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Elecciones

Costos de la democracia

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Fotos portada: Estudio Manule H

EDITORIAL

No. 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

CONSEJO EDITORIAL: Luz Amalia Camacho Rosabel Sánchez Consuelo Cepeda Edith Diana Ramírez Lisbeth Fog Laura Ayala Orlando Valencia Directora: Consuelo Cepeda Editora: Lisbeth Fog Diagramación: Orlando Valencia Ilustración: Víctor Barrera Orlando Valencia Asistente de edición: Laura Ayala Docentes colaboradores: Miguel Ángel Manrique, Bernardo Bejarano, Juan Carlos Garzón, Margarita Mejía, Lisbeth Fog, Consuelo Cepeda. Víctor Barrera, Orlando Valencia. Impresión: Departamento de Publicaciones Universidad Externado de Colombia. Bogotá, Colombia, 2010. Correo electrónico: visiones@uexternado.edu.co

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i cualquier colombiano se hubiera ausentado del país durante el último semestre, le bastará con leer visiones 6 para quedar informado sobre los temas más sensibles que marcaron la agenda noticiosa de esos trascendentales primeros seis meses del 2010. Acontecimientos, que cambiaron el futuro de nuestro país y que fueron puntualmente relatados desde el ejercicio de un periodismo responsable y comprometido con la gente común. Si cada uno de los profesionales que desarrollaron su meticulosa labor informativa se mantiene en el buen quehacer del oficio, podemos afirmar que el futuro de esta hermosa profesión quedará en manos de unos informadores que comenzaron a dar sus primeros pasos en esta publicación. Los periodistas que firman los artículos que presentamos en esta edición, por primera vez fueron testigos directos de un proceso electoral. La mayoría de los estudiantes de esta facultad no contaba con más de doce años cuando fue elegido Álvaro Uribe como presidente por primera vez, por eso, como periodista de larga trayectoria, al leer los artículos de estos futuros periodistas me conmueve hasta la emoción, ver y sentir que hay un futuro para el periodismo colombiano, tan demeritado en los últimos años, por la manera a veces acomodada, otras autocensurada y otras ignorada, por las fuertes amenazas políticas, económicas o de grupos indeseables que definitivamente cada vez ejercen más presión sobre unos medios de información que pretenden ser libres. Por eso sorprende que hoy, después de asistir como estudiantes de periodismo a su primer debate electoral o a una de las tragedias mas dramáticas de los últimos tiempos, como lo fue el terremoto de Haití, e igualmente testimoniar la muerte de un icono de la historia del periodismo gráfico, como Manuel H, o profundizar en la depresión como una de las enfermedades mas graves del hombre moderno, entre otros temas, puedan abordar de manera madura, analítica y crítica la realidad de un semestre tan rico en información noticiosa. En cada uno de los artículos sobresale ese periodismo que necesitamos. Periodismo de valores, de respeto por los derechos humanos y de servicio público, el de la cultura y la ciencia como un oasis necesario en este comienzo de siglo que nos devora con la inmediatez y la futilidad. Es esperanzador saber que hay un futuro para el periodismo que siempre soñamos desde las aulas, romántico para unos o imposible para otros, aunque, eso sí, construido desde las propias entrañas del humanismo, con responsabilidad y libertad. Consuelo Cepeda

CONTENIDO El del ½:

Más de una década sin Jaime Garzón Manuel H: un coleccionista de instantes La batalla por un periodismo que vale la pena Los que cuentan Televisión o televidente ¿quién es el mediocre? La comunicación: derecho de los colombianos

Florilegio:

Haydee Ramírez se quemó A limpiar la alcantarilla desde afuera El positivismo de Flórez

Visiones es una publicación de la Facultad de Comunicación SocialPeriodismo de la Universidad Externado de Colombia, sin fines de lucro, la cual tiene por objetivo divulgar la producción académica de los estudiantes.

Portada:

Las opiniones expresadas por los autores no corresponden necesariamente a las de la Universidad.

La depresión: enemiga silenciosa en las aulas universitarias "Después de vivir tres mundiales me puedo morir tranquilo” "Killed in the line of duty" “El escepticismo es el primer deber del periodista”: Daniel Coronell

ISSN: 2027-0178

La democracia vale mucha plata

Debates:

El virus que contagió a Colombia: la desconfianza Unidos en el dolor de los demás

Vigía:

A pulso:

Graficadores Fotografía básica

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Más de una década sin

Jaime Garzón

Cinco tiros en la cabeza terminaron con la vida de Jaime Garzón. Once años después, el periodismo de Colombia todavía se siente huérfano sin su humor incisivo, sus palabras agudas, la sonrisa mueca de su alter ego, el lustrabotas Heriberto de la calle, y tantos otros personajes de su autoría que se burlaron de la absurda realidad colombiana. Paula García Ética / Octavo semestre

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nalizar detalladamente los nueve puntos establecidos en el Código Internacional de Ética Periodística nos da una imagen desalentadora, al entender lo lejos que está Colombia de garantizar su cumplimiento. En nuestro país no existe una forma de hacer cumplir estas reglas como base del desempeño periodístico, lo que reduce al periodismo a una disciplina impura carente de veracidad. Comprobar que Colombia no es un lugar digno para ejercer el periodismo tiene nombre propio: Jaime Garzón. Su labor como humorista desparpajado era su estra-

tegia para hacer periodismo agudo, osado y directo. Garzón, a diferencia de muchos, no temía decir la verdad. Una prueba pertinente fue su papel como Heriberto de la Calle, el lustrabotas dedicado a cuestionar a los actores de la política colombiana. “País de mierda”, así despidió la sección deportiva el periodista César Augusto Londoño el 13 de agosto de 1999, desconsolado e impotente por la pérdida de su colega y amigo. Aun sabiendo que lo iban a matar prefirió meterse de frente en el “nido de ratas que tiene jodido a Colombia”, según respondió en una charla en la Universidad Autónoma de Occidente. Garzón colaboró en la liberación de algunos secuestrados y personificó distintas facetas intentando enseñarle a Colombia su verdadera situación.

Por esta razón, es irónico leer el código de ética periodística. Una de las últimas personas en Colombia que luchó por hacer cumplir los nueve puntos estipulados, hoy descansa en paz. La muerte de Garzón, al igual que la de cientos de periodistas que han perdido sus vidas en el oficio de informar, es hasta hoy un crimen impune. No solo la justicia se muestra ineficiente sino que la sociedad estigmatiza a quien se atreve a dar una opinión crítica o contraria a la de la mayoría. Jaime Garzón nos dejó una tarea: la de no tragar entero, reflexionar y cuestionar lo que los medios de comunicación nos dicen. Su muerte representa las de miles de colombianos que han perdido la vida en un conflicto de intereses; una situación de violencia que lastimosamente caracteriza nuestro país. Es un verdadero reto el que enfrentan los periodistas hoy en día, cuando la balanza se inclina más hacia el lado de los intereses que del de la ética social y la disciplina misma que el periodismo impone. Un comentario errático puede costar la vida de muchos. Por esto, seguir viviendo en este festín imaginario de felicidad y prosperidad es una mejor opción para los temerosos. Después de recordar la historia de nuestros colegas que han pagado con su vida la pasión de ejercer un periodismo limpio, los nueve puntos del Código Internacional de Periodistas hablan por sí mismos. Garzón, junto con las almas de aquellos infortunados, vivirán mientras sus muertes aún nos duelan.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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Manuel H:

un coleccionista de instantes Nadie dibujó a la Bogotá de ayer y de hoy como lo hizo Manuel H. Con cámara réflex y trípode en mano, este fotógrafo capturó historias, colores y momentos de una ciudad que de no ser por su ojo agudo, se habría perdido en los recuerdos. Fotos tomadas de un especial sobre Manuel H para Canal A realizado por Consuelo Cepeda

Laura María Ayala Historia cultural del periodismo / Séptimo semestre

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n una casona antigua de techo agujereado, paredes desleídas por la humedad, piso crujiente de madera, ventanas que no se abren y olor a ropa vieja, conviven Gaitán, el caudillo del pueblo, y su asesino Juan Roa Sierra. Los acompañan los matadores más grandes que pisaron la Santa María y los toros que cayeron por su gloria, veinte ex presidentes colombianos –entre conservadores, liberales y militares–, la única Miss Universo que ha tenido el país y uno que otro ser anónimo. Todos fueron capturados por el acucioso lente del extinto fotógrafo Manuel H. Rodríguez. Estos personajes hacen parte de las doscientas mil fotografías que, tras la muerte del llamado “decano de la reportería gráfica”, fueron arrancadas de los muros que las exhibían, depositadas en cajas y bolsas negras, apiladas en un rincón y, al igual que la construcción que las alberga, abandonadas a su suerte. Ubicado en la carrera séptima con calle 22, en pleno corazón de Bogotá, el edificio que por sesenta años fue la sede del estudio “Fotografía Manuel H” entró en decadencia hace nueve meses. “Desde que murió Don Manuel es como si las paredes lloraran su partida. Esta casa se está cayendo a pedacitos y como ya no está el Don, ya no hay quien la cuide. Hasta han dicho que si no la declaran patrimonio histórico la van a vender y demoler”, narra en tono nostálgico Elvira Díaz, vendedora ambulante del sector desde hace cinco décadas. Manuel Rodríguez, más conocido como Manuel Jr. o Manolín, nieto menor y fiel aprendiz de Manuel H, se lamenta ante la imposibilidad económica de arrendar otro

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local para así evitar que se extinga el museo de historias que, con cámara en mano, creó su abuelo. “Mi tía y yo lideramos la iniciativa de digitalizar setecientos mil negativos con el apoyo de la Biblioteca Nacional y el Museo de Fotografía de París. El problema es que el Estado colombiano no quiere asumir el costo de conservar la obra de mi abuelo. Lo ideal sería crear una fundación para rescatar sus imágenes del abandono y el olvido, pero no tenemos los medios”, asegura.

De los diez hijos, 14 nietos y dos bisnietos que le dejaron sus 62 años de matrimonio, sólo Manolín heredó su pasión por la fotografía, vocación que descubrió por accidente. “Curioso por descifrar qué misterio escondía aquel cuarto oscuro, me escabullí y empecé a jugar con los químicos y, sin querer, los contaminé. Ese día mi abuelo me cambió la vida. En vez de castigarme, le pidió a su ayudante que me enseñara a revelar y, desde que presencié la alquimia de la luz, supe que iba a ser reportero gráfico”. No obstante, el deseo de Manolo de seguir los pasos de su abuelo no fue bien recibido por su familia. Si bien todos admiraban el trabajo de Manuel H, los Rodríguez le guardaban cierto recelo al que para ellos era el más ingrato de los oficios: la fotografía. Aunque Manuel H. fue corresponsal gráfico

de importantes diarios como El Liberal, El Espectador y El Tiempo y, a lo largo de su carrera forjó un nombre como retratista, fotógrafo de la fiesta brava y autor del archivo histórico de los últimos cincuenta años de la capital, su trabajo no le alcanzó ni siquiera para comprar una casa propia. Manuel H fue autodidacta. Con libros y revistas como maestros, aprendió a encuadrar, disparar, revelar, copiar y ampliar; aprendió de todo, pero nunca a cobrar. “Por ejemplo, las fotos del gran torero Manolete, con su rostro de angustia por una mala faena, que dieron la vuelta al mundo un año después cuando el matador murió corneado en España, esas jamás se las pagaron a mi abuelo. Tampoco las de El Bogotazo, ni las que se quemaron en El Espectador, ni las que salen en las portadas de los textos sobre Gaitán”, cuenta con tono de resignación. Cuando se le pregunta por la renuencia de los demás miembros de su familia a conceder entrevistas responde en voz baja, como si confiara un secreto: “Mi familia no le perdona a mi abuelo que haya aceptado vivir en condiciones tan humildes cuando su profesión debía haberle dado, al menos, para tener una vejez sin preocupaciones de dinero. Ellos sienten que la sociedad está en deuda con mi ‘Abue’. Muchos periodistas vienen, preguntan, se van y no ayudan. Por eso mis tías acordaron pedir una colaboración económica a cambio de su testimonio, para colaborar con el mantenimiento de las fotos y a modo de reconocimiento a la labor de mi ‘Estudio Manuel H’. Yo soy más tranquilo y si me preguntan, simplemente cuento”. Diego Villamil, un mechudo todavía atrapado en la década de los ochenta que trabaja hace nueve años en un puesto de revistas contiguo al ‘Estudio Manuel H’ y quien a fuerza de toparse todos los días con el octogenario se convirtió en uno de sus

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al verlo por primera vez, arrodillado sobre el pavimento y fotografiando con la curiosidad de un niño la marcha contra los crímenes de Estado del 2008”. “Un tiempo después de conocer a Manuel H, mi novio y yo fuimos a su local para indagar por un estudio fotográfico pero, al saber que era más costoso de lo que habíamos presupuestado, decidimos seguir ahorrando para hacerlo. Lastimosamente no alcanzamos a completar el dinero. La muerte fue más rápida que la constancia de la moneda en la alcancía”, agrega Carolina, nostálgica por el fallecimiento del maestro. Manolín, quien hoy vive en un edificio diagonal al marchito estudio de su abuelo y es fotógrafo profesional, cuenta que cada vez que se escuchaba algarabía en la carrera séptima o los noticieros anunciaban algún hecho, Manuel H cogía su cámara, salía

como un rayo y se iba sin despedirse, sin más ni más. “Por eso a veces creo que mi abuelo no está muerto, que se marchó para tomar una de sus mejores fotografías y que, al asomarme a la calle, voy a verlo con su andar acelerado, su cabello blanco desordenado, su corbatín negro, su consentida Canon A1 colgada al cuello y su voz que me repite ¡Apúrate Manolín que se te van los instantes! La vida no se va a quedar esperando a que tú oprimas el obturador”. 

Fotos Estudio Manule H

mejores amigos, cree que el amor desmedido de Manuel H. por la fotografía no fue su perdición sino, al contrario, esa chispa que mantuvo ardiendo su alma hasta el último de sus días. “Si el abuelo vivió en arriendo toda la vida y no le heredó un buen billete a sus hijos, fue porque eso a él lo tenía sin cuidado. Él era una nota de persona, si se ganaba unos pesos no corría a hacer mercado o meterla en un banco, sino que se iba a comprar cámaras y rollos. Llegó a tener unas cien máquinas de fotos”, narra Villamil, sosteniendo en sus manos una fotografía que Manuel H le tomó desprevenido y luego le regaló, no sin antes autografiarla. “Los domingos no había cosa más importante para Manuel H que ir a fotografiar las corridas, no importaban la misa, ni la familia, ni el cumpleaños, ni nada. El abuelo sí que amaba su oficio y eso no se lo pueden reprochar”, continúa. No en vano, en una entrevista para el periódico El Tiempo, Manuel H aseveró que “el reportero gráfico debe renunciar, asiduamente, a ciertas satisfacciones de índole familiar o social en aras de cumplir su misión periodística. Cuando los ciudadanos aprovechan el día festivo, el reportero ha de desempeñarse inmutable en su medio que es la noticia, con la que diariamente graba el devenir del país”. Cuando Manuel H elegía el encuadre, abría el diafragma, enfocaba, oprimía el obturador y, con su caja mágica, le robaba un instante de eternidad al tiempo, no sólo pintaba con luz los rostros de los personajes y los rincones de la ciudad, sino que escribía, sin necesidad de palabra alguna, la historia de Bogotá e, incluso, de Colombia. Como si fuera una estrella de la televisión criolla, un grupo creado en su honor en Facebook cuenta con 528 adeptos. Carolina Pinzón, creadora en la red de 'Admiradores de Manuel H', dice que “tras haber seguido su trabajo fotográfico en libros y exposiciones, no pude evitar que la piel se me erizara

Fotos tomadas por Manuel H de la primera votación femenina en Colombia en 1957

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La batalla por

un periodismo que vale la pena Guillermo González, director de la Revista Número, tiene el privilegio de contar con un selecto ejército de soldados de la palabra en su lucha por la supervivencia de un estilo y género, que con el tiempo se ve más amenazado: el periodismo literario.

Omar David Baracaldo Historia cultural del periodismo/ Séptimo semestre

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o es muy grande el cuartel donde se cocinan las ideas que nutren una publicación cargada de inspiración y desencantos, arte y creatividad, ideas que disienten de lo común y disparan mordaces punzadas que conllevan a la reflexión; escritos fascinantes que dilucidan una terrible realidad con tan sutil y precisa prosa o verso, que antes de aterrar al lector por su crudeza, lo invitan a saborear con delicada sensibilidad cada composición literaria. Como Número, pocas revistas han luchado con sus textos por la supervivencia en un mercado demoledor que amenaza a cualquier medio que ose retar la que parece norma de leer poco y ver la información con precipitada superficialidad. Tal cual piensa su director, el comandante en jefe del proyecto Número, Guillermo González. A primera vista aparenta cansancio, quizá por las largas jornadas de trabajo en la revista. Sin pena ni gloria habla con evidente ansiedad, afán y algo de reserva. Sin embargo, escribe totalmente diferente; su pluma denota paciencia, avidez y sin darse cuenta quizá, se desnuda y deja de lado la timidez con la que se escuda cuando habla con un desconocido. En la jornada laboral no es de los primeros que llega a la revista, pero sí de los últimos que sale bien en la noche. Empezando, con una bebida caliente en mano llama a Ana Cristina Mejía, más que compañera de trabajo, la inseparable amiga y camarada de combate. Los dos presiden y conforman un poco convencional consejo de redacción. La

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cita cada mañana es en una mesa de madera que limita al oriente con un armario lleno de libros, al sur con un local que alberga cajas de revistas impresas listas para distribuir, al norte con un muro del que prenden afiches que ampliaron en un 1.000% la carátula de las últimas Número y al occidente con los escritorios de todo el equipo administrativo. Precisamente no van a discutir sobre qué escribirán para la edición venidera. Contrario a lo que muchos piensan y, como González asegura, “la revista se va armando solita”. Resulta que Número es resultado de la convergencia de ideas varias y disímiles que provienen de al menos cien interesados en ver su obra en el siguiente ejemplar. Es tanto el prestigio que el impreso ha adquirido en 17 años desde su fundación, que en la misma solo tienen espacio los mejores. “Con Ana Cristina recibimos materiales y nos sentamos permanentemente a revisar lo que nos envían del país y de otros países del mundo. Tomamos decisiones sobre cuáles son los más apropiados y de mayor calidad, y cuando no llegamos a algún acuerdo, consultamos al grupo más cercano a la revista”. Pero la mesa del consejo de redacción se convierte permanentemente en escritorio de contador. “Con Ana Cristina sufrimos lo mismo. No nos quejamos porque en estos 17 años que llevamos en la misma mesa hemos sorteado y trabajado por mantener viva la revista”. La lucha que González ha proferido no es nueva. Aunque antes de ser periodista estudió Ingeniería Civil en la Nacional, tan pronto inició en la escuela de Comunicación del Externado se vio enfrentado a dificultades económicas, las mismas que recordaría más de 30 años después al frente de Número. Para pagarse su nueva carrera, ingresó a El Espectador en 1977, como reportero, como carga ladrillos, como todo primerizo en el ejercicio del oficio que comienza. Siempre le gustó el periodismo cultural, pero el trabajo con ese género no fue

inmediato. Cuenta él que alguna vez tomó la iniciativa de acercarse con productos relacionados con los intereses que tanto perseguía. “Cuando llegué a la sala y le presenté al jefe las fotos y el material que había recogido, le pareció buenísimo. A partir de eso me empezaron a mandar a cubrir temas culturales”. El gran salto para hacer sus propios contenidos como a él le gustaban lo dio cuando debió competir contra uno de los ‘duros’ de la literatura. “Cuando Gabriel García Márquez iba a sacar el periódico El Otro, Guillermo Cano nos llamó a Marisol Cano y a mí para que nos le adelantáramos a ‘Gabo’ e hiciéramos con la sección Magazín Dominical lo que quisiéramos. De esa forma creamos una nueva forma de ver el periodismo cultural, no el que se basa solo en los hechos artísticos, sino el que comprende los hechos sociales vistos desde la cultura. Logramos con el tiempo desladrillar el concepto de cultura”. Eso sucedió en 1983. El éxito de la publicación fue rotundo. Sus escritos, investigaciones, entrevistas, mejor dicho, la reinvención planteada del periodismo cultural logró subir el tiraje de El Espectador en 60 mil ejemplares. “Nunca había pasado eso. Una vez D’Artagnan me invitó a almorzar y me preguntó cómo habíamos hecho eso de bajar incluso la popularidad de El Tiempo. Lo mejor de todo fue el apoyo incondicional de Guillermo Cano, que defendió siempre el estilo que manejamos en la sección literaria”. Después de trabajar con el Magazín hasta 1987, tenía clara una concepción de periodismo cultural que replicaría en otros éxitos editoriales. “A mí me interesa el periodismo que le deja algo a uno como periodista y el que le puede dejar algo a la gente cuando lo lee. El periodismo literario es el mismo que el de investigación, nuevo periodismo, cultural, como se le quiera llamar, pero que pase por todos los rigores e intensidades, que permita llegar a la piel de los temas, que sea capaz de transformarlo a uno”.

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Transforma la mente de una “inmensa minoría” seguramente cada edición de Número, las 64 que han salido a la calle y que han sumado con el tiempo más de 2.000 lectores. “Es el periodismo que vale la pena hacer”, dice González cuando asegura que por eso busca lo mejor en cada selección de material para la revista. “Como el lema de la HJCK, nuestros lectores son una inmensa minoría, un público al que le interesa este tipo de periodismo, gente que reflexiona, que piensa, que generalmente toma decisiones, que está al frente de las cosas como clase dirigente, estudiantes, artistas, creadores e investigadores. Nos dirigimos a una reserva ética y creadora del país”. Al mando del batallón de lucha están él y Ana Cristina. La menciona mucho cuando se refiere al trabajo en Número. La considera su mano derecha, la persona con la que permanece horas y horas sentado leyendo y releyendo lo que pueda ir o no a diagramación para la publicación más cercana. Pero más mantiene con ella rompiéndose la cabeza con calculadora en frente para ver de dónde sacan plata para sostener la revista. Siente alivio al pensar que puede salir una Número más y la nómina del lugar puede ser soportada. El agradecimiento es perpetuo a quienes colaboran en la publicación. Es una lucha intensa que libran con prestigiosos y admirables domadores de la palabra, como William Ospina, Antonio Morales y muchos otros que escriben de literatura, de ciencia, de arquitectura, de arte, de política, de economía, del conflicto que desangra al país, del dogma que desvirtúa un espíritu libre pero lo trascendental que inspira al soñador. Un batallón de cómplices y letrados que esperan ver sus ideas viajando en las mentes de los lectores como barcos que zarpan en un inmenso mar. Dice un editorial permanente de Número que “se requiere mucha imaginación para creer en un futuro cualquiera, y mucha locura para creer en un futuro feliz. Por eso queremos creer en un futuro espléndido, y, si se nos perdona el exabrupto, en la posibilidad, incluso, de un presente feliz”. Será que la locura ronda silenciosa en los teclados y papeles de quienes escriben en Número. Será que esa locura más bien parece lucidez, pues, como añade el editorial, ofrece a los que quieran soñar algo más noble y más bello que la ración de horror de cada día. Señala el director de una de las únicas producciones que alienta a la llama del periodismo literario en Colombia, que la locura es una escapatoria del grupo de Número que no quiere funcionar como el resto de la sociedad, “hacia el billete”. Ese ejército, armado con plumas e ideas, funciona hacia el vicio de la lectura, hacia la creatividad con el lenguaje. Pero a González le gusta algo más: vivir con intensidad. “Es necesario vivir a fondo. Es

necesario que las cosas lo toquen a uno en la piel. He experimentado mucho, he transitado muchos caminos, he conocido bastante, también”. Como buen conocedor, no desconoce el valor de la mujer a su lado, más aún, cuando muchas lo recuerdan como el agraciado y guapo Guillermo González. “Durante mi vida he querido mucho a las mujeres, me han querido mucho también. Antes buscaba en muchas mujeres a una mujer, pero ahora en una mujer las encuentro a todas”, confesó. Suele hablar con mirada distraída. Aunque pocas veces mire a los ojos, sabe sincerarse cuando escribe y publica. La vida le ha dado méritos, como un Premio Planeta de Periodismo 2002 por su libro Los niños

de la guerra, otro galardón por su trabajo de crítica cultural en el Festival Internacional de Arte de Cali en el 2001, y Premio Media 2001 del Latinamerican Studies Association. Le gusta rayar papel mientras entabla diálogo e intenta ser prudente en sus afirmaciones. No se lo dicen cada rato, pero sencillamente el medio que él dirige es un líder de opinión de un gran grupo de pensadores colombianos, de esa inmensa minoría. La historia que perpetúa con cada Número en el periodismo colombiano no únicamente reivindica al género literario dentro de la producción de información y opinión, sino que destaca un valor agregado de rigurosidad y afinidad que hace sentir que el periodismo cultural en realidad vale la pena.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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Los que cuentan En una era de información e inmediatez, los medios tienen muy poco tiempo para las erratas y las rectificaciones. En algunos casos, obligan al periodista a escoger entre el deber y la ética, un debate que va más allá de los conflictos entre moral y razón. Mónica María Parada Ética / Octavo semestre

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angre y dolor, llanto, tierra y escombros. Ese era el panorama con el que, imagino, se levantaban los periodistas que lograron llegar a Haití para llevar a las personas, a este lado del mar, historias e imágenes que le partirían el alma a los sensibles, y por qué no, a los que no lo son tanto. Un cubrimiento mediático que seguramente ha sido uno de los más grandes, sino el más grande, de las últimas décadas; eso fue lo que todos los colombianos vieron a través de los canales nacionales. En horario triple A, en emisiones especiales de último minuto, al despertar y antes de irse a dormir. Las imágenes del terremoto que arrasó con Haití y con la esperanza, llenaron las pantallas de televisión: largas horas de emisión, lágrimas y amarillismo. La reacción de los grupos periodísticos fue inmediata: aviones hacia Haití, periodistas dispuestos a enfrentar el horror de la tragedia, la constante búsqueda de historias y la apuesta siempre vigente de tocar el corazón más que la razón. Lo que olvidaron fue el respeto al dolor ajeno que, a juzgar por la información que llegaba desde la isla, parecía no importar demasiado. Las típicas preguntas obvias que le han criticado al periodismo por años; las palabras que no hacían otra cosa que exaltar y dramatizar un poco más un dolor que no les pertenecía; la musicalización de las imágenes; los niños llorando; las ciudades destruidas; la violencia que genera la desesperación y la imagen de un periodista que se quebrantaba frente a la cámara una y otra vez, por el rating. Ese fue el material de apoyo de RCN televisión, la cadena de noticias que fue sin duda la pionera de este cubrimiento, pero ¿a cambio de qué? En el otro canal, los desmoralizados

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periodistas de Caracol buscaban desesperadamente llegar a Haití. Rellenaban los espacios del noticiero con largas entrevistas y elogios a la labor que cumplía la Cruz Roja Internacional sede Colombia, mientras dejaban entrever la desesperación de perder el rating, que tantos millones les costaba. Poco a poco fueron encontrando en las cadenas aliadas una manera de acercarse al cubrimiento de la tragedia, y luego de un par de días de lucha, lograron llegar a Haití, para mostrar lo mismo: dolor y desesperación, un tanto de sangre y un poco más de lágrimas. Cuando ya ha pasado un tiempo prudencial y se puede analizar el cubrimiento de esta tragedia, hay varios puntos que deberían cuestionarse. Habría que empezar por hablar de la labor de los medios en una situación como ésta. ¿Será que lo realmente importante es llegar primero y preguntar a todos qué tanto han perdido? Sería más útil que el periodismo en su calidad de cuarto poder y servicio público, pusiera a disponibilidad de la emergencia sus herramientas comunicativas y procurara organizar, o al menos ayudar a normalizar el caos que reina cuando se ha perdido todo. En lugar de preguntar a un niño si le duele haber perdido a sus padres por qué no ayudarlo a buscar un refugio donde pueda ser atendido por los grupos paramédicos. En lugar de pararse en medio de la entrega de la ayuda internacional y ponerle el micrófono a una señora de la tercera edad, que le arrebata una libra de arroz a un delegado internacional, y preguntarle si tiene hambre, por qué no llamar a la calma y colaborar con la difusión de la información para que esta ayuda llegue a todos. Pienso que mientras no se está transmitiendo, sería más útil un micrófono que aliente a la tranquilidad y brinde soluciones, que un micrófono guardado dentro de una caja en el hotel. Si bien es cierto que el periodismo se enriquece con las historias, no son aquellas que generan más rating necesariamente las

Foto: United Nation Development Program

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mejores. Éste es un punto que habría que cuestionarle juiciosamente al cubrimiento del que fuimos testigos. Los canales le apostaron, indudablemente, al morbo que vende y genera expectativa. Es cierto, las imágenes que mostraran la tragedia explícitamente eran necesarias, pero también podrían mostrar el otro lado: a las personas que trabajaron todos los días por garantizar el retorno del orden y la tranquilidad, o pudieron buscar al presidente que parecía más un fugitivo que un gobernante, pero se limitaron a lo de siempre. Y hablando de clichés, tenemos que entregar a RCN un premio por agotar todos los lugares comunes. No hablaré de las preguntas que hicieron los reporteros ni de las frases que desde estudio ambientaban el amarillismo, mucho menos de la musicalización que usaron para enfatizar la tristeza que reinaba en las imágenes. De lo que sí voy a hablar es del uso de la imagen de Felipe Arias devastado, humanamente devastado por la tragedia, un fotograma que se repitió todos los días en una cortinilla que RCN rodaba antes de transmitir la franja sobre Haití. ¿Hasta dónde periodistas y hasta dónde humanos? Es desconcertante que un canal no tenga la ética para respetar un momento de sensibilidad, que no se le puede achacar a otra cosa que no sea su humanidad inherente, aun más en un oficio como el nuestro: que todos los días nos expone al contacto con la gente, que nos exige buscar los matices, diferenciar los colores. Un oficio de artistas de la palabra que es más humano que cualquiera, que es tan sensible como el del poeta y tan rudo como el del guerrero y que oscila constantemente entre las emociones y la razón. Con esta tragedia nos regresamos en tiempo y espacio, volvimos en un instante fugaz a la guerra de la vieja guardia por la chiva. Nos sentamos en la mesa con los periodistas empíricos y escuchamos sus enseñanzas sobre la necesidad de ser los primeros, pero obviamos del todo sus palabras sobre la ética y el profesionalismo. A los medios de comunicación los enceguecieron los puntos de rating, mientras los haitianos, los que realmente cuentan, gritaban de impotencia y lloraban sus muertos, a los suyos, a los que ellos extrañarían. Esa era su tragedia y nadie supo como respetarla. 

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Televisión o televidente

¿Quién es el mediocre?

En el cubrimiento del terremoto de Haití, pese a que los periodistas de RCN y Caracol formularon preguntas obvias e irrespetuosas con las víctimas, abordaron los hechos con amarillismo y oportunismo y banalizaron el dolor ajeno, el rating les dio la razón. Los televisores de los colombianos continuaron encendidos monitoreando la tragedia. Juan Sebastián Rivera Ética / Octavo emestre

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ucha de la información noticiosa que se produce a diario en el mundo tiene que ver con tragedias humanas. Algunas veces esas desventuras tienen causas naturales, como terremotos, huracanes, tsunamis y, otras veces, son consecuencia de conflictos armados humanos que se manifiestan con masacres, atentados y guerras. Una tragedia fue el movimiento de la tierra en Concepción, Chile, y, otra, fue también la bomba en el metro de Moscú. Colombia por desgracia ha hecho carrera en las tragedias del segundo tipo descrito y también tiene experiencia en los desastres naturales, tanto que se dice que la prensa nació en Colombia en 1785 con un boletín que se titulaba “Aviso de terremoto en Santafé de Bogotá”. Lo más desesperanzador es que ese aviso es mucho más serio que el cubrimiento de terremotos que hacen los medios colombianos 225 años después. Si bien es desafortunada nuestra historia, al menos debería haberle servido al periodismo para desarrollarse y para alcanzar un nivel muy alto en el cubrimiento del dolor humano. Pero no es así, es el mismo fenómeno de las telenovelas. Pese a que en este país se producen desde hace décadas y es el producto cultural colombiano que más se exporta, sigue habiendo producciones (con algunas excepciones) que no demuestran esa trayectoria. El cubrimiento televisivo del terremoto en Haití elaborado por RCN y Caracol es un claro ejemplo de lo anterior. El primero convirtió la tragedia en un producto audiovisual de entretenimiento, musicalizó los planos de rostros dolientes con una orquesta aterrorizante, ordenó a los reporteros preguntarle a quienes tenían un claro sufrimiento físico o sentimental si se sentían bien, en fin. Y es que esos son los gustos del canal, en menor escala sucede cuando musicalizan una noticia “tierna” con un piano de Richard Clayderman. De Caracol es mejor no hablar. Al menos RCN llegó a Puerto Príncipe, al menos hizo ese esfuerzo, es más, es justo que se

haya vanagloriado de eso. Cuando uno ve la emisión del noticiero de Caracol de medio día en la que aparece un joven comentándole al reportero que corrió la biblioteca de su cuarto por si había temblor en Bogotá (uno o días después de la tragedia de Haití), es fácil pensar que se trata de un avance de “Sábados felices”. No hay que hacer un manual o estudiarse algún documento para cubrir una tragedia de una manera humana. La forma de hacerlo es tan simple que se resume en no más de dos frases que podrían ser por ejemplo estas: limitarse a hacer planos de la devastación; reconstruir historias a partir de relatos ofrecidos por las víctimas más favorecidas por el destino.

A comparación de lo que hizo RCN, lo que se explica arriba es mucho más simple de llevar a cabo y más económico. Si el canal se puso en la tarea de construir una especie de película mala con el terremoto no es porque los creativos sean afines a esa estética o porque se hayan educado en la escuela del melodrama. La realidad es mucho más decepcionante. En lugar de seguirnos cuestionando sobre la mediocre calidad de la televisión, empecemos a preocuparnos por la baja calidad de la audiencia, pues si ésta quisiera exigir un noticiero serio y bien elaborado, el canal en su afán de enriquecimiento ya lo hubiera diseñado. 

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La comunicación:

derecho de los colombianos Angélica Latorre Legislación en periodismo / Séptimo semestre

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on la Constitución de 1991, Colombia se declaró como un estado social de derecho. Tiene personería jurídica, y por tanto asume obligaciones. Gracias al reconocimiento que tiene como Estado por parte de los demás países puede firmar tratados internacionales. Aunque el derecho a la comunicación no se encuentre explìcito en la Constitución, debe ser reconocido como tal puesto que Colombia hace parte de organizaciones supranacionales como la ONU y la OEA con las que se crearon tratados que se refieren al derecho a la información y a la comunicación. La Constitución es la carta no solo de derechos sino también de deberes; el Estado actúa como garante de los mismos derechos. La dignidad humana se constituye en un principio constitucional; en consecuencia, conlleva que sea de aplicación inmediata y que se restrinja el espacio de interpretación de los derechos fundamentales. Magdalena Aguilar, directora de Promoción de la Cultura de los Derechos Humanos de la Procuraduría General de la República de México, a propósito de dichos derechos, dice que a lo largo de su historia de aparición han sido ubicados en diversas categorías. Un enfoque tiene en cuenta la cobertura que los derechos humanos han ido adquiriendo y entonces se puede hablar de generaciones: la primera, se refiere a los derechos civiles y políticos que imponen al Estado respetar los derechos fundamentales, como la vida, la libertad, la igualdad, etc.; la segunda, la constituyen los derechos de tipo colectivo, los derechos sociales, económicos y culturales; la tercera se forma por los llamados derechos de los pueblos o de solidaridad. No obstante, con el desarrollo de ‘sociedad de la información’ surgen unos derechos de cuarta generación acerca de la condición del hombre frente a las nuevas tecnologías, las que en su mayoría son utilizadas para la difusión de información

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El derecho a la comunicación es reconocido por las Naciones Unidas y está enmarcado en una legislación propia, a la que se acogen sus 192 Estados miembros. Colombia hace parte de ese grupo.

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y permiten la libertad de expresión, de opinión y de difusión sin limitación de fronteras. En el mundo actual, es imprescindible que en Colombia tanto el Estado como la población asuman la comunicación como un derecho inherente al hombre que al conformarse en sociedad construye sentido, lo que se evidencia en la cultura de los distintos pueblos. Este derecho de carácter natural, pasa a ser de carácter civil cuando es reconocido por el derecho positivo y se le da un marco legal. En la Constitución del 91, el artículo 20 expresa: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación… los medios de comunicación son libres y tienen responsabilidad social. Se garantiza el derecho a la rectificación en condiciones de equidad. No habrá censura”. Y el 73 dice: “La actividad periodística gozará de protección para garantizar su libertad e independencia profesional”. La Corte Constitucional, por su parte, le da un sentido más amplio al derecho a la comunicación que al de la información, lo que se refleja en la sentencia T-032 del 95, cuyo magistrado ponente fue José Hernández: “Su núcleo esencial no consiste en el acceso a determinado medio o sistema sino en la libre opción de establecer contacto con otras personas, en el curso de un proceso que incorpora la mutua emisión de mensajes, su recepción, procesamiento mental y respuesta, bien que ello se haga mediante el uso directo del lenguaje, la escritura o los símbolos, o por aplicación de la tecnología”. De todas maneras, la Corte también establece en su momento que éste no es un derecho absoluto ya que, en principio, en un Estado Social de Derecho no hay derechos reconocidos así y porque no puede considerársele de forma subjetiva sino que se le establece un límite para que no se perjudique a una persona o a la sociedad en general. La comunicación, como una condición antropológica, ha sido efectivamente incorporada a la Constitución y al ejercicio de la ley en nuestro país. Es considerada entonces como objeto de regulación jurídica y es compleja en la medida que se conforma por diversas libertades de pensamiento, de opinión, de expresión, de prensa, las que a su vez tampoco son absolutas más allá de que el derecho a la libertad sea un derecho humano de primera generación, reconocido desde la Revolución Francesa. En el marco de la globalización, los flujos de información y de contenidos simbólicos que se dan con la comunicación, necesitan ser garantizados pero asimismo regulados, con el fin de que toda la humanidad tenga acceso a las tecnologías que le permitan hacer parte de lo que Marshall Mc Luhan denominó ‘aldea global’ pero que éstas no sean utilizadas en detrimento de la dignidad de las personas. Derechos y deberes surgen respecto a la comunicación, tanto de los que generan información y conocimiento como de los que los reciben. El Estado, por su parte, se ha reestructurado para regular la comunicación y ha creado unas entidades responsables, como son la Comisión Nacional de Televisión y el antes llamado Ministerio de Comunicaciones, hoy Ministerio de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. En una nueva era, no basta solo con el reconocimiento de la comunicación como derecho sino la implementación de los medios y mecanismos para que ésta sea posible. El proceso caótico de implementación de un tercer canal o la eventual llegada de la televisión digital son ejemplos de que todavía no existe suficiente regulación respecto a un derecho tan importante para el ser humano cuyas relaciones sociales y con su entorno están mediadas por la tecnología. Nos encontramos rezagados en materia jurídica y existen vacíos legales en la Constitución del 91 y aunque ya se ha dado un primer paso, todavía queda mucho por recorrer.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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Haydee Ramírez

se quemó

“Uno tiene que tomar posiciones en la vida, tiene que participar de las decisiones de su país. Hay que tomar parte activa, porque si pasan tantas cosas con las que no estamos de acuerdo, para eso está la democracia. Tenemos que asumir posiciones, no se puede estar en la mitad de todo. Nosotros queremos que el otro cambie para que el país sea distinto, pero resulta que somos nosotros los que tenemos que cambiar.” Isabela Porras Expresión escrita III / Cuarto semestre

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aydee Ramírez, 11 de febrero del 2010. En las horas de la noche, alrededor de las 7, del miércoles 24 de febrero del 2010 se celebró el cierre de campaña de Roberto Gerlein Echeverría, político barranquillero que ha mantenido su curul en el Senado desde 1978 y que ahora esperaba, al igual que Haydee Ramírez, ser elegido en las elecciones del 14 de marzo de este mismo año. El lugar era un amplio rancho, mejor conocido como la discoteca Maramaos, ubicado en la calle 68 con carrera 64, en Bogotá. Estaba adornado de vallas y pancartas, bombas blancas y azules, que más que cumplir una función decorativa indicaban que se trataba de una reunión exclusiva del Partido Conservador. Era la oportunidad perfecta, aprovechando que Gerlein se lo había propuesto, para que Haydee Ramírez una mujer sonriente, enérgica, directa, práctica, segura de sí misma, de temperamento fuerte y con claros propósitos sociales, cautivara al público y lo convenciera de votar por ella como candidata a la Cámara de Representantes. Sin embargo, algo ocurrió con su mirada aquella noche; no estaba tranquila, se veía incómoda, algo no estaba bien. Cuatro días antes, en una mañana particularmente gris, la candidata estaba “con las botas puestas” para empezar su jornada de campaña. Comenzó, así, su itinerario con una entrevista en Radio Única (en 128.0 am, Todelar). El programa radial salió al aire a las 9:30 a.m., con el propósito de celebrar el Festival Infantil de la Canción, pero Daniel Rincón, un locutor gordo y simpático que además era su jefe de prensa, le había conseguido un espacio para hacer la cuña política. Aunque era extraño que en un programa infantil se decidiera hacer propaganda de este tipo, en realidad tenía mucho sentido, pues como bien lo había declarado unos días atrás, su interés no era en la política: era en lo social. Ramírez era hasta ahora una figura pública, ya que sus 20 años de trabajo como actriz le

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otorgaron tal reconocimiento. Conocida mejor como Gabriela, la mamá en “Padres e Hijos”, una serie de televisión colombiana que duró al aire 16 años, era necesario que ahora que quería desempeñar un papel pero como política, se mostrara tal y como era. Ella, respondiendo ansiosa a las preguntas de sus compañeros de cabina, decía: “soy una mujer que está en un punto de su vida donde se siente totalmente realizada, como profesional y como mamá. Estoy a tres años de cumplir 50 (que por cierto no aparenta, pues tiene una figura esbelta, la piel, aunque con algunas arrugas, está bien conservada), no me siento vieja y tengo muchas ganas de hacer cosas por la gente”. Esta actriz colombiana, nació en Anserma Nueva, municipio pequeño y muy caluroso, del norte del Valle del Cauca, ubicado a 20 minutos de Cali. Tras graduarse del colegio, tuvo una época de gran incertidumbre acerca de su proyección profesional. Con tan solo tres semestres de Contaduría, decidió a los 21 años ir a casarse a Bogotá, donde ingresó a Ingeniería Industrial en la Universidad Javeriana y a los seis meses quedó embarazada. Después de cinco años de dedicarse a ser mamá y a tener su segundo hijo, entró a estudiar arte dramático con Jaime Botero. Debido a su preocupación por su capacidad para distinguir la “realidad ficticia” de un personaje y su propia realidad, decidió realizar un posgrado en Psicoanálisis. Y finalmente, para complementar sus estudios, mientras trascurrió su carrera como actriz, decidió estudiar Publicidad. La única razón por la que Haydee Ramírez quería cambiar de escenario y quedar como representante a la Cámara por Bogotá era para que los proyectos, por los cuales había estado trabajando por más de diez años “sin cobrar un peso”, quedaran legislados. Pues como le había dicho, en tono de confesión y con cierta gracia a la periodista que la acompañaba por esos días, “yo no voy a llegar a improvisar en temas que no manejo o que no conozco. Yo no tengo la solución al problema de la movilidad en Bogotá, ni la solución al referendo, cada uno en lo suyo”.

Cuando hablaba de sus proyectos se refería específicamente a la lucha contra el maltrato de las mujeres, al interés por mejorar la calidad de vida de las familias, la educación de los niños y las condiciones laborales. También al proyecto de “Ley de los actores”, que había venido trabajando desde hace cuatro años con Lucero Cortés, actriz y senadora, al cual decidió unirse para generar políticas que fueran más benévolas con este gremio, pues, según ella, los actores “dependían de las variables del mercado que casi siempre obligan a ser 90-60-60, rubio, bonito y ojiclaro”. Ese miércoles 24 de febrero a las 8.30 p.m., Ramírez estaba sentada a la izquierda de Gerlein, en una pequeña mesa de madera del salón VIP de Maramaos. En la mesa de al lado, su asistente, Irma Gardeazábal, mirándola de reojo susurraba ciertas confesiones: “Esto es como prostitución política. Hoy estamos cerrando campaña con Gerlein, el viernes estaremos cerrando con otro, el martes siguiente con otro. Así es que se hace una campaña”. En aquel salón con decoración austera, que servía como lugar provisional mientras los políticos salían a dar su discurso, se podía sentir cierta tensión, ese nerviosismo típico de cuando se acerca una presentación en público. Sin embargo, ella conservaba una mística serenidad, sentada, pensativa, mientras los otros, algunos funcionarios del DAS, de la Fiscalía, concejales y políticos, todos con sus respectivas esposas cruzaban palabras alegremente. Desde ese pequeño salón se podía ver, a través de una ventana de cristal, cómo algunos meseros empezaban a repartir lechona con Coca-Cola. Gardeazábal susurró de nuevo y dijo “sin lechona, no hay política”. Ella era una funcionaria pública, y por tanto, mediante la Directiva Unificada 005, de octubre del 2009, expedida por la Procuraduría General de la Nación1, tenía prohibido en temporada electoral, entre otras cosas, hacer campaña política en contra o a favor de un candidato. No obstante, ella era esa ficha escondida que se encargaba de manejarle la campaña a la candidata, quien últimamente parecía no estar muy contenta con esta situación. Minutos antes de comenzar el evento, llegó Omar Mejía, actual concejal de Bogotá, quien saludó de beso en la mejilla a la candidata. Gardeazábal, que ya había dado la señal de tomar la foto apenas llegara Mejía, observó la escena y dijo como último susurro de la noche: “Ese

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Omar se nos estaba escapando, ya con esta foto queda comprometido”. Desde una gran tarima con una mesa larga, donde se sentaron respectivamente Gerlein, Ramírez y Mejía, empezó a las 9.05 p.m. el discurso. Gerlein, en medio de su efusiva oratoria, hizo una pausa y dijo: “votar por ella es como poner una gota de belleza a este país”. Frente a este comentario, uno de los asistentes al evento, un hombre aparentemente serio y con interés en escuchar propuestas diferentes, disfrutando de su último porción de lechona que le quedaba en su plato de plástico blanco, comentó que sus propuestas le parecían más con forma que con fondo, pues sólo servían para llamar a las urnas. Indiferente a toda la parafernalia política, era como parecía estar aquella noche, se sentía demasiado incómoda, el comentario de Gerlein, sólo le sacó una forzada sonrisa de agradecimiento. Quizá, el motivo de su intranquilidad lo producía el recuerdo de algo que le había impactado unos días atrás mientras hacía campaña en uno de los barrios de Bogotá. Uno de los asistentes a la reunión le había preguntado qué les iba a dar a cambio del voto. Ella, sor-

prendida, les dijo: “empezamos mal, porque yo no les voy a dar nada, no les voy a dar el tamal, no les voy a dar el buñuelo ni les voy a comprar el voto. Eso no va a pasar conmigo, pero lo que yo necesito es que ustedes me ayuden para que yo pueda hacer cosas por ustedes”. Quizá, esa noche, viendo pasar bandejas llenas de platos con comida, sintió que no estaba contribuyendo a que ese cambio se diera y de ahí la explicación a su extraño comportamiento. Unos días antes de saber los resultados de las votaciones de las elecciones realizadas el domingo 14 de marzo, esta mujer seguía repartiendo volantes por toda la ciudad, acompañada de su equipo o de quien le quisiera ayudar voluntariamente, ya que su presupuesto no alcanzaba para pagarle a alguien, como hacían otros candidatos, para realizar el trabajo que le correspondía a ella. Su vitalidad había decaído por las largas jornadas de campaña, aunque su optimismo seguía igual. Se quejaba de un intenso dolor de espalda, producido en gran parte por tensión, y de sentirse como “un huevo revuelto”, pues se sentía angustiada y

A limpiar la alcantarilla

desde afuera

emocionada a la vez. Tras una extraña demora de la Registraduría Nacional2 para consolidar los resultados, en donde 13.1 millones de colombianos ejercieron su derecho al sufragio, se supo que tan sólo 1.649 personas votaron ella. Al igual que la mayoría de los aspirantes del gremio de artistas, se había “quemado” en las votaciones, pues no obtuvieron las cifras necesarias para alcanzar si quiera una curul. Ya no tendría la oportunidad de legislar sus proyectos y podría decirse que todo su esfuerzo fue en vano. Sin embargo, ella, con la voz firme, aseveró días después de saber su fracaso que se sentía ganadora, que tenía la satisfacción del deber cumplido, pues todo lo que tenía que hacer, lo hizo .Pero lo que falta por ver es como cumplirá lo que había dicho meses atrás cuando se le preguntó qué pasaría si no ganaba, a lo que respondió muy segura: “si no gano en esta oportunidad buscaré otros medios para trabajar por la gente”. 1 http://www.procuraduria.gov.co/html/elecciones2010/ normatividadelectoral.htm 2 http://www.registraduria.gov.co/index.htm

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Un miembro de la reconocida familia Lleras quiso seguir con el destino político de su apellido, pero su intento tomó otro rumbo. Ana María Arias Expresión escrita III / Cuarto semestre

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ra una noche fría y aparentemente calmada, pero en la oficina de Felipe Zuleta Lleras, ex candidato al Senado por el Partido Liberal, la incertidumbre y la emoción maquillaban la oscuridad con un gran calor e inquietud que impedían que aquel día acabara normalmente. Eran las 8 de la noche del 14 de marzo de 2010, día de las elecciones parlamentarias en Colombia. Cuatro computadores portátiles y un televisor que sintonizaba el Canal Caracol se convirtieron en el centro de atención de todas las personas que se encontraban en aquel recinto. Familiares, amigos, ayudantes de la campaña y compañeros se reunieron allí para celebrar o lamentar el resultado de las votaciones de este día. Un saxofón y un piano en la terraza se encargaron de darle el ambiente musical al momento. Tres meseros contratados del restaurante Gaira comida típica de la costa ofrecían gaseosa, vodka y whisky, incumpliendo la orden de no consumir alcohol contemplada en la “Ley seca”. Eran las nueve de la noche. El 35 por ciento de las mesas electorales escrutadas y los dos

mil votos por Zuleta no daban buenos aires. Ya se podía sentir un sentimiento de frustración, el ánimo general bajaba progresivamente de nivel. Zuleta ya tenía en su cara la expresión de resignación por una derrota inevitable. Después de veinte minutos y de una llamada a Alfonso Gómez Méndez, quien tenía contacto directo con la Registraduría Nacional, el ambiente cambió totalmente. Abrazos, gritos y brindis anunciaron la noticia del aumento de diez mil votos a favor. Los retrasos en el conteo advirtieron que los resultados finales no se iban a conocer rápidamente. La noche se alargó y la inquietante y angustiosa espera invadió los sentimientos de todos los asistentes. Aunque siempre estuvo interesado en la política, este periodista nunca había encontrado un momento que le pareciera importante para entrar en ella. Una llamada del candidato presidencial por el Partido Liberal, Rafael Pardo, en diciembre de 2009, con la oferta del segundo renglón del Senado, le hizo reflexionar sobre algo que venía viendo en el país: la necesidad de un congreso nuevo. Zuleta ingresó al Partido Liberal, ya que se considera un liberal de alma, de ideología y

de pensamiento. También por sus antecedentes familiares en el partido: su abuelo Alberto Lleras Camargo. A él le debe su decisión de estudiar Derecho en la Universidad Externado de Colombia, ya que el día en el que le manifestó su deseo por estudiar Comunicación Social y Periodismo, éste le advirtió que los periodistas nacen, no se hacen. Su nieto le dio toda la razón y así fue como terminó sus estudios y se dedicó al periodismo. En 1986 se casó con Juanita Castro y decidieron adoptar a María, quien hoy tiene 17 años y estudia en el Colegio Anglo Colombiano. Su matrimonio duró diez años, hasta el día en el que se enamoró de César Castro, periodista encargado del área de entretenimiento de un noticiero del cual Felipe era director. Felipe decidió contarle a su esposa, sabiendo la tragedia que esto conllevaría, sabiendo el daño que el engaño traería. Escogió el camino más duro, pero finalmente el más honesto. En el año 1994, con el inicio del Proceso 8.000 en contra del ex presidente Ernesto Samper, este miembro de la familia Lleras fue señalado como defensor de sus actos. Según él, lo

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que estaba haciendo era el deber de juzgar una doble moral de unos periodistas que no tenían legitimidad para criticar a Samper, la de Julio Sánchez Cristo y Enrique Santos. Zuleta afirmó que estuvo con ellos en fiestas en Bogotá en donde los vio consumir cocaína. Luego exige que no digan que la cocaína que los periodistas del país consumen es buena y la que financió parte de la campaña de Samper es mala. Esto lo llevó a vincularse con el gobierno de Samper, denunciando que los millones que entraron a la campaña provenían de usuarios, de gente que consume y compra cocaína. Igualmente reitera que este hecho de la financiación es altamente censurable e injustificable. El 2000 fue para Zuleta un año de grandes dificultades, principalmente por la amenaza de muerte anunciada por las FARC, por oponerse a la Zona de Distensión en el Caguán. Tras el secuestro del dueño del noticiero “Hora Cero”, Guillermo Cortés, pudo confirmar, con ayuda de unos familiares de secuestrados, que las FARC estaban llevando secuestrados al Caguán, lo cual iba en contra de cualquier tipo de intento de arreglo diplomático. Por esto promovió una carta, con la firma de distintos directores de los medios, en la que rechazaban cubrir este evento si no liberaban a los secuestrados que tenían allí. En seguida lo buscaron de la embajada americana y después el Fiscal General, Alfonso Gómez Méndez, para decirle que tenía que abandonar el país en 24 horas o las FARC lo mataban. Fue un proceso duro para él, pues casi no entendía nada, y lo peor del exilio fue la incertidumbre de no saber qué era lo que le esperaba. En Estados Unidos le ofrecieron refugio, pero no a César, su pareja en ese entonces. En Canadá acababa de empezar a regir una ley que le permitía pedir asilo a parejas homosexuales. Por eso buscaron ese país, en donde fueron la primera pareja del mismo sexo que llegó exiliada. Allí estudió cocina durante nueve meses. El entonces Secretario General de la OEA, César Gaviria, le ofreció trabajar en Perú, durante la caída de Fujimori. Después trabajó como consultor de la Brigada de Investigación Tecnológica y de la Asociación de Cafeteros. También desde Vancouver colaboraba con la FM y escribía para El Espectador. Cuando decidió volver a Colombia, en el 2008, no sintió temor propio, sino el que le infundieron sus amigos. Pero su deseo de luchar en contra de los graves problemas que se venían presentando lo obligaron a comprometerse por su país y devolverse. Siguió escribiendo en El Espectador y trabajando en el programa El Radar, cuando le llegó la inesperada propuesta de Rafael Pardo, pero su trabajo periodístico no paró. El 26 de febrero se realizó un debate en la Universidad Javeriana. Los invitados fueron los candidatos Juan Carlos Flórez, John Sudarsky, Felipe Zuleta y Juan Mario Laserna, Rodrigo Lara y Nicolás Uribe. Cuando llegó el tema de la penalización de la dosis mínima, el candidato Uribe, del partido de la U, defendió totalmente dicho proyecto. Los demás candidatos no

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estuvieron de acuerdo. Tomó la palabra Felipe Zuleta, y con un solo comentario produjo risas y aplausos en el auditorio: ─ Doctor Uribe, le confieso que yo me fumé toda la Biblia que me dieron en la primera comunión, y no fue tan terrible como usted lo plantea. Estamos cansados de que el Estado se meta en nuestras casas a privarnos de nuestras libertades. ─ Tranquilo, señor Zuleta, que ni de riesgo me metería a su casa ─le respondió Nicolás Uribe, lo cual generó imparables comentarios en el público. Después de unos minutos en los que se sentía que la victoria se acercaba, llegó el momento que le daría el toque final a aquella larga noche del 14 de marzo. El ánimo de Felipe Zuleta bajaba cada vez más. Con voz triste y una mirada afligida dirigida al piso, convocó en la sala de juntas a las pocas personas que quedaban en su oficina. Era la una de la mañana. Aún no se sabían los resultados finales de las votaciones. Tenía 19 mil votos, pero no eran suficientes para conseguir la curul en el Congreso. Cuando todos estaban reunidos, el desesperanzado candidato tomó la palabra. Agradeció a todos por

haberlo apoyado, por dedicarle tanto tiempo y esfuerzo. Aseguró que su compromiso con el país no terminaba ahí. Las propuestas que tenía como senador las promovería como periodista. El lunes 15 de marzo, terminó el escrutinio con 20 mil votos a su favor. Efectivamente, no le alcanzaron para entrar al Senado. El 21 de marzo volvió como columnista a El Espectador. Creará una fundación dirigida principalmente a ayudar a las familias víctimas de los “falsos positivos”, por lo que seguirá muy atento a la denuncia que instauró en contra de Juan Manuel Santos y de Camilo Ospina. También por medio de dicha fundación mantendrá la idea de armar un equipo de investigación para estudiar cada uno de los congresistas respecto al tema de la corrupción. Además ayudará a los jóvenes integrantes de la comunidad LGTB dedicados a la prostitución a buscar otra salida para sobrevivir. Propuestas, ideas, entusiasmo y poca resignación son elementos que caracterizan las palabras de Felipe Zuleta Lleras. La alcantarilla en la que se convirtió el Congreso no se podrá limpiar desde adentro, pero aseguró que se podrá hacer desde afuera. 

El positivismo

de Flórez

Después de más cinco meses de una extenuante campaña al Senado, Juan Carlos Flórez, candidato de Compromiso Ciudadano por Colombia, recuerda su tercera derrota en línea. Sergio A. Silva Expresión escrita III / Cuarto semestre

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n un pequeño restaurante del barrio La Macarena, mientras degusta unas tapas de pequeñas morcillas en salsa agridulce, acompañadas de trozos de papas picantes y un jugo de mandarina sin hielo, Juan Carlos Flórez recuerda una vez más su derrota del mes de marzo. Al hablar, pasa la mano por su rostro y su abundante cabellera, como en un intento de quitarse el sueño que lo aturde a las nueve de la noche. A pesar de ello, parece mantener la alegría que lo acompañó en su campaña política. Saludó con euforia a Peter Hoogeven, su viejo amigo holandés dueño del negocio, y también a Gabriel, el mesero. Sin duda, se siente a gusto entre este reducido espacio, donde no alcanzan a caber ni diez mesas para dos personas. “Ese día yo no perdí, aprendí”, dice, al evocar ese domingo. “Hay que seguir para delante; uno no se puede dejar atormentar

por las derrotas. Después de este proceso, yo sé que vendrán cosas buenas”. Aquella tibia mañana del domingo 14 de marzo el país sufría una transformación que rompía con los esquemas de lo habitual. Las personas salían a las calles, buscaban direcciones, ojeaban listas, votaban y discutían sobre el único tema, que al parecer, tenía importancia: la política, representada esta vez en los candidatos al Congreso de la República y al Parlamento Andino, además de dos consultas de precandidatos presidenciales. Antes de que apareciera un sol despiadado, Flórez se había levantado lleno de positivismo, listo para continuar con la rutina que seguía hacía cinco meses, esperando finalizarla por la noche, cuando los resultados de las votaciones lo proclamaran como nuevo senador. Luego de meditar durante veinte minutos —como hace todos los días—, salió de su casa, ubicada en el tradicional barrio de La Candelaria, para encontrarse alrededor de las 7:45 con algunas de las personas de su equipo

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Fotografía: cortesía David Osorio / EL TIEMPO

FLORILEGIO

de campaña. Su larga figura vestía, como casi siempre, unos habituales y gastados tenis cafés, y un blue jean. Lo acompañaron hasta la Plaza de Bolívar para que marcara en la papeleta al Senado el número siete del partido Compromiso Ciudadano por Colombia. Volvió a subirse al carro en el que lo recogieron, preparado para recorrer la capital, una vez más. Engativá, Universidad del Bosque, Unicentro, Suba, Corferias y el centro comercial Gran Estación, fueron los lugares que visitó saludando a la gente, que le deseaba suerte en su proyecto al verlo caminar con ese ritmo, como si siguiera la melodía de un alegre y tranquilo bolero. Después del medio día regresó a su casa, donde quedó profundamente dormido, destrozado por el cansancio y la ansiedad. En su sede política en Bogotá, los nervios se encargaban de todas las personas que voluntariamente habían aceptado ir junto a él a las calles de la ciudad siempre de blanco, sosteniendo una flor artificial de seis pétalos rojos y amarillos, que giraba al compás de la brisa capitalina, mientras repartían coloridos volantes donde estaba su hoja de vida, resumida en cinco párrafos. Uno de ellos era Martín Rivera, un espigado joven de veinte años, estudiante de la Universidad del Rosario. Él, como todos, reflejaba una infinita esperanza, pero la incertidumbre lo condujo hasta su apartamento para reposar y esperar los resultados. Era él uno de los que había tenido la oportunidad de acercarse más a Flórez, tras haber ingeniado la publicidad de “Un café con Flórez”. Fueron muchos los días que juntos visitaron a familias desconocidas para explicar sus propuestas políticas. Siempre iban a las siete de la noche para salir a las nueve o diez, luego de hacer la acostumbrada rutina en algún sector bogotano. Siempre quedaban extenuados y hambrientos. Tanto así, que Flórez, al verse atraído por unas irresistibles milhojas, rompió en una de las primeras citas con un “ayuno” de dos años. Pero aquel día, como si Martín sintiera el peso de todos aquellos encuentros nocturnos,

quedó atrapado en un profundo sueño. A las tres de la tarde abrió los ojos para empezar a ver por televisión el reporte de los primeros resultados que enviaba la Registraduría. Después de un par de horas todo el positivismo que lo invadía se empezó a derrumbar. Decidió regresar a la sede, en la que no dejaban de marcar al teléfono de la casa de Flórez y a su celular, sin obtener respuesta alguna. Así, las ansias, el desespero y la desilusión se comenzaban a apoderar del ambiente, en el que frases de ira y desconcierto aparecían con más y más frecuencia. Mientras tanto, en su casa de La Candelaria, el candidato descansaba plácidamente, sin percatarse de que el teléfono de su casa, que no dejaría de repicar si funcionara, estaba inservible hacía ya varios meses. Martín se asombraba cada vez más del inminente fracaso. Con ésta ya serían tres derrotas en línea para Flórez, que iniciaban con el lanzamiento al Senado en el 2006 y la postulación para la alcaldía de Bogotá en el 2007. “Es que Juan Carlos es una persona que sufre de positivismo absoluto”, diría unos días más tarde al ver el “golpe” que le ocasionaron los resultados, tras estar contagiado de esta enfermedad. Al fin, a las nueve de la noche, se logró comunicar con él, y le sorprendió la serenidad con que éste le hablaba; como si la derrota no lo hubiese afectado. Muy temprano, a la mañana siguiente Flórez estaba de nuevo en la sede, dispuesto a trabajar en la preparación del debate presidencial del 23 de marzo en el que participaría Sergio Fajardo, su gran amigo que conoció en la Universidad de los Andes, cuando ambos eran profesores. Y es que ahora él pareciera ser una pieza de ayuda fundamental. Su experiencia frente los medios deja entrever el conocimiento que tiene de éstos. Ha trabajado como panelista en un programa radial y dirigió la sección Bogotá del periódico El Tiempo, en 1999. Además, el periodismo constituye una de sus pasiones junto a la historia. El primero lo practica desde niño, cuando a los diez años editaba un periódico con sus hermanos y lo vendía a sus padres y amigos, a quienes también mostraba una emisora que grababa con sus hermanas.

Aun así decidió tomar el camino de la historia como profesión, cuando a los 16 años partió solo a Rusia para estudiar en la Universidad Amistad de los Pueblos, de Moscú. Al hablar de esos capítulos de su infancia, se le forman unos pequeños agujeros en sus mejillas, producto de constantes sonrisas. Es como si lo alejaran de la rutina política. Sus gestos se hacen más amigables, y sus manos ya no se mueven con estrépito. Recuerda en especial las peleas con sus hermanos por “El conde de Montecristo”. Muchas veces lo robó de la biblioteca para encerrarse durante toda la noche y leerlo tranquilo. Inevitablemente sus lecturas constituyen parte de la realidad en que vive. Ahora son los libros de Honoré de Balzac los que le atraen y entretienen por su temática urbana, los cuales compara con instantes de su extinguida campaña. Luego de haberse dado un “gusto” de los que se da de vez en cuando con las morcillas —no suele comer carne—, se para a saludar a su amigo, el director de la revista Cartel Urbano. El tema de su fracaso, en el que obtuvo tan sólo 7.175 votos —veinte mil menos de lo requerido aproximadamente— vuelve a barajarse ineluctablemente en breves discusiones, en las que le recrimina a Flórez su extremado positivismo al insistir en la segura victoria de Fajardo, con una voz convincente y segura. “Juan Carlos, es que esta vez te faltó la esencia que tuviste en las campañas al Concejo”, le dice. “Yo no la noté, y mucha gente tampoco”. Aquella vez de 1994, con un poco más de veinte años y siendo un rockero de pelo largo, había decidido lanzarse al Concejo de Bogotá sin saber siquiera su ubicación. Regalaba para entonces, en compañía de algunos amigos, semillas de las que su mamá —excelente jardinera— compraba en la avenida Caracas. Pretendía promover la construcción de un espacio único para las bicicletas. Inesperadamente resultó electo y años después repitió investidura. Sin embargo, la vida ahora le volvía a mostrar la otra cara de las competencias. Pese a afirmar que lo fortalecía más y le permitía ver todo lo que se oculta cuando se es victorioso, era indudable su apatía al hablar sobre el tema, que se hacía más evidente cuando lo trataban de poco realista. Así, tratando de ocultar su molestia, tapando sus bostezos y frotándose la cara con más asiduidad, llamó a Gabriel para que pidiera un taxi. Se despidió, y partió a su casa como fastidiado al escuchar las voces que le recordaban que perdió después de tantos “cafés”, en los que se presentaba como un político novato; de tantos debates en los que atacaba sin clemencia y con un tono lleno de rugidos; y de cientos de caminatas bajo un inesperado y variable clima. Aun así salió rebosante de convencimiento y esperanza, resguardado en la certeza de que su partido llegaría a obtener la presidencia.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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La democracia

vale mucha plata

Conocer que el costo pagado por la Nación para las jornadas electorales del año 2010 hasta la primera vuelta presidencial alcanza los 300 mil millones de pesos, es asombroso. Enterarse de que dicho valor corresponde sólo a las contrataciones de logística, pero que desconoce numerosas inversiones que también asume el erario, podría ser aterrador. Omar David Baracaldo Periodismo político / Séptimo semestre

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lgunos medios de comunicación informaron en principio que el costo para la realización de las elecciones al Congreso de la República, Parlamento Andino y la primera vuelta para las presidenciales era de $93 mil millones. Luego, complementaron sus datos con un comunicado de la Registraduría Nacional del Estado Civil, en el que informaba que dichos eventos electorales del año 2010 tenían un costo de $270.688 millones de pesos. Ante la considerable suma informada por la entidad encargada de dirigir y organizar las elecciones en todo el territorio colombiano, la atención pública se enfocó en conocer en qué se distribuía tal cuantía y si era aprovechada con eficiencia y eficacia. Aunque este periodista solicitó información a la Registraduría sobre la inversión real hecha para llevar a cabo las elecciones del 14 de marzo y 30 de mayo, el órgano electoral nunca envió una respuesta. Sin embargo, durante varias investigaciones fue posible encontrar un acercamiento muy preciso a las cifras con muchos ceros que enmarcan la realización de la fiesta democrática.

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En el Portal Único de Contratación están relacionados los procesos contractuales celebrados entre la Registraduría Nacional y empresas privadas, para garantizar las elecciones al Congreso de la República, Parlamento Andino, consultas internas de los partidos Conservador y Verde, consulta Región Caribe y elección del Presidente de la República en primera vuelta. La cuantía más grande es la contratación del Kit Electoral. La Registraduría encomendó a la Unión Temporal Distribución Procesos Electorales “UT DISPROEL 2010”, la creación de los kit mesa a mesa, municipales, departamentales, en el exterior y didáctico. Por $93.348 millones, la firma se encargaba de imprimir a todo color y en algunos casos a dos tintas 30 millones de tarjetas electorales para Senado de la República, 30 millones para Cámara de Representantes, igual cifra para Parlamento Andino y, claro está, otros 30 millones para la primera vuelta de las presidenciales. También debía hacer 774 mil tarjetas electorales tipo braille para invidentes, 32 kits de inscripción de candidatos para los aspirantes al Congreso de cada departamento, 145 mil sobres para claveros, 145 mil sobres para material sobrante o no utilizado, 82 mil sobres que sirven para guardar los sufragios

(es decir que esos 82 mil deben ser multiplicados por 3: Cámara, Senado y Parlamento), 63 mil sobres para guardar sufragios de presidencia, un millón 154 mil bolígrafos, 290 mil resaltadores, 145 mil cajas de bandas de caucho, 145 mil formularios E9 que son para el sello de urna, 444 mil formularios para el listado de los sufragantes E10, dos millones 202 mil actas de instalación y registro de votantes E11, un millón 785 mil actas de escrutinio E14, 145 mil huelleros, 145 mil cubículos, 900 carpas, 145 mil urnas, 16 mil marcadores, 21 mil juegos de votación, y un millón 393 mil tarjetones para electores en el exterior, más 1.110 urnas y 1.924 cubículos. Tantos números dan cuenta de la impresionante maquinaria que se mueve para la realización de las contiendas electorales. El mismo contrato contempla los costos de simulacro y la matriz de distribución de los kit a las 11.014 mesas de votación en Colombia y los 199 puestos ubicados en 93 consulados alrededor del mundo. Pero el dinero no alcanzó. En este contrato, la Registraduría debió apropiar una adición por 707 millones de pesos para garantizar la distribución de los kit en zonas rurales de difícil acceso, además de asegurar su retorno a Bogotá para efectos de escrutinio. Para la realización de las consultas internas de los partidos Verde y Conservador y para la creación de la Región Caribe, efectuadas también el 14 de marzo, el mismo contratista UT DISPROEL 2010 cobró $17.339 millones para imprimir adicionalmente tarjetas electorales para consultas de partidos, para la Consulta Caribe, formularios E9 y actas E14. Para resumir los otros grandes contratos, cabe mencionar que EPM suscribió con el

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Fotografía: cortesía Claudia Rubio/EL TIEMPO

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Estado un servicio por $82.913.594.123 para levantar un sistema informático y de comunicaciones que sirviera en las dos primeras grandes fechas democráticas. Súmele $2 mil millones de pesos que fueron a otra empresa encargada de implementar un sistema de control, verificación y seguimiento de los escrutinios de las elecciones de marzo. El sistema de Auditoría costó $320 millones, el plan general de medios de la Registraduría $2 mil millones y la contratación de transporte, arrendamientos y supernumerarios al menos $70 mil millones.

Lo anterior fácilmente podría enloquecer a cualquier interesado en saber lo que le representa a la Nación la realización de encuentros electorales. La Registraduría estimó en $270.688’191.157 la realización de las elecciones de marzo y la primera vuelta presidencial del 30 de mayo. Tal cifra fue expuesta a dos analistas. El primero fue el ex magistrado Antonio José Lizarazo Ocampo, quien fue Presidente del Consejo Nacional Electoral. Para él, el costo supera los $270 mil millones. “Se habla de gastos directos, que tienen que ver con la contratación hecha por la Registraduría. Pero no se cuentan los gastos indirectos que no sólo responden a las finanzas de la Registraduría, sino también del Consejo Nacional Electoral, CNE. En esos $270 mil millones no se cuenta la financiación de los partidos, de las campañas, de la propaganda que el Estado les paga a los grandes medios para publicitar a los candidatos; no se cuentan otros supernumerarios requeridos durante y después de las votaciones; no se cuentan

Seguramente es difícil acercar una cifra exacta de lo que cuesta la realización de las elecciones del 14 de marzo, 30 de mayo y 20 de junio, pues hay dineros que no están plasmados en informes de contratación. Hasta ahora, las aproximaciones develan que la inversión es superior a las cifras entregadas oficialmente. “Los gastos indirectos, por ser indirectos, no significa que no se deban ocasionar, pues si no se hacen, sencillamente no hay elecciones. Y si le hablara de que en Colombia permanentemente hay elecciones pequeñas, fragmentadas, producto de asesinatos constantes de líderes políticos, la cuenta se desbordaría”, asegura Giraldo. Lo dice con firmeza pues, según él, cada semana hay un evento electoral organizado por la Registraduría en alguna parte del país. Al parecer lo mejor es detener la cuenta en este punto. “La democracia tiene un costo que se debe asumir” La frase es del propio Giraldo. Para él, “a veces lo que importa en democracia es saber que los electores llamados a votar tienen garantías, libertad y seguridad para participar. Así, si saben que su voto es contabilizado como quieren que se contabilice, legitiman sus instituciones”. La afirmación corresponde a una inquietud que surge tras estudiar las cifras ya planteadas. ¿Vale la pena tanta inversión para tan poca participación? Según el Censo Electoral, para las elecciones del 2010 podían participar 29’882.147 colombianos en 1.102 municipios del país y en los 93 consulados de Colombia en el exterior. El abstencionismo en las elecciones parlamentarias de marzo llegó al 56%, mejorando con respecto a comicios anteriores en los que el número de participantes sólo alcanzaba el 40% de la población con cédula inscrita. El punto es si hay una alternativa para reducir costos electorales considerando la baja

Fotografía: Omar David Baracaldo

Las cuentas que no se cuentan

muchas capacitaciones ni otras inversiones que van sumando”. Lizarazo reveló que hay un costo que le vale tanto a la nación como a la sociedad y es de millonarios alcances. “No se imagina cuánto puede valer el día compensatorio remunerado o medio día que obliga el gobierno para quienes votan o quienes son jurados. Ese costo no se tipifica, ni tampoco las pérdidas en los ingresos tributarios cuando hay reducción de impuestos a algunas empresas por donaciones al CNE, para apoyar y financiar campañas”. Mientras que para el ex magistrado el costo podría duplicar los $300 mil millones reportados por la Registraduría, el analista político Fernando Giraldo, uno de los académicos más respetados en Colombia en asuntos electorales, asegura que la realización de los eventos electorales de este año superaría los $800 mil millones. Giraldo coincide con las adiciones que Lizarazo propone como pertinentes para dimensionar los precios electorales. Sin embargo, agrega que deben ser sumados los costos que demandan las horas laborales de aproximadamente 3.800 funcionarios además de los supernumerarios. Dice también que previo a todo encuentro electoral, hay un trabajo de censo que debe ser incluido en la lista de elementos logísticos para el desarrollo de las elecciones, que a pesar de ser una estructura permanente, demanda fuertes costos como preparativo de terreno. Recuerda que además hay descuentos para los sufragantes en varios trámites ante el Estado. Lizarazo lo complementó argumentando que muchos de los gastos no están expresados en contrataciones públicas. “Millonarios costos son soportados por los rubros de funcionamiento de la Registraduría y el CNE, pues incluyen gastos de representación pagados a varios funcionarios, transportes, horas extras, entre otros”.

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Fotografía: Omar David Baracaldo

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participación del votante. A los dos analistas se les planteó el escenario en el que la Registraduría decidía imprimir menos tarjetones electorales atendiendo al abstencionismo y pensando en reducir hasta un 30% el dinero invertido. Las opiniones fueron contrarias. Según Giraldo, “el riesgo no es tan alto, siempre y cuando sea una política adoptada tras observar investigaciones técnicas y académicas sobre el comportamiento electoral. Es decir, un estudio coyuntural y bien elaborado sobre el número de personas que participan contra los abstenidos; por ejemplo, la autoridad electoral, valiéndose de estudios serios, descubre que se predice un abstencionismo del 55%, y sabiendo que nada indicaría que el comportamiento electoral cambie, imprime no el 45, sino el 50 o 60% del censo, ahorrándose costos y previniendo el posible margen de error”. Disiente el doctor Lizarazo, pues asegura que es un riesgo que el Estado no puede correr. “Mientras votemos con tarjeta electoral, el Estado debe garantizar a todos los ciudadanos el derecho a acceder a un papel y marcarlo. Si imprimimos menos, corremos el riesgo de enfrentarnos a una efervescencia coyuntural, lo que sería grave, porque si no todos participan, deslegitimaríamos a la democracia”. Los dos expertos coincidieron en ver como alternativa al voto electrónico. “Está comprobado que en el primer evento electoral con voto electrónico, los costos se incrementan mientras se apropia la infraestructura. Pero esa plataforma puede durar más de 10 años; pasando el tiempo, los costos se reducen fuertemente, incluso al 50%, y eso solo hablando de los beneficios en el tema presupuestal”, conceptuó Giraldo. Por su parte, el ex presidente del CNE dijo: “yo he visto en otros países a indígenas que no hablaban español votando electrónicamente. El éxito depende del diseño de los programas. Incluso ese sistema es más seguro, porque elimina el voto no marcado y el voto nulo”.

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Cómo frenar el abstencionismo Podrían informaciones como la de este reportaje ser de utilidad para que la opinión pública comprenda la fuerte inversión que hace el Estado para garantizar su derecho a elegir. Para Giraldo, estos documentos deben ser utilizados en campañas de pedagogía y concientización sobre el valor de la democracia como derecho y deber. “La persona que no vota debe saber que igual aporta dinero para ese proceso. A quienes yo llamo ‘voto de opinión pasivo’ porque no van a la urna, se les debe hacer entender que el sufragio es un derecho y un deber”. En concepto de Lizarazo, la pedagogía debe enfatizar en la importancia del voto más no en su costo monetario. “No creo que la información sobre los costos motive más participación. Al contrario, podría generar rechazo, pues la gente piensa que es un gasto inútil, y son cifras muy altas, y cualquiera puede hacer cuentas en las que considere que esa plata se puede invertir en otras cosas. Las campañas deben demostrar el significado y utilidad del voto en una sociedad democrática”. No obstante, el desconocimiento de la inversión económica y humana real para la realización de eventos electorales de cobertura nacional en este año, seguramente imprime indiferencia en los más de 15 millones de colombianos que no asisten a votar por quienes representarán sus intereses en las altas esferas políticas. Y si queremos seguir sumando al costo de esta frágil democracia, es imposible ignorar la insinuación de uno de los analistas, que pidió considerar a la corrupción que permea todo ejercicio de contratación, más aún hablando de tan colosales proporciones. Al final, es de reconocer que hay un esfuerzo para disponer la infraestructura electoral necesaria al servicio de la decisión del pueblo, que aunque la desconozca o quiera ignorarla, es quien paga por ella. 

Una de las características más evidentes de la sociedad colombiana es la desconfianza, una epidemia que ha contagiado a generaciones completas. Es tan preocupante la falta de asociación de los colombianos que está dentro de los países con menos índice de participación en el mundo. Diego Cortés Periodismo político / Séptimo semestre

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i desde su creación el ser humano no se hubiera agrupado en organizaciones con un fin específico, probablemente no hubiera sobrevivido a los retos de la naturaleza. Desde el principio de esta era tuvo la necesidad de agruparse para llevar a cabo tareas en conjunto que trajeran progreso para todos. Entendieron que sin unión de trabajo no habría posibilidad alguna de subsistir. La organización y la división de trabajos fueron pilares mediante las cuales se erigieron las grandes civilizaciones del mundo. Hoy a los colombianos en su gran mayoría se les olvidó ese principio fundamental del progreso. Se les olvidó, además, que si los próceres y los criollos no hubieran conformado una mínima organización con fines de revolución, jamás habrían sido liberados de la corona española. También, al parecer, olvidaron que la guerra civil más larga de la historia de Colombia se produjo principalmente por pertenecer a agremiaciones políticas con unos fines claramente definidos; conservadores y liberales, a su vez, ideológicamente identificados con formas de ver el mundo; religiosa, laica, etc. A principios del siglo XX y casi hasta la mitad del mismo siglo, estas agremiaciones políticas seguían en cabeza del gobierno y aglutinaban miles de adeptos a sus ideales por los que muchos dieron la vida. Antes, era casi inevitable no nacer con una tendencia de asociación infundida desde el hogar; eso hacia parte de la vida del colombiano. Participaba activamente en asociaciones políticas. Sin embargo, hoy, por razones de contexto, como violencia, corrupción, ilegalidad y muchos otros factores, la gente ya no le cree a nada ni a nadie. Es más, al colombiano mundialmente se le conoce por malicioso y desconfiado. “El colombiano es un ciudadano poco inclinado a entrar en asociación con otros. Tiende a ser muy individualista.

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El virus que contagió a Colombia:

La desconfianza La raíz de esa dificultad para asociarse, está en buena parte relacionada con una gran desconfianza que nos tenemos unos con otros”, asegura Rodrigo Losada Lora, Ph.D de la Universidad de Georgetown, Washington, y líder del grupo de investigación en participación política y ciudadana, de la Universidad Javeriana. Pero hay otros factores que inciden en que el colombiano sea un ser poco dado a pertenecer a alguna asociación. Por ejemplo, el factor socio-económico es definitivo a la hora de entender el fenómeno. “Los gastos económicos y las responsabilidades sociales que se adquieren a la hora de pertenecer activamente a una asociación pueden ser altos. En una sociedad tan convulsionada e intolerante como la colombiana, pocos suelen unirse por voluntad propia a gremios por miedo a que corran riesgo sus vidas”, afirma Everardo Vargas, rector del colegio Liceo Eucarístico Mixto y especialista en resolución de conflictos. Estudios internacionales realizados en el 2008 por el Institute for Democracy and Electoral Assistance (IDEA), muestran que Colombia es uno de los países donde la proporción de gente que pertenece a asociaciones y participa en la democracia es muy baja. En la lista de los países con menos participación electoral, Colombia se encuentra de penúltimo. Egipto está en el último puesto.1

El anterior panorama de poca participación en cuanto a asociacionismo de los colombianos, toma más fuerza cuando en el mismo año de 2008, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), hizo un estudio sobre la cultura política en Colombia y reveló cifras preocupantes en cuanto al nivel de asociación de los colombianos. En ellas se revela que el 76,4% de las personas NO hace parte de alguna asociación, organización, gremio, grupo económico, etc. Tan solo el 11,4% de los colombianos pertenece a grupos religiosos, el 5,2% a Juntas de Acción Comunal, el 5,3% a sociedades deportivas, recreativas y sindicatos. El 2,0% restante pertenece a organizaciones benéficas o voluntarias.2 ¿Y dónde quedaron las organizaciones políticas? En este estudio, las afiliaciones políticas de la gente no se tienen en cuenta a la hora de presentar las cifras sobre asociacionismo. Pero no es por despiste de los investigadores, sino porque se suele pensar que cuando alguien se autoproclama adepto a un partido político está naturalmente inscrito a una asociación. Losada hace énfasis en que “las etiquetas ideológicas no son sinónimos de asociación. Mucha gente dice estar con el Partido Liberal o el Conservador, y ni siquiera vota o participa activamente de sus procesos políticos. Es distinto pertenecer activamente a una asociación política, que decirse miembro, cuando en realidad lo que se tiene es una

etiqueta ideológica que va más ligada con un sentimiento de identificación que con una participación activa en la agremiación”. Y esa es una de las confusiones en que cae el colombiano por no tener claro que para ser parte de algo, debe estar presente participando de manera activa de los objetivos de su agrupación. Podría pasar lo mismo con el fenómeno religioso en Colombia. La mayoría del país se dice un pueblo católico y consagrado a la voluntad divina y tan solo el 11,4% de los colombianos está en un grupo religioso, lo que demuestra la incongruencia de lo que se dice ser pero no se lleva a la práctica. Jennifer Mora, psicóloga de la Universidad Konrad Lorenz y especializada en neuropsicología, lo explica como “un problema de actitud producto de querer responder a patrones sociales que hemos heredado (…) El individuo suele respetar la institución a la cual se le hizo responder desde pequeño. Cuando encuentra que esa institución (padres, hogar, iglesia, familia, etc.) no se acomoda a su proyecto de vida, simplemente la rechaza pero no desconoce que alguna vez estuvo adscrito a ella”. No obstante, cuando se habla de ciencias sociales, los resultados no se pueden generalizar para toda la población. Decir que en Colombia nadie se asocia sería un desacierto o tal vez una irresponsabilidad con los colombianos que se alejaron del virus pandémico de la desconfianza en el otro. Naturalmente, hay asociaciones encargadas de fomentar distintos campos de la vida social y que buscan incidir en las decisiones de algún sector de la sociedad. En Colombia, los sectores asociados más fuertes y en los que interviene un número importante de personas, paradójicamente no se forman por voluntad propia de sus miem-

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bros, si no por coincidencia profesional con el medio en el que se desempeñan. “El gremio ganadero, por ejemplo, nace como un grupo económico y productivo para potenciar un sector de la sociedad. No es precisamente un vocero de todos los que poseen ganado y tierras, ni tampoco acepta libremente miembros sin alguna condición socio-económica. Ese factor hace que el concepto de asociacionismo se adapte a necesidades de unos cuantos y no al de una multitud necesariamente mayoritaria”, afirma Losada. Hay grupos económicos asociados presionando al gobierno central para que no deje de lado las peticiones de quienes necesitan ser oídos. Y se han vuelto importantísimos en la construcción de opinión pública, ya que tienen sus propios grupos sindicales que velan por la transparencia en el ámbito laboral y prestacional. Son, además, impulsores de maquinarias económicas que representan grandes sumas de dinero, el crecimiento del país y generadores de debate. ¡Esa es la idea de una asociación! También, para que no haya tanto desagravio contra las asociaciones que ejercen presión en Colombia, se reconoce que el país fue de los primeros en Latinoamérica en crear las Juntas de Acción Comunal (JAC). Encargadas de atender, controlar y debatir los temas más importantes para cada barrio en Bogotá. Asuntos como repartición de recursos, obras de infraestructura local, proyectos de zonas verdes, mantenimiento de viviendas, entre muchas otras labores comunitarias, se discuten en estas juntas con representantes zonales. Se podría pensar entonces que sí hay cierto nivel de asociación en Colombia, solo que el problema radica en que en comparación con otros países, existe un serio desbalance de abstencionismo o miedo a ser parte de un gremio. El monstruo de la desconfianza ha relegado al país a los últimos puestos en cuanto a participación activa en asociaciones de interés. Mientras en los países nórdicos el nivel de confianza en el otro es del 86%, en Colombia es del 6 al 8%. En promedio, un norteamericano pertenece a ocho asociaciones de cualquier índole; por el contrario, un colombiano escasamente pertenece a una. “Esta situación propicia que no haya debate en el seno social; propicia que haya en el ambiente una intriga sobre las actuaciones de los demás porque nadie está pendiente de lo que hace el otro. Vivimos a codazos con los demás para ver quién sobresale y no para brillar juntos”, concluye Vargas.  1. www.idea.int/americas/colombia/index.cfm 2. www.dane.gov.co

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Unidos en el dolor de

los demás

Históricamente, el conflicto armado colombiano ha sido contado desde la perspectiva de los victimarios y no desde las víctimas. Por eso, una investigación de la Universidad Nacional nos invita a mirar sus rostros y escuchar sus voces. Laura María Ayala Periodismo científico / Séptimo semestre

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isinia Collazos, indígena de la etnia nasa, no tuvo tiempo de mirar atrás, de darle un último adiós a la tierra que había heredado de sus abuelos, de despedirse de la casa que había construido con su marido o de recorrer por última vez el caserío, el río y los montes que la vieron nacer y habrían de ver crecer a sus tres hijos. Ni siquiera pudo enterrar el cuerpo de su esposo, torturado y asesinado, al igual que otros 37 comuneros, a manos de los paramilitares del bloque Calima de las AUC que tiñeron de sangre

la región del Alto Naya (Cauca) aquel 10 de abril de 2001. Un grupo de investigación de la Universidad Nacional de Colombia, dirigido por la reconocida antropóloga Myriam Jimeno, se preguntó cómo las personas recomponen la acción ciudadana después de eventos traumáticos de violencia a partir del caso de la comunidad indígena Kitek Kiwe, a la que pertenece Lisinia. Según el estudio, la respuesta está en el lenguaje eminentemente emotivo al que han acudido las víctimas para narrar experiencias personales de sufrimiento que, al ser compartido, crea comunidades sustentadas en la ética del reconocimiento y alimenta la acción política.

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Fotografía: cortesía Javier Agudelo / EL TIEMPO

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“Durante los últimos años se ha creado entre las víctimas del conflicto armado una comunidad emocional donde las personas narran su verdad, escuchan y se apropian del drama de los otros, se conmocionan con el dolor ajeno, generan un rechazo moral a los actos de violencia y, desde ahí, movilizan acciones ciudadanas que van desde el reconocimiento, pasando por el reclamo y la reparación, hasta llegar a las exigencias colectivas de no repetición”, explicó Jimeno. La investigación del Centro de Estudios Sociales (CES), financiada por la Universidad Nacional de Colombia y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), aseveró que la categoría “víctima” ofrece, como nunca antes en el país, la oportunidad de tejer vínculos de identidad entre quienes han experimentado la violencia y el conjunto de la población civil. “Víctima es la categoría aglutinante que permite expresar el drama colombiano de las últimas décadas, con sus múltiples rostros, a través de una narrativa que moviliza sentimientos de dolor, rabia y compasión”, agregó Daniel Varela, antropólogo y co-investigador del proyecto. Hoy, Lisinia Collazos, como goberna-

dora de la comunidad Kitek Kiwe y rostro visible de las víctimas del Naya, lidera la cruzada de su pueblo por obtener la verdad, la justicia y la reparación que desde hace nueve años el Estado, sus victimarios y la sociedad les adeudan. En eventos conmemorativos en su resguardo, en marchas en Bogotá, en congresos nacionales e internacionales de víctimas, ante los medios de comunicación e, incluso, ante el Senado de la República, Lisinia, incansable, narra lo sucedido y lucha contra el olvido y la impunidad. Las víctimas, tan antiguas como el conflicto armado interno que vive el país, fueron reconocidas y amparadas legalmente por el Estado colombiano a partir del 2005 con la Ley de Justicia y Paz. Esta ley, además de establecer un marco legislativo especial para juzgar a los integrantes de grupos armados ilegales y promover su reincorporación a la vida civil, se propuso garantizarles a las víctimas la verdad, la justicia y la reparación. “El gobierno se jugó una carta trascendental para lograr la paz y dio unas rebajas de pena bastante generosas a los paramilitares que se desmovilizaran”, comentó Reinel Beleño, jefe de Comunicaciones de la Rama

Judicial. “La Ley de Justicia y Paz es buena para la sociedad porque es preferible tener a esos vándalos en la cárcel cinco años, a que permanezcan veinte años más delinquiendo en la calle. Sin embargo, se puede vulnerar el deseo de justicia de las víctimas”. El Colectivo de Abogados Alvear Restrepo acusa al Estado de haber otorgado rebajas de pena y beneficios demasiado amplios para los victimarios, en detrimento de las víctimas. Camilo Aguilera, miembro del área penal de esta ONG, afirmó que “ya se van a cumplir cinco años de la Ley de Justicia y Paz y todavía no se ha arrojado el primer condenado. Se ha generado una impunidad total porque autores de delitos de lesa humanidad obtienen como premio ocho años de cárcel. No hay reparación integral y la verdad no ha salido a la luz”. Un logro de la Ley de Justicia y Paz fue la creación de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) que, a través del área de Memoria Histórica, busca esclarecer el origen del conflicto armado y articular las múltiples verdades entretejidas sobre la violencia. Según David Ochoa, asesor del Área de Reparación y Atención de Victimas de la CNRR, la reconstrucción de la memoria debe hacerse desde las víctimas para visibilizar sus necesidades, restaurar el tejido social y, así, algún día llegar a hablar de posconflicto. Ochoa es realista y aseguró que “el Estado colombiano aún está muy lejos de reparar de forma integral a todas las víctimas y desmantelar las estructuras detrás de los victimarios”. Lisinia, pequeña en estatura pero grande en coraje, aún no entiende por qué ocurrió la masacre, por qué mataron a su esposo, por qué desmembraron a su vecino, quién lo ordenó, quién lo financió, por qué el Estado no lo impidió, por qué aún no se ha hecho justicia. Ella sabe que cuando habla no sólo representa a los indígenas del Cauca; sus palabras hacen parte de un sentimiento compartido, de un dolor que va más allá del color de su piel, su credo, su lengua, su género, su edad, su estrato socioeconómico y hasta su misma ideología. Ella habla como víctima. Las personifica. “Es posible que obtener justicia, verdad e, incluso, reparación, sea elusivo en la actualidad colombiana”, concluyó Jimeno. “Pero la afirmación y el vigor de la víctima hacen parte de un proceso social progresivo de reconocimiento y empoderamiento frente a nuestra atomizada e indiferente sociedad civil. La noción de víctima aspira a sintetizar la magnitud de lo ocurrido y a convertirse en símbolo cultural de los sentimientos de dolor y rabia de miles de colombianos. Si este símbolo logra su generalización y obtiene la identificación de sectores amplios de la sociedad colombiana, habremos encontrado una forma de compartir y de actuar como sociedad en el marco de la civilidad”.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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La depresión:

enemiga silenciosa en las aulas universitarias

Los que parecen ser simples cambios de ánimo, pueden representar el primer paso hacia problemas de depresión serios. Así lo demostró un estudio realizado por la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana, de Cali. Gabriela Rodríguez Periodismo científico / Séptimo semestre

Fotogrfía: Galeria de sicoactiva Flickr (CC)

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usana Camargo* tiene 21 años, es estudiante universitaria de sexto semestre, tiene en su historial un semestre cancelado, varias materias pendientes y dos intentos de suicidio. Recuerda con dolor los primeros días en los que empezó a sentirse un poco desanimada y cansada. Cuenta que entonces no encontraba una motivación para ir a la universidad y que no se sentía triste, sólo desanimada. Más adelante sus problemas se fueron multiplicando, cualquier motivo sin necesidad de ser bueno o malo era un detonante para sus estados de crisis, hasta que la desesperanza fue tanta que intentó suicidarse, pero al ver que no era capaz, se cortaba cada vez que entraba en las crisis más profundas. Su familia y allegados no se dieron cuenta de la gravedad de la situación. Para ellos, Susana simplemente estaba triste y de vez en cuando tenía pataletas para no ir a estudiar. Ahí empezó a caer cada vez más, hasta que un día su mamá la encontró tirada en el piso, llorando y decidida a suicidarse. Así como ella, hay muchos casos de jóvenes universitarios con problemas de depresión. Inician con hechos que parecen superfluos y casi de manera inconsciente van recorriendo ese túnel oscuro de la tristeza y la desesperación, que si no se reconoce a tiempo y se intenta detener, puede llegar hasta el suicidio. El estudio realizado por la Facultad de Piscología de la Universidad Javeriana, de Cali, reveló que el 43% de las mujeres y el 18% de los hombres, entre 16 a 35 años perteneciente a la población universitaria de esta institución educativa, presenta algún tipo de síntoma de depresión: ya no disfrutan de las cosas tanto como antes, no tienen interés por los demás, les cuesta más esfuerzo de lo habitual empezar a hacer algo y algunas veces se sienten agitados e intranquilos y no pueden estar quietos, entre otros. Según la doctora Marcela Arrivillaga Quintero, científica participante, la investigación se basó en la Escala Autoaplicada para la Depresión de Zung que realiza una medición

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de los síntomas en términos de frecuencia y el Inventario de Depresión de Beck, en términos de intensidad. Las dos son escalas formadas por frases relacionadas con la depresión, formuladas la mitad en términos positivos y la otra mitad en términos negativos, los enunciados están relacionados con el estado de ánimo y síntomas psicomotores. Cada respuesta tiene un determinado puntaje y dependiendo de ese número total se clasifica en depresión inexistente, leve, media o grave. Las escalas dan la posibilidad de unir la frecuencia con la intensidad de los síntomas, y afirmar si la persona, a pesar de tener uno o dos síntomas, no padece la enfermedad o, por el contrario, sí la sufre. Al aplicar las escalas en la población que manifestaba tener cualquiera de los síntomas se estableció que con la Escala Autoaplicada para la Depresión de Zung, el 25% de la muestra se ubicó en algún nivel de depresión y de acuerdo con el Inventario de Depresión de Beck se halló un 30,3%, lo que indica una prevalencia significativa de depresión en esta población. Con respecto al género, se observó una relación entre depresión y sexo femenino, encontrándose en la Escala de Depresión de Zung el 17% de 25% y en el Inventario de depresión de Beck, el 21% de 30%. Ese fue otro hallazgo representativo: la mayor presencia de depresión es en las mujeres. Esta prevalencia puede atribuirse a factores sociales o psicológicos. Existen variables individuales que pueden relacionarse con la depresión, ya que contribuyen a su aparición. En esta investigación, se resaltan los antecedentes familiares y personales, dificultades académicas, ocurrencia de eventos críticos, consumo de alcohol, planeación y/o intento suicida. Relacionado con la variable de ocurrencia de eventos críticos, se encontró que situaciones estresantes sumadas a déficit en estrategias de afrontamiento podrían ser generadoras de episodios depresivos recurrentes. Por su parte, la planeación y el intento suicida son dos variables que resultan de los pensamientos e ideas negativas de la persona, acerca de sí misma, del mundo y del futuro, siendo manifestaciones cognitivas de la depresión. En la investigación, fue evidente la presencia de planeación suicida para los tres niveles de depresión, sobresaliendo el intento de suicidio en los niveles de depresión moderada y severa. Esta variable alerta acerca de la relación directa entre depresión e intento de suicidio e igualmente evidencia el peso del nivel de conocimiento en la generación de desesperanza y en el comportamiento de este grupo de personas. Luz Amalia Camacho, decana de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Externado de Colombia, reconoce

que falta acompañamiento por parte de las facultades a la educación emocional de los estudiantes. Advierte además que casos como el de Susana son más frecuentes de lo que se piensa. La psicóloga Erika Vargas, encargada de los servicios médicos en esta área, perteneciente a la misma universidad, ve esta situación como un tema delicado teniendo en cuenta las magnitudes que esto puede representar y cómo pueden terminar los casos si no se tratan a tiempo. Su recomendación para los estudiantes que sientan que sufren de esta enfermedad es buscar ayuda y hablar, asistir a psicoterapia. Afirma que los estudiantes con

depresión deben entender que la psicoterapia es un buen espacio para hablar de sus sentimientos y preocupaciones y, mucho más importante, aprender formas de manejarlos. Cuando Susana decidió exponer su caso ante su facultad y los servicios médicos de su universidad, encontró algo totalmente inesperado: un apoyo casi incondicional por parte de ellos. Actualmente Susana presenta algunas crisis como las del pasado, pero cuenta con profesionales que la ayudan a manejarlos, retomó sus estudios y aprende a llevar una vida como la de cualquier otro joven.  *El nombre real fue cambiado para proteger la identidad de la persona.

“Después de vivir tres mundiales me puedo

morir tranquilo” Darío Ángel Rodríguez, un bogotano de 50 años, desde joven quiso cumplir su sueño de ser narrador futbolístico. Encontró la oportunidad de incursionar en el mundo del fútbol como jugador de ligas menores en Millonarios, de Bogotá, y luego logró entrar a la radiodifusión. Diego Cortés Historia cultural del periodismo / Séptimo semestre

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n sus primeros años, Darío Ángel Rodríguez quiso ser futbolista profesional. Tenía condiciones técnicas con el balón que lo proyectaban como una posible estrella del fútbol capitalino, pero una lesión lo alejó de la competencia. Empezó en el Club Deportivo Los Millonarios, siendo el delantero derecho de la selección prejuvenil; luego ganó con el mismo equipo la liga de futbol de Bogotá y después se dedicó a jugar microfútbol. Sin embargo, no había explotado la pasión que desde siempre sintió por los micrófonos. Perdió octavo grado porque era, como él mismo se clasifica, “un enfermo por la pelota”. Iba al estadio para dos cosas en especial: una, ver el juego y apreciar a sus protagonistas, y dos, a mirar hacia las cabinas de transmisión. Allí ya se consagraban en el periodismo deportivo personajes tan reconocidos como Iván Mejía o Hernán Peláez, a quienes Ángel admiraba. “Me sentía identificado con ellos, eran las voces dentro del sentimiento que me despertaba la pelota, y supe que tenía que dedicarme a lo mismo por la pasión que generaba en mí”, asegura Rodríguez. Y así fue. En 1978 se graduó como locutor del Colegio Superior de Telecomu-

nicaciones y empezó una exitosa carrera en la radio colombiana. “El futbolista frustrado que habitaba en mí, tenía la oportunidad de ser feliz a través de la radiodifusión”. Sus primeras incursiones siendo comentarista de fútbol las hizo en la Emisora Kennedy, transmitiendo un partido al aire el 26 de junio de 1979. Luego pasó a la emisora Mariana, de donde saltó a Radio Juventud a comentar los partidos del campeonato del Olaya.

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Hasta se dedicó a vender electrodomésticos en Electrolux pues como estaba empezando hasta ahora, no le pagaban y ya tenía la responsabilidad de ser padre. Un día, Octavio Mora, coordinador de deportes de Caracol Radio, lo escuchó comentar un partido y lo enganchó para la cadena radial. En 1981, recibió una oferta seria de Caracol Cúcuta y allí se quedó. El primer partido profesional que narró fue Cúcuta Deportivo contra Independiente Santa Fe, con un sueldo de salario mínimo de 10.140 pesos en esa época. Luego, y con unos años de experiencia, trabajó como coordinador periodístico de Radio Deportes en Bogotá. Después se fue al diario La Prensa

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y de allí pasó a Todelar Cali donde trabajó durante diez años. “No fue fácil empezar en este mundo deportivo porque en este oficio pesa mucho la trayectoria. Los que están no se quieren ir, entonces hay que abrirse paso con ayuda de los que saben. A mí me tocó aprender por lo grande, pero con una gran responsabilidad: transmitir tres campeonatos del mundo siendo un inexperto”, dice. A su primer mundial, que fue México 86, lo llevó la cadena Caracol Radio. De la mano de Hernán Peláez aprendió muchísimo. Pudo entrevistar, entre muchos otros, a Diego Maradona; no era fácil acceder a él porque

era la figura más importante de la selección Argentina y a los periodistas les tocaba supeditarse a lo que dijera en la rueda de prensa. Pero se las ingenió para entrevistarlo un par de veces. Este bogotano de 50 años, siempre se ha caracterizado por asumir los riegos de su profesión sin olvidar la pasión desenfrenada que siente por el fútbol. Lo demuestra el episodio que protagonizó en la final del mundial de México 86, disputada entre Alemania y Argentina: Ángel se coló. “Yo era recién llegado a comparación de otros periodistas de trayectoria, entonces para mí no hubo boleta de entrada a ese partido. Yo estaba cubriendo las afueras del estadio, pero mi participación en la transmisión se acabó. Sin embargo, pensé que no me podía perder por ningún motivo ese partido; entonces hice un simulacro como si estuviera transmitiendo y entrevisté al portero: “señor, ustedes los mexicanos son extraordinarios anfitriones, estamos muy orgullosos; nos quisiéramos quedar viviendo en México, qué pueblo tan maravilloso (…) y así, mientras yo le decía eso me iba entrando. Pasé la registradora y es la hora que no se ha dado cuenta”. En el mundial de Italia 90, ya lo conocían un poco más. Seguía en la labor de reportería para Caracol Radio. En esa cita mundialista, cubrió la concentración de la selección Argentina en Nápoles, ciudad donde Maradona era, por decir lo menos, Dios. Allí también sacó de la manga un as para asumir un reto periodístico que le significó un gran reconocimiento: “Las entrevistas en el hotel donde dormía la selección Argentina estaban prohibidas, así que me tocó ingeniármelas para entrevistarlo. Escondí mi grabadora en la media, guardé mi escarapela de periodista en el suéter y entré hablando un italiano bastante chambón al hotel, con la excusa de que yo estaba hospedado ahí. Maradona jugaba con sus hijas en la recepción y a una de sus niñas se le cayó un juguete y yo se lo recogí. Él me agradeció y en ese momento le dije la verdad: que era periodista, que sabía que las entrevistas estaban prohibidas allí, pero que me regalara dos minuticos para hacerle unas pregunticas y él aceptó. Así desarrollé un reportaje muy conocido sobre Maradona cuando estaba en furor. También me gané la mejor nota del mundial de Italia 90 y 400 dólares que cayeron a mi bolsillo”. Ya para el mundial de Estados Unidos 94, Rodríguez era Director Regional de Todelar Cali. Era reconocido, dada su trayectoria mundialista y sus logros. Además tenía un espacio en la Radio Nacional para comentar sobre lo que acontecía en el mundial. “El gran debate” se transmitía en Colombia llevando las incidencias de ese mundial. Tenía como invitado a Francisco Maturana, quien era el Técnico de Colom-

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bia en ese momento y así pudo enterarse más sobre detalles de lo que pasaba en las prácticas colombianas. “La respuesta de la selección Colombia no fue buena. No jugaron bien ni se comportaron a la altura de jugadores profesionales. Yo vi mucha indisciplina en ese equipo; no solamente llegar borracho es indisciplina, también comerse tres hamburguesas a las doce de la noche, como lo hacía Iván René Valenciano (…) También le hice la última nota a Andrés Escobar. Él, tras su error, le pidió perdón al país, reconoció su equivocación, dio la cara ante Colombia y aun así lo mataron. Para mí eso fue muy doloroso.”

Con toda su experiencia en la vivencia mundialista, no tuvo ningún partido para comentar, como él lo esperaba. Siempre estuvo en el trabajo de campo que le permitió contar anécdotas muy curiosas sobre su vida periodística y llevar las incidencias a los apasionados del tema en Colombia. Sólo fue hasta la Copa América de 2001 que se jugó en Colombia cuando pudo cumplir un sueño más. “Fue curioso porque como había acompañado tantas frustraciones del fútbol colombiano en los mundiales y nunca pude comentar un partido diciendo ¡Somos campeones!, ese día fue especial: yo estaba narrando la final entre México y Colombia

sin muchas pasiones, tratando de dejar el patriotismo a un lado. Sin embargo, con el gol de Iván Ramiro Córdoba que nos dio el título de esa Copa América, yo lloré. Fue el gol más importante del fútbol colombiano por la connotación del primer campeonato a nivel de selecciones profesionales que obtenía Colombia”. Ahora Darío Ángel Rodríguez tiene un logro más en su carrera del periodismo deportivo. Se graduó como técnico de la AFA (Asociación de Fútbol Argentino) y espera convertirse en entrenador de algún equipo profesional. “No sé en cuánto tiempo, pero va a ser una etapa que voy a cumplir”. 

"Killed in the line of duty" It came to me the other day: Were I to die, no one would say: “Oh, what a shame! So young, so full Of promise — depths unplumbable!”. Instead, a shrug and tearless eyes Will greet my overdue demise; The wide response will be, I know, “I thought he died a while ago”. For life’s a shabby subterfuge, And death is real, and dark, and huge. The shock of it will register Nowhere but where it will occur. Réquiem, de John Hoyer Updike

Diana Rodríguez Historia cultural del periodismo / Séptimo semestre

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ylvia Margarita Duzán Sáenz nació en Bogotá el 2 de enero de 1960 y fue asesinada en la cafetería La Tata, ubicada en la calle 3ª N° 6-04 de Cimitarra, Santander. El impacto, efectivamente, solo se sintió en ese lugar, ya no en otra parte. Tampoco en los expedientes judiciales colombianos, pues el caso sigue estando en la impunidad, mucho menos en el hoyo negro que caracteriza la memoria histórica del país. La muerte no se sentirá en otra parte distinta a donde ocurra.

Se me ocurrió el otro día: Si muriera, nadie diría: ¡Oh qué lástima!, Tan joven y lleno de promesas. Profundidades insondables. En vez de eso habría encogimiento de hombros, ojos sin lágrimas que saludarían mi retrasado fallecimiento. La respuesta más frecuente sería, estoy seguro, “pensé que había muerto hace tiempos”. Porque la vida es una andrajosa evasión, y la muerte es real, y oscura y enorme. El impacto de esa muerte no se sentirá en otra parte distinta a donde ocurra. Traducción de Salomón Kalmanovitz

El 26 de febrero de 1990, fecha del asesinato, Bogotá estaba infartada con los trancones habituales y la Avenida Boyacá estaba intransitable. Sylvia iba sobre el tiempo para alcanzar el vuelo que la transportaría al pueblo ubicado en una zona que hoy es uno de los fortines paramilitares más grandes del Magdalena Medio. Miró el reloj y tomó una decisión rápida: cruzar la calle para tomar un taxi que la llevara más rápido a El Dorado. Parecía que nada la detenía y estaba decidida a cumplir la cita con los tres dirigentes cívicos de la junta directiva de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare, Josué Vargas,

Saúl Castañeda y Raúl Baraja, a quienes interrumpieron la comida en La Tata para finalizar con sus vidas y silenciar, una vez más, voces pacifistas que pujaban por retornar a hacer nación en el municipio del que los expulsaron hacía algunos años por orden de las FARC. Sylvia organizó su equipaje y con un beso se despidió de su esposo, Salomón Kalmanovitz. Perdió el vuelo de la línea Aerotaca, así que decidió tomar una flota que la dejó hasta la noche en Cimitarra. La recibieron los dirigentes, ella les manifestó su agotamiento y reiteró su emoción por realizar el documental para el Canal Cuatro visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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de Londres acerca de la causa incesante de estos líderes que tanta fuerza iban cobrando en esa época de elecciones presidenciales. Se acercaron a la cafetería y no fueron necesarios más de cinco minutos para que hombres de rostros cubiertos y chaquetas de cuero descargaran sus armas contra los cuerpos de las cuatro vidas que allí se encontraban. Ese día, Sylvia llevaba unos pantalones cortos y un saco amarillo que en unos instantes quedaron cubiertos de sangre y mugre. Su cuerpo quedó inerte en el piso del lugar y allí desfalleció la vida de una periodista a pulso, interesada en el rock y los grupos de música contestataria que germinaban en comunas y zonas más deprimidas del país. Así asegura su esposo en alguna de las muchas cartas póstumas que le ha escrito a su amante y amiga, cartas que ha hecho para comprender el dolor y la confusión de una pérdida como ésta. Kalmanovitz cuenta que conoció a la periodista gracias a una amiga. Fueron presentados y decidieron ir al cine. Se sentaron al lado y desde ese día comenzaron a compartir espacios. Las conversaciones intelectuales traspasaban fronteras académicas y se convertían en verdaderas reflexiones de la vida y la existencia. Salomón cuenta que ella todo lo hablaba de forma espontánea, ágil, mordaz, “de frases cortas y puntillosas y que

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la transportaba a la poesía”. Sin embargo, ella escuchaba con atención y aprendía de él, pues le llevaba 17 años de diferencia y ya había construido vida. “Sylvia era desordenada, libre y comunicativa. Yo lo era mucho menos. Ella me prestó su espontaneidad y yo mi orden. Gente que quería hablar conmigo y que se intimidaba por mi coraza hablaba con ella primero y entonces yo podía sonreírles y hablarles. Trabajamos juntos en aventuras periodísticas y editoriales, nos entendíamos y complementábamos. Ella se venía creciendo, logrando un público y yo me consolidaba también en mi campo. Era como vivir una segunda oportunidad de éxitos, ascenso, vida social intensa con personas tan jóvenes e inquietas como ella”. Pero todo eso murió bajo las balas de los que siempre han querido silenciar voces incómodas en Colombia. Kalmanovitz, a pesar de sus logros en el área profesional, pues ha ejercido como historiador, columnista, codirector del Banco de la República y hoy decano de la Facultad de Ciencias Económico- Administrativas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, afirma que esa ha sido de lejos su gran derrota sentimental. No ha podido recuperarse, ni en los cuatro años que duró el periodo más fuerte del duelo, ni veinte años después de lo ocurrido.

Le han publicado columnas en las que no sólo cuenta los hechos, sino que reflexiona acerca de sus sentimientos y la calidad de ser viudo, una ironía, pues siempre molestaba con Sylvia a propósito de su diferencia de edad, le decía que él la iba a dejar viuda. Las armas, negocios, narcotráfico, relaciones públicas turbias, la falta de memoria, las heridas abiertas e incapacidad de cicatrización le han dado al país muchos tragos amargos. Sylvia murió en un tiempo en el que la violencia estallaba y los titulares de los periódicos no podían referirse a nada distinto que a las voces de diferentes líderes y periodistas a los que ahogaron la voz con la rapidez que lleva apretar un gatillo. En el fondo de miles de fusiles han quedado los derechos y en el aire flota la impunidad. Por eso mismo, Kalmanovitz lee el poema del principio. La muerte de un ser querido por las fuerzas violentas del país le recordó la rapidez de la vida y lo agonizante que es el duelo para una víctima. Hoy se han esclarecido algunos hechos, pero todo lo que se ha atinado a rescatar es que el autor intelectual de los hechos, el ex comandante paramilitar Ramón Isaza, padece de alzhéimer, no recuerda haber comandado la masacre. Nunca se preguntó que tal vez si Sylvia muriera nadie diría: “¡Oh qué lástima! Tan joven y llena de promesas”. 

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“El escepticismo es el primer deber del periodista”:

Daniel Coronell

"La verdad no existe, y si existe el hombre es incapaz de conocerla. Por eso el escepticismo debe ser el protagonista de nuestra labor, debe enmarcar pensamientos, ideas... letras." Camila Peña Ética / Octavo semestre

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icen que a las palabras se las llevó el viento y que lo que realmente tiene valor está escrito. Yo personalmente dudo mucho de que eso sea una realidad. En un oficio como el periodismo es difícil confiar, asegurar y aún más hacer cumplir lo que está establecido en un texto. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) estableció un código ético de periodismo de vital importancia para todos los que ejercemos esta profesión. Es bajo nueve parámetros que se señalan los deberes, los derechos y también las responsabilidades que el periodista tiene

con la sociedad: el derecho del pueblo a una información verídica, la adhesión del periodista a la realidad objetiva, la responsabilidad social que tenemos, la integridad profesional, el acceso y la participación del público, el respeto por la vida privada y la dignidad humana, el respeto por los valores universales y la diversidad de culturas, y, por último, la eliminación de la guerra y otras plagas a las que la humanidad está confrontada a encarar. Salgámonos un poco del papel y de cada una de sus letras. Pensemos si en realidad se practica o no en la vida cada uno de estos puntos. Y es en ese momento, cuando no encontramos la respuesta correcta, qué podemos definir como la censura, las amenazas, el amarillismo, la muerte misma, el secuestro y la indiferencia; actos y actores

sociales que se han convertido en el pan de cada día en un pueblo como el nuestro. Los colombianos vivimos atados a una guerra sin sentido para muchos, a la violencia que a diario acaba con miles de vidas inocentes y que lleva consigo pensamientos e ideales que no tienen razón de ser. Los periodistas realizamos un trabajo netamente social, servimos a la comunidad y trabajamos por y para las personas. En esta medida tenemos que guiarnos bajo parámetros éticos, entre ellos los establecidos en el código de la UNESCO antes nombrados. En Colombia particularmente observamos que la autocensura es un tema controversial y muy común. Para no irnos muy lejos, quiero citar una entrevista que realizó la revista Semana al periodista Daniel Coronell titulada “Daniel el Travieso”, en la que se habló sobre qué genera más autocensura en nuestro país: los violentos, el poder político o el poder económico, a lo que Coronell respondió: “lo que sucede es que todos van en el mismo saco. Los violentos lograron controlar buena parte del poder político y se han hecho ricos traficando y robando el presupuesto público”. Bastan solo palabras como esas, para entender el descontento periodístico en relación con este aspecto y cómo estamos atados de manos para ejercer. Llenos de miedo a las amenazas, los periodistas optan por no denunciar, por dejar a un lado su ética profesional y unirse al bando más fuerte, al más dañado o simplemente al que mejor pague. Entonces, si el periodista debe denunciar las irregularidades y esa denuncia tal y como lo afirma Coronell, “llega hasta donde lo permiten las pruebas”, nos preguntamos: ¿qué está fallando en Colombia?, ¿en dónde estamos errando los periodistas?, ¿qué falta para mostrar un periodismo puro, claro y honesto? Son preguntas que no tienen una respuesta a ciencia cierta, son cuestionamientos que nos llevan a pensar que falta mucho para cumplirle a la gente en su derecho de conocer la información, en el respeto por la vida humana y por los valores y, sobre todo, que falta entregar la responsabilidad social, que es base fundamental en nuestra profesión. Un código se presupone y se relaciona con reglas. En Colombia, con o sin ellas, cada quien juega sus cartas a su modo, cada persona actúa según su criterio, cada uno miente si así lo prefiere y entiende si le conviene.  visiones 06 / OCTUBRE 2010 - MARZO 2011

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Graficadores

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esde tiempos remotos, la capacidad de crear imágenes ha sido una impronta de la condición humana. Desde las primeras pinturas rupestres, pasando por los códices, los dibujos, los frescos, los murales, las caricaturas, las fotografías, el cómic y los grafitis, hasta llegar a la máquina de sueños que es el cine, la caja mágica de la televisión y las pantallas que hoy son una ventana al universo virtual de la web, la imagen ha sido una extensión de la retina, la mente y la cultura humana. Para los comunicadores sociales, en plena era de la información y sumidos en una iconósfera, es imperativo aprender a manejar las posibilidades infinitas que ofrece la imagen para innovar en los relatos y desentrañar los textos gráficos o audiovisuales que produce frenéticamente la cultura de la imagen que vivimos. Ilustración vectorial personajes / Software Adobe illustrator

Cantante callejera / David Sebastian Ibáñez Jiménez

Niño con balón Fernanda Morales / Tercer semestre

Cuidador de carros Laura Díaz / Tercer semestre

Salvador Dalí Daniela García / Tercer semestre

Artista callejero Juan Salazar / Tercer semestre

Sin título Jenny Andrea Acosta / Tercer semestre

Kung fu panda Diana Berjan / Segundo semestre

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Sailor Moon Ingrid Hernandez / Segundo semestre

Operario Paula Fuertes / Tercer semestre

Vendedor de dulces Kelly Hernández Pinilla / Tercer semestre

Linterna verde Sebastian Acosta / Segundo semestre

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A PULSO

Niño comiendo paleta Lina María Ortegón / Tercer semestre

Enfermera Manuel Rivera / Tercer semestre

Silver Surfer Javier Hidalgo / Segundo semestre

Rastaman Guillermo Murillo/ Segundo semestre

Diseño y diagramación de revistas Software Adobe InDesign

Revista Cinematk Liceth Gaitán, Lorena Morales, Lina Ortegón

Lustrador de botas Gabriel Forero / Tercer semestre

Hombre araña Stephania Pinzon / Segundo semestre Cronopios Juan Sebastián Salazar

Manuales de imagen corporativa / Software Adobe ILlustrator

Fernanda Morales

Lina Ortegón

Laura Sánchez

Manuel Rivera

Alejandro Gómez

Cultura mirror Catalina Restrepo Sebastián Ibañez

Tisú Camilo Orjuela Andrea Calle Laura Sánchez Carlos Fajardo

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A PULSO

Montajes y retoque fotográfico / Software Adobe Photoshop

Montaje película Catalina Restrepo / Tercer semestre

Montaje película Lina Ortegón / Tercer semestre

Montaje película Montaje película Alejandro Gómez / Tercer semestre Gabriel Forero / Tercer semestre

Montaje clones Fernanda Morales / Tercer semestre

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Montaje película Daniela Ruiz / Tercer semestre

Montaje película David Ibáñez / Tercer semestre

Montaje película Daniela García / Tercer semestre

Montaje humanoide Diego Ruiz / Tercer semestre

Montaje color escala de grises detalle en color Sandra Castro Pinzón / Quinto semestre

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A PULSO

Fotografía básica

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ara el proyecto final de Fotografía, los estudiantes hicieron sus reportajes fotográficos después de proponer una temática, argumentarla y desarrollarla durante el último corte. El objetivo era demostrar sus habilidades en la materia y enfrentarse a una realidad exterior, ajena y en constante cambio, que debían documentar. Las fotografías finales demuestran cuánto aprendieron a nivel de composición y técnica, así como su capacidad para transformar ideas en imágenes.

Sangre sobre los espejos de sol Juan Esteban Silva / Primer semestre Juan Esteban viajó más de ocho horas hasta una finca cercana a Tauramena, Casanare. Allí, con bien logradas composiciones, documentó el trabajo llanero bajo un sol inclemente, los arrieros durante sus jornadas cotidianas y el proceso de “capado”.

Batuta: Pequeños artistas, grandes sonidos Stefanía Herrera / Primer semestre. En el espacio de La Fundación Nacional Batuta, Stefanía capturó los primeros acercamientos de niños entre 3 y 7 años a un instrumento musical. En sus fotografías vemos expresiones de concentración en los pequeños rostros, movimiento rápido de las manos, disciplina y mucha entrega a la música.

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A PULSO

Más allá de unos patines Mónica Giraldo / Primer semestre Con amplias perspectivas, barridos y mucho esfuerzo, Mónica registró el proceso de entrenamiento de un grupo de jóvenes patinadores. Visitó el lugar más de tres veces, sobreponiéndose a las dificultades de la luz en un ambiente nocturno, con buenos resultados. En sus imágenes vemos pasión por el deporte, resistencia y velocidad.

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