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María José Gimeno Cardona
María José Gimeno Cardona
ASPECTE SOCIAL DE LA CONFRARIA
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PREGÓN 2019
Señor Prior, Don Camilo Bardisa; Alcalde del Ayuntamiento de Sagunto, Don Francesc Fernández; Autoridades; Presidente de la Cofradía, Don Miguel Chordá; Clavario, Mayorales y Cofrades; vecinos y vecinas de la ciudad de Sagunto.
Antes de comenzar la tarea que hoy me habéis encomendado, permitidme que os de las gracias, de todo corazón, por haberme elegido pregonera de la Semana Santa Saguntina 2019. Una labor que me llena de orgullo, porque, si algo sé, desde mis primeros años de vida, es lo que significa esta fiesta para nuestro pueblo y la grandeza de su celebración.
Pero al mismo tiempo, entre los muros de esta centenaria y sagrada ermita de La Sang, he de confesar que siento el peso de la responsabilidad, ante el temor de no ser capaz de pronunciar palabras que sepan describir debidamente la solemnidad de esta fiesta, tal y como merece. No obstante, y aunque el encargo que me habéis hecho es muy grande, os aseguro que el honor es todavía mayor, por lo que solo espero poder estar a la altura de vuestras expectativas.
Sí. No os lo voy a negar. Hoy me hago más pequeña que nunca y, con humildad, me arrodillo ante nuestra Semana Santa Saguntina, porque por mis venas corre sangre cofrade.
Yo, María José Gimeno Cardona, vecina de esta bella ciudad que me vio nacer y periodista de profesión, soy hija de María Vicenta, pero sobre todo, hoy, me siento hija de Francisco, mayoral, en dos ocasiones. Pero también soy madre, hermana, sobrina, tía, amiga y vecina de cofrades. Por eso os digo, que si algo sé es de la solemnidad y del respeto que me infunde esta fiesta, puesto que la he vivido y sentido, con intensidad y profundo amor, desde que tengo uso de razón.
Una fiesta que aprendí a amar siendo muy niña, cuando mi padre me despertaba cada madrugada de Viernes Santo para acompañar al Nazareno, en el escenario
del calvario saguntino, a los pies de las murallas del castillo. Me llevaba de la mano, entre el gentío, para asegurarse de que no me perdiera.
Yo alzaba mi mirada infantil para buscar al Nazareno, portado a hombros por los mayorales; entre esfuerzos y sudores; entre la oscuridad de la noche y las luces de las antorchas; con el sonido del tambor de los sayones; con el estruendo de los golpes de sus lanzas contra el suelo; al grito de “Puríssima Sang de Jesucrist”. Esos inconfundibles sonidos…
Aquel que subían a hombros por el calvario, estación tras estación, era “mi Nazareno”. Jesús de Nazaret, del que me enseñaron que era ejemplo de bondad, que curaba a los enfermos, que defendía a los marginados, que nos enseñó a amar al prójimo, que nos dejó el mejor legado de esperanza… “Mi Nazareno”, que ante mis ojos de niña, esa madrugada, se presentaba víctima del sufrimiento más extremo. Y os aseguro que sentía que mi alma lloraba, al mismo tiempo que contenía la respiración cada vez que lo veía arrastrar su pesada cruz, ensangrentado y coronado de espinas.
No entendía nada. Me apenaba ver aquella escena. Y no soltaba la mano de mi padre, a la que me agarraba fuertemente, con la seguridad que siempre me infundía. Con mi mano en su mano todo era más fácil y, a mis cinco años, estaba segura de que él lo sabía todo. Así que, constantemente y con cierta ansiedad, le preguntaba cuál era el motivo de su castigo, el porqué de cada parada, el significado de cada sonido y el de cada silencio... Y él, pacientemente, me respondía a todo.
Él me enseñó todo lo concerniente a la Semana Santa, pero lo más importante: me inculcó su amor por la fiesta. Y supo hacerlo con la misma emoción y pasión con la que hoy intento hablaros.
Ahora vuelvo al presente. Hoy es 14 de abril de 2019, Domingo de Ramos. Una jornada de júbilo en la que los vecinos y vecinas de Sagunto hemos vuelto a tomar las calles de la ciudad, alzando las palmas y ramas de olivo con entusiasmo, para rememorar la entrada de Cristo a Jerusalén. A lomos del borriquillo, entre vítores y la alegría de la luz que nos trae cada primavera.
Hoy es el punto de arranque de los días grandes de la Semana Santa Saguntina que pone fin a la Cuaresma. Emoción a flor de piel, porque estamos inmersos en la fiesta. Una fiesta que volveremos a revivir de la mano de la Mayoralía de 2019, encabezada por su clavario, Rafael Benavent Bahílo, arropado por sus 14 mayorales, Ilusionados, emocionados, felices… junto a vuestras familias. Porque, tras muchos años de espera, por fin os ha tocado el turno de hacer “La Festa”. Y los
vecinos y vecinas de Sagunto lo celebraremos con vosotros, con el mismo entusiasmo que reflejan vuestros ojos, con la misma emoción que os invade. Cuántos momentos únicos os esperan por vivir estos días. Cuántos nervios contenidos. Cuánto trasiego en cada casa en la que habita un mayoral...o dos. Cuánto esfuerzo el realizado por vuestras familias para hacer realidad vuestro sueño. La Semana Santa soñada por vosotros ya está aquí; y la tradición, en la que habéis crecido, la volveréis a vivir este año, pero desde otra posición, la de mayorales.
Y con la Semana Santa, regresarán de nuevo sus sonidos. Sonidos que entrarán como espadas sagradas en nuestros corazones y nos harán vibrar de nuevo para invitarnos al recogimiento, a la fe y a la tradición; en cada procesión, en cada acto...
Mañana, el Encuentro del Nazareno con la Virgen de la Soledad en la plaza Mayor no dejará a nadie indiferente. Madre e Hijo serán acompañados por todo el pueblo de Sagunto, portados a hombros por mayorales. En un momento, en el que todas las que somos madres y todos los que somos hijos nos emocionaremos en el instante en el que ambos entrelacen sus miradas. Cara a cara, en la despedida más dolorosa de la historia.
Del mismo modo, la Procesión del Silencio volverá a sobrecogernos, al paso de los más de 1.500 cofrades que a cara descubierta desfilarán, hacha en mano, con la única y tenue luz del fuego de sus antorchas. Silencio abismal. Respeto absoluto. Espiritualidad a flor de piel. Y de nuevo ese silencio. De nuevo esos sonidos…
Y las iglesias y ermitas de Sagunto, engalanadas con flores y olor a incienso, volverán a abrir sus puertas el Jueves Santo para invitarnos de nuevo a la reflexión, al recogimiento y a la oración. Al mismo tiempo, los mayorales nos acompañarán en la visita a los monumentos, con su presencia, con su paso firme, al son de las bandas de cornetas y tambores, y con sus hachas encendidas, como preludio de la muerte de Cristo.
Sí. El día se acerca. El Viernes Santo arrancará de madrugada con la subida al calvario, en la que miles de personas volveremos a recorrer las estrechas y empinadas calles de la Ciutat Vella para acompañar al Nazareno. Mayorales, sayones, tambores... frío, mucho frío es lo que sentiremos en nuestro interior, porque se acerca la muerte de Jesús de Nazaret, torturado hasta su último aliento en la cruz. Cada vez que las lanzas golpean el suelo vuelvo a tener cinco años. Golpes de lanzas que de nuevo me invaden los sentidos. De nuevo, esos sonidos...
Cuando se acerque la noche, tras la particular Subhasta y el Sermò del Desenclavament, mayorales y cofrades volverán a desfilar. En esta ocasión, con sus rostros cubiertos de luto y duelo, y con las colas de sus vestas extendidas; tal vez ,para manifestar, todavía más, el profundo dolor por la muerte del Redentor.
Tan solo veremos el resplandor de sus ojos, iluminados por el fuego de las antorchas. Rostros que tan solo descubrirán para besar la Vera Cruz, en esta misma ermita en la que hoy nos hallamos.
Antes, mientras recorren en procesión las calles de Sagunto, no sabremos nunca quienes son. Aunque les preguntemos mil veces en voz baja, tan solo extenderán su brazo ante nuestra súplica de “un caramelet”; tal vez, como único modo de aliviarnos en la tortura y el sufrimiento de Cristo.
Y es ahí cuando vuelvo a retroceder en el tiempo y veo a la niña que un día fui, abriendo la blanca palma de mi mano para recibir ese dulce tan preciado. Sentada en el frío escalón de mármol de la puerta de mi casa, en la calle Mayor. Con nerviosismo, esperaba la llegada de todos y cada unos de los pasos. Pasos hechos y moldeados para recordarnos la vida y muerte de Jesús; para recordarnos las páginas de los evangelios.
Imágenes que han quedado impregnadas en mi memoria. Como la de Jesús llegando a Jerusalén, entre palmas y ramas de olivos, aclamado por el pueblo. La última cena de Jesús, con sus 12 discípulos, en la que se encuentra Judas; que tras una noche de oración en el Huerto de los Olivos, con un beso envenenado, traicionará al maestro…
Sigo sentada en mi escalón, con el abrigo puesto y mi vestido de los domingos. Veo que se acerca el paso de la flagelación, en el que Jesús, atado a una columna, es humillado, azotado...Todos los niños y niñas de Sagunto hemos crecido con temor a esa imagen, a esos ojos. Los ojos de quienes golpean, humillan… los de quienes maltratan.
Quiero apartar la mirada de esa imagen y, al mismo tiempo, no puedo dejar de hacerlo; porque la maldad del que golpea y la bondad del que perdona se reflejan en ese paso, a partes iguales, como en la vida misma.
Alzo de nuevo mi cuerpo. Se acerca El Ecce Homo… “He aquí al hombre”. Palabras que pronunció Poncio Pilatos cuando presentó a Jesús ante la muchedumbre hostil, lacerado y coronado de espinas. Una imagen que vosotros, Mayorales de 2019, lleváis desde hace años en vuestros corazones y, hoy, bordado en hilo de oro y seda en vuestros cinturones, para grabar ese momento en el que la portas-
teis por primera vez a vuestros hombros. Imagen que lleváis junto al símbolo de la cofradía, nuestra Vera Cruz, que tanto respeto nos impone.
La Vera Cruz, la que no puede tocar suelo. La que sólo vosotros podréis portar este año. La que os verá romper en llanto de emoción cuando paséis con ella ante vuestras casas.
Será allí, en vuestros hogares, entre las paredes que os han visto crecer y haceros hombres, donde estarán vuestras familias. Todas las personas que os quieren, las presentes y las ausentes, y en cuyos ojos os reflejaréis esa noche. Y las miraréis, estén donde estén, emocionados; como se emocionaron otros en el pasado y como se emocionarán vuestros hijos el día que seáis vosotros quienes los veáis pasar.
Estos días Sagunto se convertirá en un inmenso templo de alfombras moradas en el que el que las procesiones, las representaciones del amor de Jesús y de su entrega sin límites, volverán a invadir nuestros sentidos...
Viernes Santo es el día del odio, del horror, del sufrimiento, de la muerte. Pero el Sábado la luz volverá a brillar con más intensidad que nunca y el repique de las campanas nos anunciarán que Jesús ha resucitado. El Viernes Santo no será la última palabra. No. La última palabra será el triunfo de la vida. La última palabra será la victoria del bien sobre el mal.
Me habéis pedido que hoy sea vuestra pregonera. La función de los pregoneros, antiguamente, era llevar noticias para su pueblo. Así que he de cumplir mi misión…
Dicen que las historias se repiten... Y es cierto. Hoy, casi dos mil años después de la muerte y resurrección de Jesús, seguimos viendo en todo el mundo las mismas imágenes que estos días mostrarán los pasos en nuestras procesiones: traición, cobardía, violencia, torturas, injusticias, violación de los derechos humanos, asesinatos de niños, de mujeres, de hombres...
Y debemos recordar que es ahí donde Jesús sigue sufriendo y que volverá a ser humillado cada vez que una persona sea menospreciada, discriminada o golpeada, en cualquier situación de la vida. Cuando marginamos a los inmigrantes, cuando olvidamos a los refugiados, cuando nos desentendemos de las personas que nada tienen para comer, de las que están pasando por dificultades o cuando miramos hacia otro lado para no querer ver las desigualdades que, todavía hoy, existen en el mundo. Debemos saber que en todas y en cada una de esas situaciones estamos humillando a Cristo. Así nos lo recordaba también hace pocos días el Papa Francisco.
No. No hemos aprendido la lección. Pero debemos luchar para que la luz vuelva a ganar a las tinieblas. Para conseguir, desde la paz y la esperanza, un mundo sin violencia, sin injusticias, sin humillaciones, sin corrupción. El mundo que Cristo predicó y quiso para toda la humanidad. El mundo por el que Cristo dio su vida.
Nuestra Semana Santa Saguntina, con más de cinco siglos a sus espaldas, es una de las celebraciones más antiguas de España. Declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, pero a la que le auguro y deseo muchos más reconocimientos, una evolución natural y una trayectoria aún mayor.
Una fiesta que, a pesar de su longevidad, no ha perdido ni un solo ápice de su grandeza. Todo lo contrario, ha ganado, con el paso de los siglos, en número de actos religiosos y de cofrades. Cofrades que desde que nacen son llevados desde la misma cuna hasta esta ermita, para pasar a formar parte de las listas de la Cofradía de la Purísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Aún recuerdo, como si fuese ahora, el momento en el que el primer bebé que nació en mi familia fue enfundado en una minúscula vesta negra y traído hasta este recinto sagrado para ser honrado con la medalla cofrade. ¡Qué gran honor!
La imagen de mi padre, mayoral y apasionado de esta fiesta, llevando en brazos a su primer nieto con tan solo unos meses de vida es otra de las estampas que han quedado presas en mi memoria y en mi corazón. Esa imagen es para mí un recuerdo personal, pero también simboliza un recuerdo colectivo: el del arraigo de todo un pueblo, el de la trasmisión de los valores y de las tradiciones de padres a hijos. Algunos de vosotros recibisteis la medalla de cofrade siendo aún muy niños. Así disteis ese primer paso de amor incondicional por la Semana Santa Saguntina, antes incluso de tener conciencia de lo que hacíais. Una tradición que, seguro, la seguiréis trasmitiendo a las generaciones venideras.
Esta es la fiesta de todos los saguntinos y saguntinas que vivimos estos días con especial intensidad, desde la fe, desde el arraigo, desde la tradición, desde el sentimiento. El sentimiento de todo un pueblo unido, que cada año se vuelca con esta fiesta, colaborando con sus aportaciones y con su presencia masiva en cada acto, en cada procesión.
¡Esta es nuestra Semana Santa! Y os animo a que seamos los mejores embajadores de ella. Y que allá por donde vayamos contemos siempre, con humildad, pero al mismo tiempo con la cabeza bien alta, la grandeza y las particularidades de nuestra fiesta. Porque creo, sinceramente, que es digna de ser conocida por todas las personas que aún no sepan de ella.
Cómo sabéis, mi profesión me lleva a ponerme delante de un micrófono y a hablar en público todos los días. Hoy os he de confesar algo. Hoy no he hablado yo. Os ha hablado mi corazón. Porque cuando se siente tanto amor y devoción, como siento yo por esta fiesta, muchas veces las palabras sobran y otras salen solas; como las lágrimas en un día negro o una sonrisa en un momento de felicidad.
No quisiera finalizar este pregón sin agradecer el enorme esfuerzo que hace la Cofradía de la Purísima Sangre para que esta fiesta luzca como merece. Y felicitar, como no, a la Mayoralía de 2019 por toda su implicación y trabajo, para que todo esté a punto para las celebraciones.
Tampoco quisiera irme sin antes daros de nuevo las gracias por el honor que me habéis hecho al hacerme este encargo. Al tiempo que os animo a que viváis con plenitud, intensidad y fervor la fiesta; junto a vuestras familias, junto a todo el pueblo de Sagunto y de todas aquellas personas de otros lugares del mundo que vengan atraídos por la belleza de nuestras celebraciones.
¡Qué la Semana Santa Saguntina vuelva a llenar las calles de la ciudad de tradición, pasión, sentimiento, fervor y emoción! ¡Y qué vuelva a invadir todos nuestros sentidos con sus particulares sonidos! ¡Los de las cornetas y tambores, el de las telas de las vestas rozando el suelo, el del olor a cera de las hachas, el aroma a incienso y flores de los recintos sagrados y el color morado que ya tiñe nuestra ciudad!
Dicho esto, tan solo me queda desearos que paséis una feliz Semana Santa y Pascua de Resurrección, al grito del sonido más significativo de nuestra Semana Santa Saguntina: