Fabio Lozano Uribe
En balsa por los rĂos de Wyoming
Haces sombra De miércoles de ceniza, soy el miércoles. El pico más alto de la montaña rusa. Divido. Conquisto. El vaivén se me da. Cuando me acerco ya me estoy alejando. Tú lo sabes. A veces no casamos. Nos vendría bien dormir sobre el mismo lado. En cuanto a tus vidas paralelas, me cuesta trabajo cerrar la persiana. Ni arriba ni abajo. Ni mucha luz ni poca. Ni los ojos muy abiertos, ni muy atento a tus itinerarios. Estoy esperando a que te canses, en mi barca, solo, entre la escasez y la subienda. Somos de distinta corteza. Yo dejo que los niños recuesten sus bicicletas y que las hojas secas caigan los domingos. En cambio tú, indistintamente, entre la vera del camino y los jardines palaciegos, haces sombra y la alargas a tu antojo. Eres la ceniza.
Equivalencias Debería existir un protocolo. Cuando te dejan de amar por la tarde y por la mañana eras horizonte. Debería existir, al menos, un orden de acontecimientos. Una secuencia de acciones después de las cuales nada es excusable. Asimismo, la pena de muerte debería estar contemplada. Poco importa si me matas y el asesinato queda impune. Pero si me dejas de querer, la cama por cárcel es la mínima pena y el desenfado agravante punitivo. La policía debería perseguir, primero, el desamor, lo demás son males necesarios. Las cárceles deberían tener, como los hospitales, un almacencito donde vendan oreritos y tarjetas. En n, te hubiera creído una mentira. La verdad me llena de dudas. No puedo vaciarme de ti a un ritmo distinto del que me fuiste llenando. Que el oasis sobreviva, es posible, pero no su estanque. Las caravanas pasarán de largo. Al menos a los leprosos les dejan ropa y comida en los escampaderos.
Cruce de palabras Fueron varios los geógrafos que señalaron las fronteras de tu cuerpo. Varios los meteorólogos que pintaron nubecitas y solecitos al sudeste de tu pelo. Era la época de las deniciones. Logramos, por lo menos, una elongación equidistante entre verbos y adjetivos, aunque el tiempo no nos alcanzó para leer juntos a Humberto Eco o a Pessoa. Hoy me traes guirnaldas coloridas. Y no entiendo que haces, aquí, en mi ocina mostrando tus calcetines oreados y con un bronceador entre el bolsillo de los bluyines. Te veo y me pregunto: ¿adónde fueron a parar las controversias de la última hora que pasamos juntos; adónde las enmendaduras anotadas en esfero rojo? Siéntate. Déjame abrir las ventanas. Déjame verte de nuevo, a la luz de estos últimos cuatro meses sin ti. ¿Qué barbarie se avecina? Pienso… y, entonces, cruzas las piernas y abres una chocolatina Jet. Me cuentas de Susana y de Gómez el experto en vinos. Adelaida no ha vuelto por tu casa y es normal ella nos presentó para siempre. Me lo dijo en la secundaria: “Te voy a presentar una niña para siempre”. Se tomó su tiempo pero te encontró. En el barullo de una reunión de Alcohólicos Anónimos, presa del desahucio, lavada en gelatina, con imanes de nevera en el vientre y llevando un acantilado por cartera, pero te encontró y aquí estás de nuevo buscando la palabra: siempre, en otro diccionario.
Palos de Moguer Me hubiera gustado conocer a Modigliani. Me hubiera gustado invitarlo a desayunar y mirarlo a través de un vaso de agua. Pero no! Hoy me levanté y pensé que mejor ponerle Modigliani a un vino de esos que se toman de tardecita, a la vuelta de la esquina. Donde Néstor, por ejemplo, su cava es lúcida y nuevos nombres para nuevos vinos, son siempre bienvenidos. Aunque imagino que descorchar pintores no debe ser su fuerte, como ablandar putas o maravillar subalternos. Donde Néstor ¡y no se diga más! Allá, por lo menos, hay mujeres que sueltan las amarras sin mosquearse, sin ninguna clase de escrutinio. Y, que importa el nombre del vino, pienso mientras abro las cortinas, puedo hacerme pasar por un pintor ocasional que sea un experto adulador de mujeres. Que las pinte, o no, es lo de menos, basta repetir una secuencia pendular que las arrastre al borde de la cama. Es el que no logra tales artilugios, comunes a toda la raza planetaria, el que no tiene más remedio que pintarlas, o versicarlas, o construirles un palacio –se ha visto– subyace en todo caso, abrazada al lienzo, al silogismo o la argamasa: ¡la impotencia! En todo caso, no hay manera de invitar a Carolina y dejar de prometerle un verso.
Nada se perdió Qué importa que el mundo sea ancho y ajeno, igual cruzas la esquina y te pierdo el rastro. Si te devuelves por las llaves, esa milimétrica ausencia se va sumando a las demás hasta que un día el universo no te devuelve millas sino un olvido grande y aparatoso que te inmoviliza. Miro el cajón donde puse las boletas del teatro al que no fuimos, la noche anterior a las excusas que no diste. Las guardo porque me ayudan a no perder las páginas de los libros, como la foto en la que no apareces del paseo a Cajicá y el volante de la promoción de pizza que no pedimos. Contigo, en realidad, nada se perdió porque descuidaron las ruletas. Las chas siguen una sobre otra, en morritos de colores que yacen, ahí, sin brillo. El señor que quiere hacer trampa está pensando seriamente en irse a dormir. No hay ni siquiera apuestas en las carreras. Botafogo y Quitasueño están tratando de voltear una caneca mientras tanto, al otro lado de la ciudad, los galgos mueren de inanición. Las grandes corporaciones, dice el noticiero, han dejado de invertir en Las Vegas. De nada sirve madrugar porque la caña de pescar no tiene anzuelo. Además, las botas saltacharcos tienen huecos. Te propongo que, ahora, sigamos con la estrategia de acumular olvidos, hasta que por nuestro adentro y nuestro afuera no respondan en las lavanderías. ¿Quién sabe? Puede que seas una de esas personas que pasea en balsa por los ríos de Wyoming.
Todo suma uno y nada resta cero Recordarme a mí es recordar a mi padre. Recordar el parque de mi infancia es recordar mi ciudad. Recordar el árbol en cuya sombra, tú y yo, encontrábamos la quietud es recordar, también, el desasosiego. Este instante, por ejemplo, no constituye necesariamente un aguacero, ni una feria dominical. Este día, que lo guarda y le da sentido, es una fronda de mil ojos, un cántaro que imita el vaivén del universo; vivirlo es vivir el año completo, el milenio, inclusive. El frijolito que siembras, en cuarto año, para la clase de biología, cuenta también en la lucha contra el calentamiento global. El viento del recreo también levantó la falda de Marilyn Monroe. El fuerte que pintaste de niño es, también, el Pentágono. En las noches los perros se turnan un mismo ladrido. Una sola es la piel, como uno es el texto y una cualquiera: la palabra. Crece un viento huracanado en el Caribe que se esfuma cuando dejas de batir el chocolate. Lo sirves, lo soplas, lo pruebas, lo tomas con una cuchara grande y recuerdas los sorbos desalentados, las puntas de pies, los sahumerios: la prolongada enfermedad de tu madre, que es la misma enfermedad del planeta.
No pasa nada Se te puede mover el piso. Claro. Puedes pasar de largo esta noche decidiendo si la invitas a cine o a bailar el viernes. Claro. Puedes hacer un presupuesto de la primera cita e ir pidiendo un carro prestado. Claro. Puedes, inclusive y como siempre, contemplar el rechazo. Ella, igual, podría esperar tu llamada, ponerle un límite a la espera y después salir con un amigo a discutir barbaridades en una esquina. Comprar, además, un par de cervezas, por ejemplo. Claro. Puede, también, negar que sería bueno verte y, pues, no pasa nada. Puede que los dos estén aguardando un ventarrón en doble vía o que, parados en la misma terminal de buses, la misma mosca se les meta a la boca. Puede que estén esperando una cadena de momentos que se aparezcan en serie que, uno detrás del otro, sean inequívocos y que, denitivamente, no les sean adversos, que se dejen montar o, al menos, ensillar. ¿Sería eso, a su vez, descaballado? Yo, por mi parte, puedo sugerir una película y anticipar la llamada y, por qué no, escribir, la próxima vez, sobre temas previsibles.
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Imágenes originales: Amedeo Modigliani Wikimedia Commons: Dominio Público http://commons.wikimedia.org/wiki/Modigliani