RADIOGRAFÍA DE LA POBLACIÓN AFROCOLOMBIANA ISSN 1909 2865 / 2012 No.25
QUINCE DÍAS PARA OLVIDAR 365 DE MISERIA Y ABANDONO
Édison, el afrocolombiano desplazado número 286.836 VIVIENDO COMO EN EL SIGLO XVIII CRÓNICA DE UNA PROTESTA CIMARRONA
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20 Fotografía portada: Cortesía William Mezza Benavides / Modelo: Lía Samantha Lozano
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n dato que pocos conocen, quizá por la ignominia que encierra como hecho de la historia, es el fuerte debate sostenido a comienzos del siglo pasado por las élites estadounidenses sobre la posibilidad de devolver toda su población negra a África para instaurar un estado exclusivamente blanco en Norteamérica. Se habló entonces de regresarlos a los sitios de donde los había traído la terrible maquinaria esclavista que llenó de seres humanos libres miles de barcos y los trajo a la fuerza a América para servir en las minas, en las plantaciones y en las haciendas. Por fortuna para la civilización, la idea no prosperó y la sociedad norteamericana aceptó, lentamente y con enormes resistencias, que los tataranietos de esos esclavos eran hombres con derechos, americanos además, y que tenían un papel por jugar en una sociedad democrática y construida sobre la realidad de los flujos migratorios del mundo entero hacia su suelo. Lo excepcional es que en esa polémica vergonzosa que no llegó a nada se habló de otros sitios posibles donde ubicar a los negros de los 49 estados de la unión en ese entonces, y se propuso el Chocó. Siendo así, desde esos tiempos se sabía que un pedazo del Pacífico colombiano era un reducto importante de afrodescendientes, una tierra aislada de la modernidad, donde se vivía como en el África colonial de ese momento. Cien años después todo sigue casi igual, y las poblaciones negras del país presentan los índices más bajos de desarrollo humano, y por ende las tasas más altas en las mediciones del subdesarrollo humano: mortalidad infantil, bajo nivel escolar, malnutrición, morbilidad por enfermedades intestinales y respiratorias... En fin, si la deuda del país con las poblaciones vulnerables es penosamente grande, con los afrocolombianos es incontable, y sin variaciones sustanciales a la vista. 2011 fue el año de la afrocolombianidad, un triste canto a la bandera para un segmento muy amplio de compatriotas que siempre han cargado la peor parte. Este número de Oráculo es un homenaje mínimo y sin pretensiones para estos hombres y mujeres, y de paso a ese tátaratatarabuelo mandinca o carabalí que todos los mestizos de estas tierras llevamos en el ADN. Sergio Ocampo Madrid Editor
Redacción: Arriba de izquierda a derecha, Julián David Sierra, Rodrigo Durán, Sergio Silva, Fernando Mejía, Óscar Agudelo, Johanna Celedón, Claudia Pinzón, Andrés Porras, Gabriela Fuentes, Angie Bustos, Pedro Basto, Sandra Castro, Sergio Ocampo (Editor), Orlando Valencia (Director gráfico). Consejo Editorial: Luz Amalia Camacho, Rosabel Sánchez ,Victoria González. Impresion: Departamento de Publicaciones Universidad Externado De Colombia Las opiniones expresadas por los autores no corresponden necesariamente a las de la Universidad
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EDITORIAL
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En agosto, las lluvias acabaron con un barrio quE crEció sobrE un basurEro
Los
desplazadoS
del último
invierno
Por Julián David Sierra Gómez
San Francisco, en Cartagena, es una antigua invasión habitada en un 99 por ciento por afrocolombianos. En agosto de este año, el suelo se hundió y dejó sin nada a más de 2.500 familias.
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n una silla de plástico a la entrada de la que hoy es su casa en el barrio San Francisco de Cartagena, Isabel María Ospino, una mujer de piel negra que contrasta con su pelo cano, reflejo de sus casi 70 años de edad, mira al horizonte y con sus ojos aguados recuerda cómo su barrio y su vivienda se hundieron ante la mirada y la impotencia de todos. “Hace un mes que se empezaron a abrir unas ‘grietotas’ en los muros. El 13 de agosto pasado se cayeron las dos primeras casas, en la parte de abajo; una de esas era la de mi comadre Ana”, dice Isabel María. Apenas se enteró de la tragedia, corrió las
dos cuadras que la separaban del hogar de su amiga, para auxiliarla. Al llegar la vio intentando rescatar sus cosas. Se devolvió luego a su casa cargada de cajas con las pertenencias de Ana, a fin de guardarlas, y un temblor fuerte de la tierra la obligó a parar. Segundos después reanudó la marcha, pero ahora la vivienda que halló en ruinas fue la suya. De su domicilio por los 43 últimos años solo quedaban escombros. San Francisco está ubicado en el oriente de Cartagena. El barrio nació entre 1963 y 1967 como producto de una invasión provocada por el mayor crecimiento poblacional que ha experimentado la ciudad en su historia. Según el periódico El Universal, del 62 al 65 en ese terreno disparejo e inestable por la existencia de un humedal funcionaba el basurero de la capital de Bolívar. El área se fue rellenando con toneladas de desechos y esto hizo que los primeros invasores vieran allí la mejor opción para construir sus viviendas. Isabel María Ospino recuerda que durante los primeros años la Policía los hostigaba a menudo para que se fueran, pero las dificultades económicas de las personas y su terquedad en no irse obligaron a que el gobierno local aceptara el nuevo asentamiento. Según un estudio de la Secretaría de Planeación Distrital de Cartagena, 12.713 personas viven hoy en San Francisco, agrupadas en 2.817 familias que habitan 2.665 viviendas. Las dos terceras partes carecen de ingresos y el 34% restante tiene entradas promedio de 91 mil pesos mensuales. El 81% de las personas pertenece al Sisbén nivel 1, y el 56% no ha estudiado o solo ha accedido a la educación primaria. Por otro lado, a penas el 11% cuenta con una línea telefónica, y el servicio de alcantarillado solo le llega a la mitad de la gente. Según la Alcaldía de Cartagena, San Francisco reúne habitantes de los estratos uno, dos y tres. Los vecinos, en cambio, aseguran que nadie de allí se sale del estrato uno. El 13 de agosto de 2011 el suelo inestable y húmedo no soportó más el peso de las edificaciones y cedió, con lo cual centenares de casas se fueron al piso. La ministra de Vivienda, Beatriz Uribe, reportó que aunque no hubo víctimas fatales ni heridos, 2.360 familias fueron afectadas. Tres días después del colapso, el diario El Heraldo, de Barranquilla, aseguró que el gobierno nacional se encargaría de reubicar 2.195 hogares del estrato uno, y que la Alcaldía Mayor de Cartagena debía ocuparse de trasladar a la población restante.
Los que no se ven Carlos Miranda es habitante del sector desde hace más de 13 años, y a diferencia de Isabel Ospino, su hogar no se vio afectado por el hundimiento. Él vive en la parte baja de la loma, en una casa de tres pisos que aún está en obra negra; aunque las autoridades le han dicho que tiene que irse porque la grieta está llegando a esa zona, él se niega y dice: “Tengamos fe en que esa grieta va a agarrar pa’ otro lado”. Miranda vive con sus suegros, su esposa y su hija, y además le alquila una pieza a Isabel María, quien ha sido “comadre” de toda la vida de sus suegros. Tanto Ospino como Miranda afirman que no se irán de ahí porque el gobierno les ofrece menos de la mitad del precio que ellos alguna vez pagaron por sus residencias, y además Corvivienda, entidad encargada de ofrecer una casa digna a los cartageneros, aún no les ha entregado un avalúo de sus propiedades. Carlos recuerda que recién llegado al lugar, dos casas en la punta del cerro se cayeron; el gobierno local de ese entonces les aseguró que se trataba de un caso aislado y que nin-
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guna otra edificación se derrumbaría ya que las dos afectadas eran las únicas construidas sobre un terreno inseguro. Isabel dice que el extinto Instituto de Crédito Territorial, que fue el encargado de venderles sus viviendas, nunca les habló de riesgo. Uno y otro coinciden al decir que hasta finales de 2010 los problemas se empezaron a notar de nuevo. En algunos muros se abrieron grandes grietas, las calles se empezaron a rajar por la mitad y las autoridades decretaron una simple alerta amarilla. Ana Alexandra Cano, asesora de Planeación de la Alcaldía de Cartagena, afirma que entre 1999 y 2000, Ingeominas inició un estudio de riesgo en la zona, pero por atender otros problemas del orden nacional, nunca concluyó el trabajo. Por ello no hubo un informe final sobre el peligro que estaba corriendo la gente del barrio. Cano también afirma que la Secretaría de Planeación puso en marcha una estrategia para la reubicación de los damnificados y la recuperación del terreno, que consta de cuatro fases: la primera es determinar cuál es la verdadera zona para reubicar, qué obras se deben hacer y cuál es su costo; la segunda hace referencia a dos problemas: la filtración del agua del subsuelo y la remoción de los escombros; la tercera estará dirigida a la recuperación de la vegetación del sector, y la última será la reglamentación del área. También admite que a la fecha se han reubicado solo 550 familias y que la gran mayoría de ellas está en el barrio Bicentenario y unas pocas se encuentran en otros sectores de Cartagena, como La Boquilla. Los habitantes que aún permanecen allí se sientan en la única tienda que queda en pie. Según ellos, lo único bueno que dejó este desastre fue el descenso en los índices de inseguridad, ya que el Ejército y la Policía custodian día y noche las ruinas. De otra parte dicen que han tenido algunos roces con la Fuerza Pública ya que en ocasiones no los dejan acercar a las que fueron sus casas, con el argumento de que ese terreno es propiedad del Estado, aunque a nadie le han pagado un peso por los predios, y las escrituras avalan que la gente sigue siendo dueña. Isabel Maria Ospino tiene hoy un techo gracias a la solidaridad de sus compadres. Ella espera ansiosa que el gobierno cumpla su promesa de darles sus nuevas viviendas. Le pide a Dios que durante ese tiempo no vaya a volver a pasar por las mismas, ya que a pesar de tener un hogar, éste se encuentra aún en un sector de alto riesgo. “Si no me dan una casa en diciembre, por lo menos espero que me devuelvan los 70 millones que pagué por ella y con eso comprar una en cualquier otro lado”. v
Fotografía: Julián David Sierra Gómez
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“Tengamos fe en que esa grieta va a agarrar pa’ otro lado”
Nació en Guapi (Cauca) y murió en el barrio Santa Fe, centro de Bogotá. Vivió en la calle por más de 30 años y se le conoció siempre por sus canciones callejeras y profanas, que alguna vez lo llevaron a alternar con Celia Cruz y con Alfredo de la Fe, y a cantar en el escenario del J. E. Gaitán.
homEnaJE al rocKEro nEgro quE cantaba En la 24 con sÉptima
Ahí está pintado
“Blacky” Por Rodrigo Durán
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na tarde de la segunda semana de diciembre del 2010, Luis Armando Orejuela, “Blacky”, un rockero de la calle 24, almorzaba con su hija Ivonne en un restaurante de corrientazos del centro de Bogotá. Mientras comían cantaron a dúo Péguele un puño a ese hijueputa y Mi novia me importa un culo, los éxitos que jamás faltaban en los encuentros de “Blacky” y su primogénita. Como de costumbre, el artista callejero estaba sin una moneda en el bolsillo. Ivonne, que había mantenido una excelente relación con su padre a pesar de que éste hubiera vivido en la calle las últimas décadas, le colaboró con diez mil pesos para que consiguiera una pieza esa noche. Horas más tarde, el negro de un metro con ochenta, ropa raída y guitarra rota cayó en una alcantarilla del barrio Santa Fe. “Blacky” había sido hasta ese día el dueño de los andenes de la séptima. Quienes intentaran trabajar en esta zona tenían que pagarle al músico un impuesto o comisión, según él por ser de la vieja guardia. Sin su dentadura completa, y con una candonga plateada en la oreja izquierda, hacía reír de noche y de día a los cinéfilos del centro que asistían a festivales, conferencias y tertulias en el Teatro Embajador, el Museo de Arte Moderno de Bogotá y la Cinemateca Distrital.
Sus composiciones sorprendieron desde el principio a todos sus espectadores con sus letras obscenas y su contenido urbano y cotidiano. Los viernes por la tarde, en el rebusque del “Septimazo”, caminaba de lado a lado por las escaleras del Centro Comercial Terraza Pasteur, anunciaba el gran espectáculo y esperaba a que la gente se detuviera en la calle para escuchar sus sórdidas composiciones. “Y si no me lo da, yo me hago la paja, no me monte la chúpame el culo, no me monte la chúpame el culo. Pirobo… Gonorrea…. Pirobo… Gonorrea”. Ejecutivos, estudiantes y transeúntes del sector hacían una pausa en su camino y le ponían atención al “guerrero solitario del barrio Santa Fe”, como lo llamaba Ismael, el artesano y vendedor de la esquina de la calle 24 con séptima, quien en varias ocasiones tuvo la oportunidad de compartir con “Blacky” las botellas de Old John y Eduardo Tercero que tanto le gustaban y además presenció el debut del artista en el Teatro Jorge Eliecer Gaitán, cuando el auditorio lleno lo aplaudió con fuerza. En la calle jamás cantaba una canción completa. Hacía sonar las tres cuerdas de su guitarra por un instante, le
Fotografía: Rodrigo Durán
pedía aplausos a su público, recitaba una o dos frases de su autoría y luego extendía su brazo derecho con la palma de la mano bien abierta. Al peatón que se atreviera a darle menos de lo que él esperaba, le devolvía el dinero y lo trataba de tacaño. Siempre se le veía solo en la esquina de la 24, con su guitarra y sus botellas de alcohol. Pocos se preguntaron quién fue la mujer que inspiró Mi novia me importa un culo. Sin embargo, ella siempre estuvo cerca. Johanna Ramírez todavía trabaja sobre la misma acera donde trabajó su marido por más de 20 años con la guitarra rota. Esta mujer es la mimo del Parque Santander y la madre de las dos hijas de Luis Armando Orejuela, el músico caucano que le huyó a la violencia de su pueblo natal Guapi y terminó en la bohemia del centro de la capital.
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A diferencia del rockero, Johanna se levanta desde hace 15 años antes de las nueve de la mañana y sale a trabajar hasta que la luz del día o el clima se lo permitan. Con una lágrima pintada en el cachete recuerda el hogar que construyó con “Blacky” y dice que aunque nada fue fácil tuvieron una familia muy hermosa. “Todos se reían con él –recuerda ella–; le daban algunas monedas, y le pedían que cantara Mi novia me importa un culo. Yo la verdad preferí siempre el “Blacky” sin tufo, el que compartió escenario con Celia Cruz y el violinista Alfredo de la Fe”. El 9 de diciembre, cuando Johanna salió a trabajar recibió la noticia de que una alcantarilla había terminado con las aventuras de su ex marido, el rockero de Terraza Pasteur. Lo velaron en la Funeraria Colonial, en la calle 33 con carrera 13, y fue enterrado en el cementerio central. “Todavía hay quienes preguntan por él”, asegura Johny, un artesano de la vieja escuela de la 24, que sigue tomando trago barato en su nombre y cantando su tema favorito: “Iba por la sexta en una bicicleta; yo me encuentro al diablo en una ninja, y a mi tía Latunda en una monareta con todos los diablitos y me gritan: Pégale, pégale, pégale su puño a ese hijueputa”. Hoy, ya casi un año después del final de “Blacky”, en la misma rotonda donde fueron enterrados Rojas Pinilla, Carlos Pizarro y José Asunción Silva, está la bóveda 56 36 “Luis Armando Orejuela. 10/12/10”. No hay ni un solo rastro de visita y en el mismo pasillo hay más de 800 muertos. Sin embargo, en la calle 20 con avenida Caracas en la pared de la esquina hay un grafitti con la cara del rockero negro y su guitarra, al lado está escrita una de las frases que lo hizo famoso: “Mi novia me importa un culo”. Las putas, los recicladores y el resto de transeúntes de esta zona recuerdan todavía al guapireño del barrio Santa Fe. Ahí está pintado “Blacky”. v
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la violEncia golpEa EspEcialmEntE duro a las minorías
ÉDISON, el AFROCOLOMBIANO
DESPLAZADO NÚMERO
Lleva 17 años huyendo de la violencia que lo sacó de su pueblo, y apenas tiene 32. Hoy vive con su familia en una casa de latas y tablas en Soacha y sueña con poder rescatar a su hijo de 11, que sigue en el Cauca y está solo, pues los ‘paras’ le asesinaron la mamá. Por Sergio Silva Numa
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a primera vez que Édison sintió verdadero miedo fue esa tarde de 1994 cuando mientras recogía café en la finca ubicada en Piendamó (Cauca), un hombre corpulento se le acercó y le dijo: “negro, vaya a ver que el patrón necesita hablar con usted”.
Él, con apenas 15 años, empezó a sentir que algo malo se veía venir. A las 7 de la noche, después de darle muchas vueltas y decidir que una fuga lo convertía en sospechoso de quién sabe qué, se arriesgó a entrar en la inmensa casa de don Aranzolo. Allí, sin dejar de
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pensar en algún peligro inminente, se sorprendió al recibir un saludo amable con acento valluno: “Siga negrito, siga –le dijo el patrón–. Lo mandé a llamar porque el problema es que me han llegado dos amenazas de muerte”. En seguida, abrió un closet altísimo de madera y comenzó a tirarle escopetas calibre 12, revólveres y pistolas. “Escoja mijo”, le indicó. Édison, sin comprender del todo lo que tenía en frente, tomó en sus manos una Broni automática con la alegría de un niño. Luego de darle varios cartuchos y advertirle que esa era herencia del papá, Aranzolo sentenció: “Vaya negrito, vaya ensáyela, para que sienta que aquí hay poder”. Hoy, 17 años después de haber quemado esos cartuchos en un blanco invisible, Édison, postrado en un sillón
a cuestas. Por fortuna para ambos, los granos dentro del costal retuvieron las balas y el hombre logró huir ileso. Pero el sosiego no le duró mucho. A los pocos días llegó un camión cargado de guerrilleros del sexto frente de las Farc. Después de que su jefe los atendió y les regaló varios fajos de dinero, se acercó a Édison y le dijo que se fuera con ellos porque lo iban a entrenar durante tres meses. Tembloroso se subió al vehículo que los dejó cerca a Silvia (Cauca), al pie de un páramo. Los peores tiempos estaban por empezar. Él los recuerda como “un comedero de mierda”: mala comida, pésimo trato, un frío atroz y un miedo constante. Así que, transcurridos los tres meses, decidió irse a pesar de la oferta de ponerle doce hombres a su cargo y nombrarlo como un futuro líder para el triunfo de la revolución. Decidido a no seguir el rumbo de la guerra, volvió donde Aranzolo, y a los pocas semanas se fue de allí para regresar a Buenos Aires (Cauca), su lugar de origen, a reencontrarse con su abuela. Antes de partir se compró un revólver 38 largo y 120 balas, porque intuía que su vida estaba en riesgo. Y efectivamente, en una noche absolutamente negra, los disparos lo hicieron tirarse de bruces y dar giros en
el piso antes de descargar doce proyectiles que espantaron a sus victimarios. Corrió a su casa con afán y solo allí advirtió que el charco en su bota derecha era de sangre. Después de recuperarse de la bala que le alcanzó la parte trasera del muslo, le ayudó a su abuela con el cultivo y la venta de plátano y yuca, hasta que los paramilitares se cruzaron en su camino. Integrantes del bloque Calima, un grupo que se apropiaba de las minas de oro, lo empezaron a presionar para que se uniera a ellos, pero él, convencido de no querer volver a la ilegalidad, se fue con 8 mil pesos en el bolsillo y sin maleta alguna para el batallón Pichincha del Ejército. Se presentó con 19 años en un intento de escape y, por los azares de la vida, terminó en una base militar de Ciudad Bolívar, en Bogotá. El maltrato y la amenaza de muerte de un teniente lo condujeron al barrio Buenos Aires, en Soacha, donde se quedó a vivir en una de las seis casas a lado y lado de una larga trocha. Todos sus vecinos eran afrodescendientes que como él y otros 286.835 fueron desplazados entre 1997 y 2009, según el Informe del Movimiento Nacional Cimarrón. Ahora, en su nuevo Buenos Aires,
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Fotografía: Sergio Silva Numa
roído en su casa de Soacha, recuerda entre risas aquel día. En medio de una narración que parece emocionarlo, toma su cerveza Póker y vuelve a dejarla sobre el viejo tapete que disimula el suelo de tierra húmeda. Mueve sus manos resecas y abre unos ojos inmensos que inevitablemente producen risotadas en tres de sus cinco hijos mientras oyen atentos el relato de su padre. En la habitación contigua, separada de la sala por unas pocas tablas, suena una emisora tropical que distribuye su programación entre salsa y merengue. Hace sol y los rayos alcanzan a colarse por el techo de tejas metálicas. Édison, después de beber, se reacomoda y sienta en sus piernas a su hija menor, de no más de 2 años. Hoy la niña prefiere estar con él que empujar un carro de juguete, porque luego de casi un mes de no ver a su papá, está muy feliz de tenerlo cerca y no en Gachetá (Cundinamarca) trabajando en las minas de carbón, donde el gas metano casi le quita vida. Él no parece darle mayor importancia al hecho de que el multidetector de gases se bloqueó y él terminó hospitalizado de urgencia, pero sí se exalta y gesticula al recordar la primera vez que don Aranzolo le pagó 800 mil pesos por su labor de guardaespaldas. Sin saber qué hacer con tanta plata la esparció por el piso y la observó varios minutos, muy asombrado ante la cantidad de billetes. En aquel entonces era feliz, pues luego de haber tenido que huir a los 12 años a Chinchiná (Caldas) por los repetitivos golpes de su padre, y de abandonar el colegio en séptimo grado, su trabajo le estaba dejando ganancias sorprendentes. Además tenía la completa confianza de su patrón, que cuando viajaba lo dejaba a cargo de sus tres fincas: Marianela, San Pablo y El Carajo. Pero Édison solo se percató de los alcances de su nuevo oficio cuando don Aranzolo lo obligó a dispararle a un ladrón que corría con un bulto de café
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en una casa de tablas y latones, añora el momento en que pueda volver a su lugar de origen, algo imposible pues la violencia no cesa en el Pacífico colombiano. Según Jattan Mazzot, el vicepresidente de la Asociación de Afrocolombianos Desplazados (Afrodes), “hay una tendencia a que el desplazamiento se mantenga, porque todavía continúan los combates entre paramilitares, guerrilla y Fuerza Pública”. Para este chocoano, cercano a los 50 años, que llegó desplazado a Bogotá en 1999, y hoy se pasa la mayor parte de su día en el sexto piso de un edificio viejo de la calle 17 con décima, en la sede de la Asociación. En su concepto el panorama de los afrodescendientes en el país es fatal. Según él, las cifras del Dane son mentirosas porque hace seis años omitió a muchas familias en el censo nacional. En los estudios de Afrodes, la población negra representa el 26% del total de colombianos, y el desplazamiento en estos últimos años se ha incrementado hasta sobrepasar el millón de personas. “La principal causa es la violencia auspiciada por el mismo Estado. Mandan paramilitares o al Ejército para apropiarse del territorio con el objetivo de hacer megaproyectos y cultivos. El más visible es el de la palma de cera”, dice Maz-
zot. En Curbaradó, por ejemplo, hay más de 25 mil hectáreas sembradas, y para poder obtener esos terrenos, según Afrodes, se vulneraron los derechos humanos de la ciudadanía. “Muchas mujeres fueron violadas y muchos afros perdieron la vida. Además, hubo un claro impedimento a ejercer el gobierno propio, como también restricciones para acceder al alimento”. Y aunque el ex presidente Álvaro Uribe haya afirmado que los ‘paras’ ya desaparecieron y Rodrigo Rivera, ex ministro de Defensa del actual gobierno, haya dicho que solo hay un puñado de bandas criminales (Bacrim), Édison, hoy con 32 años, afirma que nunca se acabaron. Muestra de ello es que hace poco los mismos que lo expulsaron del Cauca, asesinaron a su ex esposa, la madre de su hijo mayor, porque no se quiso ir de su tierra. Ahora solo espera volver para rescatar a su primogénito de 11 años que, según le cuenta su compadre, “anda aburrido, triste y solo; siente que su papá se olvidó de él”. “Yo –concluye Édison– lo voy a ir a recoger para traérmelo. Lo que pasa es que por ahora las cosas siguen calientes y prefiero esperar”. v
un vistazo a una rica tradición mágica y rEligiosa
Santería, legado espiritual de África en estas tierras Por: Gabriela Fuentes
En varios países latinoamericanos, incluido Colombia, sobreviven al lado de los santos y vírgenes tradicionales, unos espíritus llamados orishas que representan la conexión natural del hombre con todos los seres, incluidos los muertos.
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a mujer vestida de blanco cruzó sus manos en el pecho para saludar; no tenía una sola gota de perfume, ni un poco de maquillaje y llevaba un año sin mirarse al espejo. Era el tiempo que duraba el yaboraje y había que cumplir con unas restricciones y unas vestimentas en ese rito de consagración a alguno de esos poderosos espíritus africanos llamados orishas. Uno a uno se fueron sentando los invitados de esta “madrina”, que es una especie de sacerdotisa en la religión yoruba; todos venían a rezarles a sus santos que reposaban en cada uno de los tres tronos (altares) que había en los rincones del Ilé (casa que hace las veces de templo). Un capara-
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tersa y los dientes níveos. Es una mujer de 52 años, que se inició hace 20; se llama Fanny y su casa es un Ilé. Advierte que todo lo que hay allí es sagrado, es su esencia, su vida, “Esto es todo lo que soy yo”, dice.
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Casi cuatrocientos años atrás
zón vacío de tortuga, cuatro cuernos de toro, varias vasijas tapadas y muchas cadenas mezcladas de rojo y blanco, de negro y verde, acogían a Oggún (diosa de la guerra) y a Changó (señor del relámpago, el fuego y la danza). En otro rincón vasijas de porcelana blancas y azules y varias máscaras de colores vivos recordaban a Yemayá (dios del mar) y la tercera con objetos diminutos, juguetes de niño y la muñeca negra de vestido blanco representaba a Eleggua (señor de los caminos). Nada estaba ahí por azar; todo significaba algo; cada color, cada posición, cada objeto que llevaban guardando en su evocación más de trescientos años, desde el tiempo en que fueron traídos a este continente. Un plato blanco cubierto por un pañuelo es acercado a uno de los tres tronos. “Aché”, dicen todos, mientras la madrina pone el yebo, dádiva entregada a los dioses, en medio de una vela azul y unas flores blancas que se hallan entre los objetos sobre el altar. En seguida todos descruzan las piernas para que no se arruine la fuerza vital. La madrina, hija de Oggún, se pone de rodillas en el piso y toca las campanas y las maracas que tiene cada orisha en su trono, a Oggún más lento y a Changó más rápido. Luce serena, con un brillo en sus grandes ojos y a pesar de no maquillarse ni mirarse al espejo hace un año, se ve hermosa, con una piel
Después de muchos días y meses de trayectos infrahumanos, ominosos, brutales, los lucumíes o yorubas llegaron en los navíos de holandeses, franceses e ingleses al puerto de Cartagena de Indias. Fueron llegando por miles a lo largo del siglo XVII y venían desde el oeste de África. Atrás dejaban su tribu en el reino de Benín y su ciudad sagrada de Ifé, en lo que hoy corresponde a Nigeria. Habían llegado al Nuevo Mundo durante el Maafa, la trata de esclavos africanos, y junto con los cuerpos que trajeron para ser vendidos y confinados a una vida de miseria, algo más llegó con ellos: su alma y su religión. Las leyes exigían que los esclavos fueran bautizados católicos como condición legal de su entrada a las Indias, y la Iglesia trató de evangelizar a los negros lucumí, pero el resultado fue que muchos aceptaron exteriormente las enseñanzas católicas, mientras interiormente mantenían su religión ancestral. Debieron disfrazar su culto con un sincretismo religioso para que los amos no los castigaran, pues su doctrina era considerada como brujería o diabólica por los españoles. Entonces la cubrieron con una fachada de catolicismo, a través de la cual los orishas fueron representados por varios santos católicos. De esta forma, tal como lo cuenta la tradición yoruba, un español dueño de una esclava la eximió un día de un castigo porque ella se mostraba piadosa y se pasaba el día rezando a Santa Bárbara. Lo que el hombre ignoraba es que ella en realidad estaba adorando a Changó, y que inclusive quizá le pedía que la librase de su mismo dueño. Pronto esta nueva religión, mezcla de un credo africano con el cristianismo, llegó a ser conocida como santería y desde entonces en el año hay varias fechas para cada orisha que coincide con el día de un santo católico. Su creador y único dios es Olodumare. De este principio masculino proviene la energía que sostiene el universo entero, y que se llama Aché, comparable a la omnipresencia y a la omnipotencia del dios cristiano, y al Chi o al Tao en religiones orientales. Olodumare no puede ser representado pictóricamente y no tiene atributos humanos. También se conoce como Olofi, que significa “dueño de los cielos”. Los orishas son potencias directamente emanadas de él, guardianes e intérpretes del destino. Algunos fueron humanos en un remoto pasado, y por su vida extraordinaria llegaron a la dignidad espiritual. Son venerados con rituales, en algunas ocasiones de sangre, lo que significa el sacrificio de un animal, música, comida y oraciones, y se manifiestan a través de sacerdotes o madrinas que poseen o habitan temporalmente.
Según la santería, la vida de cada persona está supervisada por un orisha que toma parte activa en su vida diaria. Obatalá, el dios de las cabezas, es el orisha de Mauricio Lemos, un santero cuya madrina es Fanny, y quien vino a cumplir un destino en la tierra. Volvió a reencarnar porque le quedaron cosas por hacer, pues aún le falta conseguir lo que ellos llaman un buen carácter y necesita alcanzar tanta sabiduría que ya no tenga que volver a la Tierra en otra vida. El día que Mauricio se hizo santero se realizó la ceremonia indicada por la tradición. Luego de que el babalawo, sacerdote de mayor jerarquía, le indicó cuál era su santo u orisha a través de las caracolas, él debió danzarle en un rito especial en el cual los tambores sagrados se ocultan en un lugar oscuro, donde nadie los vea hasta que empiece el ceremonial. Después los sonidos empezaron a escucharse y se dio inicio a la “Presentación al Tambor”. Mauricio necesitaba encontrar la conexión con
Fotografía: Gabriela Fuentes
Mauricio Lemus, santero de la religión Yoruba
su orisha. La danza, con su connotación mágica, fue la que logró un equilibrio entre su energía y el fluido energético que irradia su santo. Esta religión, que para ellos es más que eso, es una filosofía de vida, cree en que el individuo nace y supervive gracias a un pacto irrecusable con sus ancestros, por el cual se comprometen a conservar y enriquecer la vida. Por eso la santería tiene una relación directa con la naturaleza, concibe al individuo como eslabón de una cadena y no como el centro del mundo, pues el ser humano es la naturaleza misma, vinculado a los demás seres vivientes: hombres, animales y plantas; a las cosas que le sirven: tierra, aire, fuego. Y también a los muertos. Es así como Fanny, la guía sabia o Madrina, no solo tiene su santo (orisha) tutelar; también tiene un muerto tutelar con nombre propio. A estos espíritus de personas fallecidas se les llama Egungun. Cuando el babalawo le dijo a Fanny cuál era su santo, le indicó también las acciones que según su orisha debía realizar por el resto de sus días. Entre esas está el bailar y ella baila todos los días al ritmo de Celia Cruz. v
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Danzar para conectarse al espíritu
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15 afros que se tomaron el
Icetex Por Óscar Agudelo
Fotografía: Oscar Agudelo
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crónica dE una toma para rEclamar por El dErEcho a la Educación
Estuvieron 40 horas sin comer ni dormir dentro de las instalaciones gubernamentales. Al final, les prometieron revisar sus casos. Hoy todavía siguen esperando.
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on chaquetas, bufandas y hasta cobijas llegaron 15 afrocolombianos a las instalaciones del Icetex (institución gubernamental encargada de financiar los estudios de educación superior), para dormir y quedarse el tiempo que fuese necesario hasta ser escuchados. Aquel martes 23 de agosto de 2011, el grupo había decidido cambiar la comodidad del hotel Bacatá (ofrecido por el gobierno colombiano para alojarlos) por las 40 sillas azules de la sala de atención al usuario, sus baldosas frías y los altos muros sin decoración.
De los 13 puntos que figuraban en el pliego de peticiones, apenas 5 fueron aprobados por la mesa de negociación. El más importante fue revisar las convocatorias semestrales para créditos de sostenimiento y matrícula a las comunidades negras, regido por el Decreto 1627 del 96. A la medianoche del 24 de agosto, Álvaro y los demás jóvenes salieron de la entidad estatal con esa promesa. Tres meses después de la toma la situación de Mosquera y sus compañeros sigue igual. Alí Bantú, Carlos Angulo, Claudia González, Jhoannes Rivas Mosquera y Daylis Jiménez y los otros continúan esperando la aprobación de su crédito a pesar de que, según ellos, cumplen con todos los requisitos que se exigen para acceder al préstamo. En la convocatoria que se realizó en septiembre (un mes después de la toma) se recibieron más de 11.400 solicitudes; de ahí quedaron 7.170 que cumplían con los requisitos y de éstos se tuvieron que escoger sólo 1.180 beneficiarios. Entre ellos no estuvo ninguno de los manifestantes. Para ellos la única explicación es que el Icetex decidió tomar represalias por los hechos de fuerza del 23 y 24 de agosto. “Es que el grupo que hizo la toma hizo una serie de peticiones que el Icetex no
puede cumplir –explica Martínez Forero–. Icetex solo administra unos recursos que le son asignados, pero el que toma realmente las decisiones y decide cuánta gente se puede beneficiar en cada vigencia es el gobierno. Sí a ellos no les fue aprobado el préstamo, es porque seguramente hay estudiantes con un perfil más alto para aplicar al beneficio. No se trata de represalias”. Mientras el gobierno determina asignar más recursos para créditos a las comunidades negras, Álvaro continúa alternando su trabajo con las distintas tareas que le dejan en su universidad. No pierde la esperanza y sigue aguardando… v
Compromiso del Gobierno con las comunidades negras El Gobierno debe destinar recursos para la educación de las comunidades afrocolombianas. Por tal motivo, se creará un fondo especial de becas administrado por Icetex, para los estudiantes en las comunidades negras de bajos recursos y de buen desempeño académico. Artículo 40 de la Ley 70 de 1993
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Nada hizo cambiar de opinión a las 15 personas que se tomaron la entidad y estuvieron casi 40 horas exigiendo el cumplimiento de la Ley 70 de 1993 que establece el compromiso del Estado frente al acceso a la educación de las comunidades negras (ver recuadro). Dentro del grupo estaba Álvaro Mosquera, un afro que estudia Trabajo Social en la Universidad Distrital, y que reclama la aprobación del crédito de sostenimiento que necesita con urgencia. “Yo trabajo de 6 a 10 p.m. todos los días para solventar mis gastos; además le hago a lo que salga –cuenta él–. Me gustaría dejar de trabajar para concentrarme solo en mis estudios”. Él y los otros aguantaron las restricciones que les puso la Fuerza Pública mientras duró la toma. El hambre, por ejemplo, ya que no les permitieron el ingreso de ningún tipo de comida. Afuera del edificio se quedaron las viandas que un colectivo de afrocolombianos les preparó para resistir varios días: tortuga en carapacho, caldo de dentón salpreso, pescado con lulo chocoano, etc. “Si ellos querían comer podían salir libremente de la entidad; allí nadie los retenía”, afirmó Henry Martínez Forero, vicepresidente de Fondos en Administración del Icetex, días después de la toma pacífica. El gobierno decidió concertar y designó al viceministro del Interior, Aurelio Iragorri; a la presidenta del Icetex, Martha Lucía Villegas, y a la directora de comunidades negras del Mininterior, Vanessa Palomeque, para sentarse a dialogar con los representantes estudiantiles Jhoannes Rivas Mosquera, Daylis Jiménez y Ayden Salgado. “Nosotros accedimos a dialogar con estas 15 personas porque estaban alterando el normal funcionamiento de la entidad (al día se atienden cerca de 2.500 usuarios) pero consideramos que ellos no representan la mayoría de estudiantes que se ven beneficiados con los créditos a las comunidades negras”, dijo Martínez Forero.
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Radiografía DE LA POBLACIÓN afrocolombiana Por: Johanna celedón
La población afrocolombiana se encuentra localizada en casi toda la geografía nacional. Muestra una gran concentración en los departamentos costeros
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encuentra ubicada en las zonas bajas de los valles de los ríos Magdalena, Cauca, San Jorge, Sinú, Cesar, Atrato, San Juan, Baudó, Patía y Mira. Además existen algunos enclaves de antiguos palenques, haciendas, minas o plantaciones bananeras y centros petroleros en casi todas las regiones del país.
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Fuente: Ministerio del Interior y de Justicia.
De acuerdo con el censo DANE 2005, la población afrocolombiana alcanzó 4.316.592 personas, lo cual equivale al 10,6% de toda la población en el territorio nacional. Sin embargo, la Comisión para la formulación del Plan Nacional de Desarrollo de la población afrocolombiana presenta la siguiente información sobre las cifras aproximadas de los departamentos con mayor numero de afrocolombianos, las cuales contradicen los resultados arrojados por el DANE en el 2005: Valle del Cauca: 1.720.257 habitantes Antioquia: 1.215.985 habitantes Bolívar: 1.208.181 habitantes Atlántico: 956.628 habitantes Magdalena: 872.663 habitantes Córdoba: 801.643 habitantes Sucre: 490.187 habitantes Cesar: 411.742 habitantes Chocó: 369.558 habitantes Nariño: 270.530 habitantes
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Regiones con mayor porcentaje de población afro en el país:
(departamentos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño) con 1.904.739 personas, lo cual equivale al 44,1 % de la población afrocolombiana en el territorio nacional.
44.1%
La Región Atlántica (departamentos de Bolívar, Atlántico, Córdoba, Sucre, Magdalena, Cesar y la Guajira) con 1.346.281 personas que representa el 31,2%.
31.2%
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A pesar de que el archipiélago de San Andrés y Providencia solo alberga el 0,8% de la población afrocolombiana con 33.861 personas, la población negra representa aproximadamente el 57% de la población total del archipiélago.
57%
- Desplazamiento: perteneciente a una minoría étnica se ha visto forzada a desplazarse de su territorio originario, y el 21,2% de esta población son afrocolombianos, lo que equivale al 12,3% del total de personas pertenecientes a la población afro del país. El 98,3% de los afrocolombianos en situación de desplazamiento vive bajo la línea de pobreza, sin tener opciones laborales viables y dignas. Adicionalmente y de acuerdo con los datos generados por la Afrocolombianos en las áreas urbanas: Santa Marta: 218.238 Barranquilla: 689.974 Cartagena: 598.307 Medellín: 376.589
el máximo nacional de 48 horas por semana, lo que ha tenido graves impactos para las familias y el tejido social de las comunidades. - Pobreza: según el Proyecto Regional -Población Afrocolombiano de América Latina de el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) hecho en el 2010, los afros en Colombia, que representan aproximadamente un 11% del total de la población, enfrentan notables desventajas en relación con el resto. Los hogares afrocolombianos presentan un ingreso per cápita que es inferior, en una proporción cercana al 20%, al de los hogares no afrocolombianos. Además, existen importantes rezagos en el acceso a los la cobertura de agua potable llega a apenas el 30% de la población afrocolombiana.
Bogotá: 900.717 Cali: 1.064.648
- Educación: según el estudio hecho por PNUD, la diferencia en la tasa de analfabetismo para los adultos mayores de 15 años de edad entre los afrocolombianos y el resto de la población es de alrededor de 4 puntos porcentuales (11% y 7%, respectivamente). De las mujeres afrocolombianas mayores de 18 años, según el Censo 2005, el 11,24% son analfabetas, el 19,35% tiene primaria incompleta, el 14,71% primaria completa, el 13,17% secundaria incompleta, el 4,96% secundaria completa, el 2,48% educación media incompleta. Las tasas de inasistencia escolar son especialmente altas en el grupo de edad de 18
- Población: en las cifras que revela el estudio hecho por PNUD, la mayor parte de la población afrocolombiana la conforman las mujeres con un 50,5%. La tasa de mortalidad infantil para los niños afrocolombianos es mayor (1,78 veces) y para las niñas negras afrocolombianas es el doble, respecto a la población general. Por cada 100 mujeres afrocolombianas hay 42 niños(as) menores de 5 años. El índice de envejecimiento de la población afro indica que por cada 100 personas menores de 15 años hay 16 o más mayores de 65. - Productividad o trabajo: los resultados del DANE 2005 señalan que por cada 100 personas en edades productivas, hay 63 en edad no productiva que no trabajan. La incidencia del desempleo en las mujeres afrocolombianas es del 24,25% mientras que para las mujeres no afro es del 17,6%. La tasa de desocupación entre los afrocolombianos es de poco más del 16%. - Discriminación: en la ciudad de Bogotá (54,05%) y (57,78%) de los hombres y mujeres afrocolombianos, respectivamente, resultaron afectados de manera psicológica por actos de discriminación. En Cali, las cifras varían, con un (18,42%) y (17,32%) para hombres y mujeres afrocolombianos, respectivamente. Los resultados laborales ocupan el segundo lugar en importancia en los efectos adversos de la discriminación racial. - Vivienda:
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36,2% de los hogares se encuentra en situación precaria, de éstos el 12,4% requieren vivienda nueva, mientras el restante 23,8% requieren acciones de mejoramiento. - Salud: la menor cobertura en salud contributiva de la población afrocolombiana está compensada por una mayor participación porcentual en el régimen subsidiado. Sin del Cauca, Urabá Chocoano-Antioqueño y la región Caribe requieren importantes esfuerzos en mejorar las coberturas en el sistema subsidiado.
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SITUACIÓN ACTUAL DE LOS AFROCOLOMBIANOS:
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preservados muchos de los valores de la cultura africana ancestral. Rico en cultura, pero miserable en calidad de vida, es un patrimonio de la humanidad. Por: Claudia Pinzón
Fotografía: Andrés Porras
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l cielo palenquero está nublado. Hay amenaza de una fuerte lluvia en este comienzo de la nueva ola invernal. Eso no detiene el trabajo de hombres acuerpados con sombreros anchos, que andan descalzos llevando en sus burros cultivos de yuca o ñame por caminos y trochas que aún no han sido pavimentadas. Los únicos medios de transporte dentro del pueblo son burros, caballos y algunas motos. Entre casas hechas de caña, palma, barro y boñiga se encuentra una que otra tienda, hay un restaurante-bar, una panadería, cuatro negocios con internet y una farmacia. Pequeñas gotas de lluvia empiezan a salpicar en los tejados y convierten en barro las calles palenqueras. “Algunas veces cuando la lluvia es más fuerte complica movernos por el pueblo”, afirma Tyler Miranda, un palenquero de 23 años, que se dedica a guiar a los turistas mientras saluda a su paso a señores de avanzada edad que pasan las horas sentados en los antejardines de sus hogares viendo la lluvia caer. “Mi casa queda a dos calles del parque principal”, agrega mientras pasa justo al lado del loco del pueblo. “Al parecer por haber fumado tanta marihuana se enloqueció”, afirma Tayler, un estudiante de Lenguas de la Universidad de La Guajira. Contrario a él, existen muy pocos palenqueros que logran acceder a este nivel de educación. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane), el analfabetismo entre los jóvenes de 15 a 24 años llegó en 2007 al 8,2%, uno de los más altos del país. Con el objetivo de combatir este problema, el Ministerio de Educación ha implementado un programa llamado Etnoeducación, que consiste en desarrollar una construcción colectiva y en lenguas autóctonas en la cual los indígenas y afrocolombianos fortalezcan su identidad y recuperen los rasgos originales de su cultura. Una casa azul se asoma en medio de grandes árboles de guayaba después de dos calles cerca del parque. “Esos garabatos que están ahí los pinté yo, y así también adorné la casa de uno de mis tíos por acá cerca”, dice Tayler y señala su casa pintada con figuras parecidas a unas olas que se repiten de manera horizontal y en color dorado. Allí vive con sus papás. El
Tyler Miranda, guía turistico
padre se dedica a cuidar ganado, lo cual corrobora la estadística de que 36 de cada 100 hombres trabaja en el campo, donde la actividad ganadera es la que genera ingresos. La madre, María, se ocupa elaborando cocadas y dulces típicos de la región, tal como lo hace la tercera parte de las mujeres, que se sostienen vendiendo dulces en ciudades cercanas a Palenque. Héctor Cáceres, un amigo cercano de Tayler que vive a 20 minutos a pie desde el pueblo, revela las grandes dificultades que soportan los palenqueros en cuanto a servicios públicos. “La luz viene y va, el agua llega por pocas horas cada dos o tres días” –afirma Héctor–. Desde 1974 se instaló la luz eléctrica y hasta nuestros días esta línea, mandada a construir por petición de Pambelé, sigue suministrándole energía al pueblo. El servicio de gas natural empezó a instalarse hace menos de cuatro años y solo unas pocas casas cuentan con él; la gran mayoría de la gente tiene que cocinar con leña. Por otro lado, a raíz de los cortes indefinidos del agua, que no es potable, terminamos dependiendo del agua lluvia. Otra alternativa es el arroyo que pasa por un costado del pueblo. Este pequeño riachuelo goza de una extraña división. Una parte es exclusiva para las mujeres, donde lavan la ropa y se bañan desnudas; otro sector es el de los hombres, y también existen unas zonas mixtas, donde unos y otros van a nadar. El agua es amarillenta y está rodeado de fango y grandes árboles; la corriente es tranquila y da la impresión de que fuera
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En este pueblo minúsculo están
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agua estancada. “Muchos de mis amigos deciden bañarse en el arroyo, van a la fija porque la falta de acueducto nos está afectando mucho”, agrega Tayler. Más de la mitad de los hogares sigue sin servicio de acueducto y alcantarillado. Algunas casas tienen en el patio trasero una improvisada tubería que conecta un gran tanque de agua con el baño, para así evitar ducharse a totumazos. La situación de pobreza de esta comunidad es preocupante. Según el índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), cuyos criterios de medición son vivienda inadecuada, vivienda sin servicios, hacinamiento, inasistencia escolar y dependencia económica, el 80% de los habitantes de San Basilio de Palenque puede
considerarse por debajo de la línea de pobreza absoluta. Tayler afirma que en el pueblo solo hay un centro médico, con graves deficiencias de atención. De todos modos, y aunque según un estudio del Dane de 2005, más del 80% de la población se encuentra afiliado al sistema de salud del Estado, la mayoría sigue prefiriendo las prácticas tradicionales de medicina autóctona. “La medicina tradicional nunca dejará de ser utilizada por nosotros; es nuestra identidad africana y queremos conservar nuestra cultura”, agrega Tayler. Cada palenquero cuando habla expresa en cada palabra una idea de defensa y libertad. La educación es la que ha formado y seguirá formando esos ideales de lucha e igualdad. El respeto
es uno de los valores más importantes y vale la pena resaltarlo a la hora de expresar su identidad, fuertemente signada por las raíces bantú y yoruba del África ecuatorial. “El objetivo es conservar por medio de las aulas educativas la cultura palenquera”, argumenta Tayler. En el 2005, durante la realización de las encuestas del gobierno para estimar la calidad de vida de estos pobladores, la Unesco declaró a San Basilio de Palenque como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Han pasado seis años y nada ha cambiado en este corregimiento mísero y atrasado, que está a solo una hora y cuarto de Cartagena, aunque en la práctica se ubique a cientos de años de la modernidad y los estándares de vida que se aprecian en la ciudad turística. v
exilio 4 siglos
Una comunidad en el desde hace
PorF ernando Mejía
Fueron desarraigados brutalmente por la codicia del hombre blanco. Se liberaron del yugo español casi dos siglos antes que el resto de América, y hoy viven relegados en una tierra donde tratan de mantener viva el alma del África ancestral. «Ahora las mujeres y los hombres, arcoiris de la tierra, tenemos más colores que el arcoiris del cielo; pero somos todos africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen del África». Eduardo Galeano
Estatua homenaje a Benkos Biohó
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mirada histórica al primEr tErritorio librE dEl nuEvo mundo
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ubo un momento en la historia de la Tierra en el que los continentes africano y americano eran uno solo y se llamaba Gondwana, según los geólogos y los hombres de ciencia. Hoy los continentes americano y africano siguen conectados, aunque no físicamente como en el tiempo de las pangeas, pero sí culturalmente. Hay un gran pedazo de África en América, y Colombia tiene el suyo particular al que llaman San Basilio de Palenque o Palenque de San Basilio, aunque los ancianos del lugar prefieren el primero, porque dicen que el santo es del pueblo y no el pueblo del santo. Se trata de un corregimiento ubicado a 50 kilómetros de Cartagena, en el municipio de Mahates (Bolívar). No siempre fue así, pues hubo un tiempo en el que hasta Cartagena no había más que selva, follaje verde, hojarasca; sin caminos, sin rutas, sin un mapa ni una guía. Por esa espesura selvática huyó el hombre que organizó el primer palenque, el africano Benkos Biohó, quien había sido traído como esclavo a estas tierras desde Guinea-Bissau. Gracias a un naufragio de la embarcación en que venía pudo escapar, pero fue recapturado y en 1599 volvió a fugarse, y esta vez no lo hizo solo sino con 40 esclavos más para terminar en el lugar que hoy se reconoce como el primer pueblo libre de América. Benkos formó un ejército que defendió el nuevo lugar donde los cimarrones (esclavos fugados)
se ocultaban y, desde allí, armó estrategias para traer a más negros y unirlos a su pueblo libre. Tantos problemas les dio el africano a los españoles que la Corona acabó firmando una real cédula en 1605, que se cumplió solo a partir de 1612, cuando Palenque fue reconocido como pueblo libre y autónomo. Benkos solo pudo disfrutarlo seis años, pues en 1618 fue apresado y en 1621 ahorcado y descuartizado. Como recuerdo de su esfuerzo por el pueblo esclavo africano, su memoria fue inmortalizada en la única estatua de todo el pueblo, que se encuentra en la plaza central. La herencia de Biohó continúa vigente hasta hoy. Los habitantes de San Basilio recuerdan sus raíces en cada una de sus acciones, de sus creencias, de sus pensamientos, en cada palabra que dicen y cada cosa que hacen. De muchas maneras ellos siguen siendo unos africanos en el exilio y escapados del yugo español. “¿Kumo tá bó?”, dice María, una anciana nativa que gusta de hablar con los turistas, invitarlos a su casa y regalarles un par de naranjas mientras intenta enseñarles la lengua criolla del lugar, la lengua palenquera, una mixtura sin igual con elementos lingüísticos de lenguas romances como el español y el portugués y vocablos africanos del Bantú, un habla proveniente de más de 400 grupos étnicos del sur de África. Para algunos investigadores, la mezcla puede ser mayor teniendo en cuenta la cantidad de comerciantes de esclavos que había y los lugares donde los negros tuvieron que estar antes de arribar a América. Así, habría que añadir holandés, francés y hasta inglés. Pero María hace sencillo lo que desde la ciencia es complicado: “¿Kumo tá bó?” repite, y cuando el turista le hace cara de no entender, ella responde con un gesto de obviedad mientras dice: “Significa: ¿cómo está usted?”. La lengua no es otra cosa que un recordatorio profundo de las raíces afri-
canas que trajeron consigo Benkos Biohó y su grupo de esclavos libertos. Los más ancianos la manejan muy bien, pero los jóvenes habían empezado a perderla por el influjo del español y los fenómenos globalizantes de la cultura. De un tiempo para acá, y gracias a la etnoeducación, la lengua palenquera goza de un nuevo aire. La hermandad entre ellos es otro legado que les queda desde su pasado remoto; desde que escaparon para ser libres. Todos se conocen con todos, todos se prestan cosas con todos, inclusive la comida; si alguien carece de un pescado o un ñame para el almuerzo, el vecino se los regala. Esa solidaridad hace que cuando alguien fallece, el luto no afecte solo a las personas más cercanas sino a toda la población, porque el que se acaba de ir es cercano a todos, es su familiar, es su hermano. Al fin y al cabo, lleva las mismas raíces. Para demostrarle al difunto que el luto es colectivo se efectúa un rito milenario llamado lumbalú y así despiden al hermano que acaba de irse con los espíritus de la muerte. Los palenqueros creen en tres clases de espíritus: los de la vida, los de la muerte y los Mohana, es decir, los espíritus del agua. El lumbalú comienza desde que algún miembro de la comunidad da señas de estar “a la larga”, o sea, moribundo, en agonía. Como ellos son hermanos, entre todos tienen armado, sin decirlo, sin convenio previo, algo que llaman kuadro, que es un círculo de favores entre hermanos. Para llenar el vacío que dejará el difunto hacen todo lo que en vida le gustaba; lo hacen desde que está moribundo hasta días después de que fallece. Una vez el palenquero ha expirado y acude a su cita con los espíritus del más allá, el funeral sigue el rito del lumbalú con danzas y cantos del África pura y entonados en lengua palenquera. Así despiden a su muerto, así despiden a su gente, con un alegre llanto, con un alegre luto, con una alegre hermandad. v
Fotografía: Andrés Porras
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Crónica DE UNA PROTESTA B cimarrona Por Andrés Porras Tibatá
Estábamos en San Basilio de Palenque cuando estalló una protesta para exigir que les pavimenten la vía, una promesa que ya lleva 8 años sin cumplirse. Esto fue lo que ocurrió.
ajo un fuerte sol de mediodía en la Troncal del Occidente, a una hora de Cartagena, se escuchaban los tambores y cantos africanos de un grupo de cimarrones. En el ambiente se sentía la alegría de un pueblo que al igual que sus antepasados lucha por sus derechos. Un par de jóvenes tocaba los instrumentos mientras a su alrededor todos los acompañaban con sus voces; las mujeres bailaban y dos hombres se ocupaban de preparar sopa en una enorme olla. Las barreras puestas por los habitantes de San Basilio de Palenque solo se abrieron para dejar pasar una ambulancia, y apenas unos minutos después
vecino pueblo de Malagana llegaron refuerzos y los ánimos caldeados derivaron en el incendio de un camión. Los agentes no hicieron nada para detener el incendio y se concentraron en arrinconar a los palenqueros que aún les hacían frente. El Esmad de la Policía formó una barrera a unos pocos metros del destrozado aviso del Consorcio Pavimentación Mahates, responsable de la concesión de la vía. La protesta, que arrancó pacífica y terminó en disturbio, era un capítulo más del tire y afloje entre los habitantes y el gobierno colombiano ante la promesa de hace ocho años de pavimentar la vía que conecta San Basilio con la Troncal del Occidente. Desde finales del primer gobierno de Álvaro Uribe se había aprobado una partida de cinco mil millones de pesos para los trabajos, pero el gobierno no se volvió a pronunciar al respecto por un buen tiempo. Al final del segundo periodo de Uribe se volvió a tratar el tema en un consejo comunitario de un municipio
Fotografía: Andrés Porras
el escuadrón móvil antidisturbios de la Policía llegó al sitio. Al principio, los agentes avanzaron de forma lenta hacia los manifestantes, que se sentaron en el piso mientras seguían cantando. De repente un par de estallidos rompieron la tranquilidad y varias latas de gas lacrimógeno cayeron entre la multitud. La gente corrió despavorida y los uniformados avanzaron muy rápido y destrozaron todo a su paso. En medio del humo, un hombre corpulento cayó al suelo, se levantó sin poder ver nada porque el gas ya le había afectado los ojos y siguió corriendo hasta refugiarse en una tienda al lado de la carretera destapada. Ese hombre se llama Manuel Pérez, mejor conocido en el pueblo como ‘Masacre’, apodo que se ganó desde muy joven cuando al jugar futbol desperdiciaba muchas oportunidades de anotar un gol. Ahora, varios años después, es un palenquero reconocido por su compromiso con la comunidad y gran liderazgo. “Los policías nos persiguieron y nos gritaban: ¡negros hijueputas, negros esclavos, siempre van a ser esclavos; los vamos a matar!”, cuenta Manuel. La reacción de la Fuerza Pública dividió a los habitantes en dos bandos: uno temeroso y resignado; el otro, furioso y ofendido por la arremetida de los policías. La gente se dispersó por la vía, y una parte se empezó a replegar en una trocha alterna a la vía que comunica Palenque con la carretera. Hasta ahí llegó la manifestación pacífica pues del
cercano. Pero esta vez se habló de un presupuesto de entre tres mil y cuatro mil millones de pesos. El tema se quedó quieto por más de un año; los entes encargados les daban largas a los representantes de Palenque con diversas excusas. Finalmente, el pueblo hizo una manifestación en noviembre del 2010, y con ella consiguieron que las obras fueran asignadas a la empresa Consorcio Pavimentación Mahates, con el compromiso de que se realizarían los trabajos entre enero y marzo de 2011. Pero esta vez Invías habló de un presupuesto de dos mil cuatrocientos millones de pesos para pavimentar los 2,6 kilómetros de camino. La maquinaria llegó en enero, pero transcurrieron los meses y las obras no avanzaban. El contratista trabajaba sin seguir un cronograma y la paciencia de los pobladores se agotó en septiembre. El tema fue tocado en varias ocasiones por la Guardia Cimarrona, una autoridad propia de Palenque en un esquema similar al de los cabildos
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indígenas. También fue un importante tema de discusión en la plaza del corregimiento, pues Palenque no tiene categoría de municipio. “Poco a poco se hizo necesario sentar de nuevo nuestra voz de protesta por las malas condiciones en las que el gobierno tiene a un pueblo declarado patrimonio de la humanidad”, cuenta Manuel Pérez. En la fresca y oscura noche del 14 de septiembre, la Guardia Cimarrona tuvo una breve reunión con la Policía. Segundo Cáceres, el inspector y máxima autoridad del pueblo, dijo: “Va a ser una marcha pacífica. Bueno, ningún bloqueo es del todo pacífico, hay comerciantes, transportadores y muchas personas que se van a ver afectadas”. Ese día, gran parte de la población se reunió más tarde en la plaza principal, hablaron de la manifestación y acordaron todos los pormenores. A las 4 de la mañana del día siguiente varios jóvenes con tambores en mano despertaron al pueblo al ritmo de música africana. A las 5 bloquearon la vía y al pasar un par de horas algunos policías hablaron con los líderes, que exigían la presencia de un representante de Invías del nivel nacional. Los enfrentamientos del 15 de septiembre siguieron hasta caer la noche. Los palenqueros atacaban con botellas y piedras; luego los ánimos bajaron y la gente poco a poco se dispersó. En los días siguientes, Segundo Cáceres, el inspector del pueblo, organizó un encuentro entre la comunidad y la Policía para abrir el diálogo. El comandante se comprometió a realizar una investigación para encontrar y sancionar a los agentes que hicieron los comentarios racistas. El martes 20 de septiembre se retomaron las obras y el contratista llevó más materiales y máquinas. Los obreros trabajan todos los días, las obras avanzan rápidamente y Segundo Cáceres se siente conforme con el avance que ha visto. v
las fiEstas dE san pacho, En quibdó
Quince días de para olvidar miseria y abandono 365 Por: Angie Bustos y Pedro Basto
Los doce barrios de la capital chocoana se rotan diariamente la responsabilidad de mantener la alegría, el bullicio y el exceso de ron de una fiesta que en 2011 fue elevada a patrimonio inmaterial de la Nación.
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ada año sin falta entre septiembre y octubre los chocoanos tienen una cita en Quibdó para venerar a San Francisco de Asís, patrono de la región. En medio de lo festivo y lo religioso, la capital afrocolombiana se reúne para un propósito común: celebrar su devoción a este santo del medioevo italiano, que se volvió ‘Pacho’ en estas tierras del trópico. Desde hace 363 años, durante 15 días seguidos los chocoanos fusionan la religión, la cultura y la fiesta para llevar a cabo el Festival de San Pacho. El presidente de la Fundación Fiestas Franciscanas, Ramón Cuesta, asegura que la celebración se inicia el 20 de septiembre con una misa en la catedral a las 8 de la mañana, entre cánticos, danzas, cientos
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de colores en los atuendos y un sermón educativo para los presentes y para los 112.886 habitantes de Quibdó. Luego de la eucaristía se ofrece un desayuno a 300 personas y se realiza una actividad deportiva en la que los niños son los protagonistas. Así, Quibdó asegura la participación de los más pequeños en la tradición. Desde el 21 de septiembre hasta el 2 de octubre, al canto de los gallos al amanecer lo sustituyen el estruendo de la pólvora y los sonidos del clarinete, el bombo típico, el saxofón, el redoblante, los platillos, el trombón –instrumentos que componen la chirimía–y la gritería. Los doce barrios de Quibdó se rotan cada día la responsabilidad de las actividades festivas y de que la alegría no disminuya en ningún momento. A punta de ron se preparan para protagonizar su desfile. Todos van ataviados con ropa colorida o “caché”, como ellos la llaman, y cada vecindario exhibe un muñeco que expresa una temática de consenso y que ellos denominan disfraz. Este año honraron la afrocolombianidad.
Panorama crítico Quibdó es sin duda la capital más atrasada de Colombia. En las precarias vías escasean los carros particulares, pero abundan las motos; el 80% de la población no cuenta con servicio de acueducto y alcantarillado; el 56% de mortalidad infantil es consecuencia de la desnutrición. La mayoría de los quibdoseños sobrevive gracias a la lluvia, pues es la única manera en que muchos de ellos pueden obtener agua. Así consiguen bañarse, cocinar y suplir sus necesidades básicas. Los políticos aprovechan cada esquina para difundir sus propuestas propagandistas, pegando tantos carteles que la ciudad toma la forma de un gran collage. El comercio es dominado por blancos, o “paisas” (así son llamadas todas aquellas personas de piel blanca que arriban a Quibdó). También están los indígenas que provienen de resguardos cercanos al río Atrato. Ellos son fuertemente discriminados por los afrodescendientes. Hacia el mediodía el “corre corre” de los habitantes del barrio de turno se convierte en un desespero, pero la ayuda del personal de la Fundación y del comité del sector impone el orden de
las comparsas y la chirimía. Sin importar la lluvia o el sol, a las 2 de la tarde Quibdó olvida sus diferencias sociales, económicas y raciales para emprender un recorrido entre las casas de techos de zinc con estructuras de madera y las opulentas mansiones del pequeñísimo sector privilegiado. El párroco Jesús María Urán relata que en los primeros años en que se celebraron las fiestas de San Pacho surgieron muchos contradictores que buscaban imponer algunos cambios, pero el pueblo siempre estuvo firme en la defensa de su festividad y logró sobrepasar todas las dificultades. El fucsia, el amarillo, el rojo y el verde biche sobresalen en la comparsa, mientras que grandes y chicos se divierten con la presentación al ritmo de la chirimía que desfila frente a los jurados. El 5 de octubre, éstos entregarán los premios al mejor “caché”, al mejor disfraz y al mejor altar dedicado a San Francisco. Tras la multitud colorida siempre
Fotografía: Pedro Basto
va el “bunde” o grupo de personas de otros barrios que se van sumando al cortejo. Bailando “choque”, “mamando ron” y sudando a cántaros, el “bunde” va dejando su estela de sudor por donde quiera que vaya pasando. La fiesta de San Pacho se ha convertido en la vía de escape de los quibdoseños, quienes esperan ávidamente el inicio de sus fandangos patronales para olvidar sus problemas y permitir que afloren el sabor, la alegría y el “swing” que corren por sus venas. Desde hace unos años, el Ministerio de Cultura viene respaldando el esfuerzo y la entrega de los habitantes de Quibdó por hacer cada vez mejor esta fiesta que ellos defienden como “hecha por y para el pueblo”. En 2010, la secretaría de Cultura de la capital chocoana, Sarae Córdoba Arce, presentó un proyecto para que el gobierno nacional le reconociera al festival su carácter de patrimonio cultural. Este año, la fiesta arrancó con esa buena noticia, cuando en medio del ser-
món inicial, la propia ministra de Cultura, Mariana Garcés Córdoba, leyó la resolución 1895 de 2011 “por la cual se incluye la manifestación Fiestas de San Francisco de Asís, o San Pacho, en Quibdó (Chocó), en la lista representativa del patrimonio inmaterial de la nación y se aprueba su Plan Nacional de Salvaguardia”.
El empalme con el otro barrio En las noches, cuando parece que la fiesta ha terminado por el exceso de sol y de ron a lo largo del día, el barrio anfitrión se viste de gala para atender a sus visitantes con sancocho, bombos y platillos. La celebración se extiende hasta el amanecer y los quibdoseños a menudo empatan el jolgorio con las celebraciones del barrio siguiente. Así, a lo largo de doce días es que poco lo que se duerme. El 5 de octubre San Pacho recoge sus doce banderas y guarda en el baúl de sus más gratos recuerdos los momentos vividos durante la fiesta, a la espera de que el próximo año sea mejor que éste. El 6, la capital chocoana vuelve a sus rutinas y a sus dificultades en esta tierra donde el calor nunca baja de 30 grados y donde llueve cuatro y cinco veces por día. v
Oráculo 25
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Fotografía: William Mezza Benavides
Fotografía: Sandra Castro
Hubo un momento en la historia de la Tierra en el que los continentes africano y americano eran uno solo y se llamaba Gondwana, según los geólogos y los hombres de ciencia. Hoy los continentes americano y africano siguen conectados, aunque no de modo físico como en el tiempo de las pangeas, pero sí genética, anímica, cultural y trascendentalmente. Hay un gran pedazo de África en América, y está representado en millones y millones de hombres y mujeres, tataranietos de los tataranietos de aquellos que cruzaron el Atlántico en el viaje mas infeliz de sus vidas, como victimas de un crimen atroz por el que nadie ha pedido perdón todavía. Hoy, a pesar de la deuda inmensa que tienen con ellos los países de este lado del mar, los afros son una parte sustancial de nuestras realidades. Este es un homenaje mínimo a ellos y, de paso, a ese tátara-tatarabuelo mandinca o carabalí que todos los mestizos de estas tierras llevamos en el ADN.