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LOS QUE LLEGAMOS POR ACCIDENTE
En una libreta desgastada, con una caligrafía que a la distancia refleja prisa y movimiento, una frase: “la extrañísima sensación de que es ahí exactamente, en ese preciso momento, donde debes estar”. No recuerdo cuándo, dónde o por qué la habré escrito, pero se me reaparece siempre que llegan los nubarrones de incredulidad, asombro y dudas. ¿Cómo llegué a este libro?, ¿quién me recomendó esta película?, ¿de dónde saqué esa canción?, ¿quiénes son mis amigos?, ¿cuándo fue nuestro primer beso?, ¿cuándo aterricé en este sitio?
Las preguntas siempre llegan fuera de casa. Estar en otro punto, sobre todo uno desconocido, nos vulnera en algún grado y llegan los cuestionamientos. Nadie me lo ha confirmado, pero mi teoría es que existen solo dos tipos de personas: quienes huyen de lo endeble y quienes lo asumen; quienes escapan de la reflexión a través de la lejanía, y quienes la abrazan; están los que usan el viaje para crearse otra realidad y aquellos que llevan su cotidianidad en la mochila. En resumen, están los viajeros que llegan con un plan y los que llegamos por accidente. En mi caso, la nostalgia que invariablemente siento en algún punto del trayecto se resume en una sola pregunta: ¿cómo llegué a este lugar?
La última vez que me pasó, por ejemplo, fue en una ciudad de callejones angostos, tejas rojas y luz de cristal. Doblé en la esquina equivocada, entré a un bar y en uno de los hoyos negros que de vez en cuando se aparecen en los vasos de cerveza encontré todas las conexiones, casualidades, privilegios y personas que me tenían ahí, a diez mil kilómetros de casa. Salí mareado por el viaje de la memoria y la cerveza. Con ese adormecimiento de brazos y sonrisa torpe provocada por un par de tragos, recorrí la ciudad escuchando conversaciones ajenas, aplaudiendo a músicos callejeros e hipnotizándome por un rayo de sol en la banqueta, o sea, haciendo cosas que normalmente haría en casa, pero desde otra perspectiva. Durante el paseo entendí que viajar me pone en un lugar, entendido solo por mí, en el que convergen los momentos en que logro salirme de mí mismo y aquellos donde más auténtico soy. Pensé que la dualidad de conocerse y desconocerse al mismo tiempo tiene sentido cuando, en un idioma que no es el mío, digo “este es mi nombre”, “vengo de este país”.
Y en ese recorrido urbano, frente a lo más cotidiano del mundo como podría ser un pájaro, el murmullo de un río o el movimiento de las hojas por el viento, se me reveló una conclusión: nada de esto estaba planeado, pero muchas gracias.
Si es que para este punto del texto nos engañamos y seguimos creyendo que hablamos de viajes, obviemos que más bien se trata de la vida. Llegar a nuevos lugares por una serie de eventos que nunca dependieron de nosotros es lo mismo que nacer. Es ahí exactamente, en ese preciso momento, donde debías estar.
Enrique Navarro es periodista. Su curiosidad innata lo llevó a colaborar en medios nacionales e internacionales para entrevistar a personalidades del arte, el cine y el entretenimiento. También es autor y dramaturgo.
Ilustración | istock
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