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Vicente J. Villena Sanz, Majoral 2020
Vicente J. Villena Sanz Majoral 2020
LA MAJORALIA D’ENGUANY
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RECOGIENDO EL TESTIGO
Domingo de Ramos de 1990. Mi padre es Mayoral y me coge en sus brazos. Mi madre al otro lado de la cámara, y yo todavía no soy consciente de nada, pero intuyo que algo pasa. El ruido de los tambores, el olor de las ramas de olivo recién cortadas y esa pequeña palma blanca serán mis primeros recuerdos en una “fiesta” que me acompañará toda la vida.
Ha llegado mi año, y aunque en la portada de este libro aparezca “2020”, fue el año 1990 y recibir ese cordón morado con la medalla, lo que marcó el inicio de esta aventura. Ha sido un recorrido largo con algunos momentos duros, pero
pese a todo ha sido bonito y divertido. Recuerdo a mi hermana Rebeca ayudándome a abrochar ese último botón de la vesta mientras mi madre me decía que llegaba tarde y mi padre todavía sin su vesta fotografiaba esta imagen que se repetía cada año.
Por ello estas líneas van para ellos: Mi familia, pilar fundamental para mi. Han forjado mi carácter y han estado y estarán siempre. También me acuerdo de los que han ido llegando y me han acompañado en este camino, y de los que ya no están y nunca olvidamos. Como dice mi hermana ‘Somos un poco de cada una de las personas que nos rodean’.
Y yo no he podido rodearme de mejores compañeros de Mayoralía. Las experiencias que hemos vivido juntos han sido muy especiales, desde los pequeños detalles hasta los actos más importantes, todo lo hemos disfrutado y a pesar de la distancia que a algunos nos separa por vivir fuera, hemos estado unidos. También hemos vivido momentos de tensión, pero ganan los momentos de risa, celebración y alegría. Es complejo poder plasmar en estas líneas todo lo vivido y el sentimiento que supone para nosotros esta semana vivida desde la fe, porque no hay palabras que puedan expresar algunos de esos instantes. Si me tuviese que quedar con uno, sería cuando entramos a la Ermita de la Sang con La Soledad a hombros después de la procesión y nos miramos entre nosotros, sabiendo que no hace falta decir nada porque la misma emoción que siento yo, la están sintiendo ellos.
Y solo me queda decir: