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¿CÓMO NOS CONSTRUIMOS COMO HOMBRES?
El vergel, la pintura que presentó el artista plástico mexicano Fabián Chairez en la edición más reciente de Zona MACO, me conmovió profundamente. En ella, un niño posa acostado a media cancha de futbol con su uniforme, mientras al fondo vemos las piernas en movimiento del resto del equipo. Ausente, parece que habita otro mundo y que lo que sucede a su alrededor es solo ruido en una fantasía autoconstruida. El mensaje es claro: creamos nuestras propias identidades aun cuando los sistemas más complejos buscan homogeneizarnos. Yo podría fingir que me gusta el futbol –de hecho lo hacemos de niños para evitar las burlas y el bullying–, pero ahora me enorgullece más saber la letra de las canciones de las divas del pop mexicano que los nombres de los futbolistas más famosos.
POR RODRIGO DE N. COLMENARES ILUSTRACIÓN @MARIAREC
Me entiendo como hombre bajo una óptica que en muchos aspectos no responde a las expectativas de género que se tienen de mí. No me gustan los deportes, me interesa la moda y la veo como una herramienta para expresarme (a veces uso faldas o vestidos, me pinto las uñas, etc.), no temo mostrarme sensible en público o a expresar lo que siento. Recuerdo que desde pequeño las personas me categorizaban antes de que yo entendiera cada concepto en su totalidad.
A veces nuestra identidad de género (cómo nos identificamos), juega con nuestra orientación sexual (quiénes nos atraen). Es decir, los códigos que nos atraen son las construcciones e identidades que las demás personas nos muestran y en algún punto nos dimos cuenta de que no nos gustaban. Pero, ¿cuándo sucedió?, ¿por qué?, ¿cómo esto hace que nos identifiquemos con algún grupo social, o no? Platiqué con otros hombres con contextos diversos, de diferentes crianzas y lugares del país, para tratar de definir cómo nos hemos construido.
MAX GRANILLO AKA MÁXIMA BOMBA (27 años)
Se identifica como un hombre gay que hace drag, crea a un personaje femenino con el que hace fiestas, se divierte y anima al público. “Navegar entre ambos roles fue un poco confuso hace algunos años. Pasar de mi identidad diaria a esta figura me hizo cuestionar mi identidad, pero fue importante aceptar que tengo esta otra parte femenina que me gusta explorar”. Max creció en Tenosique, Tabasco, en un entorno conservador y machista. “Recuerdo que mi papá nos inculcó no vestirnos de rosa y mantener siempre una postura recta”. Su infancia sucedió entre futbol, taekwondo, beisbol y charreadas, y aunque nunca se sintió parte del resto de sus amigos, era lo que tenía que hacer y la única manera de entretenerse en una comunidad pequeña.
Hasta que creció y se mudó a la Ciudad de México pudo darse la oportunidad de experimentar y deconstruir las ideas con las que había crecido. Reconoce también que entenderse como hombre le da un privilegio, aun cuando transita a lo femenino estando en drag; le da cierta seguridad ir en la calle y responder que es hombre, como defensa, en una situación insegura o incómoda. “Recuerdo que en el carnaval, Rubí, el peluquero del pueblo se vestía de mujer. En ese entonces ni sabía la definición de drag o travestí pero me impresionaba la capacidad de transformarse en alguien más. Fue mi primera referencia de un imaginario nuevo”. En su opinión, todos construimos una identidad de género un tanto obligada, buscando la aprobación desde el núcleo familiar hacia afuera (amigxs, compañerxs, etc.), y es importante seguir nuestra intuición y darnos la oportunidad de experimentar sin miedo a ser juzgados. JESÚS RÍOS (28 años)
Jesús es maquillista y con su trabajo crea a distintos personajes en hombres, mujeres, pero también en él mismo. Nació en Gómez Palacios, Durango, pero vivió más de diez años en Ciudad Juárez. Para él, la idea de ser hombre no es un concepto que lo identifique del todo. “Al crecer, en la secundaria o preparatoria, me di cuenta de que los hombres a mi alrededor manifestaban conductas violentas con sus parejas o sus familias. Si esa era la definición de ser hombre, entonces me sentía bien de no serlo”. Y aunque nunca se sintió representado por esta categoría, al pasar el tiempo pudo replantearlo y entender que tiene la libertad de jugar con características de ambos roles sin afectar cómo él se asume. “En retrospectiva, lo que les causaba más conflicto a mis compañeros heterosexuales no era que fuera gay sino que no me asumiera como tal. Cuando lo hice me dejaron en paz”. Mudarse a Ciudad Juárez fue su manera de buscar un lugar seguro; a diferencia de la Laguna, ahí no había acoso en la calle y pudo conectar con una comunidad afín. En su experiencia, que la sociedad tenga referentes LGBT cercanos puede influir en que sean más tolerantes y abiertos: “Todos en Juárez están muy orgullosos de ser de donde es Juan Gabriel”, ríe.
MAURO ALESSANDRI (26 años)
Mauro es activista, actor, modelo y creador de contenido. Para él la expresión de la identidad se esculpe a mano propia y solo la experimenta quien la vive. “Imponer una versión estándar de ‘hombría’ para todos es un acto de ignorancia y egoísmo. Hoy, la libre expresión de las identidades binarias o no binarias es un acto político. La masculinidad y la feminidad son parte de todos, todas y todes, por lo tanto, las vivimos en diferente medida, intensidad y expresión.” En su opinión, ahí radica la verdadera diversidad.
Desde chico supo que era diferente a las personas que lo rodeaban; sus amigxs, primxs, etc. “Pensaba que lo que me ocurría estaba vinculado con mi orientación sexual, sin embargo, a pesar de haber salido del clóset, me sentía insatisfecho y frustrado, estuve deprimido dos años intentando encontrar la claridad”. Descubrió el término “transgénero” a los dieciocho gracias al video en YouTube de un chico en Estados Unidos que documentaba su transición. Entonces algo se acomodó, hizo clic. Ahora se reconoce como un hombre trans y pansexual que vive su identidad y sexualidad libremente. También es consciente de los privilegios que lo rodean, entre ellos el cis-passing. “En mi caso, funciona como una capa de invisibilidad, donde pasamos desapercibidxs quienes ‘cumplimos con los estándares hegemónicos’ que impone una sociedad cisheteronormada, en la que nadie nos percibe trans* por nuestra apariencia cisnormativa”. Pero reconoce que para otras personas trans no tenerlo las hace vulnerables a la violencia que el sistema provoca.
Sabe que en la comunidad hay quienes replican conductas machistas y misóginas, las mismas que los oprimieron, invalidaron o violentaron en algún momento de sus vidas. Él ha aprendido que “jotear también es la forma más divertida de protesta y resistencia, y más cuando tienes gente a tu lado que jotea igual o más que tú. Me divierte pensar cómo me percibe ahora el ojo cishetero, siendo un hombre trans que cabe en la hegemonía masculina y que se permite “sacar las plumas” cuando se le antoja”.