La ciudad que queremos
El confinamiento y el distanciamiento social han puesto de manifiesto la necesidad de encontrar nuevos modelos que, sin renunciar a la densidad y la vida social, permitan atender adecuadamente a las exigencias sanitarias.
© Caret Studio
Urbanism in the Time of Social Distancing
Confinement and social distancing have revealed the pressing need for new models, of the kind that would enable us, without giving up density nor sacrificing social life, to properly address sanitary exigencies.
Las exigencias sanitarias derivadas de la pandemia se presentan como una gran oportunidad para repensar nuestras ciudades mediante un nuevo urbanismo puesto al servicio de las personas. The sanitary measures imposed during the pandemic can open up opportunities for a rethinking of our cities, and pave the way for a new urbanism at the service of people.
En los últimos años, cuando recordábamos que la batalla decisiva contra el cambio climático se libraría en las ciudades, pocos podíamos imaginar que estas se encontraban en el umbral de librar otra batalla contra un enemigo insidioso, cruel e invisible. Los grandes combates epidémicos del pasado han dejado una profunda huella en nuestras sociedades, pero también un legado duradero y todavía reconocible en las herramientas de planificación urbana: del control administrativo de la ciudad zonificada a la evaluación estadística del riesgo, la gestión de las infraestructuras vitales y la formulación de la vivienda mínima habitable. No deja de resultar paradójico que la experiencia insólita del confinamiento domiciliario haya puesto de nuevo en primer plano de actualidad esta última cuestión, al evidenciar la permanencia invisible de numerosas viviendas que no alcanzan los mínimos criterios de habitabilidad básica. En consecuencia, es ineludible activar acciones de rehabilitación y renovación del parque residencial, principalmente en los centros urbanos, actualizar las normativas de habitabilidad básica de la vivienda y excluir del mercado residencial y turístico aquellas viviendas que no los alcancen. La actual emergencia sanitaria parece devolvernos a las etapas sombrías de las cuarentenas, cuando la calle, la plaza y el mercado eran un peligro. Tendremos que hacer un enorme esfuerzo para aprender de esta experiencia nuevos modos de gestionar la ciudad sin renunciar a la vida social. Pero no hay duda de que la ciudad del bienestar, sustentada sobre un replanteamiento de las relaciones entre los habitantes, el medio urbano y la naturaleza, es un paradigma llamado a perdurar e imponerse sobre las emergencias temporales. Otro elemento clave de la renovación del pensamiento urbanístico ha sido la opción de la ciudad densa y compacta. De pronto, la clave del éxito de las ciudades —la proximidad de muchas personas— deviene en vulnerabilidad frente a la pandemia, y la densidad aparece ahora como una amenaza. Sin embargo, una visión más amplia cuestiona la relación cau-
Caret Studio, StoDistante, Vicchio (Italia)
sal entre la densidad urbana y el impacto del coronavirus. Recordemos que algunos de los núcleos urbanos más densos del mundo —Hong Kong, Singapur, Seúl o Tokio— han logrado contener la epidemia utilizando estrategias alternativas al confinamiento. Al mismo tiempo, asentamientos de menor tamaño y densidad han sufrido serios impactos. Hay otras variables vinculadas al conocimiento, a la organización social, a la calidad de las infraestructuras vitales o al modo de gestión de la epidemia que están incidiendo significativamente en el impacto. Como ha recordado Richard Florida, es necesario considerar el tipo de densidad: existe una diferencia evidente entre los distritos densos de mayor renta —donde las personas pueden protegerse en sus hogares, teletrabajar, mantener la distancia social en el espacio público— y los barrios de rentas más bajas en los que la densidad se expresa como hacinamiento residencial, déficit de espacio público, escasez de servicios y congestión de los sistemas de transporte. Sea como sea, desde el punto de vista ambiental la densidad del hábitat urbano es clave para la reducción del consumo energético, emisiones de gases de efecto invernadero, huella urbana y pérdida de suelo agrícola. Hace también posible una movilidad limpia prioritariamente peatonal en las cortas distancias y un transporte público eficiente para la movilidad obligada a escala metropolitana. El transporte público es un activo irrenunciable de las grandes ciudades. Su preservación y eficiencia es el gran reto en las actuales circunstancias de emergencia sanitaria. Para conseguirlo es clave su adaptación: mayor nivel de frecuencia y extensión de la red para facilitar el mantenimiento de la distancia física y rediseño del conjunto del sistema para que no sea percibido como una amenaza para el usuario. En este sentido, la redundancia y multiplicidad escalar de las redes de infraestructuras urbanas, sanitarias y de protección civil permiten una respuesta resiliente del conjunto en caso de quiebra de alguno de los elementos del sistema, como ocurrió en el caso del 11-S o del Huracán Sandy en Nueva York.
Over the past years, reminding each other that the decisive battle against climate change would be waged in cities, little did we know that these were in for another battle, an insidious, cruel, invisible one. The great epidemics of the past have left deep marks on our societies, but this includes a lasting, still recognizable legacy in urban planning tools: administrative control of zoned cities to statistical assessment of risk, management of vital infrastructures, and design of minimally livable spaces. What a paradox that the strange experience of staying home has put the latter back in the limelight, exposing the profusion of dwellings falling short of basic habitability criteria. We
can no longer avoid the need to refurbish and renovate the residential fabric, mainly in urban centers, to update livability standards, and to remove from the housing and tourism market all units that do not comply with them. The health crisis is returning us to past dark periods of quarantine, when streets, squares, and markets were dangerous places. We must make an effort to learn from the experience and think up new ways of managing the city without sacrificing social life. But there is no doubt that the city of wellbeing, resting on a reexamined relation between inhabitants, the urban environment, and nature, is bound to endure and prevail over temporary emergencies.
Another key aspect of the new rethinking of urbanism has to do with the dense compact city. Suddenly, the key to a city’s success – the proximity of many people to one another – is what makes it vulnerable in an epidemic, and density is a threat. However, a broader view questions the causality being made between urban density and the impact of the coronavirus. Remember that some of the world’s densest urban cores – Hong Kong, Singapore, Seoul, Tokyo – have contained the disease through strategies other than confinement, while smaller, less dense settlements have suffered greatly. There are other variables that bear upon the impact significantly, having to do with knowledge, how
© Oded Balilty / AP
Juan Genovés, Multitudes
José María Ezquiaga
Manifestación en la plaza Rabin, Tel Aviv (Israel)
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© Del Río Bani
© FC HUA HUA Architects, Gastro Safe Zone, Brno (República Checa)
Leku Studio, plaza Superilla de Sant Antoni, Barcelona (España)
La ciudad cercana La epidemia ha desestabilizado el espacio público y las infraestructuras vitales de la ciudad y abre, en consecuencia, la posibilidad de impulsar tendencias disruptivas con la gestión urbana convencional. La experiencia del confinamiento durante la pandemia ha evidenciado las ventajas de los lugares donde la gente vive suficientemente cerca para acceder peatonalmente a los servicios que necesita y los beneficios colaterales de la reducción de la movilidad: la visible mejora de la calidad del aire y la reducción del ruido. Por otra parte, ha hecho patente el conflicto entre un espacio público al servicio del automóvil y la movilidad peatonal y las demandas de las actividades económicas a pie de calle, en particular la hostelería.
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Todo ello hace necesario un nuevo contrato cívico en favor del peatón y la sensibilidad hacia las necesidades de los diversos segmentos de la población urbana, empezando por los más vulnerables: niños y mayores. No sólo se trata de ampliar las aceras temporalmente para mantener la distancia de seguridad, cuanto de redefinir el papel del espacio público desde nuevos criterios: prioridad al confort y seguridad peatonal, y fomento de la más amplia variedad posible de actividades económicas y equipamientos para asegurar la vitalidad de las calles. Estas acciones son perfectamente compatibles con estrategias ambiciosas de renaturalización de la ciudad sustentadas en una infraestructura verde multiescalar que atienda desde la más diminuta esquina de barrio hasta los grandes espacios naturales y rurales de escala regional.
En este contexto, es evidente que la planificación del espacio —propia del urbanismo convencional— resulta ser una herramienta insuficiente para gestionar la complejidad urbana contemporánea: se hace necesario incorporar una visión prospectiva de la gestión del uso social del tiempo. Durante la emergencia sanitaria nos hemos visto sometidos a una regulación horaria de la utilización del espacio público. Esta circunstancia nos ha hecho conscientes de las limitaciones de dicho espacio público y de la importancia de su calidad. Pero el salto cualitativo debe hacerse en la esfera de las relaciones laborales y la movilidad. El achatamiento de las horas punta en las infraestructuras de transporte público y tráfico privado no sólo dependerá de la mejora de las infraestructuras, sino, en mayor medida, de una gestión inteligente del tiempo, donde las nuevas herramientas de smartcity pueden encontrar una fructífera aplicación. La primera medida, en este sentido, debería ser el escalonamiento flexible de los horarios comerciales, escolares y laborales, atendiendo a la localización geográfica. Esta medida puede complementarse con la permanencia duradera del teletrabajo en empresas y administraciones en combinación con el trabajo presencial en determinadas horas del día, o días de la semana. La definitiva superación de la zonificación debe dar paso una mezcla equilibrada de actividades económicas, ocio y residencia en cada una de las piezas del tejido urbano. Las ‘viviendas productivas’ del confinamiento —en las que han convivido trabajo y cuidados, conexión social e intimidad personal— son la vanguardia de una transformación muy profunda de la arquitectura residencial. Complementariamente, la extensión del teletrabajo impulsará las tendencias a un cambio radical en la concepción de los espacios de trabajo —en sinergia con usos, dotacionales, comerciales o residenciales—, y abrirá una nueva dimensión a la reconversión y transformación de la ciudad. José María Ezquiaga, premio Nacional de Urbanismo, ha sido Decano del COAM.
Manifestación Primero de Mayo, Lisboa (Portugal)
society is organized, the quality of essential infrastructures, or how the epidemic is dealt with. As Richard Florida says, we have to consider the kind of density that a city has. There is a difference between dense affluent neighborhoods – where people are safe teleworking in their homes and social distancing when outside – and low-income districts, where density means crammed housing, no public spaces, scant services, and crowded transport systems. In any case, from an environmental standpoint, density of urban habitats is key to reducing energy consumption, greenhouse gas emissions, the urban footprint, and loss of farming soil. It also makes circulation cleaner, prioritizing walking for short distances and an efficient public transport system for those who have to commute on a metropolitan scale. Public transportation is an indispensable asset of big cities. Preserving it and keeping it efficient is a tall order during a state of emergency. Adapting it to the circumstances is key: more frequent trajectories, expanded lines to facilitate physical distancing, redesign of the whole system so that users do not perceive it as a threat to their safety. Redundance and scaling up of urban, sanitary, and security infrastructures make for resilience in the overall response to the breakage of one of the elements of the system, as 11-S and Hurricane Sandy showed. The City with Everything Near Precisely because the epidemic has destablilized public space and vital infrastructures in the city, it has opened up possibilities for advancing certain tendencies. The shelterin-place experience has shown the advantages of places where people live within walking distance of the services they need, not to mention the collateral benefits of reduced mobility: visible improvement of air quality and reduction of noise. On the other hand, it has laid bare the conflict between public space at the service of the automobile, and pedestrian mobility and the demands of street-level business activities, in particular restaurants. All this necessitates a civic contract that
gives priority to pedestrians and is sensitive to the needs of diverse segments of the urban population, starting with the most vulnerable: children and the elderly. More than temporarily widening sidewalks to facilitate physical distancing, it involves redefining the role of public space from the angle of new criteria: prioritizing comfort and pedestrian security, and promoting the broadest possible diversity of economic activities and facilities to ensure the vitality of streets. These strategies are perfectly combinable with ambitious city-renaturalization operations based on a multi-scale green infrastructure that covers everything from the tiniest neighborhood corner to the vast natural and rural spaces of the region. In this context, the planning of space – typical of conventional urbanism – is an insufficient tool in dealing with contemporary urban complexity: it becomes necessary to adopt a social use and management of time. During the health crisis we have found ourselves subjected to a schedule for using public space. This has made us aware of its limitations, and of the importance of quality public spaces. But the qualitative leap has to be made in the sphere of work relations and mobility. Flattening peak hours in public transport and private
traffic depends on improving infrastructures, but more than that, on intelligent time management, and the new ‘smart city’ tools can be applied here very fruitfully. The first step is to stagger schedules in stores, schools, and workplaces, taking location into account. This can be complemented by maintaining telework in companies and public organisms, in combination with physical presence in offices, organized in shifts by hours of the day or days of the week. Zoning must disappear once and for all, giving way to a flexible mix of business, leisure, and housing in each and every part of the city. The ‘productive homes’ that have cropped up during this quarantine – where work and caregiving, social connectivity and personal privacy have cohabitated – are the vanguard of a profound transformation of residential architecture. Meanwhile, the prolongation of teleworking will propel the trend toward radical changes in how we think of workspaces, in synergy with residential, commercial, and other uses, and will open new dimensions in the reconversion and transformation of cities. José María Ezquiaga, holder of the National Award for Urban Planning, was dean of COAM.
© EFE
The epidemic has emptied our busy streets, reminding us of one of the pending challenges of the contemporary city: guaranteeing transport and social exchange while renouncing use of the automobile.
© HUA HUA Architects
El vaciamiento de las calles debido a la crisis epidémica apunta a uno de los retos pendientes de la ciudad contemporánea: garantizar el transporte y el intercambio social pero renunciando al urbanismo al servicio del automóvil.
Paseo de la Castellana, Madrid (España)
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