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Solos en casa / Alone at home

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John Paul Evans

John Paul Evans

Una casa, su casa y mi casa, es algo más que un proyecto arquitectónico, más que una unidad de construcción. Mucho más que un espacio diseñado para habitar. Una casa, todas y cada una de las casas, desde las más lujosas y grandes hasta las más sencillas, las más pequeñas y las más humildes, es ese lugar en el que cuando entramos nos sentimos seguros, a salvo de la vorágine que dejamos detrás de la puerta. Es como cuando jugamos al parchís y llegamos a unas de esas casillas en las que estás seguro, donde ningún otro jugador te puede comer, y tú respiras y descansas antes de volver a salir a la lucha diaria.

Una casa es ese lugar en el que hemos estado, prácticamente todo el mundo en todo el planeta encerrados un buen número de meses, solos y sin salir. Sin previo aviso nos hemos tenido que quedar todos en casa por nuestra seguridad y la de los demás, aislados, confinados. Hemos tenido que trabajar, comer, dormir, socializar, compartir en ese espacio en el que hasta ese momento apenas pasábamos muchos de nosotros un mínimo espacio de tiempo, tal vez solo para dormir y algo más los fines de semana. Dependiendo del clima de cada zona de la tierra, las casas son cuevas o lugares abiertos y de paso, pero de pronto todo fue un espacio cerrado, a veces compartido y otras muchas en soledad. Hemos comprendido la importancia de la luz, de la comodidad, de la eficacia de nuestras casas, hemos cambiado de forma de vestir, de comer, muchos han vuelto a hacer ejercicio, otros han regresado a los libros. Pero todo ha sido entre esas pocas paredes que delimitan nuestra casa. Es un fenómeno mundial que, sin duda, ha dado un giro a la mentalidad de la humanidad, un giro hacia la esencia de la vivienda, de lo que debe ser y de lo que significa.

Todo ser humano tiene el derecho universal a una vivienda digna y adecuada según está contemplado en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sin embargo, los sin techo son una legión que crece en las grandes ciudades, y la emigración forzosa, por guerras, desastres naturales, cuestiones políticas, genera riadas de personas, de millones de personas que abandonan sus hogares hacia la nada, dejando atrás sus casas y sus pertenencias, una parte esencial de su vida y de sus personalidades, de aquello que son. Paul B. Preciado dijo “Si quieres cambiar a un hombre, modifica su apartamento”, la pérdida de su casa, de su apartamento le cambiará la vida para siempre, aunque consiga (algo difícil) un nuevo hogar algún día. La casa, la vivienda, se ha convertido en un objeto de lujo, algo inalcanzable para muchos, incluso para personas con trabajo en las ciudades modernas que comparten piso, reduciendo su casa a una habitación, mucho más allá de la juventud. La especulación inmobiliaria debería ser un delito perseguido internacionalmente en lugar de un espléndido negocio.

Una casa es mucho más que esto, es también un álbum de imágenes recordadas, de momentos pasados, un retrato de quien la habita y una película de nuestra vida: la casa de los abuelos, la de los padres, la primera en que viviste solo, donde vives con tu familia, la casa donde veraneabas de niño… cada una diferente, como diferente eras tú en el momento en que vivías en cada una ellas. “Imaginar una casa es imaginar el mundo entero” (Yona Friedman). Pero no hay una casa ideal, como no hay un hombre ideal, cada casa se hace viviendo en ella. “La casa ideal es la que uno puede hacer suya sin alterar nada” (Alison y Peter Smithson). La casa ideal es la tuya, es la mía, es en la que vives y puedes aislarte del exterior, en la que eres feliz, y puedes estar solo, es esa a la que llamas “mi casa”. ¶

Rosa Olivares

* Todas las citas de este texto están tomadas del libro Mi casa, tu ciudad. Privacidad en un mundo compartido. Fernanda Canales. Puente editores, Barcelona 2021

English

A house — your house and mine — is much more than an architectural project, more than a unit that has been built, and much more than a space that has been designed to live in. A house — each and every house, from the biggest and most luxurious to the simplest, the smallest and the most humble — is a place in which we feel safe when we walk through the door, protected from the chaos of the world we leave behind us. It is like landing on a safe square in ludo, where no other player can eat you and you take a deep breath and rest before returning to the fray again.

A house is the place in which virtually everyone across the world has been locked in for the last few months, alone and without being able to leave. With no prior notice, we have all had to stay at home for our safety and that of others, isolated and confined. We have had to work, eat, sleep, socialise and share in a space in which many of us spent only a minimum amount of time before, a space that was solely for sleeping in and perhaps spending a little more time at weekends. Depending on the climate in your part of the world, your house might be a cave or an open place where you pass through. Yet without warning it became a closed space, sometimes shared but on many other occasions not. We have come to understand the importance of light, of comfort, of the efficiency of our homes. We have changed the way we dress and the way we eat. Many of us have started to exercise again. Others have gone back to books. And it has all been done between the few walls that mark out our house. It is a global phenomenon that has undoubtedly changed humankind’s mindset and made us contemplate the essence of a house, what it should be and what it means.

Though the right to adequate housing is enshrined in Article 25 of the Universal Declaration of Human Rights, homeless numbers continues to right in big cities, while forced migration brought about by war, natural disasters and political upheaval creates waves of millions of people who have no option but to abandon their homes and all their possessions and venture into the unknown, leaving behind them an essential part of their lives and their characters, an essential part of who and what they are. Paul B. Preciado said, “If you want to change a person, change their apartment.” The loss of a house, an apartment, can change a person’s live forever, even if they are later able to acquire a new house, though that is no easy task. The house has become a luxury item, unattainable for many, even for those with jobs in modern cities who flat-share, their homes reduced to a room, way after their youth is over. Property speculation should be a crime prosecuted around the world; not an attractive business.

A house is much more than this. It is an album of remembered images, of past moments, a portrait of who inhabits it and a film of our lives: your grandparents’ house, your parents’ house, the house where you first lived alone, where you live with your family, where you spent summers as a child… each of them different, as different as you were when you lived in each of them. “To imagine one house is to imagine the whole world” (Yona Friedman). And yet there is no ideal house, just as there is no ideal man. A house is made by living in it. “The ideal home is the one you can make yours without changing anything.” (Alison and Peter Smithson). The ideal home is yours. It is mine. It is where you live and where you escape from the outside world. It is where you are happy and where you can be alone. It is the house you call “my home”. ¶

Rosa Olivares

*All the quotes in this text are taken from the book Mi casa, tu ciudad. Privacidad en un mundo compartido [My House, Your City: Privacy in a Shared World]. Fernanda Canales. Puente editores, Barcelona 2021

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