Diseño y edición: Fabián Muggeri --©Niní Bernardello --Contacto: proyectomdf@gmail.com
OLEAJE
Río Grande 1981/2010
niní bernardello
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colecciรณn que suerte que viniste
Estoy aterida, fetal, muevo la cabeza y una luz rasante me convierte en lobo hambriento. Un vaso de agua, un cubo de cristal con flores y alcohol. Mi cabeza muda mira un paisaje austral arrastrado por albatros heridos. Estoy tendida en una playa helada. Soy en el transparente amanecer del hielo. El 12 de abril me voy a la Tierra del Fuego CosquĂn, marzo 1981
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En un lugar yo fui el revés de la palabra, el acantilado ennegrecido por la noche y la soberbia oscuridad de una boca que deseó y delira.
Si hay una línea en el vacío es aquella que marcará mi ruta, mi destino.
colección que suerte que viniste
Existe un jeroglífico, una fisura cósmica, una mudez convulsionada que destrona al amor y al amante.
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Estampa de rojo nacarado inundando el mar del sueño. Coronada cabeza, astas y espuma sobre una silla solitaria mirando.
La luz de la vela disminuye y recuesta el paisaje en mi mano. Vago entre montañas y casitas de cartón y lata, ¡¿qué decir?!
El cielo se inflama y estalla en llamas, en espuma ácida, en cruces, en sangre.
Sentarme. Nada me consuela; aire trovador emplaza, teje, dibuja y dora las velas y sus jarcias ¡quiero irme!!
Ví en el claustro del sueño mariposas negras agitadas y sin retorno romper la noche con su vuelo en el lugar donde el abismo se abre.
Luminoso néctar en la oscuridad, cabeza caída, venas cortadas, suave tiniebla entre los dedos.
Hipocresía: sentados frente a frente dibujan flechas, ritmos y repiten el discurso ceremonial de quienes se ignoran o detestan. Labran actas, firmas y sellos. En un apretón de manos giran en reverencia sutil mostrando culos y lenguas al inmutable vacío.
¿Quién habló? Subo de rodillas por una inscripción secreta. Cada signo que toco hiere mi carne. Algo aúlla despavorido. Aullamos todos.
Dame tu casa, dame tu alma ¿Decía la verdad o engañaba la mantis con sus oráculos? Ella nos engañaba también. Entre los vapores de la grieta consolaba al corazón anhelante con la ambigüedad de sus hexámetros. Dame tu casa, dame tu alma.
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El amor tiene benjuí en el centro de su copa. Encerrado en un círculo un verano antiguo une todos los veranos y galvaniza en la piel la huella de tu mirada. Un hermano es una flor inconciente adherida al pecho. Uno no sabe que lleva ahí, confía desmesuradamente por los lazos de sangre. Confía y sucede tantas veces que lo que creíamos amor es sierpe, escorpión oculto.
¿ Qué sentido cobrará la primera imagen después de la muerte?
La ley ordena el mundo y el ensueño lo transgrede.
Nada. Puso un huevo la nada, está caliente y cobra vida.
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Zambullida en mi río soy el mapa transparente que lleva mi cuerpo al rumoroso canal maestro donde navega la muerte.
Aprieta el rombo del cielo como un diamante plano contra tus deseos en llamas.
Mañana turquesa, enjambre sonoro de aquel paisaje de montañas que no quiere morir. Brizna, brisa. agua, remando de mi llegué hasta el corazón de la ciénaga y ardí en la sangre del verano.
La casa es cuerpo, hueso honorario, mixtura salvaje en el despertar de cada día.
Encuentro en el solar del hambre un rústico reflejo, expansión de lo injusto sobre el pecho.
Tengo en una de las habitaciones de mi casa una joya antigua, rectangular, pulida sin exceso. Ostenta divisiones irregulares y delgadas. En ella viven cientos de facetas pequeñas, horizontales, verticales, algunas levemente oblicuas. Pueden desaparecer, mudar de lugar, dejar pequeños o enormes vacíos entre sí. Es mutable como un hexagrama, sus colores infinitos, su resplandor indeciso, indescifrable. Puro objeto de contemplación, joya antigua: biblos, biblioteca.
¡ Dioscuros! hermanos helados en el mapa celeste. Diáfano lazo del impulso de abrazar primero y pensar después.
Siento en mi el vestigio de culturas flotantes, a raya sobre el abismo, masa de aguas antiguas, lustrales, bendiciéndome.
¡Cuánta crueldad y ternura, cuánta desesperación, poderío y desamparo a la vez se vislumbra en las mitologías agrarias! Fue allí, en el espacio transfigurado por la inseguridad y el miedo donde hallé el lazo invisible que unió a mi madre con ese sistema de sostén y de orden mágico para protegerse de la intemperie del mundo. Ella, como las sacerdotisas de la Diosa madre cretense, bebía sangre de toro. Me lo contó un día, asombrada de ella misma, por haber obedecido tan extraño mandato. Su madre, heredera a su vez de ritos ancestrales, suplantó la leche como alimento por la sangre, aduciendo que esa sustancia la fortalecería en tiempos de miseria. El sol distiende su aroma en la playa y trae su espuma irritada el mar. Todo cae, se desploma en una boca oscura, deshabitada. El viento arrastra vidrios rotos de colores encendidos por la luz diurna. No arriesgo la voz. Sentada en mi pecho un esfinge susurra un secreto: es imposible el amor.
He dejado de ser. Todo el metal pulido, la red de seda, la piel quemada, tu sombra, el agua del río esmeralda. Sólo soy en la ceniza del paisaje serrano.
Balbuceo y ruedo. Verónica inútil. No arena sino pozo. Callada, encerrada en una gruta espío el mundo, transcribo algunos datos. Siempre diapasón y ortiga, un ramalazo de agua helada, la cortina que cae de golpe sobre la cabeza oscureciéndolo todo. Alargo la mano y toco una imagen, un color, una voz
¿Qué vendaval arrasó mi vida? ¿Qué dolor me instaló en la nada?
El trabajo como producto del amor y del azar. Del azar entendido como corriente subterránea del amor trayendo a nuestro quehacer la sorpresa, lo inesperado.
Ya no, ya nunca ofreceré una voz inocente. Sigo en mi bolsa de arpillera corriendo en sueños una carrera de embolsados pretendiendo ganar. Mente de momia, ¿adónde vas, adónde irás?
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El lápiz inscribe rayando un rostro en la oscuridad, frotando las tinieblas con pasión guiada por una mano huérfana: la mía. Bosqueja rostros y busca el tuyo entre líneas y luces rasgadas, borradas y vueltas a comenzar. El papel se rompe por la insistencia del arduo trabajo y el vacío me devora.
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¿Importa ser testigos de tanta maldad, importa ser un dedo acusador, tener los pies en lo causal, en la histórica razón de ser y morir por otros? Importa.
Nado en las aguas del mito griego y siempre hay una marea alta que me arroja al patio de mi casa en el valle serrano. Estoy otra vez bajo la vid, bajo el radiante sol y te veo, madre, mirando el cielo y orando en silencio.
Me diste un ungüento para decidir mi cuerpo, un cuerpo con estrella en ausencia boyando a la deriva en la corriente del mundo, madre.
Contraiga mi vida su arrope cuando bosteza el atardecer sobre la boca del abismo. En una resolución fatal se cierra la garganta y amanece igual de lila, sin gorriones ni algarrobos. Escondo bajo la sal mi voz. Soy un repliegue temporal, naufragio de un desborde carnal.
Precioso relicario de plata, serpientes resplandeciendo en la bruma del recuerdo. ¿A qué lugar me llevan estas piernas? Piernas sangrantes caminando lo no caminado, ruta del repliegue. Las iguanas huyen entre las piedras calientes y el rayo cae incendiando la montaña.
Padre: dame tu augurio. Escapé para no llegar a lado alguno. ¿O si? Llegué hasta aquí, a la tierra del silencio, fuego pertinaz horadando el cielo. Columna atroz, puro emblema del amor indescifrable y condenado.
Acude a mi mirada tu mirada de perro bueno; acuda a mi el santo favor, la enternecida súplica, el bálsamo de la mano sobre tu mano. Acuda a mi el corazón ajeno, hazte uno conmigo, con el otro, con el que se va y con el que viene. Acuda a mi la razón para entender un siglo de cristales rotos y de sangre amiga quemada, de sangre derramada sin cauce que invade cada mañana y la derrota.
Caminé noches y días hasta llegar a mi casa. Crucé pequeñas ciudades brasileras, puentes, bosques y montañas y corrí a tus brazos, madre, para abandonarte. Y volví a caminar ciudades y desiertos, me cubrí de arenas y de lluvias, dejé tu casa y tus oraciones y llegué hasta donde todo hijo, hija, llega, al inmenso mar que baña mis sábanas y convierte en sal los besos. No quiero perderme en la blancura de tu leche, el manto nacarado de una madonna cubre los ojos y asumo el pavor de ser tu vientre, el fluir conocido de tu sangre, el sabor de tus besos, la noche cósmica del hombre entre tus piernas, yo y tres en una santísima trinidad. Abrete Mar, ábrete tumba del amor, yo en dos, tres en uno, Trinidad bañada en sangre y tibia leche de agua azulina mojando tus pechos desnudos y el vello del hombre dormido en tu fluir. Isla madre canta un despertar, el desesperado canto de la hija que entró a la caverna,al hueco submarino de la vida, cuchillo y vaina, el asesinato pródigo y el grito que sólo escuchan íconos de niebla. Háblame, háblame, háblenme extensiones de lienzos donde fuimos dos y tres en el instante del gozo, un punto de oro fluyendo hacia la vida y el nombre. Háblame Diosa, yo estuve allí descansando del abrazo del amor enloquecido de hombre-mujer/yo en mi interior/en el negativo de la sangre/ negra-blanca/ojos blancos/corazón negro/sábanas negras/ leche blanca y un mar negro encerrando tu cuerpo blanco. Vientre negro yo en mi barca remando hacia el sagrado altar veneciano. Me esperaban orfebres y artesanos, un color de tiza lila sobre los labios, árboles transparentes. Soy tres en una que escribe, dibuja y espera redención a punta de cuchillo. Desintégrame Trinidad como un objeto milenario al contacto de la luz. Déjame descansar, soy una criatura cruzando el mar, llegando a una isla invocada desde siglos: la Cola del Dragón de la Tierra del Fuego.
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Como los renglones que delicadamente armaba mi perro en el umbral de mi casa, así escribiría. Con palabras no. Imitándolo buscaría una piedra y otra, un resorte, un alambre gastado, un trozo de madera quemada, un guante extraviado, deshechos cerámicos. Colocados uno al lado de otro obrarían como un alfabeto extraño, completo en su delirio, preciso en su deseo, una escritura diferente. ¿Incluiría un símbolo a cada objeto? Creo que no. Negación total. Adhesión a un palpitar de otro mundo, gestos tan sólo. Dones del espíritu.
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El calendario gira. Fui reina de los animales, reina de los Cielos, Diosa, fui princesa y desposé a mi hermano. Regí la simiente del poder, leí entre los vapores de la oscura grieta. Trasvertida en luz de luna, azogue, soy espejo y en el espejo mis ojos comienzan a hundirse, tienen otra mirada ahora, los siento entrecerrados, colocados atrás, muy lejos de mi. Miran desde un horizonte infinito y atávico como si todos los ojos del mundo estuvieran en mi, mirando. Tan sólo una flor arqueada a punto de caer como un leve imperio, mi escritura.
Una mujer sin cabeza escribe y trata de hablar de su estética. En su plato de almíbar se abre la luna llena, la misma que ilumina con luz irreal el borde de estas aguas atlánticas don de se mece mi escritura anárquica.
Griego es el verbo que ora, color blanco oro puro, profundo, como la palabra del tapiz que oculta la pena insoportable. El texto surge como de la araña su tela mágica. Función milagrosa: ver dibujarse en la superficie un punto opaco y abrirse en flor su corazón secreto.
En la demora de las nubes sobre tu lengua veo el porvenir.
Es deseo, impulso ignoto. Un centinela deja en las palabras un dogma preciado; al tomarlo recibo la desmesura del amanecer con una sonrisa desconocida. ¡Tilos! Masa secreta de vegetación original donde nacen el deseo y la pena. El sonido vibrátil de sus hojitas dulces me sumen en un orden soberbio. Aguardo una visita inesperada.
Estremece tu manto y cierra los ojos, el crimen sigue en escena, el muerto se expone, lo consume el sol y las miradas, nadie testimonia. La realidad se percibe en cruz, en circunfleja comba, en diagonal negra.
El paisaje estaba rojo, rojo, pintado de sangre clara, de niños asesinados.
Afuera la opaca luz describe una turbina plateada, viruta cófrade de una tierra de muerte. Instante de la horca.
Somos perros apaleados por la pérdida de una temblor vital.
Una caja de tormentas o un espejo negro es la mente que en silencio aguarda los pasos de la muerte.
Estampado en su sello, alguien anunció la edad nueva: la que trae espadas y baldes de sangre. Mirada del muerto: te ofrezco mi anhelo.
Sobre el mundo un aroma de cenizas, blancura febril sobre el pelaje de quien sea. La mano del muerto sobre el mundo escribe: no matarás.
Aflora el destino cuando al navegar algo opone su fuerza. Todo se cumple, aún lo más terrible, o lo más terrible se cumple porque has bogado tranquilo?
Mi pensamiento vuela. Regresa a mi de la boca de una diosa muerta. El laberinto y la soledad coinciden en la desesperanza y la desolación. En el fondo de los dos hay un espejo que nos interroga. Como un río vertical, agua recta, flecha o mástil, sin salir de la rueda infinita que gira a babor, va mi cuerpo. Todo cambia, retrocede hasta una cúpula de vivo carmesí. Clara incumbencia del que ama y pena, capaz de perdón y de llanto.
Ensamble de arco y texto. Así llora quien escribe con sus pies mojados en el río inconteniblemente amado de su vida.
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Transida, atravesada por una voz que me une a antesalas refractadas en paciente rememoración, canto. Si fuera otra entraría en la vibración de un relato contado alrededor del fuego bajo las estrellas. Isis trama su luna y yo no entiendo qué letra imprimirá en mi pulgar su destello.
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Lengua sedienta, de la llaga de tu herida, como gotas de sangre, las palabras caen.
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Si toco mi pecho se abre el mar pero no hallo allí mi sangre, sólo una canción y el amor como un tridente dorado atravesándome. Instante de luz en la comba del hueso. Extendida sobre mi entramos la una en la otra como dos paisajes incandescentes hasta convertirnos en plena luna sobre el mundo El agua clara del río que ya no veo, que ya no bebo, produce en mi una exaltación órfica, indecible. Pruebo la tarde, lamo su luz y trago la matriz estremecedora de la noche. Las aguas límpidas de un río cualquiera son espejo, soporte alcalino de un ritmo estelar de leche derramándose. Pintar es ingresar a un espacio invisible, alcanzar un imposible, es un esfuerzo en la oscuridad hasta lograr que la imagen mental se revele. Cae ceniza de tu imagen bruñida, ídolo, virgen, madonna. Ahora todo es ceniza, cenizas de días amados, montoncito gris lechoso, prisión del alma sobre las noches. Venga, venga a mi el satén de tu delirio, brillo que ciega, retrocede mi rostro hacia el tuyo, animal vivo encerrado en mi respiración. Duerme en mi una enorme serpiente, bocanada de sueño esparciendo su locura en una piel que no respira y sabe que aumenta la implosión de un desastre arterial. Reducida a un cuadrado pequeño, mi ciudad serrana es y fue un alveolo sagrado con sus dos espacios unidos en oposición: bendito-maldito.
Contra la crecida de un rĂo nado oblicua, angular, espiralada, nado contra la corriente, trago espuma, espinas, flores, plumas golpeĂĄndome contra muebles destruidos, sillas, camas, cuadros, ropas, nado vigorosamente en la inesperada crecida del rĂo y caigo sola hacia la nada con mis cosas y mi casa.
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Me duele la imagen que asciende cuando hablo, cuando no hablo y el pensamiento acorralado estalla como un vidrio.
Mis días tienen espesor de laberinto.
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Mural hallado: así llamé a una larga y angosta pared construida hacia el mar. Manos anónimas pintaron palabras, denuncias, pegaron panfletos, dejaron manchas, marcas, señales que el tiempo transformó en una masa azulviolácea que a lo lejos semeja una nube cristalizada descansando sobre la playa.
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/Rodar de una boca a la otra/esfera de plumas blancas/trans misión del poder mágico/de mi boca a la tuya/viaja un hálito/ un pudor/que no deja hablar/ (magia selknam)
El aire engendró nítidas láminas grabadas. Pude, sin esfuerzo, traducirlas al ajó cuaternario que deshoja el día, lastimándome.
Un libro de tapas negras y toda mi escritura allí, aguas negras y letras blancas, trama acuática renacida en la arena, poesía.
El arte es como la religión: una cuestión de fe y el constante hacer, la oración repetida. Desgaja la estética su ramo de lágrimas, un terrón deseado contra un soporte blanco y el dolor cayendo sobre líneas agudas, de punta de vidrio, de carbón o lápiz, papel osado, abierto a un horizonte oscuro, allí, donde las nubes descienden en bocanadas violáceas sobre el fin del mundo. A mis pies quedo tendida mirando el vacío inconcluso del habla.
Vemos la piedra negra atravesada por líneas blancas, asombrosas en su pureza formal. Piedras máscaras, cientos de ellas arrojadas a la playa atlántica. Diminutas máscaras. Piedra y mito abriéndonos el corazón de su relato mítico.
Años uniendo la nieve al sol, el agua dorada del río al plano gris del páramo y no llegar, no llegar nunca. En el borde de la estepa fueguina un viajero creyó ver en el movimiento de los guanacos el vaivén de las palmeras de Egipto, o, un gran espejo solar en el horizonte encendido. Alucinación o realidad fundidos en la misma desolación ambiental en la vivo. Dicen que Dios tuvo su residencia detrás de las estrellas. En ese tiempo primordial no se conocía la muerte, viejos, los hombres caían en un sueño letárgico y rejuvenecían. Al no querer despertar se transformaban en pájaros o en montañas. Las mujeres también soñaron y fueron agua, luna, reina de los cielos, diosas al olvido relegadas. ¿Por qué te niegas Diosa y huyes abarcando la sombra de la palabra que no llega?
La filosofía nos acuna y describe paso a paso el camino que va de la nada a Dios y de Dios a la nada.
Soy testigo de un tiempo inmerso en el lujo digital que anestesia embelleciendo el horror.
¿Qué extrañeza lleva el rumor del agua cuando pasa el poema ignorado entre marañas de fibra óptica?
Si el manuscrito es tentar a la sangre a fluir, reptar hasta la superficie y allí cantar, escribir digitalmente ¿supone otra sangre, otra piel?.
Enmienda fatal de mi letra, desorden de un pulso que perdió el ritmo y repite lo escrito hasta el borrón, la mancha , la desesperación.
Desvelada escarbo un balbuceo que incita a la momia a revelarse en miniaturas mágicas.
Un ritual: descubrir la sección de oro en el endecasílabo sáfico acentuado en la cuarta y en la octava sílaba.
La escritura es un mar, el corazón la barca que atraviesa un oleaje de pavor histórico He bebido cerveza negra, fue como beber un corazón negro, las estrellas cayeron en mi copa y pude ser por un instante muchas madres con sus hijos muertos en brazos.
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Miniaturas de oro, mi mano las retiene. Son las mismas que un día contuvieron la arcilla que configuró réplicas de un quehacer antiguo, maternal.
Recorrí el agua salada de este mar atlántico como si fuera una llanura de espejos y espumas tratando de hallar una porción del habla mítica del mundo.
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Hice la señal de la cruz como me enseñaste sobre el rostro del amor representado y habló, pero su palabra, como un oráculo, rechazo mi deseo.
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El brote verde sobre la sangre se abre dulce otra vez sobre la tierra !Septiembre!!
Por mi voy, por mi vengo; arriba del carro soy déspota, abajo me acusa el dedo del magistrado.
¿Qué es la poesía sino lo que trasmigra tangencialmente de sentido?
A veces quisiera escribir sobre Mandarke, pero primero tengo que olvidarlo todo, recoger tu capa de seda negra y el temblor de tus manos en el gesto mágico y ¡¡¡¡shatt!!!! : qué yo sea otra.
La vida trascurre en la boca de un cocodrilo sagrado.
Pura descarga azul del cielo. Voz quebrada de sal y arenas. Un poema absurdo se cierra ante vos como los ojos de la tarde. Tocador y frutas, despeinada froto el aire con mis cabellos donde crece el paisaje serrano con su luna bendita. Veo allí a la madre entre tréboles y estrellas acompañar a la hija hasta el límite del sol.
Planos inclinados del relato mítico doblados en mi sangre rebaten sus líneas que amenazan con arrebatar mi mente que detenida, crece.
No puedo arriesgar palabra alguna, un sonido más porque me devora, inflamada, tu lengua.
¿Qué dice esta escritura errática que no sabe ya dibujar letra y sentido?
Dormida pienso en la poesía como resguardo y rescate. De noche sube a mi un espacio doble de dialogo constante.
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La poesía es el hueco de un sello real, la sombra de una esfinge viva, la luz de un eclipse total.
Un zumbido de abejas es telón sonoro de mi sueño, un espejo de sal desplegando tu nombre, aquí en los labios.
Algunos artistas han reflexionado tanto sobre el arte que llenaron de sillas museos y salas de exhibición esperando una respuesta.
A mis espaldas canta una torcaza, y otra, y otra. Entro a un sótano como a un corazón helado, calma, me digo, clama lejos la verde santidad.
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Intacta como la rosa entre los vendajes del faraón niño, intacta está mi casa perdida. Sin descanso entro y salgo de ella.
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Pintar sobre aguas del mar, sobre estrellas, sobre hielo antártico. Pintar sobre nieve, pintar un verano encerrado en la mente. Un océano de mercurio y soledad. Allí vive la pintura, un nido de color, la mudez, el cuchillo que empecinado inserta en el papel sangre pura.
Poesía, hablar con alguien invisible engarzado a un vocabulario de arena y música.
Despierta en el espejo de tu ojo voraz, de prédica perdida, piedras pulidas, ablación.
Poesía, la imagen destella entre la nada y la palabra.
Días de lluvia interminable, oscuros, vida que se va en un silencio medieval, de celibato fúnebre.
Cerebro áspid: desconfía por igual del que da y del que recibe.
Traducir siempre: de la tiniebla a la luz, del ovillo al bordado, del caos al orden.
La angustia se congela y un sabio desdén describe y objetiva la realidad.
Bocanada del fin del mundo, estoy aquí, testigo del banquete, ahora vulgar, de devorar sin piedad al hermano.
Me acompaña un rumor que crece, no es palabra, es un tono menor. Quiero hablar pero es más grande la nada, la plancha de un gigantesco tedio me hunde.
Poemas deshojados como cadáveres, cadáveres deshojados como poemas.
Cúspide atroz de la vanidad del libro de cenizas volando en el viento fueguino.
Calcaré un poema palabra por palabra hiriendo el orgullo del autor pero cuidaré de mezclar mi llanto al fervor ajeno.
Diminuta boca sobre el mar/se impregna de sales y de cantos/ofertorio oculto entre las olas/cayendo sobre la playa/como mi boca sobre tus labios.
Aquí fue que tuve la revelación de un tigre hablante. Corrigió mis días y de un zarpazo me dejó sin corazón.
Nunca pude armar un dodecaedro, una historia, un talismán. Sostuve sueños, palabras y sonidos que dejaron en mi, como flechas de luz, códigos y respuestas inaudibles. Adulta dejé que me abandonen las riendas de un saber entrecortado. Qué lejos el aroma, qué cerca el brillo; cerca y lejos. Tu rostro inflama el arte de los días. Puedo unir pieza por pieza aquel cofre y de su amalgama perfecta atesorar lo que aguarda resquebrajándose en el horizonte.
Trabaja y trabaja sobre piedras, sobre el corazón palpitante, sobre el papel o la piel, trabaja me digo inútilmente.
Hay memoria de la imagen, imágenes que la emoción bombea intermitentemente sin bordes, remotas, confusas, prefiguraciones que la poesía traduce. Son balbuceo, sonidos, repliegues, ese rumor anterior al trabajo disciplinado de la escritura. Es razón irrazonada de lo vivido.
¡Tanta emoción me digo y tan sólo dibujo una línea temblorosa, violeta, descendente!
Pintar es ingresar a un espacio invisible, alcanzar un imposible, es un esfuerzo en la oscuridad hasta lograr que la imagen mental se revele.
El paisaje urbano es virtual anatema cobijado como sierpe en la comisura amenazante de todos los días.
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Letra y hueco unidos, letra y vacío abrazados, letra y dolor penando. ¿Acaso sabés cuál es tu recuerdo más intenso, ese inolvidable, el que respira y respira sin descanso en el fondo de la sangre? Lápida pulida es el corazón a veces. Anidan dentro palabras y remordimientos y un anhelo febril que debate su historia de pasión frustrada.
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Viñetas de errores plasma mi letra hurgando en la nada en precario modo de contener la vida que no fue.
A veces creo hablar como si fuera un animal selvático, con gruñidos y gestos en espejos empañados o sumergida en una mudez confusa.
Deja a la diosa correr, déjala abrir sus velos, apasionarse dormida y caer feliz en tu escritura demorada.
Enmienda fatal de mi letra, desorden de un pulso que perdió el ritmo y repite lo escrito hasta el borrón, la mancha, la desesperación.
Celestial renglón de luz, allí escribo de mi lo que temo, lo que torna al día en su pavor, su espanto.
Eternas invencibles flores de plástico, muralla colorida y enmarañada de sus cintas y velas, sus cruces y escapularios aromáticos, visón de aguas, dulzura serrana, incaica, mía.
Hacia las sierras, hacia esa ondulación precisa del azul más suave, alumbrada por el borde de tu dedo irreal, huyo.
Figura extraña esta de escribir fechas anticipadas. Un juego de la oca abierto a un conjuro secreto. Figura mortal de la madre que augura lo que dibuja en el aire el destino de sus hijos.
Negra espuma es la tarima rota donde pie y envidia ordenan un teatro sin actores, sólo odio contenido detrás de las máscaras de oro.
Desafía corazón lo que temes, vuelve a mí con rústica manía de poeta a cantar aquello que no fue tuyo, que nunca lo será.
Se enmascara el dolor, aprende un abecedario de tachas y de cruces, raspones afiebrados sobre el metal de agua ácida donde trascribo mi nombre. ¿Qué palabra húmeda y temida florece en la oscuridad del sueño? En el arte no hay experiencia, hay salto mortal. Zozobra permanente, duda, en los intercisos vacíos vive la poesía. Errabunda voz, ¿cómo salvarte de un océano sin eje? Rumor en el basural sacro de la vida nómade, te absorbo agotada en tu sudor oscuro. Nuestro arte fueguino es un gesto heroico en el diluvio artístico contemporáneo. Sin escribir, sin escritura soy lápida. Como la poesía el cielo es un plano profundo. Inclinación del deseo en dirección fatal hacia mi corazón, tu mirada. Me quedé sola bajo tu sombra de animal bello, demasiado bello. Es mi Noche. Quebré poemas en círculos pequeños, en ellos adherí tu marca y en cada círculo mi sangre absorbió lunas escritas en la penumbra del alba.
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