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No hay nada casual en una obra de arte

Se dice que lo más difícil es empezar. En un texto es ya mítico hablar de ese enfrentamiento con la página (o la pantalla del ordenador) en blanco, vacía. El comienzo, el principio, puede ser brillante, generalmente con una cita ajena, y luego bajar el nivel hasta la nada, el abandono, el aburrimiento, la repetición. También las obras de arte llevan una cita en sus inicios, una cita de otro artista, un gesto, una señal, algo que ha impresionado en su memoria y sensibilidad al nuevo artista. Las influencias, lo aprendido, lo mirado, se nota. Dónde empezar es una duda eterna que nos acompaña a todos los que hacemos algo desde el vacío de una página en blanco, de una pantalla iluminada y vacía, desde un taller, un estudio limpio y ordenado. En el principio no fue el verbo, en el principio fue la duda.

Dónde se origina la primera obra de un artista suele tener mucho que ver con esa misma decisión de querer ser artista, con una obsesión por hacer, decir, crear algo, esbozar una idea, una sensación, un deseo. No siempre esa obsesión o esa idea se puede formalizar en palabras, en un guión, un boceto. Pero siempre subyace en ese deseo de ser y de hacer, un ego desbocado: la necesidad de ser diferente, único, de ser alguien… y de demostrarlo.

En la definición de ópera prima se juntan el genio y la inocencia, la curiosidad y la ambición, casi siempre el fallo y el fracaso, y la incomprensión. Y, no, las primeras obras no son las mejores ni las más originales. Salvo gloriosas excepciones, esas primeras obras se desechan rápidamente, se destruyen o se esconden y se intenta olvidarlas. Pero nunca hay nada casual en una obra de arte.

Una ópera prima es la primera obra de un autor. Pero realmente eso es algo tan privado y oculto que cuando se habla de la ópera prima de un autor lo que ofrece es otra cosa; es la primera obra que el autor considera adecuada para darse al público, para mostrarla como algo propio. Detrás (y también dentro, ya metabolizado) de esa supuesta primera obra están los intentos, los fallos, los errores, las repeticiones que no llegaron a ser. Insisto en que solo los genios y los ególatras dan por bueno realmente ese primer fragmento de su personalidad. Por eso sorprende que cuando los artistas recuperan esas primeras obras y las muestran en una exposición o en una publicación suelen ser excelentes, anunciaban el valor y la calidad del proyecto artístico del artista en cuestión. Y es que no son las primeras, esas se perdieron en el olvido, en una papelera. Lo que se muestra es la primera obra que reconoce su autor como obra, como algo digno de llevar su firma y de ser ofrecida en el altar del espectáculo del arte.

Recuperar esas óperas primas se está poniendo de moda últimamente, y son muchos los artistas que miran atrás y recogen aquellas series que definieron sus principios. A veces no solo no están nada mal, sino que pueden ser de lo mejor de toda su carrera; en otras ocasiones son lo único bueno. A veces marcan lo que desarrollará con los años y le hará ser reconocido como uno de los mejores, pero otras veces no tiene nada que ver con la obra que le ha hecho ser quien es hoy.

Al final de cada revista EXIT pueden ver la sección Portfolio, donde se muestran series o fragmentos de series de artistas más jóvenes, nuevos algunos, simplemente desconocidos aún otros. Esas imágenes son en muchas ocasiones óperas primas. Y, créanme si les digo que es un subgénero en sí mismo. Vemos en las óperas primas de muchos artistas hoy reconocidos imágenes que se repiten instintivamente en las de los jóvenes artistas de hoy, en otras óperas primas que retoman temas, miradas, que observan el mundo con la misma ansiedad e inocencia que todos los que fueron nuevos y desconocidos, jóvenes ayer. Así, este EXIT 92 se cierra sobre sí mismo en un círculo casi perfecto: todo él es una serie de portfolios. La sección final se ha comido de alguna manera toda la revista, dando pequeños brincos en el tiempo. Si el lector pudiera olvidar que los nombres de algunos de los presentes son de los más importantes de la fotografía actual, solo vería obras de jóvenes artistas buscando su camino hacia el futuro, un futuro en el que todos viven de diferentes maneras. De alguna manera este EXIT es el más joven de todos hasta ahora, en el que todos los artistas están empezando sus carreras. Así que disfruten, refrésquense con este aroma de juventud y busquen aquellos que van a durarles toda la vida en la retina. ¶

Rosa Olivares

Artworks owe nothing to chance

Getting started is always the hardest part, or so they say. Take literature and the blank page (or the blank computer screen), the now-legendary obstacle every writer faces. Beginnings can be brilliant, particularly if they start with a quote, but then the level can drop and things can tail away into nothingness, abandonment, boredom, repetition. Works of art also begin with a quote, the citing of another artist, a gesture, a sign, something that impressed itself on the memory and sensitivity of the new artist. Influences, learnings and observations are noted. Where to begin is an eternal doubt, felt by any one of us who embarks on an artistic undertaking from the void of a blank page, a lit yet empty screen, or from a clean and tidy workshop or studio. In the beginning was not the Word. In the beginning was the doubt.

The starting point for an artist’s first work usually has much to do with that same decision of wanting to be an artist, with an obsession for doing, saying, creating something, sketching out an idea, a sensation, a desire. That obsession or idea cannot always be put into words, a script or a sketch. Yet behind that desire to be and to do is always a big ego: the need to be different, unique, to be someone, and to show it.

By definition, a first work – opera prima – involves genius and innocence, curiosity and ambition, and almost always failure and incomprehension. And, no, first works are not the best or the most original. Apart from the odd glorious exception, these debut pieces are quickly tossed away, destroyed, hidden or consciously forgotten about. As is true of all artworks, however, they never owe anything to chance.

An opera prima is just that, a first work, but it is something so private and hidden that when we talk of an artist’s debut work what is offered is something else; it is the first work that the artist regards as suitable for public display, to exhibit it as their own. Behind (and also inside, already metabolised) that supposed debut piece lie other attempts, failures, errors and repetitions that never made it. I should point out that only geniuses and egotists truly sign off on that first fragment of their personality, which is why it is surprising that when artists retrieve their first works and show them at an exhibition or in a publication they are usually excellent and reveal the value and quality of the artistic project of the creator in question. And that is because they are not the first works, which fell into oblivion, into a waste paper basket. They are, in fact, the first work that the artist recognises as a work, as something worthy of bearing their signature and being offered on the altar of the spectacle of art.

It has now become fashionable to recover these first works, with many artists looking back and reclaiming the series that marked the start of their careers. Some of them are more than just good; they may be the best work they have ever produced or the only good work they have ever produced. Sometimes they can be a pointer as to the direction the artist will take in later years, the direction that will earn them recognition as one of the best. They can, however, have nothing to do with the subsequent output that has made them what they are today.

At the back of each issue of EXIT can be found a section called Portfolio, which features series and fragments of series by younger artists, some of them new, some of them simply unknown. Many of these images are first works. And believe me when I say that it is a subgenre in its own right. In the first works of many nowestablished artists we see images that are instinctively repeated in the works of today’s young artists, in other debut works that rework themes and viewpoints and which look on the world with the same anxiety and innocence as every artist who was once young, new and unknown. EXIT 92 thus closes in on itself in an almost perfect circle: as an entire series of portfolios, with the final section consuming the rest of the magazine, jumping around in time. If the reader can, for a moment, overlook the fact that the names of some of those featured in this issue are among the biggest in contemporary photography, they will see only works by young artists trying to make their way towards a future in which they all live in different ways. To some extent, this issue of EXIT is the youngest of them all, one in which every artist is just starting out on their career. So please enjoy it, breathe in this revitalising scent of youth, and keep an eye out for the photographers destined to make a lasting impression in your mind’s eye. ¶

Rosa Olivares
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