cine y en el fondo como si lo quitan. 15
El ser humano como el animal que va al Cine. Hijo Tonto
Según estudios científicos sobre las capacidades cognitivas de nosotros mismos, se ha llegado a la conclusión de que el único animal que está interesado en las imágenes falsas es el ser humano. Mientras un animal cualquiera supedita su accionar al momento en el que descubre que está frente a una farsa, el hombre no puede dejar de prestarle atención. Es más, se recrea en lo falso. De ahí que para Goebbels el Cine sea la mejor manera de normalizar conductas y acciones humanas. Todo gracias al Pack veinticuatro imágenes/cuadros por segundo (24/1). El Pack 24/1 depende de la permanencia de la imagen en la retina, un fenómeno del funcionamiento orgánico de la vista/el ojo que consiste en conservar un fantasma entre una imagen y la siguiente. Tú ponlo al ritmo justo y verás como pasas de las 16
imágenes fijas a una secuencia de imágenes que te dará las bases para que un relato parezca real. De ahí a una pseudo-hipnosis no hay más que un paso: el ojo está tan sobreestimulado por las imágenes que nuestro sistema cognitivo interpreta como movimiento que no concede ningún tipo de reflexión mientras se sucede un relato que, snif, nos tragamos sin chistar. El cine, entonces, sólo sirve para dejar en claro nuestras limitaciones cognitivas. O no, eso sería mirar el vaso medio lleno. El cine va más allá. De hecho, pretende ser el único mundo verdadero a fin de contener el dominio exclusivo de cualquier escenario, decurso y orden para otorgarle al relato una dimensión tiránica. El cine no nos halaga, se aprovecha de nosotros. No nos entretiene, nos mantiene entreteni-
dos para que la historia se inscriba y subordine a sus marcos. Para ello ha creado una Academia, que antes se llamaba Ministerio de Educación Popular y Propaganda™, una lógica que le respalda y le brinda prestigio a su doctrina. Desde allí, el cine alienta el anhelo de interpretación. Un anhelo que sobreentiende la farsa que intenta desentrañar, un anhelo que obvia al texto, el relato en sí, para buscar en lo abstracto la disolución del discurso que provoca la interpretación. El problema con el cine es que su propia exégesis intenta dominar y encausar nuestro razonamiento, poniendo en evidencia nuestras fallas de fábrica. Pero como tenemos un ego para tirar cohetes, cualquier crítica hacia el formato ve como réplica una mera representación del fervor personal que esgrime sólo argumentos de autoridad. Etimológicamente, un fanático es el guardian del templo. Que en ello se deje la vida es parte de su función. Así, pues, la naturaleza del cine se dirime entre la probidad y lo propagandístico. O lo prohibimos o lo espectacularizamos. Obviamente, hemos optado por lo segundo, la opción que implica recrearse y resolverse en la farsa. Porque la meditación sobre el cine es, ante todo, la meditación de nuestras taras. Que nos quieran hacer creer que contiene un doble sentido oculto es, básicamente, que nos la quieren meter doblada. Y no nos quejamos.
COMENTARIO DE TEXTO (2/3) 1. El Cine es para tontos. 2. El Cine está sobrevalorado. 3. El Cine sólo sirve para contar chorradas.
Nombre: Julio Alberto Peña Edad: 35 Población: Las Matas 1. Yo pienso que el cine no es para tontos, es para la gente que le gusta el cine, ¿no? que es toda la gente en general, aunque algun raro habra por hay que no le guste. Me gusta el cine y no soy un tonto porque me guste, es que no lo entiendo, la verdad, no es para tontos. Tonto sera otra cosa, creo yo. 2. El cine esta sobrevalorado, yo creo q si que un poco si lo esta, porq cada vez vale mas caro y no puedes ir, por lo q la gente se baja las pelis de internet y asi le sale mas barato, y ademas las vemos en casa con todas las comodidades, puedes parar cuando quieras y tal. 3. Bueno, a mi sobre todo me gustan las de risa y las de accion, porque para desgracias ya tenemos bastante en la vida, pero alguna si que es muy chorra y te partes con ella.
Menudos somos, oiga. Unos listos. 17
Que todas las cámaras enfoquen al director Mauro Entrialgo
Uno de los apoyos más destacados, según prensa y organizadores, a la plataforma promocional de la fallida candidatura de Carlos Giménez para el Premio Príncipe de Asturias fue el de Santiago Segura. El famoso empresario, actor y director confeccionó un video de tono humorístico que se divulgó en la red y en todos los actos públicos favorables a la ocurrencia de que este galardón, que ostenta el título y el nombre del hijo de un dirigente no elegido democráticamente por el pueblo, fuera recibido por un republicano. Es decir, una grabación casera de un cómico de mediana edad improvisando un simpático discurso ligero poco argumentado era, al parecer, una de las principales bazas de una propuesta seria cuya finalidad última era requerir atención de la alta cultura para un medio de expresión llamado historieta. Tras esta anécdota chusca se percibe sin duda un habitual complejo de inferioridad muy extendido entre profesionales y aficionados a la historieta que suele manifestarse en una contradictoria tendencia a considerar más relevante la opinión de creadores de otros medios a la hora de reivindicar la legitimidad del propio. Pero, además, más sutilmente, se revela la aceptación colectiva de los rangos de autoridad establecidos de las categorías culturales. Porque la importancia del apoyo de Santiago Segura a esta empresa no proviene de su condición de humorista. Si el mismísimo Eugenio redivivo hubiera grabado ese video no habría sido estimado del mismo modo. Tampoco proviene de su condición de personaje mediático quizás utilizada con el ánimo de obtener mayor repercusión. Si el más famoso de los retrasados mentales popularizados por algún programa televisivo hubiera sido el protagonista, tampoco habría sido acogida con igual aprecio su defensa de la causa. La verdadera razón de la legitimación sociocultural de la figura de Santiago Segura en este contexto es que ha hecho cine. Da igual si ese cine es mediocre, excelente o terrible. Es cine. Hala, ya vale. Ya es más. Cualquier persona que haya conseguido dirigir y estrenar un largometraje hoy en día merece respeto porque ha demostrado ser alguien con una fuerza de voluntad titánica, una capacidad para el trabajo notable, una inagotable afición a la insistencia, un gran aguante a las reuniones delirantes con gente muy inculta y unas tragaderas como las de un megalosaurio. En esos 18
terrenos, y sobre todo en el último, un director de cine me atrevo a asegurar que es, a priori, bastante superior a casi cualquier otro creador cultural. Pero, de entrada, solo en esos terrenos. Sin embargo, la realidad es que la hipersobrevaloración sistemática del cine en los medios de comunicación ha arraigado en el consumidor y la campaña publicitaria por el respeto al autor cinematográfico que Truffaut y sus coleguitas iniciaron en los 50 se nos ha ido de las manos. No tiene especial significación el hecho de que el 90% de los largometrajes contemporáneos que se estrenan en las salas comerciales sean una puta mierda pinchada en un palo. Al fin y al cabo, la revelación de Sturgeon es aplicable prácticamente a cualquier medio de expresión, género o subgénero que haya desarrollado una cantidad de producción suficiente. Un espectador principiante enfrentado a cuerpo abierto a la literatura, la música o el cómic deberá bucear también en muchas alcantarillas hasta encontrar alguna piedra preciosa. Lo perturbador es que, siendo el cine un arte tan lleno de grandes heces flotantes como cualquier otro, se le preste una atención mediática tan desmedida que produce esta vergonzosa sobrevaloración que se mide en centímetros cuadradados de papel de periódico y minutos de radio y televisión. Si una persona, angustiada por su desconocimiento y para poder sobrellevar su ignorancia, decide calificar de mierda todo el arte contemporáneo, todo el cómic o todos los videojuegos, es muy posible que pueda llevar una vida completamente al margen de todos esos medios. En cambio, si por estar un rato tranquilo, yo deseo que nadie me facilite por favor más información irrelevante sobre la posible adaptación al cine de El capitán Trueno lo tengo clarinete. Flashback encadenado: Juanma Bajo Ulloa en el salón del cómic de Barcelona del año 2000 firmando con buena acogida carteles falsos de una película que una década después a lo mejor puede que sea dirigida por otra persona. 19
Cuatro Bombas Bien Puestas Joan Ripollès Iranzo
¿Cuánto hace que en el cine español no asesinan a un presidente del gobierno, al Rey o tan siquiera a un mandatario autonómico, a un diputado, senador, alcalde o sindicalista? ¿A ningún argumentista se le ha ocurrido hacer discurrir los portentos de su trama por tan fértil venero de astucias y justicia poética? ¿A ninguno se le ha ocurrido pensar, pongamos por caso, que un alto mando del Ejército al que, en los años de academia, Su Majestad, entonces principito, contribuyó a hacerle la vaca, descubriéndose minado por una neoplasia fulgurante y carnívora, se sube a un avión y arremete contra el Palacio de la Zarzuela? ¿O que un constructor, al que el nuevo consistorio deniega una concesión en beneficio de un empresario con carné del partido, eche unas cuantas toneladas de cemento instantáneo sobre la familia del alcalde en el transcurso de un paseo dominical? ¿Será que los profesionales del sector no se permiten fabular sobre las cosas que a uno le gustaría hacer pero que no se pueden llevar a cabo porque quedaría feo? Me resisto a creerlo, por lo visto hay gente a la que le gustaría encamarse con la Cruz, el Bardem y la 20
Vega, y eso sale mucho en las películas. Parece que a algunos también les gusta elucubrar sobre la felicidad de los gordos, las putas, los minusválidos, los inmigrantes, los enfermitos terminales nerviosos... De eso existe celuloide impresionado a punta de pala. O sea, que películas de cosas que no hay pero que a algunos les gustaría que las hubiera, hailas. Sin embargo, no existen escenas tales como el director de La Caixa comiéndole las gachas a un negrazo que luego le abre el tercer ojo a la nipona, ni un sosias del Señor Botín despiezado por un charcutero del economato de su ciudad jardín. Siquiera se arremete en nuestras bobinas contra los policías por serlo; si se les siembra de plomo la calavera es por ser corruptos, como si hubiera policías buenos y policías malos, y la mera razón de erigirse en autoridad protectora de los posibles no fuera mérito suficiente para que alguna ánima bendita quiera llevarlos al cielo de una volada o pasarles por encima el camión de los escombros. Siempre fue el español un cine de putas buenas, pobres bien vestidos y guardias con su corazoncito, de co-
rruptos de derechas e intelectuales de izquierdas. Vamos, pura engañifa. Pero, puestos a mentir, a alguien se le podría haber ocurrido follarse a una abuela chochona, crucificar futbolistas, apuñalar niños cantores, zurcirle el escroto a las orejas a los presentadores del telediario, sacarle las tripas a los fabricantes de electrodomésticos, incendiar la bolsa de valores y, de paso, a los desvalorizados valores mismos, empalar a los concursantes de la tele, a los locutores de radiofórmulas y a los pilotos de fórmula uno, rociar con gasolina la mezquita de l’Hospitalet, Torreciudad, Rota o el Valle de los Caídos, meterle una bala en el entrecejo a un ministro o al Jefe del Estado... Pero no, la engañifa también tiene que ser correctita, bestselleriana, bienpensante y mal pensada; no vayamos a imaginarnos cosas raras, a ver las cosas como son y a descubrir como podemos mejorarlas. Es éste, pues, un cine conservador, como siempre ha sido, con el agravante de creerse tolerante y libre de prejuicios, un cine idiota, hecho por idiotas para los idiotas. Lo curioso es que, habiendo tanto idiota por ahí, las salas estén cada día más vacías. Ya hay quién dice que la salvación llegará de los pies de los futbolistas, proyectando los partidos de cada domingo y cada miércoles. Puede ser, el fútbol, por lo general, puede llegar a ser bastante más imbécil que película ninguna. Sin embargo, yo creo que la solución pasa por abrir un poco menos el culo y algo más la mente, y admitir siquiera la efímera amplitud de las propuestas argumentales. En mi opinión, con cuatro bombas bien puestas, nuestro país y nuestro cine alcanzarían tal nivel de calidad que nos verían y escucharían los idiotas del mundo entero.
COMENTARIO DE TEXTO (3/3) 1. El Cine es para tontos. 2. El Cine está sobrevalorado. 3. El Cine sólo sirve para contar chorradas.
Nombre: Jose Luis Pérez / Kaliyuga Yeyé Edad: 41 / 30 Población: Madrid / Neotokio 1. La cultura audiovisual es puramente un proceso del ocio. Borrada la trascendencia y el discurso político, sólo queda mirar tal y como un siglo de imágenes nos obliga, el ojo anestesiado, pero a la vez capaz de contemplar muy deprisa. Para el espectador, visionar los títulos de crédito de una serie de tv de hace veinte años se nos hace terrible por lo lento, y desazona, produce angustia el discurso pausado y lineal. 2. Totalmente de acuerdo: en mi estudio sobre la “Sci-Fi Explotation” para la web www.infracinemaposttrans. org, ya expliqué las razones por las que este medio se ha subvertido a partir de unas premisas equivocadas, como el discurso bizarro-ontológico y la depreciación de la grandeza del género de cine asiático de los años setenta. 3. Las chorradas son las mónadas de nuestra cultura, no se puede pretender un lenguaje audiovisual que cuente historias finiseculares, hay que indagar en la podredumbre de nuestros productos y el espectáculo de la tontería para crear emoción. 21
Muerto al llegar. Nacho Vigalondo
Toda generación sueña con ser la última, con ser testigos del Apocalípsis. O al menos uno. Cuando anunciamos la muerte del cine quizá estemos cayendo en la misma vanidad, la de pretender asistir al derrumbe de algo caro e inaccesible, pero visible. Pero vamos a pensar que esta vez sí; el cine, como confluencia de un lenguaje y unas formas de consumo se va definitivamente a la mierda. Hoy mismo recibo noticias (rumores tras la cortina, no tengo notas de prensa a la mano) de que Universal, uno de los grandes estudios, ha limpiado de su plantilla todo aquel directivo que pueda representar la producción de cine de director, no confundir nunca con cine de autor. Nos referimos a esas películas que, al margen de temas, rostros y retóricas, encuentran su primer reclamo (hablo de posters y despachos) en la figura del director. Me refiero a “la última de Scorsese” y demás. En realidad este movimiento, muy extendido en Hollywood, es la prolongación, un pelín más insospechada de la cuenta, de una tendencia que comenzó de unos pocos años para acá, cuando las grandes multinacionales decidieron cerrar esas subdivisiones aparantemente author-friendly que pretendían cubrir ese nicho de espectadores inquietos y académicos con sentido del deber descubierto por Sundance y sus ramificaciones, a primeros de los noventa. La industria del cine parece haber dicho ya basta a la fantasía de la independencia-espectáculo, con películas bañadas de sinceridad-espectáculo y personalidad-espectáculo. Asumiendo que el cine consecuente con su naturaleza es el franquiciado, las adaptaciones de altos vuelos, las secuelas, las adaptaciones, las reimaginaciones. Ayer mismo leí la carta a El País escrita por Jaime Rosales en la que, en un acto de sincronía con las políticas de grandes estudios, se posiciona a favor de la polarización, a través de las ayudas públicas, de un cine como industria frente a un cine como objeto de interés tanto artístico como cultural (intereses que deben combinar entre sí de maravilla). Este fortalecimiento de los extremos se habría de llevar a cabo incluso sacrificando esa temeridad que Rosales llama “el cine intermedio”. De forma explícita se denomina a este cine aquel que no es ni caro ni barato. Pero no hay que indagar mucho en el texto para ver que también alude a una posible mezcolanza impura de intereses artísticos y mercantiles, en la que ambas acaban saliendo perdiendo. 22
Estas formas puras de cine a las que se están aludiendo, como solución ante una crisis que no parece tanto creativa como económica, parecen contar con modelos sólidos (el propio cine de Jaime Rosales y demás avanzadillas desde Cannes a un lado y los blockbuster en 3D en el otro). Pero ¿Ha tenido el cine el tiempo o la habilidad de evolucionar hasta posibilitar esta limpieza de objetivos? Por un lado vemos que el cine de interés parece bastante confundido acerca de la naturaleza y opciones de ese interés. Las artes plásticas, los géneros literarios y la representación escénica han encontrado la forma de concretar en autores y obras el compromiso por el lenguaje y la estética como un acto en sí mismo. Pero el cine de interés a día de hoy, parece mucho más incapaz que hace unas décadas de separar o siquiera marcar las fronteras entre la responsabilidad formal de la responsabilidad social, la descripción de problemáticas y marginalidades. Y si uno lee publicaciones en la cúspide como la Cahiers du Cinéma vemos que valores como la emoción siguen siendo determinantes a la hora de valorar los resultados de una película. Y aunque emoción es un término amplísimo, parece remitir siempre al mismo estado en el espectador... El mismo que, casualmente, buscan provocar los melodramas de baja estofa. Y el cine “de interés” que rechaza de pleno este mecanismo es categorizado con términos excluyentes hasta decir basta como Videocreación. Por el otro lado, el cine espectáculo todavía no ha conseguido desquitarse de los cánones que lo atan a las necesidades de trascender, o parecerlo. Frente a la limpieza del carril de una montaña rusa o la descarga de adrenalina del puenting, el cine de masas no sólo conserva con fascinante pulcritud los modelos estructuales del relato clásico (lo que tiene un perdón, y hasta una explicación) sino que además insiste en bañar de aparente relevancia la comedia más sinvergüenza o la acción más desatada, de un modo ya casi imperceptible, por asumido. La naturaleza última de los personajes, el entramado moral de la narración y las condiciones éticas del desenlace se construyen a día de hoy bajo unas reglas sistematizadas que buscan apariencia de significación. Como una montaña rusa con redención garantizada en su último loop. Y el cine de consumo que rechaza de pleno este mecanismo es categorizado con términos excluyentes hasta decir basta como Pornografía. Si el cine muere, su historia habrá sido como la de un triste bebé que, inmediatamente después de nacer, fue colocado al volante de un camión a toda velocidad, para estrellarse contra un muro a los pocos segundos. Pero si, antes de morir, prospera este intento de separar de forma definitiva unas intenciones todavía inmaduras, nos enfrentaremos a un grotesco desenlace: Antes de aplastarse contra el volante, a este bebé se le quiso extirpar un hermano siamés que nunca estuvo allí. 23
El cine como generador de culpa (o váyase a juzgar a su madre, oiga) Alberto Haj-Saleh
El cine me hace sentir culpable. Es como una novia que te acusa de no estar -¿dónde? En ninguna parte, simplemente de “no estar” en general, que es tan ambiguo y tan jodido como “no comprender”, “no saber”, “no intuir” o, ojito, “no acordarte de”-, una madre que te acusa de que la vas a matar o un trabajo freelance que te acusa de no estar haciéndolo en lugar de jugar otra vez al Pro Evolution, ver a Repronto o estar pendiente de la Copa Davis. Pues así es el cine para mí: un mamón que me oprime. Cuando tenía diez años me llevaron a ver Bitelchús, cómo no estar emocionado ante una película cuyo eslogan era “el loco fantasma que a todos pasma”. Después de hora y media tenía clara una sola cosa: no me había hecho ni puta gracia. Al salir, todo a mi alrededor era revuelo y goce y yo no entendía qué era lo que tenía de bueno lo que acabábamos de ver. Me sentía fatal conmigo mismo, así que cogí lo único que me había divertido de la película y lo solté en voz alta: “¿Y cuando se ponen todos a cantar en plan caribeño en la mesa? Qué risas”. Eh, de repente todos asentían enérgicamente a mis palabras, yo había acertado, yo era uno de ellos. Luego repetí el truco más veces, “¿Bitelchús? De muerte. Hay una escena buenísima en la que bla bla”. Al año siguiente supliqué durante semanas para que me llevasen a ver Batman el día del estreno en cines. Madremía, qué cosa más emocionante, qué colas en el cine Delicias, yo ahí, con mi prima y con no sé quién más, a ver ese Michael Keaton petadísimo diciendo “I’m Batman” y cosas así. Mi hermano, supervillano de esta historia, me había picado porque él la había visto ya en Inglaterra y me decía cosas sueltas (ahora se llaman spoilers). Que si fíjate en el bailecito del joker, que si no veas cómo está Kim Basinger, que si Batman no tiene pezones... mogollón de estímulos. Vaya pedazo de truño. La película me pareció un asco de principio a fin y yo no quería que acabase sólo por la ansiedad que me provocaba no poder ser sincero a la salida. Es que yo SABÍA que le gustaría a todo dios y a mí sólo me daban ganas de morirme. ¡Por dios, el día anterior había visto Condor24
man en el vídeo comunitario y era infinitamente mejor! Me pasé todo el rato tratando de buscar la escena guay que poder recordar en voz alta y así repetir la hazaña de “Bitelchús” pero nada, sólo se me ocurrían las que ya se veían en el tráiler. Así que salimos del cine en un clima de euforia y entonces hice lo único que se puede hacer en una situación así: huir hacia adelante. Proclamé con voz firme que aquello era una mierdaca. Hale. Ya era yo el malo. Ya era yo el duro. Ya era yo... el entendido. Exitazo para tener sólo once años. ¿Y las tetas? Vaya, en la era pre-internet el cazar una teta a tiempo en la pantalla de cine era algo maravilloso, pero tenía que ser en la más absoluta de las soledades o, como mucho, con algún amigo-primo decididamente más gamberro que uno. ¿Que a Ripley se le ven las bragas al final de Alien? Pues a pasarlo p’alante y p’atrás en el vídeo. ¿Que mi primo tiene grabado Los novatos en la cinta que pone Willow? Pues a verla en la noche en la que “se queda a cuidarnos”. Pero el día que uno se las da de guay y alquila sin saber qué coño hace El cielo protector, y luego la pone el viernes noche con toda la familia abuela incluida y entonces, oh ah, una argelina rotundísima le mete un pecho más grande que mi cabeza a John Malkovich por la bragueta del pantalón... ahí que todo el mundo me mira a mí primero y a la pared después. Yo qué sabía, leñe, yo qué sabía. Ver tetas sí, ver tetas con tu madre jamás. Ay. Jamás. Pero esto sólo era un aviso de lo que vendría después. Mi hermano – ya saben, el supervillano – empezó a ver películas en blanco y negro y westerns. De repente utilizaba palabras como magistral o fundacional y decía cosas como “joguar joks” o “yon for”. Él sí que sabía y yo no era más que un pigmeo ignorante que se limitaba a leer las reseñas de la Fotogramas. El tío llenaba su carpeta de fotos de clásicos y yo en la mía tenía a Julia Roberts y a Michelle Pfeiffer, ¿pero dónde me creía que iba? La venganza se me presentó inesperadamente en los cines Azul, cuando en busca de qué sé yo qué película, mi amigo Juanlu y yo nos quedamos sin entradas y nos metimos a ver La estrategia del caracol, una película colombiana. Ah, que mara25
villa, ah, que gozosa, ah... mi hermano no había oído hablar de ella. ¡Ahí estaba, ese era mi nicho, ese sería mi refugio! Yo iba a ver películas... ¡raras! Intelectual, culto, underground, alternativo. Yo ahora miraba por encima del hombro y decía cosas como contraplano o contemplativo y nadie tenía huevos de rebatirme nada. Entonces... llegó Internet a decirme que yo no era más que el escarabajo dentro del reino animal de los cinéfilos. ¿Cine filipino? ¿Apitchetpong Wheerasetakul? ¿El lado sensible del cine de Sokurov? ¿Pero qué coño? De un bofetón habían vuelto a colocarme en la cola del pelotón y yo aparecía como un farsante, como un medianía. Ahora todos me señalaban y decían “tu no sabes na-da”. Y mientras en la tele volvían a dar Matrimonio de conveniencia yo me sentía culpable y me obligaba a ver cine británico social de los ochenta. Entonces llegó una nueva epifanía, un nuevo renacer, la última oportunidad de redimirme y destrozar mis remordimientos por ser tan inculto cinematográficamente. Lo recuerdo perfectamente, fue viendo Honor de Cavallería, portada de la Cahiers du Cinema, la obra maestra de Albert Serra. Cuando la película terminó me levanté y con un dedo tembloroso señalé a la pantalla gritando: ¡ES UNA PUTA MIERDA! Ese iba a ser mi camino, esa era mi llamada interior: yo estaba en la tierra para ser un cinéfilo de festival pero con el objetivo de desenmascarar a los críticos que admiraban el vacío. El castigador de los discursos fatuos. El ejecutor. Por fin había encontrado mi lugar en el mundo y la culpa se diluía en la nada. Podía sentarme en mi trono de cinéfilo y mientras completaba mi educación en clásicos por las noches, durante el día masacraba a los falsos críticos porque, eh, yo sí que sé de esto. Y entonces... entonces mierda. Había más como yo, gente que con un espíritu crítico exquisito volvía la vista a la cultura pop y al cine de entretenimiento y lo dignificaba. Gente que me miraba y me decía: ¿cómo que no has visto Morirai a mezzanotte de Lamberto Bava, qué es eso de que no te gustan las películas de zombies, cómo es posible que no veas la poesía en las películas de Hong Kong de los años ochenta? El universo de ese nuevo cine se expandía ante mis ojos y yo, de nuevo, ay, otra vez, no había visto nada. Na-da. Anda y que les den. A ustedes y al cine.
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Otros artefactos de l3.b.a.s:
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