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Diseño de portada Grupo énfasis en periodismo Ilustración: www.dragonartz.net
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La riqueza extrema de unos robots muy honrados Un oficio de alta tensión Veintidós años sin darse un duchazo En ruido y esmog, Bogotá es campeona Dos esquinas mortales en Bogotá Se busca anciano nacido en el siglo XIX La vida a 240 kilómetros por hora Las cifras extremas de la basura El desenfreno que devoró todo un barrio Tarots, pócimas y hechizos, soluciones extremas El amanecer de un periodista
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Revista Oráculo es una publicación de los estudiantes del Énfasis en Periodismo de la Facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Externado de Colombia. Redacción Juan Sebastián Rivera Iván Durán Rojas Alejandra Gaitán Olarte Diego Castrillón Franco Mauricio Vidal García Jennifer Arévalo Sofía Guevara Camargo Verónica Téllez Oliveros Camila Peña Mónica María Parada Llanes David Castellanos Editor Sergio Ocampo Madrid Director Gráfico Orlando Valencia Sarmiento Colaborador Jairo Iván Orozco Arias Impresión Departamento de Publicaciones Universidad Externado de Colombia Colombia, Bogotá D.C. 2010
Bogotá extrema Esta es la Bogotá donde vivimos, pero vista por el reverso. Con ojos de buen reportero hemos encontrado historias sorprendentes de una ciudad que oculta muy poco, por la dificultad que tienen las grandes urbes para disimular sus grandezas y sus mezquindades, sus desórdenes y sus excesos. Esta es la Bogotá que nos desconcierta por indolente y por extrema, por atrasada y por posmoderna, en la que caben desde barrios enteros donde la gente se sigue bañando con totuma y alumbrando con velas, hasta las bóvedas de un banco donde solo trabajan robots de última generación y ningún ser humano puede entrar. Esta es la Bogotá de gente cuyo oficio es enfrentarse a cinco mil voltios cada día o donde para depositar la basura los camiones recorren una distancia cada mes que equivale a 38 veces el diámetro de la Tierra. Donde las avenidas se transforman en autódromos llegando la madrugada, o donde se mueven, si es que aún pueden moverse, unas 26 personas con más de 115 años de edad. Un sitio, donde las iglesias evangélicas llegan a ser más ruidosas que una fábrica con todas sus calderas en operación. Esta es la Bogotá que casi nunca nos detenemos a observar, donde siempre hay gente trabajando, incluso mientras los demás duermen, y donde en una sola cuadra se pueden ver 20 moteles seguidos y con una funeraria en toda la mitad. Una ciudad con una buena crónica para contar en cada esquina; un laboratorio enorme y abierto para hacer buen periodismo. Sergio Ocampo Madrid Editor
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Secretos de la bóveda del Banco de la República
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Allí se produce plata de lunes a viernes y se almacena por toneladas. Nadie puede entrar y para abrir la puerta se requiere que ocho hombres digiten una clave secreta de la cual cada uno solo conoce una parte. Por Juan Sebastián Rivera n la intersección donde convergen dos de las avenidas más transitadas de Bogotá, la 68 y El Dorado, se halla esta construcción cuya fachada es tan discreta, tan sencilla en sus volúmenes planos y en su color grisáceo, que nadie pensaría que allí hay más dinero arrumado que en cualquier otro lugar de la ciudad… y del país. Es la Central de Efectivo del Banco de la República, o sea la fábrica oficial del peso colombiano, una estructura de 62.417 metros cuadrados, equivalente a unos seis campos de fútbol juntos. En la entrada merodean guardias privados y policías que van de un lado a otro requisando el baúl de los carros que entran. Parece una prisión hasta cuando se ve, serena e impasible, la imagen de la Mariana de la Libertad, el logotipo del Banrepública. La seguridad allí es tan compleja que inclusive dentro de la bóveda no trabajan
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seres humanos y todas las tareas las ejecuta un honrado equipo de robots de última generación. De acuerdo con Néstor Plazas, subgerente industrial del banco, ningún empleado conoce la clave completa para entrar a la bóveda y la puerta solo se puede abrir cuando los ocho funcionarios de alto nivel que guardan esa información de modo parcial se encuentran y cada uno digita su parte. Las fuentes del Banco son muy reservadas al hablar sobre la cantidad de dinero que se produce diariamente y el que se almacena allí. Sin embargo, Plazas afirma que al día, de lunes a viernes, se pueden estar produciendo alrededor de tres millones de piezas en dos denominaciones diferentes, lo cual varía dependiendo de las necesidades de la economía nacional. Haciendo cuentas por lo bajo, si de esos tres millones de ejemplares, 1 millón 500 mil fueran de billetes de $1.000 y los otros fueran de billetes de $2.000, siendo esas dos las denominaciones más pequeñas
del papel moneda colombiano, la Central de Efectivo produciría como mínimo 4 mil 500 millones de pesos al día, lo cual, multiplicado por 260, que son los días hábiles del año, daría un billón 170 mil millones. ¿Cómo serán las cifras cuando se estén imprimiendo billetes de $50 mil? Como no todos los días es necesario inyectarle efectivo a la economía, el dinero producido se almacena en la bóveda. Según Plazas, por lo general puede estar ocupada al 70 por ciento. La bóveda está separada de la tentación humana a través de obstáculos que hacen prácticamente imposible el acceso al tesoro. Un grueso enmallado de acero rodea toda la Central. Adentro, como si se tratara de un típico castillo medieval, un foso rebosante de agua inmóvil y oscura confina a quienes hubieran podido superar el enmallado. La estructura está elevada en pilotes sobre el suelo para que sea imposible abrirse paso a través de un túnel, y muros de concreto de altas especificacio-
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nes antiproyectil aíslan el espacio interior. Adentro, el recinto tiene 18 metros de altura ocupados por estanterías de ocho niveles en las que reposan contenedores metálicos con el efectivo que llega desde la imprenta a través de un mecanismo de bandas. Dos tipos de robots se encargan de organizarlo: el AGV y el As/Rs. El primero es un vehículo montacargas que cuenta con un patrón óptico y un láser que le permiten definir dónde hay espacios vacíos para ocupar con contenedores de efectivo. El As/Rs trabaja en sincronía con el AGV para subir los contenedores a las estanterías. Los dos sistemas son configurados a través de un software y desde ese momento no necesitan más intervención humana, ni siquiera para recargar las baterías, pues lo hacen por sí solos. La apertura de la bóveda es un ritual más hermético que el de cualquier logia secreta. Cuando se requiere abrir la puerta, siempre para hacer mantenimiento o arreglar algún desperfecto, se reúne el equipo de los ocho funcionarios que poseen una parte de la clave, desconocida por el resto. Jorge Enrique Sánchez, ex subgerente administrativo del Banco, explica que luego de haber armado la clave completa la puerta continúa cerrada, pues los miembros del grupo
Intentos de robo Agosto de 1973: fueron sustraídos aproximadamente 41 millones de pesos, cantidad importante para la época si pensamos que las autoridades llegaron a ofrecer 500 mil pesos para dar con los responsables. En 1982: las autoridades descubrieron un túnel que conducía al interior de la bóveda de Pasto; no hubo dinero perdido. En 1994: la entidad sufrió el robo de 24 mil millones de pesos en la bóveda de Valledupar. La participación de los vigilantes del Banco, de la Policía y de algunos tesoreros llevó a extremar las medidas de seguridad.
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Cómo se hace un billete 1. Pliegos de papel en blanco son introducidos en una máquina que imprime el fondo multicolor del billete. 2. Después de un período de secado se lleva a cabo la impresión intaglio (alto relieve) del rostro del personaje y de la denominación del billete. 3. Después de un período de secado se hace la impresión tipográfica
deben programar, a través de un temporizador eléctrico, la fecha y la hora cuando se abrirá, y el tiempo que se empleará adentro. Si alguien excede ese término será necesario desactivar numerosas alarmas y rendir cuentas al Banco a través de un informe. En la bóveda no solo hay efectivo recién salido de la imprenta: hay también billetes que han circulado durante años. Esto se debe a que dentro de las labores del Banco está la destrucción y recuperación de efectivo. La banca comercial tiene la obligación de cambiar en la Central de Efectivo el circulante deteriorado por piezas nuevas. Los billetes que se quedan en la Central entran a un proceso de evaluación en el cual una máquina verifica la calidad de cada billete a partir de ciertos parámetros programados por personal de la planta. Los que no pasan el examen se trasladan a una segunda máquina donde son picados en pedazos muy pequeños. Los que lo pasan son empacados nuevamente y enviados a la bóveda. El dinero que sale de la Central es transportado por vehículos de valores a una bóveda auxiliar en la carrera séptima con calle 13, para ser distribuido en los bancos comerciales de la capital. El que es enviado a las principales capitales del país sale de la Central de Efectivo en la madrugada con destino al aeropuerto Eldorado “en un operativo tan seguro que siempre incluye al ejército”, afirma Sánchez. El efectivo puede llegar a cualquiera de las 16 capitales de departamento que cuentan con bóvedas del Banco. A los munici-
del número de serie de los billetes y de las firmas. 4. Los pliegos son cortados en billetes y empacados en “pacas”. Una “paca” contiene 10 fajos y cada fajo, 100 billetes. 5. Las pacas son introducidas en contenedores. A través de cintas deslizantes los contenedores son enviados a la bóveda.
pios pequeños y a los pueblos llegan los billetes más gastados, o sea los que ya han circulado por las capitales. Por esa razón, en las ciudades más grandes se puede palpar con frecuencia circulante nuevo, mientras que en los corregimientos alejados por lo general el papel moneda está deteriorado. Sánchez afirma que antes a los funcionarios se les prohibía dar cualquier mínimo detalle sobre la seguridad de las bóvedas o incluso una aproximada descripción del recinto. Sin embargo, todo ha dejado de ser un tabú gracias a la seguridad extrema de hoy, y ya incluso se permiten visitas didácticas al área de la imprenta. La seguridad del lugar se ha venido logrando gracias a visitas enviadas por el Banco a la Reserva de Estados Unidos, de Canadá y de Inglaterra, y a asesorías que esos países han hecho al Banco de la República, después de algunos intentos de robo (ver recuadro). Todo este mundo de robots, claves secretas y protocolos rigurosos no tiene más de nueve años. Hasta el fin del siglo XX operó la antigua bóveda ubicada en los sótanos de la sede principal, en la Séptima con Jiménez. Siempre se rumoró que allí, bajo ese suelo del parque Santander y los viejos rieles del tranvía, había un tesoro fabuloso en billetes y en lingotes de oro. Lo bueno es que era cierto y así lo fue hasta arrancar este siglo, cuando el oro dejó de ser el patrón de la moneda y las reservas del metal se fueron a Londres, donde están almacenadas, y cuando la bóveda del efectivo y toda su parafernalia se trasteó para El Dorado.
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Linieros, los hombres eléctricos
ilmer Alexander Ochoa no solo trabaja cada día expuesto a una descarga de 11.400 voltios, más del doble de la energía con que opera la silla eléctrica. Además de eso, su labor le exige estar montado en una escalera desplegable de unos 10 metros de largo, lo que equivale a un edificio de cuatro pisos. Su oficio no tiene días duros ni días flojos porque siempre hay cables de luz para reparar, aunque diciembre sí es el mes más pesado por el despliegue de iluminación que necesita la ciudad. Él es uno de los 483 linieros (o reparadores de líneas eléctricas) que hay en Bogotá. Es independiente y su fuente de trabajo casi siempre son los contratistas externos de Codensa. Su jornada empieza a las 8 a.m. con el mismo ritual: ponerse el overol, los guantes, las botas dieléctricas (que aíslan la electricidad) y el cinturón; luego, asegurar su casco con el barbuquejo y colgar las gafas protectoras alrededor de su cuello. Nada de esto puede faltar si no quiere morir tostado encima de un poste.
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En su cinturón lleva unas herramientas demasiado normales para un trabajo tan complejo: pinzas, alicates, destornillador y un cuchillo, aunque también objetos altamente sofisticados, como los medidores de la resistencia y la potencia de la energía, cuya manipulación exige cuidado pues su costo oscila entre un millón y un millón y medio de pesos. Él y su equipo siempre trabajan con la energía circulando, a menos que se trate de reparar o cambiar un transformador. Ante eso sí están obligados a cortar la luz del sector. Durante tres semanas estuvo dedicado casi exclusivamente a las luces de navidad: primero, en el Parque Nacional y luego en cualquier otro sitio hasta que se completaron los 15 millones de bombillos que tuvo Bogotá el fin de año pasado. Seguir los procedimientos para él es cuestión de vida o muerte. “La mayoría de los accidentes son por descuido de los electricistas porque se confían –asegura–; uno siempre debe proceder según el protocolo. En este oficio la confianza mata”.
Eso fue lo que le ocurrió al operario Roberto Pérez, quien hace unos meses estaba subido en un poste cuando la espalda empezó a picarle. Como tenía todo el equipo puesto, y rascarse con guantes es muy incómodo, decidió quitarse uno para llegar hasta el punto de la comezón. Luego olvidó volver a ponérselo y regresó a trabajar en el poste, tocó uno de los fusibles que iba a reparar y sintió el fuerte hormigueo de la corriente; aunque alcanzó a zafarse, lo hizo con tanta fuerza que se cayó de la escalera. “Gracias a Dios –cuenta Wilmer–, aparte de la descarga y el golpe no le pasó nada”. Para entrar a trabajar en este oficio no hay tantas exigencias como se podría pensar. Solo están excluidos quienes tengan algún problema cardiaco, mala visión, vértigos o padezcan de acrofobia (miedo a la altura). Alfonso González, el jefe de Wilmer, es muy estricto al contratar personal y los exámenes médicos son un requisito absoluto. Después les practica un examen de conocimiento eléctrico general, y finalmente organiza un simulacro para ver de qué manera actúa cada
Ilustración: eiko
Pocos trabajos se hacen con un riesgo tan evidente para la vida como éste de los “linieros”, o sea los hombres que reparan los postes y cables de alta tensión. Por Iván Durán Rojas
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quien cuando está en el poste. Todos deben acreditar algún estudio, sea técnico o universitario, vinculado con electricidad. En general los trabajadores de esta rama son gente temeraria y poco dada a los nervios. “Dentro del equipo existe siempre un ambiente relajado –relata González. Podría decirse que siempre están más preocupados por qué van a almorzar que por subirse a los postes y trabajar con miles de voltios”. Uno de los pocos que no tiene cartón es “Chato”, pero eso lo compensa con una actitud siempre desenfadada y resuelta, aun para aceptar los trabajos que pueden constituir mayor riesgo, como hacer reparaciones bajo la lluvia. Ahora bien, el valor que ostenta el “Chato” frente a la altura y la corriente desaparece del todo cuando ve una araña. “Salta como loca cuando ve una –cuenta divertido su compañero Andrés. No le tiene miedo a morirse achicharrado por un corrientazo y sí a un animalito que no hace nada”. Andrés, Alfonso, el “Chato” y Wilmer son una estirpe de seres especiales, la de los hombres eléctricos. Su trabajo anónimo y a menudo solitario (trabajan en equipos de máximo seis) logra que la gente pueda tener luz solo con
oprimir un interruptor en su casa. Un descuido de ellos, aparte de la seguridad personal, puede dejar sin energía comunidades enteras y por lapsos que pueden ir hasta de un día para otro. Y es muy grave que un barrio en Bogotá se quede sin luz toda una noche. Y a pesar de lo trascendente de su labor, ninguno devenga un sueldo que traspase los 550 mil pesos, o sea el salario mínimo más unos 50 o 60 mil pesos, siempre con contratos a término fijo. “Lo peor es que la mayoría se gasta esa plata de una sola vez –dice Alfonso–; se ponen a tomársela… por eso casi siempre andan sin un peso en el bolsillo”. Los grandes enemigos de las cuerdas de la luz son los rayos, que cuando caen dañan las cañuelas (esos cilindros pequeños y blancos a los que parecen anudarse las líneas). El invierno es el otro gran adversario, pues el exceso de lluvia y de humedad afecta los cables. En tercer lugar están las cometas y otros objetos que la gente lanza, y por último están los animales. En este grupo, las palomas son los terroristas por excelencia en cuanto a atentados contra la infraestructura energética. Increíblemente, cuando muchas palomas se paran en un cable lo estiran y hay que tensionarlo
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nuevamente para evitar problemas. Los aguaceros siempre son un obstáculo serio. Cuando llueve fuertemente el trabajo se suspende, pero si el chaparrón es leve continúan hasta donde el agua les permita trabajar. Casi siempre se despiden a las 5 de la tarde, cuando la luz natural empieza a caer, aunque si es necesario pueden quedarse más tiempo. Eso depende de las necesidades.
Fotos: www.morguefile.com y archivo personal del autor
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Los extremos de la pobreza
a mitad de la casa de Mónica Cortés no está ocupada por muebles, electrodomésticos ni enseres; está llena de baldes, poncheras y botellas de agua, y en su baño hay una ducha que nunca ha sido estrenada: “se oxidó de no usarla”, dice ella quien vive en Altos de Cazuca, un sector entre Soacha y Ciudad Bolívar, donde el acueducto todavía no ha llegado. En la época en que la familia de Yeimi Torres arribó aquí, hace 22 años, en la zona había solamente árboles y quebradas. Las tres oleadas de invasiones dejaron como resultado una comuna construida en plena montaña, donde el 98% de sus habitantes llegaron como desplazados y la afluencia fue de tal magnitud que en 30 años se crearon en el lugar más de 44 barrios. Según el Dane, Altos de Cazuca o La Loma, como lo llaman sus habitantes, es el lugar con más desplazamiento en el país después de Chocó. Para el 2006 contaba con 63.245 habi-
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tantes, y de acuerdo con la Alcaldía hay 80 mil en la actualidad, de los cuales el 70% llegó empujado por la violencia, y el otro 30% son personas de bajos recursos que encontraron allí un lugar donde economizar. Cuando comenzó la invasión todos se instalaban cerca a La pileta, al lado de donde actualmente queda el colegio público Gabriel García Márquez. Ésta era la única fuente de agua que había en toda el área. Mónica Cortés recuerda que hace 16 años tenía que acompañar a su mamá y a sus hermanos mayores a recoger el suministro para toda la semana: “Quedaba lejísimos de mi casa, tocaba traerla en burro, en cicla o en lo que fuera”, dice. En su tiempo el agua se subía en burro a dos mil pesos cuatro galones; ahora las mangueras instaladas rudimentariamente llevan a Cazuca el servicio tres veces por semana o dos veces al mes, dependiendo de la parte de La Loma en donde esté ubicada la casa. Hace cinco años se nombró un delegado para encabezar el proyecto que buscaba dar servicios al sector, ya que
tampoco contaban con electricidad. Sin embargo, la Alcaldía no lo aprobó y entonces optaron por colgarse de sitios donde la luz sí era legal. Entre los vecinos instalaron los cables que hacían falta para encender bombillos en las casas. Así mismo, en ciertos sectores los habitantes sacaron unas vías de acueducto y de alcantarillado improvisado que mejoró pero no arregló el problema de abastecimiento. El “acueducto” local consiste en un sistema de rotación de mangueras, las cuales tienen dos puntos principales de abastecimiento: El tanque y La pileta. Desde allí se abrieron nuevas vertientes para que llegara a otros lados: los tubos de PVC fueron instalados bajo tierra por todo el sector y el agua se pudo distribuir a la mayor parte de la población. Probablemente no hay persona más conocida en La Loma que Francisco Cabezas, el fontanero. A él se le pagan 4 mil pesos mensuales para abrir los registros, y eso lo hace el amo y señor del “acueducto”. Y aunque para muchos lo que hace es un abuso, pues
Fotos: archivo personal de la autora
En pleno siglo XXI, en Bogotá, la cacareada ‘Atenas suramericana’, hay medio centenar de barrios en los que la gente se baña con totuma y lava la ropa en nacederos. No están en el mapa del acueducto Por Alejandra Gaitán Olarte
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abre cuando quiere y controla el agua por manzanas según quienes hayan pagado, todos están de acuerdo en que “si él no estuviera, los barrios no tendrían el servicio”. Una de las hermanas de Mónica Cortés le pagaba al fontanero para que el agua le llegara tres veces por semana, pero ni siquiera el dinero le garantizaba eso, puesto que casi nunca llegaba y cuando lo hacía, era en la noche y en el día que no debía. El agua allí es por tradición un servicio comunitario, lo cual quiere decir que lo que sobra de Bogotá es lo que llega, y por lo tanto no es constante ni seguro. Si en la capital se consume más, simplemente Cazuca se queda seca. Cada vivienda como elemento primordial tiene depósitos: baldes, botellas, canecas y tanquecitos de plástico. Todas las casas dejan las llaves abiertas para darse cuenta a qué hora empieza a correr el líquido. Les toca siempre trasnochar para lavar, pues normalmente esto sucede a la medianoche y se va de nuevo a las 4 o 5 de la mañana. Daniel Samudio y Judith Portela son padres de dos niños. El agua les llega una o dos veces por semana dependiendo de si hay o no en La pileta, pero no es extraño que duren hasta ocho días sin el servicio. En ese caso les toca ir 300 metros más arriba para abastecerse. La ropa suele acumularse por semanas, hasta que llega agua a la casa y a las carreras la logran meter a lavar, pues ellos son una de las pocas familias afortunadas que tienen una lavadora, que si bien no utilizan muy seguido les evita usar los lavaderos públicos. Daniel trabaja en una institución educativa de la zona y cuenta que el asunto es aún más grave en la escuela, pues “se llama a los bomberos y a los carrotanques para abastecernos pero ellos colaboran solo cuando quieren, ¡nos quedamos esperándolos días en-
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teros!”. No obstante, no suspenden clase por ese motivo: si fuera así, nunca tendrían clase. Los tres lavaderos públicos, que son varias piedras acomodadas próximas a un charco y una manguera, están ubicados en una de las partes más bajas de La Loma. Allí llegan todas las amas de casa para lavar la ropa. Al lado de éstos, Luisa Castaño ubica en mitad de la calle su lavadora y cobra tres mil pesos por cada tanda de ropa. Pero son muy pocas las familias que pueden darse el lujo de pagar esta cantidad de dinero, cuando algunos ni siquiera cuentan con un salario mínimo. Miller Hernán Tovar es uno de los afortunados que tiene agua día de por medio, pero treinta pasos más arriba María Palacios cuenta y vive otra historia. Lleva 15 días sin el servicio. Desde su casa hasta El tanque hay que caminar más de medio kilómetro; de allí le cobran mil pesos por subir un galón de agua que aproximadamente llena 15 botellas. “A trancas y a mochas sacamos a los chinos adelante”, dice. La rutina diaria es bajar con sus dos hijos de 14 y 15 años a las 2 de la mañana a coger un turno en el lavadero, terminar a las 5 de la mañana y que los jóvenes se bañen a totuma para ir al colegio”.
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Para Yeimi Torres, que lleva 22 años viviendo en Cazuca, es un poco más complicado. Desde los lavaderos hasta su casa hay fácilmente 25 minutos caminando a buen ritmo y sin ningún peso adicional al del cuerpo. En este punto, uno de los más elevados de toda La Loma, normalmente el agua llega cada veinte días o cada mes. Yeimi también tiene que acudir a los lavaderos públicos. Después de pasar todo el día esperando turno y lavando a mano, sube la ropa mojada en baldes o al hombro. Con ayuda de sus dos hijos de 7 y 8 años, recoge agua en canecas para el baño y la cocina. Finalmente, después de una jornada de aproximadamente cinco horas, sube de regreso a su casa. Sus hijos bajan 5 veces por semana al colegio y 20 veces para abastecerse del líquido. El 2 de noviembre empezaron las obras para que después de veinte años cargando agua llegara el acueducto a La Loma como Dios manda. Sin embargo, en una reunión con las personas de Cazuca les dijeron que era un servicio provisional mientras se hacía el de verdad, y que en algunos barrios éste solo llegará en unos dos años. Mientras tanto, de la ducha de Mónica Cortés solo seguirá saliendo el polvillo fino y la tierra que cae cuando la sacuden.
Según el Acueducto, una persona en Bogotá consume en promedio 76,32 litros diarios. De éstos, 30 litros son usados en sanitarios y otros 19 al bañarse. Entre tanto, una familia completa en Altos de Cazuca puede llegar a utilizar hasta 3 galones de agua al día: equivale a 12 litros, que incluye la alimentación y el aseo de todo el grupo.
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os habitantes de Bogotá están expuestos a niveles de ruido, humo y contaminación visual que están por encima de las cifras aconsejadas para evitar repercusiones en su salud mental y física. ¿Sabía, por ejemplo, que un habitante de Bogotá está expuesto a un promedio de entre 10 y 20 decibeles más de ruido que el permitido? Para la metrópoli se admiten en el día 65 decibeles y en la noche 55, pero las cifras reales están entre 72,4 y 78,5 decibeles. Ese exceso de ruido trae consecuencias para la salud que incluyen trastornos psicológicos, estrés, dificultad para dormir bien e incluso pérdida del equilibrio.
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Pero el ruido no es el único contaminante del ambiente. Los efectos negativos que tiene el aire que respiramos también son bastantes. Los estudios demuestran que el principal problema de calidad del ambiente en la capital, es el material particulado, medido como PM10. El promedio de dicho contaminante es de 63,9 µg/m3; es decir, hay 63,9 millonésimas partes de gramo por cada metro cúbico de aire. Según la propia Alcaldía Mayor de Bogotá. “La exposición al humo de segunda mano, chimeneas, avenidas o calles de alto tránsito también está asociado a mayor presencia de síntomas de enfermedad respiratoria”. Bogotá es la ciudad más contaminada del país y la sexta en Latinoamérica –por encima de ella están Ciudad de
México, Santiago de Chile, Ciudad de Guatemala, Sao Paulo y Guadalajara–, según la Asociación Interamericana para la Defensa del Medio Ambiente. Las sustancias que contaminan el aire de los bogotanos son dos, principalmente: la primera es PM10, compuesta por todas aquellas partículas que expulsan los vehículos que usan combustibles de mala calidad. Su tamaño es tan pequeño que puede penetrar en las vías respiratorias. “La otra es el CO o monóxido de carbono, que es producido cuando se queman combustibles como gas, gasolina, carbón, petróleo, o cuando hay un auto detenido con el motor encendido”, explica Freddy Vargas, integrante de la Red de Monitoreo de Calidad de Aire de Bogotá (RMCAB).
Ilustración: www.dragonartz.net
Por Diego Castrillón Franco
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Foto: archivo personal del autor
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El sector de Bogotá que peor aire respira es el de la zona industrial, ya que es el área con mayor cantidad de empresas con fuentes de emisión y chimeneas. Los 5.585 habitantes que residen allí, según el censo realizado por el DANE en el año 2005, reciben contaminantes de la elaboración y procesamiento de plásticos, textiles, químicos, metalmecánica, gaseosas, tabaco, concentrados e industrias alimenticias. La buena noticia es que Ecopetrol debe reducir las partículas de azufre en el Diesel, gracias a que el Representante a la Cámara por Bogotá, David Luna, logró en el 2007 la aprobación de la Ley del Diesel (1205 de 2008). Humo y mucho ruido son los principales contaminantes del medio ambiente en la capital. Tanto es el ruido que el 73% de los 2.113 establecimientos, como fábricas, bares, iglesias, visitados hasta septiembre de 2009, se encuentra fuera de los parámetros establecidos por la Resolución 0627 de 2006, que reglamenta la cantidad de decibeles que puede emitir un determinado lugar. Las iglesias de todo tipo de religión están tranquilas, por ahora, ya que se encuentran protegidas por el Decreto 311 de 2006, conocido como el Plan de Culto. Dicho proyecto les da un plazo hasta 2010 a todos los centros religiosos para ponerse al día en las modificaciones que el plan requiere –que van desde mejoras arquitectónicas para evitar sustos a la hora de un sismo; adelantos acústicos, para no molestar a las comunidades cercanas a los centros religiosos, hasta mover aquellos lugares que son de alto riesgo para no poner en peligro a los feligreses. Aunque la Secretaría sigue realizando controles a estos establecimientos, según Rodrigo Molano, asesor en el área de ruido, “las inspecciones se realizan a los elementos que generan sonido, como los instrumentos musicales, campanas de iglesia, etc.”. Al humo y al ruido hay que sumarles la contaminación ambiental: un tipo de contaminación que no se pue-
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Efectos nocivos del exceso de ruido (dB) 27-30
Dificultad en conciliar el sueño 35 Pérdida de calidad del sueño 40 Dificultad en la comunicación verbal 45 Probable interrupción del sueño 50 Malestar diurno moderado 55 Malestar diurno fuerte 65 Comunicación verbal imposible 70-80 Pérdida de oído a largo plazo 110-140 Pérdida de oído a corto plazo de descuidar pues hace que la ciudad se vea fea y muy cargada. En cifras parciales del año 2009, la Secretaría de Ambiente retiró 28.269 elementos de publicidad ilegal; desde aquellos afiches ubicados en los postes, hasta las vallas publicitarias que no cumplen las medidas establecidas o no tienen el registro del ente Distrital. Estos desmontes se han realizado en las 20 localidades de la capital. Chapinero fue la localidad más contaminada, con 4.604 elementos, y la menos sucia fue San Cristóbal, que solo tuvo 370. Con todo y campaña política, a partir de enero del 2010, elementos como los pendones y pasacalles tendrán una reglamentación más fuerte. Los pendones, con dos caras de exposición, deberán ser de 0,7 metros de ancho por 2 de alto; y los pasacalles, con solo una cara, de 80 centímetros de ancho por 5 metros de alto. Para los pendones, la medida será de 22 metros de ancho; entre pendón y pendón se tendrá que respetar una distancia de 200 metros, mientras que entre pasacalles será de 300. Si se quiere que estos elementos no sean retirados de la vía pública, deben anunciar eventos culturales, artísticos, políticos o deportivos.
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Hacia 2008, se realizó un inventario para saber cuántas vallas cumplían la reglamentación establecida. Los resultados mostraron que en Bogotá solo 57 de más de 1.000 de estos artefactos tenían la licencia que les permitía funcionar. Por esta razón, el Distrito otorgó un plazo para que las otras se pusieran en regla. Julián David González, asistente de vallas, afirma que “aún se siguen haciendo desmontes a las vallas que no cumplen la norma y las medidas respectivas que son, altura máxima de 24 metros y un área no mayor de 48 m2 y así evitará la ilegalidad”. Las sanciones se liquidarán de acuerdo al Artículo 85 de la Ley 99 de 1999, según la cual el infractor deberá pagar una multa de acuerdo con el daño que haya propiciado al paisaje de la ciudad y el valor que tiene el desmonte del elemento. Estas son las consecuencias que Bogotá sea una metrópoli que alberga cerca de siete millones de habitantes, donde unos luchan por no contaminar, pero muchos otros viven de hacerlo.
Nivel monitoreado
Nivel permitido
Carrera 30 con calle 8 A sur (Puente Aranda)
75 – 77 dB
70 dB
Carrera 7ª con calle 45 (Chapinero)
77 – 78 dB
65 dB
Carrera 7ª con calle 19 (Santa Fe)
75 – 78 dB
70 dB
Carrera 10ª con calle 11 (Mártires)
76 dB
70 dB
Avenida 1o de mayo con avenida Boyacá (Kennedy)
76,5 dB
70 dB
Calle 85 con carrera 7ª (Chapinero)
73 – 77 dB
70 dB
Carrera 100 con calle 22 (Fontibón)
75 - 78 dB
Punto
Datos de la Secretaría de Medio Ambiente
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Ilustración: www.vectorizados.com
Lugares extremos de la ciudad
En la Boyacá con Primero de Mayo hay un muerto día de por medio, luego de ser atropellado por unos carros que no bajan de 90 kilómetros por hora. La 100 con 15 es la reina de los choques. Por Mauricio Vidal García
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ada 7 horas es atropellada una persona en la Avenida Boyacá con Primero de Mayo. Un total de 1.095 bogotanos al año sufren graves lesiones físicas por accidentes en ese mismo lugar. De éstos, 195 mueren, lo que significa que hay 3 víctimas por semana. Ésta es la esquina más peligrosa de Bogotá. “La mayoría de los accidentes se da por la imprudencia de los conductores al manejar, el exceso de velocidad y el uso del teléfono móvil mientras conducen”, afirma Viviana Martínez, agente de tránsito. Buena parte de las víctimas son los propios comerciantes de la zona. Así lo cuenta Carlos Bermúdez, dueño de un local de víveres en la Avenida Boyacá con Primero de Mayo, quien pasó un gran susto este año cuando su hijo Claudio, el que hace los domicilios de la tienda, transitaba la avenida en su bicicleta y un bus de Expreso Bolivariano lo atropelló. Por fortuna, el joven de 16 años sólo se fracturó el tobillo izquierdo, pero quedó traumatizado con el episodio. Los días de mayor accidentalidad son los viernes y sábados, pues la llamada esquina más rumbera de Bogotá, ‘cuadrapicha’, queda a tan sólo unos pasos de allí. En la madrugada, la gente sale con unos tragos de más de las discotecas y recorre a pie el sitio sin tener en cuenta que los vehículos transitan a más de 90 kilómetros, pues la vía está desierta. Carlos Padilla, agente de tránsito, quien trabaja en este punto cuatro horas al día, asegura que pone entre 15 y 20 comparendos diarios. Sin embargo,
esto no ha disminuido el índice de víctimas en la esquina. Casi 176 cuadras hacia el norte, yendo por la Boyacá, subiendo por la calle 80 y tomando la carrera 15 se encuentra la esquina con más choques de la ciudad. El round point de la calle 100 con carrera 15 es considerado el punto más concurrido y con más accidentes de tránsito. Allí, aproximadamente hay 12 choques diarios, es decir 4.380 al año, según la Secretaría de Tránsito del Distrito. En esta inmensa glorieta desembocan 9 avenidas en diferentes direcciones: la carrera 15, de norte a sur y de sur a norte; la calle 100, de oriente a occidente y viceversa; la avenida NQS; la transversal novena de norte a sur, y la carrera 17. El tráfico es constante y la señalización es deficiente. En el sector hay ocho semáforos, lo que significa que siempre hay vehículos en movimiento y bastante desorden por el exceso de rutas que confluyen y se abren nuevamente hacia los cuatro puntos cardinales. Si un conductor viene en su automóvil por la carrera 15 y quiere dirigirse hacia la calle 100 al occidente, debe hacer el pare en tres semáforos, cada uno con duración de un minuto y 10 segundos en promedio. Esto implica que siempre hay congestión en el área, aun en horas que no son pico. Hasta hace 16 años existía allí una gran rotonda que básicamente distribuía los carros de la 15 y la calle Cien. En el centro se levantaba la famosa pagoda que regaló el gobierno coreano al país en gratitud por la presencia colombiana en la guerra de Corea. Pero la ampliación de la NQS (que se vuelve novena) y el trazado de la 17 obli-
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garon a hacer un paso subterráneo. “El problema –recuerda el ex alcalde Jaime Castro, en cuya administración se construyó el viaducto que pasa por debajo– es que la obra requería de un puente circular de segundo nivel que se dejó proyectado pero el siguiente alcalde no lo hizo”. Por todo eso, el sector es caótico. Rafael Muñoz, agente de tránsito que trabaja en este sitio doce horas al día y cinco días de la semana, asegura que pone entre 30 y 40 comparendos diarios debido a la imprudencia de la gente al manejar. El funcionario afirma que los accidentes de tránsito, tanto de atropellados como de choques, se dan por la falta de cultura ciudadana. Según él, la mayoría de la población no sabe cómo utilizar los semáforos adecuadamente y cómo dar vía cuando se tiene que dar. Elizabeth Vidal, quien transitaba el 22 de noviembre de 2008 por el round point y se disponía a tomar la NQS hacia el norte, se estrelló contra un vehículo de servicio público. “Para mí, este es el punto más peligroso de todo Bogotá porque el tráfico es permanente –dice. Si por la 100 esta en rojo, por la 15 está en verde”. La verdadera solución estaría en hacer el puente de segundo nivel del que hablaba Jaime Castro. Durante la administración de Enrique Peñalosa se volvió a considerar esa obra, pero nunca se abrió licitación para construirla. Mientras tanto, si usted es usuario de ‘cuadrapicha’ o transita con frecuencia por la glorieta de la 100 con 15, abra el ojo y aguce el oído. Esas son las dos esquinas más mortales de Bogotá.
Foto: cortesía hotel El Dorado, Bogotá
Las 5 esquinas con más choques:
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“Round Point” de la 100 con 15 Avenida Caracas con décima Carrera 30 con 19 Avenida Ciudad de Cali con calle 13 Carrera 68 con 110
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Ilustracióvn: José Gregorio Parodi
A veces la búsqueda puede ser más interesante que el propio hallazgo
i búsqueda comenzó en la Registraduría Nacional. Allí, el rostro extrañado de la primera persona que me atendió fue un indicio de que la cosa era complicada. La señora ojinegra, pelicorta y de unos 43 años, no vaciló en llamar a su jefe y contarle mi situación. El hombre, Coordinador de Información Ciudadana, gordo y de aspecto bonachón, reflejaba en su rostro que era un personaje de tierra caliente. Fue él quien me llevó casi de la mano a las oficinas más altas del lugar y me presentó ante un joven delgado y de semblante caucásico al que con cariño le decían Andrew. Por tercera vez le referí el motivo de mi investigación, y él decidió colaborar sin el menor reparo. Ese día ya era tarde y tendría que volver al siguiente. Mucho lamenté al salir el olvido del paraguas. Al volver a la Registraduría, Andrew me saludó con gran optimismo. En su oficina me mostró los resultados de la búsqueda y me explicó con cuidado:
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“Estos podrían ser los hombres más viejos de la ciudad, no hay registros de mujeres porque los primeros en tener cédula eran funcionarios del gobierno, algo que no era permitido a las damas”. Y allí me mostró tres cédulas antiguas, tanto que ninguna tenía más de dos dígitos. Eran la número 5, la 12 y la 50, y su tamaño era casi el triple de las actuales. En ellas borrosamente se podían leer los nombres de Hernando Carrizosa Pardo, nacido el 16 de diciembre de 1895, y quien fue gobernador de Cundinamarca; el de Juan Uribe Holguín, del 31 de mayo de 1903, quien fue ministro de Relaciones Exteriores y tenía como residencia la Calle 76 No. 8 – 54, cuando el documento fue expedido en 1952. El tercero era Carlos Villaveces Restrepo, del 9 de diciembre de 1907, ministro de Fomento. Alguno de ellos podría ser el hombre más viejo de Bogotá, pues en el organismo estatal aún no hay Acta de Defunción que confirme sus fallecimientos. Se me ocurrió buscar los tres nombres en el directorio telefónico, pero no encontré nada.
Fotos: Museo Archivo de Bogotá
La misión era clara: había que encontrar al hombre o mujer más viejo de Bogotá, tarea poco fácil si se tiene en cuenta que sólo en el 2005 la ciudad contaba con 26 personas de 115 años, según el Censo General del Dane. Por Jennifer Arévalo
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Mi única esperanza era la dirección que aparecía en la Registraduría, la de Holguín, a sabiendas de que en 57 años muchas cosas debieron cambiar en la zona. Al día siguiente me dirigí al sitio, pero en ninguna de las casas aparecía el número correcto. Empecé a golpear y en una de ellas un celador me informó que no existía por allí esa dirección y que no conocía a “ningún viejito tan viejito”. Así pregunté en casi todas las construcciones de la cuadra hasta que me di por vencida. Saliendo de allí, busqué una tienda o cigarrería en la que algún vecino pudiera darme información, pero lo único medio parecido que encontré fue un Pomona. Decidí volver a mi casa. Habiendo agotado ese recurso, recordé el nombre de una mujer que apareció en una noticia de Semana.com del 2008, María del Carmen Rojas, nacida el 13 de noviembre de 1899 y que vive en el Barrio San Isidro, de Bogotá. Volví a la Registraduría Nacional y le
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pregunté a Andrew por ella y, tras revisar unos documentos, me dijo que no existía porque en los registros sólo aparecía una mujer con un nombre similar pero con fecha de nacimiento de 1930. Semana la había embarrado. Dos días después me dirigí al Departamento Nacional de Estadística (Dane) en donde hay una oficina especializada para este tipo de búsquedas. Allí, la encargada de Atención al Ciudadano, joven, rubia y de ojos claros, me pidió sentarme a su lado y empezó a buscar en el sistema. Encontró una lista larga del Censo General del 2005 en la que aparecían las personas con más de 100 años por cada localidad en Bogotá. Volví a ilusionarme con mi pesquisa. Sin embargo, el índice no contenía ni nombres ni direcciones. La joven me indicó que el Dane no tenía ninguno de esos datos, excusa que no le creí. Insistí varias veces para ver si al menos podía darme los nombres, pero ella, visiblemente molesta, me repitió varias veces que no. Desistí y me llevé la lista en mi USB. Al menos los datos estaban buenos: solo en la localidad de Fontibón había hasta el 2005 diez personas con 115 años, alguna de ellas podría estar viva y con 119 años. Lo curioso de todo era saber cómo en una ciudad tan vertiginosa como Bogotá, con tanta contaminación e índices altos de pobreza e insalubridad, pudieran vivir hasta ese momento 26 personas con esa edad: cuatro en Usaquén, tres en Tunjuelito, una en Engativá, tres en Suba, una en Antonio Nariño, cuatro en Puente Aranda y las diez de Fontibón. Y aún más sorprendente fue encontrar que había 314 personas con 100 o más años. ¿Dónde estaría mi viejo o mi vieja? Como no tenía ninguna dirección, decidí empezar a llamar a las alcaldías de esas localidades para buscar da-
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tos. Llamé a la de Tunjuelito, pero la secretaria me dijo que no podía ver al alcalde porque estaba de vacaciones. Seguí con la de Barrios Unidos, en la que conocí la voz de cuatro diferentes empleadas, pero ninguna de ellas sabía algo sobre la tercera edad. Marqué a la de Fontibón y allí el joven que me contestó nunca encontró a la persona encargada de esos temas. Digité los números de Puente Aranda, Engativá, Suba y Antonio Nariño, pero en todas escuché el siguiente mensaje: “La empresa de Telecomunicaciones de Bogotá informa que el número marcado no ha sido instalado”. Me rendí. En ninguna encontré algo que valiera la pena. En vista de lo anterior, la única salida que me quedaba era empezar a buscar en los hogares geriátricos. Encontré varios, pero muy pocos correspondían a las localidades en las cuales podrían estar los centenarios. Hallé uno en Puente Aranda, llamado Abuelitos Sol y Luna. En el lugar cuidaban a muchos ancianos que habían sido abandonados por sus familias o encontrados en las calles. Ninguno de ellos llegaba a los 100 años. Aún no encuentro a mi viejo, él o ella debe estar esperando apacible en algún lugar de la ciudad, en una silla de ruedas, una cama de hospital, una esquina de barrio o una alcoba familiar. El mes largo de búsqueda ha sido toda una experiencia periodística, tal vez más intensa y más enriquecedora que la alegría de cinco minutos por haberlo hallado.
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Piques callejeros
Pocas aficiones son tan peligrosas como esta de las carreras clandestinas de carros. Muchos jueves en la noche se oyen en la Boyacá con 170 los motores de carros modificados recorriendo 400 metros en 20 segundos. Por Sofía Guevara Camargo
ueves a la medianoche, Bogotá duerme. La cita es en la calle 170 con Boyacá y el reloj dicta las 11:20 p.m. Es la hora en que empiezan a llegar los invitados a esta fiesta clandestina de las carreras callejeras de carros. Los competidores llevan por lo menos media hora probando motores. A un lado de la vía se parquea un Chevrolet Optra negro. De su baúl aparece una gran consola de sonido con dos pantallas que muestran silueta de mujeres mientras suena música electrónica. Nadie mira los videos y toda la expectativa se concentra en los 400 metros de avenida por donde rodarán dos carros con el acelerador a fondo. Esta tradición, prohibida por la Policía y sin duda de enorme riesgo, existe en Bogotá desde finales de los años setenta cuando no era una práctica reconocida y con libertad absoluta se corría por la avenida Pepe Sierra con carros norte-
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americanos de ocho cilindros. Allí nacieron los precursores del automovilismo en Colombia, entre ellos el famoso Jorge Cortés. Esta noche se correrán seis competencias, dos de ellas de tipo profesional. Seis es el número máximo que se corre por noche. A las doce y quince minutos empieza la primera, entre un Twin Cam y un Honda Civic. Fueron elegidos al azar para abrir la jornada que ya reúne unos 20 carros al costado de la Boyacá y unas 80 personas con ganas de emociones fuertes. Esos primeros competidores siempre son autos sin ninguna intervención, o sea con sus motores originales. Por ellos no se hacen apuestas y la plata se deja reservada para la competencia estelar de la noche que en esta ocasión será entre un Mustang azul de 1976, con modificación en el motor, y un Chevette de 1966, bastante conocido entre los entendidos de este deporte y también con sistema repotencializado. Serán ellos los que rueden en la última carrera. Nadie da
sus nombres reales pues saben que esta reunión nocturna es ilegal. Con todo, la mayor expectativa y las apuestas más altas casi siempre son para los Renault 4 modificados, que son los carros que más se reforman para hacer piques. En una noche, las sumas pueden llegar a subir hasta los seis millones de pesos. A pesar de la clandestinidad, puede hablarse perfectamente de estas carreras como de un torneo oficial, cada vez con más competidores y con un público que lo sigue. Los adeptos a este plan de los jueves son en su mayoría jóvenes que asisten a ver las carreras por pura afición a la velocidad, aunque con el paso del tiempo todo se ha convertido en una rumba con música y alcohol. Como es obvio, no hay convocatorias públicas y todo se avisa por medio del Facebook siempre con mensajes privados y sólo a quienes se encuentran inscritos en grupos previos.
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Ilustración: www.vectorportal.com
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Las categorías van desde el menos veloz, que recorre el cuarto de milla de diecinueve a veinte segundos con carros de fábrica sin ningún tipo de modificación, hasta los más rápidos, que alcanzan a recorrer los 400 metros en diez segundos que es el récord en Bogotá. Esta velocidad solo es alcanzada por autos modificados a los cuales se les han invertido entre 40 y 50 millones de pesos, y que son capaces de levantar más de 240 kilómetros por hora. Los grandes enemigos de estas justas son los policías. A la primera carrera de esta noche no llegó mucha gente por los retenes en zonas aledañas. Una forma de escabullirse del control de la autoridad es organizarlas en distintos lugares, aunque el ideal es la 170 con Boyacá, pues la avenida se ensancha hasta casi 120 metros y hay una visibilidad de casi un kilómetro adelante, con lo cual se hace imposible que aparezcan automóviles de sorpresa.
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Edwin Solórzano, que compite con un Renault 18, recuerda que hasta hace cuatro años solía ser una fiesta tres veces más grande, pero con el crecimiento de la ciudad el espacio sin vecinos es cada vez más reducido y cuando éstos ven que van a comenzar los piques llaman a la policía, especialmente por el ruido que ocasionan los motores. Según Solórzano, el nivel de accidentalidad es muy bajo, además porque en su mayoría los corredores son expertos. Sin embargo, recuerda el accidente de un Renault 4 sistema turbo moderno que debido a la poca luz se estrelló con un árbol hace un año. Aunque el capó quedó bastante dañado, no hubo
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consecuencias graves para el corredor. No corrió la misma suerte el conductor de un Chevette 66, que apenas picando el carro previo a la carrera perdió el control y terminó estrellado y sin vida. En la tercera carrera compiten un Toyota Supra y un Ford Torino. Sin embargo, poco antes de arrancar, uno de los asistentes (al parecer hijo de un coronel) da la voz de que la policía está por llegar. En menos de tres minutos todos los autos se dispersan por calles diferentes. Allí no ha pasado nada, y la avenida vuelve a ser un sitio desolado y apenas iluminado por las farolas amarillas del alumbrado público.
Los piques no se encuentran reglamentados en el Código de Tránsito; sin embargo, la velocidad y el conducir en estado de embriaguez generan consecuencias como multas de hasta 20 salarios mínimos diarios legales mensuales, pérdida del pase de conducción y cárcel. Cuando la policía ha llegado durante las carreras anota placas (incluso de los espectadores) y ha llegado a trasladar vehículos a los patios.
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Miles de toneladas de desechos que valen billones
Un negocio que huele mal porque se encarga de recoger lo que otros ya no usan, pero también porque hay corrupción tras su manejo Por Verónica Téllez Oliveros
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Ilustración: www.designious.com
espreciada, mal reputada, escondida o tirada a medio camino, la basura es como los parientes pobres: casi nadie quiere saber de ella. Sin embargo, bajo las montañas de desechos y desperdicios subsiste una de las actividades con cifras más extremas y asombrosas. La basura se escribe con muchos ceros desde todo punto de vista. Así, por ejemplo, para recolectar los desperdicios que producen los 625.000 usuarios de solo seis localidades de Bogotá, la empresa Lime debe hacer tantos recorridos que sumados a lo largo de un mes llegan a 480 mil kilómetros. Esto equivale a 38 veces el diámetro de la Tierra o a 250 viajes por carretera ida y vuelta de Bogotá a Santa Marta. Las 6 mil toneladas de desperdicios que produce Bogotá diariamente son el objeto de trabajo de miles de recicladores y un negocio de muchos millones para quienes manejan la recolección. Baste decir que el contrato para la operación del relleno sanitario Doña Juana cuesta $67 mil millones. En la ciudad, el servicio de aseo está dividido en tres etapas: recolección, barrido y limpieza. Para esto los consorcios de aseo reúnen en total a 4.728 empleados en sus distintas dependencias. De esa cantidad, aproximadamente mil tienen como tarea la recolección en una tarea que involucra a 192 vehículos compactadores que la llevan hasta Doña Juana, en la localidad de Usme. Allí se reúnen en total 80 mil toneladas de basura bogotana
cada mes, la mayor parte desechos orgánicos, según Humberto Delgado, funcionario de la Dirección operativa de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp). El consorcio con la mayor cantidad de vehículos compactadores es Lime, que cuenta con 77 para las seis localidades que atiende, mientras que Aseo Capital, que tiene a su cargo la limpieza de 9 zonas, cuenta con 60 carros de este tipo. La diferencia está en que la primera responde por tres grandes alcaldías menores: Usaquén, Suba y Usme. Sin embargo, la comunidad que más residuos sólidos domiciliarios produce al mes es Kennedy, con 17.387 toneladas cuya recolección la hace Ciudad Limpia. La sigue Suba con 16.863 toneladas que recoge Lime. Ésta también hace el cubrimiento más largo. Desde Usaquén y Suba hasta el relleno, cada vehículo puede recorrer 20 kilómetros o más en cada viaje. De ahí que se pueda decir que en un mes le dan 38 vueltas a la tierra con todo el kilometraje acumulado por sus camiones.
De la calle a Doña Juana La imagen de una gigantesca montaña de basura con chulos, ratas y perros al acecho no corresponde con la realidad de Doña Juana. En 1997 hubo un derrumbe de 800 toneladas de basura, las cuales taponaron el río Tunjuelito. Después de esto, el botadero se convirtió en el moderno relleno sanitario que es hoy. Allí hay una planta para el tratamiento de los lixiviados (líquidos que
El estudio se realizó en unas 3.000 personas que habitaban cerca al relleno, principalmente en las veredas Mochuelo Alto y Bajo. Éste determinó que los niños presentan índices más bajos de peso y síntomas crónicos de irritación en los ojos y vías respiratorias. Los adultos mayores de 50 años tuvieron más síntomas respiratorios, episodios clínicos de enfermedad pulmonar más severos y un aumento en el deterioro de la calidad de vida, comparado con otras zonas de la capital. Se estableció que el agua de la zona presenta mayor turbiedad y color diferente al normal y que la cercanía de las veredas del Mochuelo con las ladrilleras hace más vulnerable a esa población.
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desprenden los residuos en su descomposición) que son tratados para devolverlos limpios al Tunjuelito. Además, las excavaciones de la basura están cubiertas por una geomembrana que impide la contaminación de la tierra. Pese a estas condiciones, todavía hay varios inconvenientes que enfrentan los habitantes de la zona aledaña al relleno. La CAR ordenó en el 2004 realizar un estudio epidemiológico a la Universidad del Valle para identificar el impacto de Doña Juana en la salud de las poblaciones de su área de influencia. Éste se hizo entre agosto de 2005 y enero de 2006 pero no fue divulgado por la Uaesp y solo en el 2008 se conoció el resultado de la investigación (ver recuadro).
Los manteles ‘soplones’ La operación de Doña Juana es también uno de los negocios más interesantes para inversionistas privados, pero además, uno de los puntos más vulnerables de la ciudad en caso de que algo funcione mal. A principios de septiembre de 2009, el diario El Espectador se encontró una historia periodística excepcional que publicó bajo el título de “Raros planes para el relleno Doña Juana”, en la cual señalaron algunas irregularidades en el proceso licitatorio para su operación. En la nota el periódico indica que “de por medio hay un contrato de $67.000 millones y una particularidad: si el relleno deja de operar 24 horas, de inmediato habría una emergencia sanitaria en la ciudad. ¿Por qué no avanza satisfactoriamente el proceso licitatorio abierto desde hace varios meses y en cambio se le han dado cuatro prórrogas a Proactiva —la última de ellas por parte de la administración de Samuel Moreno—? Una fortuita conversación puede tener las claves”. Laura Ardila, quien cubrió este tema, cuenta que un periodista de El Espectador que estaba en un restau-
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rante escuchó una conversación que sostuvieron Catalina Franco, ex directora jurídica de la Uaesp, su esposo Alier Hernández y el abogado Édgar Hernández. Hablaban sobre Doña Juana y sobre la necesidad de quitarle el contrato a Proactiva, la firma que manejaba el relleno. Después de que abandonaron el sitio, el periodista fue hasta esa mesa antes de que recogieran los platos y la asearan y encontró que habían escrito en los manteles de papel algunas letras y dibujos que podían ser comprometedores. Los recogió y se los llevó al periódico. El director, el editor y los de la sección Bogotá los evaluaron y terminó saliendo una nota para contar algunas de las sospechas respecto al manejo del tema de la basura. Casi de inmediato, Franco y la entonces directora de la Unidad, Victoria Virviescas, fueron destituidas.
guee. Tiene 15 minutos de descanso para almorzar rápidamente y luego continuar levantando los desechos en las calles. Le dan 15 bolsas para depositar lo que recoge en el barrido, 5 para material pesado, como escombros, y 20 para recolectar los residuos depositados en las cestas públicas. Cada bolsa tiene un peso máximo de 10 kilos por cada 100 metros lineales de vía, según lo ordena el Distrito. Es decir, López en su recorrido diario deja listos 400 kilogramos para que se los lleven las volquetas del concesionario, lo que equivale a 8 toneladas mensuales con todo tipo de residuos: jeringas, condones, cartas de amor, recibos bancarios o fotografías. “Una vez unos compañeros se encontraron en Santa Isabel un feto que habían abortado y
En Bogotá, una familia conformada por cuatro personas produce un promedio diario de 2,65 Kilogramos de desechos, según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp). estaba ahí en plena calle sin ninguna bolsa. Cuando eso pasa debemos llamar al supervisor; él le avisa a uno de los recolectores para que pase con un camión y lo recoja lo más rápido posible”, agrega. Sin exagerar, él puede vanagloriarse de conocer muchas calles palmo a palmo, hueco a hueco y hasta indigente a indigente.
Un transeúnte normal se demora unos nueve minutos en ir desde la calle 26 hasta la 33 por la carrera Séptima. Pero César López tarda 8 horas. Él no es invidente, no tiene muletas ni silla de ruedas. Es uno de los 153 empleados del consorcio Aseo Capital y uno de los 1.742 ‘escobitas’ de la ciudad. Sale de su casa a las 4 de la mañana para ir a la calle 20 con carrera 10. Allí está la bodega de su empresa en la cual recoge la dotación para empezar su recorrido a las 5 de la mañana, en la Séptima con 26. Termina en la calle 33 con quinta a la una de la tarde luego de haber realizado el barrido manual de todos los bordes de la calzada. Debe acabar la ruta como sea. “Por eso nos tienen prohibido hablar con las personas porque a nosotros nos vigila un ingeniero que pasa para revisar que estemos haciendo nuestro trabajo”, cuenta. Entre su dotación está incluido un impermeable, pues su tarea no puede parar así llueva, truene o relampa-
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Foto: archivo personal de la autora
Escobitas, los hombres del barrido
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Ciudad underground y extrema
Ilustración: www.dragonartz.net
Hasta hace quince años, este era un barrio normal, de vecinos rumbo a la tienda y niños jugando en las calles. Hoy, los pocos habitantes que quedan viven entre los decibeles de la rumba y la sordidez de los moteles. Por Camila Peña
no, dos, tres, cuatro, cinco… Diez, once, doce, trece… Dieciocho, diecinueve y veinte. ¿Veinte moteles en una sola calle? Sí, es una realidad. En la calle 31 sur, entre carreras 15 y 17, se ubica la cuadra con más moteles en Bogotá. En aproximadamente 120 metros de largo hay 30 edificaciones de las cuales 6 son casas de familia, 3 talleres mecánicos, una es una tienda de barrio y el resto son moteles, hostales o residencias. Los hay con todo tipo de nombres. Unos tan pretenciosos como Plaza Inn y Doral Inn; otros tan llamativos y típicos como Gran Resort, Acuario y Luna Azul. Algunos tan contradictorios como El Redentor, y otros más tan comunes como Hostal de Piedra, El Velero y Camino Cerrado. En cuestión de precios, el motel más costoso y más lujoso es el Acuario, en donde estar en habita-
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ción sencilla por cuatro horas, o “el ratico”, como dicen sus empleados, cuesta 30 mil pesos. Si se quiere jacuzzi el costo es de 45 mil, y el sauna aumenta la tarifa a 60 mil pesos. Ahora, si el usuario prefiere la Suite Mediterránea, que tiene los anteriores servicios, más turco, el precio es de 70 mil pesos por seis horas, un “ratico” más largo. En el otro extremo de la escala tarifaria está el único hospedaje de la cuadra que no tiene nombre y donde se pagan 20 mil pesos por cuatro horas en habitación sencilla. El flujo diario de gente oscila entre las 60 y 100 personas por cada motel; en fines de semana el número aumenta hasta 180 o 200 personas. Desde el jueves hasta el domingo, esta zona motelera de la ciudad se ve invadida por parejas de todos los tipos. “Si llega después de las 3 de la mañana es muy difícil el acceso a alguno de los sitios. Todos están lle-
nos a esa hora. Le toca coger pa’ los de la Caracas o los de más pa’ allá”, comenta Peter, celador de uno de los moteles, quien lleva trabajando seis meses como espectador de estos amores furtivos. “A la Policía la vemos de vez en cuando, casi siempre cuando hay problemas graves como tiroteos o escándalos en la calle. De resto uno ve atracos, gente drogándose, peleas y nadie viene a ayudar”, dice una vendedora de dulces que trabaja día y noche en el sitio, y registra en su pupila más que las mismas cámaras de Policía que hay instaladas en ciertos postes. “Usted consigue todo tipo de droga en esa cuadra, ve prostitutas, viejas en bola, cuanto atraco se imagine, gente que pregunta todo el tiempo por los moteles. Hasta a mí me piden que les recomiende alguno”, prosigue la mujer. Este barrio de la localidad de Kennedy era residencial hasta
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mediados de los noventa y hoy es el mayor rumbeadero de Bogotá. Doña Carmen Duarte ha vivido aquí por 35 años y asegura que “era un sector ideal para vivir, muy tranquilo, central para llegar a cualquier lado de Bogotá, muy familiar y sobre todo seguro. Todo cambió hace más de diez años, cuando construyeron el Centro Comercial Plaza de las Américas. Después se metieron todos esos bares de la ‘cuadrapicha’ y ahora los famosos moteles de la Primera de Mayo. Yo me acuerdo que mis hijos montaban bicicleta por esa cuadra cuando solo había casas y uno que otro ‘ranchito’, pero hoy en día aunque ya son grandes no los dejo salir por allá, porque el sector es muy peligroso y a mis nietos ni pensarlo… Me da miedo que me los roben”. La invasión de la rumba es tal que apenas a una cuadra al norte de la zona de los moteles hay 14 bares gay seguidos, con nombres como Arcadia, Sugar y Acertijo. Y para rematar, una cuadra más hacia el norte está ‘cuadrapicha’, un sector que no duerme, en donde solo se ve y se sienten la música, el trago, las mujeres, los hombres, las luces; la venta de maní, dulces y cigarrillos, la prostitución y la inseguridad. ¿Cuántos bares, discotecas o cantinas puede haber en ‘cuadrapicha’? Los sitios visibles al ojo son 25, pero hay que sumarle todos los que están escondidos y los que no tienen nombre ni dirección. La Bomba, Labio’s discoteca, Los Reyes, Cupido’s Disco, Disco Bar Jairo’s, Baracoa Music Hall, son solo algunos de los más concurridos. “Una cuadra para ir a tener la mejor noche de rumba o para desear no recordar jamás lo que pasó”, afirma Walter Riaño, un
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joven que asegura no salir de la zona cada fin de semana. Con la rumba también llegaron los problemas. “Hoy el área soporta una de las inseguridades más extremas de Bogotá –comenta el patrullero González–: es uno de los sectores más complicados de la ciudad; nosotros trabajamos incansablemente desde el CAI Plaza, que está a pocas cuadras, hasta la Avenida 68. Robos, peleas, riñas por celos, borracheras, menores de edad intentando violar la ley… ese es el pan de cada fin de semana en esta calle”. Uno de los aspectos más singulares de la cuadra de los moteles es que perdida entre la seguidilla de hospedajes y hostales donde se paga por un ‘ratico’ de complicidad, en plena mitad de ese maremágnum de sexo y licor, se levanta sombría la Funeraria El Apogeo. “Yo llevo trabajando aquí cinco años y así como veo llegar personas que acaban de fallecer, veo salir de aquí al lado personas a punto de morir ya sea por la borrachera, por una sobredosis, porque les acaban de dar una tunda o porque les hicieron la vuelta y los dejaron vaciados”, cuenta un hombre que cumple con su labor de cuidar carros en el lugar. Pero la funeraria no es la única “intrusa”. En la misma calle, sobre la carrera 15, se encuentra el Instituto Técnico Laboral IANETT, una entidad educativa de la que muchos estudiantes salen derecho de clases a hacer traquear las camas de los negocios de al lado, sobre todo los viernes. Es un mundo un poco loco, bastante sórdido, y sin duda un reflejo perfecto de esta Bogotá desorganizada y underground que puede ser cruel o divertida, o las dos al mismo tiempo.
Regulación de la Ley frente a los moteles El Ministerio de Industria y Comercio otorga la facultad de regulación sobre estos establecimientos, a las Alcaldías Locales
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Una Bogotá donde se entrelazan la fe y la ignorancia
Soy Carolina Torres, tengo 22 años y nací bajo el signo de Géminis. Estaba a punto de casarme con el hombre que había cambiado mi vida, pero él se fue con otra un mes antes del matrimonio; desde entonces estoy sumida en una depresión profunda que me ha arrancado poco a poco las ganas de seguir viviendo”. Podía ir con esta historia a un sicólogo o escoger la solución extrema a la que muchos acuden: los lugares esotéricos. Decidí indagar sobre las recetas que tuvieran para esa ‘enfermedad’ cuatro esotéricos doctores de Bogotá a quienes visitaría como Carolina Torres. Pero, ¿cómo escoger a dónde ir, si hay 825
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avisos registrados sobre esoterismo en Bogotá, en las páginas web de anuncios gratuitos? Estamos a punto de ingresar a una zona de plantas y medicinas botánicas; de agüitas mágicas de nombres extraños; de cartas omnipresentes que dictan el futuro; de baños, polvos y perfumes con poderes curativos. En ese mundo de hechizos y ‘trabajos’, escogí a cuatro esotéricos en busca de una prescripción. El motivo de consulta será exactamente el mismo: “Soy Carolina Torres, tengo 22 años y…”.
17 de octubre. Avenida Caracas con calle 39, Templo del Indio Amazónico.
Entré a la sala de espera, que hacía las veces de tienda, lugar para orar, pozo de deseos y sala de consultas rápidas. Me atendió una mujer de cabello negro y churco, estatura media, camisa verde brillante y pantalón con rayas beige, unos 15 o 18 collares en el cuello, con plumas e imitaciones de dientes de tiburón. Pedí una consulta, y ella me atendió amablemente. Expuse mi caso: “Soy Carolina Torres, tengo 22 años y…”. El diagnóstico: salada en el amor. La prescripción: unos baños que limpiarán las energías que emana mi cuerpo y le permitirán llenarse de vibras positivas. Los baños tienen un valor inicial de 50 mil pesos, pero hay que comprar una contra complementaria que
Ilustración: www.apaganza-art.com
Ilustración: Ivan Longland
Fui a donde cuatro brujos con un mismo caso de amores contrariados. El mal de amores obtuvo otros tantos diagnósticos y recetas Por Mónica María Parada Llanes
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puede costar entre 20 mil o 50 mil y un jabón de 5 mil, además de asistir a unas consultas que pueden llegar a costar hasta 150 mil (todo se paga por adelantado). Un solo baño no será suficiente, por lo que me recomendaron usarlos por aproximadamente cuatro meses. El costo total del tratamiento ascenderá a un poco más de un millón de pesos. Al final la consulta no tuvo precio, pero terminé por comprar un jabón de Sándalo para alejar las malas energías (5 mil pesos) y prometí que regresaría para una segunda consulta en la que me sometería a una lectura de tarot. También me invitaron a una terapia de grupo para sacar la sal del amor y a visitarlos para comenzar la elaboración de mis baños.
21 de octubre. La segunda consulta fue en un lugar que parecía tener nada que ver con esoterismo o magia: una panadería ubicada en la calle 12 entre carreras tercera y cuarta. Esta vez el doctor era un gitano separado de su comunidad y sin consultorio. Era un moreno alto, de 22 años, cejas pobladas y ojos oscuros, rasgos indígenas. Vestía jean y una chaqueta de cuero negra. Lo conocí por alguien de la Universidad y le pedí que me leyera la mano. El hombre me miró y empezó a tocar con la yema de sus dedos mi mano, cerró los ojos y dijo entre dientes un rezo que no logré entender. Los resultados no dejaban nada que temer: “Te enamoraste perdidamente y te hicieron mucho daño, pero no es el fin del mundo, ese hombre no encarnaba el amor verdadero. Ocurrirá en tu vida un hecho que partirá en dos tu trayectoria personal. Te casarás con quien está destinado para ti pero antes tendrás varios amores”. Para el mal de amores, dijo el gitano, no hay ninguna cura, salvo el tiempo. No recetó nada y me costó 10 mil pesos.
27 de octubre. Avenida Caracas con calle 38, La Casa de la Suerte. Esta vez, en aras de buscar un diagnóstico un poco más acertado, me sometí a un mecanismo esotérico de consulta diseñado especialmente para casos de amor: el tabaco (15 mil pesos). El consultorio, por primera vez dispuesto exclusivamente para
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estos exámenes esotéricos, es un pequeño lugar con un escritorio y dos sillas, dos repisas con velas, tabacos, cartas de tarot y algunas figuras religiosas. La hechicera era una mujer de unos 40 años, piel amarilla, pelo largo, negro, un tanto enmarañado. Se sentó, sacó un tabaco de unos 12 centímetros. Dispuso en el centro de la mesa un pocillo de barro y una vela apoyada en un candelabro de bronce curtido por la cera. Me pidió que me concentrara mientras ella golpeaba el tabaco tres veces por un lado y cuatro por el otro y se lo llevaba cerca de la boca para rezarle alguna oración en una lengua extraña –aunque sus susurros eran audibles, no entendí nada. Repitió la acción tres veces antes de pedirme que tomara el tabaco únicamente con los dedos índice, corazón y pulgar de la mano izquierda. Lo encendí cuando ella dio la orden y fumé hasta que me fue posible. Tenía un sabor amargo que parecía quemar la punta de la lengua, el humo era denso y el espacio pequeño no ayudaba a disminuir la sensación de ahogo. Es normal sentirse así, dijo ella y sacó un pequeño objeto de caucho en forma de ánfora donde insertó el tabaco y comenzó a leer. Diagnóstico: un karma en el ámbito amoroso. Jamás encontraré el amor ni me casaré ni alcanzaré la felicidad porque, cuando mi madre estaba embarazada de mí, alguien lanzó sobre ella un maleficio para que dejara a mi papá y, aunque no surtió el efecto deseado, recayó en mí. Describió con lujo de detalles al hombre con el que iba a casarme: trigueño, alto, corpulento, que estaba casado cuando nos conocimos. Afirmó que él no quiere regresar conmigo y que yo debo dedicarme a luchar contra mi karma. La prescripción: Vudú blanco (500 mil pesos), eficacia garantizada. Costo total: 615 mil pesos.
2 de noviembre. Regresé al Templo del Indio Amazónico, a la segunda consulta. La mujer que me atendió, insistía en que debía pagar 150 mil pesos porque los resultados serían mejores, que una consulta de tarot que costaba 20 mil. Al final aceptó a regañadientes el dinero y me dio la ficha para la consulta. “Debe esperar porque la profesora está ocupada en una carta astral”, dijo.
Luego de 50 minutos me llamaron. La profesora resultó ser la misma persona que pretendía hacerme pagar 150 mil pesos. El consultorio estaba atestado de carteles de los signos del zodiaco, diosas, indios y colores fuertes. Había un escritorio con tres sillas, donde nos sentamos. Era la primera vez en estas cuatro consultas que no me miraban a la cara. Ella solo miraba la mesa. Barajó las cartas tres veces y pidió que partiera la baraja por mitad. Las cartas hablaron de mí: el hombre, no era el que el destino tenía dispuesto para mí. No encontraré nunca al amor de mi vida, porque lo busco en los hombres equivocados. Además, las mujeres sienten una fuerte atracción sexual hacia mí. La profesora me aseguró que yo no contaba con amigas reales; todas, de una u otra forma, sentían un deseo carnal hacía mí. ¿No te has dado cuenta?, preguntó. Sí, claro, respondí –aunque jamás he sentido que alguna de mis amigas me mire de forma extraña. “Los hombres que atraes no son afines a ti –siguió diciendo–, debes buscar, entre ellos, a quien puedas amar de verdad”. “¿Y cómo atraerlos?” –pregunté. “Fácil” –dijo ella–, con una abertura aural con activación de los chacras del cuerpo (200 mil), unos baños para el amor (50 mil) y un amuleto especialmente diseñado (50 mil)”. Al final de los 5 minutos que duró la consulta, la profesora me miró a la cara mientras barajaba las cartas y me invitaba a volver para empezar el tratamiento con un costo inicial de 320 mil pesos. “Soy Carolina Torres, tengo 22 años y…” visitó cuatro lugares, habló con personajes del mundo místico del esoterismo y las energías y, para el mismo problema, obtuvo otros tantos diagnósticos y prescripciones diferentes. Mientras hacía el recorrido por estos consultorios, me encontré con que, a diferencia de lo que algunos creen, no existe en el código de funcionamiento de los establecimientos comerciales (Ley 232 de 1995) un aparte especial para este tipo de negocios, sino que cuentan con la misma regulación y normatividad jurídica y comercial que el resto de los establecimientos de Bogotá. Tampoco hay una regulación específica, diseñada para el control de esta actividad.
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Gente que no conoce la
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vida diurna
tanto por los riesno , os m tre ex s io ic of s Dentro de lo r la renuncia a llepo y s to al es br so s lo gos como por rioéste de trabajar en pe tá es , al rm no da vi a var un más duermen. dismo mientras los de s Por David Castellano Ilustración: Tomás Silva
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e noche la ciudad es otra y casi nadie la conoce ni la vive más allá de la rumba esporádica o la emergencia de necesitar algo de última hora. Bogotá cada vez se hace más noctámbula y por tanto crece el número de personas que a la madrugada están en plena vigilia, casi siempre porque su trabajo lo obliga. Claro que también están los insomnes, pero esos andan en sus casas. Esta es la historia de dos periodistas que viven esa ciudad trasnochadora, uno desde la cabina de una emisora y otro desde la reportería en un móvil de prensa. Este es el itinerario que sigue una noche promedio para uno y otro.
9:00 pm Carrera 7 con calle 67 Caracol Radio Séptimo piso Marcela Alarcón llega a la emisora después de presentar su identificación electrónica cuatro veces para ingresar al edificio y a las oficinas donde está su sala de emisión. Su programa, Amanecer W, empieza a las 12 de la noche. Hoy llegó temprano para colaborar en Mujeres W, el programa que le antecede al aire por los 99.9 Mhz. Lleva un Red Bull en la mano y sabe que va a ser una larga noche, sobre todo porque tuvo que “madrugar” a las 12 del día para ir a un almuerzo con sus jefes. Usualmente se despierta a las 3 de la tarde.
9:10 pm Av. El dorado con carrera 59 El Tiempo Sala de redacción Hace 10 minutos, el noctámbulo de CityTv espera a su equipo para salir a las calles. La mayoría de los computadores de la sala de redac-
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ción ya están apagados y sus respectivos periodistas están descansando. En el rincón desde donde se emiten los noticieros de CityTV, Juan Guillermo Mercado bromea con un colega en un acento difícil de identificar. Se le está haciendo tarde para salir a cubrir sus fuentes predilectas: policía, bomberos y Secretaría de Salud. Hoy no llamó ningún ciudadano para pedirle que cubra un suceso. A pesar de que su oficio es de alto riesgo, el noctámbulo afronta la noche con buen humor y espera lo que le deparen las horas.
01:00 am Carrera 7 con calle 67 Caracol Radio Sala de emisión de Amanecer W El invitado de hoy es el actor Daniel Rocha, a quien Marcela contactó mientras hacía la fila para renovar su cédula. Ella produce el programa, dirige las locuciones, pone música y coordina las llamadas de los oyentes. A esta hora de la madrugada no queda nadie en el ala norte de Caracol Radio. En el día ingresan al edifico cerca de 800 personas, ahora no hay más de 40 y, como es miércoles, el encargado de turno apagó la luz del corredor que colinda con la sala de emisión. La periodista está absolutamente sola, únicamente acompañada por su audiencia y por los reflejos de ella misma en los vidrios insonorizados de su cabina, la única de las seis en el ala norte que está iluminada. Un oyente la saca de la modorra que sobreviene a la una de la mañana, y la pone en total alerta. “Es que no vale la pena vivir”, le dice él. Ella entiende por el tono de su voz que no se trata de una broma. Acompañada únicamente por el televisor, las máquinas de emisión y
con el oyente llorando al otro lado de la línea, Marcela tiene un instante de horror.
01:15 am Av. Américas con Av. Boyacá Auto del noctámbulo de CityTV Rumbo a Kennedy Juan Guillermo abre un poco la ventana, deja entrar el aire frío que le refresca el rostro y ahuyenta el sueño. Mira el aura de las luces en la neblina de la noche y recuerda el martes 11 de agosto pasado, la última vez que fue a Britalia, un barrio de Kennedy al que le tiene mucho respeto, y al que también se dirige esta noche. Aquella vez los periodistas de CityTv fueron sorprendidos por una turba que les cerró el camino. Armados con palos y cuchillos se amontonaron unos sobre otros buscando propinar el mejor golpe. Bajaron del auto con la cámara y los reflectores listos. Un hombre de 72 años yacía en el centro de la multitud y era arrastrado por los vecinos del inquilinato donde vivía. Cuando pudieron verlo ya estaba inconsciente. Había violado a una niña de 6 años y antes de que el Estado lo hiciera, fue castigado por los vecinos de su barrio. El violador iba rumbo a otra vida cuando los periodistas se percataron de que habían registrado en cámara el homicidio. Lo más grave fue que los responsables también se dieron cuenta y se inició una persecución. Por fortuna, el par de patrulleros que observaron impotentes la golpiza habían pedido refuerzos, lo que les permitió a los periodistas alejarse sin ningún perjuicio físico. Sin embargo, el recuerdo del linchamiento quedó tallado para siempre en la zona más sólida de la memoria de Juan Gabriel y su equipo.
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01:30 am Carrera 7 con calle 67 Caracol Radio Sala de emisión de Amanecer W Hace media hora que suena música ininterrumpida en el programa de radio. La locutora, fuera del aire, intenta tranquilizar a su oyente al borde del suicidio. Ya logró averiguar su ubicación y llamó a la línea de emergencias 123 para alertar a las autoridades. Ahora solo debe esperar a que alguien acuda a rescatarlo; mientras tanto obedece a lo que le advirtieron: conserve a su oyente hablando y con el ánimo estable. Hay que dejarlo hablar, desahogarse y hacerlo sentir que su vida y su caso importan. Usualmente a esa hora de la madrugada trata temas que relajen a sus oyentes: cómo se sintió cuando se fue de la casa, cuáles son los males del corazón, por qué no duran las relaciones afectivas, en fin, nada que incremente el flujo de sangre de su audiencia de la forma como ahora le fluye a ella. “Usted llamó a la policía”, le recrimina y deja la bocina a un lado, no la cuelga, así que Marcela puede escuchar lo que pasa. El policía intenta persuadirlo, pero él amenaza con pegarse un tiro en la boca. El policía le recuerda a su familia y a sus amigos. Él responde algo que no se entiende porque el cañón del arma entorpece la gesticulación de su lengua. Finalmente se escuchan unos golpes y después de un instante el policía toma el teléfono: “todo está bajo control, gracias por su colaboración”. Marcela por fin puede exhalar profundo otra vez y continúa con su programa.
03:30 am Calle 26 con carrera 30 Costado opuesto a la Universidad Nacional Rumbo al centro de la ciudad
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Un hombre de edad madura trota por el andén en pantaloneta. “¡Vea! es el Forrest Gump colombiano”, advierte Juan Guillermo. El auto de CityTv se detiene abruptamente, baja del carro y le da un cordial saludo al Atleta de la noche, el protagonista de una de sus crónicas y sobre el que tiene muy buenos recuerdos. A pesar de que no logró cumplir su sueño de salir del Bronx y trotar la media maratón, gracias a CityTV tuvo un conmovedor reencuentro familiar luego de muchos años de no ver a los suyos.
04:05 am Carrera 7 con calle 67 Caracol Radio Baño de damas del segundo piso Sentada en el retrete, Marcela contabiliza los segundos. Falta poco para que la canción que estaba sonando finalice y haya un “bache”, como lo llaman los periodistas. Eso ocurre cuando no hay nadie que dirija el programa y siempre es grave. Los oyentes lo perciben por un continuo silencio que sugiere la ausencia de la señal. Cada vez que hay un “bache” prolongado suena el teléfono de la cabina para recordarle que la están supervisando. A Marcela casi siempre le toca orinar con afán.
05:30 am Av. El Dorado con carrera 59 El Tiempo Estudio de postproducción de CityTV La jornada de trabajo está a punto de terminar. Se editan los incidentes recopilados esa misma noche para su emisión en el noticiero de las 7 a.m. No hubo mayores incidentes: un accidente de tráfico y una entrevista que va a ser parte de la crónica sobre un habitante del Bronx capitalino. Eso fue todo lo recopilado
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durante la noche. A esa hora los dos amigos con los que vive Juan Guillermo deben estar levantándose para ir a trabajar. “Afortunadamente a ellos no les importa mi horario –afirma– no dependen mucho de mí”. Desde que empezó a ser el noctámbulo mediático, hace ocho meses, su vida ha dado un giro radical en cuanto a hábitos y a relaciones. Además, siente que su nuevo estilo de vida tiene consecuencias físicas: se le cae el pelo, sufre de dolor de cabeza y, según él, su volumen corporal ha aumentado en detrimento de sus músculos.
06:00 am Carrera 7 con calle 67 Caracol Radio Recepción del edificio Su turno terminó a las 5:00 a.m. pero debido a que Julio Sánchez Cristo se encuentra en la ciudad (algo menos frecuente de lo que se cree), Marcela decidió ir a observar cómo dirige el programa el periodista que más admira, sin importar que el día anterior no durmió suficiente y de la dura experiencia con su suicida. Aparte de ese incidente, el balance de la noche fue bueno: identificó a tres cazapremios que solo llaman a la emisora si hay regalos para los oyentes, y entregó cinco cds de Michael Jackson. Marcela, aunque tiene pareja, no vive con él. Su madre la espera a las 7 de la mañana en casa cuando ella corona una trasnochada más. Ella también advierte el cambio físico que le produce trabajar en un horario tan extremo, pues desde noviembre de 2008 dirige el programa y nota que su piel ha perdido el color oscuro que le generaba el sol; afirma que un mismo dolor de cabeza le puede durar hasta tres días y confía en que, aunque disfruta su trabajo, no se va a jubilar cumpliendo ese horario.
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Esta es la Bogotá que nos desconcierta por indolente y por extrema, por atrasada y por posmoderna, en la que caben desde barrios enteros donde la gente se sigue bañando con totuma y alumbrando con vela, hasta las bóvedas de un banco donde sólo trabajan robots de última generación y ningún ser humano puede entrar.
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