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Miguel Manrique

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Tejiendo Cultura

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» Entre La Fotografia Y La Composicion.

No sé porque razón muchos de sus amigos lo llaman “El maligno” si Migue lo que refleja es alegría y sencillez, sobre eso no le pregunté, decidí quedarme con la incógnita hasta la próxima visita.

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Miguel Enrique Manrique Barras nació en San Jacinto Bolívar el 26 de diciembre de 1946. Recuerda que inició su vida artística a la edad de seis años cuando aprendió a tocar la armónica (violina) y con ella sacarle nota a todo tipo de canciones. No recuerda exactamente a qué edad comenzó a escribir, lo que si afirma con certeza es que inició desde muy niño.

—Lo que pasa era que no sabía que lo que escribía eran canciones —afirma entre carcajadas—, pero cuando tuve noción, sí trataba de rimar y llevar la musicalidad. Claro que escribía cumbias, vallenatos, boleros, rancheras y todo lo que por esa época se escuchaba. Más tarde mi padre, Luis Hernando Manrique Pinto, me enseñó a tocar el tiple de doce cuerdas y, afiebrado con el instrumento, me ponía a tocar y cantar mis propias canciones en cualquier esquina. En esas andanzas me topé con Andrés Landero, quien me invitó a su casa. Estaba haciendo cumbias y me pidió que lo ayudara. Fue este insigne maestro de nuestro terruño quien me grabó mi primera canción (amor sincero) en ritmo de paseo, la cual se convirtió en un éxito a nivel regional. Este tema fue interpretado por Adolfo Pacheco y diferentes agrupaciones en cuanto toque hacían por cualquier parte.

» Mi padre al ver mi interés por la música, me compró una melódica, un instrumento de notas lindas, parecido a un piano, pero se toca soplado y ahí arranqué a componer canciones. Creo, no llevo bien la cuenta, que son más de trecientas, de las cuales me han grabado 68.

Migue hace un paréntesis y, mirando por la ventana, ve pasar a una mujer joven; la llama y le avisa que ya tiene las fotos listas y me dice entre sonrisa y tristeza:

—Claro que si no es por este oficio me hubiera muerto de hambre. A la fotografía le debo todo lo poco que tengo.

—Migue es que tú eres un artista de doble oficio, porque la fotografía también es un arte.

—De eso he vivido siempre. La música es un hobby, una enfermedad que disfruto. Pero ¿sabes algo? Son compatibles. A los festivales que he asistido me llevo mi cámara y comienzo a sacar y vender fotos. Gane o pierda en los concursos musicales, con la foto siempre gano. Eso también lo heredé de mi padre. Tenía un laboratorio fotográfico a blanco y negro dotado con todos los juguetes. Hacíamos toda clase de trabajos, montajes, ampliaciones, reducciones, etc. Hermano, Westo de la música en cierto punto decepciona. No da para vivir. Por eso a los dieciocho años me fui para Bogotá e ingresé a la escuela de infantería, donde me enrolé como contraguerrilla, pero el que nace para policía del cielo le cae el fusil. Hicieron un concurso entre más de trescientos soldados para crear el himno de la escuela de infantería y me lo gané. Ese himno que hasta hoy está vigente, es de mi autoría —Dice evocando esos tiempos.

»Cuando terminé mi vida militar —Prosigue Miguel—regresé a San Jacinto y comencé otra vez a moverme entre la música y la fotografía. Armamos un dueto con Adolfo Pacheco y amenizábamos parrandas, matrimonios, fiestas sociales de todo orden, pero nuestro fuerte eran las serenatas. Así nos dimos a conocer. También continué muy cercano al maestro Landero; éramos unos pelaos y en una de las parrandas que tocábamos para los ricos, salimos de malas por un desacuerdo y duramos un poco de tiempo sin hablarnos, pero en otra parranda los amigos nos hicieron abrazar y besar: la amistad duró desde entonces hasta que Dios lo necesitó.

Es común ver en las calles del pueblo a Migue con su cámara al hombro, repartiendo las fotografías que toma. Con orgullo dice que las cámaras modernas y los celulares de alta definición no lo han podido reemplazar. Es un hombre jocoso. Todo mundo lo conoce; claro, tiene su genio, dice sonrojado. Con esa misma jocosidad compone muchas de sus canciones, las cuales interpreta en parrandas y corrillos atestados de gente o de soledad, dependiendo la época.

Migue se levanta de su silla, toma una bocanada de aire. Son las doce y veinte del medio dia, la sala de su casa está invadida de la sazón del almuerzo. Se pierde por un instante, luego reaparece con un álbum lleno de fotografías y recortes de prensa.

—Este es Fernando Meneses —me dice— aquí estoy con Roberto Calderón. Este es Gustavo Gutiérrez. En otras está con el maestro Andrés y Adolfo, con Roy Rodríguez, etc.

—¿Y ese señor quién es? —le pregunté al verlo abrazado con un señor delgado de gafas. Volvió a reír y me dijo orgulloso:

—¡La maricuyá! Nada más y nada menos que Lucho Bermúdez.

—¿Te has codeado con los mejores?

—Así es —Contestó—, me doy el lujo de ser el único compositor que se ha ganado ocho festivales diferentes. He obtenido quince veces el segundo lugar y como veinte veces el tercer puesto. Me han grabado varias agrupaciones a nivel profesional. Actualmente estoy nominado al premio Grammy Latino con la cumbia “tengo amores con la gaita”, y estoy concursando en un evento de canciones campesinas con un tema que se titula “mi abuelo y su vieja gaita”. Ahora después de viejo estoy componiendo más. No paro de escribir. Es que tengo más tiempo para dedicarle.

Miguel Manrique es un hombre polifacético. Sigue componiendo canciones y captando momentos de la vida con su cámara fotográfica. Es socio de Sayco desde hace treinta años. En 1976 fue el compositor del año y muestra con orgullo su trofeo: una pesada lira de oro, que es de cobre, pero tiene un valor moral y cultural enorme. También señala docenas de galardones y menciones de honor, entregadas por diferentes personalidades y eventos.

«Y todavía hay mucha tela por cortar», dice mientras cerramos la conversación.

Escrito por:

Freddy Castro Pérez

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