Naturaleza arborea orquestada

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Biblioteca Universal de Liter atur a Geogr áfica. mmxvi.

Siwa. De mucho gusto para el ingenio y distracción

de personas agudas y curiosas.

Dedica esta entrega a la

HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LOS VIENTOS. Que comprende sus voces, silbos, ululares, y sus manifestaciones en forma de brisa, soplo, tifón y vendaval, con interesantes observaciones relativas a la religión, la mitología, la ciencia literaria, la leyenda y la fábula, y varios acápites sobre las criaturas que el viento prodiga o engendra.

• Ornado con preciosos grabados. número cinco y extraordinario. En la Ciudad de Buenos Aires,

calle de los Estados Unidos 700.


Siwa. B i b l io t e c a Un i v e r s a l d e L i t e r at u r a G e o g r รก f ic a .

HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LOS VIENTOS.


COSAS NOTABLES CONTENIDAS EN ESTOS LIBROS. Editorial. Nada es viento, 5.

Teología ociosa del aire en movimiento. Libro 1.

Vientos de Babel, es c r i t o d e Ch r i s t i a n Ku p c hi k,

13.

De los vientos por su nombre.

Libro 1i.

Haizegua, como si no pisaras el suelo, p o r Mi g u e l S a n c h e z O s t iz , 67.

Biografías del viento, es c r i t o d e A lb e r t o Muñ o z , 22. Un soplo apacible y delicado, es c r i t o d e S a lv a d o r G a r g i u l o , 27. El justo viento, es c r i t o d e E d u a rd o G r ün e r,

Los dioses del viento en Amerindia, es c r i t o d e E s t h e r S o t o , 60.

Calcuta, 1757 – 1868, vientos y lluvias de Bengala, p o r G o n za l o Mo n t e r r o s o , 69. Se quedó dormido,

33.

p o r A l e j a n dr o Win o g ra d ,

73.

El viento impiadoso en La Eneida, es c r i t o d e Mi c h e l Ni e v a s, 37.

De dónde viene el viento, p o r Li li a n a Vi l l a n u e v a , 75.

Dioses que nos acechan, es c r i t o d e Hé c t o r Ro q u e-Pi t t , 42.

Ciudades que el viento se llevó, p o r Pa b l o Cin g o l a ni , 78.

Los cuatro puntos cardinales y la estrella de ocho puntas, escrito de M a. Mercedes Delgado Pérez , 47.

Los vientos pestilentes de la guerra industrial, p o r Fe d e r i c o L o re n z , 84.

Acerca del viento y sus representaciones iconográficas,

Pasillos de los tornados, p o r E s t h e r S o t o , 87.

es c r i t o d e C a r o lin a Ma r t í n e z B e h r,

55.

De huracanes, mujeres y misterios, p o r Na t a li a G e l ó s, 89.


Donde nacen los vientos, donde se mecen las tormentas, p o r Mi g u e l G r in b e r g , 92. Los estragos del viento de Magallanes, p o r Ru b é n A . A r r i b a s, 95.

Instrumentos del viento. Libro 1ii.

es c r i t o d e J. B . D u ize i d e ,

101.

Breve tratado sobre la veleta, o r i g in a l d e Mó ni c a L ó p e z O c ó n , 132. Breve leccionario de la rosa de los vientos,

o r i g in a l d e G o n za l o Mo n t e r r o s o ,

140. 143.

Los hijos de la serpiente y el dragón, o r i g in a l d e A l e j a n dr o Win o g ra d ,

149.

108.

La respiración del viento, 110.

El último aliento.

es c r i t o d e He r n á n Ro n s in o ,

Libro v.

Los aguijones del viento, e s c r i t o d e J o r g e C o n s i g li o , 112.

El cementerio de La Casualidad, d e J u li e t a B a lza , 153.

Sueño de marinería,

e s c r i t o d e Hé c t o r Ro q u e-Pi t t ,

114.

e s c r i t o d e Ma r í a S o n i a Cr i s t o f f,

Y a veces viento,

e s c r i t o d e Ma r i o G o l o b o f f,

escrito de Luis Gusmán,

El Vilte, d e Pa b l o Cin g o l a ni ,

Zondeando,

Viento rojo,

129.

o r i g in a l d e A l e j a n dr o Win o g ra d ,

Malqaf. Bagdir,

Pero hay cierta forma del viento en los cabellos, es c r i t o d e E d g a rd o S c o t t , 104. es c r i t o d e Lu i s G u s m á n ,

La máquina del viento,

o r i g in a l d e P re dra g Ma t v e j e vi c ,

Otros aullidos,

Conradianas,

Los oficios del viento.

Libro 1v.

118.

120.

124.

Digresión en diminuendo, e s c r i t o d e L u i s C h i t a r r o n i , 125. Puente de vientos, e s c r i t o d e G o n z a l o Mo n t e r r o s o ,

126.

155.

Fábula del inútil combate, d e S a lv a d o r G a r g i u l o , 158. El viento y la niña, d e A s un c i ó n d e l A za r, 159. El epitafario de r. i. prada, d e Ra m ó n d e C a s t i l l e j o , 165. Nuevas apostillas a un libro jamás escrito, d e S a lv a d o r G a r g i u l o , 169.

5


La respiración del cielo.

Libro viii.

Lírica del aire,

Naturaleza arbórea orquestada, p o r Fa b i á n E s t e b a n Lun a , 229.

p o r Hé c t o r Ro q u e-Pi t t ,

179.

La costa a sotavento, p o r He r m a n Me lvi l l e , 183. Cuatro vientos, p o r A . Li c h t e r, 184. Venti terras ignotas, p o r Federico Bianchini, 185.

El órgano gigante de la ciudad de Himmelheim, p o r Lu i s S a g a s t i , 237. Adviento, p o r Lu i s Ch i t a r r o ni ,

241.

Mi tornado dieciséis, p o r Esther Soto, 186.

Libro ix.

Breviario del viento, p o r Hu g o Pa d e l e t t i , 187.

El viento de Andrée, d e Ch r i s t i a n Ku p c h i k, 245.

Como el viento voy a ver. Libro vii.

Los abandonados, p o r D i e g o Erl a n , 199. Al garete, p o r J o r g e J in ki s,

204.

Imágenes del viento, p o r J o s é Em i li o B u r u c ú a , 209. Joris Ivens o el último suspiro, p o r Ch r i s t i a n Ku p c hi k, 216. Retrato del viento, p o r A m b r o s i o D e l fi n o , 223.

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De la oquedad del caracol.

Libro vi.

Iconostasio.

Paisajes de viento, d e In ka Ma r t í , 253. Ventorvm propria natvra et operatione (i c o n o g ra f í a) , 258. Epílogo del Abad Pluche, 260.

Separata, p o r G o n za l o Mo n t e r r o s o .

Nobiliaria eólica, 1. Cuaderno de Orientes y desiertos, 11.


L IBRO

V I I I.

De la oquedad del caracol. Y de si hay canto en el silbo y ritmo en el silbar, o pequeño misal de canto ufano, pleno de antigualla y voces de ultramar, botánicas curiosas, neumáticas, con preciosas láminas y profusa loa del timbre y el ulular.


Encuadre del lienzo Venus y Marte, Sandro Boticelli, 1483.


“En el fondo tiendo a pensar que el mundo suena de por sí muy bien (…) con tal de que aprendamos a oír bien (…) puede parecer la voz de la naturaleza, la articulación de ciertos sentimientos, puede asemejarse también al respirar de una persona. Lo que quiero destacar es la indeterminación. El tono sonoro debe mantenerse en una indecisión, cuando lo que se oye puede ser música o una voz o sólo el viento” Andrei Tarkovski

NATUR A LEZA ARBÓREA OR QUESTADA. d e Fabi án E steban Luna .

i por un instante invalidáramos nuestra visión, la escucha pasaría a ser uno de los principales sentidos que nos permitiría explorar el entorno que nos rodea. Esta sencilla práctica nos haría conscientes de los mapas acústicos que elaboramos sobre el espacio a nuestro alrededor como lo fuera una vez la mirada.Tal como formula el teórico y compositor canadiense Murray Schafer, los entornos acústicos, o en los términos del propio investigador también llamados Paisajes sonoros, ejercen una notoria influencia sobre el ser humano.

S


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De la oquedad del caracol. “Pese a que los sonidos tónicos —es decir, los sonidos del entorno ambiental— no siempre sean escuchados conscientemente, el hecho de que estén ahí de forma ubicua sugiere la posibilidad de que influyan de manera honda y omnipresente en nuestro comportamiento y humor (…) pueden haberse quedado grabados tan profundamente en la gente que los escucha que la vida sin ellos seria sentida como un nítido empobrecimiento. Pudiendo incluso afectar al comportamiento o el estilo de vida de una sociedad” (Schafer, 2013, p. 27) Ahora bien ¿y si atendiéramos a estos principios y pudiéramos reducir nuestra atención a la natural incidencia que el viento ejerce sobre el follaje, enfocándonos tan sólo en su sonoridad? En este contexto, imaginemos además una intervención paisajística que procurara la emisión acústica provocada por las brisas sobre la vegetación. Podemos afirmar que estas experiencias, estas parquizaciones sonoras, ya tienen su existencia. El indicio que me permitió dar con este mundo fueron las citas halladas en un reconocido manuscrito de botánica: Morfología de las plantas superiores. Esta extraordinaria publicación fue redactada en 1979 por el multifacético ingeniero agrónomo Juan Valla —hoy octogenario y aún a cargo emérito del Jardín Botánico “Lucien Hauman”—, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. El ingeniero, también inclinado a las disciplinas de la astronomía, la literatura, la química y la música, dejó entrever en este trabajo —de manera subrepticia—, indicios de sus exploraciones acústico-botánicas. Allí podemos encontrar descripciones como las que se detallan a continuación. “Desatender de la estética y la funcionalidad botánica de una poda, nos permitirá priorizar las virtudes sonoras que las hojas produzcan gracias al impulso del aire (...) ¿no es acaso el viento, que al batir de las ramas y las hojas, actúa como el intérprete de un follaje sonoro?” (Valla, 1979) La identificación de estas citas me impulsó a visitar en forma periódica el jardín botánico, con el propósito de tomar contacto con su autor. Pero, al mismo tiempo, me plantee evitar invadirlo de improviso con mis especulaciones. Durante los primeros meses fui testigo de la antesala de sus experiencias. Advertí que en ciertas áreas del amplio invernáculo, uno podía toparse con especies vegetales de podas excéntricas. También hubo oportunidad de hallar sobre las mesas de trabajo innumerables diagramas con hojas, ramas, nervaduras y frutos bosquejados en detalle, descritos en sus innumerables movimientos. Me pregunté si estos indicios eran solo parte de un rompecabezas imaginario, o en realidad, cada una de estas piezas cobraría alguna vez sentido y unidad. Eso sucedió muy pronto, cuando Valla me invitó a realizar una caminata a ciegas por un particular sector del invernadero, en la actualidad un área vedada al público. Cegado por un vendaje escuché que el ingeniero abría ventanales, puertas y presuntamente otros corredores. Percibí como el viento invadía el espacio. Valla reclamó que guardara un absoluto

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Nat ura leza arbórea orquestada.

silencio antes de dar inicio a la marcha. Ubicado a mis espaldas, y con solo una imperceptible indicación sobre el hombro, me dejé guiar por el laberinto vegetal. La revelación se transformó en asombro al advertir un paisaje sonoro cuya riqueza tímbrica y rítmica fue notoria. Entendí que un secreto se encontraba oculto a mi sentido visual, pero que podía revelarse sin obstáculos a todo aquel que se enfocara en esta dimensión acústica. Una vez recuperada la visión, comprobé que los macetones dispuestos en alturas diversas, las podas inverosímiles, y los agrupamientos de especies arbóreas que me rodeaban, cobraban sentido bajo una misma lógica. Un sentido alejado de una clasificación botánica, como también de algún vínculo estético-visual. Comprendí entonces que los caprichos de esta parquización se fundamentaban en una única variable: la sonoridad producida por los vientos que atravesaban el follaje. Un orden botánico, en apariencia visualmente arbitrario, se hallaba en equilibrio a merced del universo sonoro. Al finalizar el recorrido, recuerdo aún las primeras palabras de Valla:

“Este invernáculo posee ventanales cruzados que consideran el rigor de los vientos en combinación de las estaciones del año en las que podremos escuchar el follaje”, y agregó: “Un chubasco o una brisa leve, atravesará la vegetación cada cual a su modo, y a su modo sonará”.

En las arboledas mixtas es notorio percibir lo que Valla denomina “relevo acústico de la vegetación”. Es decir, no todas las hojas, ramas o frutos emiten su “coloración” sonora con el mismo grado de impulso que provoca una brisa. Esto implica que un bosque tupido, de variadas especies arbóreas, nos permita experimentar estos “relevos” cuando el viento modifica su paso, lo cual va a determinar que la naturaleza arbórea, de algún modo, sea “orquestada” por los vientos.

Manuscritos testimoniales. La invitación a compartir estas exploraciones también me fueron reveladas al acceder a sus cuadernos de apuntes extensamente documentados. Esta información involucraba un catálogo de especies clasificadas por hojas, frutos y ramificaciones, agrupadas de acuerdo a su tamaño, el diseño y peso, en relación a la respuesta sonora producida tanto por una leve brisa, como incluso por un tifón. Palmeras, casuarinas, ceibos, bambúes, fresnos, robles, cipreses, sauces, saucos, talas, tipas, y un mayor número de especies habían sido descritas en detalle, considerando la natural incidencia atmosférica que los vientos provocan sobre la vegetación y su específico comportamiento acústico. A modo de ejemplo —y con pleno consentimiento del director del Jardín Botánico—, publicamos parte de su libreta que acumula innumerables gráficos y notas manuscritas.

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Romero (Rosmarinus Oficinalis) • Vibraciones de extremidades urgentes. • Tallos irmes que mantienen la rigidez frente a la voluptuosidad de los vientos. • Poda urgente para el ingreso de brisas. • Columna de sostenimiento global vibratorio.

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Acacia negra (Gleditsia Triacanthos) • Vainas con semillas de nítido impacto sonoro. • Hojas diminutas en racimos sensibles al viento.

Curupí (Saoium Haematospermum) • Hojas lanceoladas que habilitan giros bruscos de chasquidos esporádicos. • Tallos que producen cruces sonoros en sus extremidades. • Columna que habilita el batimiento general del arbusto.

Un apartado especial merecen las notas de Valla dedicadas al Populus Tremula (Álamo temblón). Árbol identificado en el siglo xviii por el botánico Carlos Linneo y documentado en el Species Plantarum (Linneo, 1753).

Álamo temblón (Populus Trémula) • Hojas de variado tamaño y peso con evidente incidencia sobre su capacidad vibratoria. • Hojas con pecíolos redondos que se baten con poco viento. • Columna mediana con capacidad trémula.

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“Considerado como un árbol mágico, cuyos susurros los magos y chamanes reconocían las voces de los espíritus. Esto se debe en parte al tallo aplanado que induce el temblor y por consiguiente su capacidad de emisión sonora.” “La tradición cristiana dice que la cruz con la que Cristo fue crucificado estuvo hecha de Populus Tremula, y que es por este hecho que el árbol tiembla angustiado por el recuerdo.” “Los montes y los collados levantaran canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso.” (Isaías, c. 55. v. 12) “Cuando la Sagrada Familia se escondió ante la persecución de Herodes, todos los árboles se inclinaron en señal de profundo respeto. Sólo el Álamo permaneció erguido, adoptando una actitud arrogante. Entonces el niño Jesús pasó su mirada sobre el árbol y éste, herido en el corazón, no para de temblar desde entonces” (Wit, 1965, pp. 198-199) “En el otoño se vuelven sus hojas, que siempre tiemblan,” (Parodi, 1987, p. 310)


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Estos hallazgos desataron en el ingeniero elucubraciones que expandieron su campo exploratorio. “Tal es así”, comenta en sus notas el director del botánico, “al fin pueda ahora plantearme concebir una orquesta de arboledas y arbustos, y llevar un tanto más lejos este enfoque en los trabajos: la lutieria vegetal” ¿Cómo procedió Valla entonces? A través de una técnica ampliamente conocida en el mundo de la botánica: los injertos.

Injerto de Glicina (Wisteria Sinensis) y Romero (Rosmarinus Oficinalis).

Injerto de Madreselva (Lonicere Japoncea) y Árbol paragua (Scheflera Actinophilla).

“Imaginemos un único arbusto que produzca de acuerdo a los vientos, emisiones sonoras de múltiples modos, pudiendo controlar mediante injertos de diferentes especies el tamaño, la forma, el peso y la disposición de sus hojas, ramas, frutos y flora. En una palabra”, comenta Valla, “trabajaré en la búsqueda de una [afinación] de brotes. Tal vez podrá considerarse una idea pretenciosa, pero se trata de alcanzar un ajuste botánico de tipo [orquestal], en un mismo arbusto o árbol”.

Oralidad arbórea. La magnitud de estas exploraciones no había concluido allí. Valla extendió sus búsquedas al propio terreno del lenguaje. El desafío entonces abordaba la creación de un abecedario acústico producido por la parquización de un jardín que hablara y que incluso pudiera comprenderse. En ese sentido, el investigador y músico canadiense Murray Schafer argumenta respecto a las posibilidades —próximas a la oralidad— que nos brinda la propia naturaleza acústica de una ráfaga.

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“El viento, al igual que el mar, posee una infinita variedad de vocales. Ambos son sonidos de banda ancha, y en la amplitud de sus frecuencias parecen escucharse otros sonidos, entre ellos voces o susurros” (Schafer, 2013, p. 44).

Estas últimas exploraciones surgieron a partir de la iniciativa de un particular aprendiz que participó junto a Valla a modo de colaboradora voluntaria en el jardín botánico. Estamos refiriéndonos a la actual doctora en fonoaudiología Elisa C., pero no sólo profesional de su disciplina (que “casualmente” involucra la audición), sino también inclinada a una búsqueda más personal. Elisa, habitante del delta, buscó otorgarle una función particular al jardín de su casa llamada Isla Kimera, ubicada en el arroyo Caraguatá. De familia de pioneros originarios del delta profundo en tercera sección, devenidos hoy a la primera región, área más próxima al continente. Elisa convive junto a su marido. Carlos C., de hobby mago. Pero esa ya es otra historia. Cuenta el ingeniero agrónomo que, a partir del momento que Elisa reclama de su colaboración para “dar forma” a su jardín en Kimera, pudo abrir una nueva dimensión de exploraciones vinculadas a sus anteriores búsquedas. “(...) mi anterior colaboradora deseaba producir mediante su jar-

dín, sonidos de voces que terminarían siendo determinantes para su día diario”

(...) “Elisa no se atrevía a abandonar su hogar en el delta si aquello que había

escuchado en su parque, y gracias a la acción de una simple brisa, había sido interpretado en sentido contrapuesto a los objetivos de la jornada”. Comenta además: “Decodificaba voces que los vientos producían en su jardín-abecedario”.

Bosquejo de la casa Isla Kimera, sobre el arroyo Caraguatá.

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Pasado el tiempo, el director del botánico perdió contacto con su ayudante, pero especuló sobre la posibilidad que Elisa haya multiplicado su parquización a diferentes regiones del delta. Una comprobación de esta probable diseminación la podemos ver reflejada en los indicios de un relato de Javier Cófreces y Alberto Muñoz. Ambos autores realizaron una travesía por el delta en canoa, cuando fueron sorprendidos por uno de los supuestos jardines oratorios. A continuación transcribimos fragmentos de este suceso:

“(...) en el monte, percibimos rumores a nuestras espaldas (…) Luego, poco a poco, los susurros cedieron paso a expresiones definitivamente fonéticas, y lo que creímos ventisca se transformó en palabras. (…) Definitivamente, tuvimos que aceptarlo: los árboles estaban hablando. (…) Se trataba de lamentos, gritos, letanías, plegaras, cánticos. (…) Cuando parecían atemperarse los ánimos, reinaba una calma cargada de murmullos y soplos vocálicos que en segundos viraba hacia un crescendo que crispaba por su desafuero. (…) Se trataba de una auténtica turba oral, incontenible, avasallante, compulsiva. (…) el viento atravesaba lo que se ponía delante hasta llegar a nuestros oídos incrédulos. (…) fuimos sorprendidos por aquello que sobrepasaba la ilusión y envolvía el entorno con clamores, estertores, confesiones y declamaciones forestales. Era un embate sórdido pero a la vez majestuoso e inspirado” (Cófreces & Muñoz, 2010, pp. 285-286) Entre los habitantes del delta, también se cuenta —oído al pasar por parte del conductor de la Interisleña—, que los perros sin dueño, quienes abundan y recorren los caminos de sirga , al detectar una probable parquización parlante, huyen, o sencillamente evitan aproximarse a la región, y dan rodeos incomprensibles a los ojos de todo aquel que ignora la existencia de esta variable acústica. Al revisar la totalidad de estos escritos, tanto sobre Valla como de Elisa, me pregunté cuán nóveles eran estas experiencias, interrogantes que Cófreces y Muñoz, luego de aquella incursión en canoa, también se habían hecho. “¿Estábamos participando de un fenómeno único, excepcional de la plenitud arbórea? (…) ¿habría antecedentes de esta particular expresión y simplemente no fue anotada? ¿Habría ocurrido ya cientos o miles de veces y cualquier observador prefirió no dar cuenta del prodigio?” (Ibíd., p. 286) Valla también había advertido que similares enfoques acústicos adoptados por él en sus investigaciones podían ser hallados en descripciones que dan cuenta del efecto causado por la audición del follaje. Transcribo las citas tomadas de su libro de apuntes, que se remontan a mediados del siglo xix y xx: “Para los moradores del bosque, casi cada especie de árbol posee una voz y un rasgo particulares. Cuando pasa la brisa, los abetos sollozan y gimen tan claramente cómo se balancean; el acebo silba mientras lucha contra sí mismo; el fresno sisea en tanto que se agita; el haya susurra al tiempo que sus planas ramas suben y bajan. Mas el invierno, no obstante modificar la nota de estos árboles tras haberles mudado sus hojas, no destruye la individualidad de cada cual” (Hardy, 1903, p. 3.) “Perdí la senda y me extravié (…) el polvo y la oscuridad envolvían en tinieblas profundas los árboles que, como fantasmas, se alzaban de improviso al

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De la oquedad del caracol. acercarme a ellos (…) Hay situaciones en que, según las disposiciones del espíritu, el susurro de una hoja parece una tempestad” (Mansilla, 2006, pp. 284-287) “Por la noche, el viento tenía dos voces: una que penetraba en las alambradas y otra, la de la llanura, que se desgañitaba larga y profundamente” (Mitchell, 1947, p. 141) No es aventurado suponer que un mayor número de botánicos, aprendices o simplemente habitantes atentos a la audición del follaje pudieran haber advertido con anterioridad la dimensión de estos fenómenos. Consideremos que el enfoque implicado en este tipo de audiciones requiere de una escucha que sepa atender a los entornos de otro modo que el habitual, y que a partir de entonces podamos sumergirnos en estos mundos arbóreos, con la vaga esperanza de transformarlos un día en entornos inteligibles.

¶ Agradecimientos. Queremos agradecer a la bibliotecaria —también con cargo emérito— “Babe” Elisabeth E. Almada de L., perteneciente al botánico “Lucien Hauman” y además colaboradora del ingeniero Valla, que nos facilitó la totalidad de los gráficos y los apuntes del director de la renombrada institución.

Referencias. Cófreces, J. & A. Muñoz (2010) Tigre. Buenos Aires: Ediciones en Danza. Hardy, T. (1903) Under the greenwood tree. Londres: s. n. Linneo, C. (1753) Species Plantarum. s. n. Mansilla, L. (2006) Una excursión a los indios ranqueles. Buenos Aires: agebe Mitchell, W. O. (1947) Who has seen the wind? Toronto: s. n. Parodi, L. R. (1987) Enciclopedia Argentina de agricultura y jardinería. Buenos Aires: acme. Schafer, R. M. (2013) El paisaje sonoro y la ainación del mundo. Barcelona: Intermedio. Tarkovski, A. (2002) Esculpir en el tiempo. Madrid: Rialp. Valla, J. J. (1979) Morfología de las plantas superiores. Buenos Aires: Hemisferio Sur. Wit, H. C. (1965) Alverdens planter. La Haya: Chanticler.

236


Siwa. ha sido concebida por la

Audiencia de Confines de la Ciudad de Buenos Aires. in t egr a da por

Salvador Gargiulo, Esther Soto, Christian Kupchik, Héctor Roque-Pitt. Edición de Salvador Gargiulo. Producción de Esther Soto (Ciclo 3) . Cuidado estético a cargo de Aldus De Losa.

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